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Apuntes

versión impresa ISSN 0252-1865

Apuntes vol.44 no.81 Lima jul./dic. 2017

http://dx.doi.org/10.21678/apuntes.81.811 

RESEÑA DE LIBROS

DRINOT, Paulo, editor, 2017, El Perú en teoría, Lima, IEP. 331 pp.


El Perú en teoría, editado por Paulo Drinot y publicado en castellano por el Instituto de Estudios Peruanos, nos hace volver a la imagen metafórica creada por el historiador Jorge Basadre del Perú como un problema y una gran posibilidad. Escrita en 1931, la frase del historiador no pierde vigencia en el imaginario nacional. El contexto histórico en el cual Basadre escribió su frase fue ese año, 1931, tiempos en los que se repensaba al país tras la Patria Nueva de Leguía, con bríos modernizadores e indigenistas del Estado. Pero El Perú en teoría nos habla de otro escenario, de un país profundamente escindido y violentado por, quizás, el conflicto más sangriento de nuestra historia republicana y en cuya etapa de posguerra no se consolida la democracia sino, más bien, un mandato económico y político con gran peso en el terreno cultural, como es el neoliberalismo. Nunca antes en nuestra historia se vuelve tan importante, por ejemplo, que los sujetos sociales posean capacidad de actuar; nunca antes tenemos en disputa el espacio público y, como terreno, el propio Estado. A la frase de Basadre, habría que añadirle la idea de «vorágine» de Carlos Iván Degregori, de pensar el país como una gran montaña rusa, y la de imaginario de Castoriadis –un autor que extraño en la colección de artículos que componen este libro–.

A partir del diálogo interdisciplinar que establecen los autores con otros teóricos, El Perú en teoría trae una mirada diferente y actual del Perú contemporáneo. Me imagino a Paulo Drinot en conversación con Michel Foucault, a Jelke Boesten con Judith Butler o a Daniella Gandolfo con Georges Bataille. En El Perú en teoría los autores teorizan conjuntamente con sus interlocutores conceptuales desde lo empírico y esto hace del libro un aporte importante para comprender el país como un escenario político contemporáneo complejo. Mientras Alberto Vergara y Eduardo Dargent plantean pensar el Estado desde su estructura política, José Carlos Orihuela nos invita a reinterpretar la idea de Basadre de pensar el Estado en términos técnicos al estilo weberiano en un contexto en el cual domina, más bien, un «Estado empírico» (p. 79). El autor subraya que «la larga historia de rupturas y corrupción tiene que ser una causa estructural para la débil lealtad de los agentes al Estado y a los proyectos políticos nacionales» (p. 79).

El Estado no solo es el terreno sino el personaje clave en el engranaje conceptual, histórico y etnográfico en esta obra. Emerge como un actor que se quedó atrás en su monoculturalidad cuando se le exige que reafirme la Ley de Consulta Previa, en su misoginia cuando se le pide que respete la equidad de género, en su racismo y desigualdad cuando se supone que respeta aquello sobre lo cual clama y asienta hoy su orgullo, que es su diversidad.

Si asumimos el neoliberalismo desde sus mandatos culturales, entenderemos la idea de hegemonía y la manera como se estructuran las de ciudadanía, transgresión y performance en los artículos de María Balarin, Daniella Gandolfo y Jelke Boesten, y las de gubernamentalidad y soberanía en el de Matthias vom Hau y Valeria Biffi.

Por ejemplo, a mediados de los años 1990, en pleno proceso de consagración de la nueva Constitución y, con ello, al sellar el pacto para el ingreso del país al neoliberalismo, el alcalde de Lima de ese momento (Alberto Andrade Carmona) buscó «limpiar» la ciudad de sus migrantes y devolverle su colonialidad. Y lo hace a través de la imagen de una mujer con el torso desnudo, que hace la historia. La desnudez del cuerpo de quienes no necesariamente sirven más al sistema. O, la forma en que Boesten –parafraseando a Agamben– señala «la nula vida», que es necesaria para que el sistema se perpetúe, pero no en sí misma. La imagen de la mujer se convierte en un campo de batalla y es esta idea la quiero hilar con las que trae Boesten. Durante los años del conflicto, la violencia se había extendido como nunca, es la «violencia de la norma… La norma produce violencia al impedir que la gente sea lo que desea ser en los más fundamentales aspectos de su vida; por ello, es violencia por restricción» (p. 296). Es esta violencia la que traza fronteras entre ser y no ser –como señala Butler–, hace que ciertas vidas sean vivibles dependiendo de donde se está y bajo qué marcos normativos se actúa. A esta jerarquización, Boesten añade la forma como opera la raza. Aun cuando la violencia normativa es el ejercicio de control y gobierno, ahí también la raza opera como marcador social de diferencia. Es decir, en la precariedad siempre se puede estar debajo.

El concepto de performance, entendido ya sea como género, repertorio o enfoque, ha jugado un papel central en los intentos por ir más allá del paradigma moderno del pensamiento sociológico. Ha permitido, por ejemplo, tomar en cuenta la ambigüedad contenida en toda performance, la cual admite al mismo tiempo procesos normalizadores y trasgresores, ayudándonos a descubrir las paradojas dentro de las cuales se reproducen las comunidades, se disputa el poder y se configuran las subjetividades. Por otro lado, ha favorecido la comprensión contextualizada de los fenómenos sociales, así como el poder constitutivo de las representaciones –que es lo que resalta Butler–.

Sin embargo, la performance se ha convertido en mandato cultural bajo el neoliberalismo. Para ser y estar-en-el-mundo se exige actuar y mostrar-se en el espacio público. Así, en la forma en que la idea de performance emerge como un concepto, las ideas de gubernamentalidad y soberanía también aparecen como claves en este engranaje. Por ejemplo, José Carlos Orihuela y Cecilia Perla muestran cómo hoy hay una relación intrínseca entre movimientos sociales y territorio, a la par que una deslegitimación del poder ejercido desde el Estado, como explica el artículo de Drinot y el de Biffi y Vom Hau. Drinot va más allá cuando sugiere que la soberanía del Estado es tan precaria que debe recurrir al miedo y a la negación de existencia de un grupo poblacional con el fin de instalar su poder.

Si bien es cierto que la idea de gubernamentalidad de Foucault permite asir el neoliberalismo como fenómeno social, se vuelve necesario comprender cómo esta se despliega de manera selectiva en distintos campos, uno de los cuales es la idea de soberanía; cómo se logra, de acuerdo a los grandes proyectos destinados a «mejorar» la forma de vida del ciudadano, según dice Drinot, el «reemplazo de la soberanía por la gubernamentalidad en una clara progresión teleológica» (p. 239). Las otras categorías que se problematizan allí son precisamente la de ciudadano o ciudadana (quiénes, cómo, bajo qué modelos) y la de participación. La gramática racial y su poder se colocan al servicio del necropoder. Esta maquinaria es funcional al sistema, como lo muestran tanto Drinot como Biffi y Vom Hau para el caso de Alan García y su «perro del hortelano». La retórica perruna de García configura un proyecto político que deja de lado al grueso de la población peruana –la clasifica, norma, des-representa–, pero al hacerlo pone en jaque la propia soberanía del Estado. Un Estado que ya no será llamado a defender su territorio, sino que se verá confrontado por sus propias poblaciones.

El Perú en teoría también nos deja un sabor a nostalgia al mirarnos a través de ese pasado reciente –que por momentos se hace lejano y al cual se ansía volver–, pero queda abierta la capacidad de imaginar el deseo innegable y potencial de pensarnos o, al menos, imaginarnos distintos. Podríamos sugerir, siguiendo a Castoriadis, que la imaginación es una acción y una práctica social –una función– y su performance –el poder-hacer-ser– es el movimiento y su transformación. Como en el caso estudiado por Gandolfo de la barrendera o en el de Boesten de las mujeres que alzaron su voz en alto y asumieron el papel de ciudadanas saliendo a buscar a sus desaparecidos y denunciando sus violaciones, nos hace pensar y recuperar la posibilidad de quebrar los mandatos propios del neoliberalismo, como la eficiencia organizacional, la eficacia cultural o la efectividad gubernamental.

 

María Eugenia Ulfe

Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima

mulfe@pucp.edu.pe

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