Las transformaciones sociopolíticas y estructurales del mundo del trabajo de las últimas cuatro décadas, han cambiado por completo el escenario laboral (Garcés et al., 2020), y han puesto en circulación ideales y modelos de trabajadores que a través de exigencias normativas y relacionales han establecido nuevas formas de ser, pensar, sentir, actuar y vincularse en y con el trabajo (Araujo, 2016; Durand, 2019; Stecher, 2015), transformando la vida misma en un proyecto comercial personal orientado por la ambición, la búsqueda del éxito y la activación continua para generar ingresos futuros y evitar pérdidas (Fleming, 2017). Según Byung-Chul Han (2012), se viviría en una sociedad neoliberal, en una sociedad de rendimiento, caracterizada por la premisa “Yes, we can”, donde toda la energía se emplearía en el rendimiento, en el “hacer” y la autonomía se expresaría en la auto-explotación del sí mismo con una constante presión de autoexigencia.
Configurándose nuevos escenarios laborales para los trabajadores, como la desprotección estatal y la flexibilización de condiciones laborales (Castel, 2010; de la Garza & Neffa, 2010; Stecher, 2015), que afectarían además otros dominios de la vida, en especial el de la familia, debido a que el trabajo y la familia se constituirían en dos esferas fundamentales, que servirían de nicho ecológico básico donde actuaría el ser humano (Goldsmith,1989), por lo que se influenciarían recíprocamente (Clark, 2000).
Particularmente, en lo que atañe a la familia, la incorporación de la mujer al trabajo remunerado también generó alteraciones en las dinámicas familiares (Caro et al., 2017). La familia debió transitar de la nuclear a nuevas formas y tipos de familia como la individual (Lares & Rodríguez, 2021), hacia la legalización de lazos sanguíneos sin matrimonio, postergación del matrimonio e hijos, privilegiándose uniones consensuadas, informales y la cohabitación, tanto, como opciones de soltería con o sin hijos (Martínez-Peñate, 2017).
Por otro lado, situaciones contingentes, como la emergencia sanitaria por COVID-19, han impactado económicamente y aumentado la desigualdad en América Latina (Alcántara, 2020), acrecentándose desigualdades de género preexistente, tanto en el trabajo como en la familia, en el marco del establecimiento de medidas de distanciamiento social para frenar la propagación de la pandemia, como el cierre de establecimientos educaciones (Fondo Monetario Internacional, 2020), lo cual ha terminado por transformar la vida cotidiana y la forma de trabajar de las personas (Yavorsky et al., 2021), como ha ocurrido con la masificación de la modalidad de trabajo a distancia o teletrabajo.
Lo antes expuesto, se vincularía a los siguientes aspectos. Por una parte, al hecho de que la relación laboral supondría por excelencia una relación desigual, donde el empleador ejercería su poder sobre las acciones y el cuerpo del trabajador (Foucault, 1988). Es por ello, que en la medida que avanzan los tiempos se han necesitado regulaciones tendientes a restringir ese poder, limitándolo en horarios, jornadas, remuneraciones, prestaciones mínimas y obligatorias, entre otras, para proteger al trabajador, que estaría entregado a adherir o no a las condiciones de trabajo que se le imponen desde el mercado laboral. Por otro lado, y producto de los cambios que ha implicado la construcción de un yo neoliberal, como uno de los impactos del capitalismo tardío, estas exigencias externas habrían sido internalizadas en la propia construcción de la identidad personal y en lo que se denomina la sociedad de rendimiento, donde existirían individuos que se auto-explotan trabajando jornadas exhaustivas para cumplir con las autoexigencias que se impondrían a sí mismos para buscar su realización o vivir para consumir (Han, 2012).
Los cambios en la sociedad y por consecuencia en las instituciones del trabajo y la familia, ponen en relieve la necesidad de aproximarse a cómo trabajadores remunerados conceptualizan el trabajo y la familia, avanzando hacia una comprensión de los significados atribuidos en el entendido de la existencia de relaciones de desigualdad y poder.
Significado del “Trabajo”
El trabajo ha sido conceptualizado como la ejecución de tareas que suponen un gasto de esfuerzo mental y físico, y que tienen como objetivo la producción de bienes y servicios para atender las necesidades humanas (Giddens, 1997), pero también ha sido definido como un sistema de producción y reproducción funcional de explotación (Haraway, 1995), que evidencia que el trabajo implicaría, ineludiblemente, una relación de dominación que bien pudiese afectar otros dominios de la vida.
Para Arendt (1958/1998), el trabajo sería “la actividad, que corresponde al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo crecimiento espontáneo, metabolismo, y la eventual decadencia están ligadas a las necesidades vitales producidas y alimentado en el proceso de la vida por el trabajo” (p. 7). En este entendido el trabajo se insertaría en otros ámbitos relevantes en la vida de las personas y las comunidades, en la experiencia individual y colectiva, llegando en muchos casos a determinarlos (Jahoda, 1987; Hopenhayn, 1994) constituyendo una de las actividades de mayor importancia para la integración y ajuste psicológico y social de los individuos.
Los significados del trabajo serían parte de la construcción social de la realidad (Berger & Luckmann, 1966) y estarían conformados por valores, creencias y expectativas que los individuos tienen, influenciados por la sociedad a través de agentes de socialización como la familia, las instituciones educativas y las organizaciones de trabajo. Para Ruiz (1990) la centralidad del trabajo, las metas del trabajo y las normas sociales del trabajo y las definiciones del trabajo serían los principales componentes del significado de trabajo y, aunque serían teóricamente dimensiones distintas, funcionarían como un constructo multidimensional.
Díaz et al. (2005), lograron distinguir, en personas que trabajaban de forma remunerada, significados del trabajo transversales, en lo relativo a la articulación entre el trabajo y las identidades en nuestra sociedad, sin embargo, con sentidos particulares y específicos según género. Por su parte, Canto et al. (2018), encontraron que el sentirse responsable configuraría uno de los principales reactivos del significado del trabajo.
Según Han (2015) el neoliberalismo, como una forma de mutación del capitalismo, convertiría al trabajador en un empresario de sí mismo que se auto explotaría como un amo y esclavo en una misma persona. Por lo tanto, el trabajo se vincularía al significado del rendimiento que absolutizaría la vida y el trabajo como dos caras de la misma moneda y donde incluso el cuidado de la salud sería instrumentalizado para mejorar el rendimiento.
Significado de la “Familia”
Etimológicamente, el concepto viene del latín familia, que hace referencia a un grupo de esclavos que pertenecen al patrón en turno, a su vez, se deriva de “famúlus”, o sea, esclavo o siervo (Bezanilla & Miranda, 2014), estableciendo tempranamente un contexto de dependencia de propiedad de índole económica. Moscovici (1984) refiere que la familia constituiría al primer espacio social, donde los sujetos constituyen y forman sus representaciones sociales en los diferentes ámbitos de la realidad cotidiana, influyendo en la formación de los valores y creencias, su identidad social y la forma en que perciben la realidad social.
Para Jelin (2005) la familia consistiría en una organización social, en un microcosmos de relaciones de producción, reproducción y distribución, con una estructura de poder y con fuertes componentes ideológicos y afectivos. La misma autora, puntualiza que la familia nuclear ha sido idealizada como modelo normativo por las distintas políticas e instituciones sociales estableciéndose culturalmente el “familismo” como ideología de parentesco y la idealización de la familia nuclear con presiones cruzadas sobre los miembros, en especial sobre las mujeres y sus responsabilidades de cuidado” (Jelin, 2017).
Según Lamanna et al. (2017), la familia podría ser definida en torno a funciones atribuidas socialmente, como el ser la institución social a cargo de procrear, criar, socializar, sustentar económicamente o brindar una red de apoyo. Nina-Estrella (2018), en un estudio con redes semánticas concluyó en población adulta de Puerto de Rico, que el amor sería la palabra que más definiría a la familia, seguida de otros términos como unión, compromiso, respeto, solidaridad, confianza, hijos, comprensión, comunicación y responsabilidad.
En lo que respecta a la construcción social de la familia, su definición como modelo de sociabilización, se ha construido desde una mirada heteronormativa, es decir, para parejas heterosexuales, con una vinculación legal como el matrimonio y con hijos (Restrepo, 2017). En este sentido, Restrepo (2017) expande la concepción de familia, al referir que esta hace alusión a personas que asumen responsabilidades familiares, ya sean del mismo sexo o no, con vínculos distintos a los sanguíneos y con hijos o sin hijos, independiente si son biológicos o no.
La expansión del concepto de familia se establecería dentro de un contexto socio histórico en la construcción de sentidos dentro del cotidiano, donde la familia se conformaría de un grupo de personas que asumirían labores de familia, que les permitirían una construcción identitaria, como parte de un conjunto de interacciones comunes, que les ayudarían a otorgar significado a su realidad (Restrepo, 2017).
La familia estaría replicada en todas las estructuras de la sociedad, como fábricas, corporaciones, clubes, gobiernos o fuerzas armadas y participaría de todas las transformaciones de la sociedad, pudiendo adoptar diferentes estructuras (Nina-Estrella, 2018).
Para mayor comprensión de los significados atribuidos al trabajo como a la familia, se ahonda en la perspectiva de género y en la edad en la adultez, puesto son categorías de análisis utilizadas en la investigación.
Perspectiva de Género
El género como categoría analítica surgió a finales del siglo XX (Scott, 2002), resultando útil para desentrañar relaciones de poder y desigualdad sexual entre hombres y mujeres, así como para analizar procesos de construcción de diferencias y desigualdades sexuales entre hombres y mujeres y hombres entre sí (Hernández, 2008). Esto, debido a que permitiría comprender como distintas formas de dominación interactúan, se fusionan y crean interdependencias, posibilitando otras connotaciones que cuando se explica el género como si fuera el resultado de un patriarcado como único sistema de dominación (Cumes, 2012).
Para Scott (2002), el uso del género pondría en notoriedad un sistema completo de relaciones que pudiese incluir el sexo, pero no que no estaría directamente determinado por el sexo o sería directamente determinante de la sexualidad, sino que más bien constituiría un elemento presente en las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen a los sexos. La distinta participación de hombres y mujeres en instituciones sociales, económicas, políticas y religiosas estaría marcada por papeles sexuales, como construcciones sociales que, en el marco de la división del trabajo, se basarían en diferencias de tipo biológicas, por la cuales las mujeres al ser quienes tienen hijos serían quienes deben cuidarlos (Lamas, 1986).
La separación de lo público-político y de lo privado-doméstico, según una dicotomización heterosexuada, institucionalizada a través de la teoría política liberal (Lerussi, 2014), fue generando la articulación entre lo público-masculinidad-razón-hombres y lo privado-feminidad-afectividad-mujeres, excluyéndose a las mujeres de la razón (Lerussi, 2014). Sin embargo, considerar espacios como la familia, la comunidad y el lugar de las mujeres en ellos, como algo cierto e indiscutible, sería lo que no permitiría ver las formas en que se generan las relaciones de poder (Cumes, 2012).
El género como construcción cultural (Lamas, 1986; Montecino, 1996) traería consigo la necesidad de comprender lo femenino en relación a lo masculino y viceversa, en el entendido que la diferencia entre lo femenino y lo masculino se entrelazaría con diferencias generacionales, de clases sociales, distinciones étnicas, históricas y contextuales (Montecino, 1996). Por ello, comprender los significados asociados al género requeriría considerar no sólo el sexo, sino entenderla en tanto a sujetos individuales como a la organización social, considerando a la familia, al mercado del trabajo, a la educación y a la política (Scott, 2002).
Por tanto, el género sería una credencial construida en la interacción entre los individuos, sus roles y las posiciones sociales y de poder que ejercen en la sociedad. En estas relaciones se configurarían creencias sociales en base a significados que sustentarían las discriminaciones entre los géneros (Ridgeway, 2011). En el mundo del trabajo, es posible reconocer lo que algunos autores denominan la “teoría de la cola” (Navarro & Gámez, 2006), la cual plantea que, en el mercado laboral, para asumir un puesto de trabajo hay una “cola” en la cual están primeros los hombres, blancos y luego negros, seguido de las mujeres, blancas y negras lo que implica que la mujer estaría expuesta a un cúmulo de desigualdad en el mercado laboral (Ridgeway, 2011). Esta desigualdad de género en el mercado laboral expresaría el estatus social atribuido a los géneros, es decir, la construcción social de lo que es ser hombre y de lo que es ser mujer en la sociedad (Ridgeway, 2014).
Investigaciones han revelado que mujeres que trabajan, empleadas o no, en comparación con hombres empleados, serían quienes realizarían significativamente más tareas, como cocinar y limpiar, así como el trabajo mental de planificación y gestión (Daminger, 2019; Perry-Jenkins, 2020).
Edad en la adultez
En el ciclo de vida de los adultos, según Erikson (1989), se identifican tres estadios psicosociales vinculados a las siguientes edades de las personas. Entre 20 y 30 años de edad se encuentra a adultos jóvenes que presentan el denominado estadio intimidad versus aislamiento - amor. Este estadio se caracterizaría por la búsqueda de un justo equilibrio entre la intimidad y el aislamiento, debido a que fortalecería el amor y el ejercicio profesional. Los principios relacionados de orden social se expresarían en las relaciones sociales de integración y compromisos en instituciones y asociaciones culturales, políticas, deportivas y religiosas. Para los adultos jóvenes, en esta etapa, la capacidad de trabajar se transformaría en corrientes de asociaciones de solidaridad y la intimidad sería la fuerza sintónica que los llevaría a confiar en personas como compañeros, en el amor y en el trabajo, así como integrarse en afiliaciones sociales concretas y desarrollar la fuerza ética necesaria para ser fiel a esos lazos, realizando sacrificios y adquiriendo compromisos significativos (Erikson, 1989).
Entre 30 y 50 años de edad se encuentra a adultos que presentan el denominado estadio generatividad versus estancamiento-cuidado y celo. En este estado, los adultos luego de la maternidad o paternidad, manifestarían un impulso generativo que incluiría la capacidad de la productividad, el desarrollo de nuevos productos por el trabajo, por la ciencia y tecnología y la creatividad. En esta etapa el cuidado, el amor y el sentimiento de responsabilidad trascenderían a la propia familia y al trabajo. Los principios de orden social serían las corrientes de educación y tradición que preconizarían la necesidad de estos adultos de crear y desarrollar instituciones que puedan garantizar la calidad de vida de las nuevas generaciones (Erikson, 1989).
A partir de los 50 años de edad se encuentra a adultos que presentan el estadio integridad versus desespero - sabiduría. En esta etapa, la integridad sería el concepto que mejor la expresaría, debido a la aceptación de si mismo, a la integración emocional de la confianza, de la autonomía, a la vivencia del amor universal, como experiencia que resumiría su vida y su trabajo, como a la convicción de su propio estilo e historia de vida y como contribución significativa a la humanidad. La falta, la pérdida o la debilidad de la integración, se desplegarían por el temor a la muerte, por la desesperanza, por el desespero y por el desdén (Erikson, 1989).
Cabe mencionar, que para Barrera-Herrera et al. (2022), los adultos serían quienes presentarían mayor bienestar social y satisfacción con la vida, inclusive en presencia de pérdidas por envejecimiento (de Cerqueira et al., 2021).
Finalmente, en torno a la utilidad de identificar a partir de experiencias (Cumes, 2012) y en consideración a que sin significado no habría experiencia y sin procesos de significación no existiría el significado (Scott, 2002), en este estudio se buscó indagar en los significados que personas adultas, que trabajan de forma remunerada, asocian al “Trabajo” y la “Familia” en tiempos de emergencia sanitaria por COVID-19, explorando asociaciones según género y edad.
Método
Se desarrolló una investigación mixta transversal, debido a que los métodos mixtos mediante el uso de abordajes cuantitativos y cualitativos de estudio, al ser usados en combinación, brindan una mejor comprensión de los problemas de investigación (Cresswell et al., 2011). En este tipo investigadores, quienes establecieron consenso sobre resultados obtenidos, reduciendo con ello la subjetividad (Denzin & Lincoln, 2000).
Este estudio se adentró en el universo conceptual de trabajadoras y trabajadores remuneradas a las redes de significados que tienen del “Trabajo” y la “Familia”. Estos significados fueron abordados cualitativamente considerando las palabras como entidades semánticas de significado y, por otro lado, cuantitativamente contando y comparando las frecuencias de las asociaciones entre las palabras.
Cabe referir que se trabajó con redes semánticas naturales que permiten, como bien señala Valdez (1998), aproximarse al estudio del significado de manera natural, no utilizando taxonomías creadas por los investigadores, consolidando así “una de las más sólidas aproximaciones al estudio del significado psicológico, y con esto, al estudio del conocimiento” (p. 65-66).
Las redes semánticas provienen de la psicología social (Hinojosa, 2008) y trabajan con un conjunto de palabras elegidas por la memoria, a través de vínculos asociativos, afectivos y de conocimientos, que permiten reflejar el universo de la cultura interiorizado por una persona (Salas-Menotti, 2008).
Participantes
La investigación se llevó a cabo, en el segundo año de emergencia sanitaria por COVID-19, en el mes de junio de 2021 en Chile, mediante un muestreo intencionado no probabilístico de 105 personas, 72 trabajadoras remuneradas y 33 trabajadores remunerados, de las regiones de Valparaíso, Metropolitana, Ñuble, La Araucanía, O´Higgins, Los Ríos, Los Lagos y Magallanes. Sus edades oscilaron entre 26 y 66 años (x̅= 42,28, DE= 9,544).
Instrumento
Para la recolección de información se elaboró un instrumento para ser aplicado en línea a través de la plataforma QuestionPro©, siguiendo las orientaciones de Valdez (1998), respecto de las redes semánticas, para aproximarse al estudio del significado de manera natural de las palabras utilizadas como estímulos “Trabajo” y “Familia”.
El instrumento, en su apartado inicial, contó con preguntas de carácter sociodemográficas y luego con preguntas relacionadas a la aplicación de la técnica de redes semánticas naturales. Respecto de ello, se solicitó a cada participante pensar en “Trabajo”, seleccionar un mínimo de cinco palabras (verbos, adverbios, sustantivos, adjetivos y/o pronombres) asociadas al trabajo, para luego jerarquizarlas asignando un valor de 1 a la palabra más importante y así sucesivamente hasta llegar a la de menor valor. La misma indicación se repitió para “Familia”.
Procedimiento y consideraciones éticas
Se procedió a alojar el instrumento en plataforma QuestionPro©, luego se comenzó a distribuir el instrumento conforme al muestreo de bola de nieve por conveniencia, donde se seleccionó un participante, trabajador remunerado, quién dio al equipo investigador información de otro y así sucesivamente (Atkinson & Flint, 2001).
Se resguardó la información individual, mediante la aceptación de consentimientos informados por parte de participantes, antes de comenzar a contestar el instrumento alojado en plataforma QuestionPro©. Dicho consentimiento siguió lineamientos de la Declaración de Singapur sobre integridad en la investigación, el Código de Ética de la American Psychological Association y directrices del Comité de Ética Científico de la Universidad de La Frontera.
En los consentimientos informados se expresaban los objetivos del estudio, el procedimiento, datos de contacto de investigadores responsables, voluntariedad de participación y confidencialidad. Además, se comunicó que no se brindarían compensaciones, que los participantes podían retirarse en el momento que estimasen y que los resultados serían publicados en la página web del Centro de Excelencia en Psicología Económica y del Consumo (CEPEC) de la Universidad de La Frontera, explicitando que toda información no sería publicada de manera tal que permitiese el reconocimiento individual.
Sólo una vez aceptadas las condiciones del consentimiento por parte de participantes, estos podían avanzar a contestar las preguntas del instrumento.
Análisis de datos
Los antecedentes sociodemográficos y las respuestas de participantes fueron organizados en una base de datos en el programa SPSS (v. 23) para obtener una caracterización de los y las participantes.
El análisis de los significados en torno a los estímulos “Trabajo” y “Familia” se realizaron según planteamientos de Valdez (1998), obteniendo el Valor J (total de palabras definidoras generadas por los participantes para definir los dos estímulos), el Valor M (peso semántico de cada concepto: producto de la frecuencia de aparición y el valor semántico o jerarquía, en escala del 1 al 5), el conjunto SAM (los 15 conceptos con mayor valor M) y el Valor FMG (distancia semántica: puntuación expresada en porcentaje de las palabras definidoras que conforman el conjunto SAM).
Cabe mencionar, que el valor FMG se obtuvo a través de una regla de tres, considerando que la palabra definidora con mayor valor M representaba el 100%, llamándola núcleo. Para interpretar los FMG, después del núcleo, “entre el 99% y 79% se ubican los atributos esenciales; entre el 78% y 58% los atributos secundarios; entre el 57% y 37% los atributos periféricos; y de 36% hacia abajo los significados son personales” (Orellana et al., 2013, p 18).
Finalmente, se realizaron análisis de pruebas de Chi cuadrado y de correspondencia simple para identificar relaciones entre los significados atribuidos al “Trabajo” y la “Familia” con las variables género y edad. Los análisis de correspondencias simple, permitieron establecer cómo categorías de una variable explicaban diferencias o similitudes observadas en otra y cómo las categorías interactuaban entre sí (Fernández, 2011).
Resultados
Respecto de las características sociodemográficas de los participantes se destaca que un 68.6% se identifica con el género femenino y un 31.4% con el masculino. Otros antecedentes relevantes, según género, son posibles de observar en la Tabla 1.
Análisis de redes semánticas naturales
Significados atribuidos al Trabajo
A continuación, se presentan los principales resultados sobre el significado que asignan trabajadores y trabajadoras remuneradas al estímulo “Trabajo”.
La Tabla 2 muestra los 15 conceptos con mayor valor semántico (conjunto SAM) sobre el estímulo “Trabajo”, además de su distancia semántica (valor FMG), generados por el grupo total de participantes. Como núcleo emerge “responsabilidad” (FMG 100%) y no se identificaron atributos esenciales (FMG entre 79-99). Los conceptos que emergieron a continuación como atributos secundarios (FMG entre 58-78) fueron “remuneración” y “desarrollo”. En un tercer nivel emerge “estabilidad” como atributo periférico (FMG entre 37-57). Otros conceptos como “sustento”, “compromiso”, “actividad”, “estrés”, “vocación”, “equipo”, “esfuerzo”, “satisfacción”, “dedicación”, “necesidad” e “independencia” se agruparon en la categoría significados personales con FMG iguales o menores a 36. El valor “J” obtenido fue de 157 palabras definitorias utilizadas por participantes ante el estímulo “Trabajo”.
Para los grupos de género femenino y masculino, el núcleo es “responsabilidad” (100%). En el grupo SAM de quienes se reconocen en el género femenino, tras el núcleo les siguen los conceptos “remuneración” (73%) y “desarrollo” (71%) como atributos secundarios. Los atributos periféricos que se identificaron son “estabilidad” (47%) y “compromiso” (42%). Consecutivamente como atributos personales emergieron “estrés” (34%), “vocación” (29%), “sustento” (26%), “satisfacción” (26%), “actividad” (26%), “equipo” (24%), “independencia” (17%), “necesidad” (15%), “aprendizaje” (14%) y “dedicación” (12%). Por su parte, en el grupo SAM de quienes se reconocen en el género masculino, luego del núcleo, apareció solamente el término “remuneración” (63%). Como atributos periféricos se identificaron “sustento” (56%) y “desarrollo” (43%). Consecutivamente, con menor peso semántico, emergieron como atributos personales “actividad” (31%), “esfuerzo” (31%), “compromiso” (22%), “sociedad” (20%), “educación” (19%), “vocación” (19%), “colaboración” (17%), “estabilidad” (17%), “horario” (17%), “estrés” (17%) y “bienestar” (15%).
Significados atribuidos a la “Familia”
Los resultados sobre el significado que asignan trabajadoras y trabajadores remunerados al estímulo “Familia” se presentan a continuación.
La Tabla 3 muestra los 15 conceptos con mayor valor semántico (conjunto SAM) sobre el estímulo “Familia”, además de su distancia semántica (valor FMG), generados por el grupo total de participantes. Como núcleo emerge “amor” (FMG 100%), no lográndose identificar atributos esenciales (FMG entre 79-99), atributos secundarios (FMG entre 58-78) ni atributos periféricos (FMG entre 37-57). Conceptos como “felicidad”, “unión”, “responsabilidad”, “afecto”, “apoyo”, “protección”, “seguridad”, “compromiso”, “hijos”, “hogar”, “respeto”, “confianza”, “núcleo” y “vínculo” se agruparon en la categoría significados personales con FMG iguales o menores a 36. El valor “J” obtenido fue de 135 palabras definitorias utilizadas por participantes ante el estímulo “Familia”.
Para los grupos de género femenino y masculino, el núcleo es “amor” fue compartido (100%). En el grupo SAM de quienes se reconocen en el género femenino, tras el núcleo les siguen como atributos personales los términos “felicidad” (30%), “unión” (29%), “afecto” (17%), “responsabilidad” (13%), “protección” (12%), “apoyo” (11%), “hijos” (11%), “seguridad” (10%), “compromiso” (9%), “confianza” (8%), “vínculo” (7%), “importante” (7%), “respeto” (6%) y “hogar” (6%).
Por su parte, en el grupo SAM de quienes se reconocen en el género masculino, luego del núcleo aparecieron sólo como atributos personales “felicidad” (35%), “responsabilidad” (22%), “apoyo” (20%), “afecto” (13%), “hogar” (10%), “compromiso” (10%), “respeto” (10%), “seguridad” (10%), “tranquilidad” (9%), “esencial” (7%), “fortaleza” (7%), “núcleo” (7%), “compañía” (6%) y “crecimiento” (6%).
Análisis de contingencia simple
“Trabajo”
Al momento de observar la interacción de los datos generados entre todos los significados del “Trabajo” (157 palabras definitorias), la prueba de Chi-cuadrado reveló una relación estadísticamente significativa entre el significado del trabajo y el género (p = .039). Lo anterior, se observa en la Figura 3, producto del análisis de correspondencia simple.
Como se evidencia, existió una mayor relación entre el “Trabajo” como “estrés” y “responsabilidad” para quienes se identificaron con el género femenino. Por su parte, el género masculino vinculó el “Trabajo” con “vocación” y más distanciadamente con “formación”.
La edad también se relacionó de manera estadísticamente significativa con la concepción del “Trabajo” (p = .009). En este sentido, el “Trabajo”, para las personas entre 26 a 29 años y entre 51 a 60 años de edad se asoció al “estrés”. En el cuadrante superior izquierdo se observa que para las personas entre 30 a 50 años de edad, el “Trabajo” se vinculó a “sustento”. Por su parte, para las personas mayores de 60 años, el “Trabajo” se relacionó con mayor lejanía a “seguridad” y “compromiso”. Dichos resultados, son posibles de observar en la Figura 4.
“Familia”
En la relación que se estableció entre los significados de “Familia” (135 palabras definitorias) y otras variables de caracterización, se observó una diferencia estadísticamente significativa entre la “Familia” y el género (p= .029), donde los conceptos de “Familia” para quienes se identificaron con el género femenino, se relacionaron mayormente con “amor”, “identidad” y “unión”. Por su parte, el género masculino vinculó la “Familia” principalmente con “estabilidad” y con mayor distancia con conceptos como “compromiso” y “apoyo”. Lo descrito, se puede visualizar en la Figura 5.
De igual forma, se estableció la existencia de una relación estadísticamente significativa entre edad y el significado de la “Familia” (p = .003). En este sentido, la figura de correspondencia simple dio cuenta de un primer grupo claramente identificado, correspondiente a las personas de más de 60 años de edad y la “Familia” como “tranquilidad” y “parentesco”. Por otro lado, en el cuadrante inferior izquierdo, para las personas entre 51 a 60 años de edad, la “Familia” se vinculó a “núcleo”, “felicidad” e “identidad”. No obstante, lo anterior, estas no son valoraciones exclusivas de las personas de dicho rango etario, sino también para personas entre 41 a 50 años de edad, adicionando “unión” e “hijo/a”. Para las personas entre 30 a 40 años de edad, la “Familia” se asoció a “protección”, “vinculo” y “hogar”. Finalmente, en lo que respecta a personas entre 26 a 29 años de edad, la “Familia” se relacionó con “amor” y “apoyo”. Los resultados expuestos son observables en la Figura 6.
Discusión
En el estudio desarrollado se identificaron los significados que personas que trabajan de forma remunerada asocian al “Trabajo” y la “Familia”, en tiempos emergencia sanitaria por COVID-19, estableciéndose diferencias según género y edad.
Ante las palabras “Trabajo” y “Familia” utilizadas como estímulos, emergió una elevada cantidad de palabras definitorias (valores J), lo cual podría ser atribuido al nivel educacional de quienes participaron del estudio, debido a que todas las personas tendrían estudios secundarios terminados.
Los resultados mostraron que el “Trabajo”, indistintamente del género con el cual se identificaban las personas, fue asociado principalmente con “responsabilidad”. Este concepto presentó distancia semántica con los siguientes atributos identificados, saltando inclusive la presencia de atributos de tipo esenciales, concordando con los resultados obtenidos por Canto et al. (2018), quienes encontraron que el sentirse responsable configuraría uno de los principales reactivos del significado del trabajo. Según lo anterior, este significado atribuido al trabajo, podría explicarse en el desplazamiento hacia las personas, producto de economías liberales, de elevados niveles de responsabilidad para generar sus propios ingresos como evitar pérdidas (Fleming, 2017).
Para comprender las diferencias significativas obtenidas al asociar todas las palabras definitorias del trabajo con el género, se requiere visibilizar a las personas como sujetos individuales, pero que además serían parte de una organización social que incluye el mercado de trabajo. El trabajo se encontraría segregado por sexos, por tanto, formaría parte del proceso de construcción del género (Ridgeway, 2014; Scott, 2002) y permitiría generar relaciones laborales que supondrían una relación desigual (Foucault, 1988; Ridgeway, 2011). Nuestros resultados coincidirían con los obtenidos por Díaz et al. (2005), en torno a la existencia de sentidos particulares y específicos según género. Especialmente, se sustentarían en la presencia en el género femenino de “estrés” y “responsabilidad” como los conceptos más asociados al trabajo y, por su parte, del término “vocación” en quienes se identificaban con el género masculino.
Este hallazgo, pone en relieve el aporte de la teoría política liberal en la institucionalización de la dicotomía entre lo público y lo privado (Lerussi, 2014), dejando expuesto un ordenamiento social existente, donde las personas de género femenino podrían estar enfrentadas mayormente a estrés y a una relación más ambivalente con el trabajo, al tener que trabajar de manera remunerada (ámbito público) y no remunerada (ámbito privado), ejerciendo un doble rol, al ser responsabilizadas de los quehaceres domésticos y del cuidado (Daminger, 2019; Lamas, 1986; Perry-Jenkins, 2020).
Por otro lado, el “Trabajo” también mostró una relación significativa con la edad. Personas entre 26 a 29 años y entre 51 a 60 años de edad asociaron el trabajo al “estrés”, lo cual se asociaría con los estadios psicosociales en que se encuentran, ya que los adultos jóvenes estarían presionados por lograr integración en instituciones laborales y las personas después de los 50 años de edad comenzarían a generar temores ante la pérdida de integración (Erickson, 1998).
De igual modo, esta asociación con el estrés podría ser explicada en la centralidad en el trabajo (Ruiz, 1990), dada por el grado de importancia general que el trabajo tiene en la vida de las personas, al estar viviendo en una sociedad de rendimiento, donde se auto explotarían para buscar realización o para vivir para consumir (Han, 2012). Por su parte, personas entre 30 a 50 años de edad relacionaron el “Trabajo” con “sustento”, lo que se comprendería por la importancia atribuida en esta etapa del ciclo vital a la búsqueda de alcanzar metas u objetivos por medio del trabajo (Ruiz, 1990), impulsada por la capacidad de productividad, el desarrollo de nuevos productos por el trabajo y la creatividad (Erickson, 1998).
Para la segunda palabra estímulo “Familia”, los resultados mostraron que tanto personas de género femenino como masculino compartían el asociar principalmente a la familia con el “amor”, lo cual se comprendería en el marco de los aportes que realiza Jelin (2005) a la conceptualización de la familia, al considerarla como una organización social con fuertes componentes afectivos. De igual forma, estos resultados estarían en sintonía con la relevancia atribuida al amor en los estadios de desarrollo de los adultos (Erickson, 1998) y con los hallazgos de Ruth Nina-Estrella (2018), en torno a que el amor sería la palabra que más definiría a la familia.
Ahora bien, el concepto “amor” presentaría una gran distancia semántica respectos de los otros referidos, ya que los próximos términos aludidos serían atributos de tipo personales, dando cuenta de la existencia de distintas percepciones individuales en torno a la familia. Esto, podría ser explicado en el entendido que la familia, al participar de las transformaciones de la sociedad (Nina-Estrella, 2018), ha ido transitando hacia otras nuevas formas y tipos de familia (Lares & Rodríguez, 2021) y con ello los significados personales otorgados se habrían diversificado.
Por su parte, la relación establecida entre los significados atribuidos a la “Familia” y el género, permitieron relevar al género como una categoría útil para comprender las relaciones de desigualdad sexual entre hombres y mujeres (Hernández, 2008). Las diferencias significativas encontradas revelaron una distinta concepción de la familia como institución social, la cual estaría marcada por papeles sexuales, como construcciones sociales (Lamas, 1986).
Lo antes expuesto, se expresaría en que quienes se identificaban con el género femenino vincularon mayormente a la familia con “amor”, “identidad” y “unión”, siendo las personas de género masculino las que relacionaban a la familia con el término “estabilidad”. Esto, nos llevaría a sugerir que, en espacios de organización social, como la familia, las personas continuarían comportándose como sujetos esenciales, que reivindicarían características culturales, sociales y biológicas como algo naturalmente dado (Cumes, 2012).
En lo que respecta a la presencia de relaciones significativas entre la “Familia” y la edad de las personas, se encontró que adultos jóvenes asociaron fuertemente a la familia con “amor” y “apoyo”, lo que sería propio de esta etapa de ciclo vital, ya que estarían en la búsqueda de integrarse en relaciones sociales concretas, ser fiel a esos lazos y, al mismo tiempo, comenzar a establecer compromisos significativos (Erikson, 1998). Las personas entre 30 a 40 años de edad relacionaron a la familia con “protección”, “vínculo” y “hogar”. Esto, podría se explicado en el marco del inicio de ritos en esta etapa del ciclo vital, motivados por la búsqueda de satisfacer necesidades asociadas a crear y desarrollar instituciones, como bien podría ser formar una familia y, con ello, garantizar la calidad de vida de nuevas generaciones, dándoles continuidad y consistencia, en el entendido de que una de las virtudes propia de este período sería el cuidado (Erikson, 1998).
Por su parte, personas entre 41 a 60 años de edad compartieron asociaciones de la familia como “unión”, “hijo”, “núcleo”, “felicidad” e “identidad”, lo cual presentaría coherencia con la etapa del ciclo vital en la cual se encuentran, al estar marcada por la aceptación de sí mismos, de sus historias personales y de sus procesos psicosexuales y psicosociales (Erikson, 1998), así como por la presencia de mayor satisfacción con la vida inclusive en presencia de pérdidas por envejecimiento (Barrera-Herrera et al., 2022; de Cerqueira et al., 2021).
En este estudio se observa como limitación la conformación de una muestra no probabilística, lo cual impide generalizar los resultados a todas las personas adultas que trabajan de manera remunerada. Sin embargo, es preciso señalar que los hallazgos obtenidos, permiten vislumbrar una oportunidad para avanzar hacia una investigación cualitativa que permita profundizar en condiciones asociadas a la vida laboral y familiar que pudieran contribuir al bienestar de las personas, incorporándose a quienes no se identifican solamente con el género femenino o masculino.
Conclusiones
Los hallazgos obtenidos de esta investigación, desarrollada en tiempos de emergencia sanitaria por COVID-19, evidencian que los significados atribuidos al “Trabajo” y a la “Familia”, son atribuibles a construcciones sociales, que forman parte de la identidad individual y cultural de las personas que trabajan en forma remunerada
De igual forma, confirman que los significados vinculados al “Trabajo” y la “Familia” serían atribuibles a conceptualizaciones existentes de los constructos, por tanto, el estudio aportaría con evidencia para demostrar la validez de estos constructos en la actualidad.
La investigación mixta desarrollada igualmente permitió reconocer no sólo unidades de semánticas atribuidas al “Trabajo” y la “Familia” en personas que trabajan remuneradamente, sino que también establecer la existencia de asociaciones, posibilitando identificar distintos significados, según género y edad, advirtiéndose como oportuno llevar a cabo nuevas investigaciones para conocer si las asociaciones encontradas estarían vinculadas o no a la emergencia sanitaria por COVID-19 o si estas podrían cambiar post pandemia.
Finalmente, los resultados de la investigación nos llevan a sugerir, tal como lo señala Segato (2013), el otorgar un nuevo papel al Estado, devolviéndole su responsabilidad en materias como garantizar la existencia de condiciones, como el trato laboral igualitario al interior de las instituciones del trabajo y la familia, que vayan más allá de una regulación exigua y reaccionaria, más aún en contextos de crisis, como la emergencia sanitaria, producto del COVID-19, debido a que desigualdades de género preexistente tanto en el trabajo como en la familia, se acrecientan en el marco del establecimiento de medidas de distanciamiento social, como por ejemplo con el cierre de establecimientos educaciones (Fondo Monetario Internacional, 2020).