INTRODUCCIÓN
En diciembre del 2019 se identificaron casos de infección respiratoria aguda por el virus SARS-Cov-2, y no mucho tiempo después estábamos frente a una pandemia que lo cambiaría todo. Aquello motivó a tomar medidas sanitarias en base a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), donde se le dio mayor importancia al aislamiento social y el distanciamiento, así como el lavado de manos, el uso de mascarillas, entre otras restricciones 1. La enfermedad por coronavirus (COVID-19) afectó de distintas formas a cada grupo etario, exponiendo a los adultos mayores como uno de los grupos más vulnerables. Es muy conocido que el contacto y las actividades en comunidad, son necesarias para las relaciones interpersonales, así como para la salud física y mental 2. Por ello, es razonable preocuparse por los efectos que podrían generarse a largo plazo, en un paciente complejo y vulnerable como lo es el adulto mayor 3.
En cuanto a la salud mental, diversos estudios han demostrado que existe un mayor riesgo en el incremento de casos de ansiedad, depresión, alteración del sueño, irritabilidad, estrés, así como la exacerbación de enfermedades mentales preexistentes 4-6. Asimismo, se ha reportado una mayor incidencia de suicidios, donde se identificaron como principales causas el miedo al contagio, el sentimiento de soledad, el abandono social y la desesperanza 7,8. Debemos tener en cuenta que esta población en particular se caracteriza por ser más propensa a tener múltiples comorbilidades, que implican la necesidad de un monitoreo constante, el cual por el contexto de la pandemia no ha sido factible 9. Dado que se priorizaron emergencias y casos por la COVID-19, se tuvo que reemplazar la consulta ambulatoria por la telemedicina, que si bien ha tenido un impacto positivo no tuvo el alcance esperado 10,11.
Es debido a lo antes mencionado, que los efectos generados por el aislamiento social sobre la salud pueden haber incrementado el riesgo de caídas, deterioro cognitivo, fragilidad y la carencia de cuidados 12. Como resultado, diversos países optaron por emplear estrategias para contrarrestar las consecuencias desencadenadas por las medidas sanitarias impuestas 13-15. Estas se basaron principalmente en incentivar el uso de diferentes dispositivos tecnológicos para aminorar la sensación de soledad 16-18. De esta manera, se pusieron a disposición mayores alternativas para la interacción con otras personas, haciendo empleo de redes sociales, videollamadas y clases grupales 19,20. También se promovieron las actividades de ocio, donde se hace especial énfasis en las actividades físicas que ayuden a evitar el sedentarismo en casa 2).
El objetivo de este estudio es analizar toda la información disponible sobre los efectos del aislamiento social en adultos mayores durante la pandemia por COVID-19. A la vez, se brindará información sintetizada con estrategias satisfactorias que puedan ayudar a crear políticas o guías para contrarrestar el impacto negativo que puede ocasionar una pandemia sobre el adulto mayor.
METODOLOGÍA
Se realizó una búsqueda bibliográfica empleando las bases de datos de Pubmed, Scielo, Google Scholar, Embase y Scopus. Para obtener información más relevante sobre el tema, se utilizaron términos DECS (adulto mayor, aislamiento social, COVID-19, salud mental y pandemia) además de MeSH (elderly, older adults, social isolation, quarantine, loneliness, social-exclusion, pandemic, COVID-19, SARS-Cov-2 y mental health) con la ayuda de operadores booleanos. Se incluyeron artículos de cualquier diseño metodológico publicados a partir del año 2019 en adelante, tanto en español como en inglés. Por otro lado, se excluyeron aquellos artículos que no se encontraban disponibles gratuitamente o estuvieran incompletos, así como cartas al editor y aquellos estudios que tuvieran un tamaño muestral no justificado mediante un cálculo adecuado. Asimismo, se eliminaron las investigaciones que no incluyeran adultos mayores como objeto de estudio. Los artículos fueron descargados e ingresados al gestor bibliográfico Zotero, con el cual se facilitó la división en subtemas y se pudo evitar la duplicación de documentos en la base de datos.
RESULTADOS
Resultados de la búsqueda
Tras la filtración manual y a través de las bases de datos mencionadas anteriormente, se obtuvo un total de 1116 artículos: 553 en Pubmed, 220 en Google Scholar, 219 en Scopus, cinco de Scielo y 119 de Embase. Se descartaron los estudios que no cumplían con los criterios de selección y aquellos que se encontraban duplicados en más de una base de datos.
Luego de emplear los algoritmos de búsqueda se identificó un total de 155 artículos (69 en Pubmed, 38 en Scopus, 42 en Google Scholar, de Scielo, dos de Embase), que incluían participantes de continentes como América, Asia y Europa. Todos los estudios fueron descriptivos.
Aislamiento social y COVID-19
Conforme la esperanza de vida de la población mundial aumenta, se observa un incremento de adultos mayores viviendo solos, lo cual se convierte en un factor contribuyente para la epidemia de aislamiento social, que nació mucho antes que el distanciamiento físico implementado.
Se ha comprobado que el aislamiento social tiene un impacto negativo sobre la salud de las personas, y más aún cuando este es prolongado. Generalmente, los adultos mayores son quienes más se ven afectados debido a que presentan diversas comorbilidades, y por ello representan un grupo vulnerable. Cabe resaltar que la misma pandemia condicionó a que se retrasara o disminuyera la atención prestada por parte de las entidades de salud. En consecuencia, se dio un mal manejo de enfermedades crónicas tanto físicas como mentales y la ausencia de diagnósticos oportunos.
Actualmente, se desconoce cuáles podrían ser los efectos a largo plazo, pero se han identificado variables que podrían intervenir como la calidad de vida, sus creencias, independencia y la preocupación por su salud. En los artículos revisados se identificó una variedad de repercusiones tanto a nivel físico, mental y social durante el aislamiento, que se expondrán a lo largo de esta revisión.
Aislamiento social y consecuencias físicas
En la pandemia por el virus SARS-Cov-2, se ha podido comprobar que existe una asociación entre el aislamiento social y la inactividad física 21). Diversos estudios respaldan que la participación social en actividades físicas ayuda a fortalecer los músculos, mejorar la función pulmonar, y también disminuyen las discapacidades, inflamación crónica, estrés oxidativo y los síndromes geriátricos en general 22. En consecuencia, son preocupantes los efectos que podrían generarse a partir de un estilo de vida sin esta participación en actividades que promuevan el ejercicio.
Las medidas de confinamiento por COVID-19, llevaron a que los adultos mayores adopten una vida sedentaria, lo cual afectó de manera negativa sobre su salud física 23). Algunos de los efectos se representaron como mayores enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, un declive cognitivo, desórdenes musculoesqueléticos, y en general un aumento en la morbimortalidad, que se agravó con el sentimiento de soledad del individuo 14. Uno de los mayores cambios identificados se vio reflejado en la dieta, la cual era poco saludable y escasa 12). También, se evidenció un incremento en el consumo de alcohol y tabaco. Sin embargo, hubo estudios en los que sí se mantuvo una dieta balanceada y hábitos saludables, pero fueron representados por una minoría.
De igual modo, se ha comprobado que la reducción de actividades físicas a corto plazo puede afectar la sensibilidad a la insulina, la función cardiorrespiratoria, y además aumentar el porcentaje de grasa visceral y el desarrollo de dislipidemia. Aquello, sumado a los periodos de inactividad generados por el cambio de estilo de vida tras la pandemia por COVID-19, pueden provocar una crisis catabólica que en consecuencia aumentaría el riesgo de caídas, fracturas y discapacidades. Adicionalmente, esta carencia parcial o total de actividad física se ha visto asociada a una disminución en la masa muscular, y cabe resaltar que los adultos mayores pierden fisiológicamente un aproximado de 0,8 % de masa muscular al año, lo cual podría deteriorar aún más su salud 23.
Por otra parte, se conoce que el sueño ha sido una de las principales funciones biológicas vulneradas 24. Debido al aislamiento se ha visto afectado el ciclo circadiano, ya que eventos estresantes pueden generar la alteración de este, así como la limitada exposición a la luz del día y la ausencia de rutinas diarias 25. Por ende, la disminución del sueño resulta en
una secreción inadecuada de melatonina, la cual está asociada a cambios en la función inmunitaria y a procesos fibróticos en hígado, riñón y sistema vascular, haciéndolo más susceptible a una infección por el virus SARS-Cov-2 26.
Aislamiento social y efectos psicológicos
Según la OMS, aproximadamente el 7 % de los adultos mayores tiene un trastorno depresivo mayor y el 3,8 % un trastorno de ansiedad 27. Asimismo, establecen que aquellos que se encuentran en aislamiento social o con deterioro cognitivo pueden volverse aún más ansiosos, enojados, estresados, agitados y retraídos durante las medidas restrictivas por la pandemia 1,28.
Debido a esto, se han incrementado los problemas de salud mental, que abarcan desde depresión, ansiedad, insomnio, sentimiento de soledad, fobias, estrés post traumático, autolesiones y hasta intentos de suicidio 9. Existen diversos factores que han contribuido a agravar esta problemática. Por ejemplo, la difusión de información alarmista y poco veraz por parte de los medios de comunicación, sumado a la incertidumbre social, política y económica, el miedo a contagiarse o de perder a un ser querido. Asimismo, la gestión de los gobiernos y respuesta frente a la pandemia fueron factores determinantes, ya que la percepción de menor apoyo se reflejaba en mayores síntomas de depresión y ansiedad 29-31.
Por otro lado, se vieron comprometidas las necesidades de cuidado básico como: la limpieza, alimentación y el acceso a los servicios de salud mental. Este último generó mayor dificultad para la ejecución de tratamientos, seguimiento de enfermedades psiquiátricas severas y terapias como la electroconvulsiva 32-35.
Estas variables sumadas a diversos estereotipos y creencias que se ven intensificadas por la misma sociedad e incluso autoridades, que muchas veces consideran a los adultos mayores como una carga social, conllevan a la discriminación por edad, denominada edadismo. En consecuencia, esta provoca exacerbaciones del estrés, ansiedad y/o depresión en los adultos mayores 36-40.
Múltiples estudios han demostrado que, tras la pandemia, existe una mayor susceptibilidad hacia síntomas psiquiátricos (depresivos, ansiosos, de estrés postraumático, entre otros) en las mujeres en comparación con los hombres 33,41. También se halló una asociación entre el lugar de residencia como las zonas urbanas, y la presencia de ansiedad o pensamientos rumiantes como factores predictivos de insomnio, ya que provocan una excitación cognitiva, lo que puede alterar la homeostasis del cortisol, dando como resultado un sueño insuficiente 9. Asimismo, se identificó que aquellos que presentaban mayor fobia hacia la COVID-19, eran precisamente mujeres, solteras, que vivían solas y tenían un nivel socioeconómico más alto 42.
En contraposición, se ha demostrado que los hombres pueden tener mayor riesgo de reportar empeoramiento de depresión y ansiedad después del encierro, aún más si estos son solteros, viudos, divorciados o viven solos. Una posible hipótesis establece que puede deberse a la tendencia de los hombres a ser reacios a admitir sus miedos y la dificultad que pueden presentar para expresar sus emociones y buscar apoyo 9,43.
Adicionalmente a los factores inherentes del género y estado civil, se ha visto que las comorbilidades preexistentes pueden verse incrementadas por la fragilidad del adulto mayor, que es traducida como una respuesta fisiológica inadecuada ante eventos estresantes, que podrían hacerlos más susceptibles a caídas y/o discapacidades. Sumado a ello, el aislamiento social al que se enfrentan genera un sentimiento de soledad y abandono, volviéndolo más propenso a un estado de vulnerabilidad, lo que sustenta la teoría sobre la etiopatogenia del trastorno depresivo mayor al final de la vida (9, 43-45). Al mismo tiempo, existen estudios que corroboran que un alto sentimiento de soledad está asociado a una disminución del apetito, mayor consumo de comida rápida, lo cual conlleva a malnutrición, déficit de ácido fólico, vitamina B12, y antioxidantes, que en consecuencia contribuyen a mayores síntomas depresivos 46,47).
Si bien los adultos mayores son considerados un grupo vulnerable para diversas patologías psiquiátricas, varias investigaciones han demostrado que son los que mejor respuesta tienen frente a episodios de ansiedad y depresión en comparación con la población joven. Algunas justificaciones se basan en que presentan mayor resiliencia, regulación de sus emociones mediante la aceptación, reinterpretación, distracción o supresión 31,48. Sin embargo, aún se carece de estudios que corroboren cuáles podrían ser las diferencias entre un antes y durante de una pandemia y los posibles efectos a largo plazo 6,49. Es importante recalcar que el grado de resiliencia podría variar en base a factores internos (respuesta biológica al estrés, personalidad, salud física, capacidad cognitiva, etc.) y externos (estabilidad financiera, estatus social, conexión con sus familiares, tecnología, entre otros) 15,50. Por ejemplo, una población estudiada en Reino Unido no presentó mayor cambio en cuanto a síntomas psiquiátricos, ya que anteriormente habían experimentado situaciones semejantes de aislamiento social por la Segunda Guerra Mundial y las pandemias de influenza en 1957 y 1968 51.A pesar de que algunos tuvieron una mejor respuesta, otros no obtuvieron el mismo resultado. La pandemia por COVID-19 provocó el incremento del riesgo de “muertes por desesperación” y exacerbó los riesgos preexistentes de suicidio en la vejez, aún más en personas con trastornos afectivos 28,52. En la actualidad se desconoce realmente si la pandemia ha afectado la tasa de suicidios. No obstante, esta puede resultar en la confluencia de factores de riesgo como vivir solo, la soledad y el aislamiento social para comportamientos suicidas 53.
Aislamiento social y enfermedades neurodegenerativas
En cuanto a los adultos mayores con demencia, estos se encuentran en un estado de mayor vulnerabilidad por síntomas como la amnesia, apraxia, agnosia e incapacidad ejecutiva. Los cuales conllevan a cometer más errores y a tener una menor adherencia hacia las medidas sanitarias (lavado de manos, uso de mascarillas, distanciamiento social) frente a la pandemia por COVID-19 54.
Asimismo, estas medidas implican un cambio en sus rutinas, lo cual provoca una carga cognitiva adicional, que puede verse reflejada en una disminución de la concentración, memoria, orientación y comunicación, así como el empeoramiento y surgimiento de síntomas neuropsiquiátricos (cambios de humor, apatía, agitación motora, agresión, ansiedad, ideación delirante, insomnio, confusión creciente y depresión) 54-58. Esto generó un incremento del uso de fármacos psicotrópicos (hipnóticos antipsicóticos, benzodiacepinas y antidepresivos) independientemente del grado de demencia. Específicamente en pacientes con Alzheimer, hay estudios donde se ha observado el aumento de estos síntomas, siendo la ansiedad el más frecuente 7,55. Además, esta clínica fue más evidente en casos de demencia leve en comparación con aquellos casos más avanzados. Una posible explicación es que los más leves podrían haber sufrido cambios más radicales en su estilo de vida durante la pandemia, y eran más conscientes del contexto en el que vivían. En cambio, en los más graves no hubo mucha variación, ya que por lo general se encuentran confinados y son menos activos. De igual manera, se vieron comprometidas las medidas que normalmente se utilizaban para contrarrestar los trastornos del sueño y de la marcha, puesto que el aislamiento social conlleva a una disminución de la realización de actividades físicas y rutinas estructuradas. En consecuencia, se genera un mayor riesgo de caídas y disminución en la calidad de vida, convirtiéndolo en un adulto mayor frágil 7.
En el caso de los pacientes con Parkinson, se afectaron en su mayoría los síntomas no motores (trastornos del sueño, ansiedad, depresión y trastornos cognitivos). Presentando un mayor deterioro en aquellos con depresión e insomnio preexistente, siendo las mujeres y jóvenes los más afectados 59. Asimismo, el estrés psicológico generado por los brotes de la COVID-19 agravaron temporalmente los síntomas motores (temblores, congelación de la marcha o trastornos del movimiento). Otros estudios adicionales sugieren que, en pacientes con enfermedad por priones, la infección por la COVID-19 podría agravar las reacciones inflamatorias del cerebro y de esa forma acelerar la progresión de la enfermedad. También, añaden que el diagnóstico de Esclerosis Lateral Amiotrófica, así como otras enfermedades neurodegenerativas se han dificultado aún más por el contexto actual 57.
Evaluación y manejo: un reto a ser enfocado de forma holística
A raíz de las medidas tomadas por los gobiernos, diversas organizaciones de la salud optaron por brindar recomendaciones básicas para sobrellevar el aislamiento social. Por ejemplo, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la OMS propusieron que los adultos mayores debían recibir apoyo emocional, mantener conexiones sociales, una rutina, actividades físicas, además debía asegurarse la provisión de necesidades básicas y medicamentos e incentivar las actividades al aire libre con el debido distanciamiento 1,2,22. Adicionalmente, brindar información veraz y comprensible sobre la enfermedad, para que incluso un paciente con deterioro cognitivo sea capaz de entenderla.
En una revisión realizada por la OMS se demostró que la participación en actividades artísticas puede mejorar el bienestar emocional de un individuo. Incluso escuchar música puede mejorar el sueño, la recuperación de pacientes con ictus y tener un impacto positivo sobre la demencia 60,61. Cabe resaltar que las recomendaciones brindadas debían servir como base para la aplicación de medidas y soluciones específicas en cada país 62. En el caso de Wuhan, China, se optó por una solución interdisciplinaria efectiva con la ayuda de los profesionales de la salud mental, trabajadores sociales, administradores de residencias de ancianos y voluntarios. También, ofrecieron un manual de autoayuda psicosocial, consejerías y guías específicas para el soporte de pacientes con deterioro cognitivo. Garantizaron un entorno seguro, proporcionando la provisión de equipos de protección personal, además les enseñaron cómo solicitar una cita médica virtual y contactar a un psiquiatra geriátrico cada vez que alguno lo requería 10.
Otras medidas que han resultado efectivas en diversos países para hacer frente al aislamiento social y la soledad son el uso de redes sociales, videollamadas, aplicaciones móviles y telemedicina 19,63-65. Además, programas de voluntarios dispuestos a proveer apoyo y compañía, visitadores médicos, el servicio de terapia cognitiva conductual, consejería y monitoreo online para una intervención psicológica fueron de gran ayuda para contrarrestar los efectos de la pandemia en la población mayor 11,66.
Mientras algunos gobiernos se rigen únicamente por seguir estas recomendaciones, existen otros que buscan innovar implementando nuevas tecnologías o actualizando las preexistentes. Una de estas estrategias, que sigue actualmente en investigación, son los robots de telepresencia móvil que consisten en herramientas equipadas con cámara, un monitor, altavoz y cuerpo con ruedas que permite el movimiento, con el fin de poder comunicar de una manera más interactiva a dos individuos que se encuentren lejos 67. Se ha planteado que podrían utilizarse no sólo para comunicarse con familiares sino también como parte de la telemedicina. También está el Audrey- Flower, un robot de asistencia social que tiene como objetivo reducir el aburrimiento y soledad mediante la estimulación intelectual a través de juegos, que facilitaría las llamadas y fomentaría un estilo de vida saludable, además de la detección temprana de accidentes cerebrovasculares y caídas para obtener ayuda en emergencias 68.
Si bien hay estudios que demuestran su aceptación y utilidad, hay que tener en cuenta factores económicos, el riesgo de deshumanización y también la capacitación que conlleva. En general, el uso de la tecnología tiene una variedad de limitaciones para los adultos mayores, como factores personales del individuo (edad, género, educación, ingresos, estado salud, experiencia previa en tecnología), relevancia social, contextos nacionales, entre otros (utilidad, simplicidad percibida, asequibilidad, accesibilidad, apoyo técnico y social, independencia, experiencia y confianza) 66,69. Por ello, centrarse solo en soluciones digitales, podría potencialmente perpetuar la discriminación por edad 70.
CONCLUSIONES
En conclusión, los estudios revisados sugieren que el aislamiento social por la pandemia del virus SARS-Cov-2 ha tenido un impacto negativo sobre la salud de los adultos mayores y ha contribuido a la discriminación del mismo. No obstante, se desconocen cuáles podrían ser los efectos a largo plazo.
Dentro de las repercusiones a nivel mental se ha apreciado un aumento del estrés, ansiedad, soledad, alteración del sueño, depresión e incluso algunos casos de suicidios. Específicamente, aquellos pacientes con enfermedades neurodegenerativas mostraron ser más vulnerables por su condición física y mental preexistente. Asimismo, un incremento en el estilo de vida sedentario y hábitos nocivos, conllevaron a un incremento de factores de riesgo para las comorbilidades.
En consecuencia, organizaciones como la OMS y OPS propusieron recomendaciones interdisciplinarias con el fin de mitigar los efectos del aislamiento social. Sin embargo, cada gobierno adaptó estas medidas según el contexto y realidad de su país, siendo el uso de la tecnología una de las más relevantes, con el cual se ha encontrado múltiples beneficios, así como limitaciones.