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Anthropologica

versão impressa ISSN 0254-9212

Anthropologica v.25 n.25 Lima dez. 2007

 

TEMAS URBANOS

 

Procesos de apropiación del espacio y sociabilidad vecinal en un gran conjunto urbano situado en la ciudad de Buenos Aires

 

María Florencia Girola

 


RESUMEN

El objetivo general de este artículo es contribuir a un enfoque antropológico de la vivienda y el habitar, entendidos como fenómenos socioculturales complejos. En este sentido, es nuestro interés reflexionar —desde una perspectiva etnográfica— sobre los procesos de apropiación del espacio habitado y sobre ciertos rasgos que asume la sociabilidad vecinal en una vivienda de interés social, construida bajo la forma del gran conjunto urbano, y situada en el suroeste de la ciudad de Buenos Aires, específicamente en el barrio de Villa Soldati. Para llevar adelante nuestro objetivo, recurrimos a la distinción entre lugar planificado y lugar practicado, como así también a una triple diferenciación de los usos de aquellos territorios compartidos del complejo habitacional en cuestión, a saber, usos ociosos, usos incompatibles y usos inciviles.
La metodología cualitativa adoptada se basa en un trabajo en terreno, aún en curso, que ha incluido la realización de observaciones de campo y de entrevistas en profundidad no-directivas, como así el relevamiento de fuentes secundarias escritas —documentación oficial, datos estadísticos, artículos periodísticos—.

Palabras clave: antropología urbana, usos del espacio, territorio, Buenos Aires.

 


ABSTRACT

This article aspires to be a contribution to an anthropological approach on housing and habitat, understanding both notions as complex socio-cultural phenomena. In this sense, our aim is to reflect —from an ethnographic point of view— on the processes whereby living spaces are appropriated, as well as to reflect on certain features that neighbors’ sociability adopts in a social-interest housing complex built as a large urban unit in the south-east area of Buenos Aires, specifically in the barrio of Villa Soldati. In order to do so, we made a distinction between planned spaces and developed spaces, and also differentiated three uses of the common and shared spaces in this particular housing complex: spaces with idle use, incompatible use and uncivil use.
The qualitative methodology used in this study was based on a still ongoing field work, which included field observation and non-directive in-depth interviews, as well as the analysis of written secondary sources —official documents, statistic data, journalistic articles—.

Key words: social-interest housing complex, large urban housing unit, habitat, neighbors’ sociability, city of Buenos Aires.

 


INTRODUCCIÓN

Desde los años noventa, la ciudad de Buenos Aires ha experimentado una serie de transformaciones urbanas que deben ser analizadas en consonancia con los procesos políticos y socio-económicos que vienen afectando a Argentina desde aquella década.1 En un contexto de desregulación económica y reestructuración del Estado —con la consiguiente acentuación de las desigualdades existentes y la aparición de niveles inéditos de exclusión (Svampa 2005:10)—, el paisaje porteño cambió considerablemente. Para citar solo algunos ejemplos, diremos que la ciudad recuperó su abandonada zona portuaria mediante la reconversión de Puerto Madero, asistió al ennoblecimiento del barrio de Abasto y también a la revitalización del circuito turístico San telmo-La Boca. A la construcción de hotelería internacional, shopping centers y edificios inteligentes para sedes empresariales, debemos sumar un reciente auge inmobiliario destinado a las capas de mayor poder adquisitivo. Tanto los medios de prensa como los investigadores de temas urbanos coinciden en señalar que el boom constructivo que se viene registrando desde el año 2003 no está destinado a resolver los persistentes problemas habitacionales de la ciudad, ya que, al concentrarse en sus barrios más prestigiosos —Puerto Madero, Recoleta, Belgrano, Núñez, Caballito—, refuerza una histórica desigualdad socio-espacial entre un área norte acomodada y un sur relegado.

De este modo, actualmente coexisten en la urbe espacios del habitar profundamente desiguales. Por un lado, edificios con equipamiento deportivo y vigilancia privada —generalmente conocidos como torres-country o torres-jardín— se han establecido en su eje norte, aunque con difusión a otras zonas; se trata de edificios destinados a sectores medios y altos. Por otro lado —en el extremo opuesto de la estructura social—, Buenos Aires ha presenciado el crecimiento de villas de emergencia, la superpoblación de hoteles-pensión, la ocupación de inmuebles y la formación de nuevos asentamientos —especialmente durante la aguda recesión económica del período 1998-2002—, todos ejemplos de situaciones caracterizadas por la inestabilidad y la precariedad habitacional.2 Tanto las formas pudientes como pobres de «hacer ciudad» han concitado con frecuencia la atención de los investigadores sociales. En contraste, existen escasos trabajos sobre aquellas tipologías residenciales que adoptan la forma del gran conjunto urbano, pocos estudios que ahonden sobre las experiencias del habitar en estas viviendas de interés social y sobre las transformaciones acaecidas en los últimos años. Esta carencia parece constituir una peculiaridad del ámbito local, ya que otros países de América Latina —como México— y, especialmente, de Europa —como Italia y Francia— cuentan con una significativa cantidad de indagaciones que responden a un enfoque antropológico y comprensivo sobre el habitar urbano en este tipo de mega-emprendimientos (De Garay 2004; Giglia 2001; Signorelli 1999; Althabe 1985 y 1984).

Con una población considerable en la ciudad de Buenos Aires,3 estos grandes conjuntos conforman una imagen habitual en el suroeste porteño, una zona por largos años postergada con escasa o nula capacidad para generar y negociar valor simbólico en estos tiempos de recalificación urbana y city-marketing (torres Ribeiro y Sánchez García 1996). Asimismo, constituyen modalidades habitacionales ambiguas que, si bien no califican como situaciones de carencia o emergencia —en definitiva, se trata de una población con techo y acceso a servicios—, están sumidas en graves procesos de deterioro edilicio y empobrecimiento socio-económico de sus residentes, lo cual las convierte en emblemas de hacinamiento e ingobernabilidad y en símbolos de estigma para sus habitantes.4

A lo largo de este artículo, dirigimos una mirada antropológica sobre una vivienda de interés social construida bajo la forma del gran conjunto urbano —con su tradicional formato de torres y pabellones articulados en trama—, localizada en el sur de la ciudad de Buenos Aires, específicamente en el barrio de Villa Soldati, con un doble propósito: analizar los procesos socioculturales de apropiación del espacio desplegados por sus residentes —atendiendo a las contradicciones entre el lugar planificado y el lugar habitado— y reflexionar sobre ciertas características que asume la sociabilidad vecinal. En concordancia con el objeto de conocimiento propuesto, hemos optado por una aproximación etnográfica basada en nuestra presencia prolongada en el espacio residencial que constituye el referente empírico de la investigación y en las relaciones sociales construidas con los interlocutores. Las estrategias de elaboración de datos han incluido la realización de entrevistas en profundidad y la participación en asambleas de copropietarios presididas por miembros de la Comisión Vecinal del Conjunto Urbano Soldati y por representantes del poder local —más concretamente, del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC)—.5

Si la etnografía puede definirse como el proceso de documentar lo no documentado (Rockwell 1989: 1), nuestra propuesta de trabajo —basada en la interrelación entre quehacer de campo y reflexión conceptual— intenta permanecer fiel a uno de los preceptos del enfoque antropológico definido por esta autora:

«A pesar de toda la reflexión crítica y los problemas de polisemia, conservo la palabra etnografía. Proviene de la antropología, donde tiene varios sentidos, de los cuales retomo el que se refiere al proceso y al producto de investigaciones antropológicas sobre realidades sociales delimitadas en tiempo y espacio, cuyo fin es la descripción —grafía— de su particularidad —etnos— en el sentido de otredad». En consecuencia, desarrollamos a continuación una reflexión que pretende analizar y comprender las formas que adopta la cotidianeidad socio-residencial del Conjunto Urbano Soldati a través de la recuperación de las construcciones de sentido de sus habitantes.6

LA CIUDAD DENTRO DE LA CIUDAD: PRESENTACIÓN DE UN VIEJO ESPACIO DE LA MODERNIDAD

todos los complejos habitacionales poseen una planificación urbano-arquitectónica que guarda características peculiares (Giglia 1996): a) son espacios que delimitados o no por barreras físicas mantienen rasgos diferentes con respecto a su entorno; b) contienen un número de viviendas cuyo número es preconcebido e inalterable en el sentido cuantitativo, mas no cualitativo, porque admiten modificaciones; c) ofrecen una o varias tipologías de vivienda; d) cuentan con espacios colectivos para un uso definido con anterioridad. El espacio residencial que nos convoca no escapa a los rasgos enumerados.

El Conjunto Urbano Soldati fue construido entre 1973 y 1977 sobre un predio de 19 hectáreas; tiene una capacidad de 3 200 unidades habitacionales y equipamiento comunitario para una población estimada en 17 880 personas. En tanto vivienda de interés social, la edificación fue promovida por el Estado nacional a través de la Secretaría de Vivienda —dependiente del Ministerio de Bienestar Social— y del Banco Hipotecario Nacional. Ciertos principios del urbanismo funcionalista y de la arquitectura moderna orientaron esta mega-obra: viviendas en altura y alta densidad poblacional, separación de los espacios según usos —peatonales, vehiculares, verdes, comerciales—, empleo de materiales pesados —hormigón, acero— que otorgan un aspecto de resistencia y solidez, predominio de líneas rectas en edificios geométricos y estandarizados.7

Las premisas generales que constan en el proyecto original son ilustrativas de los principios mencionados: «Materializar constructivamente un microclima urbano en varias pequeñas escalas que van desde: 1) unidad de vivienda; 2) la calle; 3) el encuentro de calles; 4) la noción de conjunto. Individualizar la vivienda dentro del conjunto, creando situaciones variadas en una estructura general económica y ordenada».8 La monotonía y rigidez del sistema procuró atenuarse mediante el recurso a colores fuertes —azul, ladrillo, verde, amarillo— y a circuitos de movilidad continua que integran todo el emprendimiento —escaleras, ascensores, pasillos, puentes aéreos—. De este modo, la imponente estructura contrasta poderosamente con su entorno, vale decir, con el barrio de casas bajas y unifamiliares de Villa Soldati, al que los residentes del complejo se refieren como «barrio viejo».9

La aplicación de estos rigurosos lemas no estaba desprovista de finalidades sociales. Por el contrario, recordemos que, para el pensamiento utópico moderno que inspiró este tipo de obras, no existía distinción entre orden social y orden arquitectónico. Si la llave para imponer el primero era la organización espacial, la correspondencia entre ambos niveles se lograría a través de estructuras sencillas constituidas por bloques uniformes.10 Como bien señala Bauman (1999), los trazos regulares evidenciaban la vocación disciplinadora de los viejos espacios modernos, la voluntad política de controlar y homogeneizar las condiciones de existencia de habitantes con procedencias diversas.11

En el Complejo Soldati, por ejemplo, la heterogeneidad de trayectorias residenciales es particularmente notoria: por un lado, sectores medios y medios-bajos que aprovecharon el crédito barato para acceder a su primera propiedad —en su mayoría empleados públicos—, o bien que habían quedado sin vivienda a raíz del aumento de los alquileres o de la construcción de autopistas; por otro lado —y en menor medida—, sectores populares erradicados de conventillos y villas de emergencia durante la dictadura militar (1976-1983):

[…] mis padres alquilaban, vivíamos en San Cristóbal y bueno un día llegó el desalojo, pero casualmente se habían anotado en un plan que auspiciaba el gobierno y salió justo, y bueno nos vinimos acá en el año 1978 (Ernesto, 46 años, artesano y residente del complejo, abril de 2006).12

[…] yo me mudé en 1974, en realidad me mudaron, me subieron con mi familia y otros a un camión de gendarmería y nos trajeron al barrio […] fuimos de los últimos erradicados de la villa 31, y es lógico que como a cualquiera que le gusta progresar yo estaba contento […] (Juan, 63 años, empleado municipal y residente del complejo, enero de 2005).

Si bien el emprendimiento causó impresiones contundentes en todos ellos, la mudanza fue vivida de modo diferente según la posición socioeconómica y cultural de cada uno de los entrevistados.13 Así, quienes se definieron como pertenecientes a la clase media —muchos realojados forzosamente por construcción de obra pública— percibieron el cambio como una imposición, con su correspondiente descenso social. En oposición, moradores provenientes de hábitat precarios se mostraron satisfechos con el nuevo hogar, y experimentaron un ascenso social atribuido a la intervención del Estado:

[…] nosotros veníamos de un conventillo de La Boca donde no teníamos agua caliente y compartíamos el baño con otras familias. En La Boca las paredes eran de madera o chapa. Venir a Soldati, con paredes pintadas y de material, donde abrías la canilla y salía agua caliente, era lo más […] no todos los vecinos tuvieron la misma experiencia, algunos venían de Belgrano, donde alquilaban, y el nuevo barrio no les gustaba, no querían vivir con los negros […] (tita, 44 años, peluquera y ex-residente del complejo, septiembre de 2003).

Para favorecer la integración comunitaria de sus diversos habitantes, vale decir, para lograr la deseada urbanidad moderna,14 la firma de arquitectos responsable del proyecto incluyó una escuela, un centro vecinal y dos paseos comerciales. Los documentos vinculados con la planificación original resultan, nuevamente, reveladores de los propósitos que se pretendía alcanzar: «individualizar la vivienda dentro de un conjunto único y destruir la anomia mediante la reproducción del microclima urbano, recurriendo a la calle, la plaza, el barrio, el circuito de compras y los sitios de encuentro social y cruce espontáneo».15 En sus propios términos, lo explicaba una entrevistada: «la idea de este complejo era relacionar a toda la gente, es una idea de relacionar a todos los vecinos porque para ir a comprar, por ejemplo, acá abajo tenías locales» (Carla, 20 años, empleada pública y residente del complejo, julio de 2004).

Para comprender la magnitud de esta auténtica ciudad dentro de la ciudad, vale la pena citar in extenso los rubros diarios, periódicos y ocasionales, incluidos en el centro comercial: panadería, farmacia, puesto de diarios, café, almacén, fiambrería, lechería, mercado, fábrica de pastas, estafeta, sede del Banco Hipotecario Nacional, tienda, librería, peluquería para hombres y para damas, tintorería, lavadero, compostura de zapatos, ferretería, bazar, confitería, mercería.

Hasta aquí hemos descrito brevemente el Conjunto Urbano Soldati como una edificación heredera de los valores de la modernidad, tanto en lo que respecta a su planificación urbano-arquitectónica como en la convivencia y la participación social esperadas (Ortiz 2000). A continuación, complejizaremos esta presentación a través del análisis de las prácticas y de las apropiaciones conflictivas de las que, por parte de sus residentes, es objeto este espacio urbano.

DE LA TRANSPARENCIA DEL LUGAR PLANIFICADO A LA OPACIDAD DEL LUGAR HABITADO: HACIA UNA TRIPLE CARACTERIZACIÓN DE LOS USOS DEL ESPACIO

Actualmente, los residentes del complejo reconocen diferentes posiciones sociales, económicas, políticas y culturales. La heterogeneidad de condiciones de existencia y circunstancias de vida dificulta la identificación mecánica con un estrato social único y homogéneo. Como ejemplo de esta variedad podemos señalar, a grandes rasgos, que las ocupaciones de nuestros entrevistados abarcan una amplia gama de posibilidades: desde empleados públicos, policías, docentes y jubilados, hasta desocupados cuyo principal ingreso son los planes sociales, pasando por trabajadores cuenta-propia con altos niveles de precariedad laboral —vendedores ambulantes, vigiladores privados, remiseros, albañiles, peluqueras, modistas, cosmetólogas, etcétera—. Reconociendo las limitaciones que entraña anclar a los sujetos en posiciones fijas, podemos puntualizar que nuestros interlocutores pertenecen a sectores medios-bajos y bajos, y que mantienen con dificultades el consumo necesario para la reproducción social, afectados por procesos de empobrecimiento y vulnerabilidad social que se acentuaron en el decenio de los noventa como producto de una reconfiguración neoliberal del modelo de acumulación y de la estructura de relaciones sociales, cuyos orígenes se remontan al último gobierno de facto (1976-1983).

Muchos de los usos del espacio que actualmente se registran en el Complejo Soldati difieren de los comportamientos prescritos por los hacedores del lugar planificado, por lo cual se distancian de aquellas conductas esperadas y tendentes a la convivencia armónica. Sobre la base de las narrativas discursivas de nuestros interlocutores y de las observaciones de campo, hemos avanzado hacia una triple caracterización de los procesos de apropiación cultural de ciertos ámbitos compartidos, tales como espacios verdes, calles internas, puentes, pasillos, escaleras, etcétera. En este sentido, distinguiremos entre usos incompatibles, usos ociosos y usos inciviles, con el objetivo de comprender las disputas y los conflictos que se generan en torno de estos territorios comunes.16

Los usos incompatibles designan, en primer lugar, la apropiación individual de aquellos espacios originalmente consagrados al colectivo, y que revelan incongruencias entre lo proyectado y lo efectivo, o entre el lugar planificado y el habitado. Nos gustaría mencionar dos situaciones paradigmáticas de esta modalidad. Auto-adjudicándose espacios comunes como propios, muchos residentes han ampliado sus departamentos. Tal es el caso de quienes, mediante juncos o rejas, cercaron una extensión sobre las peatonales que separan los pabellones de la planta baja, ya sea para proveerse de un pequeño patio o para instalar un taller de oficios —de carpintería o herrería, por ejemplo—.Asimismo, podemos mencionar a los habitantes de las torres que han sumado un ambiente más a su vivienda, con lo cual avanzaron sobre los corredores de paso. En ambos casos, se trata de usos incompatibles, generados por acciones individuales, que resultan en el cerramiento o en la privatización de espacios abiertos y públicos destinados a la circulación.

En segundo lugar, los usos incompatibles también pueden ser producto de iniciativas grupales: esto sucede cuando un número reducido de vecinos decide instalar rejas y portones por motivos de seguridad. Quizá un ejemplo significativo de estas apropiaciones —siempre cuestionadas, puesto que perjudican a terceros— sea el que se trató en una de las asambleas de co-propietarios más ríspidas que nos tocó presenciar. En aquella oportunidad (julio de 2005), se discutía sobre un muro que había sido erigido en 1989 en el pasillo de un edificio con el propósito de aislar a un grupo de jóvenes que, según el relato de los damnificados, se reunía a beber hasta altas horas de la noche. Esta construcción separó bruscamente a vecinos de un mismo corredor, al tiempo que obligaba a recorridos más extensos de ingreso o egreso de la vivienda, lo cual devenía en una clara impugnación del derecho a la movilidad de todos los residentes.17 La polémica, agudizada por un escape de gas que exigió la rápida evacuación del sector, ejemplifica la frecuente constitución de fronteras internas a través de dispositivos materiales que generan tensiones entre nosotros/otros y adentros/afueras.

Por cierto, el IVC no desconoce estas situaciones: «[…] ¿ves esta puerta? No estaba en el plano original, pero la gente las fue poniendo por cuestiones de seguridad […] a veces son acuerdos entre los vecinos de un mismo pasillo y otras veces son iniciativa de la administración de un edificio; el IVC no las autoriza, pero digamos que permite ciertas irregularidades» (Recorrido con pasante del IVC, mayo de 2004). Esta suerte de «ilegalismos» auto-gestionados es tolerada por el IVC, tanto en virtud el aumento de la sensación de inseguridad como del costo político que le acarrearían medidas tales como la demolición. Además, el mismo organismo suele incurrir en no pocos procedimientos espurios —discrecionalidad en la adjudicación de viviendas, cooptación de delegados barriales, etcétera—, un fuerte contra-argumento esgrimido por los residentes en sus discusiones con los funcionarios locales.18

Los casos reseñados hasta aquí revelan una hipervaloración de los derechos de la vecindad restringida —acotada al grupo familiar o a un puñado de residentes—, en desmedro de los derechos de la vecindad extensa o inclusiva. Pero otras situaciones bien pueden sumarse al ranking de usos incompatibles. En este sentido, podemos mencionar la edificación de comedores comunitarios —de hasta dos pisos de altura— en predios verdes, el establecimiento de puestos de venta poli-rubros en la principal calle de acceso vehicular y peatonal al complejo,19 o la instalación de locales comerciales en viviendas particulares —provistos con artículos de limpieza, bebidas, comidas, etcétera—.20

Los usos ociosos, de alcance más restringido que la noción anterior, aluden a las apropiaciones de calles, pasillos y escaleras, con propósitos que subvierten los fines circulatorios originalmente previstos. Dos fragmentos de entrevista resultarán esclarecedores de estos usos que, por su ambigüedad e indefinición, suelen generar rechazo entre los residentes entrevistados:

L—. Yo escribiría un libro de lo que es el barrio en verano y lo que es el barrio en invierno.

F—. ¿Por qué?

L—. Cambia totalmente, totalmente; el calor saca la gente afuera, a la calle, al pasillo, a tomar afuera, no sé, abrir la puerta, poner el parlante a todo lo que da […] el verano es insoportable, 2, 3 de la mañana la gente sigue afuera […] (Liliana, 43 años, empleada municipal y residente del complejo, abril de 2004).

[…] no es que se sale al balcón, se sale afuera; o sea, mi casa se prolonga afuera, no me importan los vecinos […] (teresa, 33 años, ama de casa y residente del complejo, enero de 2005).

Estos usos trasladan al exterior entretenimientos domésticos —en una suerte de continuum casa-calle—, al tiempo que ponen en juego estrategias de inmovilidad y permanencia en espacios específicamente planificados para la circulación de los habitantes. Lejos de la rigurosidad, la estética y la funcionalidad esperadas, los usos ociosos están fuertemente vinculados con los adolescentes, y muchas veces no tienen mayor finalidad que el deseo de «pasar el rato» entre conocidos del barrio.

Los usos ociosos también suelen vincularse, desde la perspectiva de nuestros interlocutores, con la conformación de grupos de jóvenes —«junta» sería el término local apropiado—, cuyos integrantes se reúnen en los espacios públicos del complejo para consumir diversas sustancias, y que solo ocasionalmente pueden llegar a disputar el control de dichos espacios: «yo trabajo acá hace un año y abro a las cuatro de la mañana; a esa hora estoy sola y enfrente están los pibes tirados, borrachos, drogados, pero nunca me pasó nada, a veces hasta me saludan con un beso» (Marta, empleada del Centro de Salud y Acción Comunitaria del Conjunto Urbano Soldati, marzo de 2004).

Finalmente, la categoría de usos inciviles —sin duda, los más repudiados por los residentes contactados— designa apropiaciones del espacio que son poderosamente disruptivas de la convivencia vecinal. Se trata de la reafirmación de usos individuales, agresivos y perjudiciales, cuyo objetivo es dañar intencionalmente los bienes y los equipamientos comunes: «te lo hacen a propósito, ¿viste?, como romperte un vidrio, como usarte esto de baño [se refiere a un pasillo], escribirte las paredes; entonces a veces no sabés [sic] cómo reaccionar» (Elsa, 53 años, desocupada y residente del complejo, julio de 2005); «un día nos despertamos y nos encontramos sin poder usar el ascensor, hasta que llegó a nuestros oídos que alguien lo paró a propósito para usarlo de dormitorio» (Elina, 53 años, ama de casa y residente del complejo, mayo de 2005).

Estos usos remiten a una constante tensión entre urbanidad o civilidad, e incivilidad, dos polos que parecen configurar los procesos de apropiación territorial en el Complejo Soldati. Mientras las primeras categorías remiten al saber comportarse en el espacio público y al respeto por las reglas que regulan la interacción social entre extraños (Giglia 2000), la segunda alude a la trasgresión de las normas y a la alteración del orden (Donzelot 1999).21 De este modo, si la urbanidad asegura la «normalidad» de la vida cotidiana, su no-respeto o el avance de las incivilidades hacen del complejo un ámbito residencial que se experimenta al borde del colapso, de la permanente ruptura del contrato social que permitiría la integración comunitaria.

La toma de los locales abandonados del otrora centro comercial por parte de familias sin techo también encaja, según los entrevistados, dentro de la categoría de usos y apropiaciones inciviles del espacio, especialmente por los efectos negativos que se les atribuyen a estos ocupantes: «porque encima no pagan nada. Se nos enganchan con mangueras en el gas, y es muy peligroso para todos, o usan garrafas, ¿entendés? [sic]. y corremos peligro todos» (telma, 43 años, residente y miembro de la Junta Vecinal del Conjunto Soldati, abril de 2005).

Los usos inciviles del espacio se extienden hacia una variedad de conductas hostiles entre las cuales podemos incluir tirar la basura por las ventanas y cobrar «peajes»,22 entre otras prácticas generadoras de imágenes contundentes sobre las condiciones de vida en esta porción de la ciudad —«tierra de nadie», el «Bronx porteño», Fuerte Apache—:23

[…] la vez pasada estuvimos casi un mes sin gas, dos edificios, este y el de al lado, ¿por qué? Porque un demente, un tipo de allá del sector 32, o de que acá, no me acuerdo, le pidió medio kilo de pan al panadero; como se lo negó, el tipo no tuvo mejor idea que agarrar a patadas la válvula del gas. y saltó la válvula, ¡y se la llevó! […] (Lidia, 52 años, beneficiaria de un plan social para Jefas de Hogar Desocupadas, residente del complejo, junio de 2005).24

[…] hace poco puse plata de mi bolsillo para comprar un tubo fluorescente que alumbrara donde están los ascensores porque mi marido se va a trabajar muy temprano a la madrugada […]. Pero el tubo no duró mucho porque lo arrancaron […] (Susana, 52 años, ama de casa y residente del complejo, julio de 2005).

Los usos y los comportamientos inciviles suelen atribuirse a los efectos que producen el consumo de alcohol y, fundamentalmente, de drogas entre los jóvenes. Estas visiones, que no escapan de ciertas concepciones dominantes, convierten a los grupos juveniles subalternos en los principales sospechosos de la violencia urbana: «yo vivo acá hace 15 años y nunca me pasó nada, hasta que el año pasado un pibe me afanó [robó] estaba pasado de merca [droga]; yo lo veo todos los días pero él no se acuerda nada» (Liliana, 43 años, empleada municipal y residente del complejo, abril de 2004).25

Los tres tipos de usos del espacio que hemos elaborado etnográficamente a partir de las experiencias recogidas introducen el desorden en un conjunto urbano concebido sobre la base de la confianza en la función ordenadora de la arquitectura; ello revela contradicciones y defasajes entre el lugar utópico o planificado y el lugar tópico o practicado.26 Es evidente que estas modalidades no son excluyentes y que están profundamente imbricadas: las iniciativas de los vecinos por erradicar los usos ociosos pueden generar usos incompatibles —el citado caso de la pared—; asimismo, estos usos ociosos pueden transformarse rápidamente en inciviles cuando —como hemos visto— incluyen el consumo de sustancias ilegales.

TAN LEJOS, TAN CERCA: LA SOCIABILIDAD VECINAL ENTRE LA DISTANCIA SOCIOCULTURAL Y LA PROXIMIDAD ESPACIAL

…los conjuntos urbanísticos, y también muchos establecimientos escolares, reúnen a personas a las que todo separa, obligándolas a cohabitar, sea en la ignorancia o la incomprensión mutua, sea en el conflicto latente o declarado…
PIERRE BOURDIEU, LA MISERIA DEL MUNDO

…estamos juntos, muy juntos, y la gente es muy distinta…
ELINA, 53 AÑOS, AMA DE CASA Y RESIDENTE DEL CONJUNTO SOLDATI, MAYO DE 2005

Se ha escrito mucho sobre los lazos sociales que predominan en mega-viviendas de interés social como la que nos ocupa. En Francia, por ejemplo, Gérard Althabe ha desarrollado indagaciones etnográficas sobre los grands ensembles de París, Nantes y Lyon. En sus trabajos, ha argumentado contra la amplia generalización de un discurso acrítico que resalta la total ausencia de sociabilidad vecinal en los grandes conjuntos con el consiguiente refugio de sus habitantes en la esfera privada (Althabe 1984 y 1985). Este autor complejizó las miradas construidas en torno de los denominados HLM, a partir de lo cual ha identificado ciertos modos de comunicación predominantes.27

Recientemente, la difusión de un nuevo discurso ha vuelto a posicionar a los grands ensembles franceses en la mira de los investigadores, fundamentalmente a través de la obra de Jacques Donzelot (1999 y 2004). Según este autor, la crisis de la sociedad salarial de los años ochenta y noventa golpeó con particular fuerza a estos otrora símbolos del progreso y la convivencia armoniosa de clases sociales. Con la huida de las capas medias, el vacío social habría dado paso a un entre-nos padecido, caracterizado por los conflictos de integración étnica, los tráficos ilegales —fundamentalmente de drogas— y la apropiación mafiosa de los territorios —por parte de los jóvenes—. De acuerdo con sus planteos, esta situación sería asimilable a lo que acontece en los guetos de Estados Unidos y en los enclaves populares de Latinoamérica —villas miseria, barriadas, favelas, etcétera—.28

Sobre la base del trabajo de campo efectuado, estimamos que estas lecturas deben ser problematizadas, ya que —más allá de los innegables indicadores de deterioro urbano y malestar socio-residencial que apremian al Conjunto Soldati y a sus habitantes— el traslado automático de estos análisis a la realidad local corre el riesgo de reforzar el discurso estigmatizante de los medios de comunicación vernáculos, y de focalizar excesivamente en los aspectos excepcional-extraordinarios por sobre la vida diaria de quienes residen en estos territorios de la ciudad.

Asimismo, sostenemos que la sociabilidad vecinal no puede reducirse a sus manifestaciones negativas, ni tampoco debe quedar encerrada o encapsulada en los límites del conjunto escogido, ya que sus residentes son actores sociales locales y localizados que «producen ciudad» contextualmente, es decir, en términos de vínculos complejos con otros espacios y habitantes de la metrópoli. En este sentido, el trabajo de campo realizado ha puesto de manifiesto la existencia de relaciones fluidas —familiares, laborales, amistosas— entre los residentes del Conjunto Soldati y los habitantes del viejo barrio homónimo. Sus centros de jubilados, por ejemplo, reciben a muchos residentes del complejo, lo mismo que sus escuelas públicas y privadas. Asimismo, los ocupantes del precario asentamiento que se instaló recientemente en la zona frecuentan los centros comunitarios del complejo para efectuar las contraprestaciones laborales que exigen los planes sociales, o bien envían a sus hijos a las escuelas del emprendimiento —establecimientos educativos que también reciben a escolares de la villa de emergencia Fátima o de otros barrios populares del entorno—. Por último, no podemos olvidar que los habitantes entrevistados se movilizan por la ciudad en virtud de sus actividades diarias —trabajo, estudios, familia, ocio—. En relación con este punto, vale la pena citar el testimonio de una entrevistada que impugna dos imágenes mecánicamente asociadas a estas modalidades residenciales, el aislamiento y la peligrosidad: «no me desagrada en nada a mí el complejo; acá estás a mano de todo, acá te tomás el 115, el 101, el 150 [se refiere a líneas de colectivos], hospitales tenés, no es que estás en un lugar que decís "¿qué hago?". Como mi hermana que vive en la provincia: yo creo que es mucho más inseguro que acá [sic]» (Leticia, 40 años, cocinera y residente del complejo, abril de 2005).

Las visiones relacionales permiten dar cuenta de porosidades, cruces e intercambios que cuestionan la noción de ciudad archipiélago o en islas —ya sea de pobreza o de riqueza—, en favor de una urbe conformada en torno de «fronteras simbólicas de transición», lo cual hace efectivas, más que territorios bien delimitados, zonas de contacto donde se entrecruzan moralidades contradictorias, mundos que se aproximan que son parte de un mismo mundo por más que se encuentren irremediablemente apartados (Arantes 1994).Además, el abordaje de los conjuntos habitacionales en términos de enclaves urbanos —asociados al confinamiento espacial, la inmovilidad de sus habitantes y la sociabilidad negativa— puede llevar a considerarlos como unidades auto-contenidas y ahistóricas, homogéneas en relación con las prácticas y las representaciones de los actores sociales intervinientes. Por el contrario, sostenemos que cada barrio es de tantos modos como sea percibido y practicado (Carman 2005), lo cual revela las pluri-perspectivas que convergen en todo universo social.29

En esta última sección, quisiéramos reflexionar sobre algunos aspectos que hacen a la sociabilidad vecinal dentro del Conjunto Soldati por considerar que, junto con los procesos de apropiación del espacio anteriormente analizados, constituyen una dimensión central del lugar practicado y se revelan como un elemento insoslayable a la hora de comprender el habitar como fenómeno sociocultural. Entendemos sociabilidad vecinal como el conjunto de relaciones que se establecen con personas ajenas al grupo doméstico sobre la base de la proximidad espacial (Grafmeyer 1998); su estudio nos introduce, entonces, en el difícil arte de «estar juntos», en la convivencia y en la gestión de la alteridad.

Los residentes del Complejo Soldati protagonizan encuentros inesperados y efímeros en sus espacios compartidos, encuentros que incluyen las salutaciones de rigor, diálogos ritualizados sobre las novedades familiares, los problemas de salud, las dificultades económicas, el pago de planes sociales y la entrega de cajas de alimentos que realizan mensualmente distintos organismos estatales: «acá es un barrio grande, pero es chico a la vez, nos conocemos todos acá adentro» (Leticia, 40 años, cocinera y residente del complejo, abril de 2005).

Si, a pesar de su magnitud, el complejo opera como un ámbito de reconocimiento para sus habitantes, el vecindario se vivencia mayormente de modo restringido. En este sentido, la unidad de referencia para establecer los alcances del término vecino suele acotarse al edificio —en el caso de las torres— o a la tira —en el caso de los pabellones—, lo cual evidencia una modalidad de interacción caracterizada por el distanciamiento tolerante (Rosales Ayala 2002): «mi relación con los vecinos es relativamente buena, yo como digo siempre, mientras no me molesten. En general no tengo contactos con otros edificios así como tengo con el mío» (Silvia, 56 años, desocupada y residente del complejo, febrero de 2005).30

Los fragmentos precedentes ponen de relieve que la figura del vecino se construye de modo ambiguo; si bien no es un desconocido por la cercanía física y la visibilidad diaria, tampoco se integra totalmente en relaciones afinitarias: «me doy con los de acá, con los de estos seis pisos digamos, no soy de darme mucho, más que nada soy de saludar […] las relaciones son buenas, nunca nos peleamos ni hacemos conventillo, son buenas pero tampoco somos íntimos» (Jorgelina, 36 años, ama de casa y residente del complejo, enero de 2005).31

La noción de vecino remite a un modo específico de ser sujeto, que es producto de las condiciones de vida en la modernidad capitalista; pero su significado trasciende el mero hecho de vivir en la cercanía: implica formar parte de un ordenamiento sostenido por saberes, reglas y códigos, que permite distinguir diferentes categorías de vecinos (Rosales Ayala, 2002): «estoy disconforme con la gente del barrio, porque veo que hay una cantidad de personas que no les interesa, que les da lo mismo vivir en la mugre, vivir en el abandono» (Ernesto, 46 años, artesano y residente del complejo, abril de 2006)32. Así, las cualidades cívicas que se traducen en respeto por los derechos ajenos y en una activa participación en la vida consorcial —especialmente el pago puntual de expensas, indispensables para el mantenimiento de los edificios— son las más valoradas al establecer clasificaciones internas de vecinos. En este sentido, y en consonancia con otras tipologías habitacionales compartidas, la diferenciación entre buen vecino —educado, solidario y cooperador— y mal vecino —mal educado e irrespetuoso— opera, en el Conjunto Soldati, como «mediatizadora» de las relaciones sociales internas.33 Es evidente que la sociabilidad moderna —integradora y armónica— proyectada por los planificadores del lugar utópico se revela, desde la perspectiva de los residentes, en toda su heterogeneidad y sus contradicciones.

Para concluir este apartado, quisiéramos consignar dos dimensiones sumamente significativas que configuran las relaciones vecinales: la oposición pasado-presente y las tensiones entre proximidad espacial y distancia sociocultural.

Todos los entrevistados —especialmente quienes llevan muchos años viviendo en el complejo— han coincidido en señalar las transformaciones negativas que experimentó en los últimos años la convivencia vecinal, y han establecido una oposición entre barrio habitado y barrio evocado: «esto no era lo que es ahora […]. La gente se fue yendo, la gente conocida que teníamos se fue yendo toda. Todo el que pudo se fue. Yo tuve un bache en el camino, me separé y después se me hizo dificilísimo irme» (Ricardo, 44 años, vendedor ambulante y residente del complejo, noviembre de 2005).

El proceso de degradación social del Conjunto Soldati aparece vinculado con factores diversos, con un peso diferencial según el interlocutor —retiro del Estado, pérdida de la «cultura del trabajo», generalización de planes sociales, arribo de inmigrantes de países limítrofes, penetración de la droga—. El siguiente testimonio es ilustrativo de un argumento recurrente, el éxodo de los «buenos vecinos»: «teníamos vecinos que eran cirujanos, que el hermano era abogado; después teníamos en el edificio un psiquiatra, profesores de facultad, dentistas, había un buen nivel de gente» (Rafael, 68 años, jubilado y residente del complejo, abril de 2006). Mientras que el pasado es rememorado nostálgicamente a través de los trabajos de la memoria, el futuro se presenta amenazante, ya que muchos habitantes temen que su barrio se convierta en una villa de emergencia en altura o en cemento.34

Finalmente, una tensión constante entre proximidad espacial y distancia socio-cultural rige las interacciones dentro del complejo: «porque yo digo, hay una puerta al lado de la otra, pero de una puerta y de otra puerta los dos tenemos diferentes maneras de vivir, aunque vivamos en el mismo edificio, en el mismo pasillo» (Ana, 47 años, modista y residente del complejo, abril de 2005). En este sentido, la mixtura de población en términos culturales y socioeconómicos que caracterizó al emprendimiento desde sus inicios habría repercutido desfavorablemente en su evolución, según los testimonios obtenidos: «lo que tuvo de malo el complejo fue la mezcla, mezclaron gente con culturas muy diferentes, suponiendo que los de menos educación iban a progresar por juntarse con los de más educación» (Manuel, 65 años, jubilado y residente del «barrio viejo», octubre de 2003); «la idea de este complejo es relacionar a toda la gente. Pero pusieron gente muy dispar en niveles económicos» (Vanesa, 28 años, empleada pública y residente del complejo, julio de 2004).

Se suscita, de este modo, una interesante paradoja entre las intenciones del lugar utópico/ planificado y las experiencias construidas en torno del lugar habitado actualmente por los residentes. Mientras que, desde las primeras, se pregonaban los efectos benéficos de la mixtura social, desde las segundas se promueven representaciones sociales negativas sobre la «mezcla» socio-urbana, lo cual revela concepciones profundamente deterministas y esencialistas sobre la cultura, así como estereotipos peyorativos respecto de los inmigrantes latinoamericanos:

E—. Acá se mezcló mucho, hubo de distintas culturas, de distintas tipo de personas, y no todos tenían el mismo empuje de progresar, de crecer. Eso fue, esto es como un gallinero viste, tenés distintas razas de… venía gente de todos lados, todas las culturas

F—. ¿De dónde venían?

E—. y de Belgrano, de todos lados, gente con un estándar de vida diferente, con la misma necesidad a lo mejor, de un techo, pero con una cultura diferente […] ahora mismo vemos, están llegando peruanos, bolivianos […] (Elsa, 53 años, desocupada y residente del complejo, julio de 2005).

La palabra mezcla apareció una y otra vez a lo largo de la etnografía, tanto en las entrevistas en profundidad como en las conversaciones informales con los residentes, incluso en el discurso oficial de representantes del IVC; se tornó, pues, una auténtica categoría social o «nativa» a la que los actores sociales apelan para explicar el malestar residencial de este emprendimiento alguna vez planificado como vivienda-modelo. Para la mayoría de nuestros entrevistados, las procedencias diversas de los habitantes del complejo son generadoras de tensiones en las relaciones vecinales que se construyen en los espacios compartidos; el espacio vivido se presenta, entonces, como una heterogeneidad fuera de control que impone la permanente construcción de distancias socioculturales. En este sentido, es notoria la incesante búsqueda de equilibrio entre cordialidad forzada y estrategias de evitamiento, entre la proximidad impuesta y la distancia, que debe ser reforzada con el fin de distinguirse socialmente y salvaguardar la vida privada: «porque a veces dicen ¡uy! los negros de los edificios, pero acá no son todos negros, porque hay personas como yo. Esta esa visión como que es todo negro, todos villeros, mal vivientes, y no es así, vos viste que no es así; porque yo conozco gente de muy buen vivir, no nos podemos ir» (Elsa, 53 años, desocupada y residente del complejo, julio de 2005). En muchas entrevistas, ha sido particularmente evidente la voluntad por destacar la ruptura que marca el umbral de la vivienda respecto de las formas de sociabilidad predominantes en el afuera: ruptura a la vez material y simbólica, ya que dentro de la vivienda rigen los valores y las normas del grupo doméstico.35

REFLEXIONES FINALES: CIERRE Y APERTURA

A lo largo de este artículo, nuestro interés se ha dirigido hacia los procesos de apropiación del espacio que se registran en un gran complejo habitacional situado en la ciudad de Buenos Aires, así como hacia ciertas modalidades que allí asume la sociabilidad vecinal. Ambas líneas de investigación constituyen dimensiones entrelazadas, fundamentales para comprender los sentidos de lugar (Zukin 1996) que los actores sociales construyen en relación con sus ámbitos residenciales. El trabajo realizado nos ha llevado a concebir el Conjunto Urbano Soldati como una configuración socio-espacial compleja, en la que interactúan sujetos distintos, involucrados en la delimitación y la apropiación de este territorio a partir de usos polémicos y conflictivos, de lógicas e intereses diferenciales y en disputa.

Concentrar la atención en un espacio residencial que pasó de ser símbolo de la modernidad a sinónimo de malestar y riesgo urbano debe procurar reemplazar visiones apocalípticas y distorsionadas por un enfoque comprensivo que sitúe la problemática en los diferentes contextos locales. En consecuencia, y como ya lo adelantáramos en la introducción, contrariamente a aquellas miradas mecanicistas que sostienen que las características físicas de estos complejos determinan la conducta anómica de sus habitantes —es decir, contra quienes afirman que el hábitat determina linealmente el hábitus, para ponerlo en términos de Bourdieu—, y también contra concepciones esencialistas que atribuyen las deterioradas condiciones de vida de ciertos espacios residenciales a los rasgos culturales de sus habitantes, nos proponemos continuar el análisis de aquellos procesos que convergen en el Conjunto Soldati, en el contexto de transformación socio-económica que se inició en Argentina durante la última dictadura militar (1976-1983) y que se profundizó en los noventa, con la consecuente pérdida de la capacidad integradora del Estado, la desestructuración del mundo del trabajo y sus efectos sobre la constitución de los lazos sociales, las construcciones identitarias y la subjetividad (Isla y Míguez 2003).

 

REFERENCIAS

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  1. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es la capital del país y el núcleo central de la Región Metropolitana de Buenos Aires. En sus 200 kilómetros cuadrados de extensión, la ciudad alberga al principal distrito económico y financiero del país, a las sedes del gobierno nacional, municipal y a la curia. Desde el primer censo nacional de 1947 y hasta la fecha, la población porteña se ha mantenido estable en torno de un valor que ronda, aproximadamente, los tres millones de habitantes —según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos—.

  2. Se estima que unos 400 mil porteños tienen graves problemas habitacionales, una cifra que incluye habitantes de villas de emergencia —también conocidas como villas-miseria—, asentamientos y hoteles pensión formales e informales, ocupantes de inmuebles abandonados, personas sin techo, alojados en hogares de tránsito, receptores de subsidios habitacionales (Carman 2005a).

  3. Pensemos que solamente el Conjunto Habitacional Gral. Savio, situado en el barrio porteño de Villa Lugano, y más conocido como Lugano I y II —probablemente el más famoso por su magnitud—, alberga 220 mil personas.

  4. Los estallidos sociales ocurridos en octubre y noviembre de 200_, en las cités o grands ensembles de los suburbios parisinos, han fortalecido la circulación global de ciertas visiones apocalípticas sobre estos conjuntos y sus residentes. Tanto allí como aquí —sin adentrarnos en las múltiples diferencias existentes entre ambos casos—, el campo periodístico —que, lejos de limitarse a registrar una temática, la somete a una verdadera construcción— ha contribuido poderosamente a difundir visiones estereotipadas y estigmatizantes (Bourdieu 1999).

  5. El trabajo de campo se inició en septiembre de 2003 y aún continúa. Hasta el momento, hemos establecido contacto con 37 actores sociales comprometidos en la constitución de este ámbito singular, entre los que se cuentan actuales moradores del complejo, ex-residentes que aún conservan sus departamentos y otros vecinos de la zona. Asimismo, hemos presenciado diez asambleas de consorcio, y realizado numerosos recorridos y observaciones dentro del complejo, acompañando a los arquitectos y obreros que pertenecen a la Unidad de Mantenimiento del Programa de Rehabilitación de Conjuntos Urbanos, también dependientes del IVC. Como corresponde a la construcción de un problema de investigación, el conocimiento empírico de la problemática a través del trabajo de campo se ha realizado en simultaneidad con a) la búsqueda y revisión de antecedentes, vale decir, de investigaciones sobre la temática escogida; b) la sistematización de bibliografía teórica que permite afinar los referentes conceptuales de la investigación, y c) el relevamiento y análisis de fuentes secundarias (Achilli 2005: 48).

  6. Retomando nuevamente aAchilli (2005: 18), destacamos los siguientes núcleos problemáticos como propios de la investigación en antropología social: el interés por el conocimiento de la cotidianeidad social, la recuperación de los sujetos sociales y de sus construcciones de sentido, la dialéctica entre el trabajo de campo y el trabajo conceptual.

  7. La estructura se organiza en sectores bajos —conformados por 1 400 viviendas dispuestas en tiras de 4 pisos por escalera— y altos —1 800 viviendas distribuidas en torres de 10 ó 15 pisos con ascensores que paran cada 3—; en ambos casos, los departamentos poseen de dos a cinco habitaciones. Es indudable que el conocimiento de tamaño conjunto no puede realizarse únicamente a través de la etnografía y, por tal motivo, las fuentes estadísticas disponibles complementan nuestro abordaje.

  8. Conjunto Habitacional Soldati, Primer Premio del Concurso Nacional, 1972.

  9. Los «barrios» —junto con los distritos escolares y los Centros de Gestión y Participación— integran la división administrativa de la ciudad de Buenos Aires. Oficialmente se definen como espacios locales con límites fijados por organismos técnicos según la historia, la cultura y la idiosincrasia de sus habitantes. Se trata de una categoría social muy arraigada al identificar los territorios que componen la urbe.

  10. Las raíces de la modernidad urbana y arquitectónica se remontan al siglo XVIII, pero su máxima expresión se concretó hacia mediados del XX a través de la figura de Le Corbusier (1887-1965). Edificios altos en espacios reducidos, construcciones geométricas, viviendas convertidas en «máquinas para vivir» fueron los leitmotiv de este arquitecto suizo (Bauman 1999), todos fácilmente reconocibles en el Complejo Soldati.

  11. Pensamos los viejos espacios modernos —o espacios de la modernidad antigua— en comparación y confrontación con los espacios de la modernidad reciente (Zukin 1996). Si bien estos últimos no serán objeto de indagación aquí, hacen referencia a paisajes surgidos generalmente bajo el auspicio privado, orientados hacia el entretenimiento y el consumo visual, y que han reemplazado el monótono urbanismo funcionalista por el seductor urbanismo escenográfico —tal como en los parques temáticos, centros históricos gentrificados o urbanizaciones cerradas—.

  12. Para resguardar la identidad de los interlocutores, hemos cambiado sus nombres originales. No obstante, incluimos algunas características que estimamos relevantes, tales como edad y ocupación.

  13. Las impresiones iniciales de nuestros interlocutores, en su mayoría fuertemente negativas, se debieron a dos factores primordiales: el estado precario en el que se entregaron los departamentos —con muchos detalles sin terminar, sin subdivisión catastral de las viviendas, etcétera— y el deterioro ambiental de las inmediaciones —frente al complejo funcionó, durante muchos años, una quema municipal de residuos (con la consiguiente presencia de insectos)—. Así lo resumía una entrevistada: «yo vine acá en 1978, por cierto, totalmente deficiente la construcción, las paredes no tenían el revoque fino o sea vos te apoyabas y te quedabas toda blanca, pero principalmente las moscas, las moscas fue caótico» (Lidia, 52 años, residente del complejo y beneficiaria de un plan social para Jefas de Hogar Desocupadas, abril de 2005).

  14. La vida urbana siempre ha estado íntimamente relacionada con la gestión de la alteridad, con el cruce de sujetos heterogéneos en el espacio público. El encuentro y el intercambio respetuoso entre personas diferentes y desconocidas constituyen situaciones típicas de la experiencia urbana moderna. En este sentido, el concepto de urbanidad remite tanto a ciertas cualidades de la vida urbana —heterogeneidad de funciones y personas— como a las formas de sociabilidad y comportamiento propias de las metrópolis —educación, etiqueta y aceptación de la diferencia— (Giglia 2000).

  15. Conjunto Habitacional Soldati, Primer Premio del Concurso Nacional, 1972.

  16. Esta clasificación es una herramienta descriptivo-analítica que no pretende congelar o reificar un fenómeno dinámico, como es el vínculo individuo-espacio. Por el contrario, reconocemos que se trata de una relación sujeta a procesos —históricamente situados— de producción y reproducción material y simbólica. Asimismo, tampoco agotaremos aquí todas las posibilidades de apropiación que admiten los espacios del conjunto urbano estudiado.

  17. Tanto la construcción de paredes como la colocación de puertas con candado en los pasillos de las torres altas del Conjunto Soldati, y en los halls de entrada de los edificios, son frecuentes. Estas situaciones no solamente dificultan la movilidad de los residentes, sino también la recepción de visitas y de cualquier servicio a domicilio, máxime teniendo en cuenta que no hay encargados y muy pocos porteros eléctricos.

  18. El Instituto de Vivienda de la Ciudad interviene en el Complejo Soldati a través del Programa de Rehabilitación de Conjuntos Urbanos y del Programa de Asistencia Integral a Consorcios. Tras años de ausencia y mantenimiento mínimo, el retorno del IVC fue producto de la declaración de emergencia ambiental y edilicia del complejo por parte de la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, en el año 2001. Con la promulgación de esta ley se ordenó la conformación de una Comisión técnica —integrada por vecinos electos, funcionarios del IVC y legisladores porteños— encargada de llevar adelante una propuesta para enfrentar sus principales problemas: corrección de las fallas estructurales de construcción, mejoras en la infraestructura, aceleración del proceso de escrituración de las viviendas, organización y constitución de los consorcios de administración. Esta coyuntura ha iniciado interesantes instancias de negociación entre residentes y funcionarios del IVC, organismo que retiene la titularidad de dominio de una buena parte de las unidades del complejo —aproximadamente un 40% de departamentos no-escriturados permanecen como propiedad del Estado, una situación que repercute de diversos modos en la gestión y mantenimiento del Conjunto Soldati—.

  19. Muchos residentes se refieren despectivamente a esta feria como «mercado persa».

  20. Estos dos últimos ejemplos constituyen estrategias de reproducción material de grupos domésticos empobrecidos y nos recuerdan la importancia de analizar el hábitat en un sentido contextual, vale decir, en relación con los cambios del mundo del trabajo, con las transformaciones de la familia, etcétera (Giglia, 2001).

  21. La noción de incivilidad posee una larga tradición de uso en los estudios sobre jóvenes que residen en los cités de los suburbios franceses (Donzelot 1999 y 2004). En ese contexto, el término designa los actos de vandalismo perpetrados contra los símbolos del Estado —banderas, escuelas, etcétera—, pero también incluye la quema de autos. No hemos registrado estos procesos en el Conjunto Soldati. Por lo tanto, utilizaremos la noción de incivilidad como antónimo de urbanidad, vale decir, para aludir a las apropiaciones espaciales y conductas disruptivas de una convivencia vecinal pacífica, pero desprovistas de la violencia expresiva y política que contiene en el caso francés (Kessler 2004).

  22. El pago de «peaje» alude al pedido de dinero por parte de los grupos de jóvenes que se instalan, ociosamente, en los corredores u otros espacios compartidos.

  23. La referencia a Fuerte Apache ha sido recurrente durante nuestro trabajo de campo. Tal es el nombre con el cual se conoce al barrio Ejército de Los Andes o Conjunto Ciudadela I y II, monobloques situados en el partido bonaerense de tres de Febrero y construidos por la misma firma de arquitectos que realizó el Complejo Soldati —la similitud arquitectónica es notoria—. La «fama» de barrio peligroso e irrecuperable llegó a su punto máximo cuando fueron demolidas algunas de sus torres en el año 2002. Actualmente, la seguridad dentro de este complejo está en manos de la gendarmería nacional. Algunos residentes del Conjunto Soldati han juntado firmas solicitando una intervención similar, pero la iniciativa no ha prosperado.

  24. Muchos de nuestros entrevistados perciben planes sociales que consisten en el pago de $ 150 (US$ 50) a cambio de algún tipo de contraprestación laboral en organismos del Estado o bien en organizaciones comunitarias. Este pago dista de cubrir las necesidades básicas, ya que para una familia tipo —4 miembros— se considera que el ingreso debe superar los $ 771,73 (US$ 257) para no caer bajo la «línea de pobreza» (Diario clarín 08/06/2005).

  25. En alusión a los comportamientos de algunos grupos de jóvenes, una interlocutora nos comentaba: «había un negocio acá abajo y parece que el dueño a los vagos no les quiso dar una cosa y estos, vos viste, toman venganza. y este tipo en el local tenía un montón de pirotecnia y se fue, cerró, le abrieron todo, le metieron nafta, incendiaron todo» (Patricia, 44 años, beneficiaria de plan social y residente del complejo, diciembre de 2003).

  26. La distinción entre lugar utópico y lugar tópico ha sido retomada de Rossana Reguillo (2003). Muchos otros estudios también han destacado la existencia de una distancia entre la visión del espacio de los proyectistas y la de los usuarios, brecha que sería causante de algunos de los problemas que aquejan a los conjuntos habitacionales (Giglia 2001).

  27. Habitation a loyer moderé —‘habitación de renta moderada’ en castellano— es el término que identifica a las viviendas de interés social en Francia. La noción de modo de comunicación constituye una herramienta conceptual que permite hacer inteligibles los intercambios que se desarrollan tanto entre los sujetos mismos como entre estos y el investigador. De este modo, Althabe ha señalado que el enjuiciamiento y la acusación entre vecinos operan como uno de los modos de comunicación más recurrentes en los conjuntos urbanísticos.

  28. Los acontecimientos ocurridos en Francia en octubre de 2005 —cuando fueron incendiados más de seis mil vehículos— parecen confirmar la pertinencia de los análisis de este autor. Sin embargo, como ya hemos mencionado, las viviendas sociales porteñas no han experimentado este tipo de revueltas periódicas. Además, estudios etnográficos recientes llevados adelante entre jóvenes que han cometido delitos violentos contra la propiedad (Kessler 2004) pusieron de relieve que, en los conjuntos urbanos, villas y asentamientos de la ciudad de Buenos Aires, no se ha constatado la presencia de bandas o pandillas con las características que se les conocen en otros países, a saber, fuertes sentimientos identitarios y anclaje territorial, liderazgos definidos, reglas y jerarquías internas, ritos de iniciación y pasaje.

  29. Estas pluri-perspectivas se visualizan en torno de una variedad de dimensiones del habitar, cuyo abordaje excede los límites de este artículo; a modo de ejemplo mencionaremos solo algunas que se experimentan diferencialmente desde la perspectiva de los actores: la construcción de lazos y sentimientos de pertenencia en relación con el complejo, la satisfacción residencial, la valoración de la vivienda, la conformidad/disconformidad con los vecinos y con la gestión consorcial, etcétera. también cabe señalar que las vivencias heterogéneas abarcan una dimensión generalmente concebida desde miradas unívocas: nos referimos a la inseguridad que se asocia linealmente a este tipo de viviendas, asociaciones reafirmadas por algunos residentes, pero fuertemente impugnadas por otros: «yo vivo acá desde el ’74, crié a cuatro hijos y ninguno tiene problemas de alcohol y drogas, llego a cualquier hora y nunca me pasó nada, hay gente buena y mala como en todos lados, hay que cuidarse como en cualquier lado, de hecho yo veo más jóvenes tomando alcohol en las esquinas de otros barrios que en el complejo» (Juana, 46 años, beneficiaria de plan social y residente del complejo, noviembre de 2003).

  30. En estos contextos de vecindad restringida, abundan los testimonios sobre prácticas solidarias y de ayuda mutua que se dispensan los vecinos: «acá se muere una persona y los amigos van departamento por departamento a ver si podemos colaborar con algo […] o pasó que mataron a un pibe y no tenía ni cajón porque era gente muy pobre y entre todos los vecinos buscando dónde velarlo, o un nene se lastima y alguien lo lleva con el coche» (Paula, desocupada y residente del complejo, abril de 2004); «este edificio parece la vecindad del Chavo, ¿viste? Viene el de al lado y te dice, ¿no tenés un poco de azúcar? Si, tomá, ¿y vos tenés un poco de yerba? Sí, ahora te mando, esperá […] una cosa así viste, es como que se comparte» (Jorgelina, 36 años, ama de casa y residente del complejo, enero de 2005).

  31. Por supuesto que dentro del complejo se han conformado muchas parejas y también se han establecido relaciones de amistad, pero, como bien señala Giglia (1996), cuando se trata de elegir amistades y afines operan precisos criterios de selección —etarios, ideológicos, de género, etcétera—, si faltan estos elementos podemos ser vecinos, pero no amigos.

  32. La tensión entre conformidad con los departamentos / disconformidad con los vecinos ha sido frecuente en las entrevistas en profundidad: «acá el problema no es la vivienda, acá el problema es la gente que está adentro de la vivienda, ¿entendés?» (María Rosa, 55 años, empleada municipal y residente del complejo, mayo de 2004).

  33. En relación con este punto, nos ha llamado la atención la asiduidad con que los vecinos establecen proporciones para graficar estos sistemas clasificatorios internos: «acá de cada cien, cinco son chorros (ladrones)…» (María Rosa, 55 años, empleada municipal y residente del complejo, mayo 2004); «…acá por diez que construyen tenés cinco que destruyen» (Silvia, 56 años, desocupada y residente del complejo, febrero de 2005), «yo te digo, no son muchos, no llegan a 300 las personas que son de mal vivir» (Telma, 43 años, residente y miembro de la Junta Vecinal del Conjunto Soldati, abril de 2005).

  34. Las villas miseria son las modalidades por excelencia del hábitat popular en la Región Metropolitana de Buenos Aires. Como señala Kessler (2004: 227), la villa y el barrio han ocupado en el imaginario metropolitano dos polos opuestos de vicio y virtud. Más que tipologías habitacionales, ambos han sido concebidos como universos morales claramente diferenciados, asociados con la promiscuidad en un caso y con el progreso en el otro. Desde la perspectiva de los residentes —compartida por funcionarios del IVC y por profesionales del Centro de Salud—, el Conjunto Soldati presenta algunos indicadores que revelan una creciente debilidad de esta frontera barrio-villa: hacinamiento, deterioro ambiental y edilicio, falta de control e intervención externa —los vecinos consideran que se trata de una zona liberada por la policía—.

  35. Los residentes suelen poner en práctica diferentes estrategias de distanciamiento y diferenciación social, principalmente dirigidas a que sus hijos no tengan «junta» (grupo de amigos) dentro del complejo: repliegue en la esfera doméstica, prohibición de participar en las murgas, escolarización en establecimientos externos, etcétera.