La investigación se realizó en un Centro de Desarrollo Infantil (CDI) de la ciudad de San Juan de Pasto, Colombia que brinda educación inicial a niños de primera infancia. La base del estudio se fundó en la preocupación de los docentes por las dificultades en la convivencia de los niños y en algunas actitudes inapropiadas de los familiares o cuidadores relacionadas con maltrato físico y psicológico, además de los relatos de los niños sobre violencia entre los padres, pautas alcohólicas, abuso verbal, entre otros. La obvia inquietud del personal del CDI generó la necesidad de indagar sobre el problema, pues es bien sabido que la socialización familiar es fuente principal de aprendizaje en donde se encuentran inmersas costumbres y hábitos que se relacionan con la sensibilidad de los padres hacia las necesidades de los hijos, la aceptación y formación de su individualidad (Henao et al., 2007).
Con base en lo anterior, se pretendió conocer las dinámicas de crianza a partir de las experiencias cotidianas de las familias mediante un estudio hermenéutico de los estilos de crianza, entendidos como las actitudes de los padres hacia los niños que se manifiestan en comportamientos hacia ellos y se transmiten durante la crianza, donde están inmersos los valores, roles, actitudes y hábitos aprendidos por los padres durante su propia la crianza (Navarrete, 2011). Los estilos de crianza fueron clasificados por Diana Baumrind (1991) como: estilo autoritativo caracterizado por padres exigentes en las normas, pero afectuosos; el autoritario por padres imponentes que usan la fuerza física, el castigo y no son afectuosos y el permisivo porque no se imponen reglas y los padres son cariñosos y complacientes. Dentro de los estilos se distinguen dimensiones de crianza, las que se constituyen como una influencia principal en el comportamiento y desarrollo de los niños y características principales de la relación familiar (Quezada, 2015; Torío et al, 2008; Oliva et al., 2007; Baumrind, 1991) y se ven reflejadas en la cotidianidad (Oliva et al., 2008).
Las dimensiones de crianza son: el control parental, la comunicación y el afecto: El control parental se relaciona con la disciplina que aplican los padres, la vigilancia y el uso de técnicas de castigo, además, se emplea la autoridad para obtener la obediencia de los hijos (Becerra et al., 2008). En esta dimensión también se busca dirigir la conducta de los hijos de tal manera que sea deseable para los padres (Torío et al., 2008). Es un eje entre la permisividad y la imposición, entre la libertad y vigilancia, indica, la exigencia de las responsabilidades, el establecimiento de límites, la supervisión, el monitoreo de actividades, el conocer las actividades del día, entre otros (Oliva et al., 2007). El control parental puede ser psicológico, del que hacen parte estrategias intrusivas y manipuladoras de los padres a los hijos, como generar sentimientos de culpa por alguna acción no aprobada o retirar el afecto como castigo, vulnerando el adecuado desarrollo de su autonomía y de su identidad personal (Oliva et al., 2008) e incluye conductas como el control hostil y la posesividad. Lo anterior, genera en los niños una motivación intrínseca, porque querrán portarse bien para evitar el castigo (Torío et al., 2008). Por otra parte, está el control conductual que alude a la exigencia de responsabilidades, establecimientos de límites, supervisión, monitoreo para prevenir circunstancias negativas, sin embargo, es necesario que vaya acompañado de afecto y comunicación de lo contrario traerá dificultades en el comportamiento de los niños (Oliva et al., 2007).
Por lo que se refiere a la comunicación, como la transmisión de mensajes de padres a hijos y viceversa, puede darse en dos niveles: en el nivel mayor en donde los padres permiten la expresión de los hijos en el hogar, se relaciona con el tono de la relación familiar, la aceptación, el calor, el afecto y la proximidad. El nivel menor concierne a conductas de rechazo, frialdad, hostilidad y distanciamiento (Torío et al., 2008) y se da cuando los padres sólo transmiten las decisiones y no tienen en cuenta las de los niños (Sánchez et al., 2015).
Con respecto al afecto, se debe concebir como el calor emocional de los padres a los hijos. Puede ser de alto grado, en donde se muestra sensibilidad de los padres hacia las necesidades de los hijos y la confianza del uno con el otro, características necesarias para el buen funcionamiento de la relación que contribuye en el desarrollo adaptativo del menor a otros contextos secundarios; y de bajo grado, en donde se brinda poco afecto y se ignoran y rechazan a los niños por su comportamiento. Lo anterior, puede traer consecuencias como altos niveles de agresividad, pocas habilidades sociales y conductas antisociales (Becerra et al., 2008).
A partir de lo anterior, surgen investigaciones como la de Raya et al. (2009) quienes encontraron que existe una relación significativa entre la agresividad en los niños y los estilos de crianza; igualmente, Noroño et al. (2002) indicaron que características familiares como la agresividad, el alcoholismo, la disfuncionalidad, la mala integración social y familiar, el rechazo hacia los hijos e irresponsabilidad en su cuidado y la atención, influyen y predominan en la agresividad de los niños y Pichardo et al. (2009) determinaron una relación entre las prácticas de disciplina paternales y la conducta antisocial de los niños. A su vez, Solís & Díaz (2007) señalan que la disciplina que los padres imponen se relaciona con el rol de género, pues las creencias de las madres se apoyan más de la comunicación para educar, y los padres de los límites.
En Colombia, Cortés et al. (2016) encontraron relación entre los estilos de crianza y comportamientos agresivos en niños; en este mismo sentido, Álvarez (2006) indicó que cuando hay aprendizaje y desarrollo de conductas violentas en la familia, se reflejan en la socialización en otros contextos donde generan situaciones de agresión; Murillo et al. (2013) detectaron que algunos comportamientos de agresividad en los niños se dan por pautas de crianza permisivas y causan problemáticas en el ambiente pedagógico. Por otra parte, Castillo et al. (2015) evidenciaron que los castigos a los niños difieren según el sexo, la edad y el estrato socioeconómico y es más frecuente hacia los varones entre los 0 y 14 años; en este orden de ideas, Camacho et al. (1997) hallaron que los estilos de crianza violentos y agresivos se diferencian por edad, en los pequeños se utiliza más la violencia física y en los grandes la verbal, sin distinción de género o nivel educativo, pueden darse en cualquier hogar, también que lo que más valora la familia es la obediencia y el respeto hacia los padres. Finalmente, Andrade (2009) encontró que en la crianza se utiliza con mayor frecuencia el control fuerte y el afecto, factores que interviene en el proceso académico de los niños además de la comunicación bidireccional, el control, la reciprocidad, aceptación de derechos y deberes de padres e hijos y la implicación afectiva.
En definitiva, la sociedad actual reconoce la importancia de la educación integral en la primera infancia; también se identifica como un derecho principal la oportunidad de un desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social donde todos los gobiernos, organizaciones, comunidades, familias y personas son responsables de fomentarlo (Unicef, 2008). En Colombia, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) promueve el ejercicio de la crianza desde el respeto por los derechos de los niños con el fin de potenciar el desarrollo pleno desde el actuar de los padres (ICBF & Sociedad Colombiana de Pediatría, 2006). Hay que mencionar, que la familia al ser la principal fuente de socialización debe permitir y apoyar el proceso de desarrollo de habilidades y capacidades en los niños que les permitan adaptarse a los diferentes entornos. Asimismo, debe mejorar sus actitudes frente a la crianza y contribuir de una manera más pertinente en la formación de los hijos desde la perspectiva del buen trato (Centro de Desarrollo Infantil Fundación Proinco, 2015).
Método
Participantes
El método se planteó desde el paradigma cualitativo, con enfoque histórico hermenéutico, de tipo etnográfico. Los participantes fueron 19 familias que cumplieron con criterios de inclusión referidos a: a) cuidadores principales; b) mayores de edad; c) que tengan un hijo en grado jardín y d) firma del consentimiento informado. Como criterio de exclusión: a) poca claridad sobre la identidad del cuidador principal. Los instrumentos de medición fueron la guía de entrevista del grupo focal y la guía de entrevista de la historia de vida. Para el procedimiento de la recolección de información se aplicaron las técnicas de historia de vida y grupo focal. El estudio fue considerado como de riesgo mínimo y siguió los lineamientos definidos en la Resolución 8430 de 1993 de la Republica de Colombia para estudios con riesgo mínimo.
Técnica de recojo y Análisis de información
El proceso de obtención de la información se llevó a cabo inicialmente con la aplicación de la historia de vida en un inicio la investigadora contactó a las familias mediante una reunión general que permitiera poner en claro el propósito, la confidencialidad y pactar el momento en que se llevaría a cabo la aplicación de acuerdo a los tiempos de las familias. Al momento del encuentro con los participantes se repitió el propósito, su confidencialidad y se respondieron las preguntas necesarias para dar inicio a la misma. Durante este proceso se escuchó activamente a los participantes, con interés en sus narraciones y poniendo atención tanto a su lenguaje verbal como no verbal (Hernández Sampieri et al., 2006). Dichos encuentros fueron grabados en audio contando con el consentimiento de los participantes.
Como segundo instrumento se aplicó el grupo focal, pues algunos autores lo consideran como una entrevista grupal donde las familias pueden expresar emociones profundas sobre asuntos cotidianos y sobre las dimensiones de los estilos de crianza desde sus experiencias, emociones, creencias, dimensiones y sucesos (Hernández et al., 2014). Los participantes fueron elegidos de acuerdo a los objetivos de la investigación y los criterios de inclusión y exclusión y aunque tienen características similares, sus relatos son diferentes en cada uno de ellos, también se logró una adecuada interacción con ellos, dialogar y profundizar en la información (Buss et al., 2013). El grupo focal tuvo como temática específica las dimensiones de los estilos de crianza (control, afecto y comunicación) y que con base en ellos se plantearon las preguntas con anterioridad con base en la justificación y objetivos (Hamui y Varela, 2013).
Procedimiento
Para llevar a cabo el proceso de obtención de la información, se llevó a cabo la aplicación del grupo focal, pactando con anterioridad con los participantes tanto el lugar como la hora en el que se realizaría el ejercicio, asegurando que el lugar sería confortable, silencioso y cómodo. Este proceso inició creando un clima de confianza con las familias para luego realizar las preguntas preparadas con anterioridad, solicitando sus opiniones, puntos de vista y experiencias que podían compartir acerca del tema. En el grupo focal los participantes opinaron libremente, dieron a conocer sus creencias y experiencias, compartieron sus conocimientos y actitudes frente a diferentes situaciones familiares facilitando la discusión en el grupo, también fomentaron la participación en los demás (Hamui y Varela, 2013).
Esta experiencia se llevó a cabo en un lugar de acceso libre y familiar, donde no se sintieron intimidados y lograron estar cómodos (Hamui y Varela, 2013). Permitió también la interacción entre las familias provocando auto-confesiones donde la investigadora tuvo la oportunidad de observar la interacción entre ellas e incentivar a la participación (Da Silveira, Colomé, Heck, Da Silva y Viero, 2015). Estas sesiones fueron grabadas en audio para mayor detalle de los diálogos durante la transcripción (Hernández et al., 2014).
Resultados
Los resultados se organizaron en tres matrices siguiendo el modelo de Bonilla y Rodríguez (2014); la primera de vaciado de información, en la que se registraron textualmente las voces y encuentros con los participantes obteniendo como resultado las proposiciones iniciales. La segunda fue la de triangulación, donde las proposiciones de cada técnica se agruparon teniendo en cuenta la pregunta orientadora y se originaron las proposiciones agrupadas. La tercera matriz, denominada de categorías inductivas, se consignaron las categorías deductivas, las proposiciones agrupadas y se generaron las categorías inductivas (Vásquez, 2017). A continuación, se presenta el resumen de las matrices de vaciado de información, en donde la tarea principal fue la construcción de proposiciones iniciales por cada técnica.
En la Tabla 2 se presenta la triangulación de las técnicas aplicadas, de donde se toman las proposiciones iniciales de cada instrumento y se construyen las proposiciones agrupadas.
Finalmente, en la Tabla 3 se presentan las categorías inductivas relacionadas con las dimensiones control parental, comunicación y afecto construidas con base en las proposiciones agrupadas.
Discusión
El control parental según Betancourt y Andrade (2011) se refiere a los “límites, reglas, restricciones y regulaciones” (p.28) que los padres establecen al comportamiento de los hijos y el conocimiento que tienen de las actividades que realizan. En este sentido, en la historia de crianza de los padres se identificó un control conductual autoritario; Es así como desde edades muy tempranas debían realizar labores domésticas y de trabajo en el campo al provenir de zonas rurales, en donde al parecer no se estiman las actividades recreativas o lúdicas de los niños por cuanto se da prioridad al trabajo dentro o fuera de la casa. Sobre el tema, Mejía (2015) señala que los niños de origen rural son incluidos desde pequeños como una tradición, en el desarrollo de las actividades productivas de la familia y de la comunidad.
Por el contrario, actualmente los padres permiten que los niños realicen actividades lúdicas, artísticas, académicas y sociales sin mayor supervisión siempre que no se atenten contra la salud, sean acordes a la edad y a las normas establecidas (Becerra et al., 2008), asumiendo un estilo autoritativo, en el que los padres permiten que los hijos dirijan sus actividades y aceptan sus requerimientos, son tolerantes, valoran la autoexpresión y se involucran, aunque con poco control y exigencia (Navarrete, 2011). A su vez, se considera que los niños son muy pequeños para responsabilizarse de actividades domésticas, por lo que las exigencias en este sentido son mínimas. Cabe señalar que, las diferencias en las prácticas de crianza se dan de acuerdo a las costumbres y necesidades de las familias y el hecho de que se haya presentado un tránsito de lo rural a lo urbano genera un cambio en el control parental frente a las actividades que deben o pueden realizar los menores (Mejía, 2015).
Con respecto a la supervisión, en historia de crianza de los padres era común que se controlará fuertemente el comportamiento, las familias tenían a sus hijos siempre en casa para observar y monitorear sus actividades. En la crianza actual, la vigilancia no es constante debido a las ocupaciones laborales de los progenitores; en las familias a lo largo de los años, los padres han tenido poca participación en el cuidado de sus hijos debido a las jornadas laborales y que se ha dejado la tarea a las madres casi de forma exclusiva, aunque con el paso del tiempo algunas madres también salen a trabajar, por lo que la supervisión, como pauta de crianza se ha transformado fuertemente, en la medida en que los padres ya no tiene tiempo para la vigilancia de sus hijos (Pachón, 2007).
En cuanto a las formas de castigo, se encontró que podía ser físico y psicológico. En la historia de crianza de los padres era frecuente el menosprecio por el trabajo infantil cuando se colaboraba en las labores domésticas y los niños podían ser golpeados si no realizaban las tareas a satisfacción de los padres: F12M: “…me dijo a ¡vos no servís! Me dijo y, y…a no me moleste sólo le dije y saco la mano y me pego duro y me reventó…”. Esta forma de castigo aun es utilizada: F1P: “Yo sí… y, incluso le he dado, su correasito, porque ha sido muy grosero”, junto con castigos como el baño con agua fría y los golpes con correas o varillas. Por otra parte, se ejercen castigos en los que se restringen privilegios como salidas de casa a paseos o a jugar, la compra de dulces o juguetes o ver programas de televisión favoritos. Al parecer, el uso del castigo físico en la zona rural es más común e impulsivo, mientras que en la cuidad, aunque también puede presentarse, es más instrumental y de tipo restrictivo (Pulido et al., 2013).
Para los padres es importante ejercer control conductual para propiciar un adecuado ajuste social para sus niños, de tal manera que puedan seguir las normas y límites con facilidad y tengan adecuadas relaciones sociales que favorezcan su desarrollo socioemocional (Carreras, Braza y Braza, 2001). Sin embargo, cuando es de estilo autoritario se presentan problemas emocionales como la depresión y la ansiedad y conductuales como: conducta antisocial, ruptura de reglas y el consumo de sustancias, por lo que es recomendable moderar este tipo de control para emerja el compartir espontáneamente de vivencias y experiencias y se eviten desajustes futuros (Palos et al., 2012; Betancourt & Andrade, 2011).
En cuanto al control psicológico, en el que se utilizan estrategias intrusivas, manipuladoras y hostiles como chantajes, amenazas, entre otras para que los niños sientan culpa por sus actos o se retira el afecto como castigo (Oliva et al., 2008) se ha entrado que se tiende a minimizar la importancia de estas experiencias en la niñez debido a que se compensan con momentos de afecto, cuidado y atención a las necesidades materiales y se puede mantener una relación positiva con los padres lo que hace que su gravedad sea confusa (Arruabarrena, 2011). Este tipo de control fue utilizado para limitar o coartar las relaciones sociales especialmente con el sexo opuesto, las actividades de recreación y esparcimiento. Lo anterior, en vista de que algunos padres se “esfuerzan y motivan por educar a sus hijos bajo expectativas sociales adultas de los roles de género que sienten que pueden beneficiar a sus hijos” (García, 2017, p.1). En este sentido, se piensa que no es lo mismo ser padre de un niño o una niña, pues esto se relaciona con expectativas estereotipadas enmarcadas en el ser hombre o mujer que tienen que ver con la normatividad que identifica las características y tipos de conducta deseables dentro de la sociedad (García et al., 2010).
Actualmente, se emplean estrategias de control psicológico como amenazas con retirar el afecto y castigar físicamente, culpabilizar e ignorar. Aunque el tiempo del castigo no es prolongado, su uso es frecuente y se considera que es una forma fácil y adecuada de controlar la conducta. Al respecto Palos et al. (2012) mencionan que el control psicológico tiene que ver con la devaluación, invalidación de los sentimientos de los hijos, inducción a la culpa, chantaje, agresión física y psicológica. Estas situaciones se relacionan con el deterioro de la salud mental de los niños, generan problemas emocionales como: depresión, problemas somáticos, de pensamiento, lesiones autoinfligidas, ansiedad, consumo de SPA y conductas agresivas (Betancourt & Andrade, 2011).
Por otra parte, la comunicación entendida como la transmisión del lenguaje entre padres e hijos se presentó en nivel mayor en la crianza de los padres que crecieron bajo un estilo autoritativo. Esta comunicación se caracteriza por ser fluida, adecuada, regulada por normas y límites, pero bidireccional y efectiva al contrario del nivel menor (Sánchez et al., 2015). Cabe mencionar que los padres autoritativos se caracterizan por fomentar la autonomía y la independencia y apoyar y dirigir actividades de forma racional (Torío et al., 2008). En este orden de ideas, es importante construir una adecuada comunicación con los hijos para que así la transmisión de valores sea más efectiva (Crespo, 2011). En la crianza actual, se procura mantener este mismo tipo de comunicación, en vista de que las conversaciones familiares llevan una connotación emocional importante que contribuye a la formación de la autoestima, autoconcepto y autovaloración de los niños, por lo que debe existir un intercambio de emociones positivas, aceptación y retroalimentación (Reese et al., 2007).
El nivel mayor de comunicación permite a la familia integrarse, mantener una socialización menos conflictiva, de confianza, apoyo y reconocimiento y que los niños sean más participativos, independientes y afectuosos (Remache, 2014). Por el contrario, el nivel menor, se relaciona con la comunicación unidireccional lo que conlleva a que la interacción familiar no sea la más adecuada (Henao et al., 2007). En algunos antecedentes de crianza, se encontró un nivel bajo de comunicación con un estilo autoritario; Pérez & Aguilar (2008) señalan que esta comunicación, aunque pueda no ser violenta, pretende controlar y dominar a la otra persona, además es obstinada e indiferente. Entre las consecuencias del nivel menor de comunicación están: no involucrarse en la vida de los hijos, limitar su autonomía y creatividad y fomentar comportamientos hostiles, baja autoestima, desconfianza, conductas agresivas y deterioro de la socialización familiar (Izzedin & Pachajoa, 2009; Henao et al., 2007; Baumrind, 1966).
En cuanto al afecto, concebido como el calor emocional de los padres hacia los hijos, la sensibilidad frente a las necesidades y la confianza que generan en ellos (Becerra et al., 2008) y manifestado por medio de conductas como la aprobación, los elogios, los estímulos y las expresiones físicas (Torío et al., 2008) se determinó en alto grado en la historia de crianza con características autoritativas, en donde los padres fueron cariñosos, atendieron y conocieron las necesidades de los hijos, con moderadas expresiones de afecto y un ejercicio del control mediante estímulos positivos como elogios y aprobación (Marmo, 2014). Este grado de afecto se mantiene, es fácil brindar afecto, valorar, reconocer logros, ser comprensivos, compartir tiempo y actividades de esparcimiento y recreación, dialogar, buscan alegrar y cuidar a sus hijos. Las manifestaciones de afecto se aprenden también durante la socialización con la familia y no necesariamente es proveniente del aprendizaje de las experiencias de su propia crianza (Pulido et al., 2013).
Con respecto a la enseñanza de expresiones de afecto, en los antecedentes se restringieron a manifestaciones de respeto, saludo o “pedir la bendición” y no a expresiones abiertas como abrazos o palabras. Faúndez y Cornejo (2010) indican que estas pautas se transmiten en la familia y tienen que ver con las expectativas de los padres sobre los hijos con respecto a su forma de actuar con los demás, donde está implícito un compromiso invisible de todos los miembros de la familia para realizarlo. Del mismo modo, en la crianza actual, las enseñanzas de las expresiones de afecto se mantienen, pues también piensa que es necesario enseñar a aceptar, respetar a los demás y “pedir la bendición”. Algunos padres son renuentes a hablar sobre algunos temas con los niños y no consideran importante la enseñanza de las demostraciones de afecto, desconociendo estas afianzan las relaciones familiares y contribuyen al desarrollo armónico y equilibrado consolidando también su confianza y seguridad (Segarragines, 2015).
En la crianza autoritaria se limitan las demostraciones y expresiones de afecto, los padres no se involucran afectivamente y la principal preocupación son las necesidades materiales. En este sentido, Villanueva (2015) indica que es posible que exista una insatisfacción en la crianza, pues la calidad de las relaciones familiares y las expresiones afectivas positivas generan cercanía emocional entre las personas significativas y contribuyen a una satisfacción general de la vida. El intercambio afectivo en las familias es importante en la vida de los niños, el sentirse amado, respetado y reconocido contribuye a que haya satisfacción personal y desarrollo humano dentro de su familia (Gallego, 2012).
Por otro lado, la escasez de afecto se hace evidente en la crianza actual cuando se menciona que el intercambio de expresiones de afecto no es común y fácil entre padres e hijos, por tanto, se hace mediante objetos o regalos: F11P:“…más que todo yo es pagarle… yo le doy gusto a lo que él quiera, esa es la forma de demostrarle yo el amor, si yo le compro lo que él quiera, regalos, muñecos…”. Al respecto, Grueso (2013) indica que las demostraciones de afecto transactivas físicas también se constituyen un elemento aceptado por la sociedad como una forma de entender y de dar afecto a otra persona. Esta transacción es aprendida en el hogar y puede ser de tres tipos: comestible, no comestible o económica, y da cuenta del afecto de unos con otros y que a su vez está determinada por el contexto sociocultural en su forma de ver, entender, dar y significar el afecto. Lo mismo sucede en la crianza autoritaria presente en los contextos rurales, en estas familias son más comunes las expresiones de afecto relacionadas con obsequios y compartir tiempo realizando tareas de la casa (Peña et al., 2018).
Una de las explicaciones para la escasa demostración de afecto de algunas madres proviene del historial de rechazo de la familia frente a su embarazo que se dio en la adolescencia o por el género del recién nacido, lo que desencadenó sentimientos de desprecio hacia los hijos, también tristeza y ansiedad. En este sentido, Quintero y Rojas (2015) indican que la maternidad temprana trae consecuencias para las madres jóvenes, como el no continuar sus estudios y no tener mejores oportunidades de vida, dejar de lado sus propias necesidades y perder su autonomía e independencia. Algunas de estas dificultades se relacionan con la inmadurez emocional, psicológica, económica, estigmas sociales y proyecto de vida.
Con respecto a la disciplina, en los antecedentes fueron comunes las amenazas de retiro del afecto como forma de castigo cuando los niños no se comportaban de la manera esperaba. Oliva et al. (2008) indican que este tipo de disciplina hace parte de las estrategias que violan la individualidad de los niños, su adecuado desarrollo y su autonomía e identidad. Entre otros efectos se encuentran desajustes a nivel social como impulsividad, conductas delictivas o abuso de SPA. Reina et al. (2010) relacionan este tipo de disciplina con deficiencias tanto en autoestima, autoeficacia y satisfacción vital y a la prevalencia de trastornos psicológicos que suelen aumentar durante la adolescencia sobre todo entre las niñas. En este orden de ideas, el retiro del afecto se expresa mediante conductas como amenazar, ignorar, evitar dar y recibir demostraciones afecto, manifestar a los hijos que ya no se los quiere y hacerlos a un lado. Ibabe (2015) argumenta que estas estrategias tienen como fin el favorecer o prevenir comportamientos inadecuados en los hijos y se relacionan con la violencia paterno-filial.
Actualmente, las prácticas indulgentes son más frecuentes; los padres indulgentes usualmente se muestran indiferentes o pasivos ante actitudes de los niños y prefieren alejarse y no ayudar con la solución de sus dificultades. Estas actitudes suelen proceder en una baja inteligencia emocional, lo que evita que los niños formen vínculos y apego seguro con los padres o cuidadores y sean más propensos a crear relaciones inadecuadas y poco afectuosos con su familia (Ramírez et al., 2015). Además, se observó falta de reconocimiento de las emociones de los niños. Ramírez et al. (2015) indican la importancia para los padres del reconocimiento de las emociones de sus hijos como una forma de socialización, a su vez los niños aprenden a afrontar, reducir ansiedades, identificar problemas y emociones, es por esto que la inteligencia emocional de los padres se relaciona con la de los hijos e influye en el desarrollo emocional, pues para que puedan adquirir habilidades emocionales es necesario contar con modelos hábiles emocionalmente.
Además, se encontró que no se realiza un adecuado manejo del temperamento de los niños, situación que tiene una estrecha relación con pautas de crianza inconsistentes, donde en muchas ocasiones los padres no están dispuestos emocionalmente: hay aumento en las órdenes y críticas y disminución los límites hacia sus hijos (Becerra et al., 2008). El temperamento difícil es expresado por los niños en el juego, cuando les retiran sus cosas favoritas o no les permiten hacer lo que ellos desean. Es común observar agresiones físicas hacia los padres o pares que no suelen ser controladas por las familias, por lo que los niños permanecen de mal genio. El temperamento difícil es una cualidad innata de los niños y se manifiesta por medio de su emotividad, reactividad, respuestas afectivas y motoras, que de no manejarlo traerán consecuencias negativas como problemas de interacción en la edad preescolar y escolar (Barrera et al., 2015).
Finalmente, se pueden aludir que la transmisión generacional de los estilos de crianza es inevitable, sean adecuados o no, pues los patrones de comportamiento son aprendidos por medio de la observación y la experimentación en la familia de origen (Belsky, 2014). Sin embargo, los cambios sociales, educativos, económicos, políticos y de contexto pueden ir transformando las pautas de crianza en función de la adaptación familiar. Es así como, el historial de control conductual autoritario, comunicación y afecto tiende a modificarse, por lo que esta pauta no se imita con exactitud, se van adquiriendo nuevas prácticas y creencias que se ajustan a los nuevos estilos de vida (Pulido et al., 2013). Además, existe una emergente consciencia de los derechos que protegen a los niños, se puede contrastar una tradicional actitud hostil hacia los pequeños con las nuevas concepciones familiares en donde se reemplaza el concepto de autoridad parental por responsabilidad parental, cambiado dinámicas familiares y asumiendo una obligación social, en donde se busca no usar la violencia en ninguna de sus formas (García & Guerrero, 2011).