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Desde el Sur

versión impresa ISSN 2076-2674versión On-line ISSN 2415-0959

Desde el Sur vol.13 no.3 Lima set./dic. 2021  Epub 31-Dic-2021

http://dx.doi.org/10.21142/des-1303-2021-0029 

Artículos

"Dos soles no pueden brillar bajo el mismo cielo". La entrevista de Guayaquil entre José de San Martín y Simón Bolívar (1822)

"Two suns cannot shine under the same sky". The Guayaquil interview between José de San Martin and Simón Bolívar (1822)

* Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima, Perú.

** Universidad San Ignacio de Loyola. Lima, Perú.

RESUMEN

El objetivo de esta investigación es examinar la llamada entrevista de Guayaquil celebrada entre José de San Martín y Simón Bolívar el 26 y 27 de julio de 1822. Utilizando una gama variada de fuentes históricas, hemos podido precisar los antecedentes, reconstruir la agenda ex post facto, esclarecer el leitmotiv de algunas decisiones, identificar ciertas consecuencias y evaluar su relevancia política, militar e histórica como punto de inflexión en el proceso independentista sudamericano.

Palabras clave: Guerra de Independencia; José de San Martín; Simón Bolívar; entrevista de Guayaquil; liderazgo; Guayaquil

ABSTRACT

The aim of this research is to examine the so-called Guayaquil Interview held between José de San Martín and Simón Bolívar on July 26 and 27, 1822. Using a variety of historical sources, we have been able to clarify the backgrounds, rebuild the ex post facto agenda, clarify the leitmotiv of some decisions, identify some consequences and evaluate their political, military and historical relevance as a turning point in the South American independence process.

Keywords: War of Independence; Jose de San Martin; Simon Bolivar; Guayaquil interview; leadership; Guayaquil

A Miguel Maticorena

(1926-2014)

In memoriam

Introducción

El objetivo central de la investigación es examinar la denominada entrevista de Guayaquil celebrada entre el general José de San Martín y el general Simón Bolívar entre los días 26 y 27 de julio de 1822. Utilizando una gama variada de evidencias históricas, hemos podido precisar los antecedentes, realizar una reconstrucción de la agenda ex post facto, determinar el leitmotiv de algunas decisiones políticas y militares, identificar algunas consecuencias y evaluar qué tan relevante fue en el plano político, militar e histórico como punto de inflexión en el proceso independentista sudamericano (Lynch, 2006; Martínez, 2013; Paredes, 2015; Morán y Rivera, 2021; San Martín Vásquez, 2020).

No fue ni una reunión secreta ni una reunión oficial y, por lo tanto, no hubo agenda oficial ni acuerdos formales. Fue una reunión privada. Bolívar la definió como "visita" y San Martín, como "entrevista". Sin embargo, hubo una agenda in pectore. No hubo testigos presenciales de las reuniones, a pesar de que una serie de personalidades han dejado su parecer en cartas, memorias, informes, relatos de viajeros, diarios personales y militares, etc. Algunos de ellos son poco confiables como evidencia histórica de esta entrevista, ya que reflejan simpatías o antipatías por los personajes. No obstante, algunos textos producidos por los propios protagonistas permiten reconstruir sus intenciones previas, la "agenda" y los pareceres, deliberaciones y motivaciones de las decisiones que se adoptaron antes, durante y después de la entrevista (Bolívar, 1950; Martínez, 2013; Ayala, 2009; Burga, 2009; San Martín, 1974-1976; Bragoni, 2017).

Esta entrevista fue un punto de inflexión en el proceso independentista sudamericano debido a tres motivos. Primero, significó el principio del fin de la etapa sanmartiniana, ya que, aunque ya había convocado al Congreso Constituyente y en pliego cerrado había redactado su renuncia, los magros resultados aceleraron su salida (Hall, 1998; Lynch, 2006 y 2009; Bragoni, 2017). Segundo, significó los inicios de la etapa bolivariana, a causa de la designación de Sucre como adelantado. Su arribo al Perú fue demorado por el propio Bolívar, ya que, aunque San Martín se retiró en septiembre de 1822, Sucre no llegaría al Perú hasta el 11 de mayo de 1823, y recién el 1 de septiembre de 1823 lo haría Bolívar. Y, tercero, obligó a la élite, especialmente la criolla limeña, a decidirse políticamente con respecto al proceso independentista y dejar de lado su proverbial ambigüedad, indecisión e indeterminación (Lynch, 2006, 2009 y 2010; Quiroz, 2009).

Los antecedentes de la entrevista

¿Cuál es el contexto de la entrevista? San Martín está políticamente estancado por los cuestionamientos de los liberales-republicanos y militarmente a la defensiva, debido al poderío militar realista ramificado en el virreinato peruano y la debilidad militar patriota, que se expresa en el insuficiente número de tropas, la inseguridad respecto al nivel de competencia de los oficiales y la escasez de recursos materiales. Consciente de la imposibilidad de romper este impasse, buscó el "auxilio" -San Martín dixit- de Bolívar para culminar la guerra. Bolívar, por su parte, está en pleno ascenso político-militar después de una devastadora y letal campaña militar en la actual Venezuela -en donde se calcula que murió un tercio de sus casi 800 000 habitantes- y de exitosas campañas, con mucho menores pérdidas, en la sabana colombiana y la sierra quiteña.

La entrevista se había frustrado en febrero de 1822. El 19 de enero de 1822, San Martín emitió un bando de delegación de mando en favor de Torre Tagle como supremo delegado y anunció una agenda mínima: "Voy a encontrar en Guayaquil al Libertador de Colombia; los intereses generales de ambos Estados, la enérgica terminación de la guerra que sostenemos y la estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América, hacen nuestra entrevista [énfasis nuestro] necesaria" (San Martín, 1974-1976, pp. 151-153).

San Martín, en carta a Bolívar, le dice: "Antes del 18 [de julio] saldré del puerto del Callao y, apenas desembarque en el de Guayaquil, marcharé a saludar a vuestra excelencia en Quito" (San Martín, 1974-1976, p. 159). Nótese que San Martín pensó que la reunión sería en Quito. Sucre y Bolívar llegaron a Guayaquil el 11 de julio de 1822 al mando de 5000 hombres, con lo cual evitaron que San Martín llegara a Quito; y -lo más importante- afirmaban su autoridad y soberanía más militar que política sobre Guayaquil, debido, entre otras razones, a que los guayaquileños estaban divididos entre autonomistas, separatistas y anexionistas a Colombia o al Perú; opciones que estaban a la espera del desenlace del proceso independentista para definir su destino.

¿Existió una agenda in pectore? Cotejando diversas fuentes se puede plantear:

  1. La culminación de la guerra de independencia en el Perú.

  2. La adopción de la forma de gobierno del Perú. San Martín creía que la monarquía constitucional permitiría una transición sin guerra civil, razón por la cual pretendía el gobierno de un príncipe europeo como una fórmula política transicional y transaccional con el sector de la élite criolla limeña, que todavía abrigaba sentimientos monárquicos y temía que la probable anarquía republicana, como había ocurrido en otras latitudes, desembocara en una guerra civil o algo mucho peor (por ejemplo, la guerra étnica en Haití). Bolívar, ubicado en las antípodas ideológicas, no compartía esta solución y se oponía firmemente a ello, entre otras razones, porque colisionaba con sus proyectos luego de la independencia. Creía en la república, aunque sus detractores dirían que su modelo era una monarquía con ropaje republicano.

  3. El anhelo de San Martín de "auxilio" de tropas y armas, aunque nunca quedó claro el sentido exacto de la palabra auxilio, ya que la consideraba una justa retribución militar por la división del Perú al mando de Santa Cruz, que contribuyó al triunfo en Pichincha y que selló la independencia del norte de Sudamérica.

Acerca del liderazgo

Le style c'est l'homme même.

Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon

Un aspecto que incidió en el desenlace de esta entrevista fue el liderazgo. El activismo o voluntarismo de Bolívar se basa no solo en su personalidad, sino también en el hecho de que él solo dependía del Congreso de Colombia y sobrellevaba, en la medida de lo posible, sus diferencias con Santander, su vicepresidente. Además, su segundo al mando en el plano militar era Sucre, quien siempre fue funcional a sus objetivos políticos y militares y con el cual rara vez discrepaba, entre otras razones, porque Sucre era un soldado profesional. Es decir, era apolítico, aunque en no pocas ocasiones Bolívar lo "arrastró" literalmente a la política, para que asumiera algunos cargos, a pesar de su reiterada renuencia a asumir responsabilidades políticas. El epistolario entre Bolívar y Sucre da cuenta de la afinidad que existía entre ambos y del amplio espíritu de colaboración de Sucre, quien durante toda la campaña debió ser el soldado más leal y apolítico cercano a Bolívar. En una carta Bolívar dirá lo siguiente: "Sucre [...] es muy propio para mandar tropas en campaña porque tiene talento, juicio, actividad, celo y valor; y yo a la verdad no me creo con tantas cualidades" (Bolívar, 1950, pp. 707).

Muy diferente fue la posición de San Martín, quien dependía política, financiera y logísticamente de dos actores muy distantes, O'Higgins en Chile y la Junta de Buenos Aires. En la lógica de Bolívar, ello generaba demasiadas trabas para una conducción eficaz de la guerra, como pondría en evidencia implícitamente al retardar su llegada a Lima. Este resquemor y resistencia de Bolívar por lo que ahora llamaríamos checks and balances se haría evidente en una carta:

Es preciso trabajar por que no se establezca nada en el país y el modo más seguro es dividirlos a todos. [...] es preciso que no exista ni simulacro de gobierno y esto se consigue multiplicando el número de mandatarios y poniéndolos todos en oposición. A mi llegada, el Perú debe ser un campo rozado para que yo pueda hacer en él lo que convenga (Rodríguez, 2017).

En el pensamiento bolivariano una dictadura a la romana -legal, investida por el Congreso y temporal- era la mejor solución. Y se lo planteó sin medias tintas al Congreso peruano:

Permítame el Congreso peruano ofrecerle, como el último testimonio de mi consagración absoluta a su causa, un aviso que puede serle saludable: quizá será el más grande servicio que logre hacerle al Perú en medio de las horribles circunstancias que lo rodean. Creo que la soberanía nacional debe crear un dictador con facultades ilimitadas omnipotentes; y que este dictador declare ley marcial en la república con las modificaciones que su sabiduría juzgue indispensables. Solo este dictador puede dar un rayo de esperanza a la salud de la república (Bolívar, 1950, p. 906).

El deterioro político y el fracaso de la campaña de intermedios originaron que el 10 de febrero de 1824 fuera llamado por el Congreso. Respecto a sus atribuciones conferidas por el Congreso, Sánchez Carrión lo diría sin ambages:

el decreto confiere amplias facultades más que las que pueden emanar de un poder discrecional [...] El Congreso, el presidente, la Constitución, las leyes y decretos quedan en suspenso, como entre los romanos cuando grandes riesgos amenazaban a la patria; en una palabra, todo queda al juicio de vuestra excelencia; el Perú se pone en su mano fuerte [...] El país lo necesita y la misma investidura lo requiere (Sánchez Carrión, 1974, p. 279).

Un institucionalista como Sánchez Carrión no puede dejar de reconocer: "siendo la primera vez que yo me decido en la revolución por personas y no por cosas, como antes lo había" (1974, pp. 284). Antes de esto, asistíamos a la paradoja de que San Martín se había convertido en la fase terminal del Protectorado en autoridad sin poder y Bolívar era poder sin autoridad hasta que el Congreso la formalizó. La combinación bolivariana de autoridad y poder generó resistencias entre importantes criollos peruanos como Riva Agüero (Lynch, 2006 y 2009).

No una, sino varias entrevistas en Guayaquil

Stricto sensu no hubo una entrevista, sino que se reunieron en seis ocasiones. La primera reunión fue un saludo a bordo, más por cortesía que por protocolo, de Bolívar; la segunda fue el retorno de este saludo; la tercera, ya en tierra, fue una entrevista que duró hora y media; y la cuarta fue una breve reunión complementaria de media hora. Todas el 26 de julio. La quinta reunión fue una larga entrevista el 27 de julio desde la una hasta las cinco de la tarde; y el sexto encuentro fue durante un banquete ofrecido en honor a San Martín, célebre por el brindis, según el testimonio del coronel Rufino Guido. Bolívar al brindar dijo: "Por los dos hombres más grandes de la América del Sur, el general San Martín y yo". San Martín, modestísimo, brindó "Por la pronta conclusión de la guerra, por la organización de las diferentes repúblicas del continente y por la salud del Libertador de Colombia" (Hall, 1998, p. 177).

Las dos reuniones prolongadas y la breve reunión fueron de carácter privado. No hubo testigos presenciales. Sin embargo, tanto Bolívar como San Martín redactaron algunas cartas aludiendo a su tenor y sus resultados (Bolívar, 1950, pp. 256-264; Martínez, 2013; San Martín, 1950, pp. 8790; Bragoni, 2017, p. 429).

Estos informes y cartas han permitido corroborar que San Martín dijo, entre otras cosas: 1) que las Fuerzas Armadas eran débiles, lo que podría deducirse como insuficientes e inexpertas; 2) que deseaba retirarse después de instaurar un gobierno; y 3) que era favorable a una monarquía constitucional. Poco después le dirá a Bolívar con franqueza: "General, mi partida está irrevocablemente tomada, para el 20 del mes entrante he convocado al primer Congreso del Perú y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que solo mi presencia es el único obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército de su mando" (Hall, 1998, p. 171).

San Martín, pocos años después, ante el pedido de Guillermo Miller para que esclareciera públicamente algunas informaciones tendenciosas y falsas, le contestará lo siguiente:

En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar los auxilios [énfasis nuestro] que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales de América) lo exigía, por los que el Perú tan generosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundado, cuanto el ejército de Colombia, después de la batalla de Pichincha, se había aumentado con los prisioneros y contaba con 9600 bayonetas, pero mis esperanzas fueron burladas al ver que en la primera conferencia con el Libertador me declaró que haciendo todos los esfuerzos posibles solo podría desprenderse de tres batallones con la fuerza total de 1070 plazas [...] Estos auxilios no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba convencido de que el buen éxito de ella no podía esperar sin la activa y eficaz cooperación [énfasis nuestro] de todas las fuerzas de Colombia; así es que mi resolución fue tomada en el acto creyendo mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del país. Al día siguiente y a presencia del vicealmirante Blanco [Encalada], dije al Libertador que, habiendo convocado al Congreso para el próximo mes, el día de su instalación sería el último de mi permanencia en el Perú, añadiendo: ahora le queda a usted, general, un nuevo campo de gloria en que va usted a poner el último sello a la libertad de la América (San Martín, 1974-1976, pp. 165-167).

Nótese que San Martín quería "auxilios"; y no forjar una alianza militar, aunque en una carta habló de "cooperación" (Hall, 1998, p. 170). Y que difícilmente Bolívar, después de haber liberado a la actual Venezuela, Colombia y el actual Ecuador, iba a dejar inconcluso su proyecto no solo militar, que ya le estaba tomando 11 años, sino también político de unidad e integración continental.

Bolívar no aceptó el ofrecimiento de San Martín de "servir bajo sus órdenes" (Hall, 1998, p. 170); entre otras razones, porque reconocía el aporte de San Martín. A esto debemos añadir la eventualidad de convertirse en su relevo al agudizarse sus diferencias con las autoridades de Colombia, sea el Congreso o con su vicepresidente Santander; las autoridades del Perú, especialmente el Congreso Constituyente; las autoridades de Chile, tanto O'Higgins como sus detractores; y la Junta de Buenos Aires, desgarrada por facciones internas y conflictos con las provincias unidas del Río de la Plata. Frente a tantos posibles frentes políticos no se arriesgaría a tener como subordinado a alguien de su talla. No por casualidad su segundo al mando era Sucre, cuya lealtad era indudable y cuya aversión al mando político era conocida. Tal como lo refirió el propio Sucre en carta a Santander:

Temo, mi amigo, que mi falta de luces para gobernar pueblos me haga cometer errores. Usted sabe que yo estoy desde la edad de 13 años en un cuartel, y que nada sé de las materias que a cada paso van a presentárseme. Mucho, mucho se lo dije al Libertador, pero él insistió en que yo mandase un país que manifestaba alguna deferencia por mí. Haré lo que ustedes quieran (Sucre, 1981, p. 72).

No existen evidencias para suponer que hubieran debatido la posibilidad de crear un doble teatro de operaciones militares -norte y sur- en el Perú, para dividir, debilitar y desgastar a los realistas y acelerar su derrota por combatir en dos frentes. Tampoco existen evidencias de ello en la correspondencia intercambiada entre ambos y con terceros; aunque en una comunicación a los ministros de Estado y Relaciones Exteriores del Perú y Chile, Bolívar solicita al gobierno de Chile se "pudiese dividir la atención de los enemigos" (Bolívar, 1950, p. 232) e incluso espera que las autoridades del Río de la Plata realicen una incursión hacia el Cusco. Estas propuestas no encontraron respaldo.

Un segundo frente habría agudizado las dificultades realistas debido a que no contaban con el dominio marítimo. Factor clave desde el punto de vista de O'Higgins, quien, comentando la captura de la corbeta Chacabuco (1819), diría: "Este triunfo y cien más serán insignificantes sin el dominio del mar". Algo que más adelante sería refrendado por Bartolomé Mitre: "San Martín y el gobierno de Chile sabían que el dominio del mar era condición indispensable para llevar con éxito la guerra al Perú" (Mitre, 1980, pp. 517-530). Agreguemos que había otros teatros de operaciones militares como el Caribe y México que también demandaban ingentes recursos humanos y materiales, y que dificultaban que Sudamérica fuera prioridad política, militar y logística para la metrópoli.

En 1848, San Martín, en carta dirigida a Ramón Castilla, aludiría a la entrevista de Guayaquil:

Yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndole puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestad) de que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando no era otro que la presencia del general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas que yo disponía. Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no solo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible, cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la independencia hubiera terminado en todo el año 23. Pero este hermoso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que usted podrá calcular y que no está al alcance de todos poderlo apreciar (Bragoni, 2017, p. 429).

¿Quo vadis, Guayaquil?

San Martín desembarcó a las 9 de la mañana del 26 de julio de 1822. Las palabras de bienvenida de Bolívar no pudieron ser más elocuentes para sacar de la agenda, si es que alguna vez lo estuvo, el destino de Guayaquil: "Suelo colombiano te recibe" le dijo Bolívar (1950). Esta posición no era desconocida por San Martín. En carta del 25 de julio de 1822, Bolívar le había manifestado: "Usted no dejará burlada el ansia que tengo de estrechar en el suelo de Colombia al primer amigo de mi corazón y de mi patria" (Bolívar, 1950, p. 655).

Desde el punto de vista de Bolívar, ¿por qué Guayaquil debe pertenecer a la Gran Colombia? En varias cartas lo señala: "Quito no puede existir sin el puerto de Guayaquil, lo mismo Cuenca y Loja. Las relaciones de Guayaquil son todas con Colombia. Tumbes es límite del Perú y por consiguiente la naturaleza nos ha dado a Guayaquil" (Bolívar, 1950, p. 612). En otra carta dirigida a Francisco de Paula Santander le dirá: "Yo considero a Guayaquil perteneciente a Colombia" (Bolívar, 1950, p. 614). Y añade:

la independencia de Guayaquil no sería más que el señalamiento de un campo de batalla a dos estados belicosos; que una ciudad y un río no pueden constituir una nación; que Guayaquil ha sido una dependencia de la presidencia de Quito y esta de la Nueva Granada [...] que Túmbez es el límite natural del Perú y Guayaquil está fuera de él [...] Al general Sucre le digo que, por ningún caso, permita que Guayaquil se incorpore a otro gobierno (Bolívar, 1950, p. 616).

En otra carta le reitera lo mismo a Santander: "Hablando de política, digo que no me parece bueno dividir a Quito en departamentos, porque Guayaquil debe estar sujeto a Quito, por política y por razón" (Bolívar, 1950, p. 635).

Con respecto al destino de Guayaquil, en la referida carta-informe Bolívar señala que San Martín le dijo que "no se había mezclado en los enredos de Guayaquil"; con lo cual denotaba su renuencia a modelar a su favor a la opinión pública. San Martín, en diversas cartas y documentos, ya había señalado que debía ser el sentir de la opinión pública la que guiara la conducta política de los libertadores y, por tanto, creía que el destino de las naciones debían expresarlo los ciudadanos reunidos en cabildo abierto. Por ejemplo, el 8 de septiembre de 1820 emitió un documento en que a la par que declaraba el cese del gobierno español y se autoproclamaba, singularmente, "revestido de la autoridad suprema por el imperio de las circunstancias", precisaba que:

en medio de los trabajos de una campaña es imposible dictar nada de estable, porque sería muy difícil y moroso conocer la voluntad de los pueblos, así todo cuanto fuere establecido por mí se considerará solo provisional hasta que, concluida la guerra, puedan ellos pronunciarse sobre sus futuros destinos. Un gobierno y sus instituciones no tienen fuerza ni duración sino mientras están sostenidos por la opinión pública. Asegurada la independencia, nos quedará tiempo para pensar en la consolidación del orden social (Hall, 1998, pp. 123-124).

Muy diferente fue la postura de Bolívar, quien era mucho más proactivo o decisionista, y siempre trató de modelar la opinión pública en su favor.

El destino de Guayaquil no estaba agendado debido a que San Martín pensó que correspondía al Perú. Sin embargo, su edecán, el coronel Rufino Guido, tiene un parecer diferente:

El general San Martín salió del Callao para Guayaquil, con el objeto ostensible de tener una entrevista con el general Bolívar; pero muy reservadamente, con el de apoderarse de aquel importante departamento que se había declarado en favor del Perú, anticipándose al general Bolívar, cuyas intenciones y movimientos de sus tropas al efecto habían llegado a noticia del gobierno peruano. Para esta empresa se embarcaron dos batallones (Hall, 1998, p. 173; San Martín, 1974-1976, p. 171).

Según Guido, San Martín le dijo: "Qué les parece a ustedes cómo nos ha ganado de mano el Libertador Simón Bolívar?" (Hall, 1998). No obstante, San Martín confiaba en que la opinión pública guayaquileña se resistiera a la anexión colombiana y optara por el Perú.

Que San Martín no aludiera al destino de Guayaquil probablemente se debió a que había problemas mucho más graves que su destino. Además, el principal teatro de operaciones ya era el sur (Perú) y no el norte (Colombia), y el grueso del ejército realista sudamericano estaba en el Perú. De ahí que fuera relevante, no solo políticamente sino también militarmente, la forma de gobierno del Perú. Una monarquía constitucional podría apaciguar a los realistas, ganarse el favor de los criollos moderados o gradualistas que permitiera un triunfo político sin guerra (prolongada), y evitar una cruenta guerra civil e incluso racial; pero esta opción no era compartida por Bolívar. No menos importante fue su resistencia a la constitución de un gobierno democrático -idea compartida incluso por los liberales criollos-, en vista de lo arraigado de la servidumbre y esclavitud, además de la heterogeneidad racial y la virtual inexistencia de lazos comunes entre los diferentes sectores sociales como para forjar sentimientos de unidad -comunidad imaginaría, diría Benedict Anderson-, algo que ya había sido señalado por Monteagudo (Monteagudo, 1822, 1823 y 2009; Montoya, 2001 y 2002).

El tránsito del virreinato a la república, o de la colonia a la república, y de la servidumbre y esclavitud a la ciudadanía no sería tarea fácil como lo entrevió Sánchez Carrión, quien al oponerse a la monarquía argumentó: "¿Qué seríamos? ¿Qué tendríamos? ¿Cómo hablaríamos a la presencia del monarca? [...] seríamos excelentes vasallos, y nunca ciudadanos [...] nuestro lenguaje explicaría con propiedad nuestra obediencia" (Sánchez Carrión, 1974, p. 354).

Con posterioridad, estas barreras institucionales serían puestas en evidencia por los viajeros extranjeros y exiliados chilenos, como José Victorino Lastarria, quien creía que:

El sistema democrático tiene aquí obstáculos insuperables que vencer: la diferencia de castas, la indolencia e ignorancia de las masas, los hábitos y sentimientos monárquicos que engendró y radicó el sistema colonial, y la desmoralización producida por el gobierno altamente inmoral de los virreyes y por la guerra civil, darán trabajo para un siglo más a las que deseen ver realizado el prospecto de la revolución (Lastarria, 1967, p. 109).

La posición tanto de San Martín como de Bolívar con respecto al destino de Guayaquil, al margen de lo que pudieran pensar los propios guayaquileños, aparece en diversas comunicaciones. San Martín le escribe a Bolívar:

Por las comunicaciones que en copia me ha dirigido el gobierno de Guayaquil, tengo el sentimiento de ver la seria intimación que le ha hecho vuestra excelencia para que aquella provincia se agregue al territorio de Colombia. Siempre he creído que en tan delicado negocio el voto espontáneo de Guayaquil sería el principio que fijase la conducta de los estados limítrofes, a ninguno de los cuales compete prevenir por la fuerza la deliberación de los pueblos [...] No es nuestro destino emplear la espada para otra que no sea el de confirmar el derecho que hemos adquirido en los combates para ser aclamados por libertadores de nuestra patria. Dejemos que Guayaquil consulte su destino y medite sus intereses para agregarse libremente a la sección que le convenga (San Martín, 1974-1976, pp. 153).

San Martín cree en la importancia de la opinión pública y en el principio de la libre determinación de los pueblos expresados a través de sus cabildos. Mientras que Bolívar no cree en la neutralidad, es intervencionista y prefiere subordinarla a consideraciones militares y geopolíticas.

El diario personal de Manuela Sáenz brinda algunas evidencias al respecto. Dice en una anotación del 4 de junio de 1822: "Parece que el Libertador prepara la adhesión de Guayaquil a la Gran Colombia, pues sin este puerto no habría condición estratégica para la República" (Sáenz y Bolívar, 2010, p. 123). La apreciación de Sáenz es correcta. Guayaquil reviste de importancia estratégica y geopolítica para Colombia, porque sería su principal puerto de salida al océano Pacífico.

Años después, Manuelita Sáenz, en sus anotaciones del 27 de agosto de 1843, vuelve a abordar el tema y se ufana de la capacidad persuasiva que tuvo:

Cuando surgió el asunto de Guayaquil, ya conocía bien al general San Martín, y usé mi amistad con algunos de sus devotos [partidarios]; especialmente con Rosita [Campuzano], para averiguar cosas necesarias a la causa de la anexión de Guayaquil a Colombia. Convencida, como lo estaba también el Libertador y presidente, de que Guayaquil era completamente del territorio de Colombia, le aconsejé que no permitiera que esa provincia se separara de su patria madre, y de no permitir que los peruanos intentaran mutilar este pedazo de suelo colombiano. Le manifesté a su excelencia que yo conocía muy bien las debilidades del señor general San Martín, que me había condecorado como "Caballeresa del Sol". Simón no me permitió que yo le hablara de esas debilidades. Por el momento. Pero luego, muy preocupado, me preguntó: "¿Sabe usted, señora, con qué elementos puedo, de su intuición de usted, convencer a este señor general, para que salga del país sin alboroto, desistiendo de su aventura temeraria de anexar Guayaquil al Perú?". Entonces yo le contesté: "Vaya usted en persona e impresione a esos indecisos, acójalos bajo protección de la república de Colombia y encárguese usted mismo del mando militar y político de ese puerto y su provincia" (Sáenz y Bolívar, 2010, pp. 191-192).

El corolario sobre el destino de Guayaquil quedó tempranamente evidenciado en una carta de San Martín a Bolívar:

Nada diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la República de Colombia: permítame usted, general, le diga que creo que no era a nosotros a quien pertenecía decidir este importante asunto: concluida la guerra, los gobiernos respectivos lo hubieran transado, sin los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos Estados de Sudamérica (Hall, 1988, pp. 170-172).

De "auxilios" y tropas bolivarianas rumbo al Perú

San Martín ha dejado constancia de su malestar, por lo que consideraba el poco auxilio prometido por Bolívar. ¿Qué tan exigua fue la oferta de tropas? Según Ayala Mora, Bolívar contaba con 5000 hombres. Y le ofrecía casi un 20% de sus tropas (Ayala, 2009, p. 129). Sin embargo, San Martín creía que después de la batalla de Pichincha, Bolívar había realizado un nuevo reclutamiento y contaba con casi 10 000 hombres (San Martín, 1950). Si la primera cifra era correcta, su porcentaje no era nada desdeñable; aunque insuficiente, ya que creía que los realistas eran unos 8500 (Hall, 1998, p. 172). No obstante, la información es contradictoria, ya que Bolívar en carta a Santander dirá: "Lleva 1800 colombianos en su auxilio, fuera de haber recibido la baja de sus cuerpos por segunda vez, lo que nos ha costado más de 600 hombres: así recibirá el Perú 3000 hombres de refuerzo, por lo menos" (Bolívar, 1950, pp. 262-264). Y en carta a Sucre le dirá: "El batallón Vencedor en Boyacá y el batallón Pichincha se han embarcado ayer para seguir al Perú. Antes se había embarcado Yaguachi para el mismo destino. Estos tres cuerpos ascenderán a 1800 hombres, que con cerca de 800 que tiene la antigua Numancia, llamado hoy Voltígeros de la Guardia, formarán la división de Colombia auxiliar del Perú" (Bolívar, 1950, pp. 259-262). Las cifras del batallón Numancia son contradictorias. Algunos autores le atribuyen 996 plazas entre peruanos y venezolanos (Medina, 2001, p. 122). Bolívar reclamaría el batallón Numancia como propio, debido a que consideraba que la mayoría de sus soldados eran venezolanos. En concreto, la oferta fue de 2600 hombres. La cifra es significativa si la comparamos con el hecho de que San Martín desembarcó en Pisco con poco más de 4450 hombres. Pero, sin duda, una cifra insuficiente. Después de la entrevista de Guayaquil, Bolívar reclutó a 4000 soldados más, probablemente consciente no solo del elevado número de tropas realistas, sino también de la experiencia militar y habituada a la geografía del Perú; lo que podría causar una larga guerra de movimientos. Además, debía tener muy presente algunos azotes de los ejércitos: las deserciones y las enfermedades y epidemias.

¿Cuál era el tamaño de las filas patriotas? Hall señala con precisión la lista de las fuerzas generales embarcadas en Valparaíso el 20 de agosto de 1820 y totaliza 4365 (Hall, 1998, p. 131). Según Lynch, San Martín pensaba que se requerían unos 6000 soldados; a diferencia de Belgrano, que pensaba en 8000 (Lynch, 2009, p. 267). El ejército patriota subió a 6648 hombres en la revista del 15 de enero de 1821 y disminuyó a 3273 hombres para octubre de 1822, lo que explica su deseo de auxilio militar de Bolívar, quien enviaría a 2230 hombres de la división auxiliar de la Gran Colombia. Esta última cifra era más del doble de lo ofrecido inicialmente (Medina, 2001, p. 99). El 15 de enero de 1821 contaba con 6648 hombres, de los cuales 2500 eran peruanos. Para octubre de 1822 esta cifra disminuyó a 3273 (1815 argentinos y 1458 chilenos), sin incluir a 2230 hombres de la División Auxiliar de Colombia, que llegó ese mes y regresó poco después, para retornar finalmente para las campañas de Junín y Ayacucho (Medina, 2001, p. 99).

Existen evidencias para suponer que los mestizos se incorporaron al ejército patriota. Pero ¿de dónde extraer soldados? No fueron pocos los indígenas entre las tropas realistas, y en el bando patriota fueron parte de las guerrillas y montoneras. ¿Qué otras opciones existían? ¿Reclutar o levar a los esclavos negros a cambio de su libertad? Según Medina, "gran número de esclavos [...] llegaron como voluntarios al campamento de Pisco [...] Posteriormente se presentaron 3000 esclavos, de los cuales escogió 1000 para ser incorporados a la caballería. A los dueños de estos esclavos San Martín ordenó indemnizarlos para demostrar su respeto por la propiedad privada" (Medina, 2001, pp. 121-122).

A diferencia de Chile y Argentina, donde el número de esclavos fue exiguo y no hubo grandes resistencias para la abolición, en el Perú bordeaban los 50 000 hombres y su nexo con la economía agraria hacendaria era muy fuerte como para que los terratenientes, criollos y no criollos, apoyaran la abolición aun cuando fueran indemnizados, e incluso entre quienes a regañadientes apoyaban la independencia; pero apoyar la abolición era diferente. De ahí que San Martín apostara por el gradualismo. Esta limitación estructural (política, social y económica) para reclutar negros esclavos lo llevó a confiar más en un triunfo político (de ahí su énfasis en ganarse a la opinión pública) que en un triunfo militar, que podría ser largo y muy costoso. Además, prefería un cambio político, pero sin llegar a un cambio en el orden social -mutatis mutandis-, hecho que explicaría, entre otras razones, su prolongada inactividad militar y estrategia defensiva, aunque no de contención.

En octubre de 1822, la Junta Gubernativa designada por el Congreso Peruano contaba con 3953 soldados en el llamado Ejército del Sur (Medina, 2001, p. 132). En mayo de 1823, y ya bajo la presidencia de Riva Agüero, el Ejército del Perú contaba con 5095 y una reserva de 3000 hombres (Medina, 2001, p. 129). Riva Agüero contaba con 10 000 hombres a fines de mayo de 1823 (Medina, 2001, p. 133). Ya bajo mandato de Bolívar a partir del 1 de septiembre de 1823, el Ejército Unido contaba con 8051 hombres (Medina, 2001, p. 97). En enero de 1824 contaba con 2556 peruanos sin incluir las tropas propiamente bolivarianas, colombianas y venezolanas en su mayoría. En mayo de 1824 subió a 3240 el Ejército Peruano (Medina, 2001, pp. 130-136). Mientras que el ejército bolivariano y lo que quedaba del argentino (85 plazas) alcanzó la cifra de 4811. Como Ejército Unido se así totalizaba 8051 hombres, número que disminuyó levemente hasta 7966 hombres en agosto de 1824 (Medina, 2001, pp. 136-137).

Estas fluctuaciones en el número de tropas, hecho que también ocurría en el ejército realista, no se debían tanto a muertos en batalla, sino a bajas por múltiples factores. Fueron muy importantes y recurrentes las deserciones, enfermedades y epidemias, que podían causar un 20% de bajas. San Martín refiere que el "ejército patriota diezmado por las enfermedades, no podía poner en línea más de 8500 hombres, y de estos una gran parte reclutas" (Hall, 1998, p. 171). Las deserciones y sobre todo las enfermedades y epidemias fueron recurrentes (Sánchez, 2001; Lynch, 2009). Según la propia Sánchez, de los 5000 hombres con que inicialmente contó San Martín, 3000 enfermaron y morían a razón de 30 y 50 al día (Sánchez, 2001).

En los hechos se produjo un cambio en la demografía del ejército: una deschilenización y "desargentinización", así como una creciente peruanización y colombianización. Este último hecho tendría repercusiones sobre la opinión pública, ya que una prolongada estadía consumidora de recursos y plagada de inconductas (de tropas y oficiales) generaba sentimientos de ser un "ejército de ocupación" y no un ejército de liberación, como insistía San Martín. Y su presencia podía ser tan agobiante, costosa y odiosa como la del ejército realista.

San Martín "[se quejó] mucho del mando y sobre todo de sus compañeros de armas que últimamente lo habían abandonado en Lima" (Bolívar, 1950, pp. 259-262). Es probable que se refiera a la calidad de los oficiales, puesto que años después, en carta a Miller, le dirá: "si yo hubiera tenido la felicidad de tener en el ejército que mandaba, solo seis jefes que hubieran reunido las virtudes y conocimientos de usted, yo estoy bien seguro de que la guerra del Perú se habría terminado dos años antes de lo que ha concluido" (Lynch, 2009, p. 269).

No siempre los mejores oficiales tuvieron mando de tropa, hecho que sería corregido en gran medida por acción de Sucre. Buenos Aires prácticamente había dejado a su suerte al Ejército de los Andes a causa de los conflictos internos en la junta porteña y con las provincias del Río de la Plata. A ello se sumó el abandono logístico y financiero, las limitaciones financieras y logísticas de O'Higgins, y los problemas políticos internos; que explican las graves dificultades de San Martín y la búsqueda de auxilio (Rabinovich, 2012).

6. El ejército realista: la relatividad del peso del número y el costo político de la dispersión militar

¿A qué atribuir que la magnitud del "auxilio" militar de Bolívar fuera un tema que encrespara el diálogo entre San Martín y Bolívar, tal como se evidencia en la correspondencia que ambos cursaron a terceras personas? Resulta evidente, al examinar las fuentes, que el tamaño del ejército realista en el Perú generaba preocupaciones tanto en San Martín como en Bolívar. Por lo tanto, ¿cuál era su tamaño? Pezuela, para septiembre de 1820, contaban con 23 000 hombres, distribuidos en: 6000 (Puno y Alto Perú), 8500 (Cusco, Arequipa, Jauja y Cerro de Pasco), 7000 (Lima, Callao y las costas inmediatas, de los cuales, para julio de 1821, 1000 estaban enfermos) y 1500 (Guayaquil) (Medina, 2001, pp. 115-120). La cifra de 1500 realistas en Guayaquil es relativa y tal vez fue mayor, porque después de la batalla de Pichincha, ocurrida el 24 de mayo de 1822, Sucre informa del número de bajas: "cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros, además [de] 190 heridos de los españoles y 140 nuestros [...] y la toma de 1100 prisioneros de tropa [y] 160 oficiales" (Sucre, 1981, p. 69). Es decir, los muertos españoles oscilarían entre el 25%-30%, una cifra muy alta. Si la cifra de 1500 realistas en Guayaquil fuera real, hubiera significado el aniquilamiento de este frente militar; algo que no se menciona en los testimonios de época y que habría causado honda conmoción en ambos bandos, por la letalidad que podrían ser las batallas venideras; algo inusual en los Andes y solo comparable a las víctimas durante y, sobre todo, después de la derrota de Túpac Amaru II. Pero en esta ocasión sería diferente, ya que si en aquel entonces la represión fue de españoles, criollos y mestizos contra indios; en esta ocasión podría ser una guerra de aniquilamiento entre españoles, criollos y mestizos a una escala mayor.

Sucre no utiliza términos que den cuenta de una derrota devastadora en términos humanos, aunque sí precisa que es el fin de la contienda en Colombia (Sucre, 1981). Idea esta última que es compartida por Bolívar en carta a San Martín: "Tengo la mayor satisfacción en anunciar a vuestra excelencia que la guerra de Colombia está terminada, que su ejército está pronto a marchar donde quiera que sus hermanos lo llamen, y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del sur" (San Martín, 1974-1976, p. 156).

De manera comparativa en la batalla de Junín, librada con "arma blanca"; los 4900 realistas tuvieron 250 muertos (5%) y 83 heridos; a diferencia de los patriotas, que presentaron 9000 hombres y tuvieron 45 muertos (0,5%) y 99 heridos. A pesar del bajo porcentaje de bajas, el impacto psicológico y moral en el bando realista fue señalado por el general Canterac: "Nuestra pérdida ha sido de poca consideración en el número de hombres; pero sí ha influido extraordinariamente en el ánimo, particularmente en el de caballería. La influencia de la fuga de nuestra caballería, y la superioridad numérica de la infantería enemiga, me obligaron a replegarme" (Rodríguez, 2017, p. 84).

Para mayo de 1823, La Serna contaba con 14 800 hombres distribuidos de la siguiente manera: Canterac en Jauja con 8000, Monet en Ica con 1000, La Serna en Sicuani con 900, Carratalá en Arequipa con 2000 y Valdéz en Huamanga con 2900 (Medina, 2001, p. 133). Otras fuentes señalan a 18 000 hombres distribuidos en: 8000 en el norte, 1000 con La Serna en el Cusco, 3000 en el sur en Arequipa con Valdez, 4000 en el Alto Perú con Olañeta, y 2000 como columnas móviles (Rodríguez, 2017, pp. 29-30). Según Fisher, en 1820 "Pezuela contaba [con] 23 000 hombres, "el ejército del Alto Perú" (10 000) comandado por Ramírez, y el "ejército de Lima" de 6000 hombres, bajo el mando del virrey mismo. La guarnición del Callao (1000 hombres) y otros destacamentos al norte y al sur de Lima incrementaban las fuerzas a casi 9000 hombres" (2000, p. 200). Otras fuentes reseñadas por Fisher señalan que: "en febrero de1821, un oficial naval británico estimaba que las fuerzas realistas sumaban 7000 hombres, incluyendo a 2500 europeos después de las deserciones a San Martín (la más conspicua de las cuales fue la del batallón Numancia con 650 hombres" (2000, p. 201). El tamaño de estas "columnas móviles" causaba mucha zozobra, agotamiento de recursos locales, alteraciones en los negocios y disminución del circulante, lo que generaba gran daño a las economías locales y regionales (Mazzeo, 2009).

En el balance global, Fisher, basado en otras fuentes, señala que "seis mil de las 33 000 tropas despachadas de España a América entre 1810 y 1818 habían llegado al Perú, la mayoría de ellas en 1815-1818" (Fisher, 2000, p. 201). Sin embargo, un porcentaje elevado serían criollos que cambiarían de bando. Hecho habitual, y con idas y venidas para ambos bandos, aunque la historiografía nacionalista suele destacar los cambios del bando realista al bando patriota y censurar los pases al bando realista. Ello a todas luces puede ser discutible, pero políticamente legítimo si definimos la guerra de independencia como una guerra civil, tal como lo postulan historiadores de concepciones historiográficas tan diferentes como Jorge Basadre, Tulio Halperín, José A. de la Puente Candamo o Heraclio Bonilla.

Las investigaciones de Marchena y otros autores no dejan la menor duda del alto porcentaje de criollos entre los oficiales venidos desde España (Albi de La Cuesta, 1990; Marchena, 1990, 1992 y 2005; Luqui-Lagleyze, 2006; Kuethe y Marchena, 2005; Semprún, 1999; Semprún y Bullón, 1992). Por ejemplo, Luqui-Lagleyze, analizando las fojas de servicios de 364 oficiales, encontró: 129 peninsulares (35,5%), 226 criollos (62%) 5 extranjeros (1,3%) y 4 de otras naciones (3 genoveses y 1 irlandés, 1,2%) (2006).

Los realistas en el Perú contaban con generales muy competentes, aunque divididos ideológicamente entre absolutistas y constitucionalistas (Luqui-Lagleyze, 2006), y ya habituados a las inclemencias del clima y la sierra peruana, a diferencia de los oficiales bolivarianos, que venían de combatir en el llano venezolano, la sabana colombiana y una corta guerra en la sierra quiteña. Consciente de ello, Bolívar no dejó de reiterar en varias cartas la necesidad de entrenar cotidianamente y aclimatar a las tropas en la sierra peruana.

Consideraciones finales

Las consecuencias de la entrevista de Guayaquil nos permiten deducir que fue un punto de inflexión en el proceso independentista sudamericano por varias razones. Primero, fue el principio del fin de la etapa sanmartiniana. Segundo, sentó las bases de la etapa bolivariana. Tercero, marcó el declive de la relativa importancia de la elite criolla limeña, que generaba justificada desconfianza, no solo en Bolívar, sino también en Monteagudo, por su falta de determinación y un compromiso activo por la independencia -algo ya señalado por el propio Monteagudo-, lo que lo obligó a medidas drásticas como la masiva deportación de españoles. En sus memorias señala:

Cuando el ejército libertador llegó a las costas del Perú, existían en Lima más de 10 000 españoles distribuidos en todos los rangos de la sociedad [...] Poco antes de mi separación, no llegaban a 600 los que quedaban en la capital. Esto es hacer una revolución, porque creer que se puede entablar un nuevo orden de cosas con los mismos elementos que se oponen a él es una quimera (Monteagudo, 1822, p. 351).

En su defensa, Monteagudo adujo que sus directivas contaron con la aprobación de Torre Tagle: "las órdenes ejecutivas para que saliesen los españoles emanaron del marqués de Trujillo, que era entonces supremo delegado: yo aplaudí y coadyuvé su celo, porque estaba de acuerdo con el mío" (Mc Evoy, 1996 y 2006). Según Anna, la política de secuestro [de bienes] significó la destrucción económica de 1463 miembros de la clase propietaria limeña (Anna, 2003; Rizo Patrón, 2001; Mc Evoy, 2002; Ortemberg, 2009; O'Phelan, 2017).

Cuarto, se requería una reestructuración de los diversos ejércitos patriotas existentes (es decir, Ejército del Perú, Ejército de los Andes, Ejército de Chile y Ejército Grancolombiano), y su transformación en un Ejército Unido. Quinto, asignar mando de tropas en función a capacidades, disciplinar a tropa y oficiales, y mejorar la logística (tarea que sería de responsabilidad de Sucre). Sexto, el fin de las posibilidades monárquicas constitucionales. Y, séptimo, la pérdida de peso relativo de chilenos y "argentinos" en la independencia del Perú y su "peruanización" y colombianización bajo la batuta de Bolívar.

La simplificación del análisis de la independencia como una confrontación entre "patriotas" y "realistas" ha soslayado las diferencias internas en ambos bandos por múltiples razones (Mazzeo, 2009; Pérez, 2015). Y ha omitido el análisis de las contradicciones y animosidades entre "argentinos", chilenos y colombianos; así como las percepciones que generaron tanto en la élite local -limeña y provincial- y los sectores populares; además de los costos políticos y económicos de su prolongada presencia en el Perú (Lynch, 2009, p. 265). Ello se reflejó en el cambiante clima de la opinión pública desafecta con los españoles, pero no muy afecta con los patriotas, como dan cuenta varios observadores y viajeros extranjeros, especialmente Hall, Mathison y Stevenson, entre julio de 1821 y septiembre de 1822 (Núñez, 1971-1973).

La entrevista de Guayaquil consagró el hecho de que el centro de gravedad geopolítica y militar ya no era Colombia (a pesar de la estrategia ofensiva de Bolívar), sino el Perú (a pesar de la estrategia defensiva de San Martín). Y el teatro de operaciones militares ya no sería ni Colombia ni la costa peruana o Lima, sino la sierra. Lo que quedó corroborado con las dos batallas -Junín y Ayacucho-, que definieron no solo la independencia del Perú, sino también la de Sudamérica.

Este cambio del teatro de operaciones convertiría la campaña militar en agotadora de recursos humanos y materiales, para ambos bandos, y su análisis exige pasar de una aproximación macropolítico-militar a lo micropolítico-militar, tal como se plantean en algunas investigaciones recientes que indirectamente ponen de relieve las dimensiones locales y regionales del proceso independentista. La estrategia continental y subcontinental cedió paso, temporalmente, a consideraciones tácticas locales y regionales, cuyos desenlaces deben más al azar, la necesidad, la contingencia -e incluso la suerte- que a elaborados planes estratégicos (Basadre, 1973; Montoya, s. f.; Hernández, 2008). Es este tipo de enfoque lo que nos puede brindar nuevas interpretaciones de cara al bicentenario de la independencia del Perú, cuya fecha no podrá librarse de la controversia: ¿1821 o 1824?.

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Fuente de financiamiento: Autofinanciado.

Citar como: Pérez, J., Puerta, C. y Morán, D. (2021). "Dos soles no pueden brillar bajo el mismo cielo". La entrevista de Guayaquil entre José de San Martín y Simón Bolívar (1822). Desde el Sur, 13(3), e0029.

1Javier Pérez Valdivia es licenciado en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y egresado de las maestrías de Historia y Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Es profesor en la Universidad Nacional Federico Villarreal y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cursa estudios de maestría en Relaciones Internacionales en la PUCP. jperezv1@unmsm.edu.pe.

2Historiador y docente del Departamento de Historia de la UNMSM. Tiene estudios de maestría en Historia en la PUCP. Ha trabajado temas de historia política peruana, historiografía y educación escolar. Fue director nacional de Educación Secundaria en el Ministerio de Educación y director académico del Área de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNMSM. cpuertav@unmsm.edu.pe.

3Docente investigador Renacyt-Concytec en la Facultad de Educación de la Universidad San Ignacio de Loyola y docente en la UNMSM. Es doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires, magíster en Historia en la Universidad de San Martín (Argentina) y licenciado en Historia en la UNMSM. Ha publicado los libros Prensa política y educación popular en la independencia de America Latina (2015), Las guerras de independencia en clave bicentenario. Problemas y posibilidades (2018) y Las guerras de independencia entre dos fuegos. Cambios y permanencias (2019). Además, tiene diversos artículos indexados en Scopus, Web of Science y SciELO. Entre sus temas de interés están la historia política y cultural de América Latina, y la historia de la prensa y los medios de comunicación en los tiempos de la independencia. lmoran@usil.edu.pe.

Recibido: 27 de Junio de 2021; Aprobado: 31 de Agosto de 2021

Contribución de autoría:

Javier Pérez Valdivia, César Puerta Villagaray y Damiel Morán son autores del artículo y responsables de la estructura y redacción del documento.

Potenciales conflictos de interés:

Ninguno.

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