1. Introducción
Cierto lenguaje que viene de la Biblia, que llamaremos "lenguaje bíblico" o "evangélico", está presente prácticamente en todos los autores de Latinoamérica. No importa que hayan sido creyentes, ateos o agnósticos. América Latina es una región marcada por la cristianización, de tal manera que es prácticamente imposible escapar de un conjunto de referencias religiosas, las cuales no parten necesariamente de las convicciones del poeta. Para el caso peruano, César Vallejo es un punto de partida en el siglo XX. Solo en Los heraldos negros, publicado en 1918, hay referencias al imaginario cristiano en prácticamente todos los poemas. Sin embargo, es pertinente buscar más bien obras en las que se haya representado a Cristo desde los márgenes del imaginario cristiano heredado. Este es el caso de un poemario mucho más contemporáneo: Habitó entre nosotros (2002) de José Watanabe. En uno de los poemas del conjunto, "La adúltera", el autor pone en boca de la mujer adúltera, a quien Jesús salvó de ser apedreada1, lo siguiente:
… Dicen
que él realiza prodigios increíbles. Este,
tan esencial,
quizás sea el menos proclamado: hizo
que aceptáramos nuestras vilezas
con honestidad.
(Watanabe, 2008, p. 305)
Lo que se presenta aquí es un rostro distinto del Jesús que muestran los evangelios, así como de la figura de Cristo que se conoce en la religiosidad popular. Esto ocurre porque se le da voz a la mujer, a quien casi no escuchamos en el relato del evangelista, y porque se presenta como milagro "increíble" y "esencial" uno de los eventos que no serían considerados como tal tradicionalmente. Watanabe, quien no profesaba el cristianismo2, representa a Jesús de una manera particular. Esto se puede afirmar en el sentido en que una representación es producto de la dinámica entre lo ya conocido y la novedad producida por combinaciones inesperadas (Fabry, 2022). En este contexto, llama la atención el hecho de que Watanabe haya dedicado un poemario entero a la construcción de una imagen de Cristo. Teniendo en cuenta que eso es lo que hacen también los evangelios, resulta interesante estudiar qué representación se construye en los versos de Watanabe o, dicho de otro modo, cuál es el rostro de Jesús en Habitó entre nosotros. En este breve acercamiento, se revisará cómo se construye esa representación a través de dos categorías. Por un lado, se verá cómo el poemario trata las parábolas de Jesús, es decir, la manera en que él trabajaba con el lenguaje. Por otro lado, se revisará la imagen de Cristo que se desprende de la tensión entre lo humano y lo divino.
Para alcanzar los objetivos de un trabajo de esta naturaleza han sido fundamentales tres investigaciones que exploran las relaciones intertextuales de la Biblia con la literatura. En primer lugar, se encuentra el estudio amplio coordinado por Sylvie Parizet (2016) sobre la Biblia en las literaturas del mundo. Este esfuerzo se vio replicado por Daniel Attala y Geneviève Fabry (2016) para el caso de la literatura hispanoamericana. Finalmente, ha sido fundamental la investigación más concreta llevada a cabo por Fabry sobre las representaciones de Cristo en la poesía chilena (2022). Por otra parte, del lado teórico y metodológico, son muy interesantes los modelos de exégesis de la recepción de textos bíblicos presentados por Olivier-Thomas Venard (2016), así como varios artículos sobre poetas hispanoamericanos, entre los que destaco el de Fabry (2016) sobre Lezama Lima y Raúl Zurita, así como el estudio de la misma autora sobre la película chilena El Cristo ciego (2019).
2. Imaginarios y representaciones de Cristo
En el estudio de las maneras en que la poesía configura o reconfigura a Cristo, es fundamental el trabajo de Jacques Sys (2000) sobre los "imaginarios cristológicos". El autor afirma que su propuesta no se ocupa tanto de la experiencia religiosa como tal ni de su fenomenología, sino de aquello que queda en el espíritu cuando se ha leído determinada obra y que pasa a ser parte de nuestro imaginario. Esto es particularmente importante cuando se estudian las representaciones de Cristo en una poesía proveniente de una tradición cristiana por herencia. Las referencias al evangelio abundan en la poesía latinoamericana, pues el lenguaje bíblico forma parte de la cultura, incluso de quienes no se consideran creyentes. No obstante, eso no impide que un poeta pueda reconfigurar a Cristo en su obra.
Para Sys, la pregunta clave del cristianismo es "¿quién es Cristo?", o mejor "¿quién dicen ustedes que soy yo?", según se lo preguntó el propio Jesús a sus discípulos (Mt 16, 15; Mc 8, 27; Lc 9, 18). En concordancia con esta afirmación, se puede encontrar una respuesta a esta duda fundamental en los evangelios. No obstante, del lado de la poesía cada poema donde se utilice un lenguaje evangélico, o donde la figura de Jesús sea un medio para la expresión artística o un fin en sí mismo, constituye una respuesta a la pregunta fundamental: ¿quién dicen ustedes que soy yo?
El objetivo del estudio de Sys es acercarse a una poética cristológica, es decir, revisar la construcción progresiva de una imagen de Cristo a partir de textos, experiencias, tradiciones, etc. Toda la estructura neotestamentaria, centrada en Cristo, estructurada y proyectada al futuro por él, es lo que constituye una "tradición". Cuando podemos rastrearla en creaciones artísticas, hablamos de un "imaginario cristológico". Dicho de otro modo, un imaginario cristológico es un conjunto de representaciones de Jesús que han ido interiorizándose en la cultura hasta convertirse en una fuente de expresiones y prácticas que van más allá de lo religioso.
Ahora bien, es cierto que un imaginario puede suponer una herramienta teórica inmanejable para un estudio concreto de análisis poético, sobre todo si se tiene en cuenta que se ven implicados conceptos tan amplios como mito o imagen. En esta línea, Fabry (2022) se centra en uno de los elementos del imaginario, que es la "representación" y la define de la siguiente manera:
La representación obedece a una lógica de sedimentación: la aglutinación de distintos elementos identificables opera un juego entre el reconocimiento de lo ya conocido y la novedad que surge de combinaciones inesperadas. En la perspectiva de esta investigación, el poema es el marco de una re-presentación: la enunciación poética es efectivamente propicia al surgimiento, en la conciencia del/de la que lee o escucha el poema, de una imagen mental nueva que hace presente el mundo convocado por el poema de una forma que se renueva en cada lectura. (pp. 31-32)
Encontramos así una herramienta teórica más precisa para evidenciar el rostro de Cristo en el poemario de Watanabe. Efectivamente, una representación opera con elementos conocidos, al mismo tiempo que logra construir un tamiz de novedad sobre el sujeto u objeto de la re-presentación. Esta operación es intratextual y extratextual a la vez. En el primer caso, un objeto/sujeto relativamente conocido en la cultura se ve de alguna manera renovado en el poema. Tal es el caso de Cristo en Habitó entre nosotros. Además, el procedimiento es extratextual en el sentido en que es explicado por Fabry líneas arriba: una nueva imagen mental se constituye en cada lector y en cada lectura.
4. Habitó entre nosotros y la metodología para estudiarlo
Habitó entre nosotros es un conjunto de 23 poemas, en cada uno de los cuales se presenta algún pasaje de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz. Todos ellos tienen referentes intertextuales en escenas de los evangelios canónicos. Sin embargo, la mayoría se caracteriza por darle voz a personajes que no la tienen en la Biblia. Se trata, en dicho sentido, de una obra polifónica. Por ejemplo, es José, esposo de María, a quien escuchamos en "La Natividad" (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38. 2, 1-21). Por su parte, quien tiene la voz en "El endemoniado" es precisamente este sujeto poseído por espíritus, a diferencia de los evangelios, en los que se escucha a Jesús hablar básicamente con los demonios que habitaban en el sujeto (Mt 8, 28-34; Mc 5, 1-20; Lc 8, 26-39). En otros casos, hay testigos no identificables, como es el hombre que narra la multiplicación de los peces y panes. Suponemos que se trató de alguien que estaba entre la multitud y fue testigo del milagro (Mt 14, 13-21; Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-15). Hay, finalmente, otros casos en los que Watanabe crea la voz de personajes de la ficción dentro del relato bíblico. Así se puede notar en "El sembrador", poema en el que oímos al propio sembrador conversar con Jesús, a pesar de que este personaje es parte de la ficción creada por Jesús en la parábola (Mt 13, 1-9; Mc 4, 1-9; Lc 8, 4-8).
Es necesario, además, hacer un comentario sobre la metodología con la que abordamos el análisis e interpretación del poemario. Guiados por el título del conjunto3, leímos el evangelio de Juan en paralelo al análisis de cada poema. Pronto, se hizo notorio que varios de los poemas tenían su referencia intertextual en pasajes de los evangelios sinópticos, que no habían sido recogidos por Juan. Fue evidente, entonces, que Watanabe había trabajado con el conjunto de los relatos sobre la vida de Jesús. Había construido su propio diatessaron4. A partir de ese momento, el acercamiento a los textos siempre fue bajo la siguiente dinámica: el primer paso fue la lectura del poema, seguida de una lectura cuidadosa de los pasajes evangélicos referidos en la Biblia. Ese segundo paso hizo notar detalles que iluminaban la interpretación del texto, por lo que el tercer paso fue volver al poema y hacer un análisis más detenido. Estoy convencido de que, en un poemario como este, es irrenunciable el trabajo con el referente intertextual. La interpretación no podría llevarse a cabo sin los datos de los evangelios, los cuales constituyen una especie de suplemento inseparable de la poesía.
4. ¿Quién dicen ustedes que soy yo?
"¿Quién es aquel que me ha curado?", es la pregunta que se hace un ciego recién sanado por Jesús en "El ciego de Jericó". Se trata de la misma pregunta fundamental del cristianismo, según hemos mencionado. El episodio aparece narrado en los evangelios sinópticos (Mt 20, 29-34; Mc 10, 46-52; Lc 18, 35-43), mas no en Juan. En todos los casos se trata de un relato breve, con ligeras diferencias entre ellos. Mateo afirma que se trataba de dos ciegos. Marcos dice que era uno solo y su nombre era Bartimeo. Todos, en cambio, coinciden en que el hecho tuvo lugar en Jericó, en que el ciego gritaba a un lado del camino pidiendo compasión de parte de Jesús y en que, después de la curación, se fue detrás de él.
En el poema, Bartimeo (lo llamaremos así, siguiendo a Marcos) hace un recorrido del espacio con la visión recién recuperada. Quiere saber quién le ha dado la posibilidad de volver a ver y encuentra a Jesús separado de la gente, como si no soportaran estar muy cerca de él luego de ver su poder:
La gente se separa prontamente de Ti
como eximiéndose
del terrible poder de curar.
Quedas Tú solo, decantado, pero natural,
pero ciudadano, pero no más.
Entonces hablas
y tus palabras tienen un aleteo dorado,
una resonancia
que el idioma rehúsa poner en otras bocas.
(Watanabe, 2008, p. 307)
Lo que encuentra es un sujeto normal a primera vista, natural y ciudadano, que no llamaría la atención de no ser porque la gente lo ha dejado apartado. En cambio, es recién cuando lo oye hablar que reconoce la autoridad de Jesús y su condición particular frente a los demás. Luego de este pequeño proceso de reconocimiento, Jesús se ha convertido en el Cristo para Bartimeo; el ciego de Jericó acepta la autoridad de Jesús gracias a dos señales: sus actos (le ha devuelto la vista) y palabras (un lenguaje alado que nadie más posee). Bartimeo sabe bien que son los actos y palabras de Jesús las muestras de su divinidad, no su apariencia. ¿Quién es Jesús, entonces? ¿Qué rostro tiene? Puede verse que su naturaleza crística, mesiánica, divina, proviene finalmente de sus palabras. Es su lenguaje el que lo distingue. Fuera de ello, es un tipo aparentemente normal hasta antes de su pasión y muerte.
"Multiplicación de los peces y panes" es otro ejemplo de este tópico. Se trata de, probablemente, el milagro más famoso de Jesús. El relato está en los cuatro evangelios con ligeras variaciones (Mt 14, 13-21; Mc 6, 33-44; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-15). Todos coinciden en que hubo una multitud de más de cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños. Mateo y Marcos registran dos multiplicaciones, aunque con seguridad la que comparten con los otros evangelios es la primera. Lucas ubica el hecho cerca de Betsaida y Juan agrega el dato de que fue un muchacho el que proporcionó los cinco panes y dos pescados. Por lo demás, el relato, sobre todo en los sinópticos, es prácticamente idéntico.
A diferencia de los textos bíblicos, narrados como siempre desde una tercera persona, Watanabe construye la voz poética a través de un testigo, un sujeto que es parte de la muchedumbre que sigue a Jesús: "Yo voy entre la muchedumbre que te escucha". Se trata de una persona que ya ha reconocido la autoridad de este como el Mesías, pues se dirige a él desde el comienzo como su Señor. ¿Cómo ha llegado a esa confesión de fe sin haber presenciado la multiplicación de los panes? La explicación se halla nuevamente en el poder de las palabras de Jesús:
Yo voy entre la muchedumbre que te escucha.
Vienes
como un relieve de luz en la luz
y no hablas como los viejos profetas
de ceño adusto:
Tú cuentas historias sencillas e inquietantes.
Esta tarde
cuando empezábamos a comprenderte
vino el hambre sobre la multitud,
y no había nada en las espuertas de
mimbre.
Pero Tú, hombre justo, restituiste al mundo los alimentos [...]
y todos fuimos saciados
porque de tus palmas
nacieron en abundancia peces plateados
y dorados panes de trigo.
(Watanabe, 2008, pp. 308-309)
Esas historias señaladas, "sencillas e llegará hasta corroborar la justicia de Jesús a través del acto restitutivo del alimento para la multitud. Se confirmaría, entonces, la descripción de Jesús que hicieron los discípulos de Emaús ante su propio maestro cuando todavía no lo habían reconocido: "un profeta poderoso en obras y palabras" (Lc 24, 19). Ese parece ser el mismo énfasis puesto en el poemario de Watanabe.
5. Entre lo humano y lo divino
Mirando en perspectiva la vida de Jesús desde la teología, lo que se sabe con cierta claridad de su trayectoria se limita a sus últimos tres años. Es normal, entonces, suponer que fue un sujeto que pasó desapercibido durante la mayor parte de su vida, como un ser humano común. Sería, más bien, a partir de la experiencia del bautismo que Jesús habría caído en la inquietantes", son seguramente las parábolas en las que, a través de un lenguaje sencillo y referentes cercanos a la gente humilde, Jesús presentaba el Reino de Dios a sus seguidores, como explica José Antonio Pagola (2013). La comparación, asimismo, es interesante. Frente a la voz de los profetas, que era leída en las sinagogas siempre, Jesús no lleva un lenguaje condenatorio ("ceño adusto"), sino la novedad de narraciones que quedan en la memoria de la gente. Al igual que el ciego Bartimeo, este testigo reconoce la autoridad de Jesús gracias a sus palabras y sus actos. Es su forma de hablar la que ha ganado la confianza de la gente, pero es necesario que los actos acompañen lo que pronuncia la boca.
La voz poética lo señala con claridad al decir que el hambre detuvo el proceso de comprensión de las palabras de Jesús ("cuando empezábamos a comprenderte / vino el hambre sobre la multitud"). Como puede entenderse, la palabra sencilla de Jesús es inquietante y cautivadora, pero no basta para comprender el mensaje. Los oyentes son mortales a fin de cuentas y están sujetos al hambre y la sed. Es en ese momento en que Jesús suma los actos a las palabras y ejecuta el milagro, dotando a sus seguidores de "peces plateados" y "dorados panes de trigo", alimento representado además con la valía del oro y la plata.
Bartimeo fue el receptor de la acción sanadora de Jesús y luego pudo reconocerlo solo cuando escuchó sus palabras. Por su parte, el testigo de la multiplicación de los panes ha sido cautivado por las palabras, pero la comprensión total del mensaje no cuenta de su condición divina y su misión de predicar la llegada del Reino de Dios (Sáez de Maturana, 2020; Vidal, 2014). De esta manera, lo que llamamos la vida pública de Jesús sería producto de la plena vivencia y autorreconocimiento de ser hijo de Dios.
El relato del bautismo se halla recogido en los cuatro evangelios (Mt 3; Mc 1, 2-11; Lc 3, 1-22; Jn 1, 1-34), cuyas versiones presentan no pocas diferencias. Todas ellas han sido analizadas recientemente con detalle por Francisco Javier Sáez de Maturana (2020). Este autor subraya que narrar el bautismo de Jesús fue un difícil reto para los primeros cristianos, sobre todo porque implicaba aceptar que el hijo de Dios se había sometido a la autoridad del Bautista, alguien a quien se consideraba evidentemente menos importante. Mateo soluciona el problema haciendo que el bautismo sea un mero "trámite", algo que se hace para cumplir lo que debe suceder. Marcos, por su parte, evita señalar cualquier diálogo entre Juan y Jesús; relata simplemente la comunicación entre este último y Dios. Lucas es más radical aun, pues hace que, de alguna manera, Jesús se bautice solo; para cuando narra el bautismo, Juan ya estaba encarcelado. Solamente en el cuarto evangelio el Bautista asegura haber visto que el Espíritu descendía y se posaba sobre Jesús. En todos los otros relatos queda la posibilidad de que haya sido un hecho experimentado solamente entre el Padre y el Hijo.
¿Cómo representar este relato tan asentado en la cultura? ¿Cómo renovar la interpretación del bautismo de Jesús y con ello darle un rostro novedoso? La tensión entre lo humano y lo divino es, sin duda, uno de los tópicos más problemáticos del cristianismo. En este contexto llama la atención la manera en que el bautismo de Jesús es representado por Watanabe. En Habitó entre nosotros, no se trata ya del paso de lo humano a la toma de conciencia de la divinidad, sino lo contrario: por el bautismo, Jesús habría ingresado al mundo de lo temporal, de lo pasajero, a una humanidad plena. Para representar esto, el poeta se sirve de un símbolo poderoso, como es el río, y lo utiliza en clave más bien grecolatina:
Pero Tú ¿por qué vienes a mí, Señor?
Tú no tienes pecados, excepto acaso una marca de nacimiento: la fijeza del Padre
que vive en un solo y eterno día.
El río
te dirá que el caminar de los hombres es continuo
e inevitable.
Por eso te bautizo, rogando
que cuando dejes el agua te acompañe
el espíritu fluyente del río, su transcurrir
en el tiempo hasta el día en que los cielos
se abran nuevamente para Ti.
(Watanabe, 2008, pp. 302-303)
Es sabido que Juan bautizaba en un lugar particular del Jordán, recordando la entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida (Vidal, 2014). Sin embargo, el río del poema parece ser más bien el de Heráclito, aquel que resalta una temporalidad inexorable, de lo "continuo" e "inevitable". Frente al mundo temporal al que ingresa Jesús por el bautismo, el poema muestra la condición divina a través de lo permanente, de lo que no se mueve y pertenece solo a Dios. Por eso, habla de "la fijeza del Padre / que vive en un solo y eterno día". Jesús lleva esa eternidad como una "marca de nacimiento". La habría llevado de alguna manera durante sus primeros treinta años de vida, pero ahora le corresponde vivir plenamente la condición humana hasta que vuelva al cielo. Así lo atestigua la manera en que se dirige el Bautista a Cristo al final del poema, como indicando que llegará un momento en que Jesús volverá al cielo ("hasta el día en que los cielos / se abran nuevamente para Ti").
Es interesante, asimismo, que el espíritu del río que se menciona no es la paloma del relato bíblico (Mt 3, 16; Mc 1, 10; Lc 3, 22), sino el del río mismo en su fluir en el tiempo. Como puede verse, la atención está puesta en la condición temporal y mortal de lo humano.
Particularmente interesante es el análisis de "Judas" con respecto a la dinámica entre humanidad y divinidad en Jesús5. El poema presenta a Judas como si fuera realmente el único de los discípulos que comprendió a Cristo y lo siguió con la cercanía de un hermano. Las razones que señala para haber sido un seguidor fiel son las siguientes:
Ser fiel
como un perro seguidor era mi más íntimo regocijo: sabía que me guiaba el mejor.
Podía copiar sus movimientos, iguales músculos
y huesos se movían en mí,
y su huella en la yerba o en el barro
no era más profunda que la mía.
Cómo no amarlo entonces: Él era el Hijo de Dios
y me concedía su semejanza.
De otro modo no hubiera podido amarlo
ni acompañarlo con serenidad de hermano.
Ay, pero yo ignoraba que era campo de pruebas.
El divino azar hizo rodar entre doce hombres el huevo de la serpiente. Anidó en mí.
(Watanabe, 2008, p. 324)
Aaron Rodríguez (2018) ha analizado este poema, pero llega a una conclusión distinta. Afirma que Judas se revela como una persona que envidia a Jesús y que no tiene una verdadera voluntad de seguirlo. Sostiene esta afirmación en el verso en que Judas dice ser fiel a su maestro "como un perro seguidor", lo cual demostraría un discipulado irreflexivo y una cierta mirada despectiva sobre sí mismo. Particularmente, no encuentro algún elemento en el poema que pueda llevarnos a pensar en la envidia. Además, es el mismo Judas quien, líneas más abajo, asegura que amó y acompañó a Jesús "con serenidad de hermano". Desde mi interpretación, es evidente que Judas vio en Jesús un sujeto plenamente humano. Según lo que el poema pone en boca de él, no habría aceptado seguir a una persona que no le mostrara un camino que él también podía recorrer. De hecho, es radical al afirmar que su amor por Jesús no se debió a una admiración por las capacidades sobrenaturales de su maestro, sino por una semejanza que el Hijo de Dios le concedía a quienes estaban cerca de él ("Cómo no amarlo entonces: Él era el Hijo de Dios / y me concedía su semejanza").
Esta mirada basada en la humanidad de Jesús contrasta con dos poemas previos, "Los discípulos dormidos" y "Negación de Pedro", en los que los apóstoles más cercanos revelan sentirse lejanos de su maestro. En el primer caso, Pedro, Juan y Santiago, si seguimos el relato de Mateo y Marcos (Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42), responden a los reclamos de Jesús por no poder mantenerse despiertos en la hora más dura previa al arresto, a saber, en la oración en el huerto de los olivos. Ellos afirman, con honestidad, que realmente es muy difícil seguir el ritmo impuesto por su maestro, pues confiesan que lo ven como un ser sobrenatural:
Tus prodigios nos ponen en un mundo distinto.
Cuando
vemos que resuelves tan fácilmente
los imposibles, el esfuerzo
por permanecer Pedro, Juan, Andrés o Santiago
es agotador.
(Watanabe, 2008, p. 322)
De una manera similar, en el segundo caso, Pedro solicita a Jesús que se libere de sus captores, dado que no comprende cómo puede sufrir tantas vejaciones aquel que ha mostrado un poder grandioso. Hace un intento por entender por qué Jesús ha llegado a ser vejado por la multitud. Demanda explicaciones que aclaren este paso de un sujeto que curaba personas y calmaba tempestades a uno que es herido sin reaccionar contra sus ofensores. Pedro no reconoce a "este" Jesús y el poema termina siendo una justificación de sus conocidas negaciones. No es falta de fe lo que lo mueve a decir que no conoce a su maestro, ni solamente miedo, sino que el hombre que ve el día de la crucifixión no es el Jesús que él conoce. Así se afirma en "Negación de Pedro":
Señor,
vuelve pronto a tus poderes
porque tu debilidad
me convierte a mí en un animal pequeño
y asustado.
Así, disminuido, camino cerca del pretorio,
embozado el rostro y vuelto
hacia las paredes. Todo se desmorona a mi alrededor.
Si mi alma ahora te niega como lo anunciaste no sé si será por miedo
o por esta desesperanza
que mejor nombrada es cólera.
(Watanabe, 2008, p. 323)
El reclamo del discípulo es ciertamente egoísta y termina por justificar sus negaciones antes del canto del gallo. Resulta, entonces, novedosa la manera en que el poemario de Watanabe representa las relaciones entre los discípulos y Jesús en función de cómo concebían su humanidad o divinidad. Pareciera ser que Pedro, Santiago y Juan, tres de los apóstoles más cercanos, revelan que conciben la divinidad de Cristo desde sus poderes sobrenaturales. Eso genera que se sientan verdaderamente lejanos de su maestro y, por consiguiente, que se excusen por no estar cerca de él cuando ha perdido sus poderes. En cambio, sería Judas quien comprendió con claridad que el discipulado requería de una sola convicción: creer que uno era similar a Jesús, que su ejemplo era posible de seguir. Lo hizo de esa manera y siguió fielmente a Cristo hasta que el mal anidó en él.
En Habitó entre nosotros me resulta innegable el peso e importancia que se le ha dado a la mirada de lo humano. Otros casos que podrían desarrollarse son la toma de partido por la labor diligente de Marta en "Marta y María", el episodio de la mujer adúltera elevado a la categoría de milagro ("La adúltera") o la ironía con la que la resurrección de Lázaro es llevaba hasta el absurdo ("La resurrección de Lázaro"), todos los cuales dan muestra de una representación de Cristo que descansa en la humanidad de Jesús, más precisamente, en sus actos y palabras.
Como forma cristológica, es decir, como una manera de comprender y representar la trayectoria de Cristo (Sys, 2000), se puede concluir que este poemario muestra una mayor cercanía por el "Verbo encarnado". Ello se explica no solamente por la elección de la cita de Juan para nombrar a todo el conjunto, sino por la insistencia en los siguientes hechos, que se ha tratado de evidenciar en este análisis. En primer lugar, la divinidad de Jesús es asumida por sus discípulos y seguidores, siendo Juan el Bautista el primero en reconocer que ha bajado del cielo y debe volver a él. Desde el bautismo, Juan sabe que Jesús es Dios hecho hombre. En segundo lugar, la acción divina de Jesús se representa desde actos y palabras plenamente humanos. En Habitó entre nosotros no vemos un concierto de milagros o acciones extraordinarias, sino a un sujeto que principalmente destaca por su manera de hablar y por su lenguaje cercano a la experiencia de la gente sencilla. Finalmente, el entusiasmo por seguir a Jesús y afirmar que él es el Mesías, tal como se representa en el poemario, es sustentado por el reconocimiento de un modelo posible de seguir, tal como se ha comentado en el análisis de "Judas".
En el panorama de la obra de Watanabe, Habitó entre nosotros ocupa un lugar particular. Villacorta (2006) afirma que el autor "ha buscado otro camino de expresión poética, es decir, otro registro que le permita expresar su poesía" (p. 36). Agrega que "es más un experimento de cambio de registro sobre la vida de Cristo que una propuesta lograda". Considero, por el contrario, que el registro es el mismo tanto en este libro como en los otros del autor. Siempre nos encontramos con un yo poético observador y con la sabiduría que se extrae de una mirada detenida sobre la realidad (Malpartida, 2013; Puccio, 2015). Lo que ha hecho el poeta es trasladar ese registro al campo de los relatos evangélicos, tema que era verdaderamente ajeno en su obra. Se trata, entonces, de un poemario en el que se enfrenta el reto de representar a Jesús desde un lugar de enunciación diferente de aquellos poetas de herencia cristiana.