Introducción
El estudio de la personalidad representa una de las áreas que concentra la mayor cantidad de investigaciones en psicología. Si bien se reconocen diferentes enfoques, el modelo de los cinco factores propuesto por Paul T. Costa y Robert R. McCrae en la década del ochenta se considera uno de los que ha condensado mayor interés en la literatura académica. Para su evaluación, se han construido numerosos instrumentos que varían considerablemente en su longitud oscilando entre los doscientos cuarenta ítems -como en el caso del Inventario de Personalidad NEO Revisado- y los cinco ítems -como en el caso del Inventario de Cinco Ítems de la Personalidad-. Entre las diferentes versiones, uno de los instrumentos que ha despertado mayor interés en la literatura especializada es el Compendio Internacional de Ítems de Personalidad Abreviado (Donnellan et al., 2006), el cual permite relevar las cinco dimensiones a partir de solo veinte ítems. De acuerdo con los autores, la escala resulta ideal para ser administrada cuando no es posible disponer del tiempo necesario para utilizar cuestionarios más extensos. A la vez, resulta uno de los instrumentos empleados con mayor frecuencia para la evaluación del constructo, siendo referenciado en más de mil doscientos artículos académicos según se constata en bases de datos como PsycInfo, ERIC, Pubmed, CAIRN, CLASE, Scielo, Dialnet, Lilacs o Redalyc (Cooper, Smillie, & Corr, 2010; Martínez-Molina & Arias, 2018; Oliveira, 2017). Por este motivo, dado que no se han registrado versiones del instrumento en el contexto argentino, el presente estudio se propone su adaptación y validación local.
El modelo de los cinco factores de la personalidad
El término personalidad deriva etimológicamente de la palabra latina persona y remite a las máscaras utilizadas por los actores en el teatro griego (Pérez- García & Bermúdez-Moreno, 2012). En ese contexto, cada máscara correspondía a un tipo de carácter, lo que posibilitaba al público conocer anticipadamente las características o los rasgos principales de la personalidad de cada personaje e inferir el papel que podría desempeñar en la obra (Green, 1994; Wiles, 2007). Desde entonces el término ha sido empleado para referirse a los aspectos más idiosincráticos de una persona que permiten distinguirla de otra (John, Robins, & Pervin, 2010; McAdams, 1997; McCrae & Costa, 2012). En la actualidad, la teoría de los rasgos constituye uno de los enfoques más empleados para su estudio (Costa & McCrae, 2006; Fleeson & Jayawickreme, 2015; John & Srivastava, 1999). Desde este enfoque, los rasgos se definen como patrones de pensamientos, emociones y comportamientos que se mantienen relativamente estables a lo largo del ciclo vital (Costa & McCrae, 1980b; Kassin, 2003). Aunque diferentes modelos han intentado clasificar la multiplicidad de rasgos de la personalidad en diferentes categorías (Ashton & Lee, 2001; Cattell, 1950; Eysenck & Eysenck, 1976; Piedmont, 1999), el modelo de los cinco factores (Five Factor Model, en adelante FFM, (Costa & McCrae, 1980b) se destaca entre los que han cobrado mayor aceptación (McCrae & Costa, 2013; McCrae & Sutin, 2018).
Cabe señalar que la estructura pentafactorial fue el resultado de investigaciones empíricas realizadas por diversos autores a partir de las cuales se arribó a un consenso acerca de una taxonomía general de los rasgos de la personalidad (Bond, 1994; John, Naumann, & Soto, 2008). Esa taxonomía se organiza en cinco factores llamados (1) apertura a la experiencia, (2) responsabilidad, (3) extraversión, (4) amabilidad y (5) neuroticismo.
Apertura a la experiencia
Históricamente la apertura a la experiencia o apertura mental ha sido uno de los factores que ha generado mayor controversia, debido a cierto desacuerdo en relación a las facetas que lo componen (Connelly, Ones, & Chernyshenko, 2014; Digman, 1990; Fiske, 1949). En la literatura, usualmente se emplea el término para distinguir a las personas creativas (Li et al., 2015; McCrae, 1987), con variados intereses artísticos (Feist & Brady, 2004) e intelectuales (George & Zhou, 2001; LePine, Colquitt, & Erez, 2000; Woo et al., 2014), y una marcada tendencia a la búsqueda de estimulación (Aluja, García, & García, 2003) y a la flexibilidad cognitiva (Silvia, Nusbaum, Berg, Martin, & O’Connor, 2009). Además, el factor supone un fuerte vínculo con la percepción de emociones y, si bien suele asociarse a la experiencia de sentimientos positivos, algunas de sus facetas pueden relacionarse con emociones negativas, como la tristeza o la desesperanza (Carrillo, Rojo, Sánchez- Bernardos, & Avia, 2001; Wolfestein & Trull, 1997). De acuerdo con Khoo y Simms (2018), las personas que obtienen un puntaje alto en la faceta ‘sentimientos’ son más propensas a experimentar una gama más amplia de emociones, tanto positivas como negativas, lo que puede incluir emociones relacionadas con la depresión. Asimismo, aquellos individuos con puntajes altos en la faceta ‘fantasía’ podrían experimentar una mayor discrepancia entre el estado idealizado de sí mismos y del mundo y el estado real (Khoo & Simms, 2018). Por otra parte, se ha observado que la apertura se encuentra vinculada a la ideología política (Lee, Ashton, Ogunfowora, Bourdage, & Shin, 2010; Hiel, Kossowska, & Mervielde, 2000; Hiel & Mervielde, 2004). En particular, una alta apertura a la experiencia se asocia a un menor autoritarismo del ala de derechas y a la inclinación por los partidos que promueven valores de izquierda (Barbaranelli, Caprara, Vecchione, & Fraley, 2007; Duckitt & Sibley, 2010; Lee et al., 2010). Por este motivo, los individuos con mayor apertura se muestran más receptivos frente a la diversidad sexual (Hong & Rust, 1989; Zoeterman & Wright, 2014) y presentan menores prejuicios raciales, étnicos y religiosos (Cullen, Wright, & Alessandri, 2002; Flynn, 2005; Silvia & Sanders, 2010). Además, la apertura se relaciona con la capacidad para desarrollar un pensamiento propio, diferente del de el grupo de referencia, y a la habilidad para expresar abiertamente esta disidencia (Packer, 2010). Estas características de la apertura responden, en parte, a la facilidad para el pensamiento simbólico y la consecuente posibilidad de abstracción, alejada de la experiencia concreta ((McCrae & Sutin, 2009). Dependiendo de las habilidades intelectuales específicas del individuo, el pensamiento simbólico puede facilitar el uso de la matemática, el lenguaje, el dominio de la música o de las artes visuales (McCrae & Costa, 1997, 2012).
Por el contrario, las personas con bajos niveles de apertura a la experiencia generalmente poseen poca curiosidad intelectual, prefiriendo lo claro y concreto sobre lo abstracto, ambiguo y complejo (McCrae & Sutin, 2009). Este aspecto conlleva por lo general a evidenciar desinterés por las artes y las ciencias, argumentando que tales actividades carecen de uso práctico (Costa, McCrae, & Holland, 1984; Feist, 1998), y a preferir lo conocido a la novedad debido a su resistencia al cambio (Anderson, John, & Keltner, 2012; Dollinger, 1993). Tal apego a lo conocido contribuye a explicar las asociaciones entre una baja apertura y cierto rechazo por aquellos individuos que se perciben como diferentes por su etnia, religión u orientación sexual (Ekehammar, Akrami, Gylje, & Zakrisson, 2004; Hodson, Hogg, & MacInnis, 2009; Perry & Sibley, 2013) y a la inclinación por los valores conservadores que promueven los partidos del ala de derecha (Butler, 2000; Heaven & Bucci, 2001; Jost, Nosek, & Gosling, 2008).
Al igual que Connelly et al. (2014), McCrae y Sutin (2009) señalan que el constructo resulta difícil de comprender debido a que las diferentes facetas de la apertura no guardan una relación estricta, motivo por el cual ciertas personas pueden presentar algunas características del factor y no otras. Por ejemplo, tal como sugieren los autores, una persona puede experimentar una amplia sensibilidad estética pero mostrarse autoritario, dogmático, cerrado e intolerante en cuanto a valores políticos distintos de los suyos. Además, diferentes estudios observan que resulta difícil distinguir la apertura de otros constructos psicológicos, como en el caso de la inteligencia (Harris, 2004; McCrae et al., 2008). En este sentido se ha sugerido, sin embargo, que ambos reflejan constructos diferentes, por lo que bajos niveles de apertura no necesariamente suponen bajos niveles de inteligencia (Borders, 2012; McCrae, 1993, 1994).
Finalmente, si bien la elevada apertura ha sido valorada positivamente en la literatura, altas puntuaciones en este factor también fueron evaluadas de manera negativa. Por ejemplo, personas con mayor apertura encuentran dificultades para cumplir objetivos y metas, debido a que suelen dispersarse generando constantemente nuevas ideas (Piedmont, Sherman, & Sherman, 2012). Por el contrario, el pragmatismo característico de una baja apertura puede promover el desarrollo de la responsabilidad, un mayor autocontrol y eficacia en la resolución de problemas (Dollinger, Leong, & Ulicni, 1996). Además, dado que las personas con baja apertura tienden a prestar poca atención a sus emociones, perciben en menor medida la ansiedad que suele generar la presión en el cumplimiento de objetivos (Griffin & Hesketh, 2004).
Responsabilidad
De acuerdo con Roberts, Jackson, Fayard, Edmonds y Meints (2009), el factor responsabilidad presenta una larga tradición en la literatura académica psicológica, como es el caso de la noción de superyó en Freud, los conceptos subsidiarios del yo ideal y de la consciencia, y disposiciones asociadas a la necesidad de realización y el control. Diferentes autores sugieren que el aspecto central de la responsabilidad consiste en la tendencia a adecuarse a las normas sociales prescriptas, controlar los impulsos, dirigirlos a una meta, planificar y, a la capacidad de postergar la gratificación (Costa & McCrae, 1996; John & Srivastava, 1999; Roberts et al., 2009).
La literatura especializada suele valorar de manera positiva una elevada responsabilidad y de manera negativa una responsabilidad baja. Por ejemplo, se ha sugerido que las personas con mayor responsabilidad tienden a resultar exitosas a través de la planificación deliberada y de la persistencia en el logro de sus objetivos (Anderson et al., 2012; McCrae & Costa, 2012; Roberts et al., 2009). Por ello, suelen ser consideradas por los demás como inteligentes y confiables (Huang et al., 2017; McCrae & Costa, 2012; Steptoe, Easterlin, & Kirschbaum, 2017). Por el contrario, los individuos con baja responsabilidad suelen ser evaluados de manera negativa por sus pares (Smith, Barstead, & Rubin, 2017) y evidenciarían un comportamiento impulsivo que podría dañar a otros individuos tanto como a la propia persona (Arthur & Graziano, 1996; John, Robins et al., 2010; Steptoe, Easterlin, & Kirschbaum, 2017). Por este motivo, algunos autores señalan que si bien a menudo la impulsividad produce recompensas inmediatas, puede traer consecuencias no deseadas a largo plazo (Cao, Su, Liu, & Gao, 2007; Whiteside & Lynam, 2001). Asimismo, actuar de forma impulsiva no permitiría contemplar estrategias alternativas frente a un mismo problema que pudieran resultar más eficaces ((Costa & McCrae, 1996).
Sin embargo, si bien la responsabilidad suele tener una valoración positiva en la literatura psicológica, se han identificado tanto aspectos considerados negativos de una alta responsabilidad, como aspectos positivos ligados a las puntuaciones bajas. Por ejemplo, los individuos con elevada responsabilidad podrían resultar perfeccionistas, compulsivos o adictos al trabajo (McCrae & Costa, 2012). Por su parte, la impulsividad propia de la baja responsabilidad no resultaría intrínsecamente negativa, ya que en ciertas situaciones donde se requiere tomar decisiones de manera rápida, actuar de manera impulsiva podría ser una respuesta eficaz (Anderson et al., 2012).
Extraversión
El término extraversión fue difundido en el campo psicológico a principios del siglo XX por Jung (1923, 1939) para distinguir a las personas focalizadas en el mundo exterior o extravertidas de las personas focalizadas en su propio mundo interno o introvertidas. Posteriormente, Eysenck (1952) adoptó el término para referirse a uno de los factores del modelo de la personalidad. Si bien inicialmente surgieron ciertos debates respecto de su dimensionalidad (Carrigan, 1960), actualmente se considera uno de los factores que ha demostrado mayor consistencia (McCrae & Costa, 2008, 2012).
Las personas que poseen altos niveles de extraversión tienden a buscar la estimulación social y la interacción interpersonal (Costa & McCrae, 1996). Estos individuos a menudo se describen como alegres, llenos de energía y proclives a la conformación de grupos (Anderson et al., 2012; Costa & McCrae, 1980a; Williams, 1992). Asimismo, la extraversión se relaciona con una visión relativamente positiva del mundo, dado que las personas extravertidas juzgan eventos neutrales de manera más positiva que la mayoría de los individuos (Uziel, 2006; Wilt & Revelle, 2009). Por este motivo, diferentes autores observan que suelen experimentar emociones positivas con más frecuencia (Costa & McCrae, 1980b; Lucas & Baird, 2004; Watson & Clark, 1992, 1997). Dado su carácter gregario, las personas extravertidas se destacan en actividades en donde se requiere interacción con otros, siendo menos propensas a experimentar ansiedad o miedo a ser evaluadas negativamente por el entorno (McCrae & Costa, 2012).
Por su parte, las personas introvertidas tienden a ser tranquilas, reservadas y suelen involucrarse relativamente poco en situaciones sociales (Costa & McCrae, 1996), prefiriendo dedicarse a tareas más solitarias ((Costa & McCrae, 1996; McCrae & Costa, 2012). A pesar de que se han relevado antecedentes que asocian la introversión con síntomas patológicos, un aspecto a destacar es que las personas introvertidas no necesariamente tienen temor a las situaciones sociales, como es el caso de la timidez, sino que prefieren pasar más tiempo en soledad, prescindiendo de estimulación social (Anderson et al., 2012). De esta manera, si bien la extraversión se relaciona con el afecto positivo, no es la introversión sino el neuroticismo el factor predictor del afecto negativo (Magnus, Diener, Fujita, & Pavot, 1993; Rusting & Larsen, 1997).
De acuerdo con Borders (2012), la extraversión suele, con frecuencia, confundirse con sociabilidad. Sin embargo, el autor observa que los individuos con altos niveles de extraversión presentan tanto aspectos asociados a la calidez como a la dominación. Por este motivo, diferentes estudios han sugerido que la característica básica de esta dimensión no sería meramente la sociabilidad sino la disposición a presentar un comportamiento social activo o dominante (Ashton, Lee, & Paunonen, 2002; McCrae & John, 1992).
Finalmente, aunque la introversión ha presentado una valoración negativa en la literatura, recientemente se ha observado que puede relacionarse con la percepción de experiencias emocionales positivas (Hills & Argyle, 2001). Por el contrario, se han señalado elementos comunes entre la extraversión y el comportamiento antisocial (Allsopp & Feldman, 1974), el narcisismo (Ong et al., 2011), el juego patológico (Roy, Jong, Linnoila, 1989), el consumo excesivo de alcohol (Martsh & Miller, 1997), comportamientos riesgosos (Miller et al., 2004), entre otras características valoradas negativamente por la literatura especializada.
Amabilidad
El concepto de amabilidad se remonta a la antigüedad, encontrándose en la literatura innumerables referencias al valor de la cooperación con otros individuos en las relaciones sociales (e.g., Akrasia de Aristóteles) (Graziano & Tobin, 2009). Sin embargo, el modelo de los cinco factores es uno de los primeros en presentarla como un factor de la personalidad (Digman & Takemoto-Chock, 1981). De acuerdo con la literatura, tal altruismo representa una de las características principales de esta dimensión (Carlo, Okun, Knight, & Guzman, 2005; Graziano, Habashi, Sheese, & Tobin, 2007).
Las personas con altos niveles de amabilidad suelen ser apreciadas por sus pares y superiores, entre otras razones, porque tienden a cooperar con otros y a excusarse por las fallas de los demás (Graziano & Tobin, 2009; Huang et al., 2017). En este sentido, se ha observado que la amabilidad puede modular la relación entre la responsabilidad y la efectividad en el cumplimiento de objetivos en el trabajo grupal (Bradley, Baur, Banford, & Postlethwaite, 2013; Witt, Burke, Barrick, & Mount, 2002). Personas agradables poseen considerando que la gente es esencialmente honesta, decente y digna de confianza (Graziano, 1994; McCrae & Costa, 2012). Al igual que ocurre con la apertura, diferentes autores han observado que las personas amables suelen inclinarse por aquellos partidos que reflejen valores más cercanos a las ideologías de izquierda (Barbaranelli et al., 2007; Caprara, Vecchione, & Schwartz, 2009; Hirsh, DeYoung, Xu, & Peterson, 2010) y presentan actitudes positivas hacia grupos socialmente estigmatizados (e.g., homosexuales, inmigrantes) (Butrus & Witenberg, 2013; Duckitt & Sibley, 2010; Sibley & Duckitt, 2009). Consecuentemente, se ha señalado que la amabilidad está relacionada negativamente a la competitividad y al conflicto intergrupal (Suls, Martin, & David, 1998), en tanto estos individuos suelen transformar las situaciones competitivas en cooperativas (Graziano, Jensen-Campbell, & Hair, 1996). Diferentes estudios señalan que esta eficacia en la resolución de los conflictos interpersonales puede deberse a su habilidad para tolerar emociones negativas, como la frustración o la ira (Bresin, Hilmert, Wilkowski, & Robinson, 2012; Haas, Omura, Constable, & Canli, 2007; Meier & Robinson, 2004), lo que presupone además una marcada capacidad para perdonar (Lee & Ashton, 2012; Steiner, Allemand, & McCullough, 2012; Strelan, 2007).
Por su parte, los individuos con bajos niveles de amabilidad suelen anteponer su propio interés por encima del de otros, mostrándose indiferentes hacia el bienestar de los demás (Costa & McCrae, 1996). Muchas veces, su escepticismo acerca de la benevolencia de las personas los conduce a ser desconfiados, pudiendo parecer antipáticos o poco cooperativos (Anderson et al., 2012).
Cabe destacar que, de acuerdo con Borders (2012), existe en la literatura un enfoque reduccionista del factor amabilidad que lo resume en buenos vs. malos. Por este motivo se ha señalado que resulta más apropiado referirse a la polaridad de la amabilidad en calidad de prosocial vs. antisocial (Borders (2012; McCrae & John, 1992). A la vez, a pesar de que la elevada amabilidad suele tener una connotación positiva en la literatura, se ha sugerido que también puede presentar una forma patológica, caracterizada por una marcada dependencia de los demás (Costa & McCrae, 1985; Samuel & Gore, 2012; Widiger, 2009). Asimismo, la tendencia al acuerdo puede dificultar el proceso de toma de decisiones cuando estas requieren actuar con celeridad (McCrae & Costa, 2012). Finalmente, debido a los estereotipos de género, en ciertos contextos la elevada amabilidad puede ser valorada socialmente de manera negativa en los varones (Judge, Livingston, & Hurst, 2012).
Neuroticismo
Históricamente el neuroticismo representa uno de los factores más relevantes en el estudio de la personalidad (McCrae & Costa, 2012) y existen pocos modelos que no lo incluyen (Digman, 1990). Widiger (2009) señala que el término neurosis fue introducido por William Cullen en 1769 para referirse a desórdenes resultantes de una «afección general» del sistema nervioso. Posteriormente, Freud (1933) lo emplea para describir una afección caracterizada por trastornos mentales, sufrimiento emocional e incapacidad de hacer frente eficazmente a las exigencias «normales» de la vida. Asimismo, indica que la mayoría de los individuos poseen signos de neurosis, los cuales difieren en cuanto al grado de sufrimiento y a los síntomas específicos de la angustia.
En la actualidad, el término se emplea dentro del modelo de los cinco factores para referirse a la tendencia a experimentar emociones negativas como miedos, sentimientos de culpa, tristeza o enojo (Costa, McCrae, & Arenberg, 1980; McCrae & Costa, 2008). Diferentes estudios sugieren que las personas con altos niveles de neuroticismo poseen menores recursos de afrontamiento para sobreponerse al estrés ambiental (Gunthert, Cohen, & Armeli, 1999; Smith et al., 2017; Suls et al., 1998), son más propensas a interpretar las situaciones ordinarias como una amenaza y consideran tareas que para otros generalmente suelen ser sencillas como particularmente difíciles (Anderson et al., 2012; Goldenberg, Pyszczynski, McCoy, Greenberg, & Solomon, 1999; Magnus et al., 1993). Por este motivo, las personas con un alto nivel de neuroticismo son emocionalmente reactivas y responden afectivamente a eventos que no afectan a la mayoría de los individuos, reaccionando de manera más intensa de lo normal (Anderson et al., 2012; Costa & McCrae, 1987; Jeronimus, Riese, Sanderman, & Ormel, 2014). Estos problemas en la regulación emocional pueden afectar la capacidad de pensar con claridad y de tomar decisiones (McCrae & Costa, 2012; Perkins, Arnone, Smallwood, & Mobbs, 2015). De acuerdo con Rammstedt (2007), una característica distintiva del neuroticismo radica en que las rumiaciones y las preocupaciones se encuentran particularmente centradas en el sí mismo. Para el autor, no es solo que las personas con mayor neuroticismo se preocupen sustancialmente más que otros, sino que además tienden a preocuparse exclusivamente por ellas mismas antes que por problemáticas sociales o comunitarias.
Si bien el FFM no evalúa patologías mentales, altos niveles en el factor neuroticismo constituyen un riesgo en el desarrollo de ciertos trastornos psicológicos (Khan, Jacobson, Gardner, Prescott, & Kendler, 2005; Ormel, Rosmalen, & Farmer, 2004; Trull & Durrett, 2005). Diferentes trabajos han reportado asociaciones entre el neuroticismo y la depresión (Jylhä & Isometsä, 2006; Yoon, Maltby, & Joormann, 2013), la ansiedad (Paulus, Vanwoerden, Norton, & Sharp, 2016), el trastorno de estrés postraumático (Breslau & Schultz, 2013), los trastornos alimentarios (Heaven, Mulligan, Merrilees, Woods, & Fairooz, 2001), entre otros trastornos mentales (Hettema, Neale, Myers, Prescott, & Kendler, 2006; Krueger, Caspi, Moffitt, Silva, & McGee, 1996; Ormel et al., 2013).
Por su parte, los individuos con un bajo neuroticismo o con una alta estabilidad emocional suelen experimentar una baja frecuencia de emociones negativas (Costa, McCrae, & Norris, 1981; Hills & Argyle, 2001). De acuerdo con Walker y Gorsuch (2002), esta característica puede explicarse en parte porque aquellas personas con más estabilidad tienen una mayor capacidad de perdonar a otras y de perdonarse a ellas mismas. Así, aquellas personas con altos puntajes en estabilidad emocional y en responsabilidad suelen correr un menor riesgo de padecer diversos problemas relacionados con la ansiedad, como el bruxismo, el tabaquismo o la obesidad, lo que promueve una mayor longevidad (Judge, Vianen, & Pater, 2004; Sutin, Terracciano, Ferrucci, & Costa, 2010). Además, al igual que les sucede a los individuos con baja apertura, la ausencia de emociones negativas contribuye a incrementar la eficacia en alcanzar sus metas y objetivos (Judge & Erez, 2007; Kaiser & Ozer, 1997; Rothmann & Coetzer, 2003).
Sin embargo, aunque el factor ha presentado una valoración negativa en la literatura, también se han identificado relaciones entre el neuroticismo y características valoradas de manera más positiva, como la creatividad (Clark & DeYoung, 2014; Nowakowska, Strong, Santosa, Wang, & Ketter, 2005; Srivastava & Ketter, 2010).
Criticas al modelo de los cinco factores de la personalidad
Una de las críticas que ha recibido el modelo de los cinco factores de la personalidad remite a su estructura factorial. Por un lado, distintos estudios han reportado factores de segundo orden que agrupan en un primer factor a la amabilidad, la responsabilidad y al neuroticismo; y en un segundo factor, a la extroversión y a la apertura (Dermody et al., 2016; DeYoung, 2006; Digman, 1997; Simkin & Pérez- Marín, 2018). Por otra parte, se ha sugerido la necesidad de incorporar nuevos factores al modelo, tales como la espiritualidad o la honestidad (Ashton & Lee, 2001; Cheung, Cheung, Leung, Ward, & Leong, 2003; Piedmont, 1999).
Una segunda crítica remite a sus limitaciones explicativas. Al tratarse de un enfoque de carácter descriptivo, el modelo no permite comprender el modo en que se construyen y desarrollan los rasgos ni la forma en la que estos podrían afectar a otros constructos psicológicos ( McCrae & Costa, 1996, 2010). La teoría de los cinco factores, que mediante una serie de postulados describe lo que los autores denominan sistema de la personalidad, fue propuesta precisamente por McCrae y Costa, 1996 buscando superar algunas de estas dificultades. En ella, los autores plantean el modo en que los cinco factores interactúan con el ambiente y con la cultura dando lugar a características adaptativas (McCrae & Costa, 2012). Sin embargo, se ha observado que la propuesta aún requiere de mayor apoyo tanto teórico como empírico para sortear las limitaciones señaladas (Laher, 2013).
Por último, una de las principales críticas que recibe este tipo de modelos de la personalidad radica en que tiende a adoptar un enfoque ahistórico e individualista que favorece el mantenimiento del status quo (Prilleltensky, 2003; Sloan, 1997, 2009; Venn, 1984).
Método
Diseño
Para el presente estudio se ha optado por un diseño de tipo instrumental (Ato, López, & Benavente, 2013; Montero & León, 2007).
Participantes
La muestra, de tipo intencional, incluye a 2460 estudiantes de nivel superior de la ciudad de Buenos Aires con edades que oscilan entre los 18 y 35 años (M = 23.58; DE = 4.05) y de ambos sexos (hombres = 42.4%; mujeres = 57.6%). Se consideraron como criterios de exclusión contar con diagnóstico psiquiátrico y con discapacidad sensorial, motriz o intelectual debido a la imposibilidad de brindar los apoyos necesarios para la plena participación de quienes cumplen con tales criterios.
Instrumentos
Compendio Internacional de Ítems de Personalidad Abreviado (Mini International Personality Ítem Pool, Mini-IPIP). El Mini-IPIP (Donnellan et al., 2006) es un cuestionario autoadministrable de 20 ítems con un formato tipo Likert con cinco anclajes de respuesta en función del grado de acuerdo de los participantes, siendo 1 «Completamente en desacuerdo» y 5 «Completamente de acuerdo». La escala evalúa cinco dimensiones de la personalidad en población adolescente y adulta: (1) apertura a la experiencia o apertura mental (Openness to experience; items 5, 10, 15, 20) (e.g., «No me interesan las ideas abstractas»); (2) responsabilidad, escrupulosidad o tesón (Conscientiousness; items 3, 8, 13, 18) (e.g., «Soy algo desordenado/a»); (3) extraversión (Extraversion; items 1, 6, 11, 16) (e.g., «No me gusta llamar la atención»); (4) amabilidad, afabilidad o tendencia al acuerdo (Agreeableness; items 2, 7, 12, 17) (e.g., «No me interesan mucho los problemas de los demás»); y (5) neuroticismo o estabilidad emocional (Neuroticism, Emotional Stability; items 4, 9, 14, 19) (e.g., «Raras veces me siento triste»). Los cinco factores han presentado propiedades psicométricas aceptables de acuerdo a lo informado por los autores de la prueba original y por estudios posteriores ((Donnellan et al., 2006; Cooper, Smillie, & Corr, 2010). La adaptación al español del Mini- IPIP (ver anexo) fue realizada de acuerdo con los estándares metodológicos internacionales sugeridos por la International Test Commission (ITC) para la adaptación de un instrumento a distintos contextos idiomáticos (Muñiz, Elosua, & Hambleton, 2013; Muñiz & Hambleton, 2000).
Cuestionario de datos sociodemográficos . Se elaboró un cuestionario ad hoc que solicitaba a los participantes consignar la edad, el género y el nivel de estudios.
Procedimiento
El estudio se realizó en una universidad pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los estudiantes fueron invitados a colaborar voluntariamente en el proyecto de investigación en el que se enmarca el presente estudio, solicitándoles su consentimiento. Aquellos que participaron respondieron individualmente en la universidad y en aquellos horarios de clases cedidas por las Cátedras que colaboraron con el presente estudio. A lo largo de la administración de los cuestionarios, los investigadores permanecieron presentes. Antes de responder los cuestionarios, se les hizo constar que los datos derivados de la investigación se utilizarían con fines exclusivamente académico-científicos bajo la Ley Nacional 25.326 de protección de los datos personales. Una vez completados los instrumentos de evaluación, estos fueron entregados a los investigadores en un sobre cerrado con el propósito de respetar el anonimato de los participantes.
Análisis de datos
Los análisis estadísticos fueron realizados empleando los programas SPSS 22 y EQS 6.1. Dada la naturaleza ordinal de los ítems, se optó por realizar el análisis de los datos empleando una matriz de correlaciones policóricas. En primer lugar, se analizó la confiabilidad del Mini-IPIP a partir del análisis de consistencia interna, empleando el coeficiente omega de McDonald siguiendo recomendaciones de la literatura (Dunn, Baguley, & Brunsden, 2014). En segundo lugar, la validez de constructo fue evaluada a partir de realizar un análisis factorial confirmatorio (AFC), teniendo en cuenta el método GLS robusto, tal como ha sido sugerido en los antecedentes (Schermelleh-Engel, Moosbrugger, & Müller, 2003). El modelo fue evaluado posteriormente mediante los índices de bondad de ajuste X2, NFI (Normed Fit Index ) , NNFI ( Non-Normed Fit Index ), CFI (Comparative Fit Index), IFI (Incremental Fit Index) y el índice RMSEA (Root Mean Square Error of Approximation), siguiendo lo sugerido en los antecedentes (Holgado-Tello, Chacón-Moscoso, Barbero-García, & Vila-Abad, 2009; Schumacker & Lomax, 2004). Finalmente, se procedió a realizar un estudio de invarianza factorial con el propósito de verificar que el modelo no presente un funcionamiento diferencial de acuerdo al género de los participantes (Davidov, Schmidt, Billiet, & Meuleman, 2018).
Resultados
En primer lugar(Tabla 1), se evaluó la consistencia interna de los diferentes dominios a partir del coeficiente omega, arrojando resultados aceptables de acuerdo a la literatura, a partir de la cual se consideran adecuados aquellos valores superiores a .70 (Campo- Arias & Oviedo, 2008; Dunn et al., 2014; Green & Yang, 2015).
En segundo lugar, luego de analizar la consistencia interna, se procedió a evaluar la validez de constructo a partir de la realización del AFC. Tal como se observa en laTabla 2, el ajuste del modelo fue valorado mediante los índices de bondad de ajuste I2, NFI, NNFI, CFI, IFI y RMSEA, siguiendo recomendaciones previas (Holgado-Tello et al., 2009; Kline, 2005, 2010; Schumacker & Lomax, 2004). Los resultados dan cuenta de un buen ajuste de los datos empíricos en relación al modelo teórico de los cinco factores de la personalidad (Bentler, 1990; Hu & Bentler, 1999), arrojando valores superiores a .90, valor considerado en la literatura como punto de corte para distinguir un ajuste adecuado (Brown, 2015). Por su parte, el índice RMSEA alcanzó valores entre 0 y .08, considerados adecuados en la literatura especializada (Lévy & González, 2006).
En laFigura 1puede observarse el modelo de cinco factores del Compendio Internacional de Ítems de Personalidad Abreviado Mini-IPIP propuesto por Donnellan et al. (2006).
Finalmente, se realizó un estudio de invarianza factorial para verificar que el modelo no presente un funcionamiento diferencial de acuerdo con la variable género. El análisis de la invarianza factorial se efectúa a partir de la comparación de los índices CFI y RMSEA. Como puede observarse en laTabla 3, las diferencias halladas entre los CFI fueron iguales o inferiores a .01, mientras que las diferencias registradas para RMSEA fueron menores a .015, dando cuenta de que no existen diferencias significativas entre los modelos testados con distintos niveles de restricción al segmentar la muestra según la variable género (Barrera-Barrera, Navarro-García & Peris-Ortiz, 2015; Davidov et al., 2018).
Discusión
A partir de los resultados del presente estudio puede observarse que el Compendio de Ítems Internacional de Personalidad Abreviado o Mini International Personality Ítem Pool (Mini-IPIP) presenta propiedades psicométricas aceptables en el contexto local. El instrumento incluye veinte ítems similares a los propuestos por los autores originales (Donnellan et al., 2006). Si bien este tipo de instrumentos breves no brindan una evaluación concluyente de la personalidad de un individuo en particular, pueden ofrecer una aproximación general al constructo, especialmente en cuanto a su relación con otras variables de interés ( Donnellan et al., 2006; McAdams, Shiner, & Tackett, 2019). Los índices de fiabilidad alcanzan valores equivalentes a los reportados por otros trabajos en el contexto internacional en poblaciones similares (Baldasaro, Shanahan, & Bauer, 2013; Cooper et al., 2010; Laverdière, Morin, & St-Hilaire, 2013; Li, Sang, Wang, & Shi, 2012; Oliveira, 2017). Del mismo modo, de acuerdo con el AFC, el modelo pentafactorial se ajusta a los datos recabados en campo, tal como se ha señalado en la literatura (Costa & McCrae, 1980b; Digman & Takemoto-Chock, 1981; Norman, 1963; Tupes & Christal, 1961).
Cabe señalar que los valores inferiores a .50 de las covarianzas entre las variables latentes podrían ser considerados como evidencia de validez discriminante, conduciendo a evaluar la posibilidad de incluir nuevas dimensiones al modelo (Lévy & Varela, 2006). Si bien se ha observado que los rasgos se encuentran organizados jerárquicamente en solo cinco niveles de organización superior (Heuchert, Parker, Stumpf, & Myburgh, 2000; McCrae & John, 1992; Piedmont & Chae, 1997, McCrae & Costa, 2012 han señalado que estos representan la evidencia disponible al momento, lo que posibilitaría expandir el modelo incluyendo nuevos factores. En este sentido, los resultados del presente estudio se encuentran en línea con diferentes autores que han propuesto alternativas al FFM, contemplando la incorporación de nuevas dimensiones (Ashton & Lee, 2001; Cheung et al., 2003; Piedmont, 1999). Por este motivo, tal como ha sido sugerido en nuestro contexto (Simkin, 2017; Simkin & Pérez-Marín, 2018), se recomienda que futuras investigaciones continúen explorando la estructura factorial del modelo de los cinco factores de la personalidad.
Por su parte, con excepción de los ítems 3, 14, 15 y 16, los parámetros estimados alcanzaron los valores aceptables, de acuerdo con la literatura especializada (≥ .70), considerando que las cargas factoriales en los estudios psicológicos tienden oscilar en torno a .50 (Beauducel & Herzberg, 2006).
Por último, se destaca que el análisis de invarianza factorial permitió verificar que no existen diferencias significativas entre los modelos testados con distintos niveles de restricción al segmentar la muestra según el género de los participantes. Este tipo de análisis aporta mayor robustez al instrumento, contribuyendo a sostener la replicabilidad de los datos en muestras diferentes, detectando un funcionamiento independiente del tipo de muestra (Meredith, 1993). Si bien para la evaluación del modelo de los cinco factores la mayoría de los estudios analizan la invarianza factorial empleando el género como variable (Chiorri, Marsh, Ubbiali, & Donati, 2016; Samuel, South, & Griffin, 2015), futuros trabajos deberían aportar mayor evidencia de la invarianza factorial del modelo considerando variables alternativas de segmentación, como el nivel educativo o la adscripción religiosa.
El presente estudio aporta técnicas válidas y confiables para la evaluación de la personalidad en el contexto argentino desde el modelo de los cinco factores, aunque se destaca la necesidad de que futuros trabajos puedan contar con muestras representativas y explorar las propiedades psicométricas de la escala en población general. Cabe señalar que emplear el modelo de los cinco factores no implica desconocer las críticas que éste ha recibido ni sus implicancias. En efecto, sostenemos que el análisis de la personalidad basado en la descripción de los rasgos que realiza dicho modelo no es incompatible con la inclusión de factores socioculturales e históricos para su análisis. Por este motivo, sería deseable que próximas investigaciones psicológicas contemplen estas perspectivas en sus indagaciones. Asimismo, en este sentido, es importante considerar que el instrumento supone un nivel de análisis descriptivo de los rasgos de la personalidad. Resulta interesante notar que, tal como se ha expuesto en este trabajo, los rasgos han sido valorados positiva o negativamente en la literatura psicológica. Próximos trabajos podrían detenerse a revisar la valoración subjetiva que los investigadores establecen respecto de qué rasgos resultan «deseables» o «indeseables» de acuerdo al contexto histórico y social de producción de conocimiento científico.
Responsabilidad ética
Los proyectos UBACyT y PICT consignados en el trabajo son evaluados éticamente por la Universidad de Buenos Aires como requisito previo a la aprobación del subsidio. Los estudiantes fueron invitados a colaborar voluntariamente en el proyecto de investigación en el que se enmarca el presente estudio, solicitándoles su consentimiento. A lo largo de la administración de los cuestionarios, los investigadores permanecieron en presencia de los participantes. Antes de responder los cuestionarios, se les hizo constar a los participantes que los datos derivados de la investigación se utilizarían con fines exclusivamente académico-científicos bajo la Ley Nacional 25.326 de protección de los datos personales. Una vez completados los instrumentos de evaluación, estos fueron entregados a los investigadores en un sobre cerrado, con el propósito de respetar su anonimato.
Contribución de autoría
HS: concepción y diseño del estudio, interpretación de los datos y revisión final del manuscrito.
LBD: interpretación de los datos y revisión final del manuscrito.
SA: interpretación de los datos y revisión final del manuscrito.
Agradecimientos
Este trabajo fue financiado en el marco de los proyectos de investigación UBACyT 20020170200395BA, UBACyT 20020150100232BA, PICT-2016-4147 y PICT-2014- 3432 acreditados por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT), y dirigidos por el Dr. Hugo Simkin y la Dra. Susana Azzollini. Se agradece muy especialmente al Dr. Frederick L. Oswald por brindar su autorización para la adaptación al español del Compendio Internacional de Ítems de Personalidad Abreviado Mini-IPIP.