Todos los seres humanos tienen características que los identifican y que influyen en la manera como responden a su interacción con el medio. Esas características conforman la personalidad, constructo que hace a las personas únicas por sí mismas, y comprende los rasgos y mecanismos psicológicos que les permiten interactuar y adaptarse a los diferentes entornos, tanto físicos como intrapsíquicos y sociales (Larsen y Buss, 2005, citados por Engin y Ahmet, 2017). Allport (citado por Simkin et al., 2016) considera que la personalidad determina los pensamientos de las personas influyendo en su conducta y permitiendo su adaptación al ambiente. Los rasgos de la personalidad son los que permiten describir a los individuos y establecer diferencias entre ellos, predisponiendo su respuesta ante los diferentes estímulos (Allport, 1974, citado por Sánchez y Ledesma, 2007).
Se ha discutido mucho acerca de cuáles son estos rasgos, llegándose al consenso que la personalidad puede ser caracterizada por cinco factores, conocidos como Big Five, resumidos en el acrónimo OCEAN, correspondiente a: Openness to experience (apertura a la experiencia), Conscientiousness (escrupulosidad), Extraversion (extraversión), Agreeableness (amabilidad) y Neuroticism (neuroticismo) (McCrae y Costa, 1997). Cada uno de estos cinco grandes factores engloba, a su vez, otros rasgos específicos.
De acuerdo con Puerta y Carbonell (2014), el estudio de la personalidad se inició en la década de los años cuarenta, pero fue en los ochenta que se desarrolló el modelo que actualmente se conoce, producto de una variedad de factores analíticos, léxicos y de temperamento, estudiados a partir de diferentes escalas de personalidad.
El modelo de los cinco grandes se fundamenta en la consideración de que cinco amplias dimensiones de personalidad pueden abarcar la mayor parte de los rasgos de personalidad existentes (McCrae y Costa, 1990) independiente de la cultura y del lenguaje, dado que estos rasgos permiten identificar las diferencias en los pensamientos, sentimientos y acciones de los individuos (Sánchez y Ledesma, 2007), aunque estas diferencias no dependen únicamente de estos cinco rasgos, ya que cada uno comprende características distintas y específicas de la personalidad (Sánchez y Ledesma, 2007).
De esta forma, McCrae y Costa (1987) toman cada factor para describir a las personas, así: la apertura a la experiencia caracteriza a los individuos que están abiertos a las nuevas ideas, son curiosos, creativos, originales e imaginativos. Los responsables o escrupulosos son cuidadosos, muy organizados, persistentes, puntuales, confiables, eficientes, disciplinados y se comportan éticamente. Las personas extravertidas tienden a experimentar más emociones positivas; son sociables, enérgicas, activas, asertivas y buscan emociones. La amabilidad se manifiesta en las que tienen una orientación prosocial hacia los demás y no tienen conflicto entre sus pensamientos, sentimientos y acciones; son compasivas, confiadas y no egoístas. Se asocia con un sentido de simpatía y también con cuidar de otros y, algunas veces, con la tendencia a complacerlos; son personas agradables (McCrae y Costa, 1995). Finalmente, los individuos con predominio del neuroticismo probablemente tienen más distrés psicológico y experimentan más emociones negativas; son ansiosos, hostiles, tensos, quisquillosos y poco calmados, y son más vulnerables a los problemas psicológicos.
La teoría propuesta por McCrae y Costa (1996, citados por Simkin et al., 2016) acerca de los cinco factores, explica cómo funciona la personalidad a través de la interacción de estos con las influencias del medio y los factores biológicos de la persona, lo que contribuye también a mantener las características adaptativas (valores, autoconcepto y actitudes).
Se ha considerado que los diferentes constructos que conforman la estructura de la personalidad permanecen relativamente consistentes, a través de los años, en ambos sexos. Sin embargo, se han encontrado diferencias en grupos estudiados, cuando se tienen en cuenta sus dimensiones en relación con el sexo (Fruyt et al., 2002; Robert y Friend-Delvecchio, 2000). En el estudio de Feingold (1994, citado por Del Barrio et al., 2006) los varones obtuvieron puntajes más alto en la escala de asertividad; las mujeres en ansiedad, gregarismo, confianza y sensibilidad hacia los demás; también en amabilidad y empatía (Caprara y Steca, 2007; Goldberg, 2001), y en neuroticismo, y conciencia (Del Barrio et al., 2006).
En el estudio de Calvo et al. (2001) las mujeres obtienen puntuaciones superiores en la mayoría de los factores de conducta prosocial (Pursell et al., 2008; Redondo y Guevara, 2012) mientras que los varones presentan niveles superiores de conducta antisocial. Por el contrario, en otros estudios (Del Barrio et al., 2004; Marsh et al., 2013; Zhang et al., 2002) no se encontraron diferencias estadísticamente significativas entre los hombres y mujeres en los rasgos de personalidad.
Resulta interesante reportar lo encontrado por Xie et al. (2016) en adolescentes chinos, quienes al evaluar personalidad encontraron un tipo de personalidad, en alguna medida diferente de las categorías identificadas en otras culturas. Lo denominaron ordinario, que hace referencia a individuos con puntajes promedios en los cinco grandes rasgos de personalidad, sin destacarse ninguno, y el cual fue encontrado en la mayoría de la muestra. Esto podría deberse a las estrategias de enseñanza-aprendizaje y los patrones educativos en la cultura china.
Algunos investigadores han tratado de encontrar relación entre los rasgos de personalidad considerados en el Big Five, como predictores de la conducta prosocial, definida como “una conducta de carácter voluntario y beneficiosa para los demás, considerándose sinónimo de socialización” (Eisenberg et al., 2006, citados por Martorell et al., 2011, p. 36). Este tipo de comportamiento, además de ser adoptado voluntariamente (Martí Vilar, 2010) es valorado positivamente por la sociedad (Aguirre-Dávila, 2015; Gómez, 2019; Gómez y Narváez, 2019, 2020; Vaughan y Hogg, 2010).
Podría decirse que el concepto de prosocialidad es multidimensional, pues involucra diversas variables asociadas positivamente como el altruismo, las conductas de ayuda y la empatía, además de los factores motivacionales (Gómez et al., 2021). De igual manera, es posible afirmar, en consecuencia, que toda conducta prosocial es una conducta social positiva (Gómez y Narváez, 2018, p. 265).
Padilla y Fraser (2014) plantean que la definición de conducta prosocial puede parecer simple y directa, pero actualmente se trata de un constructo de comportamiento multifacético y un proceso dinámico y recíproco. Por ejemplo, la ayuda puede ser dirigida a diferentes objetivos: a un miembro de la familia, a un amigo o a un completo extraño; y tanto los predictores como los resultados varían dependiendo del objetivo.
Caprara et al. (2009) reportan estudios donde se ha encontrado la amabilidad como el mayor determinante de la conducta prosocial (Graziano y Eisenberg, 1997; Graziano y Tobin, 2002; Tobin et al., 2000), relación que fue encontrada también en el estudio de Graziano et al. (2007). Señalan igualmente que Penner et al. (1995) han identificado dos dimensiones de la personalidad prosocial: la empatía hacia los otros, es decir, la tendencia a experimentar empatía cognitiva y afectiva, y la ayuda. Demostraron que la empatía está altamente relacionada con la amabilidad.
En este mismo sentido, Iacovella et al. (2015) citan varios estudios que permiten confirmar lo reportado por Caprara y los otros investigadores antes mencionados, en el sentido que la amabilidad puede ser un factor predictor del comportamiento prosocial (Graziano et al., 1996; Graziano y Eisenberg, 1997). De acuerdo con Graziano et al. (2007, citados por Auné et al., 2014) la amabilidad es característica de las personas que tienden a sacrificar sus intereses a favor de los demás, muestran autocontrol, perciben positivamente a los otros y cooperan con ellos. Poca amabilidad está asociada con la agresión y, por el contrario, mayor amabilidad con alta empatía (Xie et al., 2016).
Kline et al. (2017) realizaron un metanálisis multinivel con 15 estudios experimentales interdisciplinarios, para investigar la relación entre la personalidad y la conducta prosocial. A pesar de los resultados inconsistentes y a veces contradictorios, encontraron evidencia consistente y significativa en cuanto a que la amabilidad y la apertura a la experiencia están significativamente asociadas con la conducta prosocial, mientras que los otros tres rasgos, no. Aunque la magnitud de los efectos de los dos primeros rasgos es relativamente pequeña, los resultados son bastante robustos. En sentido contrario, la amabilidad se correlacionó negativamente con desconexión moral (Caprara y Malagoli, 1996, citados por De Caroli et al., 2011).
Es interesante anotar que también se encontró una correlación significativa entre la amabilidad y la empatía orientada a la acción, pero no entre la amabilidad y la ayuda. Posiblemente la amabilidad esté más estrechamente vinculada a los pensamientos y sentimientos prosociales que a la conducta prosocial manifiesta (Penner et al., 1995, citados por Zhao et al., 2016). En general, la amabilidad se relaciona de manera positiva y única con los procesos que se presume promueven actos prosociales (preocupación empática y toma de perspectiva) (Ward y King, 2018), pero no se relaciona con los procesos que se supone que socavan la ayuda (distrés personal) (Zhao et al., 2016).
En la terminología de la teoría del desarrollo cognitivo, alguna capacidad o habilidad empática puede estar presente en las personas con baja amabilidad, pero permanece latente hasta que alguien o algún evento explícitamente la activa (Zhao et al., 2016).
Graziano et al. (2007) mostraron que los factores situacionales interactúan con la amabilidad, demostrando que las personas con bajos puntajes en este rasgo ayudan menos que sus pares en situaciones contextuales, pero ayudan más en situaciones extraordinarias (de vida o muerte) que en situaciones corrientes. No obstante, Caprara et al. (2009) anotan que es poco probable que la amabilidad cuente por sí sola para toda la conducta prosocial dado que se requieren otras habilidades para complementar la disposición para encontrarse efectivamente con las necesidades de los demás.
Otro rasgo muy relacionado con la amabilidad es la apertura a la experiencia, la cual se encontró relacionada positivamente con la empatía y la escrupulosidad (Del Barrio et al., 2004; Iacovella et al., 2015; Magalhäes et al., 2012). Igualmente, se encontró relacionada con la conducta prosocial (Luengo et al., 2014).
En cuanto a los otros rasgos y su relación con la conducta prosocial, la empatía (que guarda estrecha relación con la amabilidad) fue encontrada como promotora de la conducta prosocial (Fernández y López, 2007; Garaigordobil y García, 2006); se ha asociado con actividades cívicas y voluntariado (Carlo et al., 2005, citados por Gerbino et al., 2017) y predictora del logro académico (Poropat, 2009, citado por Gerbino et al., 2017). Igualmente, se hallaron relaciones significativas positivas entre la empatía y la amabilidad, la escrupulosidad, la extraversión (Del Barrio et al., 2004) y la apertura a la experiencia (Kline et al., 2017; Magalhäes et al., 2012). Apertura a la experiencia refleja la orientación general hacia el aprendizaje y experimentar cosas nuevas. Este rasgo se ha asociado negativamente con el prejuicio (Flynn, 2005, citado por Kline et al., 2017). Es de anotar que la apertura presentó correlación positiva con los problemas externalizantes en la adolescencia temprana (Barbaranelli et al., 2003), pero no con la desconexión moral (Caprara y Malagoli, 1996, citados por De Caroli et al., 2011).
En sentido contrario, la empatía estuvo relacionada negativamente con el neuroticismo (Del Barrio et al., 2004). A su vez, en estudios realizados en contextos clínicos, se encontró relación entre el neuroticismo con el trastorno límite de la personalidad y la ansiedad (Costa y McCrae, 1990; McCrae y Jhon, citados por Sánchez-Teruel et al., 2013). Igualmente, entre individuos introvertidos, al igual que los muy controlados, puntuaron alto en neuroticismo (Xie et al., 2016). No obstante, el neuroticismo se encontró relacionado con la respuesta prosocial ante las situaciones en las que las personas sufren dolor que refieren como amenazante para la vida, al igual que en las reacciones hacia las víctimas que necesitaban ayuda (Zhao et al., 2016).
MacCrae y Costa (1995) en su estudio encontraron que el neuroticismo estuvo directamente relacionado con enfocarse en las respuestas negativas (distrés personal) en situaciones de ayuda, aunque estas reacciones no estuvieron relacionadas con las decisiones de ayudar a otros. Las situaciones amenazantes, a su vez, lleva a tornarse ansiosos y sensibles a los que presentan puntajes altos en neuroticismo. Courbalaya et al. (2015) anotan que la respuesta prosocial al dolor de otros depende de la amabilidad, la escrupulosidad y el neuroticismo, pero que esta relación está modulada por la conducta que provoca el dolor y por las creencias acerca de las características de este.
También se han llevado a cabo estudios en sujetos antisociales utilizando la escala Big Five y relacionando los rasgos con la conducta prosocial. Caprara et al. (1993) encontraron que tenían puntuaciones altas en el polo negativo de tesón, afabilidad y estabilidad emocional; y puntuaciones altas positivas en extraversión. Otros estudios (Calvo, et al., 2001; Lynam, 2012) sugieren que la baja afabilidad y la inestabilidad emocional están presentes en la personalidad del delincuente. Igualmente, se ha encontrado relación entre altos puntajes en neuroticismo y extraversión con una mayor disposición a manifestar conductas antisociales (Kirkaldy y Mooshage, 1993, citados por Mestre et al., 2004a, p. 8).
En cuanto a la extraversión y la introversión y su relación con la conducta prosocial se ha reportado que los individuos introvertidos se caracterizan por ser emocionalmente frágiles, sensibles, aislados, tensos y dependientes; presentan bajos puntajes en la conducta prosocial. Aunque las personas introvertidas tienen conductas convencionales (Eysenck, citado por Gil, 2016), pueden tener riesgo de presentar problemas externalizantes cuando puntúan alto en agresividad. (Xie et al., 2016). Para Mestre et al. (2002) la principal predictora de la agresividad es la inestabilidad emocional.
Ya se anotó anteriormente la relación entre extraversión con una mayor disposición a presentar conductas antisociales, lo cual fue encontrado en otros estudios (Costa y McCrae, 1990; McCrae y Jhon, citados por Sánchez-Teruel et al., 2013; Kirkaldy y Mooshage, 1993, citados por Mestre et al., 2004a). Barbaranelli et al. (2003) validaron un cuestionario para medir Big Five en la adolescencia temprana y encontraron correlación positiva entre inestabilidad emocional y extraversión. En otros estudios con jóvenes delincuentes (Essau et al., 2006) encontraron que la insensibilidad y la despreocupación están negativamente asociadas con amabilidad y escrupulosidad; el predictor más destacado en relación con estos rasgos fue la baja extraversión.
Los anteriores hallazgos están relacionados con los planteamientos de Eysenck (citado por Gil, 2016) quien considera que hay más predisposición para actuar en contra de la norma en las personas que son extravertidas; si a esto se le suma el neuroticismo y el psicoticismo es probable que se presente la conducta antisocial.
Por el contrario, otros investigadores reportaron relación entre conducta prosocial y extraversión (Bekkers, 2006; Inglés et al., 2003, citados por Auné et al., 2014). Las personas que puntúan alto en extraversión se caracterizan por una orientación a disfrutar las interacciones sociales y son activas (McCrae y Costa, 1995), lo que se relaciona con amabilidad y favorecería las conductas de ayuda. Así mismo, se ha encontrado relacionada con conductas prosociales como el voluntariado y las actividades cívicas que involucran considerable interacción social (Carlo et al., 2005, citados por Gerbino et al., 2017; McCrae y Costa, 1990).
Igualmente, Jensen-Campbell y Malcolm (2007, citados por Gerbino et al., 2017) reportaron que la extraversión, la amabilidad y la escrupulosidad en adolescentes están asociadas con mejores relaciones con los pares. En jóvenes delincuentes se encontró relación negativa con la insensibilidad, la indiferencia y la despreocupación (Latzman et al., 2015). Al relacionar la extraversión con el género, se ha encontrado que los varones puntúan más alto (Del Barrio et al., 2006).
En general se puede concluir, citando a Habashi et al. (2016) que los procesos prosociales, incluyendo las emociones, cogniciones y conductas, pueden ser parte de un proceso motivacional más general relacionado con la personalidad.
Como se puede notar en los antecedentes relacionados, además de que se encontraron relativamente pocas investigaciones que relacionaran los cinco grandes con la conducta prosocial, no se encontró ningún estudio llevado a cabo con población joven en situación de vulnerabilidad psicosocial, lo que motivó la propuesta cuyos resultados se presentan en este artículo, la cual tuvo por objetivo analizar las dimensiones de la personalidad y su relación con las tendencias prosociales y la empatía en adolescentes en condiciones de vulnerabilidad psicosocial, ubicados en hogares sustitutos de protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).
Método
Participantes
La muestra estuvo compuesta por 69 adolescentes ubicados en una institución de protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), con sedes en cuatro Municipios de Caldas (Colombia): Manizales, Villamaría, Chinchiná y Neira. El 52.2% (n=36) son mujeres y el 47.85 (n=33) hombres. Las edades oscilan entre los 12 y los 18 años (M=14.54; DE=1.84); el 55.1% (n=38) están en un rango entre los 12 a 14 años y el 44. 9% (n=31) entre los 15 a 18 años.
Es necesario aclarar que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar es una entidad estatal encargada de velar por el cumplimiento y restablecimiento de los derechos que, por norma constitucional, tienen los niños, niñas y adolescentes. En casos de vulneración (maltrato infantil, negligencia, abandono, abuso sexual, entre otros) la entidad dispone de unos hogares donde, bajo el cuidado de una familia debidamente capacitada, garantizan un entorno sano mientras se define su situación legal, bien sea de reintegración a sus familias de origen, adopción o permanencia en este hogar. Se tomó el 100% de los niños, niñas y adolescentes ubicados en estos hogares, que cumplían con los criterios de inclusión como: edad entre 12 y 18 años, estar en proceso de atención en la modalidad vulneración del ICBF, presentar habilidades lectoescriturales básicas y aceptar y participar, firmando el asentimiento informado.
En consideración con la Ley 1090 de 2006 y la Resolución 008430 de 1993, esta investigación obedece a los principios éticos de respeto, intimidad y dignidad, asegurando la confidencialidad y el anonimato de los participantes, tal y como se establece en los artículos 26 y 50. Es importante indicar que se contó con el aval de la Dirección de Protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) centro regional Manizales (Colombia), además del asentimiento informado de los participantes.
Medición
Para evaluar la personalidad se utilizó el cuestionario Big Five - BFQ-C (Barbaranelli et al., 2003). Es un instrumento diseñado para medir cinco dimensiones de la personalidad en adolescentes. Cada ítem se evalúa con una escala Likert de 5 opciones y las alternativas de respuesta son: 1= “nunca”; 2= “pocas veces”; 3= “algunas veces”; 4= “muchas veces”; 5= “siempre”. Las cinco dimensiones son:
Amabilidad: esta dimensión incluye, en un extremo, características como altruismo, cuidado, preocupación y sensibilidad hacia los demás y sus necesidades, apoyo emocional; en el polo opuesto: hostilidad, indiferencia hacia los demás y egoísmo. Escrupulosidad: se refiere a características tales como precisión, orden, confiabilidad, cumplimiento de compromisos, responsabilidad, disposición para tener éxito y perseverancia. Extraversión: hace referencia a características relacionadas con el entusiasmo en los diferentes aspectos de la vida: asertividad, autoconfianza y extraversión; el polo opuesto está representado por la introversión. Apertura a nuevas experiencias: apertura a nuevas ideas, a los valores de los demás y a los propios sentimientos. Por un lado, los aspectos centrales son la originalidad, la creatividad, la inconformidad; por otro lado, la inteligencia, la cultura, el análisis y la reflexión. Neuroticismo: incluye una variedad de características relacionadas con la ansiedad y la presencia de problemas emocionales, tales como depresión, inestabilidad del estado de ánimo, irritabilidad. En general, los aspectos centrales son los afectos negativos y los pensamientos y comportamientos asociados con las dificultades emocionales.
El cuestionario fue validado en España, con 852 escolares entre 8 y 15 años, encontrando una consistencia interna que osciló entre .78 (neuroticismo) y .88 (conciencia); y una fiabilidad entre .62 (amabilidad) y .84 (conciencia). Las correlaciones entre diversas medidas de ajuste emocional mostraron clara evidencia de validez (Carrasco et al., 2005, p. 286). Para este estudio se evidenció un índice de fiabilidad de .71 con Alpha de Cronbach.
Las diferentes tendencias prosociales fueron evaluadas con la Escala de tendencias prosociales - Revisada - PTM-R (Carlo y Randall, 2002, Carlo et al., 2003). Es un cuestionario tipo Likert diseñado para medir las tendencias prosociales en los adolescentes, con cinco opciones de respuesta (1= no me describe en absoluto a 5= me describe muy bien). La escala original consta de 23 ítem; sin embargo, para este estudio se aplicó una versión reducida compuesta de 17 ítem que mide 6 dimensiones: Tendencia prosocial pública, son conductas que tienen la intención de beneficiar a los demás en presencia de otras personas. Tendencia prosocial emocional, se refiere a comportamientos destinados a beneficiar a los demás bajo situaciones o condiciones emocionalmente evocadoras. Tendencia prosocial de emergencia, son conductas que buscan ayudar a los demás en situaciones de emergencia o crisis. Tendencia prosocial altruista, se refiere a ayudar a otras personas cuando hay poco o ningún potencial percibido para una recompensa directa. Tendencia prosocial anónima, es la tendencia a ayudar a otros sin el conocimiento de la gente. Tendencia prosocial de complacencia u obediencia, implica la ayuda a otros cuando la solicitan u ordenan.
El cuestionario PTM-R fue validado en una población de 737 adolescentes argentinos, obteniendo un coeficiente alfa de .78 (Rodríguez et al., 2017). Para este estudio se evidenció un índice de fiabilidad de .81 con Alpha de Cronbach.
Para evaluar la empatía, tanto cognitiva como afectiva, se utilizó el Índice de Reactividad Interpersonal - IRI (Davis, 1983). Consta de 28 ítem, con cinco opciones de respuesta que van desde 1= “no me describe bien”, hasta 5= “me describe muy bien”. Se tomaron tres de las cuatro dimensiones: toma de perspectiva, tendencia a asumir espontáneamente el punto de vista del otro; preocupación empática, mide los sentimientos de calidez, compasión y preocupación por los otros; malestar personal, mide los sentimientos personales de ansiedad y malestar que surgen de observar la experiencia negativa de otra persona.
El IRI fue validado en España con una muestra de 1285 adolescentes obteniendo un coeficiente alpha de .65 para la preocupación empática, .64 para malestar personal y .56 para toma de perspectiva. (Mestre et al., 2004b). Para este estudio se evidenció un índice de fiabilidad de .78 con Alpha de Cronbach.
Procedimiento
Inicialmente se hizo contacto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) del centro regional Manizales, y se obtuvo el consentimiento para la ejecución del proyecto de investigación. Por medio del ICBF se realizaron varias reuniones de socialización del proyecto con la institución y el equipo psicosocial que opera el servicio de hogares sustitutos en los distintos municipios de Caldas (Colombia). La institución se encargó de informar a las familias sustitutas y convocar a los participantes para su asistencia a las distintas sedes de cada municipio.
Se establecieron con el equipo psicosocial las fechas de recolección de información, durante dos meses, con encuentros individuales para la aplicación de los instrumentos con cada niño, niña y adolescente. Antes de iniciar la aplicación de los instrumentos, se les explicó a los participantes el objetivo del estudio y se obtuvo el asentimiento informado. Todos los niños, niñas y adolescentes aceptaron voluntariamente participar en el estudio. Cada sesión tuvo una duración de 45 minutos, con recesos de 5 minutos entre las pruebas.
Análisis de datos
Para el análisis de la información se utilizó el paquete estadístico SPSS versión 25.0 (IBM Corporation, 2017) y el complemento AMOS (IBM Corporation, 2017) para ecuaciones estructurales. Inicialmente se realizó un análisis de fiabilidad de los instrumentos mediante alfa de Cronbach, seguido de un análisis descriptivo univariado de medias y desviaciones estándar. Una vez hecho esto se realizó un análisis comparativo por género y rangos de edad utilizando el estadístico no paramétrico U de Mann-Whitney, dado que los datos no presentaron una distribución normal de acuerdo con la prueba de Kolmogorov-Smirnov. Se utilizó R Studio Cloud para calcular el tamaño del efecto de las diferencias encontradas en el análisis comparativo, el cual se estimó mediante el estadístico de eta cuadrado (ç 2 ). Se siguió el procedimiento e interpretación establecido por Fritz et al. (2012). Posteriormente, se efectuó un análisis de correlación mediante el coeficiente Rho de Spearman. Finalmente, se realizó un análisis de ecuaciones estructurales con variables latentes, estableciendo los índices de bondad de ajuste y los efectos de las variables predictoras.
Resultados
La Tabla 1 muestra el análisis descriptivo de las variables de estudio. Se encontró que, de las diferentes motivaciones prosociales evaluadas, la variable con mayor puntaje fue la tendencia prosocial complacencia y la de menor puntaje fue la tendencia prosocial. Para el caso de la empatía, la dimensión de mayor puntaje fue la de preocupación empática. En cuanto a la personalidad, la dimensión de extraversión y escrupulosidad presentaron las puntuaciones más altas, y el neuroticismo presentó el puntaje más bajo.
En la Tabla 2 se muestra el análisis comparativo de las variables de estudio en función del género. Dado que se utilizó estadística no paramétrica, se reportaron, además del valor medio y la desviación estándar, los rangos promedios y la mediana, así como el estadístico de prueba de Mann-Whitney y el valor de significancia estadística. Se identificaron diferencias estadísticamente significativas (p < .05) en las variables de tendencia prosocial por complacencia (U=396.00; p=.015; ç2=.086) y neuroticismo (U=401.50; p=.021; ç2=.078), las cuales arrojaron puntuaciones más altas en mujeres que en hombres. Por el contrario, los hombres obtuvieron un promedio más alto en la dimensión de apertura mental, siendo dicha diferencia estadísticamente significativa (U=400.50; p=.020; ç2=.079). Al evaluar el tamaño del efecto de las diferencias significativas en cuanto al género, mediante el estadístico de eta cuadrado (ç2), se identificó un tamaño del efecto intermedio (ç2<.039) (Fritz et al., 2012).
Al comparar las variables por rangos de edad, solo se encontraron diferencias estadísticamente significativas en las variables de tendencia prosocial pública (U=399.00; p= .021; ç2=.077), siendo mayor en el grupo de 12 a 14 año, y en la dimensión de personalidad escrupulosidad (U=391.00; p= .016; ç2=.083) mostrando puntuaciones más altas en el grupo de 15 a 18 años (ver Tabla 3). El tamaño del efecto (ç2) de las diferencias estadísticas reportadas fue intermedio (ç2<.039) (Fritz et al., 2012).
En la Tabla 4 se muestran los resultados del análisis correlacional de las diversas variables de estudio mediante el coeficiente Rho de Spearman. Se encontró que las variables amabilidad y extraversión son las que exhiben mayor cantidad de correlaciones positivas y significativas con las tendencias prosociales y las dimensiones de la empatía. También se encontró que las tendencias prosociales pública, altruista y la dimensión de malestar personal no presentaron correlaciones significativas (p<.05) con las dimensiones de personalidad.
En lo que respecta a las dimensiones de la personalidad, las correlaciones más fuertes se encontraron entre amabilidad y la tendencia prosocial emergencia (rho=.387; p=.001), toma de perspectiva (rho=.353; p=.003) y preocupación empática (rho =.342; p=.004). La escrupulosidad se correlacionó de manera positiva con la toma de perspectiva (rho=.323; p=.007) y la preocupación empática (rho = .325; p=.006). La extraversión presentó las correlaciones más fuertes con las variables de tendencia prosocial anónima (rho = .347; p=.004), emocional (rho = .386; p=.001) y el componente de la empatía de toma de perspectiva (rho =.387; p=.001). Las demás correlaciones que se resaltan en la Tabla 4 son significativas a un nivel del 5%.
Para establecer los efectos que tienen las variables de personalidad sobre la empatía y las tendencias prosociales se estimó un modelo de ecuaciones estructurales. En el modelo propuesto se pudo establecer que las variables amabilidad, escrupulosidad y extraversión fueron las que tuvieron mayor valor predictivo. Las variables de preocupación empática y tendencia prosocial emocional se consideraron como variables mediadoras, y las variables de tendencia prosocial emergencia, toma de perspectiva y tendencia prosocial anónima se tomaron como variables dependientes. Este análisis se realizó a través de un modelo de relaciones estructurales mediante el método de máxima verosimilitud, basado en el hecho de que no todas las variables incluidas cumplen el supuesto de normalidad univariante (kurtosis = 3.297; c.r. = 1.19) (Byrne, 2016). La prueba de bondad de ajuste se realizó tomando en cuenta los valores de chi - cuadrado, índice de bondad de ajuste (GFI), índice de bondad de ajuste comparativo (CFI), raíz del residuo cuadrático promedio de aproximación (RMSEA) y la raíz del residuo cuadrático promedio (RMR). La Figura 1 muestra el modelo que presentó un ajuste adecuado (x 2 = 14.260; p = 0.284; GFI = 0.951; CFI = 0.986; RMSEA = 0.053; RMR = 0.036). También se muestran las covarianzas y los pesos de regresión que resultaron estadísticamente significativos; además, los valores del cuadrado múltiple de correlación estandarizados.
En este modelo se observa que el efecto directo más importante que tienen las variables predictoras se da entre amabilidad y preocupación empática . El efecto indirecto más importante se da entre la tendencia prosocial emocional y de emergencia .
Se muestra además que el 51% de la varianza para la variable de tendencia prosocial emergencia es explicado por el efecto indirecto de la variable de preocupación empática y de la variable tendencia prosocial emocional, y por el efecto directo de la variable amabilidad. Para el caso de la variable toma de perspectiva, este porcentaje fue del 41% aportado por las variables mediadoras de tendencia prosocial emergencia, emocional, escrupulosidad y extraversión (el aporte de la variable de tendencia prosocial emergencia no fue estadísticamente significativo). De igual modo, la variable dependiente tendencia prosocial anónimo tiene un R 2 = .27 cuyo aporte significativo se da únicamente por la variable mediadora tendencia prosocial emocional. El efecto directo de la variable predictora extraversión no fue estadísticamente significativo.
Por otro lado, el modelo muestra que el 24% de la varianza de la variable de preocupación empática es explicado por las variables amabilidad y escrupulosidad, siendo significativo el efecto directo de la primera. Por último, se observa que la variable tendencia prosocial emocional tiene un R 2 de .08 aportado por la variable amabilidad.
Discusión
Es claro que la conducta prosocial y la empatía se desarrollan a partir de las relaciones de apego que los niños establecen con los padres o figuras representativas. Como lo plantea Richaud de Minzi (2011) cuando los niños han crecido en ambientes sanos, donde han contado con la aceptación y el cariño de sus padres, esto les permite adquirir seguridad y, a su vez, la capacidad para establecer relaciones adecuadas con los demás. Los niños, niñas y adolescentes ubicados en Hogar Sustituto Vulneración del ICBF no contaron con estas condiciones. Sin embargo, como se observó en los resultados obtenidos, sí presentaron conductas prosociales, especialmente motivaciones orientadas a la complacencia y la ayuda en situaciones de crisis y emocionalmente evocadoras, así como preocupación empática por los demás, lo que podría explicarse porque al ser puestos en condiciones favorables, pueden aprender y remodelar conductas que los lleva a comportarse prosocialmente (Gómez, 2017; Gómez y Narváez, 2018). Esto podría sustentarse en los planteamientos de Bandura (citado por Richaud de Minzi, 2014) quien destaca la importancia de los mecanismos de socialización en la adquisición de nuevos comportamientos: “los niños que han sido expuestos al modelado de comportamientos específicos tendrán más probabilidad de repetir esos actos (especialmente si el modelo es admirado o se está íntimamente identificado con él” (p. 174). Igualmente, como lo afirman Caprara et al. (2015) la conducta prosocial ha sido considerada como una variable relativamente maleable que puede fortalecerse a través de una adecuada educación. Adicionalmente, tener en cuenta también que “los comportamientos prosociales conducen a los jóvenes a ser más responsables” (Gil, 2016, p. 45) y, a su vez, el sentido de responsabilidad promueve las conductas prosociales.
Las situaciones adversas (abuso, maltrato, negligencia, entre otros) afectan la integridad de los niños, niñas y adolescentes y, como reacción a esa exposición traumática, pierden la confianza básica. Al encontrarse conductas prosociales en esta población, a pesar de su historia de vulneración, podría afirmarse que han logrado una elaboración emocional, probablemente por la atención psicológica que reciben del ICBF y las condiciones de acogida y el medio favorable que tienen en el hogar sustituto, que les ha permitido recuperar esa confianza básica, factor que, como lo afirma Pastorelli (2015) es una variable positivamente asociada a la conducta prosocial, al igual que con la empatía (también encontrada en este grupo).
De igual manera, las posturas del aprendizaje social de Bandura (1987, citado por Gómez y Narváez, 2018) resaltan la importancia del modelado de conductas empáticas y prosociales por parte de las figuras de cuidado parental en el aprendizaje de conductas prosociales en el niño. El hecho de encontrar conductas prosociales en los jóvenes de los Hogares Sustitutos Vulneración del ICBF rescata y valida la importancia de la educación, acompañamiento y condiciones de acogida con que cuentan allí.
En cuanto a los rasgos de personalidad predominantes en este grupo fueron la escrupulosidad y la extraversión los que alcanzaron mayores puntajes, tanto en hombres como en mujeres. Para la empatía, en las tres dimensiones los puntajes más altos se presentaron en las mujeres. Y considerando la edad, el grupo de 12 a 14 años mostró escrupulosidad y apertura mental, y los de 15 a 18, escrupulosidad y extraversión. Esta diferencia se ha sustentado teóricamente por los investigadores, desde las teorías biológicas, de la psicología del desarrollo y la psicología social. Se plantea la posible existencia de una mayor predisposición innata para la empatía en las mujeres, que las prepararía desde edades tempranas para el rol de cuidadoras, llevándolas a mayores niveles de conducta prosocial (Zahn-Waxler et al., 1992, citados por Redondo y Guevara, 2012). Barnet (2000, citado por Arce et al., 2015) plantea que su desarrollo se inicia en la infancia en un proceso que parte de la confusión frente a las señales de aflicción del otro (primer año de vida) hasta que van descubriendo gradualmente que es correcto ayudar o mostrar interés por esa persona (cinco años). Finalmente, Arce et al. (2015) consideran que la empatía es una respuesta más afectiva que cognitiva que puede darse en situaciones de solidaridad, lo que es conveniente considerar cuando se plantean intervenciones en determinados contextos.
Considerando que la empatía tiene relevancia como predictor de la conducta prosocial, es importante profundizar en las variables que contribuyen a explicarla, para así desarrollar actividades que contribuyan a desarrollar destrezas relacionadas con este constructo.
Si se tiene en cuenta lo que plantean MacCrae y Costa (1992, citados por Uribe et al., 2008) que el neuroticismo se relaciona con una pérdida de adaptación al medio, y que ocasiona ansiedad e inseguridad, y que estas personas son más vulnerables a los problemas psicológicos, (McCrae y Costa, 1995) se esperaría que este grupo de jóvenes que sufrieron esas pérdidas deberían presentar como rasgo importante el neuroticismo; no obstante, fue el que menos puntaje promedio obtuvo, además de ser una variable que no incide en las conductas prosociales y la empatía. No se puede afirmar que antes de su ingreso al hogar este fuera su rasgo predominante, pero es importante reconocer como lo señalan Caspi et al. (2005) al explicar los cambios en la personalidad y su asociación con los cambios en la conducta, que continuidad y cambio coexisten. Esta coexistencia se debe probablemente a procesos en los cuales las experiencias de vida en el desarrollo de la personalidad son dinámicas y bidireccionales.
Al correlacionar las tendencias prosociales con los rasgos de la personalidad, la amabilidad y la apertura mental fueron las variables que mostraron mayor asociación para la conducta prosocial en los jóvenes ubicados en el Hogar Sustituto Vulneración, especialmente con las motivaciones prosociales anónimo y emergencia, y con toma de perspectiva y preocupación empática. Es de mencionar que, la empatía en su componente afectivo (preocupación empática), es un mediador entre la amabilidad y la tendencia prosocial emocional, lo cual es coherente con diversos estudios (Gerdes, y Segal, 2009; Gómez, 2019; Graziano et al., 2007; Mestre et al., 2004b; Richaud de Minzi et al., 2011) al considerar que la empatía es un factor mediador de la actitud prosocial, a la vez que la amabilidad es una dimensión de la personalidad que predice tanto la empatía como la motivación prosocial. Estos resultados son acordes con lo reportado en la mayoría de las investigaciones reseñadas anteriormente, donde la amabilidad fue el principal rasgo de personalidad predictor de la conducta prosocial y la empatía en su componente emocional.
La amabilidad es el rasgo más relacionado con las interacciones interpersonales y con las diferencias individuales en la motivación para establecer y mantener relaciones positivas con otras personas. Graziano y Eisenberg (1997) especulan que la amabilidad está asociada con la motivación, producto del aprendizaje social y la socialización parental, pero anotan que no hay evidencia directa al respecto. Afirman que los altos niveles de amabilidad se encuentran en quienes están dispuestos a sacrificarse por el bienestar de los demás y a cooperar con tareas sociales (Graziano et al., 2007). Así mismo, es el correlato más fuerte de la conducta prosocial (Ward y King, 2018) porque hace a los individuos intrínsecamente más motivados a mantener relaciones positivas con los demás y así son más propensos a la acción prosocial (Gerbino et al., 2017). En estos niños, niñas y adolescentes podría especularse que es su afán de fortalecer los lazos afectivos de los que carecieron en su infancia, adicional a los procesos que viven en el hogar, lo que los lleva a fortalecer este factor. O, como lo afirma Eysenck (citado por Gil, 2016), las personas pueden aprender el buen comportamiento y acatamiento de las normas. Se puede argumentar que las interacciones sociales contribuyen activamente al desarrollo de la personalidad, especialmente durante la adultez emergente (Luengo et al., 2014). Otra posible explicación es la sugerida por Ahadi y Rothbart (1994, citados por Graziano et al., 2007) quienes consideran que la amabilidad surge del control de la frustración.
Aunque la amabilidad y la escrupulosidad son posiblemente los factores que más se correlacionan con la conducta prosocial, no se puede descartar que los otros rasgos podrían estar relacionados con la tendencia a actuar de manera que se beneficie a los otros (Bekkers, 2005). O, como lo anotan Luengo et al. (2014) la conducta prosocial es muy compleja; por tanto, no es fácil predecirla por un simple rasgo de personalidad.
Limitaciones
Los resultados obtenidos en este estudio presentan dos limitaciones. El tamaño de la muestra no permite generalizar los resultados. No obstante, es válido en cuanto es el primer estudio que se realiza con población en esta condición. Y, el no contar con una evaluación anterior de estos jóvenes, no permite afirmar que los rasgos y conductas encontrados hayan sido producto de su proceso de restablecimiento de derechos. No se puede negar que el temperamento tiene un papel importante en la estructura de personalidad y este no se adquiere solamente de la interacción con el medio.
Recomendaciones
Como se anotó en las limitaciones, no se pueden generalizar los resultados de esta investigación, por lo que se recomienda llevar a cabo estudios de trayectoria longitudinal sobre los efectos de la personalidad en el desarrollo de las conductas prosociales y la empatía en niños, niñas y adolescentes que han vivido situaciones de vulneración psicosocial. Adicionalmente, se sugiere para los estudios futuros contemplar estas experiencias psicosociales particulares como factores de mediación, riesgo o moderación entre las asociaciones entre las variables psicológicas que hicieron parte de este estudio.
Para las instituciones que atienden menores de edad, que han vivido experiencias que los ponen en situación de vulnerabilidad, el implementar estrategias que promuevan las conductas prosociales podrá contribuir a evitar que repitan los patrones negativos aprendidos de sus experiencias anteriores y, por el contrario, fortalecer conductas que los ayuden a superarlos.
También es importante continuar con la orientación a padres de familia en su proceso de crianza que involucre las conductas prosociales, comprobadas por diversos estudios como herramientas positivas para la sana estructuración de la personalidad.