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Apuntes
versión impresa ISSN 0252-1865
Apuntes vol.43 no.78 Lima ene./jun. 2016
http://dx.doi.org/10.21678/0252-1865-00430078_05
RESEÑA
WALKER, Charles, 2015, La rebelión de Tupac Amaru, Lima, IEP. 377 pp.
La rebelión de Tupac Amaru de Charles Walker es la traducción y revisión del original en inglés publicado en 2014. En el prólogo de la edición en español, Walker confiesa que después de escribir De Tupac Amaru a Gamarra: Cuzco y la creación del Perú republicano, 1780-1840, él rechazó las propuestas de varios editores pidiéndole una historia síntesis de solo Tupac Amaru, ya que estaba «convencido de que no tendría nada original que decir y que podría caer en una historia poco seria» (p. 11).
Walker decidió embarcarse en el proyecto al encontrar material de archivo inédito y verificar que muchos documentos publicados no habían sido apropiadamente analizados; además, se sintió atraído por las posibilidades de las nuevas formas de la historia narrativa. En contraste con la historia estructural, la historia narrativa cuenta un relato coherente y se enfoca más en los actores que en las circunstancias. En la década de 1990, el historiador británico Peter Burke sugirió que la historia narrativa debería adoptar el concepto antropológico de «descripción densa», de Clifford Geertz, para interpretar «la interacción social de una sociedad dada en términos de las normas y categorías de tal sociedad». En La rebelión de Tupac Amaru, Walker realiza magistralmente tal tarea, preguntándose cómo los participantes comprendieron y participaron en la rebelión y apuntando a «dar al lector una idea de la experiencia de vida que supuso la insurrección» (p. 27).
Como en el mejor drama, Walker empieza el libro con una secuencia crucial: el arresto y ejecución del corregidor Antonio de Arriaga. Tupac Amaru y Arriaga se conocían bien. El 4 de noviembre de 1780, ellos compartían un «amigable almuerzo» con el cura Carlos Rodríguez (p. 20). Ese mismo día, cuando Arriaga regresaba a Tinta, Tupac Amaru le tendió una emboscada y lo arrestó. Seis días más tarde, ante miles de testigos, el kuraka sentenció al corregidor a morir en la horca. Lo notable, hasta aquí, fue que Tupac Amaru afirmó recibir órdenes del rey; convocó a alcaldes y vecinos poderosos enviándoles cartas en nombre del corregidor; organizó a españoles, mestizos e indios en columnas militares; enfatizó el uso del quechua en las proclamas; prometió abolir la mita, la alcabala, la aduana, el abuso en los obrajes y el repartimiento de mercancías; y aseguró que era mandato del superior que los indios vivieran libres y en hermandad con los españoles. Así se inició la rebelión anticolonial más importante en la historia de América hasta las guerras de Independencia.
Arriaga no fue el primer corregidor en perder la vida en manos de indígenas amotinados. Trabajos de historia socioeconómica han demostrado que las reformas borbónicas causaron un descontento social general que desembocó en lo que Steve Stern llama –como su artículo del mismo nombre– «La era de la insurrección andina, 1742-1782». No solo los indígenas se levantaron; también lo hicieron criollos y mestizos: los primeros, entre otras cosas, en contra del aumento del tributo y el reparto de mercancías; y los otros, en contra de la alcabala y las aduanas. Sin embargo, la rebelión de Tupac Amaru fue excepcional, no solo por su «organización, éxito inicial y envergadura», como afirma Garret, sino también porque era un proyecto de cierta maduración que se respaldaba en ideales políticos.
Walker contextualiza muy bien la rebelión. Las condiciones estaban dadas: los indios se encontraban cada vez más oprimidos; los sectores medios, más frustrados; y las elites, más divididas –el obispo de Cusco Juan Manuel Moscoso y Peralta había llegado a excomulgar al corregidor Arriaga y el visitador José Antonio de Areche se enfrentaba con el virrey Agustín de Jáuregui–. El contexto, sin embargo, no termina de explicar la excepcionalidad de la rebelión. Siguiendo las ideas de Alberto Flores Galindo, quien consideraba que las reformas borbónicas, más que la causa, eran el contexto de las rebeliones, Walker enfatiza que conocer la biografía de Tupac Amaru es fundamental para entender la rebelión. El kuraka tenía la experiencia y el capital social y cultural necesarios para liderar una revolución. Como intermediario entre indios y españoles, él fue testigo de las peores explotaciones del pueblo indígena; como comerciante y arriero, llegó a conocer bien los Andes del sur y a establecer una red social importante; como litigante en Lima, amplió sus conocimientos del Perú y tuvo contactos con personas que expandieron sus perspectivas políticas. Además, sus reivindicaciones se referían al orden colonial en su conjunto.
Basándose firmemente en fuentes primarias, Walker no solo narra y analiza la rebelión en su totalidad –incluyendo su propagación hacia la cuenca del lago Titicaca, ya cuando Tupac Amaru había sido ejecutado–, sino que también contribuye al conocimiento histórico en dos aspectos muy significativos: revelando el protagonismo de Micaela Bastidas y aclarando el papel de la Iglesia, que ha estado en debate por largo tiempo.
Micaela Bastidas aprendió a administrar y a liderar haciéndose cargo de los negocios de Tupac Amaru cuando él fue a Lima por ocho meses, como litigante por el marquesado de Oropesa. En la rebelión, ella puso en práctica esta experiencia y llegó a ser una «comandante inteligente y eficaz» (p. 115). Ella dirigía la base rebelde en Tungasuca, mientras que Tupac Amaru expandía la rebelión. Sus tareas incluían conseguir y administrar municiones y provisiones; reclutar, motivar y comandar a las tropas; y llevar a cabo tareas de comunicación y espionaje. Ambos compartían el poder; Tupac Amaru consultaba con ella todas las decisiones políticas importantes. Además, por su determinación y osadía, ella era más temida por rebeldes y realistas.
Walker también demuestra cómo la Iglesia logró socavar la rebelión. Después de la derrota de los rebeldes, el obispo Moscoso y Peralta fue acusado por supuestas simpatías con Tupac Amaru. Walker afirma que esta campaña y otros juicios a curas han llevado a historiadores a concluir que un sector significativo del clero apoyó tácitamente la rebelión. Si bien hubo unos pocos curas que sí brindaron apoyo, Walker considera que tal afirmación es exageraday hasta errónea. La campaña contra Moscoso y Peralta fue principalmente motivada por disputas políticas con los visitadores que consolidaron una posición de mano dura para castigar a los rebeldes. Lo cierto fue que el obispo movilizó con efectividad todos sus recursos para derrotar a Tupac Amaru.
Walker explica que un mundo sin la Iglesia católica era en ese entonces inimaginable. Pensando que podía vencer manteniendo a la Iglesia intacta, Tupac Amaru protegió a los curas. Por su parte, Moscoso y Peralta comandó la defensa del Cusco, excomulgó a Tupac Amaru y ordenó a los curas que permanezcan en sus doctrinas en los territorios rebeldes. Los efectos de tales medidas fueron transcendentes. La excomunión devastó a la pareja líder y debilitó sus proclamas de que estaba defendiendo la fe; y los curas, con considerable libertad de acción, se convirtieron en un tácito gobierno que socavó el accionar y la legitimidad de la rebelión.
No obstante sus méritos, el libro no explica satisfactoriamente lo que sorprende a muchos lectores contemporáneos: ¿por qué la nobleza inca se mantuvo realista y luchó proveyendo miles de combatientes en contra de Tupac Amaru? Según David Cahill, el litigio por el marquesado de Oropesa, que duró desde 1776 hasta las vísperas de la rebelión, es fundamental para entender no solo la hostilidad de la nobleza inca hacia Tupac Amaru sino también el «obsesivo odio» de este último hacia los españoles (p. 165). El litigio por el marquesado implicaba demostrar la descendencia más directa del último inca. Tupac Amaru sufrió una serie de derrotas judiciales y humillaciones, que incluyeron dos periodos de prisión, por parte de autoridades españolas e indígenas. Los nobles incas lo consideraron como «un indio de vil extracción» y lo deshonraron públicamente (p. 154). Para ellos, la afiliación noble era más importante que la étnica; y controlar la membresía inca y buscar estatus a través del sistema legal era más certero que apostar por la rebelión de un advenedizo. Además, como Cahill señala, el corregidor Arriaga estaba a punto de destituir a Tupac Amaru de su cacicazgo. Walker menciona el litigio como algo que preocupaba a Tupac Amaru, pero no evalúa el argumento de Cahill.
A pesar de esta limitación, Walker ha escrito una gran historia narrativa, demostrando cómo las normas, categorías y valores de la sociedad colonial moldearon las estrategias –a veces acertadas, a veces erróneas– de un líder indígena que nunca se doblegó. La rebelión de Tupac Amaru es un libro indispensable para entender al Perú, no solo el colonial sino también el contemporáneo.
Sergio Miguel Huarcaya*
Universidad del Pacífico, Lima
*Correo electrónico: sm.huarcayaf@up.edu.pe