La violencia contra la mujer no se limita a ningún sistema político o económico, pero prevalece en todas las sociedades del mundo, atraviesa los límites de la riqueza, la raza y la cultura (Banarjee, 2020). Las manifestaciones de violencia contra la mujer constituyen un problema social y de salud pública y se configura como una expresión de desigualdad extrema de género que vulnera los derechos humanos inherentes a la mujer (Ubillos-Landa et al., 2020). Se estima que 1 de cada 3 mujeres en el mundo son víctimas de violencia física y sexual en algún momento de su vida (World Health Organizatión, 2017), siendo las mujeres jóvenes quienes presentan mayor riesgo de sufrir violencia por su pareja (United Nations, 2015).
La mayoría de las formas de violencia no son incidentes únicos, sino que ocurren con frecuencia y pueden continuar durante décadas (Watts & Zimmerman, 2002). Sin embargo, las mujeres reportan con mayor frecuencia ser víctimas de abuso psicológico o emocional, lo cual puede ser aún más dañino (Frieze et al., 2020). Se estima que entre el 12% y el 58% de mujeres son víctimas de violencia psicológica perpetrada por su pareja (Heise et al., 2019) y aun cuando hay riesgo de homicidio producto de la bidireccionalidad de la violencia, las mujeres son 4 a 5 veces más propensas a ser asesinadas (Manyema et al., 2018; Sorenson & Spear, 2018).
La violencia psicológica puede ser entendida como la desvalorización, desprecio, intimidación y humillación en privado o en público (Lapierre et al., 2019; Renner et al., 2020; Winstok & Sowan-Basheer, 2015), y se efectúa con el objetivo de atentar contra la autoestima de una persona (Erving & Thomas, 2018) y la retención de afecto es considerada una táctica manipuladora para producir sumisión (Jordan et al., 2010). La violencia psicológica en las mujeres trae consecuencias sociales, físicas y emocionales negativas como hostilidad, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y somatización, además de efectos perjudiciales en los sistemas ginecológico, gastrointestinal y nervioso central (Frieze et al., 2020; Kanamori et al., 2015). Algunos estudios muestran que las mujeres víctimas de maltrato psicológico pueden perder el interés por actividades significativas y las repercusiones del abuso emocional, el control y manipulación dominante pueden ocasionar sentimientos como soledad emocional, culpa, confusión, miedo, enojo, tristeza, (Greenfield & Marks, 2010) aislamiento, degradación, desesperación (Matheson et al., 2015), depresión y ansiedad (Erving & Thomas, 2018). En consecuencia, las mujeres pueden pensar en el suicidio como un escape para deshacerse de esta situación psicológica, debido a que una mayor exposición a la violencia, aumenta considerablemente el riesgo de suicidio (Doyle, 2020; Kavak et al., 2018; Ursano et al., 2018).
Las mujeres que sufren maltrato psicológico, pueden presentar patrones o manifestaciones de baja autoestima y a su vez, altos niveles de dependencia emocional (Cañete-Lairla & Gil-Lacruz, 2018), reduciendo la probabilidad de que la persona maltratada termine la relación (Bornstein, 2006). La dependencia emocional, es considerada un factor de riesgo para una víctima de violencia (Mackay et al., 2018), en el sentido de que es una necesidad afectiva extrema que una persona siente hacia su pareja (Ponzetti et al., 1982; Sommer et al., 2017), y en este contexto, se manifiesta a través de un intenso miedo a la ruptura del vínculo emocional haciéndola vulnerable ante su agresor (Godbout et al., 2017; Théorêt et al., 2020), e incluso puede desarrollar el síndrome de Estocolmo (Obeid & Hallit, 2018).
La violencia psicológica impide que las mujeres participen plenamente en actividades económicas, como la participación en el mercado laboral, incluido el trabajo por cuenta propia (Bulte & Lensink, 2019; Webster, 2017) y por esto, a menudo experimentan dificultades económicas durante y después de sus relaciones (Anitha, 2019; Tsai, 2017). Sin el apoyo económico, es más difícil que las mujeres decidan separarse de una pareja violenta, debido a que las deudas y las dificultades en el mercado laboral afectan su capacidad de tener un estándar económico razonable después de la ruptura (Ulmestig & Eriksson, 2017). En consecuencia, algunos estudios muestran que las mujeres con dificultades económicas pueden experimentar depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático (TEPT) (Golin et al., 2016; Nair et al., 2020). La dependencia económica juega un papel importante en el riesgo de violencia, pues el estado ocupacional de las mujeres se asocia a las decisiones de irse o permanecer en la relación conyugal o que las mujeres con ocupaciones mal remuneradas tienen probabilidades de finalizar las relaciones abusivas (Gelles, 1976). Sin embargo, la independencia económica reduce la probabilidad de ser víctima de violencia (Aizer, 2010) y experimentar tal violencia puede acelerar el emprendimiento de las mujeres, particularmente en países de bajos ingresos (Schuler et al., 2018). Incluso, hay quienes sostienen que si las mujeres víctimas de violencia tuvieran acceso a fondos suficientes probablemente se empoderarían y aceptarían el desafío de emprender un negocio como una actividad generadora de ingresos y así mejorarían económicamente su status (Ranganathan et al., 2019; Sarnquist et al., 2018).
Los últimos estudios de violencia contra la mujer realizados en Perú muestran el 49% de mujeres están expuestas al maltrato psicológico, siendo Puno (76%), Apurímac (75.6%), Cusco (71.4%), Huancavelica (70.8%) y Arequipa (70.8%), las ciudades con mayor prevalencia (INEI, 2017). En países con bajos ingresos, como Perú, son limitadas las oportunidades para el empleo asalariado y el emprendimiento es un fenómeno asociado al crecimiento económico individual. Se cree que la participación en programas de microcréditos genera un impacto positivo en el empoderamiento, la autonomía, la participación y comunicación de los emprendedores (Orso & Fabrizi, 2016). Sin embargo, a pesar de que el emprendimiento es visto como una herramienta para mejorar el nivel económico de las familias, existe una carencia de igualdad de oportunidades para la mujer, por lo que emprender es todo un desafío. Cada vez es mayor el número de mujeres que buscan generar ingresos para cubrir las necesidades del sustento diario, educación de los hijos y lograr la satisfacción personal (Pieters & Klasen, 2020).
Es en este contexto que se realiza el presente estudio que tiene como objetivo determinar cómo la dependencia emocional y autoestima predicen la violencia psicológica en mujeres emprendedoras peruanas.
Método
Participantes
Este estudio transversal predictivo se realizó en 180 mujeres emprendedoras de entre 19 a 69 años de edad, quienes fueron beneficiarias de la Agencia de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA) del Perú. En mayor proporción, evidenciaron un nivel de instrucción básico, predominando el estado civil de conviviente o casada. Las participantes fueron seleccionadas a través del método de muestreo no probabilístico intencional debido a la pertinencia y accesibilidad a la información. Fueron considerados como criterios de inclusión: mujeres que tenían vigente una relación de pareja, aceptaron participar voluntariamente del estudio y firmaron el consentimiento informado. Se excluyeron a todas las mujeres que se comunicaban solo en un idioma nativo como quechua o aymara.
Medición
Violencia psicológica. Se utilizó la adaptación al español hecha por Palacios (2014) del Psychological Maltreatment of Women Inventory (PMWI) elaborada por Tolman (1999). El instrumento autoinfomado permite medir el nivel de maltrato psicológico hacia la mujer por parte de su pareja y consta de 57 ítems distribuidos en dos subescalas (Dominación-aislamiento y Abuso emocional-verbal), puntuando mediante una escala tipo Likert de 1 a 5 (nunca, raramente, ocasionalmente, frecuentemente y muy frecuentemente). La adaptación al español evidencia una adecuada consistencia interna mediante Alfa de Cronbach de .944 para la subescala Dominación-aislamiento, de .953 para la subescala Abuso emocional-verbal y de .972 para el instrumento en conjunto.
Dependencia emocional. Se utilizó la versión adaptada por Ventura y Caycho (2016) de la Escala de Dependencia Emocional (CDE) de Lemos y Londoño (2006). Es un cuestionario unidimensional que evalúa la dependencia emocional y consta de 23 ítems distribuidos en cinco subescalas (ansiedad de separación, expresión afectiva de la pareja, modificación de planes, miedo a la soledad y expresión limite), las cuales tienen opciones de respuesta escalados en formato Likert de 1 a 6 (completamente falso, en mayor parte falso, ligeramente verdadero que falso, moderadamente verdadero para mí, en mayor parte verdadero y me describe perfectamente). La escala ha reportado una adecuada consistencia interna a través del coeficiente alfa de Cronbach de .93 en la versión inicial y en la adaptada presento un coeficiente omega (ω) de .90.
Autoestima. Para esta variable se utilizó el Inventario de Autoestima de Stanley Coopersmith Adultos - Forma “C”, elaborado por Coopersmith (1959) y adaptada culturalmente al español por Lara-Cantú et al. (1993). Este instrumento contiene 25 ítems distribuidos en tres dimensiones (si mismo general, social y familiar), los cuales miden el nivel de autovaloración y aceptación personal. Para cada ítem se presentan opciones de respuestas dicotómicas (Si o No). En la presente investigación el cuestionario en español presentó una adecuada consistencia interna (coeficiente alfa de Cronbach = .81)
Procedimiento
El estudio fue aprobado por el comité de ética de la Universidad Peruana Unión, Juliaca. Además, se obtuvo la autorización, de ADRA - Perú, para realizar el estudio. Las mujeres emprendedoras fueron congregadas para recibir información acerca del estudio y se solicitó la participación voluntaria para responder a las preguntas del cuestionario a fin evitar la falsedad de las respuestas y evitar efectos negativos a causa de los posibles recuerdos de episodios de violencia. Las mujeres que aceptaron participar del estudio firmaron el consentimiento informado con el compromiso de salvar su confidencialidad de la información y mantenerlos en el anonimato. Este procedimiento fue realizado de acuerdo las consideraciones éticas estipuladas en la declaración de Helsinki (Barrios et al., 2016).
Análisis de datos
Se realizó un análisis descriptivo de las características sociodemográficas de las participantes del estudio. se hizo comparaciones de niveles de autoestima, dependencia emocional y violencia psicológica de acuerdo al nivel de instrucción de las mujeres a través de la prueba t de Student y los análisis de correlaciones se hicieron con el coeficiente R de Pearson. En estos análisis se consideró un nivel de significancia de .05. También se hizo un análisis de regresión múltiple, a través del método de estimación de mínimos cuadrados no ponderados, incluyendo en el modelo las variables relacionadas previamente (análisis bivariado) y aplicando el método de eliminación hacia atrás. Estos análisis se realizaron con el programa estadístico SPSS (versión 24.0) y se consideró un nivel de significancia de .05 y un nivel de confianza de .95.
Resultados
De acuerdo a las características sociodemográficas de las participantes, la edad media fue de 43.21 años (± 5.81), el 60.6% realizó estudios a nivel básico escolar y el 39.4% cursaron estudios superiores, el 68.3% de mujeres declararon tener pareja y el 92.2% tienen entre al menos un hijo, el 84.4% trabaja por condiciones económicas o salariales, mientras que el 15.6% se encuentra sin trabajo, el 54.4% solo son trabajadoras independientes o con negocio propio, mientras que un 13.9% se dedican además a labores domésticas y solo un 5.6% trabajan también de forma dependiente (Tabla 1).
Respecto al nivel de instrucción (Tabla 2), se observan menores puntuaciones de autoestima en mujeres con nivel de educación básico respecto a mujeres con nivel superior (t = -3.303; p < .001). También, se encontró que las mujeres de nivel básico presentan mayores puntuaciones de dependencia emocional (t = 4.354, p < .001) y violencia psicológica (t = 4.228; p < .001) en comparación con mujeres de nivel superior.
También se hizo un análisis de correlaciones entre autoestima, dependencia emocional y violencia psicológica de las mujeres participantes del estudio (Tabla 2). Estas correlaciones resultaron significativas (p < .001). Las puntuaciones altas de autoestima se correlacionan con menores puntuaciones de dependencia emocional (r = -.508) y violencia psicológica (r = -.481). Además, se observa que las puntuaciones altas de dependencia emocional se correlacionan directamente con puntuaciones altas de violencia psicológica (r = .669).
Nota: M = Media, DE = Desviación estándar, t = prueba t de Student para muestras independientes, p = probabilidad de significación, ** p < .001
Considerando las variables relacionadas a la violencia psicológica, se desarrolló un modelo de regresión (Tabla 3). Los resultados muestran un ajuste adecuado del modelo (Prueba F = 45.827, p < .001), donde el nivel de instrucción (β = -4.618, p < .05), estado civil (β = 27.472, p < .01), autoestima (β = -2.766, p < .01), y dependencia emocional (β = 1.164, p < .01), son variables que predicen significativamente la violencia psicológica en mujeres emprendedoras (R2 ajustado = .50). La potencia de prueba para el análisis de regresión multivariado fue superior a .95.
Discusión
Este estudio revela que las mujeres con nivel académico básico presentan bajas puntuaciones en relación a la autoestima, a diferencias de las mujeres con nivel académico superior. Estudios similares, reportan que la educación superior es el mejor predictor de autoestima en mujeres (Long, 1986); aun cuando la exposición a la violencia tenga un efecto negativo en el desarrollo de la autoestima (Diaz et al., 2002), e influya en las aspiraciones, objetivos personales y en la interrelación con los demás (Manganello, 2008). Por otro lado, se ha demostrado que al tener una educación con nivel superior brinda la posibilidad de obtener sus propios ingresos, haciendo que el nivel de autoestima aumente en las mujeres víctimas de violencia (Lotf et al., 2012).
Respecto a dependencia emocional, se muestra puntuaciones mayores en las mujeres que poseen un nivel de educación básica. Otros estudios muestran que la dependencia emocional se exhibe en menor grado en mujeres educadas (Henderson & Cunningham, 1993), lo que implica una mayor incidencia de problemas emocionales en mujeres con una educación básica (Eng et al., 2020), esto se debe a que una educación superior junto al empoderamiento económico conllevan a bajas tasas de dependencia emocional, pues le brinda una estabilidad económica, por otro lado las mujeres con bajo nivel de educación y que trabajan presentan mayor exposición a la violencia psicológica incluso más que su pares que no trabajan (Dalal, 2011), por lo que se afirma asociaciones pequeñas pero significativas entre la dependencia emocional y los años de educación (Allanson & Astbury, 2001).
También se muestra que las mujeres con educación básica presentan mayores puntuaciones de violencia psicológica respecto a las que tienen un nivel de educación superior. De manera similar, otros estudios indica una asociación positiva entre la violencia psicológica y el nivel de instrucción, así cuanto más bajo el nivel educativo es más alto el nivel de violencia (Ludermir et al., 2008) o que un nivel educativo superior es característica de las mujeres no maltratadas (Scott & Babcock, 2010). No obstante, se reporta que no solo el bajo nivel educativo de la esposa es un factor de riesgo para la violencia psicológica, sino también el bajo nivel educativo del esposo (Ali et al., 2011). Sin embargo, se ha reportado que no se encuentra una relación significativa entre la violencia contra las mujeres y el nivel educativo de la pareja, por el contrario la relación es más fuerte con un estatus económico (Sahin et al., 2010), y con la inestabilidad laboral entre las mujeres pobres (Kimerling et al., 2009).
En este estudio se muestra una correlación significativa entre la dependencia emocional y violencia psicológica. Al respecto, esta relación (Sommerfeld & Shechory Bitton, 2016) se debe a que los altos niveles de dependencia emocional de una pareja maltratada o victima reduce la probabilidad de terminar la relación (Bornstein, 2006), lo que provoca puntajes altos en dimensiones como agresión y privación (Avdibegovic et al., 2017). Asimismo, afirma que esta asociación es relativamente fuerte, ya que se evidencia una dependencia más insegura en hombres que sienten ansiedad por el abandono (Watson et al.,1997), mayor celos (Barnett et al., 1995) y menos confianza en su matrimonio, lo que conlleva a violentar a su pareja (Holtzworth-Munroe et al., 1997). Los hallazgos respaldan la observación clínica sobre la dependencia emocional como un factor importante en la dinámica motivacional de la violencia en las relaciones (Murphy et al., 1994), y el desarrollo del síndrome de Estocolmo en mujeres víctimas de violencia psicológica (Obeid & Hallit, 2018).
Otros resultados del estudio muestran que altas puntuaciones de autoestima se relaciona con las menores puntuaciones de violencia psicológica. Al respecto, otros estudios han demostrado que la baja autoestima tiene una relación directa con la violencia psicológica, indicando que a mayor violencia psicológica menor la autoestima (Cañete-Lairla & Gil-Lacruz, 2018). Sin embargo, algunos estudios que evaluaron el autoestima en relación con el abuso psicológico sugirieron que existía una relación tentativa y no altamente predictiva, y que las variables mediadoras como, el tipo de agresión psicológica, el tipo de estrategias de afrontamiento, el nivel de autoestima inicial, la autoevaluación de las habilidades de afrontamiento, iluminan el impacto en la autoestima en lugar del abuso psicológico que daña automáticamente el autoconcepto (Follingstad, 2009; Jordan et al., 2010). Por otro lado, también se encontró que el índice de abuso psicológico se correlacionó significativamente de manera negativa con la autoestima, a diferencia del abuso físico que no se relacionó directamente con la autoestima (Lotf et al., 2012), esto se debe a una desensibilización emocional de este tipo de violencia (Mrug et al., 2016).
Otro aspecto del estudio indica que las puntuaciones altas de autoestima se correlacionan con menores puntuaciones de dependencia emocional. Estos resultados concuerdan con otros estudios, pues afirman que la dependencia emocional en mujeres tiene una asociación negativa con la autoestima (Henderson & Cunningham, 1993), este comportamientos de riesgo se debe a la dificultad de regular sus emociones (Weiss et al., 2018), responsabilidades con la unidad familiar (Holtmann, 2016), miedo al abuso y dependencia económica (McGrane et al., 2016). No obstante, algunos estudios indican que la relación entre baja autoestima y dependencia emocional en varones también es significativa, y que al tener una deficiencia percibida de amor violenta a su pareja (Kesner et al., 1997). Sin embargo, en otro estudio se contradice la opinión popular de que la baja autoestima causa agresión y se apunta hacia el egoísmo amenazado como una causa importante (Bushman & Baumeister, 1998). Asimismo, se debe considerar que en este estudio se muestra que la dependencia emocional y autoestima en conjunto son variables que predicen la violencia psicológica en mujeres. Al respecto, existe evidencia que las mujeres que han experimentado violencia psicológica exhiben características de dependencia emocional y baja autoestima (Pereira et al., 2020).
Entre las limitaciones de estudio se tiene que el tamaño de muestra no es considerablemente grande. Aun así, en el modelo analizado el R2 ajustado observado (.50) y la potencia de prueba de hipótesis (1.0) son grandes, por lo tanto, los resultados que derivan del estudio no parecen verse afectados por el tamaño de la muestra.
Conclusión
La presente investigación demuestra que una baja autoestima y alta dependencia emocional son factores que predicen la violencia psicológica en mujeres emprendedoras. Si bien, el emprendimiento puede hacer que las mujeres se liberen económicamente, los daños ocasionados durante la relación con su agresor podrían permanecer en el tiempo, haciendo necesario intervenciones que tengan como objetivo mitigar o reducir tales efectos. En el Perú, se están estableciendo políticas de prevención de la violencia familiar, especialmente contra las mujeres, pero estas no consideran acciones de intervención después de los daños ocasionados. La violencia psicológica trae efectos negativos en las mujeres y atenta contra su desarrollo integral.