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Desde el Sur

versión impresa ISSN 2076-2674versión On-line ISSN 2415-0959

Desde el Sur vol.12 no.1 Lima ene./jun 2020

http://dx.doi.org/10.21142/des-1201-2020-0007 

Estudios de investigación

Lima, enero de 1881: saqueo, matanza, guerra de razas y Comuna

Lima, January 1881: looting, killing, race war commune

1Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta. Lima, Perú luisguzmanpalomino@gmail.com

RESUMEN

Se describen los sucesos acontecidos en Lima y el Callao tras los desastres de San Juan y Miraflores. Anarquía, caos y terror, saqueos, matanzas y combates, entre la tarde del 15 y la madrugada del 17 de enero de 1881, lapso durante el cual la sangre corrió en abundancia y se culpó a los «comunistas» de haber generado el desorden. Testimonios de observadores peruanos, chilenos y extranjeros aluden a ello, como también a la presencia protagónica de sectores lumpenescos; incluso hablan de una guerra de razas. Las pérdidas económicas se calcularon en dos millones de pesos y hubo varios centenares de muertos, sobre todo entre los chinos, cuyas casas y comercios fueron arrasados, y también entre el lumpen severamente reprimido por una numerosa Guardia Urbana, formada por residentes extranjeros, que aquietó la ciudad para que fuese tomada por los invasores chilenos. Un capítulo soslayado de la llamada Campaña de Lima.

PALABRAS CLAVE: Saqueo; comunistas; Guerra del Pacífico; ocupación de Lima; Lima; Perú

ABSTRACT

The events that occurred in Lima and Callao following the disasters of San Juan and Miraflores are described: anarchy, chaos and terror, looting, killing and fighting, from the afternoon of the 15th to the early hours of January 17th, 1881, during which time «blood flowed freely» and the «communists» were blamed for causing the disturbances. Accounts by Peruvian, Chilean and other foreign observers allude to this, as well as to the significant presence of the non-politicized underclass. There was even talk of «race war». Economic losses were calculated at two million pesos and several hundred people were killed, particularly among the Chinese, whose homes and businesses were razed, and also among the underclasses, who were severely repressed by a large urban guard composed of foreign residents, which pacified the city prior to its seizure by the Chilean invaders. This is an overlooked chapter in the so-called «Lima campaign».

KEYWORDS: looting; communists; War of the Pacific; occupation of Lima; Lima; Peru

Introducción

El año 1881 empezó trágicamente para el Perú, porque el 13 y 15 de enero sufrió las derrotas de San Juan, Chorrillos y Miraflores, preludio de la toma de Lima por las tropas chilenas. Definitivamente, el desastre estaba previsto y fue el desenlace lógico de sucesivos errores del gobierno dictatorial de Nicolás de Piérola, quien, secundado por su ministro Miguel Iglesias, desoyó las recomendaciones hechas por militares de carrera sobre los preparativos de defensa y más bien trazó un dispositivo a todas luces vulnerable. 1880 fue un año perdido y la captura de Lima por Chile agudizaría las contradicciones internas en los siguientes. Piérola fugó camino de la sierra de Lima, incluso antes de que se decidiera la suerte de Miraflores, sin dejar disposición alguna ni mando capaz de hacer frente en la capital a la grave situación creada. Con ese marco anárquico, Lima fue teatro de desórdenes de todo tipo entre el 15 y 17 de enero. Se sucedieron saqueos, matanzas y todo género de excesos, sin que apareciera autoridad alguna para contenerlos y sin que interviniesen las tropas chilenas, acantonadas ya cerca de la capital. Las crónicas de protagonistas y testigos de estos hechos señalaron, casi todos, que el caos fue provocado por los «comunistas», si bien cabe una explicación sobre qué se entendía entonces por comunismo. Se culpó también a los reservistas que huyeron en desorden. Pero parece que quienes desataron los disturbios fueron sectores sociales al margen de la ley, numerosos en Lima, el lumpen proletariado que en otras ocasiones había tenido ya presencia notoria, como en el caso del asesinato de los hermanos Gutiérrez. Un episodio soslayado al hablarse de la toma de Lima, en el que incluso llegó a mencionarse la «guerra de razas».

Saqueo, matanza, guerra de razas y Comuna

Es relevante anotar que el erudito historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte fue rotundo al señalar que las ideas marxistas se habían propagado en el Perú desde mucho antes de la guerra del guano y del salitre, pues contra el gobierno plutocrático de Manuel Pardo conspiraron, según dijo, no solo los pierolistas, sino gentes en las que «habían prendido algunas de las ideas que sobre la lucha de clases, el socialismo y el comunismo corrían en Europa [y] se habían difundido en el país» (Vargas Ugarte, 1979, p. 28).

De comunistas hablaba ya en 1849 José de San Martín, en las cartas que desde el destierro escribió al presidente del Perú Ramón Castilla, en las que manifestaba su alarma por «el inminente peligro que amenazaba a la Francia, en lo más vital de sus intereses, por los desorganizadores partidos terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos con el único objeto de desquiciar no solo el orden y civilización, sino también la propiedad, religión y familia»2.

Unos años después, en 1862, habló también de comunistas, condenándolos, Manuel Atanasio Fuentes, El Murciélago, tal vez el más grande periodista de la época, quien, aunque liberal, progresista e iconoclasta, vio con preocupación la presencia en Lima, traído por El Comercio, de José María Samper, en su entender difusor de lo que llamaba rojismo: «¿Pero es la escuela del rojismo -se preguntaba exaltado- la que puede conducir a las sociedades a ese punto último de las más exageradas ilusiones? El primer apóstol de la democracia fue Jesucristo, trabajó con su palabra sobre corazones abiertos y en un pueblo que desde luego comprendió la grandeza del predicador, y ni el derramamiento de su sangre pudo operar esa transformación que, con erróneas doctrinas, quiere conseguir hoy la escuela comunista»3.

Y en ese mismo escenario, en el conmocionado Perú de 1867, Andrés Recharte, uno de los jefes de la campaña represiva que aplastó la gran insurrección indígena del altiplano, culminó su tarea haciendo pública esta conclusión:

Los prenotados individuos [hace referencia al coronel Juan Bustamante y sus compañeros] no solo son reos políticos por haber sostenido el anómalo gobierno del coronel [Mariano Ignacio] Prado, sino sociales por sus tendencias destructoras, puesto que han implantado el sistema de comunismo, porque teniendo todos los hombres los mismos derechos naturales deben ser iguales social y políticamente. Como esta igualdad en la actual organización de la sociedad no puede realizarse por el estado en que se encuentran los indígenas, los referidos secuaces del comunismo han hecho comprender que nuestra sociedad es mala y por consiguiente era necesario cambiarla4 .

Ese mismo Andrés Recharte volvería a figurar en los años de La Breña, al servicio de los traidores, como denunció la prensa patriota5 .

Definitivamente, la clase dominante peruana -esto es, los burgueses y feudales- y también sectores de la pequeña burguesía urbana, y con ella el incipiente proletariado, estuvieron siempre al corriente de los sucesos revolucionarios que conmovían a la Europa del siglo XIX. Esto se puede inferir fácilmente al advertir que en algunos diarios de Lima se publicaban avisos ofreciendo suscripciones a los principales periódicos del mundo, que se traían a bordo de los barcos mercantes6. Comerciantes, hacendados, intelectuales, religiosos y militares figuraban en las listas de suscriptores que hicieron públicas varios impresos de la época. Lima, que de alguna forma fue la culta Lima antes que el guano lo corrompiera todo, consumía así lo que se publicaba en Europa, Estados Unidos y países cercanos. Y las suscripciones llegaban también a los potentados del interior, cada cual poseedor, entre otros tantos bienes, de una biblioteca particular que incluía libros, revistas y periódicos.

Esos periódicos eran por aquel entonces los más importantes difusores de la cultura, pues incluían secciones de literatura clásica, informes científicos, relatos de viajeros, etc., que se publicaban acompañando las noticias políticas, editoriales, columnas de opinión, inserciones de otros periódicos, notas de la vida cotidiana, etc., además de la infaltable propaganda económica. Las ideologías en pugna merecieron así un especial interés y dieron pie a comentarios, casi todos condenatorios, sobre el anarquismo, el socialismo y el comunismo. Los escritos de Marx publicados y «rebotados» en diversos diarios y revistas, por ejemplo, los artículos y cartas que intercambió con Federico Engels analizando la guerra civil norteamericana y que aparecieron insertas en el Daily Tribune de Nueva York entre 1861 y 1865, tuvieron que ser conocidos por un sector de la élite residente en el Perú (incluyendo muchos extranjeros de diversas nacionalidades), que seguramente conocieron también algunos de sus opúsculos y libros. Tal vez hacía recuerdo de ello el sabio Vargas Ugarte cuando dijo que las ideas comunistas se difundían desde ese tiempo en el Perú. No eran citas al viejo comunismo utópico, sino al científico que desde la publicación del Manifiesto comunista provocaba las iras y temores de los opresores en todo el mundo, iras y temores que se acrecentaron con el surgimiento de la Comuna de París.

En un valioso ensayo sobre la agricultura del Perú, publicado en Francia en 1874, se decía al respecto: «Todos aquí en Europa, proletarios o banqueros, y mucho mas desde que tuvieron lugar los horrores que en pocos días perpetró la Commune en esta gran capital, viven íntimamente persuadidos de que, al estallar una revuelta en cualquiera sección sudamericana, no queda en ella piedra sobre piedra»7. La revista en la que se publicó este ensayo había saludado un año antes la fundación del primer periódico peruano destinado a defender los intereses de los obreros8.

Como tales consideró a los tipógrafos de El Comercio que dieron a luz El Artesano:

Tal es el título de un nuevo periódico que ha empezado a ver la luz en la capital del Perú, bajo la dirección del Sr. D. Ignacio Manco y Ayllón, uno de los tipógrafos de la excelente imprenta de El Comercio de Lima. El Artesano no es [...] un periódico como otro cualquiera. Fundado por obreros, redactado por obreros, llamado a sostener los intereses de los obreros, es de esas instituciones especiales, dignas de llamar la atención y que encontrarán siempre, en todos los amigos del progreso moral, aplausos entusiastas. Hemos visto los dos primeros números de ese periódico, y los encontramos dignos de la elevada idea que nos habíamos formado de los trabajadores peruanos [...] La aparición de un periódico de esa naturaleza era necesaria en la capital del Perú, mucho más cuando otros países de Sudamérica, como las repúblicas de Argentina y Chile, tenían ya órganos particularmente destinados a representar los intereses de las clases trabajadoras y a ser el reflejo de sus adelantos morales e intelectuales. A El Artesano de Lima nuestro aplauso; a sus conductores nuestros deseos ardientes de que su empresa dé los resultados que de ella deben esperarse9.

Con tales antecedentes, no iba a resultar raro que en el desarrollo de la guerra del guano y del salitre, y sobre todo en el periodo de la ocupación y la resistencia, que agudizó las contradicciones sociales, los periódicos hicieran numerosas referencias al comunismo10. Así, al estallar en diciembre de 1879, apenas encaramado en el poder el dictador Nicolás de Piérola, una rebelión de indios y negros en Chincha, El Comercio no tuvo empacho en tildarlos de comunistas. En efecto, la Navidad de aquel año coincidió con el estallido de un alzamiento de negros e indios de la peonada, braceros oprimidos por el latifundismo, los que tenían entonces una idea muy vaga de lo que era el Perú y de lo que significaba la agresión chilena; aunque posiblemente consideraron propicia la coyuntura para renovar su secular lucha. Esta mención nos sirve para señalar que toda lucha social de ese tiempo fue condenada por la clase dominante con el calificativo de «comunista». Lo sucedido en París era como una temible visión que turbaba la tranquilidad de los poderosos, y el vocablo comunista se convirtió también en sinónimo de perturbador, criminal y aun asesino, a lo que se agregó incluso el entonces novedoso concepto de guerra de razas. De allí que El Comercio, en su edición del 29 de diciembre de 1879, siguiera una tradición que incluso perdura hasta nuestros días: «Las proporciones de este movimiento -dijo en alusión al de Chincha- son más grandes de lo que al principio se creyó, y parece que reviste todos los caracteres de una cuestión de razas. Los indios y negros unidos, en contra de los blancos. Conócese que ha habido un trabajo sordo pero tenaz, en que está de por medio el elemento comunista: por eso se ataca la propiedad y se asesina a los propietarios»11 .

La Guerra del Guano y del Salitre fue comparada por la prensa chilena, y también por la chilenófila, con la guerra de Prusia contra Francia, y por ello tal vez la reiterada mención que haría de la Comuna de París, a la que temió tanto. Para ella, Chile estaba cumpliendo en el Perú el rol que Prusia había cumplido antes en Francia, esto es, evitar el triunfo del comunismo12. La mención al comunismo abundaría a partir del desorden social que se produjo en Lima tras los desastres de San Juan y Miraflores. El diario La Actualidad, que los chilenos empezaron a editar en esta capital desde el 20 de enero de 1881, dijo a guisa de conclusión: «La sangre ha corrido en abundancia por las calles de Lima»13. Y no lo hizo en referencia a la lucha entre chilenos y peruanos, sino dando cuenta de los saqueos, matanzas y combates que tuvieron por escenario las calles céntricas Lima y el Callao entre la tarde del 15 y la madrugada del 17 de enero, antes de que los invasores la ocupasen.

La mayoría de informes señalaron como gestores de esos desórdenes a los peruanos dispersos. Cabe anotar que entre estos no solo hubo pobladores urbanos, sino gentes del campo reclutadas a la fuerza por los gamonales metidos a coroneles que los llevaron como carne de cañón a la batalla. La historia ha reparado en los dispersos que se agrupaban en algunas plazas a la espera de que algún jefe los reorganizase para proseguir la resistencia; lo ocurrido con el herido coronel Cáceres en el parque de la Exposición es bastante conocido. Pero jefes dispuestos a resistir fueron los menos, porque la mayoría buscó algún refugio seguro o huyó a matacaballo. Alguna crónica señala que entonces aparecieron cabecillas que reunieron y arengaron a los dispersos, pero no para resistir a los chilenos, sino para desatar el caos en la capital14. Pero el lumpen había hecho su aparición incluso antes de la batalla de Miraflores, pues durante el incendio de Chorrillos, en la noche del 13 de enero, los actos de salvajismo no fueron perpetrados solamente por chilenos. Lo prueba el espeluznante relato de Alberto del Solar, quien narra que un capitán peruano, amigo suyo, no pudo salvar a una dama italiana y la tuvo que matar con su revólver, luego que ella así se lo pidiera, por preferir tan macabro fin antes que ser ultrajada por una banda de forajidos que ya había ultimado a su esposo y a su pequeño hijo. Esos rufianes vestían uniforme de soldados peruanos15.

Convendrá también reparar en que solo una mínima parte de los reservistas mostró en la batalla de Miraflores un comportamiento ejemplar, porque la gran mayoría, cuyo concurso el alto mando no supo aprovechar, se dispersó en total desorden, y se contaron por miles los hombres armados que tomaron el camino de Lima sin que nadie pudiese contenerlos, sobre todo porque algunos de sus jefes fueron los primeros en abandonar el campo de batalla. El periódico El Orden, vocero del gobierno de La Magdalena que se instauró poco después, publicó un extenso informe escrito precisamente por un reservista, dando cuenta de lo antes dicho: «De toda la Reserva no había peleado sino una división, y, sin embargo, había contenido al enemigo durante más de una hora ella sola. De 8000 hombres no habían peleado sino 1500: 11 batallones no habían hecho un solo tiro»16. Y Zoila Aurora Cáceres denunció que el grueso del Ejército de Reserva, cuando más se le necesitaba, no entró en acción porque así lo ordenó Piérola, aduciendo que no quería ver muertos a los padres de familia que lo formaban (Cáceres, 1921, p. 413).

Varias acreditadas fuentes sostienen que en tal asonada fue determinante la participación del lumpen. Recuérdese que nueve años antes este sector marginal y desclasado fue utilizado por el civilismo para acabar con la sublevación de los hermanos Gutiérrez, hasta llegar al salvajismo más repugnante, pues no solo se asesinó con refinada crueldad a los alzados, sino que se perpetraron actos de canibalismo con lo que quedaba de sus destrozados cadáveres, como lo declararía el propio Piérola en Europa y antes J. M. de Olateta en un periódico de la Unión Vasco-Navarra, en los mismos días en que se producía la toma de Lima por los chilenos:

¡Horror! Unos cuantos mulatos y algunas mujeres de su raza daban escenas de antropofagia en pleno siglo XIX y en una capital civilizada en presencia de miles de almas... Poco después solo quedaban cenizas de la hoguera: cenizas del combustible mezcladas con la de los cadáveres de los infortunados. Después nada: el soez populacho las confundió con el lodo de las calles17.

La Lima de entonces, con más de 200 000 habitantes18, albergaba una considerable población de gentes degradadas y otras que supervivían al margen de la ley, entre ladrones, tahúres, prostitutas y toda suerte de aventureros y malandrines, peruanos y extranjeros, a los que les resultó indiferente convivir con los chilenos. Lo sucedido en los años de la ocupación sirve para fundamentar con creces este aserto19. El diario chileno La Situación, comentando la revuelta social que tendría como escenario Cañete a mediados de 1881, la comparó con lo sucedido en la capital y la consideró «un nuevo escape de las malas pasiones que fermentan en las capas bajas de la sociedad peruana, y que tan formidable explosión hicieran en la misma Lima en enero último, diseñando para el porvenir catástrofes más tremendas»20 .

Zoila Aurora Cáceres, que entrevistó a varios protagonistas de esos hechos, hizo primer responsable al dictador Piérola, quien con su precipitada fuga dio cauce al desborde del lumpen:

La desaparición rapidísima del dictador, el 15 estuvo en el combate de Miraflores y el 16 aparecen sus primeras decretos en Chocas, el abandono completo y lamentable en que dejó al ejército que se replegaba hacia Lima, una vez terminado el combate de Miraflores, la falta de autoridad política o militar que dictase órdenes, dio lugar a lo que en cualquiera ciudad desgobernada habría ocurrido, esto es: a que se levantara en la ciudad un grupo de bandoleros en actitud amenazante (Cáceres, 1921, p. 27).

Principal afán suyo fue desmentir al alcalde Torrico, quien en nota remitida al general chileno Baquedano, el 17 de enero, culpó a los soldados peruanos de haber desatado el vandalismo:

A mi llegada ayer a esta capital, encontré gran parte de las tropas que se habían disuelto, y también gran número de dispersos que conservaban sus armas, las que no había sido posible recoger. La Guardia Urbana no estaba organizada y armada hasta ese momento; la consecuencia, pues, ha sido que en la noche los soldados, desmoralizados y armados, han atacado las propiedades y vidas de un gran número de ciudadanos, causando pérdidas sensibles con motivo de los incendios y robos consumados (Cáceres, 1921, p. 16).

Zoila Aurora, que se valió también de una referencia de González Prada eximiendo de culpa a los reservistas, dijo con énfasis:

se equivocó el señor Torrico al decir que los soldados desmoralizados y armados habían atacado las propiedades y vidas de un gran número de ciudadanos [...] Los que se habían levantado en la capital, aprovechando la falta de policía, de patrullas y de toda autoridad, es posible que se diesen al pillaje por imaginarse que los vencedores se entregarían al saqueo de la ciudad [...] El ejército peruano, aunque disuelto y disperso desde la misma noche del 15, no tomó parte en el saqueo (Cáceres, 1921, p. 26).

Existe un testimonio singular que culpa a los chinos de haber desatado la jornada del terror, a los que luego siguió el lumpen. Testimonio nada desdeñable por provenir de Mariano Felipe Paz Soldán, quien como reservista tomó parte en la defensa de Lima. A esos chinos, dijo, se sumó un variopinto lumpen:

Es un hecho ya comprobado que de los tres mil y tantos chinos que tenían los chilenos, como elemento de devastación y espionaje, se desprendió sobre Lima un gran número de estos en las primeras horas de la noche del 15, después de declarado el triunfo de sus banderas. Esos chinos, conocedores de la fortuna de sus compatriotas y de los lugares en que estaban situados sus almacenes, entraron a la ciudad y principiaron a saquear a sus mismos paisanos, prendiendo fuego después a los almacenes. A esos chinos se agregaron muchos bribones de distintas nacionalidades, que nunca faltan en ninguna localidad, sobre todo cuando se encuentra abandonada de las autoridades, y sin fuerza que contenga a los malhechores21 .

En el periódico La Pampa de Buenos Aires se publicaría una correspondencia remitida desde Lima el 20 de enero de 1881 por los oficiales argentinos Ramón F. Rodríguez y Valentín Espejo, que sirvieron en el ejército peruano hasta la toma de Lima, el primero como ayudante de campo de Piérola y el segundo como jefe del batallón Cajamarca. Los citamos aquí porque una de sus reflexiones, al término de la campaña, aludió al estado anárquico que desgració al Perú y a la degradación de los estratos más bajos de la sociedad: «Un pueblo que como este había vivido siempre en la anarquía, introduciendo, como es consiguiente, la inmoralidad en las masas populares, infiltrando así la degradación, destruyendo de este modo el espíritu público, era lógico (que obtuviera) este resultado»22.

Conviene advertir que en los desórdenes de Lima afloraron varias contradicciones hasta entonces subyacentes, y de seguro hubo grupos anarquistas que secundaron, si es que no azuzaron, las acciones de los sectores pauperizados. Porque la ocasión se presentó propicia para violentar las propiedades de los ricos, lucha de clases que con mayor nitidez habría de darse inmediatamente después en varias regiones del interior, tan distantes como Piura, Ica, Ayacucho y Puno. Y hasta pudo darse la presencia de auténticos comunistas, aunque no se cuenta aún con pruebas sólidas que avalen este aserto. Sabemos de la ejecución unos meses después del francés Luis Faget, quien pudo haber estado en Lima porque fue vinculado al civilismo, para luego pasar a Cerro de Pasco, donde fue ejecutado23. Luego, la bandera colorada que hicieron flamear los guerrilleros de Ica asediando a los chilenos que ocupaban esa ciudad en setiembre de 188224. Y la bandera roja enarbolada por los chalacos, de la que hace mención Víctor Eguiguren en una carta a Lizardo Montero, fechada en Piura el 11 de febrero de 188325. Son interesantes indicios, pero se requiere de mayor investigación para hablar de una real presencia comunista.

Cualquiera que hubiese sido el origen de los desórdenes en Lima aquel enero de 1881, los documentos señalan que todo se inició con el saqueo y la destrucción de los comercios y otras propiedades de los chinos, a lo que siguió el asalto de las propiedades de otros comerciantes extranjeros, con un intento fallido de poner fuego a toda la ciudad. En el Callao quienes más sufrieron de tales excesos fueron los comerciantes italianos, que se defendieron con armas de fuego y libraron verdaderos combates. No se puede descartar que actuaran allí grupos de marineros a los que se vio también en Lima. Fue gente preparada la que hizo volar los fuertes e incendió los restos de la escuadra, por orden del jefe de la plaza, capitán de navío Luis Germán Astete, probado patriota que habría de inmolarse en la campaña de La Breña.

A propósito de los chinos, bueno será saber que abundaban en Lima, algunos de ellos ricos, pero en su gran mayoría pobres. Los primeros habían hecho fortuna dedicándose al comercio; los segundos eran los sobrevivientes de la trata de culíes. Estos últimos, harto mermada su salud por el maltrato sufrido en las haciendas agroexportadoras, vagabundeaban mendigando o delinquiendo, pésimamente alimentados y hacinados en pocilgas. Solo unos cuantos habían conseguido superar esa dura etapa de sus vidas, y se dedicaban al comercio menor, regentando fondas y pequeñas pulperías. Como se sabe, el alto mando chileno, en su avance sobre Lima, liberó de su opresión a muchos culíes, que reclutados como guías y guerreros avanzaron sobre la capital formando columnas con jefes y estandartes propios. ¿Lo supieron aquellos que después de la derrota de Miraflores arremetieron contra los chinos, como dejó apuntado Paz Soldán? Pudo ser, pero esa odiosidad racial había germinado mucho antes en las haciendas agroexportadoras, y ese mismo 1881 negros y chinos se iban a enfrentar cruentamente, con cientos de bajas, tal y como informó un periódico chileno que circuló en Lima26 .

Queda claro que no hubo en la capital autoridad que en situación tan caótica asumiese el control del orden público. Ni el dictador en su escapatoria ni los mandos militares, también dispersos, impartieron orden alguna al respecto. Cundió el pánico en la población, sobre todo considerando lo sucedido en Chorrillos, y el cierrapuertas fue total. Gentes de todas las edades atestaron las embajadas y otras muchas residencias que se pusieron a cubierto izando banderas extranjeras, lo que hizo decir a un jefe chileno que Lima parecía una ciudad de cónsules. Por igual los buques extranjeros surtos en el Callao dieron asilo a una muchedumbre; pero, lógicamente, no a la población de los estratos más pobres, sino a las familias pudientes y a las de los sectores medios. Y fue con ese marco que, en la tarde del 15 de enero, según informe del diario chileno La Actualidad, se desató el caos en Lima:

Según unos, a las 2 p. m., según otros a las 3 p. m., comenzaron los dispersos a atacar las chinganas y demás establecimientos de víveres de los muchos asiáticos residentes aquí. Las tropas estaban sin comer hacía mucho tiempo. Hay varias versiones sobre el principio del saqueo e incendio. Algunos lo atribuyen al hecho de haber muerto un chino a un celador peruano, el cual le quiso pasar un inca, y al ver que no lo quería el chino, trató de robarle la mercadería. El populacho se indignó y comenzó a darle fuego a los establecimientos de los hijos del Celeste Imperio. La plaza del Cercado de Lima ha sido reducida a cenizas, lo mismo que la calle de Capón, Zavala y otras que eran ocupadas exclusivamente por establecimientos de chinos. Además, trataron de dar fuego a la población por varias partes a un mismo tiempo [...] En Lima han sido los chinos los que han pagado el picante; pero en el Callao la cosa ha sido más seria. Casi todos los fuertes han sido volados, la escuadra incendiada y una gran parte de la población de aquel puerto reducida a cenizas, [y no escaparon] en esta última ni los pulperos italianos, los cuales han tenido que batirse con el populacho y tener que lamentar muchos muertos y heridos. Esta ha sido una pequeña parodia de la guerra franco-alemana, y para que no falte nada al pobre cuadro que débilmente bosquejamos, le agregaremos su poco de Comuna y petróleo27.

Otra crónica chilena, recopilada por el publicista Pascual Ahumada Moreno, ofreció mayor información sobre lo ocurrido en el Callao. Este documento es de suma importancia, pues su autor tripulaba uno de los buques que entonces bloqueaban el puerto. Ahora era un marino chileno el que aludía a «las escenas comunistas», con el singular añadido de que en ellas participaban las negras y mulatas, alusión semejante a la que ya hemos citado de cuando fueron asesinados los hermanos Gutiérrez:

En tanto que esto pasaba en la bahía -la voladura de los fuertes y el incendio de las naves peruanas-, la población era teatro de escenas comunistas, parecidas a las que se representaban en Lima: los derrotados de Miraflores destinaban al saqueo del bajo comercio y al insulto de mujeres indefensas aquella parte de su coraje que no supieron aprovechar contra el ejército chileno. Partidas de cholos armados, acompañados de negras y mulatas ebrias, recorrían las calles destrozando puertas y ventanas y arrastrando con el contenido de los despachos y pulperías. Estos actos de hostilidad se manifestaron principalmente contra los infelices chinos, y tomando tal carácter de ferocidad que una veintena de estos ciudadanos celestiales fueron arrastrados a la plaza principal y preparados para ser sacrificados por junto. Felizmente, algunos extranjeros de la guardia urbana, que toda la noche anterior se habían ocupado en desarmar a los revoltosos, ejecutando con ellos varios actos de justicia sumaria, cuando las circunstancias lo requirieron, llegaron a tiempo para salvar de la hecatombe a los colonos asiáticos28.

En efecto, la guardia urbana formada por extranjeros, cuyo número alguna crónica calculó en 5000, prácticamente un verdadero ejército29 , fue la que después de muchas horas de combate contuvo el vandalismo y extremó la represión. Por eso el periodista de La Actualidad hablaría de un desenlace muy cruento: «felizmente, la guardia urbana extranjera tomó cartas en el asunto, y armándose con los rifles de los mismos dispersos restableció el orden, no sin hacer un terrible fuego de fusilería con los amotinados toda la noche y parte de la mañana del 16. La sangre ha corrido en abundancia por las calles de Lima»30. Esa guardia urbana, cuyo jefe fue el capitán Champaux, administrador del muelle dársena del Callao, «durante 15 días estuvo custodiando la población día y noche»31, primero apoyada y luego sustituida por unidades chilenas.

El corresponsal en Lima de La Estrella de Panamá, periódico extranjero en el que tenía presencia el pierolismo, hizo también puntual referencia a lo que llamó «crímenes de la Comuna». Deslizó el rumor de que la traición provocó la derrota en San Juan y Chorrillos, y consignó que por tal causa se ordenó la prisión del señor Riva Agüero, quien se puso a buen recaudo al aislarse en la embajada francesa. El ministro francés, M. de Vorges, amenazó con retirarse si se registraba su sede, y los pierolistas se contentaron con decir: «De que hubo traidores no queda duda»32. Bien se sabe que no fue esta la causa de la hecatombe, pero la prensa pierolista necesitaba desviar hacia otros la responsabilidad del desastre. Puso entonces la mira en sus rivales políticos, y acusó también de traidor al general Manuel de la Cotera, cuyas acciones, entonces y después, tendieron más bien al anarquismo33. Lo saltante es que La Cotera intentara un golpe de Estado la misma tarde del 13 de enero, temerario proyecto que no tuvo acogida. El corresponsal del periódico panameño anotó:

el general La Cotera trató de hacer una revolución esa misma tarde; recorrió las calles principales de la ciudad gritando: ¡Abajo Piérola! ¡Viva el partido constitucional! ¡Mueran los gringos! [los extranjeros] y otras torpezas semejantes. Quiso obligar a algunos soldados a que lo siguieran; fracasó en su intento, y entonces buscó refugio en la legación británica, de donde salió por la noche para el Callao a procurarse seguridad en el blindado Triumph. Su vida en Lima, es cierto que corría peligro34.

Interesante que el general La Cotera lanzase vivas al partido constitucional, que había sido el de Prado y cuyo nombre habría de tomar mucho tiempo después la agrupación política organizada por Cáceres.

Producida el 15 de enero la derrota en Miraflores, el dictador tuvo en mente pasar a Arequipa, a decir de la crónica pierolista. Pero acordándose que había dejado en Palacio de Gobierno documentación que lo podía comprometer, tomó el camino de Lima y después, obligado por las circunstancias, siguió su fuga por la ruta de Canta, no sin antes ordenar al jefe militar de la plaza, coronel Belisario Suárez, licenciar a las tropas, requisar sus armas e inutilizar los cañones emplazados en el cerro San Cristóbal. Y como no dejara disposición alguna sobre el gobierno de Lima, la ciudad quedó completamente a merced de los dispersos que, a decir de un ciudadano neutral, privilegiado testigo de aquel suceso, fueron el soporte de «las turbas comunistas»:

Los dispersos del ejército empezaron en la noche del 15 a recorrer en grupos por las calles, amenazando a los transeúntes y cometiendo actos de depredación que no pudieron ser reprimidos porque toda autoridad había desaparecido. Alentados por la impunidad, excitados por algunos malvados que los reunían y capitaneaban y por el licor que estos mismos les prodigaban, se lanzaron, desde las primeras horas de esta nefasta noche, a cometer toda clase de crímenes. Protestando padecer hambre, se echaron al principio sobre las encomenderías de víveres de los inermes asiáticos; despedazaron sus puertas a disparos de rifle y hacha y entraron a saco en ellas sin dejar cosa alguna, y enseguida se lanzaron a los almacenes por mayor de géneros asiáticos, almacenes de artículos valiosísimos, que venden joyas, telas finísimas de seda, mantas de burato y otras muestras delicadas de manufactura asiática. Todos estos almacenes fueron igualmente saqueados. Pero como las turbas desbordadas no se detienen en los límites de un crimen y como la perpetración de uno arrastra la de otros muchos, las que recorrían las calles de Lima en la aciaga noche del 15 se entregaron a otros criminales y mayores ejercicios. Después de saquear los almacenes les prendían fuego, asesinaban a sus dueños y aun a aquellos que no les secundaban en su obra proditoria; demolían los edificios que, por su construcción, no podían ser devorados por las llamas. Las calles de Bodegones, Melchormalo, Palacio, Polvos Azules, Zavala, Capón, Albaquitas, Hoyos y casi todas las que están abajo del puente, fueron otros tantos teatros de estas escenas de horror y desolación. En esta última parte de la ciudad, no solo fueron asaltados y saqueados los almacenes asiáticos, sino también los de algunos italianos. En el de la Ninfa, perteneciente a un súbdito de esta última nacionalidad, se encontró el cadáver de su dueño en la puerta del almacén. La luz del sol del día 16 vino a alumbrar tantos y tan funestos cuadros. La cuadra de Palacio se hallaba sembrada de cadáveres, lo mismo que la de Polvos Azules, y las demás invadidas; pero en donde había campeado el crimen bajo todas sus fases había sido en Hoyos, Albaquitas y abajo del puente, en donde las turbas habían destrozado lo que no podían poseer. A las primeras horas del día acudieron las bombas a los lugares incendiados con el fin de extinguir el fuego, pero las turbas comunistas se oponían a viva fuerza a permitir que las bombas funcionasen. Tan nutrido era el fuego que hacían sobre el cuerpo de bomberos, que este tuvo que abandonar el campo para salvar la vida, y entonces esos malhechores trataron de incendiar las bombas, logrando su intento con algunos carros, y, según se nos ha informado, también con una de las bombas italianas. Un bombero fue herido por bala de rifle, recogido por una ambulancia y trasladado al hospital de sangre de San Pedro35.

En medio de una tensa situación, en las primeras horas de ese domingo 16, el alcalde Rufino Torrico, acompañado de algunos embajadores extranjeros, se presentó ante el victorioso general Baquedano para anunciar la rendición incondicional de Lima y solicitar la inmediata ocupación de ella para salvarla de mayores estragos. Así lo consignó puntualmente el testigo ocular extranjero que hasta aquí hemos seguido: «un parlamento pasó al campamento chileno a solicitar del general en jefe la inmediata ocupación de la plaza por las fuerzas invasoras, a fin de restituir el orden y mirar por la seguridad de la capital y sus moradores»36.

Conociendo ese episodio fue que el periodista de La Actualidad lo comparó con aquel en que los potentados franceses se presentaron ante el jefe del ejército invasor prusiano, y le rogaron que entrara a París para acabar con los comunistas. El jefe chileno, informado por espías de lo que acontecía en Lima, decidió actuar con cautela y anunció que sus tropas entrarían en la ciudad recién al día siguiente. Todo se confabulaba contra la capital desprotegida, y entonces se sucedieron las acciones siniestras que el corresponsal de La Estrella de Panamá describió con lujo de detalles y culpó del vandalaje a los que llamaba «comunistas». Su relato, empero, nos muestra simplemente a hombres y mujeres del populacho:

Desde muy temprano se comprendió que el licor estaba produciendo sus efectos, y que el hecho de estar armado el populacho podía ser causa de disturbios. Nada se hizo para aprisionar a esos hombres y toda autoridad había desaparecido. A pesar de esto, nadie se imaginaba lo que sucedió después. Como al mediodía fueron abiertas y saqueadas las casas y almacenes en varios puntos de la ciudad; el número y el furor de los amotinados aumentó a causa de no haber quién pudiera contenerlos. Por la tarde ya habían sido vaciados todos los almacenes chinos de la calle de Malambo, y muchos de sus dueños habían pagado con la vida la intención de defender sus propiedades. El robo era el móvil de tanto crimen; el asesinato, el merodeo y el incendiarismo, el fin. En todas direcciones cruzaban balas de rifle y por todas partes estallaban bombas. El coronel Astete, prefecto del Callao, trajo de ese puerto los marinos y soldados, ignorábase con qué objeto. Seguramente no fue con el de pelear, puesto que permitió a su gente que se embriagara y desbandara provista de armas. Sucedió esto como a las 7 p. m. De esa manera añadió nuevos combustibles a la hoguera del comunismo y nuevos actores que tomaron parte en el carnaval del vicio y del crimen que ya había comenzado y que esparció el terror en Lima y el Callao hasta la mañana siguiente, cuando los extranjeros de toda nacionalidad les salieron al encuentro y les revelaron su fuerza y el propósito que tenían de no dejar que continuaran los escándalos. A las 9.30 p. m. vi pasar a unos 300 marineros ebrios que atravesaban las calles principales, disparando los rifles y manifestando la resolución de ir al Callao e inaugurar allí el imperio del pillaje que a la sazón dominaba en Lima. Era peligroso estar en la calle. Recuerdo que al pasar frente a una de las legaciones, se me preguntó si eran los chilenos quienes habían entrado a la ciudad y principiado el saqueo. Centenares de almacenes, especialmente los de los chinos, fueron abiertos, robados o destruidos al mismo tiempo. Hombres, mujeres y muchachos cargaban lo portátil, mientras otros destrozaban artículos valiosos que no les era dable echarse a cuestas. Aquí, hombres y mujeres, peleaban y se mataban por una botella de licor; allí, dentro de algún almacén, combatían con navaja, revólver o rifle, para apoderarse de alguna cosa que consideraban de gran valor. Quedaba en medio de esto un consuelo: los amotinados se mataban entre ellos mismos, y así disminuía su número y los cartuchos con que contaban. Algunas veces llegó a ser tan nutrido el fuego, que se creyó que los chilenos habían aparecido y principiado a dispersar las turbas. Muchos de los edificios de la ciudad fueron saqueados, principalmente los de las calles inmediatas al mercado, y también el mercado mismo. Por esos lugares perdió un chino alhajas y mercaderías que valían 200 000 pesos. En 2 000 000 de pesos se puede estimar el valor de las propiedades robadas y destruidas. El incendiarismo coronó la obra empezada por el latrocinio. A un mismo tiempo estallaron durante la noche tres o cuatro incendios. A los bomberos, que trataron de cumplir con su deber, se les hizo fuego y se les rechazó: de ellos murió uno y tres quedaron heridos. Al amanecer, cuando los comunistas se convencieron de que pronto terminaría su corta dominación, principiaron a funcionar las bombas con buenos resultados37.

Aquí advertimos dos versiones contradictorias. El corresponsal del periódico panameño dice que las compañías de bomberos fueron atacadas la noche del 15 y que funcionaron sin problemas al amanecer del 16. Mientras que el testigo ocular extranjero señala que en las primeras horas del 16 eran rechazados los bomberos que intentaban apagar el fuego. Parece más cierto esto último y tal vez fue lo que decidió a los extranjeros a tomar el control de la ciudad. El alcalde Torrico obtuvo así el acceso a los almacenes de armas, donde se proveyeron de todo lo necesario para hacer frente a los alzados. El testigo neutral anota al respecto:

Las colonias extranjeras que constituían la guardia urbana de bomberos y salvadores neutrales, en vista de tantos crímenes y de que sus autores trataban de continuar su infame tarea de desolación, asumieron, en la mañana del 16, una actitud enérgica. Solicitaron armas y municiones, que el señor alcalde municipal don Rufino Torrico se encargó de proporcionarles, e inmediatamente formaron algunas patrullas, que partieron a los lugares invadidos a disipar los grupos apostados en las calles [...] Las colonias francesa, norteamericana, inglesa, española, suiza, colombiana y ecuatoriana se distinguieron en este servicio. La última, a las órdenes de su jefe, el señor don Juan Ballén, fue la primera en constituirse, a las 5 a. m., en el lugar más peligroso, la calle de Hoyos, en donde las turbas se habían reconcentrado, por ser el lugar más apartado del centro de la ciudad y existir allí muchos establecimientos de asiáticos. No fueron pocos los peligros que esa patrulla tuvo que arrostrar, pero la intrepidez del señor Ballén y la de su gente, ahuyentaron en poco tiempo a los criminales, derribando a balazos a algunos de ellos38.

En su extenso y detallado informe, el corresponsal de La Estrella de Panamá anotó por su parte:

Los extranjeros de toda nacionalidad se reunieron, armados unos, desarmados otros; pero al fin consiguieron de los parques del gobierno cantidad suficiente de elementos para combatir contra los criminales. Murieron muchos de estos, lo cual hizo el efecto deseado en los otros que habrían podido continuar la obra iniciada. Varias veces se hicieron disparos contra los extranjeros que estaban reunidos en patrullas de a 12 y en compañías de a 50; pero ellos, con un vivo fuego, determinaron la derrota de los que los atacaban en las calles o desde las casas. El capitán Champaux, administrador del muelle dársena del Callao, era el jefe de la guardia urbana, y como tal acudió desde temprano al sitio de la acción. Más de 5000 extranjeros tomaron parte en el movimiento, secundados por solo dos o tres del país, que tuvieron valor bastante para salir de sus casas en defensa de la ciudad amenazada por la turba de total destrucción. No recuerdo que haya [habido] en la historia ejemplo de que los extranjeros tuvieran que armarse y comprometer peligrosa lucha en la capital de un país, para proteger vidas y propiedades, teniendo que convertirse de hecho en jueces, jurados y ejecutores. Pero es lo cierto que solo de esta manera pudieron ser sometidos los amotinados39.

La historia registraría casi dos décadas después una situación similar, en China, al desatarse la rebelión de los bóxers. Pero como decía el corresponsal del periódico panameño, en 1881 no se había sabido de algo parecido a lo que entonces ocurrió en Lima. Fue tal la superioridad numérica, de armamento y organización de la guardia urbana que en los combates apenas tuvo cinco muertos y 15 heridos, en tanto que del bando contrario las bajas se contaron por centenares. Solo en Lima, «más de 200 de los comunistas perecieron [...] número que, unido al de los chinos asesinados las noches anteriores, hizo subir a más de 400 las cifras de las personas muertas en menos de 24 horas. Ojalá los defensores del comunismo - concluyó el corresponsal del periódico panameño- hubieran venido a ver los cadáveres de sus discípulos»40.

Las bajas en el Callao fueron también cuantiosas, a decir del mismo informante:

El Callao no sufrió menos que Lima; allí principió el motín el 16, y continuó en pleno día17. A la fuerza conseguían los sublevados que las carretas condujeran lo que ellos robaban. Los extranjeros, a sabiendas de lo sucedido en Lima, resolvieron imponer la ley por su cuenta, y fueron presentándose a medida que conseguían armas. Tuvieron muchos muertos, entre los cuales mencionaré a Mr. Henrietta, sobrino del finado general Halleck, y a M. Delvoi, conocido residente francés. Después de cuatro horas de combate recio y de matar 150 enemigos, lograron restablecer el orden41.

Cabe preguntar qué habría ocurrido si la guardia urbana extranjera no hubiese acabado con ese «reinado de los comunistas»42. Probablemente, la entrada de los chilenos no hubiese sido lo pacífica que fue, y encontrando alguna resistencia o desorden pudo causar tal vez mayores estragos. Reflexionando sobre esto el testigo ocular extranjero dejó apuntado:

Las colonias extranjeras han salvado esta vez a la capital de ser destruida, bien por los comunistas, que momentáneamente tomaban nuevos alientos [...] bien por el ejército chileno, que se habría visto en la necesidad de ejercer duras y terribles represalias, si, como intentaban los amotinados, se hubiera hecho fuego sobre él al tomar posesión de la ciudad. Felizmente, la vigilancia desplegada por los bomberos y salvadores neutrales, restituyó en este mismo día el orden, y el ejército (chileno) pudo tener fácil acceso el día 1743 .

Varios otros documentos compararon los sucesos de Lima con los de la Comuna de París. Así, por ejemplo, el presbítero chileno Salvador Donoso, presente en la toma de Lima, en una carta dirigida a Carlos Irarrazábal, firmada en esta capital el 19 de enero de 1881, consignó con una incontestable carga de racismo el siguiente acápite:

Apenas se supo en Lima la derrota de Miraflores y cuando volvían los fugitivos buscando algún refugio, se alzó el cholaje y casi se repiten aquí las mismas escenas de la Comuna de París. Por fortuna para los mismos peruanos, la colonia extranjera, que alcanza a la cifra de 3000 personas, cogió las armas y sujetó a la plebe a fuerza de balazos. Entonces ya se solicitó, como la única tabla de salvación, la entrada de nuestro ejército a las calles de la ciudad»44 .

Los comunistas estuvieron omnipresentes en el pensamiento de los líderes chilenos. Pero el fantasma del comunismo provocó por igual temores en los peruanos. Ricardo Palma, fanático servidor de Piérola, estuvo también convencido de que quienes violentaron Lima en enero de 1881 fueron los comunistas, pues en una carta remitida a su jefe, cuando este se hallaba en Jauja, consignó estas líneas:

Desde el 15 de enero último se han sucedido los hechos siguientes. El 16 Astete abandonó el Callao y trajo a Lima como 1000 hombres a quienes hizo marchar por las calles y después abandonó, ocultándose él. La tropa que no había comido, se unió con varios soldados dispersos de Miraflores, especialmente celadores y comenzó el ataque a las casas de chinos, las que en esa tremenda noche fueron casi todas saqueadas y muchos chinos asesinados. En el saqueo se prendieron fuego a muchas casas y tiendas, y se quemaron, pudiendo haber sido incendiadas las manzanas todas de la ciudad, pues los bomberos no se daban abasto para atender a todas partes. La guardia urbana extranjera, desgraciadamente disuelta por orden del prefecto Peña, quien se ocultó desde el sábado 15, al fin se armó de orden de un municipal y salió a batir a los comunistas, fusilando como a 200 de ellos. Con estas medidas se aplacó la tormenta45.

Como escritor costumbrista, Palma tenía ya fama internacional y estaba muy bien relacionado. Recibía periódicos extranjeros cuyos recortes de interés enviaba puntualmente a Piérola. Escribía bien, sobre todo parafraseando a los cronistas coloniales; varias de sus tradiciones se publicaron en periódicos españoles en los años de la ocupación chilena. Pero como analista desbarraba de continuo; tal vez por ello pocas veces se dignó Pié-rola responder sus cartas y mucho menos lo quiso a su lado, que ganas no le faltaron al tradicionalista de integrar la Asamblea de Ayacucho, como lo hizo saber en su copioso epistolario. Leyó crónicas, pero no las pudo entender; de otro modo hubiese admirado a las gentes que construyeron la grandeza del Tahuantinsuyo, como lo hizo Cieza de León, por citar a uno de los cronistas que más utilizó. Pero en vez de valorar esas raíces ancestrales, se condujo cual un racista y en una de sus cartas a Piérola tuvo la insensatez de culpar a los indígenas de la derrota de Lima:

En mi concepto -escribió como pontificando-, la causa principal del gran desastre del 13 está en que la mayoría del Perú la forma una raza abyecta y degradada, que usted quiso dignificar y ennoblecer. El indio no tiene el sentimiento de la patria; es enemigo nato del blanco y del hombre de la costa y, señor por señor, tanto le da ser chileno como turco. Así me explico que batallones enteros hubieran arrojado sus armas en San Juan, sin quemar una cápsula [...] Por otra parte, los antecedentes históricos nos dicen con sobrada elocuencia que el indio es orgánicamente cobarde. Bastaron 172 aventureros españoles para aprisionar a Atahuallpa, que iba escoltado por 50 000 hombres, y realizar la conquista de un imperio, cuyos habitantes se contaban por millones. Aunque nos duela declararlo, hay que convenir en que la raza araucana fue más viril, pues resistió con tenacidad a la conquista46.

Lo que el indígena haría en la campaña de La Breña, sin contar lo que hizo en las gestas de Juan Santos Atahuallpa, Túpac Amaru y Juan Bustamante, bastan para desechar lo dicho por Ricardo Palma, que tal vez ignoró que esa «raza» a la que cubría de desprecio fue la que conquistó y civilizó gran parte de Chile.

Respecto a los que tomaron Cajamarca y conquistaron el Tahuantinsuyo, fue seguramente debido a su ignorancia que obvió la presencia de los miles de nativos y cientos de guerreros negros allanando y secundando la obra de los españoles, como también se olvidó de los caballos, de los perros de guerra, del acero y de la pólvora. Y nada pudo avizorar en su simpleza acerca de las contradicciones internas que precipitaron la tragedia del estado autónomo.

Mas volvamos a los comunistas de 1881, para señalar que en abril de ese mismo año, al someter por las armas a sus enemigos políticos en Cerro de Pasco, los pierolistas habrían de ejecutar al francés Luis Faget, tras acusarlo de haber sido un legionario de la Comuna de París.

La muerte de un veterano de la Comuna de París

En Cerro de Pasco, entonces capital de Junín, se produjeron el 6 de abril de 1881 hechos luctuosos, luego de que los partidarios de Francisco García Calderón intentaran proclamar allí el régimen provisorio. El enfrentamiento político se exacerbó al punto que salieron a relucir las armas, y fueron muertos los jóvenes Chocano y Murga, partidarios de Piérola. Este, al ser informado en Jauja de lo sucedido, envió sobre Cerro de Pasco una expedición punitiva al mando del prefecto coronel José Santos Aduvire, quien a la cabeza del batallón Constancia y algunos otros reclutas emprendió campaña el día 9, siguiendo la ruta de Tarma, Palcamayo, Junín y Ninacaca, y se aproximó a Cerro de Pasco el 12. Los calderonianos, en reducido número pues la mayoría de notables que en un primer momento los apoyó optó por encerrarse en sus casas, proyectaron resistir en Angascancha, pero pensándolo mejor huyeron a discreción. Sin resistencia, Aduvire ocupó Cerro de Pasco esa noche y fue recibido por el señor Guillermo Sheuermann, «presidente de las colonias extranjeras asociadas establecidas en esa ciudad»47, quien le ofreció el apoyo de la guardia urbana por ellas formada. Aduvire no estaba para contemplaciones de ninguna clase, pues se había propuesto vengar la muerte de Chocano y Murga, recordando que como él habían servido en el campo de batalla. Su primera proclama anticipó mayores rigores, cuando dijo: «las fuerzas de mi mando perseguirán con firmeza a los delincuentes, a los perturbadores del orden y a los enemigos de la patria para que con severidad les caiga la cuchilla de la ley»48.

Paralela a la contienda política de abril de 1881 había salido a luz El Porvenir de Junín, periódico pierolista con imprenta propia existente en Cerro de Pasco, cuyo editor era M. P. Portugal. Los contados ejemplares que hemos podido ubicar dejan ver que saludó con entusiasmo la presencia de Aduvire. Y viendo a este jefe decidido a tomar venganza cundió el pánico en la ciudad, dándose paso a delaciones que condujeron a la captura del ciudadano francés Luis Faget, allí avecindado desde hacía algún tiempo. No existe documentación probatoria de que Faget participase en los luctuosos sucesos del 6 de abril, y menos de que fuera el directo culpable de la muerte de los dos jóvenes pierolistas. Hubo más bien entre los temerosos vecinos de Cerro de Pasco la necesidad de ofrecer al temido Aduvire una víctima expiatoria y el escogido fue el francés, al que nadie quería por su presunta actuación en los hechos ocurridos en París 10 años antes. De Faget se dijo que era, además de ateo, «un legionario de la execrable Comuna de París que inmoló al arzobispo de París y a los bizarros generales Lecompte y Thomas»49. Con esto, estaba de antemano condenado, y el 17 de abril de 1881, tras una farsa de juicio que solo duró unas horas y sin tener a nadie que asumiese su defensa, fue conducido al patíbulo. Insertamos aquí los pormenores de esa venganza política, descritos en una crónica que publicó al día siguiente uno de sus acusadores.

La ejecución del asesino Luis Faget. ¡Castigo tremendo pero necesario! Ayer se alzó el patíbulo, que 18 años hacía no era visto por los pacíficos y laboriosos habitantes de Cerro de Pasco; ayer rodó el cuerpo de un asesino, y las armas de la ley satisficieron a la vindicta pública consternada. Faget, un legionario de la execrable Comuna que inmoló al Arzobispo de París y a los bizarros generales Lecompte y Thomas; Faget, un extranjero excepcional, inquieto, levantisco, inmoral, era una mancha en este pueblo en que los extranjeros dan la norma de todas las virtudes sociales y de su leal cariño a este hospitalario suelo. Faget se jactaba públicamente de haber ofrecido su brazo a los amotinados del día 6, a los colaboradores de Chile en la obra impía de aniquilar la nacionalidad peruana; él ostentaba por calles y plazas, con todo el cinismo propio de un asesino vulgar, ya familiarizado con el crimen, el negro crespón que envolvía el cadáver de un valeroso hijo de la patria; él divulgaba su baldón como una hazaña, y en pleno Consejo de Guerra se lo afrontaron en careo testigos presenciales del villano asesinato de la calle del Marqués. Faget ya no existe: ha recibido a la muerte con la misma brutal indiferencia con que sabía dársela a otros; desdeñando los auxilios espirituales aun en el último trance, aun en esos momentos en que parece que al reo le falta tierra que pisar y no ha de ver más que a Dios en los cielos. Faget demostró que, en su alma empedernida, no cabía la luz de la consoladora esperanza. ¡Desventurado! El pueblo que tanto condenaba los errores de su vida turbulenta, le vio morir sin asombro; y aunque muchos labios hayan murmurado una plegaria por su eterno descanso, todos, absolutamente todos han murmurado también una frase análoga a la que ya hemos pronunciado. ¡Castigo tremendo, pero necesario! Todos los pueblos han experimentado supremas crisis, como la que hoy aflige al Perú. Es esta una ley social, inmutable y fatal. Todos los promontorios del planeta han experimentado conmociones y traumatismos, a impulsos de fuerzas desconocidas que nacen de sus entrañas. Es esta una ley física, también fija e inmutable. En las crisis políticas, cuyo primer efecto es la guerra de estado a estado, siempre asoman dos partidos en la nación que lleva la peor parte. Un ejemplo de todos conocido: la España de 1808, durante su guerra con el coloso del viejo mundo. Allí había españoles puros y españoles afrancesados; es decir, españoles que no transigían con la sumisión del vencedor, y preferían a la santa lucha de Pelayo en Covadonga el homenaje a la Corte extranjera de José Bonaparte. Exactamente lo mismo acontece hoy en el Perú: el José Bonaparte de los chilenos descansa muellemente en el Palacio del Gobierno Nacional; su corte está en la Magdalena. No diremos que el Bailén del Perú sea Jauja, pero sí puede serlo Arequipa, como los desterrados en la sierra pueden ser la base de la legión que haya de llevar a la vencida y humillada Ciudad de los Reyes, el santo lábaro de la independencia peruana. Los partidarios de la paz a todo trance, en la capital, dieron su consigna a los del Cerro; estos se amotinaron el día 6, y para sellar con sangre el pacto de su humillación, asesinaron a dos jóvenes valerosos y abnegados, que murieron vitoreando al hombre que hoy personifica la continuación de la guerra contra Chile, y la reparación de la honra nacional, olvidada por los grandes egoístas de la banca limeña, antiguos monopolizadores de aquellos filones de riqueza pública que se llamaron guano y salitre, y cuyos embrollos y trabacuentas originaron la maldita guerra que nos abate y aniquila. Pero el caudillo de la patria no se durmió en su retiro; y cuatro días después entraban en la ciudad conturbada los ejecutores de su indignación, mensajeros de la sentencia inevitable contra los asesinos de Chocano y Murga. Los achilenados huyeron y resonó entonces la augusta palabra de la ley. No analizaremos hoy la grave responsabilidad de los agitadores políticos que quisieron preconizar al gobierno del doctor García Calderón: quede esa tarea para personas más aptas y a quienes no deba sujetar cierta consideración que en este orden de ideas nos impone silencio. Lo que sí podemos decir es que la población del Cerro se felicita hoy de haber recobrado su tranquilidad, y no sabe escasear los elogios al digno e ilustrado coronel Aduvire, cuya incansable actividad y juicioso tino han producido la confianza en todos los espíritus, justamente alarmados por el conflicto del día 6. Jefes como el coronel Aduvire honran la espada que ciñen y la causa que representa. Ahora, pues, acallado el rumor de las perturbaciones; disipadas las nubes que encapotaban el horizonte; sofrenadas las iras de los despechados; y satisfechos los manes de aquellas dos víctimas del pundonor y del civismo, el prudente jefe de la guarnición tiene ancho campo en que desplegar sus bellos sentimientos, reflejos de la proverbial magnanimidad del dictador de la república. La lección ha sido terrible; que sigan a ella actos de clemencia compatibles con las exigencias primordiales de la ley; y el señor Aduvire, que no puede perdonar a los asesinos, sabrá hacer comprender a los extraviados, que todo buen peruano no tiene hoy más deber, que el de agregar su nombre, sus votos y su acción, a la lista de los patriotas de alma templada para las adversidades, y que transigen con todo y con todos, menos con Chile y los chilenos. Cerro, abril 18 de 1881. Carlos de Z. Rivera50.

El fantasma del comunismo, en Lima y en otras ciudades, estuvo siempre presente, mencionado con insistencia por chilenos, civilistas y pierolistas. Un año y tres meses después del asesinato político de Luis Faget, por citar un caso, la autoridad chilena en Lima ordenó la captura y puso en prisión a nueve viajeros llegados de Europa, a quienes acusó de ser difusores del socialismo y que venían para plegarse al ejército de la resistencia que conducía Cáceres:

A los Estados Unidos, a la República Argentina y al Perú -informó el Diario Oficial chileno- arriban con frecuencia, por desgracia, emigrantes europeos que no teniendo la virtud del trabajo desean hacerse una posición propagando ideas socialistas [...] Si realmente han sido presos los italianos y los franceses por sus relaciones con los montoneros, deseamos que sean juzgados sumariamente y castigados con severidad51.

La sospecha aquí de una relación entre los socialistas y la resistencia patriota se debía tal vez al hecho de que Cáceres había captado la adhesión de algunos extranjeros, como el anónimo médico italiano que sirvió en las guerrillas de Ica ofrendando la vida ese mismo 1882, en que también se plegó a La Breña el ingeniero francés teniente coronel Ernesto de La Combe. Pero no tenemos ninguna prueba sobre que alguno de ellos tuviese relación con el comunismo.

Nos hemos cuidado de recalcar la mención a la ciudad de Cerro de Pasco, para diferenciarla de las comunidades campesinas de sus contornos, cuyos humildes pobladores serían de los primeros en combatir a los invasores chilenos. En la ciudad de Cerro de Pasco la guerra interesaba poco, las pugnas políticas internas interesaban más, pero no para poner en riesgo las múltiples actividades económicas que servían para el enriquecimiento de sus vecinos. Ignorando la guerra externa y tras los conatos de pugnas internas, todo volvía allí a la normalidad, como lo prueban los avisos publicados en El Porvenir de Junín, sobre arrendamientos de pastos, apropiación de tierras, denuncias de minas, etc. Por citar una paradoja, el mismo día en que el aún convaleciente Andrés Avelino Cáceres se embarcaba en el tren de la sierra dispuesto a ofrecer sus servicios a la causa de la resistencia patriota, en Cerro de Pasco se publicaba el siguiente aviso:

En los pastos situados entre los pueblos de Chango y Antapirca y el paraje conocido como Curu Tayo, ha descubierto D. León Hurtado y Compañía un corte de una mina de plata, abandonada desde tiempo inmemorial, sin colindantes por ningún rumbo y como a restauradores ha pedido tres intereses con las advocaciones de San León, El Manso Cordero y El Buen Pastor. El señor juez en uso de la facultad que le ley le concede le ha admitido el denuncio ordenando se hagan las publicaciones de estilo. Lo que se pone en el presente periódico para los efectos legales52.

Al conocerse en esa ciudad la aproximación de una expedición chilena, salida de Lima a mediados de abril al mando del coronel Ambrosio Letelier, el coronel Aduvire, que fungía como prefecto pierolista de Junín, optó por abandonar Cerro de Pasco para retirarse a Huánuco, considerando que los 200 hombres que comandaba eran pocos para presentar resistencia al invasor. Poco después y sin oposición, esa hueste chilena ocupó Cerro de Pasco; destacó una columna en persecución de Aduvire, quien huía ya por la ruta de Ancash. De furibundos «patriotas» los ciudadanos de Cerro de Pasco se volvieron de repente pacifistas, y acogieron a Letelier como lo hicieron antes con Aduvire.

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1Profesor de Historia en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle y asesor del Instituto de Estudios Históricos del Ejército del Perú. Graduado de magíster con la tesis La campaña de La Breña y la documentación publicada por la prensa. Sobre el conflicto de 1879-1884 ha publicado: Compendio histórico de la guerra con Chile (Milla Batres, Lima, 1979), Campaña de La Breña. Colección de documentos inéditos 1881-1884 (Concytec, Lima, 1990), Cáceres y La Breña: Compendio Histórico y Colección Documental (Universidad Alas Peruanas, Lima, 2000), La primera Memoria de Cáceres y otros documentos relativos a la campaña de La Breña (Orden de la Legión Mariscal Cáceres», Lima, 2010), Guerra con Chile: la traición de Iglesias. Documentos para el proceso (Orden de la Legión Mariscal Cáceres, Lima, 2019), entre otros.

2Carta fechada en Boulogne-sur-mer, el 15 de abril de 1849, publicada en El Ateneo, nro. 15, setiembre de 1900, pp. 231-232. No cabe duda de que el Libertador había leído muy recientemente el Manifiesto del Partido Comunista, que en su versión francesa apareció por vez primera en París poco antes de la insurrección de junio de 1848.

3«El señor Samper y su escuela», Lima, 13 de diciembre de 1862. Manuel Atanasio Fuentes incluyó este artículo en el tomo tercero de sus Aletazos del Murciélago, cuya segunda edición se hizo en París en 1866. Este célebre escritor criticaría por igual a civilistas y pierolistas en los años de la campaña de La Breña, y simpatizó con Cáceres para acompañarlo como director de El Peruano durante el gobierno de reconstrucción nacional.

4Párrafo del informe que presenta Andrés Recharte al prefecto del departamento de Puno, firmado en Taraco el 8 de enero de 1868. Publicado por Godoy Orellana, 2003.

5En su edición del miércoles 29 de agosto de 1883, el periódico patriota La Verdad Desnuda, que se publicaba en Ayacucho, denunció a este genocida, que entonces servía a órdenes de Luis Milón Duarte, nombrado comandante general de los departamentos del centro por el traidor Miguel Iglesias.

6Por citar dos casos, El Comercio editado por los chilenos en el Callao, en su edición del jueves 15 de diciembre de 1881, publicaba un aviso la Librería Francesa y Española de J. Gallandi E. Henriod, que funcionaba en la calle de Palacio 16, en Lima, ofreciendo «suscripciones a todos los periódicos y muy especialmente a la parte política, literaria, ilustrada y de modas del Correo de Ultramar». Y en su edición del miércoles 21 del mismo mes y año, otro aviso de Colville y Cía. Importadores, compañía establecida en Lima desde 1855, en la calle Plateros de San Pedro 136, como «Agencia General de los periódicos La Estrella de Panamá, La Moda Elegante, Stard Herald, Le Courrier des États-Unis, L’Eco d’Italia, European Mail, La Ilustración Española y Americana y de varios otros periódicos en español, inglés, francés, alemán e italiano».

7El Americano, nro. 42, p. 661, París, 4 de enero de 1874.

8Durante el levantamiento de los coroneles Gutiérrez contra la corrupta república en 1872 hubo referencias al comunismo, lógica mención en una Lima que un año antes había seguido con mucha inquietud los sucesos de la Comuna de París. Se sabe que algunos comunistas que lograron sobrevivir a las matanzas en Francia partieron al extranjero y algunos recalaron en el Perú ese mismo año y los siguientes, incluso durante la campaña de La Breña (Guzmán Palomino, 1990, p. 198).

9El Americano, año 2, nro. 11, París, 2 de junio de 1873.

10Los trabajos de Favre, Mallon, Manrique, Kapsoli, Sánchez Torres, Alba Herrera y otros son pioneros en el tema de los movimientos sociales que se dieron en los años de la Guerra del Guano y del Salitre. Por nuestra parte, mencionamos algo en el libro que sobre la Resistencia de La Breña publicó en 1983 el Ministerio de Guerra; dos años después añadimos datos en la ponencia «Guerra de razas y Comuna en la Campaña de La Breña», presentada durante el simposio «Centenario de la sublevación campesina de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Cochachin: 1885-1985», desarrollado en Huaraz (publicada por Vilcampoma, 1986, pp. 79-107). Luego, hemos publicado documentos en recopilaciones impresas en 1990 y 2000. El maestro Miguel Maticorena Estrada trató del asunto en artículos periodísticos y la documentación que guardaba se publicó en un libro póstumo (La Comuna de Piura y Chalaco, Lima, 2014); Nils Jacobsen, Alejandro Diez Hurtado y José Miguel Godos Curay han estudiado también tal suceso; Juan José Rodríguez tiene inédito el ensayo «Ecos de la Comuna en Lima»; Rodolfo Castro Lizarbe ha encontrado referencias a comunistas en la correspondencia epistolar de la época; y Hugo Pereyra Plasencia se refiere al conflicto social en sus valiosas investigaciones sobre Cáceres y su tiempo.

11El Comercio, Lima, lunes 29 de diciembre de 1879. El documento fue reeditado en la «Crónica de la Guerra del Pacífico», que con el apoyo de Juan José Vega publicamos en ese diario en 1979.

12Existen muchas referencias documentales al comunismo entre 1881 y 1884, algunas de ellas consignadas en nuestro trabajo La Resistencia Nacional de 1983.

13«Toma de Lima y Callao», crónica publicada en el diario La Actualidad, reproducida en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 105.

14«Episodios. Relación de un extranjero, testigo ocular», inserta en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 116.

15La Ilustración, Barcelona, 29 de junio de 1884

16«Lo que yo vi. Apuntes de un reservista sobre las jornadas del 13 y 15 de enero de 1881». Crónica publicada en El Orden, periódico que fue vocero del gobierno de La Magdalena.

17El Arga, Pamplona, sábado 19 de febrero de 1881.

18En una «Proclama al pueblo de Lima», hecha circular por los patriotas en la capital ocupada a principios de 1883, se lee: «Dos años que soportamos el vergonzoso yugo de la dominación extranjera, y el mundo que contempla admirado una capital de más de 200 000 habitantes sojuzgada por 5000 bayonetas chilenas, tiene preparado el fierro candente con que ha de marcar en nuestras mejillas el estigma de cobardes» (documento publicado en Ahumada Moreno, 1891, t. VIII, p. 131).

19«Vida cotidiana en Lima bajo la ocupación chilena». Revista Cáceres, Órgano Oficial de la Orden de la Legión Cáceres, nro. 17, pp. 63-68. Lima, 2004.

20La Situación, Lima, 17 de junio de 1881.

21Paz Soldán, 1979, p. 110.

22Carta publicada en Ahumada Moreno, 1888, t. V, pp. 196-197.

23El Porvenir de Junín, Cerro de Pasco, miércoles 20 de abril de 1881.

24En la carta de un testigo ocular chileno, fechada en Ica el 2 de setiembre de 1882, se lee: «divisamos una columna como de 25 enemigos que enarbolaban una bandera colorada y que a nuestra aproximación se internaba por una espesa línea» (Ahumada Moreno, 1890, t. VII, pp. 264-265). Waldo Díaz, jefe chileno que intentó doblegar la resistencia imponiendo el terror en la región, calificó a los patriotas como «enemigos de la propiedad y verdaderos comunistas» (Ahumada Moreno, 1890, pp. 265-268).

25Carta publicada por Miguel Maticorena Estrada, que enfatiza este párrafo: «sin Fernando [Seminario] los montoneros se habrían hecho dueños de la situación y habrían realizado su propósito que anunciaba su bandera, que era roja y con esta inscripción: "Viva la Comuna"» (La Comuna de Piura y Chalaco, p. 67).

26La Situación, Lima, 17 de junio de 1881.

27«Toma de Lima y Callao», crónica publicada en el diario La Actualidad y reproducida en Ahumada Moreno, 1888, t. V, pp. 105-106.

28«Relación de un tripulante de uno de los buques bloqueadores del Callao», publicada en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 110.

29Correspondencia especial para La Estrella de Panamá, publicada en Pascual Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 115.

30«Toma de Lima y Callao», crónica publicada en el diario La Actualidad, reproducida en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 105.

31Op. cit., p. 106.

32«Entrada de los chilenos en Lima. Crímenes de la Comuna». Correspondencia publicada en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 113.

33José Miguel Godos Curay ha publicado en El Regional de Piura, el 5 de abril de 2009, un artículo titulado «La toma de Piura por los chalacos: un acontecimiento político y social», en el que asevera que «La Cotera contaba con un contingente comunero». Esperamos que dé a luz la documentación en la que sustenta tal aserto. La Cotera estuvo preso en Chile y al quedar libre accionó en Tumbes y Piura a favor de Cáceres, para morir a mediados de 1884 en extrañas circunstancias.

34«Entrada de los chilenos en Lima. Crímenes de la Comuna». Correspondencia publicada por Ahumada Moreno,1888, t. V, p. 113.

35«Episodios. Relación de un extranjero, testigo ocular», inserta en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 117.

36Op. cit., p. 117.

37«Entrada de los chilenos en Lima. Crímenes de la Comuna». Correspondencia publicada por Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 115.

38«Episodios». En Ahumada Moreno,1888, t. V, p. 117.

39Correspondencia para La Estrella de Panamá. En: Ahumada Moreno,1888, t. V, p. 115.

40Correspondencia para La Estrella de Panamá. En: Ahumada Moreno,1888, t. V, p. 115.

4141 Ídem.

42Op. cit., p. 116.

43Op. cit., p. 117.

44Documento publicado en Ahumada Moreno, 1888, t. V, p. 178.

45Firmada con el seudónimo Gambetta, esta misiva aparece fechada en Lima el 23 de febrero de 1881. Publicada en Palma, 1979.

46Fechada en Lima a 8 de febrero de 1881. Publicada en Palma, 1979.

47El Porvenir de Junín, Cerro de Pasco, abril 16 de 1881.

48Proclama pronunciada el 13 de abril de 1881, publicada en El Porvenir de Junín.

49El Porvenir de Junín, Cerro de Pasco, miércoles 20 de abril de 1881.

50El Porvenir de Junín, Cerro de Pasco, miércoles 20 de abril de 1881.

51Publicamos este informe del Diario Oficial, fechado en Lima el martes 25 de julio de 1882, en Guzmán Palomino, 1990, pp. 198-199.

52El Porvenir de Junín, Cerro de Pasco, 16 de abril de 1881.

Fuente de financiamiento: Autofinanciado.

Citar como: Guzmán, L. (2020). Lima, enero de 1881: saqueo, matanza, guerra de razas y comuna. Desde el Sur, 12(1), pp. 97-125.

Recibido: 22 de Julio de 2019; Aprobado: 05 de Noviembre de 2019

Contribución del autor: Luis Guzmán Palomino ha participado en la concepción, la recolección de datos, la redacción y la aprobación de la versión final del artículo.

Conflicto de intereses: El autor declara no existir conflicto de intereses.

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