A modo de introducción
Escribir significa construir la evidencia del pensamiento, de las ideas, del ingenio, con trazos y signos cuyo valor no solo da cuenta de la conciencia efectual (Gadamer, 2003) del tiempo y la historia de los sujetos y la cultura, sino también de la esencia creadora que en cualquier disciplina de conocimiento se manifiesta como riqueza y fortaleza de lo perdurable.
Escribir es un acto edificante; afirmación que inmediatamente pone a prueba tanto a la fundamentación teórica que durante siglos de tradición perfila la identidad del escritor en tanto creador, como a la crítica que, de igual modo sostenida en la tradición de regulación e interpretación, busca identificar el lugar de enunciación, como espacio enmarcado, estructural, designado según el origen de grupo social o cultural de este escritor.
En tanto verbo, escribir es un eslabón en la cadena de la comunicación, con el cual se crean pactos de interacción para la interpretación y la comprensión de las profundas experiencias que vive la civilización, especialmente la civilización moderna. Entre estas experiencias están las generadas por los avances tecnológicos que envuelven a las generaciones en un eterno presente. En este sentido, como apunta Ribeiro (2019), es indispensable romper con el régimen de autorización en el manejo del discurso «para pensar y existir en el mundo, incluso, garantizando una multiplicidad de voces y perspectivas de otros grupos invisibilizados» (p. 17).
Las voces de estas generaciones y sus perspectivas saltan del escenario de lo social cotidiano, para decir presente en el escenario de la ficción y de la literatura en todos sus géneros; pues, como dice Marc Augé (2001), se encuentran «bajo el asalto de las imágenes [una de las tantas razones por las cuales] la imaginación enloquece o se desvanece, lo imaginario se vacía [sin embargo, imágenes y objetos se fusionan con la cotidianidad virtual o artificial] entonces se tornan misteriosamente deseables y comunican a quien las descubre la certeza todavía obscura del despertar» (p. 101).
El despertar de la palabra que huele a tinta sobre el papel, en sentido casi metafórico hoy día. El despertar, lo verdaderamente importante para trastocar el orden establecido, como dicen Greimas y Fontanille (1994), «se trata de pronunciarse acerca de la prioridad de derecho de lo «sensitivo» con respecto a lo cognoscitivo» o a la inversa» (p. 21). Es así como la palabra dicha, la echada al viento, o escrita, une los hilos que poco a poco se entretejen para dar cuerpo y textura, a la cultura, para devenir, justamente, en un cuerpo monumental de conocimiento y creación artística, compuesto tanto de ciencia como de ficción.
Con la novedad del cambio en el locus de enunciación, pues la palabra «bella», estéticamente moldeada, ya no está solamente en la boca, en la pluma, en el tintero o el puntero electrónico del escritor consagrado en su oficio, sino en el sujeto «aquel», «otro» que vuelca toda manifestación pasional y la reorganiza figurativamente como significado (Greimas y Fontanille, 1994), más allá de la escritura anecdótica, de la realidad monótona o alienada, en muchos casos.
De este modo, pasar a la acción, llegar a escribir, se asume como dar un paso hacia la transformación de lo cognoscitivo en sensitivo, confiando en que la escritura, más que códigos escrutables, se mantenga como línea de fuga por sobre las formas que expresan algo más que las preocupaciones de relación social, acercándose a una conciencia sobre el espacio, a la noción de realidad que construimos, a partir de la relación con nosotros mismos y con los demás.
En este sentido, lo escrito tiene tantas formas e interpretaciones como los realizadores. Asimismo, tiene propósitos y destinos, que van desde la comunicación familiar y socializadora, a la alfabetización, o a la comunicación escolar; pasa a la comunicación científica, social, estructurada bajo criterios rigurosos, sostenidos por las convenciones académicas; hasta llegar a las más sutiles formas de expresión artística, creativa, manifiestas en los distintos géneros literarios y también en espacios que, sin necesidad de encajar en clasificaciones de género, son igualmente prueba de existencia de quien escribe, en el espacio tiempo de la memoria, el imaginario y lo social.
La escritura se presenta como el principal vehículo de canalización, tanto de las ideas como de los hallazgos alcanzados mediante la aplicación rigurosa de metodologías de investigación científica, si pensamos en términos académicos. Escribir, académicamente, es el modo de visibilizar todo aquello que la humanidad necesita conocer para evolucionar, en ámbitos tecnológicos, ontológicos, epistemológicos y filosóficos; evolucionar en cualquier disciplina que esté debidamente reglamentada y sostenida en los criterios de cientificidad, de las instituciones académicas y también por las instituciones que regulan el orden social.
Ahora bien, si pensamos en la escritura creativa, en esa que se precisa en géneros literarios como poesía, novela, cuento, fundamentalmente, las razones de la escritura se presentan, en primera instancia, de acuerdo con la conciencia del creador, del escritor, y según el momento histórico en el que este creador se encuentra y en las combinaciones con las cuales integra el mundo imaginario, con el mundo de las ideas, el mundo sensible con el mundo «real».
En los antiguos libros griegos, como La República de Platón o la Poética de Aristóteles, se hace mención del artificio, como un don de creación y embellecimiento de las cosas de la naturaleza que el poeta emula y hace suyas para transmitir una pasión. Asimismo, se habla de la mímesis y de la verosimilitud, ingredientes fundamentales de la construcción literaria. Todo ello da cuenta de la escritura como la materialización de un mundo interior con una sola entrada, proyectado hacia miles de salidas que, entre otras, nos llevan hacia la escritura creativa.
Ricoeur (1995) organiza una de estas salidas con la lectura de la mimesis en tres partes, en las que asume, primero, las proyecciones simbólicas desde la acción de aquello que es posible y creíble en el relato, partiendo de la vivencia de quien escribe; segundo, la integración de un mundo en el que se integran las configuraciones narrativas del tiempo histórico y la ficción; y, tercero, la representación del tiempo humano en el relato de ficción.
Por su parte, Kristeva (1970) señala que lo verosímil, referente al discurso literario, es una relación simbólica de semejanza en segundo grado, es decir, lo verosímil hace referencia al sentido, del texto y del propio sujeto que se adviene por medio de su propio lenguaje.
Es preciso entonces pensar en la escritura creativa -no estandarizada en patrones de género, reitero- que deviene en la recreación del viaje de regreso, estación por estación, hacia el interior de uno mismo, hurgando en la sensación, en la imagen de la imagen como medio de recreación de las emociones, para resemantizar la alteración del ánimo y hacer que el sentido de lo dicho, de lo escrito funcione de otro modo, no como un producto compacto, sino como elemento para la construcción social de la realidad, de cuya fragilidad o robustez dependen los cambios esenciales. Por tanto, lo sensitivo irrumpe en la estructura como elemento visible. La pasión, el olvido, la memoria, la historia, por ejemplo, son «una afirmación de uno mismo canalizada a través de la palabra» (Augé, 2001, p. 60).
En tanto evento, digamos, personalísimo, la escritura creativa, no pensada primariamente como literaria, requiere de mucha dedicación, de fuerza y de trabajo. Tanto así que requiere de mucho más que de unas cuantas musas; requiere de un hábito de lectura que permita conocer otros mundos, dimensiones de esos mundos, universos enteros, desde los cuales podemos mirar hacia adentro del ser y así transformar lo visto en un nuevo texto, en un nuevo mundo, más próximo, o más lejano a la realidad de nuestras pasiones y emociones. Esta lectura comienza en la imagen propia sobre el espejo, en la interpretación de la figura representada y sentida, definida como «Yo», y nominada de mil formas.
Todo esto se recrea si volvemos sobre Barthes (1968, 1994) al referirse a la muerte del autor y el advenimiento del lector; de igual modo al decir que «la escritura» implica efectivamente la idea de que un lenguaje es un vasto sistema dentro del cual ningún código está privilegiado» (p. 19). Es decir, la escritura es una especie de esclusa que abre y cierra para dejar correr, o detener, las aguas del imaginario ficcional, literario, y del mismo modo el saber científico.
La escritura creativa puede llegar a ser terapéutica, si con ella no solamente notificamos los resultados de investigaciones, o puestas en escena de acontecimientos históricos, sociales, de los elementos de la imaginación; sino también damos cuenta de la fina capa que envuelve las emociones, las pasiones, a partir de cualquier evento circunstancial, que transforme, así sea por un momento, o en unas cuantas páginas, la visión del mundo, tanto personal como cultural. Acá lo cotidiano puede tener un papel importante siempre que genere inside un cambio no generalizable fácilmente y estimule el movimiento de las ideas.
Cabe acá poner como ejemplo El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl (2020), un texto que procura un cambio de perspectiva ante lo condicionado y habitual, justamente motivado por la noción de sentido sin reiteraciones estériles o desdoblamientos paradójicos. En este texto la muerte se vuelve contra sí misma y adquiere un matiz de representación distinto al habitual en el imaginario cultural ante la desesperanza y lo sórdido del momento que recrea el relato autobiográfico. En este sentido, es un modelo de escritura más que terapéutico, creativo. Por encima del diario personal o las cartas como espacio íntimo de conversación
En este sentido, la escritura creativa con fines terapéuticos aborda el ejercicio de dejar fluir las emociones y sensaciones, no solo hacia el camino de la sanación psicológica, sino también hacia los caminos que fomentan el hábito lector, procurando con ello un placer estético en quienes ponen en práctica tanto la lectura como la escritura, conscientemente y con orientación especializada.
Haciendo uso de técnicas y herramientas literarias y psicológicas, como por ejemplo el ejercicio de mirarse frente al espejo y describir detalladamente lo observado en el rostro y escribir a partir de ello las características del personaje, contraria a la propia figura, puede generar un cambio en la idea sobre la aceptación de la propia imagen; asimismo, puede generar empatía con las propias ideas, poniendo así en marcha la creación de una historia, cuyos personajes se desenvuelven en atmósferas, entre tensiones y distensiones que permiten mirar detalladamente y llegar hasta esos lugares profundos del ser, poco visitados y casi olvidados.
Silvia Kohan (2016) afirma que la clave para lograr la escritura creativa de forma empática está en darse el permiso, la autorización del reconocimiento de uno en el «otro» que se está configurando, así el «Yo» se diversifica, se da espacio y sale a la luz del texto. En este sentido, jugamos un doble papel, escritores y lectores de algo más que la ficción propia del relato concebido como literario conscientemente.
De todo esto son muestra los textos que componen los dos volúmenes titulados Solo en la encrucijada soy un centro, editado por la Fundación Editorial El Perro y la Rana, en calidad de libro taller. Esta compilación es el resultado de un atrevimiento creativo de quienes participaron en las primeras ediciones del «Taller inicial de escritura creativa con fines terapéuticos», realizado durante 2020, como ejercicio de búsqueda, reconocimiento y potenciación de la sanación, la salud y bienestar psicológico, de cara fundamentalmente, a los efectos producidos por la migración acelerada de los venezolanos por el mundo y las medidas de distanciamiento social a raíz de la pandemia mundial por covid-19. Desde luego, motivados por el interés de poner el verbo en calistenia y decir, contar, expresar por escrito las inquietantes formas del imaginario.
La organización y el desarrollo del «Taller inicial de escritura creativa con fines terapéuticos» se concentran en la práctica de la escritura como mecanismo de salvación. Sí, de salvación, aunque pueda sonar extremadamente pedante e inverosímil; el propósito es la liberación de la sensación de desarraigo, nostalgia y desasosiego ante el encierro, la carencia económica y angustia por el futuro de todos los involucrados. En tanto considero la escritura un espacio, terreno fértil en el cual se puede sembrar y cosechar, se puede mostrar más que simplemente decir todo cuanto somos, necesitamos, deseamos y materializamos como sujetos pensantes y sintientes.
El taller me salvó a mí misma, antes que a los propios participantes que se atrevieron a sentirse escritores y constructores de mundos habitados por personajes que, en la mayoría de los casos, sobrepasaron los límites de la autoficción como teoría. Esta salvación se dio por el hecho de permitirme explorar y reconocer la vulnerabilidad de todo aquello que en mi entorno académico siempre consideré infranqueable, al mismo tiempo que me dio la posibilidad de elaborar un manual y poner a prueba herramientas y estrategias para estimular la creación, sin prestar mayor atención a las simetrías y moldes estilísticos de la búsqueda crítica en la revisión textual.
Asimismo, me dio la posibilidad de corroborar en la práctica lo dicho por Ellis (2015) «en autoetnografía, el foco de la generalización se mueve de los participantes a los lectores, y siempre está puesto a prueba por los lectores quienes determinan si una historia les habla sobre su experiencia o sobre la vida de otros que conocen; se determina por si el autoetnógrafo (específico) es capaz de iluminar los procesos culturales (generales) que no son conocidos (p. 262).
Esto también me incitó a buscar apoyo4 y a trabajar en equipo para ampliar la perspectiva en cuanto a la búsqueda de significado y comprensión de los textos producidos por los participantes, desde lo psicológico analítico y lo pedagógico estratégico. Una de las lecciones que aprendí con esto es a superar la visión idealizada sobre la creación literaria, más que todo sobre la concepción de que el escritor solo puede ser escritor porque sabe qué hacer con las contingencias del lenguaje por filiación literaria. Escritor es también quien decide vaciar su mundo interno, con o sin conciencia literaria, para mostrarse, vulnerable o robusto, ante los ojos de «otros», tal y como lo hicieron los atrevidos escritores que participando en el taller pusieron su verbo en calistenia y alcanzaron con ello ver una imagen diferente en el espejo. Imagen que sin duda fue más esperanzadora ante la realidad de un mundo derrumbado.
De la teoría al producto: impulsar la escritura creativa con el «Taller inicial de escritura creativa con fines terapéuticos»
Enseguida presento la estructura y los mecanismos base que me permitieron organizar y realizar el taller, de modo que cualquier persona interesada en leer, decir y mostrar algo de sí mismo por escrito pudiera hacerlo con objetivos diarios y claves de escritura, sencillas de comprender y de poner en práctica, desde cualquier lugar, a través de un dispositivo tecnológico y acceso mínimo a internet.
El uso de las tecnologías de la información y la comunicación facilitó los encuentros sincrónicos y asincrónicos, a través de dos grupos creados en la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp. El grupo uno estuvo destinado para compartir diariamente -durante cinco días; cada día representa una sesión de trabajo- el contenido estructurado para la lectura y los ejercicios de escritura correspondientes. La sesión se inició con ejercicios de respiración consciente y lo que llamé momento meditativo, con el fin de generar una atmósfera adecuada para la lectura y escritura creativa. El grupo dos facilitó la interacción de los participantes y los comentarios asertivos sobre los ejercicios, así como el manejo de la comunicación en relación con las emociones experimentadas al momento de escribir.
El equipo de trabajo que integramos personas especializadas en literatura, psicología y educación permitió el acompañamiento y manejo eficiente de los grupos, pues cada uno asumió su rol e hizo el aporte necesario para que los participantes se sintieran satisfechos y en confianza, no solo con las revisiones no prejuiciadas de los ejercicios de escritura presentados diariamente, sino también con la empatía y resiliencia generada por el taller, en momentos de incertidumbre ante lo vivido en el plano real de la pandemia.
Contrario a las fundamentaciones teóricas y críticas en las que se sustentan los estudios literarios en las academias, en las cuales he sido formada, la motivación de preparar y desarrollar el taller de escritura creativa es la posibilidad de despertar en cada participante el espíritu creador, si se quiere, estimulando la creación como posibilidad de acercarse a la literatura desde la lectura y la escritura sin prejuicios o tabú y, como mencioné líneas arriba, el propósito es la salvación. En este sentido, el «Taller inicial de escritura creativa con fines terapéuticos» está diseñado para acompañar el proceso de escritura y fomento del hábito de lectura, a partir de las experiencias individuales con las emociones, e intenciones de cada participante. Se utilizaron herramientas literarias como lectura de textos de autores publicados y reconocidos por la crítica, ejercicios de escritura de acuerdo con la estructura temática que se busca en la narración, y se siguieron algunos consejos de manuales de escritura como los de Kohan (2016) y estrategias psicológicas como el comentario abierto y persuasivo de los textos de forma grupal.
Se persigue la creación de un tiempo y espacio propio para que cada participante se sienta escritor, no solo de su propia historia, sino de un producto ficcional en el que se materializan pensamientos, ideas, sentimientos, emociones, a través de la escritura. Esto resulta un acto de atrevimiento; por ello, como señala la escritora Kate Green (1990), «si quieres escribir, tienes que estar dispuesto a inquietarte» (p. 17). Este movimiento interior, que se genera con ejercicios «disparadores» de la creatividad, es lo que potencialmente se convierte en un texto, un relato, o un poema; la letra sobre la temida hoja en blanco que muchas veces resulta un espejo.
El taller está diseñado para que los participantes en cada paso que den hacia la lectura de autores universales, fundamentalmente latinoamericanos, sea un esfuerzo positivo, disciplinado y comprometido con la historia que cada uno desea contar, teniendo como centro la idea de que el escritor es un hombre o una mujer, con la misión de combinar la inteligencia y la sensibilidad, como señala Julio Cortázar (1980) en sus lecciones de literatura.
Cada sesión está organizada para que el participante haga dos lecturas, dos ejercicios prácticos de escritura y un momento meditativo. Cada sesión está organizada en función de 1 hora y 15 minutos de trabajo diario dispuesto a conveniencia del participante, en un periodo de una semana. En este tiempo de 1 hora y 15 minutos, teórica y estructuralmente está pautado para respirar conscientemente, liberar la tensión externa, leer y desarrollar el ejercicio de escritura, con instrucciones precisas enviadas a los participantes, a través del grupo de formación.
Las sesiones están preparadas para que, de forma consecutiva, el participante lea, reflexione y escriba una historia, definida como relato, en tanto crea un personaje, presenta una historia de vida de ese personaje y lo pone en movimiento en un mundo imaginario en el que se siente libre de hacer, decir y experimentar cuanto desee. Por el grupo de socialización cada participante comparte el ejercicio de escritura y recibe feedback. Al cierre, luego de las cinco sesiones de trabajo compartido, cada participante recibe de forma individual y personalizada una valoración sobre el texto completo creado, con recomendaciones pertinentes y sugerencias para motivar la escritura de forma extensiva y habitual.
Cabe resaltar que la estructura de diseño del taller es flexible y aplicable en entornos físicos de participación, como aulas de clase, centros de formación y recreación, entre otros, pues se generan dinámicas pertinentes que cumplen la misma función estimulante para la creación escrita
Bondades de la experiencia autoetnográfica
Leer literatura e inquietar la mente para que deje libre al espíritu, más allá de ser una pretensión vinculada muchas veces a las prácticas religiosas, es un proceso de autoconocimiento que inicia por generar gustos y preferencias en relación con escritores, temas, estilos y estéticas literarias. El salto de la lectura, a la escritura personal se genera una vez que el lector se siente identificado y confiado en lo que lee; confiado en sí mismo, si tiene un acompañamiento especializado que no solo estimule la escritura como práctica creativa, de entretenimiento u oficio, en el mejor de los casos, sino como experiencia de sanación.
El taller de lectura y escritura creativa con fines terapéuticos, cuyos resultados vemos en el libro taller Solo en la encrucijada soy un centro, deviene en una experiencia autoetnográfica que defino salvífica, como he mencionado antes, pues pensar y estructurar el taller me generó grados de satisfacción profesional y personal nunca antes vividos en espacios académicos, en los cuales me desempeño (sin temor a que esto suene a confesión). La autoetnográfia como metodología para la escritura de estas notas me permite dejar de lado los modelos ejemplarizantes de la escritura académica propiamente dicha, para darle paso a la diferencia y hablar en primera persona de la importancia que tiene la lectura y escritura creativa, en diversos ámbitos, no solo en el campo literario.
Como señala Ellis (2015), «cuando un investigador escribe una autoetnografía, lo que busca es producir una descripción densa, estética y evocadora de la experiencia personal interpersonal» (p. 255). En lo particular me mueve la idea de «mostrar» que la lectura y la escritura no son procesos, o eventos forzados; por el contrario, al ser herramientas poderosas de persuasión, deben ser empleadas a conciencia, trazando metas. Desde luego, el ocio y el placer son la chispa que genera el incendio, pero mantener vivo el fuego es una labor que requiere atención y constancia.
Reitero que el propósito del taller no es formar escritores de best seller, sino incentivar a los participantes a explorar dentro de sí, para descubrir habilidades en el manejo de herramientas creativas que les permiten liberar tensiones y emociones, que muchas veces condenan y oprimen.
Los participantes del «Taller de lectura y escritura creativa con fines terapéuticos» de 2020 volcaron, en sus ejercicios escritos, personajes desdoblados con profunda humanidad. Cada uno desvistió su cuerpo físico, dejó de lado el intelecto acartonado que socialmente nos blinda y con libertad creó un mundo posible. Lograron mostrar más que decir, rebelándose de algún modo contra todo mal pronóstico de la situación mundial o personal del momento. Esto último, considero, tiene mérito y valor social, lo que, sumado a políticas de promoción y difusión del libro, la lectura y la escritura, procuran el bienestar social.
La metodología autoetnográfica acompaña la organización y el desarrollo del taller, en tanto me permitió un manejo consciente de las herramientas y técnicas de escritura poniéndome a la vanguardia en el proceso reflexivo y resignificativo acerca de las historias relatadas en los textos producidos por los participantes. El resultado emocional de la escritura de los relatos fue positivo, con un impacto inesperado no subestimable en el transcurso de la vida de cada uno, después de terminar el taller; al punto de solicitar que el ejercicio siguiera y se presentaran tres niveles, en los cuales se experimentaron y probaron otros elementos temáticos disparadores. El nivel I fue «La senda del escritor», el nivel II, «Tiempo y ficción»; y el nivel III, «Al final de la senda». Cada nivel estuvo igualmente estructurado con el formato de lectura y escritura creativa.
Finalmente, puedo recrear con todo esto mi propio proceso de intersección entre lo académico y lo creativo, tomando en cuenta las pautas de valoración implementadas por Richardson (2000, 2019), «contribución sustantiva» en tanto la configuración del taller, su organización y práctica es un espacio propio al cual se puede llegar saliendo de la cotidianidad abrasadora; «mérito estético» las prácticas creativas invitan a la humanización del sujeto; «reflexividad»; la escritura como evento, como hecho edificante; «impacto» emocional e intelectualmente hay reciprocidad, entendimiento en el cambio de perspectivas en torno al tema de la escritura y la imagen del escritor; «expresa una realidad» palpable, evidenciada en la letra sobre el papel.
Al cierre
El resultado escrito, los relatos y algunos poemas producidos por los participantes del taller dejan entrever en las líneas, un camino en construcción de la identidad personal, pero sobre todo una personalidad colectiva, si esto teóricamente es posible, que busca afianzarse en medio de los embates del tiempo moderno; como dice Marc Augé (2001) «la identidad se construye poniendo a prueba la alteridad» (p. 62). Los participantes canalizaron las afirmaciones sobre sí mismos en la palabra y con ello lograron llevar la embarcación a puerto seguro, en 2020 y lo consecutivo quedaron marcados por la experiencia pandémica, es cierto, pero también marcados con el signo de la urgencia de leer literatura, de decir y mostrar por escrito, que lo ideal siempre brilla por encima de nuestras convicciones y horizontes actuales.
Comparto breve y textualmente lo expresado por algunos de los participantes al cierre del taller, con el consentimiento y la libertad de marcar un precedente para quienes tengan la urgencia de mostrarse y decirse por escrito.
Maribel comenta: «Ha despertado el disfrute y la posibilidad de la escritura creativa. La indicación que hiciste acerca de dejar que hablen los personajes me divierte muchísimo, pero, a la misma vez, mientras lo hago, por más de ficticia que sea la historia, siento la necesidad de plasmar allí un poco de mí misma a través de los personajes, de mostrar una historia que tal vez resuene con alguien, que sirva a otras personas y dejar un mensaje. Es un poco descubrirse uno mismo ante uno mismo y ante los que te leerán».
Asimismo, Benjamín comenta: «Me parece un ejercicio muy interesante. En alguna ocasión, por allá en 2008, hice un taller de escritura, en el que estudiábamos los distintos géneros y nos atrevimos a crear algunas cosas. Pero no había tenido la experiencia de crear un personaje y caminar con ella por varios días. Por lo general todo lo que he escrito, lo he hecho en una sentada. Sería más o menos como una producción de las que hemos hecho a diario. Comienzo y final en la misma hoja, sin mirarlo después».
«Ahora con el ejercicio 3. Sin entrar en muchos detalles sobre el pasado de Leo (porque no planeo realmente ahondar mucho en todas y cada una de las circunstancias que lo llevaron ser como es en el presente), hay un gran evento que se mencionará a menudo, la gran pelea familiar, el punto de quiebre en su relación con sus padres. Este evento no será muy detallado y me gustaría mantener las razones detrás de él como un misterio, ya que, como dije arriba, no planeo ahondar mucho en ello. La historia parte del ahora y juega un poco con flashbacks, reflejos y sombras de su pasado» (fragmento del texto «El golpe adentro», S. Matheus, 2020, p. 25).
El sentido, en las palabras, en el cuerpo del texto, es el efecto de causas mezcladas entre lo sensitivo, lo argumental; ese debate constante entre el ser que se mueve en las aguas de la sensación y la lógica de razón.