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Revista de Investigaciones Altoandinas
On-line version ISSN 2313-2957
Rev. investig. Altoandin. vol.19 no.3 Puno July/Sept. 2017
http://dx.doi.org/10.18271/ria.2017.288
http://dx.doi.org/10.18271/ria.2017.288
EDITORIAL
Una verdad incómoda: el Cambio Climático y el Maldesarrollo
An Inconvenient Truth: Climate Change and Maldevelopment
Alberto Acosta1*; Enrique Viale2
1 Economista ecuatoriano, Ex-ministro de Energía y Minas, Ex-presidente de la Asamblea Constituyente, Ex-candidato a la Presidencia de la República y Profesor universitario.
2 Abogado ambientalista argentino, Presidente de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas, Miembro del Earth Law Alliance.
* Autor para correspondencia: alacosta48@yahoo.com
Irma, el gran huracán que azotó el Caribe y la Florida, trae a la memoria -de nuevo- una verdad incómoda: el Cambio Climático, inocultable más allá de los discursos elaborados desde el poder y la ignorancia. Fenómenos naturales cada vez mayores y más destructivos sacuden al mundo. Inundaciones y sequias, fríos y calores extremos, monumentales incendios forestales, tanto como los recientes huracanes, son noticia cotidiana en todas las esquinas del planeta.
Según afirma una gran mayoría de científicos, esos fenómenos naturales -cual jinetes climáticos del apocalipsis- son la consecuencia global del aumento de las temperaturas y de las variaciones climáticas extremas. Para la mayoría de los países de América latina y del Sur global, los procesos de adaptación al cambio climático global adquieren una relevancia fundamental porque de ese ajuste depende la supervivencia de miles de pueblos y comunidades. Las personas que registran mayores pérdidas relacionadas con el cambio climático pertenecen, mayoritariamente, a los grupos de bajos ingresos, asentados en zonas críticas o con acceso limitado a los servicios básicos como agua o cloacas.
Las amenazas son constantes y pueden ser directas, como las olas de calor, la desertificación o las inundaciones; o indirectas como, por ejemplo, la propagación de enfermedades transmitidas por distintos vectores, por nombrar solo algunas. Y esto recién empieza…
La razón nos dice que esta cadena de catástrofes causadas por desórdenes climáticos severos debería demoler las posiciones negacionistas. Pero el tema no es fácil. El poder no suele regirse a la razón, peor a aquella de quienes imaginamos un mundo en paz y fraternidad. Más común es que la razón se atrofie a gusto y placer del poder.
Solo pensemos en posiciones como las del presidente norteamericano Donald Trump, para quien el cambio climático es un "cuento inventado por los chinos". Semejantes lecturas, a ratos rayando en ridículas, en el fondo esconden los compromisos adquiridos con poderosos intereses. Y en este perverso mundo donde la post-verdad es hija de la modernidad capitalista pura y dura, no faltan los "científicos" que encuentran otras explicaciones a estos fenómenos naturales. Tampoco faltan quienes están convencidos que los problemas se resuelven desde la tecnología y la técnica, ni quienes hacen ya números de las utilidades a obtener remediando lo destruido o construyendo obras para afrontar los próximos e inevitables y cada vez más dantescos fenómenos climáticos.
Sin minimizar para nada la búsqueda de respuestas científicas al problema, es hora de politizarlo globalmente. No basta con que unos días los grandes medios prioricen la cobertura periodística de lo que está sucediendo. Para colmo su fugaz interés suele combinarse con reportajes sesgados. Además, repetir una y otra vez que "ya sabemos lo que se nos viene" es fútil.
Las causas de la emergencia socio-ambiental que golpean al planeta son de un carácter complejo y pluridimensional. Además del carácter global, el Cambio Climático, que profundiza y multiplica los fenómenos climáticos extremos, existen causas locales vinculadas a la expansión de un modelo de (mal) desarrollo, incompatible con los ciclos de la Naturaleza.
Aquí cabe un par de preguntas. ¿Cuántos países se han desarrollado? La respuesta es categórica, ninguno. Bien sabemos que en realidad prima el "maldesarrollo", inclusive entre los países que se consideran desarrollados. Tengamos presente que aquellos países que se asumen como desarrollados muestran cada vez más señales de su maldesarrollo. Y eso en un mundo, en donde, por lo demás, las brechas que separan a los ricos de los pobres, incluso en países industrializados, se ensanchan permanentemente, al tiempo que los problemas ambientales estallan de manera cada vez más preocupante en todo el planeta.
Este maldesarrollo, ciertamente no aqueja por igual a todos los países. Es mucho más notorio en los países periféricos que en las metrópolis capitalistas. En esta compleja situación, los países del mundo empobrecido siguen dependiendo de las lógicas de acumulación del capital transnacional, en las que juegan un papel preponderante los extractivismos, cada vez más violentos y voraces.
En este punto tampoco podemos permitir que el Cambio Climático sea usado como una excusa. Dicho carácter global no diluye ni tampoco atenúa la responsabilidad de los gobernantes y políticos, sino todo lo contrario, la acentúa y la pone en valor, a la hora de tomar decisiones acerca de las políticas públicas territoriales o de gestar programas de control y prevención ante los impactos que éstas políticas han generado. Dicho de otro modo: los incendios, inundaciones, sequías, huracanes y demás eventos extremos son parte de un fenómeno extendido en el planeta, que las políticas de gobierno potencian a través de medidas en favor del agronegocio, la megaminería, la fractura hidráulica (fracking), la expansión de la frontera petrolera, las grandes represas hidroeléctricas y los megaemprendimientos inmobiliarios, entre otros.
Más allá de sus diferencias internas, dichos modelos presentan una lógica común: gran escala (casi siempre), ocupación intensiva del territorio, amplificación de impactos ambientales y socio-sanitarios, desplazamiento de poblaciones, preeminencia de grandes actores corporativos y democracia de baja intensidad, que se expresa con una crecente criminalización a los defensores de los Derechos Humanos y de la Naturaleza.
Ahora bien, ¿qué país puede estar preparado para el Cambio Climático, o generar verdaderas estrategias de adaptación, si cuenta con políticas públicas que promueven ciegamente la deforestación, la destrucción de humedales, de manglares, de páramos, el incremento de la producción de combustibles fósiles, entre otros?
Se impone poner en su verdadero lugar la problemática ecológica. Que ésta no sea pensada como "un aspecto" o "una dimensión más", sino que se la analice a partir de una perspectiva integral. Deben debatirse las consecuencias, ya inocultables, del modelo productivo/extractivista consolidado en gran parte del globo terráqueo. Cualquier política ambiental que quiera llevarse a cabo sin debatir las múltiples implicancias del modelo de maldesarrollo hoy vigentes, será un parche, un recorte parcial, incluso un "ambientalismo superficial" (como dice la Enciclica Laudato Si del Papa Francisco), más que a una propuesta de discusión integral sobre sus consecuencias socio-ambientales, socio-sanitarias, económicas, culturales y políticas.
Por ello es que urge ir más allá y revisar todos esos hechos para establecer las correspondientes interrelaciones, sus causas y sus responsables, que sí los hay. No hay duda de que vamos a enfrentar nuevas tragedias. Debemos prepararnos, pero eso no basta. Cabe conocer los orígenes y alcances de estos complejos fenómenos, al tiempo que debatimos las políticas de la crisis que acabábamos de presenciar y también aquellas políticas radicales que necesitamos para prevenir -o al menos para minimizar- los impactos de nuevas crisis.
Y, sobre todo, hay que nombrar a los orígenes y a los causantes de estos problemas con transparencia y conectando sus principales nodos: extractivismos voraces, consumismo desbordado, contaminación imparable, desperdicios hasta programados, subsidios a combustibles fósiles, racismo ambiental, inequidades socioeconómicas… Notemos, por igual, que los recursos presupuestarios disponibles para enfrentar esta avalancha en ciernes son exiguos al compararse, por ejemplo, con los enormes, dañinos e insultantes gastos en armas y seguridad represiva, causantes -a su vez- de graves problemas sociales, políticos e inclusive ambientales. En una línea similar estarían los multimillonarios recursos destinados a los salvatajes bancarios o a subsidiar el consumo de los combustibles fósiles.
Aprovechemos el momento para proponer soluciones globales profundas. Hay que impulsar medidas que reduzcan dramáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, algo factible si disminuye el consumo y la extracción de cada vez más petróleo, carbón y gas; apoyando iniciativas como la propuesta -desde el Ecuador- para dejar en el subsuelo el crudo existente en el Parque Nacional Yasuní. Requerimos repensar íntegramente nuestras ciudades y sus sistemas de transporte.
Igualmente necesitamos replantearnos el campo -como proveedor crucial del alimento con el cual las sociedades sobreviven- y encontrar alternativas al agronegocio que produce suelos que ya no absorben los excesos hídricos y que necesita arrasar con bosques nativos, humedales, páramos, en su imparable avance por conquistar más y más territorios. Esta modelo es necesario cambiar, porque si bien puede traer riqueza para un sector reducido de la población, genera enormes impactos negativos que paga el resto de la sociedad y la Naturaleza.
Los patrones de consumo deben alterarse también profundamente. Ahora sabemos que el "desarrollo", en tanto reedición de los estilos de vida de los países centrales, resulta irrepetible a nivel global: se necesitarían 6 planetas para que todos los habitantes del mundo tengan el nivel de consumo de un norteamericano promedio. En suma, la organización de las sociedades no puede seguir como hasta ahora: con grupos relativamente reducidos de población que consumen sobre sus capacidades -e incluso sobre sus necesidades- mientras el resto la gran mayoría de habitantes del planeta- vive tratando de emular a los privilegiados, en un trajinar condenado a la frustración permanente.
Llamar las cosas por su nombre nos obliga a superar conceptos como aquello de antropoceno que nos recuerda que estos fenómenos extremos son lo menos "naturales" que existe, pues son de origen antrópico: el ser humano se ha convertido en una fuerza geológica de alcance global. Mejor hablemos sin rodeo de capitaloceno. No negamos que la Humanidad provoca los tremendos desajustes que hoy vive la Tierra, pero la responsable no es cualquier Humanidad, es la Humanidad del capitalismo. Una civilización que sofoca la vida tanto de los seres humanos como de la Naturaleza a fin de alimentar al poder que conocemos con el nombre de capital. Y en ese empeño de llamar las cosas como son, cabría renombrar a los monstruosos huracanes y fenómenos extremos por sus verdaderos nombres: Chevron-Texaco en vez de Irma, British Petroleum en vez de Harvey, Exxon en vez de María…
¡Solo la verdad servirá para construir nuestra emancipación!
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Artículo recibido: 20/09/2017
Artículo aprobado: 22/09/2017
On Line: 27/09/2017