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Revista de Psicología (PUCP)
versão On-line ISSN 0254-9247
Revista de Psicología vol.32 no.2 Lima 2014
ARTÍCULOS
Violencia en el noviazgo y pololeo: una actualización proyectada hacia la adolescencia1
Violence in dating: An update for adolescence
Maruzzella Paola Valdivia Peralta2 y Luis Antonio González Bravo3
Universidad de Concepción / Universidad San Sebastián
1
Nota del Autor: En Chile, a las relaciones iniciales de pareja sin convivencia o matrimonio, se les denomina en el uso diario "pololeo", expresión proveniente de Mapudungun "pulomen" que significa "mosca o moscardón", y que busca metaforizar con la imagen del vuelo alrededor de un fruto, el acercamiento seductor del novio alrededor de la novia (Rodríguez, 1875).2 Psicóloga clínica, magíster en Psicología de la Salud, Académica Departamento de Psicología, Universidad de Concepción, Concepción, Chile. Contacto: mavaldivia@udec.cl
3 Psicólogo clínico, magíster en Investigación Social y Desarrollo, Académico Carrera de Psicología, director de Evaluación Institucional, Universidad San Sebastián, Concepción, Chile. Contacto: luis.gonzalezb@uss.cl
Resumen
La presente revisión bibliográfica actualiza evidencia en torno a la violencia de pareja en relaciones de noviazgo, mostrándolo como un fenómeno particular, enfatizando aspectos como la prevalencia, para ambos sexos, que según lo expuesto en los distintos estudios revisados puede oscilar desde un 0.8% para la violencia sexual hasta un 98% para la agresión psicológica; factores asociados como abuso o iniciación sexual precoz, extensión temporal de la relación, rol de los padres y de los pares, entre otros y las consecuencias tales como: deserción escolar, embarazo precoz, trastornos alimentarios, victimización y expresión de rabia esto último fundamentalmente en los hombres. Se demuestra cómo el fenómeno presenta ciertas singularidades que justifican investigación más focalizada en particular durante la adolescencia.
Palabras clave: violencia de pareja, noviazgo, adolescencia.
Abstract
This literature review updates evidence about intimate partner violence in dating relationships, revealing a particular phenomenon, emphasizing issues such as the prevalence for both sexes, which according to various reviewed studies may range from 0.8% for sexual violence to 98% for psychological aggression. Factors associated with abuse or early sexual initiation, temporal extent of the relationship, role of parents and peers, among others; and the consequences as dropouts: teenage pregnancy, eating disorders, victimization and expression of anger primarily in men, etc. are anayzed.This review demonstrates that this phenomenon has certain peculiarities that justify a more targeted research particularly during adolescence.
Keywords: intimate partner violence, dating relationships, adolescence.
La violencia conyugal, violencia en la pareja, violencia doméstica o violencia en las relaciones íntimas (que es la denominación más habitual en los últimos años) es un grave problema de salud pública. En Estados Unidos, provocó 2340 muertes en el año 2007, siendo de ellas 70% mujeres y 30% hombres. En términos de costos de salud y pérdida de productividad, se tradujo en $5.8 mil millones de dólares en el año 1995 lo que actualizado al año 2003 llegaba a más de 8 mil millones de dólares (CDCP, 2012). Este fenómeno se asocia a diversos problemas en la salud física y psicológica incluyendo el trastorno de estrés postraumático, depresión, variadas lesiones físicas, problemas de salud reproductiva, síndrome de intestino irritable, dolor crónico, entre otros (Whitaker, Haileyesus, Swahn & Saltzman, 2007).
Prevalencia de violencia hacia la pareja
En varios países europeos, se han reportado tasas en el periodo de vida que oscilan entre el 10% y 36%. En Suiza, por ejemplo, en una muestra de 1500 mujeres viviendo en pareja o que hayan tenido recientemente una relación de pareja, se reporta una prevalencia de violencia física o sexual de un 21%, mientras que la violencia psicológica es de un 40%. En los Países bajos y Suecia, aproximadamente un 22% de las mujeres han sufrido violencia de género con consecuencias para su salud y un 10% han sido forzadas a realizar actos sexuales contra su voluntad. Estos porcentajes pueden llegar a duplicarse en Estados Unidos y Canadá (Flury, Nyberg & Riecher-Rossler, 2010).
De hecho en Estados Unidos, en un estudio realizado en el año 1995/1996 y auspiciado en conjunto por el Instituto Nacional de Justicia y el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades con una muestra de 8000 mujeres y 8000 hombres, se encontró que un 52% de las mujeres habían experimentado violencia de género (Tjaden & Thoennes, 2000). En España, Fontanil, Ezama, Fernández, Gil, Herrero y Paz (2005), en un estudio realizado con 421 mujeres seleccionadas con un muestreo estratificado sobre un universo de 450.000 mujeres, informan que el 20,2% de ellas ha sufrido violencia por parte de su pareja y que el 6,2% de las mujeres lo han experimentado durante el último año.
En Chile el primer estudio de prevalencia, y que hoy se considera un referente obligado en la investigación en violencia, es aquel realizado en 1994 por Soledad Larraín que encontró que en una muestra de 1.000 mujeres de la Región Metropolitana, un 25,9% de las encuestadas declaró haber vivido violencia física y 33,9% violencia psicológica. En un estudio realizado en la ciudad de Temuco en Chile a 422 mujeres en sus hogares, se encontró que un 49% de las mujeres reportaban agresión psicológica, un 13% violencia física y un 5,5%, violencia sexual (Vizcarra, Cortés, Bustos, Alarcón & Muñoz, 2001)
En parejas jóvenes, según Póo y Vizcarra (2008), dependiendo de las definiciones, muestra estudiada, período de tiempo evaluado e instrumentos utilizados, la prevalencia de violencia oscila entre 9 y 46%. Hay autores que reportan 23% para la violencia grave y 51% considerando todas las formas de violencia para el mismo grupo. En estudiantes universitarios, se ha informado una incidencia de 37% de varones y 35% de mujeres que han ejercido alguna forma de agresión física. En Chile, aproximadamente el 50% de los estudiantes universitarios, señala haber recibido agresión psicológica y aproximadamente un cuarto reconoce haber experimentado violencia física, al menos una vez en la vida (Póo & Vizcarra, 2008). En el caso de la violencia sexual en jóvenes universitarios, un 31% de la mujeres y un 21% de los hombres indican haber vivido al menos un incidente de violencia sexual desde los 14 años (Lehrer, Lehrer & Oyarzún, 2009). De acuerdo a la Encuesta Nacional de Victimización Criminal las tasas de violencia en la pareja aumentan en las mujeres entre los 15 a 19 años alcanzando su máximo entre los 20 y 24 años (Póo & Vizcarra, 2008)
Prevalencia de violencia en el noviazgo
Desde los primeros estudios en la década de 1980 acerca de la violencia en el noviazgo -en tanto problema de Salud Pública (Foshee et al., 2004) que necesita una aproximación de investigación integrada y esfuerzos conjuntos de prevención (Ali, Swahn & Hamburger, 2011)-, se ha avanzado en la comprensión de este fenómeno (Iconis, 2013), y hay evidencia de que está presente en muchas sociedades. Existe además un cambio cultural que influye en el inicio cada vez más temprano de relaciones de pareja (Close, 2005) generalmente en la forma de noviazgo y/o pololeo.
Aquí se debe tener presente toda aquella evidencia que indica que no existen diferencias estadísticamente significativas en la prevalencia de violencia hacia la pareja dependiendo del estatus de la relación: noviazgo, cohabitación, matrimonio (Wiersma, Cleveland, Herrera & Fischer, 2010). De hecho, aun cuando las relaciones de pareja adolescentes no involucran habitualmente cuestiones de dependencia económica o preocupaciones sobre el bienestar de los hijos que pueden influir en la decisión de no abandonar una relación en una mujer adulta (Cousins & Gangestad, 2007), sí pueden contener elementos de intimidad, provisión y recepción de apoyo instrumental, duración temporal, importancia percibida, que vuelven poco prudente subvalorar la importancia, satisfacción, proyección o viabilidad de la relación (Giordano, Soto, Manning & Longmore, 2010).
En el año 2007 en Estados Unidos (Montoya, Smith, Eng, Wynn & Townsend, 2013), aproximadamente un 10% de los estudiantes de secundaria reportaban haber sido físicamente violentados por su pareja en los últimos 12 meses y cerca de un 8% indicó haber sido forzado a tener sexo en algún momento de su vida. Porcentajes similares se encontraron dos años después en la Youth Risk Behavior Survey (YRBS): casi el 10% de estudiantes de secundaria (10% de varones y 9% de las niñas) denunció haber sido golpeado, abofeteado o lastimado físicamente a propósito por su novio o novia al menos una vez en los últimos 12 meses (Ali, Swahn & Hamburger, 2011). En el año 2013 en este mismo país, los porcentajes de reporte de algún incidente de violencia en el noviazgo entre los 13 y los 19 años, llega al 64.7% de las mujeres y al 61.7% en los hombres, en una muestra aleatoria (Bonomi, Anderson, Nemeth, Bartle-Haring, Buettner & Schipper, 2013). Complementariamente, Marquart, Nannini, Edwards, Stanley& Wayman (2007) además de indicar una prevalencia de 16% en un análisis secundario sobre una muestra de 20.274 adolescentes principalmente de sectores rurales, indican una mayor incidencia en los estados del sur.
OKeefe & Trester (1998, citado en Merten, 2008) reportan que un 45.5% de los hombres y un 43.2% de las mujeres reportan al menos un episodio de agresión durante la relación de noviazgo. De hecho, otros estudios realizados en los años noventa llegan a porcentajes de un 30%-34% para la agresión física y 93%-98% para la agresión psicológica en Estados Unidos. En Canadá se ha indicado un 27.8% para la coerción sexual, un 22.3% para la violencia física y un 79.1% para la violencia psicológica (Anderson et al., 2011).
En China, Straus (2004), informa porcentajes de alrededor de un 35% en estudiantes que han sufrido violencia en el noviazgo (Anderson et al., 2011). Se ha reportado a nivel mundial una prevalencia entre un 17% y un 49% habiendo perpetrado violencia en el último año, en estudiantes universitarios de 31 países (Katz, Tirone & Schukrafft, 2012). Por ejemplo, Suiza, tiene una tasa media del 25% (Hamby, Nix, De Puy & Monnier, 2012).
En el caso de los jóvenes, la denominada agresión relacional, entendida como o dañar o infligir perjuicio a otro a través de difamación, ostracismo o la manipulación de la relación cobra especial relevancia, debido a la amplia utilización de las redes sociales, internet y los dispositivos electrónicos. Se ha demostrado que estas agresiones en el contexto de pololeo generan más daño que en el contexto de la amistad, y que ocurren hasta en dos tercios de muestras de estudiantes universitarios (Bennett, Guran, Ramos & Margolin, 2011).
Parecieran, no obstante todo lo anterior, existir algunas diferencias entre los países. Por ejemplo, Seligowski & West (2009), indican que individuos de Europa Oriental reportan más violencia que aquellos originarios de Estados Unidos y Asia Oriental. Asimismo, los hombres estadounidenses indican haber sido destinatarios de violencia física en el noviazgo significativamente más que las mujeres de la misma nacionalidad y las mujeres de Asia Oriental informan significativamente más perpetración de violencia que los hombres; así como las mujeres de Europa Oriental indican significativamente más uso de negociación en las relaciones de noviazgo que los varones.
En el caso de España, se ha encontrado que en una muestra de 601 estudiantes de enseñanza media de Salamanca, el 95% indica haber perpetrado o sufrido agresiones verbales-emocionales, un 25.3% haber cometido agresiones físicas, un 23.6% haberlas sufrido al menos una vez, el 51.1% de los adolescentes afirma haber cometido una o más agresiones sexuales y el 57.4% señala haberlas sufrido (Fernández-Fuertes, Orgaz & Fuertes, 2011).
En un estudio realizado en Colombia con personas entre 15 y 35 años de edad, además de la verificación de antecedentes importantes de violencia en la mayoría de los casos, se encontró que en aquellos con edades entre 15 y 17 años la frecuencia de reporte de violencia en las relaciones de pareja llegaba en promedio al 73.2% (Rey-Anacona, 2013). Siempre en Latino-América, en un amplio estudio realizado en México con una muestra de 4.587 estudiantes entre 12 y 24 años (con un promedio de 15 años), de 260 escuelas secundarias, 92 escuelas preparatorias y una universidad se encontró un 28% de prevalencia total (Rivera-Rivera, Allen, Rodríguez-Ortega, Chávez-Ayala & Lazcano-Ponce, 2006) Este porcentaje sería menor que el indicado por Cárdenas et al. (2013) quienes señalan porcentajes que llegan al 45.5 y el 46.8% en hombres y mujeres, respectivamente, en una muestra con jóvenes entre 15 y 25 años.
En el caso de Chile, en la Sexta Encuesta Nacional de la Juventud realizada por el Instituto Nacional de la Juventud en el año 2009, un 16.9% de los jóvenes encuestados reporta la existencia de violencia psicológica, un 7.7% violencia física y un 0.8% violencia sexual. Estas cifras son más bajas que aquellas reportadas en estudios previos (Saldivia & Vizcarra, 2012): se han reportado porcentajes de 51% de violencia psicológica y 24% de violencia física (Aguirre & García, 1997) o 57% de violencia psicológica, y 26% de violencia física (Vizcarra & Póo, 2011). En una investigación realizada por Lehrer, Lehrer y Oyarzún (2009), se informa que en una muestra de estudiantes universitarios, de las mujeres que reportaban haber sido víctimas de una agresión sexual desde los 14 años, a el 12.7% le había ocurrido en una cita y al 26.4% con un pololo o pareja sexual.
Todos los datos enumerados de prevalencia deben ser estudiados sin embargo con alguna perspectiva, en la medida que existe abundante evidencia de que hay un subreporte de violencia en el noviazgo, donde a menudo los sujetos fallan en identificar si se encuentran o no en una relación abusiva (Miller, 2009).
Causas de la violencia en el noviazgo
Entre los factores asociados se pueden señalar los roles tradicionales de género (McCauley et al, 2013; Reed, Silverman, Raj, Decker & Miller, 2011); ingreso familiar, año que cursa en la universidad, cohabitación y edad: a mayor edad, menos aceptación de la violencia en la pareja (Anderson et al., 2011); también se ha señalado sufrir bullying -para las víctimas- o ejercer el matonaje -para los agresores- (Connolly, Pepler, Craig & Taradash, 2000; Espelage & Holt, 2007); baja autoestima, conducta antisocial, altos niveles de celos (Cousins & Gangestad, 2007), temperamento irascible (Murray & Kardatzke, 2007), narcisismo (Ryan, Weikel & Sprechini, 2008), técnicas inadecuadas de control de peso -pastillas, dietas, vómitos, laxantes- (Kim-Godwin, Clements, McCuiston & Fox, 2009), iniciación sexual precoz (13 años o menos) o consumo de alcohol precoz antes de los 12 años (Silverman, Decker & Raj; Ramisetty-Mikler, Goebert, Nishimura & Caetano, 2006); abuso sexual (Boladale, Adesanmi & Olutayo, 2013); haber sido testigo de violencia entre los padres o haber experimentado abuso en la infancia (Milletich, Kelley, Doane & Pearson, 2010); participación y percepción de violencia en el vecindario (Reed et al., 2011) o pobreza concentrada y falta de eficacia colectiva en este (Jain, Buka, Subramanian & Molnar, 2010; Rothman, Johnson, Young, Weinberg, Azrael & Molnar, 2011).
Es interesante la distinción realizada por Wolf & Foshee (2003) quienes señalan que si bien los varones parecen aprender ciertos estilos de manejo de la rabia en la familia de origen, se observa una diferencia entre haber sido objeto de violencia y haber sido testigo de violencia del marido hacia la esposa: sería la primera experiencia la que se correlacionaría con la perpetración de violencia en el noviazgo por parte del varón. En un estudio llevado a cabo por Palmetto, Davidson, Breitbart & Rickert (2013), con una muestra de 618 mujeres jóvenes usuarias de un centro de salud reproductiva cuyas edades inferiores llegaban hasta los 15 años, se encontró que la violencia en la relación de pareja se asociaba significativamente a edades menores, abuso sexual en la infancia, observar violencia de pareja entre los padres, la extensión temporal de la propia relación y tener hijos dentro de ella.
En lo que concierne al grupo de pares tan importante para el desarrollo psicológico durante la adolescencia, estudios retrospectivos cualitativos han confirmado que este influye de formas diferentes en la violencia durante el pololeo adolescente dependiendo del género, en formas que van -entre otras- desde participar en la agresión (para los varones) hasta involucrarse sentimentalmente con el agresor de la amiga (para las mujeres) (Stephenson, Martsolf & Draucker, 2013).
En términos motivacionales, existen algunas diferencias de género para la perpetración de violencia en el noviazgo. Para el caso de los varones los motivos más frecuentes para la agresión física serían llamar la atención de su pareja, la ira, los celos y porque les parece sexualmente excitante. Para las mujeres, los motivos más comunes para usar la agresión física son que es sexualmente excitante, como respuesta al ser lastimada emocionalmente, para llamar la atención de su pareja y para mostrar sentimientos que no pueden explicar en palabras (Shorey, Meltzer & Cornelius, 2010).
Con relación a los celos y usando modelamiento mediante ecuaciones estructurales, Cousins y Gangestad (2007) encuentran en una muestra de 116 parejas universitarias que las mujeres que reportan un mayor interés por otros varones, son percibidas como potencialmente más infieles por sus parejas: estos varones exhiben más conductas controladoras asociadas con violencia física. No obstante lo anterior, la percepción de dichos hombres acerca del interés de las mujeres en otros, era un predictor más importante de la violencia masculina que el interés de ellas por otras personas.
Roberts, Auinger y Klein (2006), indican que en un análisis secundario sobre 4441 sujetos utilizando regresión logística, se encontró que el involucramiento en relaciones sexuales o en una "relación romántica especial" estaba asociado con mayor tendencia a ser violentado en ambos géneros. Por otra parte, la duración de la relación estaba asociada con abuso verbal en ambos géneros, y el involucramiento en el embarazo estaba asociado con ser verbal o físicamente violentado según los hombres. Otros factores que tienen un poder predictivo evidente son las actitudes hacia la violencia (Ali, Swahn & Hamburger, 2011); pertenecer a una pandilla, que aumenta en un 228% la posibilidad de experimentar violencia en el noviazgo para las mujeres (Gover, Jennings & Tewksbury, 2009) y consumo de alcohol y drogas (Guzmán, Esparza, Alcántara, Escobedo & Henggeler, 2009; Saldivia & Vizcarra, 2012).
En México se ha encontrado que el control de la ira y el grado de aceptación de creencias en torno a la violencia, mediatizan la relación entre el conflicto entre los padres y la perpetración de violencia en el noviazgo (Clarey, Hokoda & Ulloa, 2010), comprobando lo ya señalado por Dye y Eckhardt, en el año 2000.
Según aclaran Miller, Gorman-Smith, Sullivan, Orpinas y Simon (2009), si bien las variables parentales y relativas al grupo de pares predicen la violencia física en el noviazgo, el género mediatiza la relación entre prácticas parentales y violencia física, así como también el monitoreo parental se encuentra inversamente asociado al ejercicio de la violencia en los varones, y un apoyo parental orientado a la no agresión inversamente vinculado a la violencia en las mujeres. Este mismo apoyo también modularía la asociación entre conductas antisociales del grupo de pares y la perpetración reportada. Finalmente, el género modularía la interacción entre conductas antisociales de los pares y el apoyo paren-tal para soluciones no violentas.
Schnurr y Lohman (2008) realizaron un estudio sobre una base de 765 sujetos, encontraron que el involucramiento temprano con pares antisociales y el incremento en la involucración con pares antisociales a lo largo del tiempo, estaban asociados a la perpetración de violencia en el noviazgo para hombres y mujeres no afroamericanos, mujeres afroamericanas y varones hispanos durante el noviazgo. Por otra parte, la falta de seguridad en la escuela y las dificultades académicas durante la adolescencia temprana, exacerbaban el impacto de la exposición a la violencia doméstica parental para los hombres afroamericanos y los hombres hispanos, respectivamente. La participación escolar temprana en actividades extra programáticas, sorprendentemente, exacerbaba dicho impacto para mujeres hispanas.
En un estudio con 941 niños y adolescentes en Estados Unidos, se halló que un fuerte vínculo con los padres y las habilidades sociales protegían a las niñas de ser víctimas de violencia a través de reducir el consumo de alcohol en la temprana adolescencia, mientras que las conductas externalizantes en la temprana adolescencia, sumados a un débil vínculo con los padres, podrían contribuir a la victimización (Maas, Fleming, Herrenkohl & Catalano, 2010).
En el caso de estudiantes universitarios, Kaukinen, Gover y Hartman (2012) indican que aún cuando la mayoría de las mujeres no está involucrada en relaciones violentas, el fenómeno es más frecuente en relaciones de agresión cruzada. Esta bidireccionalidad es una característica que pareciera diferenciar la violencia en el pololeo de la violencia conyugal adulta (Saldivia & Vizcarra, 2012). No obstante lo anterior, dicha bidireccionalidad debe ser observada con algunas precauciones a partir de los hallazgos reportados por Cercone, Beach y Arias en el año 2005, quienes habiendo estudiado la violencia en el noviazgo en una muestra de 450 estudiantes universitarios reportan que si bien la violencia tiende a ser simétrica, las mujeres reportan más perpetración de violencia física severa y se observaron diferencias de género -que afectan a las mujeres- en el contexto, función y experiencia del miedo derivado de la agresión vivida.
Por último, aun cuando no es el objetivo de la presente revisión, se debe señalar que los programas de prevención piloto que abordan los factores descritos hasta aquí tienden a ser efectivos y se han implementado en Chile y otros países (Póo & Vizcarra, 2011).
Consecuencias de la violencia en el noviazgo
En lo que concierne a las consecuencias se menciona en la literatura bajo rendimiento académico, deserción escolar, insatisfacción con la relación en términos de afecto positivo, escucha y comprensión (Marcus, 2004) para hombres y mujeres (Kaura & Lohman, 2007); embarazo precoz, trastornos alimentarios, baja autoestima, inseguridad, aislamiento, riesgo de ser victimizadas en las relaciones de pareja adultas futuras (Saldivia & Vizcarra, 2012); disminución de uso de métodos contraceptivos y por lo tanto más probabilidades de embarazo y enfermedades de transmisión sexual (Manlove, Ryan & Franzetta, 2004; Boafo, 2011; Rizzo et al., 2012); trastornos ansiosos, depresivos y síntomas de estrés postraumático (Eshelman & Levendosky, 2012), ideación suicida (Close, 2005) y normalización de la propia experiencia de violencia (Stein, Tran & Fisher, 2009).
Estudios cualitativos han arrojado mayor luz sobre la experiencia individual, emergiendo temas y vivencias tales como angustia, la desconfianza y la toma de precauciones adicionales, desconexión y distancia en las relaciones interpersonales, insatisfacción de la mujer consigo misma, negar la experiencia de violencia, sensación de sentirse poco apoyados por la familia y la comunidad, disrupción grave de la propia vida. Además en muchos casos, la experiencia de abuso es un evento que genera un cambio radical en la visión de la vida, empoderando hacia el futuro a la víctima para que no se vuelva a repetir (Amar & Alexy, 2005).
En los hombres víctimas de violencia en el noviazgo, a diferencia de las mujeres, se han reportado relaciones estadísticamente significativas entre la victimización y la expresión de rabia (Rutter, Weatherill, Taft & Orazem, 2012). Una línea muy interesante en este sentido es la desarrollada por Taft, Schumm, Razem, Meis y Pinto (2010), quienes encuentran una fuerte correlación entre la perpetración de violencia en el noviazgo, y síntomas de estrés post-traumático, rabia y alcoholismo. Los autores sugieren que incorporar el estrés post-traumático y sus secuelas, en la comprensión de la transmisión transgeneracional de la violencia, puede ser clave para futuras investigaciones.
Justificación de la violencia en el noviazgo
Como suele ocurrir en las relaciones románticas, a menudo se espera que los conflictos presentes se resuelvan en un futuro hipotético aún cuando la evidencia presente indique todo lo contrario. Esto se aprecia a menudo en la fase de cortejo donde, tal como señalan Wiersma, Cleveland, Herrera y Fischer (2010) los novios piensan que la violencia y los indicadores de alto riesgo son normales y desaparecerán con el matrimonio.
Haglund, Belknap y Garcia (2012), indican que dentro de los múltiples hallazgos de un estudio cualitativo intercultural realizado con 20 mujeres con una media de edad de 14.5 años, implementado a través de grupos focales, se encontró que existían muchas creencias irracionales tales como que la conducta celosa y controladora se detendría si la mujer se comportaba de formas en que el varón confiara en ella o que los celos de la pareja eran una señal de que el varón se preocupaba por ella.
Dentro de los factores que se ha indicado contribuyen a la justificación de la violencia están la violencia entre los padres experimentada en la infancia; la seriedad, importancia y extensión de la relación, ser humillado/a por la pareja y/o el acto de violencia como represalia a una agresión ejercida previamente (Merten, 2008). Asimismo, las mujeres podrían justificar más la violencia cuando sienten vergüenza por ella (Anderson et al., 2011).
Merten (2008) encontró en un estudio, en base a viñetas, realizado a 661 adolescentes, que la necesidad de ganar se correlaciona con la aceptabilidad de la violencia y que las características del caso, por ejemplo si la mujer reacciona a un acto violento iniciado por un hombre, explica un 30% de la variabilidad de la aceptabilidad de la violencia. Se ha señalado además que en la infancia la perpetración de violencia de género cruzada, la crianza dura, la desviación del grupo de pares, los bajos ingresos familiares y los riesgos en el vecindario, influyen significativamente en las actitudes hacia la violencia de pareja en la adolescencia (Windle & Mrug, 2009).
Existe múltiple evidencia que apoya el hecho de que existe una fuerte correlación entre poseer creencias que legitiman la violencia contra la pareja y efectivamente perpetrar o materializar dichas agresiones (Nabors, Dietz & Jasinski, 2006). Se entiende por aceptabilidad de la violencia, las actitudes, justificaciones o tolerancia a la violencia, y es un reflejo de cuan apropiada es vista la violencia según lo establecido por las normas sociales (Kaura & Lohman, 2007).
Ulloa, Jaycox, Marshall y Collins (2004) señalan que una investigación realizada con 678 jóvenes latinos, las actitudes hacia la violencia en la pareja fueron predichas por la adhesión a de los estereotipos de género, o por los estereotipos de género y sexo (ser varón). En un estudio realizado con metodologías mixtas cualitativas y cualitativas llevado a cabo por Próspero y Vohra-Gupta en el año 2007 y que respalda las diferencias de género, se encontró que frente a una situación análoga de victimización violenta en el noviazgo, las mujeres tendían más a juzgar como inapropiada la situación, mientras que los hombres evaluaban como más probable reaccionar de una forma violenta. Esto se relaciona según los autores con la socialización de género donde a los hombres se les valida mucho más la conducta violenta como respuesta a una "provocación" que a las mujeres.
En términos de edad, existe evidencia de que las creencias que apoyan la violencia en la pareja disminuyen con la edad. Por ejemplo, un estudio encontró que la aceptación de golpear a la pareja es mayor entre los participantes menores de 35 años de edad que en cualquier otro grupo etario (Nabors et al., 2006). Se ha encontrado asimismo, en el caso de niños pre-escolares, que aquellos expuestos a violencia entre los padres desarrollan visiones distorsionadas acerca de la aceptabilidad de la violencia: comienzan a creer que es común, justificable y a menudo la única vía para resolver los problemas. De hecho incluso, en la mayoría de los casos, tienden a pensar que esa violencia ocurre por responsabilidad de ellos mismos (Howell, Miller & Graham-Bermann, 2012; Jouriles, Mcdonald, Mueller & Grych, 2012).
En un estudio realizado con metodologías de grupos focales, donde se examinaron las actitudes hacia la violencia en el noviazgo en 86 adolescentes entre 12 y 17 años de cuatro países europeos se encontró que aún cuando la violencia en las relaciones de pareja no es tolerada, cuando es ejercida por mujeres, en forma involuntaria o en represalia por la infidelidad, es percibida como aceptable (Bowen et al., 2013). Esto último se asocia con los hallazgos reportados por Forbes, Jobe, White, Bloesch y Adams-Curtis (2005), quienes hallan en una muestra de 220 mujeres y 208 hombres universitarios, que golpear a la pareja, enojarse y desquitarse, era visto como más justificable con posterioridad a una infidelidad sexual. En términos generales sin embargo, independiente de del tipo de traición o género de la persona traicionada, los varones justifican más golpear a la pareja o desquitarse de lo que las mujeres lo hacen. Esto es consistente la tendencia general de los varones a aceptar más la agresión.
Por último, en algunas ocasiones, ocurren ciertas simplificaciones de naturaleza cognitiva en la comprensión del fenómeno por parte de quienes lo experimentan, de tal forma de que a pesar de ser un fenómeno complejo y multifactorial, tal como se ha mencionado en este artículo, consideran que el empoderamiento personal y el aumento de la autoestima basta para impedir la ocurrencia del fenómeno (Vásquez & Castro, 2008; Haglund, Belknap & Garcia, 2012).
Particularidades de la violencia en las relaciones de pareja adolescentes
En el caso de la adolescencia temprana, ocurren fenómenos interesantes en el caso de la violencia en el noviazgo, ya que las diferencias de género en eventos normativos (por ejemplo, pubertad, aumento del tamaño corporal) puede reflejarse en que las niñas tengan el mismo o mayor tamaño físico que los varones, y que eso influya en que sean menos proclives a ser dominadas por los niños. También es posible que aun cuando no hayan asumido completamente los roles de género propios de la adolescencia tardía o la adultez, sean menos proclives a tener relaciones románticas con compromiso y que por lo tanto eviten menos conductas generadoras de conflicto como los celos o el sobre control (Windle & Mrug, 2009).
En resumen, el significado de determinadas conductas y actitudes va cambiando a través de los diferentes momentos de la adolescencia: niveles suaves de violencia o coqueteos con el sexo opuesto pueden significar inmadurez en la adolescencia temprana mientras que en la adolescencia tardía pueden reflejar dominación interpersonal y control. Pudiese darse una solución de continuidad entre actitudes "inmaduras" proclives hacia la violencia en la temprana adolescencia, conductas violentas en la adolescencia tardía, por ejemplo sobrecontrol (Windle & Mrug, 2009) y violencia hacia la pareja "instalada" en la adultez temprana.
Esta evolución en la forma en que interactúan distintos factores de riesgo con la maduración y el tránsito por la adolescencia ya ha sido sugerido por otros autores. Por ejemplo, Mcnaughton-Reyes, Foshee, Bauer y Ennett (2012) indican explícitamente que en la medida que los adolescentes van creciendo, los factores moderadores juegan un rol crecientemente importante en explicar las diferencias individuales en las interacción uso de alcohol/violencia en el noviazgo.
Según los autores, por ejemplo, debido a que el efecto global de consumo excesivo de alcohol tiende a ser más débil durante la adolescencia tardía que en la adolescencia temprana, el consumo excesivo de alcohol solo puede aumentar el riesgo de violencia entre los adolescentes mayores que tienen propensiones perceptivas o comportamientos agresivos debido a que están insertos en familias o grupos de pares violentos.
En la misma línea, en un interesante estudio longitudinal llevado a cabo con 519 adolescentes que al momento del pretest tenían 13.79 años, y cuyo objetivo fue predecir el grado de violencia presente dos y medio años después, se encontró que -aunque la mencionada capacidad de predicción era limitada- la delincuencia, el rechazo parental y la perpetración de acoso sexual, predecían la violencia mutua, así como la delincuencia predecía la pertenencia al grupo de personas exclusivamente perpetradoras (Chiodo et al., 2012).
Conclusiones
La violencia en el transcurso del noviazgo y en particular en la adolescencia, es un grave problema de salud pública que afecta en grado considerable la salud física y mental. No obstante lo anterior, la violencia en parejas pertenecientes a este segmento etario y en niños no ha recibido la misma atención en la literatura, como si ha ocurrido con la violencia conyugal en parejas adultas.
La adolescencia es un período de transformación, exploración, autoanálisis y autoevaluación que idealmente termina en la creación de un sentido coherente e integrador de sí mismo. Este proceso consiste en la exploración y pruebas de ideas alternativas, creencias y comportamientos: Erik Erikson proporciona tal vez el más reconocido marco teórico para conceptualizar la transformación de sí mismo durante la adolescencia, en el cual se busca un sentido mixto de la individualidad personal y continuidad con otros significativos (Allison & Schultz, 2001).
En la medida que en el transcurso de la adolescencia se van consolidando diferentes procesos cognitivos, biológicos, el desarrollo moral y la incorporación de los patrones culturales de género, entre otros, es factible suponer que existirán diferencias, por ejemplo, entre adolescentes tempranos y tardíos en relación a la evaluación que hacen de la violencia en la pareja, y en general a las distintas formas de manifestación de este fenómeno.
Además, como queda evidenciado en este artículo, cuestiones como la duración de la relación y el grado de compromiso, el rol que juega el grupo de pares, la influencia de los padres, la progresiva incorporación de creencias de género, el desarrollo del juicio moral y la misma transformación biológica, entre otros, son factores a considerar en el análisis de la violencia en el noviazgo durante la adolescencia.
El aporte que los autores del presente trabajo desean instalar a través de esta actualización, es el reconocimiento de esta singularidad multifactorial y evolutiva. Es necesario contar con estudios que permitan seguir profundizando la comprensión de la violencia en la pareja en la población adolescente e infantil, para posteriormente disminuirla, prevenir su inicio o detener su progresión hacia la vida adulta, cuando ya a menudo es tarde y se ha establecido como un patrón regular de conducta con serias consecuencias para la vida conyugal y familiar.
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Recibido: 07 de julio, 2014
Aceptado: 21 de julio, 2014