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Anthropologica

versión impresa ISSN 0254-9212

Anthropologica v.29 n.29 Lima dic. 2011

 

EL CUERPO

 

Modelos de cuerpo y feminidad en un gimnasio local

Models of body and femininity in a local gym

 

Bianca Tristán

Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Correo electrónico: bianca.ltb@gmail.com

 


RESUMEN

Este trabajo explora los ideales de cuerpo y comportamiento femenino presentes en mujeres adultas de nuestra «nueva clase media», que asisten a un gimnasio local o de barrio. Propone que los ideales de cuerpo desarrollados por las alumnas están íntimamente relacionados con tradicionales nociones de roles de género de nuestra sociedad; pero, a su vez, enfatiza el hecho de que ellas, además de buscar alcanzar un cuerpo acorde a las expectativas sociales, también buscan interactuar y/o hacer amistad entre ellas, así como experimentar goce u otras emociones extraordinarias en la realización de la actividad aeróbica en sí, etcétera. De esta forma, el texto explora finalmente cómo el significado que estas mujeres otorgan a su vivencia en el gimnasio no solo no las acerca necesariamente al cuerpo ideal que calza con el estándar social de feminidad, sino que incluso su experiencia se convierte en una oportunidad para discutir y reelaborar los modelos de feminidad en sí mismos y afirmar sus propias narrativas de identidad.

Palabras clave: clase media, cuerpo, género, performance.

 


SUMMARY

The purpose of this work is to explore the ideals of body and behavior among adult women of our new Peruvian middle class attending a gym. It suggests that the ideals of bodies developed in this place are in closely related to traditional notions of gender roles of our society. But, at the same time, emphasizes the fact that they, not only try to have a body in accordance to social expectation, but also to interact or make friends, and to experience a variety of emotions in performing aerobic activity itself. Finally, the paper explores the meaning that these women give to their experience at the gym. Not only does this experience get them closer to the ideal body, fixed by the social standards of femininity, but the experience turns into an opportunity to discuss and remake those models of femininity, and assert their own discourses of identity.

Key words: middle class, body, gender, performance.

 


Quisiera que notemos la escena de la mujer limeña que va y viene del gimnasio con su maletín, zapatillas, buzo y/o malla. Se trata de una imagen que hoy parece cada vez más común, pero que también nos lleva a reflexionar sobre una serie de procesos y paradojas sociales sumamente interesantes de abordar: Haciendo un poco de memoria, esta escena nos plantea una pregunta sobre cómo la mujer ha ganado presencia en una esfera como el gimnasio, largamente considerada masculina, y en la que las mujeres solían sentirse discriminadas o intimidadas, sea por las pesadas barras y mancuernas, por la realización de ejercicios «comprometedores» ante la mirada masculina, etcétera. Por otro lado, dicha imagen nos refiere a los dictados sociales de culto al cuerpo y estética corporal frente a los que la mujer podría quedar sometida. Aunque cabe notar, que también nos lleva a reflexionar sobre cómo el gimnasio, el buzo, las zapatillas y otros, ya no son exclusivamente pensados en relación con la exhibición corporal y el trabajo físico, sino que hoy también se entienden en vinculación a experiencias de relajación, desestrés, diversión, etcétera. El gimnasio, además de ser un lugar obligado para las personas interesadas en la buena condición física y la belleza, hoy es además, un sitio de encuentro, sociabilización y alta visibilidad social sobre el cual vale la pena que volvamos más detenidamente. Dentro de esto, entonces, las preguntas sobre las que discutiré son dos: ¿Qué es lo que hoy ofrece o promueve el gimnasio para su público femenino? ¿Cuáles son las posibilidades de identificación femenina y/o configuración personal posibles en esta esfera?

La investigación que presento se llevó a cabo en el gimnasio Miramar, el cual se ubica en un barrio o sector empobrecido del distrito de San Miguel, a la altura de la cuadra 8 de la Av. La Paz. Podemos decir que es un gimnasio «local» o «de barrio»;1 es decir, no pertenece a ninguna gran cadena comercial transnacional ni nacional. Es una pequeña empresa familiar que está a cargo de dos hermanos: uno se desempeña como administrador y el otro como coordinador de actividades y ambientes. El enfoque de esta investigación, en un gimnasio local, responde a que la poca bibliografía existente sobre gimnasios limeños y latinoamericanos se centra en aquellos pertenecientes a grandes cadenas comerciales (Kogan 2005), mientras que los gimnasios locales resultan una esfera académicamente inexplorada. Además, la elección de un gimnasio comercial o transnacional, posiblemente hubiera implicado un enfoque en los sectores de clase alta o clase media tradicional; sectores sobre los cuales ya existe cierta investigación con relación a temas de identidad, feminidad y cuerpo (véase Fuller 1998 y Kogan 2003, 2005, 2009.). En cambio, la elección de este gimnasio local logró un mayor acercamiento a aquella «nueva clase media» de la que nos habla Nugent (Adrianzén y otros 2003: 197) y Arellano y Burgos (2004).

Los datos aquí presentados fueron recogidos en un trabajo de campo de aproximadamente cuatro meses, dentro de los cuales adopté un rol participativo como alumna de las clases de baile del gimnasio. Este rol me permitió un mayor acercamiento con cada participante de las clases de baile, y el poder recoger valiosos datos tanto a través de la observación como de las conversaciones informales. Pero además, posteriormente realicé entrevistas en profundidad, tanto a los expertos del gimnasio (dueños y profesores) como a ocho asiduas participantes de las clases de baile.

A continuación, considerando que la construcción social del individuo no se puede entender si no es en relación con el entorno material y discursivo que lo rodea y que constituye parte de las relaciones de poder en las que él se encuentra inmerso; presentaré algunos aspectos de la organización y funcionamiento del gimnasio, problematizando en torno a lo que este ofrece o promueve entre sus miembros (discursos, imágenes, saberes, etcétera), y al modo o forma en que lo hace. Luego, nos centraremos en aquellos aspectos relevantes de la narrativa y experiencia que las alumnas llegan a desarrollar en el gimnasio, discutiendo la relación que estas guardan con los estímulos ofrecidos o promovidos por el gimnasio y con el entorno social en el que se encuentran.

1. El gimnasio «chévere, relajado y divertido»

Quizás tengas una amiga a la que le encanta el gimnasio; que va todos los días sin falta _y no arrastrándose, sino loca de contenta a realizar la rutina que ya tiene establecida: brazos los lunes y miércoles, piernas los martes y jueves, cardio los viernes… ¡hasta Pilates el domingo! Quisieras tener su voluntad y estar tan firme como ella, pero tú no tienes ni tiempo, ni dinero ni ganas de ir al gym. Es más, no te gusta. Te aburren las rutinas, odias estar encerrada, te molesta que la gente te mire…por tanto te quedas en casa viendo la tele y acumulando kilos [...]. (Cosmopolitan 2009: 56)

Como se manifiesta en este extracto de una conocida revista para damas, hay un público femenino que vincula «el gimnasio» con una suerte de «disciplinamiento», con rutinas, encierro, sacrificios, etcétera; cuando no con una sala de máquinas llena de hombres y lo que en inglés se llama bulkout o con lo que Kogan (2003) señala «era reducto de boxeadores y físico culturistas que buscaban construir cuerpos fuertes y musculosos para la competencia física».2 Al ingresar al gimnasio Miramar, sin duda encontramos elementos que nos rememoran aquella imagen; sin embargo, es evidente que los dueños y el staff en general, ponen un gran esfuerzo en la producción de otros detalles que, aunque de forma disímil, en conjunto nos van dando una imagen diversa del gimnasio. Uno de estos elementos son los carteles: con distintos y llamativos mensajes, son manufacturados a mano y en papel de tonos pasteles y fosforescentes, llevan dibujos caricaturescos, son constantemente reubicados, etcétera. Estos carteles, eran pensados con la intensción de transmitir un último mensaje, que según las propias palabras del dueño es:

[...] el estar feliz y sonriente, alegre, a mi me gusta que la gente sienta esa alegría, que ellos no lo vean como pesado el gimnasio, que lo vean que es algo que es chévere, relajado, divertido, yo también me encargo de hacer la publicidad, todo tipo de publicidad, por ejemplo hago publicidades manuales, todos los avisos que ves publicados en la pared, también invento algunas de las frases, por ejemplo un día digo ‘nos volvimos locos’, porque eso hace que la gente se despierte, me gusta que la gente sienta los cambios, que el gimnasio no está estático, [...] y siempre hacemos un cambio, un día lo ves de ese color, un día lo ves más clarito… o sea que vean que siempre hay movimiento porque eso es algo que le da vida a esto, y los clientes perciben todo y queremos que ellos se sientan contentos [...]. (Cristian, coordinador gimnasio Miramar)

La tarea de hacer cada semana nuevos y diversos carteles destinados a transmitir dicho mensaje de «estar feliz», ya nos dice mucho de la importancia que este tiene dentro del gimnasio, pero además debemos notar que hay una constante puesta en práctica de muchos otros mecanismos que apuntan hacia lo mismo; como: la elección de profesores que «primero: más de que sea joven, porque algunos dicen que sea joven, que sea hermoso, que tenga presencia… más que eso, que tenga pilas, que sepa animar a la gente…» (Cristian, coordinador del gimnasio Miramar); el infaltable saludo afectuoso y lleno de palabras estimulantes, o la permanente sonrisa de de los dueños; el uso de luces multicolores y bulliciosa música «alegre» en las diversas áreas del gimnasio, etcétera. En suma, dentro de este gimnasio encontramos una variedad de mecanismos diversos y sutiles que nos muestran una gran preocupación por distinguir este lugar como uno que es —según las propias palabras del dueño— «chévere, relajado y divertido».

 

 

De cierta forma, algunos autores ya nos han advertido sobre cómo los gimnasios de hoy intentan evocar «felicidad» y/o un sentido de «placer» al individuo que se encuentra en él (véase: Kogan 2005, Spielvogel 2003, Cartoccio 2004). Para el caso de nuestros gimnasios limeños, Kogan nos dice de que hay un proceso de «ocultamiento del sufrimiento, adicción y esfuerzo [...] se hace creer que en realidad no se realizan esfuerzos sobrehumanos, que no se exige al cuerpo hasta llevarlo al límite [...]» (Kogan 2005: 159). Sin desmerecer estas opiniones, considero que vale la pena ahondar más en este discurso de «felicidad» en el gimnasio, especialmente mirando su relación con algunas tendencias y discursos más amplios de nuestra sociedad. Y es que partiendo de considerar la falta de interés, tiempo e infraestructura para la realización de actividad física entre las mujeres de edad fértil de nuestro país;3 y esto en medio de la proliferación de métodos dedicados al cuidado del cuerpo y la obtención de belleza —que ofrecen además «resultados» rápidos y dramáticos—; podemos intuir que la insistencia de este gimnasio en lo «chévere, relajado, divertido» puede ser mejor entendida como un intento activo y consciente por mostrar, o más bien hacer «sentir», a la alumna una serie de beneficios intangibles que se dice ha de brindar la actividad física: diversión, relajación, recreación, libertad, etcétera. una serie de experiencias y motivaciones extraordinarias que hoy parecen ser bienes suntuarios muy valorados por nuestra sociedad. Notemos como las imágenes que hoy solemos ver a diario en la publicidad son las de niños, jóvenes, incluso amas de casa y la familia entera haciendo deportes, danzas, competencias, shopping, carreras, campamentos, en parques, en paseos; en fin desempeñando diferentes actividades físicas y sensoriales que son caracterizadas a modo de «entretenimiento», y que nos remiten además a un ambiente urbano y a la idea de «modernidad» —esto sucede en la publicidad de productos diversos: desde los spot de bebidas rehidratantes, hasta aquellos de leche, gaseosas, galletas, etcétera (Castro 1998). Por ello es que Sevcenko (1992) y otros autores sugieren que la atmósfera moderna de nuestras sociedades contemporáneas se caracteriza por el desarrollo de una concepción de «diversión» o «entretenimiento» que está íntimamente ligada a la corporeidad y puesta en práctica (Le Breton 2002, Zarilli 1995).

El antiguo hábito de descansar los fines de semana se volvió un despropósito ridículo. Todos afuera: es allí que está la acción... No es descansando que alguien se prepara para la semana venidera, es recargando las energías, tonificando los nervios, ejercitando sus músculos, estimulando los sentidos, estimulando el espíritu... (Esos hábitos) son arduamente ejercitados, condensadamente en el fin de semana, pero con rigor incorporados en dosis metódicas como prácticas indispensables de la rutina diaria. (http://www.efdeportes.com/efd9/ana1e.htm - nota4, citado en Castro 1998)

Este mensaje «chévere, relajado, divertido» dentro del gimnasio, es en realidad una manifestación de ciertas valoraciones e ideales que de alguna manera han ido cobrando importancia dentro de nuestra sociedad. Y no podemos negar el evidente interés y la habilidad del dueño o administrador de este gimnasio por plasmar y usar este mensaje como una herramienta para —como él nos lo dice— «cautivar» a su clientela. Desde esta perspectiva, podríamos decir que este mensaje implica una suerte de «coacción» u «autocoacción» (Cartoccio 2004); en el sentido de que «…propone explícitamente una relación de placer del cliente o consumidor interpelado con la acción de satisfacer esa demanda.» (Cartoccio 2004). Pero dentro de esto, hay que resaltar es que ya no es solo una demanda de obtención de un «cuerpo bello», sino la de una forma de sentirse chévere, relajado, divertido. Por otro lado, cabe notar que este tipo de mensaje y forma de «cautivar» parece ir ganando relevancia en diversos gimnasios y contextos de promoción de actividad física. Esto queda más claro en un artículo recientemente publicado por El Comercio (2010b), donde el gerente general en el Perú de la cadena colombiana de gimnasios Bodytech, afirma que «Aún hay un gran mercado de gente que no asiste a ningún gimnasio y es labor de los operadores encontrar la manera de agregar valor a nuestras ofertas para atraerlos», mientras que el gerente general de la cadena Gold’s Gym, señaló con resolución que «ve una tendencia clara en el mercado local: la gente solo quiere divertirse». Y cabe rescatar cómo en algunos municipios como el de San Borja,4 se han venido incorporando elementos como los carteles con imágenes de niños y vecinos sonriendo, junto con mensajes como «comunidad ejemplar y feliz», «actitud que deja huella», y muchos otros detalles que apuntan a la creación de una atmósfera y una actitud «chévere, relajada y divertida», todo como parte de su campaña de promoción de la actividad física.

Hasta aquí hemos visto que el gimnasio se encuentra íntimamente vinculado a nuevas demandas, concepciones y tendencias que van encontrando cabida en nuestra sociedad, y que no versan solo sobre «el cuerpo». Diversos autores ya han señalado esta vinculación del gimnasio con lo que se sospecha son las actuales demandas de «la modernidad» o «posmodernidad» (véase Kogan 2005, Cartoccio 2004, Hargreaves 1994). A continuación quisiera precisar, sin embargo, que la presencia de esta clase de discursos no implica que en este ámbito no se reflejen, y prescriban también, nociones más tradicionales de nuestra sociedad.

Comprometidos a comprometer

Al entrar en la clase de «Danny», el profesor de baile «más voceado» del gimnasio Miramar, podemos darnos cuenta de su interés por saludar alegremente a las alumnas, recordar sus nombres y entablar conversaciones con ellas en los inicios, intermedios y términos de las clases, etcétera. En estas conversaciones, el instructor no aborda a las alumnas necesariamente con temas como los ejercicios, el cuerpo, dietas, o la salud de la alumna (aunque sí responde a esta clase de preguntas cuando alguna de ellas se la hace), sino que se enfoca en parecer cercano, amable, y servicial con cada una de ellas. Y algo similar ocurre mientras todos están bailando:

[...] no soy un instructor que solamente estoy en la tarima, bailando y después allí no más; me gusta bajar, estar con las alumnas, si veo una alumna que no lo está haciendo bien, estoy a su lado para que marque conmigo, y así la gente se compromete [...] no es solo venir y hacer una clase como loco, de repente vengo a la clase, subo a la tarima, bailo como loco, doy vuelta y toda la cosa sin que me interesen los alumnos, pasa muchas veces con otros profesores y ese es el problema pues [...]. (Danny, profesor de baile del gimnasio Miramar)

Lo que quiero notar, es que hay una serie de elementos o «detalles» en la performance diaria del profesor, que no son añadidos pasajeros o casuales, sino una parte fundamental de su rol y presentación (Goffman 1981) diaria para con sus alumnas; sino notemos cómo el profesor Danny nos sugiere que aquel colega suyo que los hace habría de tener un «problema». Y el objetivo más general de estos detalles aparece ya sugerido por el profesor: la búsqueda de «que todos los alumnos se diviertan…», «que la gente se comprometa». Así, debemos notar el esfuerzo del profesor por presentarse como un personaje noble, cercano; o mejor dicho, como un «amigo», aquel personaje al que todos valoramos de manera personal y emotiva. Esta caracterización o performance del profesor, constituye un elemento más que intenta estimular aquella atmósfera «chévere, relajada y divertida» para «cautivar» a la alumna; pero además, sirve para que el profesor pueda entablar con cada una de «sus» alumnas, una relación o «compromiso» que se conciba tan fuerte, personal, y emotivo, como aquella relación que uno usualmente tiene con un amigo:

[...] los profesores utilizan eso también para jalar a las alumnas, ‘hey chicas cuándo salimos, que vamos a tal sitio y ya pues de ahí obligadamente ellas tienen que venir a la clase, y aparte son sus amigas y ya; mi caso también, porque tengo un grupito que me sigue porque son mis amigas, y ya se quedan [...]. (Karem, profesora de baile)

Debido a que el éxito o prestigio, y por ende la contratación y/o paga diaria de cada profesor, depende del número de alumnas que logre tener en cada uno de los horarios de clase; no es casual que esta y otras «estrategias» similares se repitan en la performance de cada uno de los profesores baile, de manera tal que, muchas veces se terminan creando pequeñas agrupaciones de alumnas, que tienen como base la amistad-fidelidad hacia uno u otro profesor. Así, debo rescatar, que esta apelación a roles de amistad, e incluso sentidos de «comunidad» (Nisbet 1968), como forma de crear cierta «motivación» o «compromiso» entre las alumnas; en realidad, parece ser un elemento que hoy cobra gran importancia para entrenadores, instructores, gimnasios y otros. Katya Hinojosa, por ejemplo, una campeona de fitness y personal trainer con estudios en la Federación Peruana de Fisicoculturismo y Fitness; señaló en una entrevista que para ella la palabra dominante en el trato con sus alumnos es la «motivación», indicando que en la relación con sus alumnos ella es «como su mamá». Es decir, ella, trae a colación un rol que también es sumamente tradicional, cercano y ampliamente simbólico para describir y modelar la relación que tiene con sus alumnos (El Comercio 2010a). Por su parte, Spielvogel (2003) también nos advierte de la presencia de estos mecanismos dentro de algunos gimnasios japoneses: «[…] los directores del Club Chiba, ponen gran énfasis [...] en llamar a los aproximadamente dos millones de miembros por su nombre. Este tarea mentalmente trabajosa, es un intento explícito de construir una comunidad en el club y de incrementar la conciencia y diversión fitness [...]» (Spielvogel 2003: 125-126. La traducción es mía).

Sin embargo, la performance del profesor Danny durante las clases de baile, no solo rememora sentidos de «amistad» y «comunidad». En realidad, muchos de los detalles que él realiza en el transcurso de la clase: los sobrenombres que usa con sus alumnas («preciosa», «linda», «amiguita» y otros diminutivos), el cruce de miradas y sonrisas con ellas, las bromas, el contacto físico, las atenciones, etcétera; son todos elementos que insinúan además un sutil «coqueteo». Kogan (2005) ha sugerido que este aspecto de alguna manera caracteriza a los gimnasios locales y es una muestra de que no cuentan «con una cultura organizacional que paute el rol de cada individuo de manera explícita y específica» (Kogan 2005: 155). Aquí quisiera resaltar, sin embargo, cómo en realidad sí se cuenta con una cultura organizacional. Incluso en el coqueteo, tanto para los dueños y el staff del gimnasio, hay toda una serie de saberes y procedimientos que buscan seguir a modo de normas. Notemos sino las siguientes palabras del coordinador, en las que alaba al profesor que sabe «cautivar» a todas las alumnas, y al mismo tiempo le prohíbe actitudes que demuestren que está prendado de una sola de ellas –esto último no por una «ética profesional» sino porque ello distraería su atención del resto de las alumnas del salón:5 «Los profesores de acá no pueden besarse con su novia, ni que su novia cada rato está ahí, que lo marca. Es más, si podemos intentamos hacer creer que ellos son solteros, porque eso las chicas necesitan creer que los profesores son para ellas, que son de ellas, con eso las chicas se sienten bien [...]».

Otro elemento más que parece estimular y/o pautar la performance y/o interacción en el salón de clase es, por ejemplo, la indumentaria que el staff viste diariamente frente sus alumnas.6 En el gimnasio, Danny usa siempre ropa e implementos con estampados o diversos motivos militares, pantalones anchos, gorras que usa con la visera hacia atrás, singlets —o polos licrados, muy escotados y entallados— que dejan al descubierto su espalda, brazos y pecho, y le permiten mostrar una desarrollada musculatura que es también —como él mismo lo menciona— parte esencial de la «imagen» que él busca presentar diariamente a sus alumnas:

[...] yo creo que uno como instructor tiene que ser imagen en un salón y por eso yo trato de combinar lo que es baile con las máquinas, para desarrollar los músculos, porque uno es imagen, tengo que estar bien para las clases [...]. (Danny, profesor de baile)

La imagen que Danny intenta cuidar es la de «profesor» o «instructor», pero también aquella de «hombre». Y es que en tanto instructor, él ya es poseedor de cierto estatus de «experto» o dueño de un saber especializado que, como Giddens (1991) nos dice, es cada vez más valorado en la modernidad; además, usualmente el instructor se percibe como un «ejemplo» de «disciplina», «esfuerzo», obtención de metas anheladas, etcétera. El hecho de que Danny porte un vestuario que se asemeja o evoca la figura de un «militar» consolida muy bien esta imagen; pero además, con ello Danny también intenta evocar imágenes estereotipadas de masculinidad presentes en nuestra sociedad: el hombre poderoso, hábil, fuerte, etcétera. Es decir, nos encontramos frente a un «personaje» sacado de la televisión, películas, revistas y otros, los que nos presentan la figura del «militar» y del hombre «musculoso» (Rambo, Terminator, etcétera) sublimizados como imagen irreal de masculinidad (Liendro 1993). Así, lo que sugiero es que el esmero de este profesor en su tocado personal, tanto en lo que refiere a su indumentaria (un vestuario que alude a un personaje pertinente) como a su aspecto físico (un cuerpo musculoso), se revela como un constante ejercicio de demostración y apelación a signos y roles de superioridad y dominación masculina. Por ello es que el dueño del gimnasio nos dice: «[…] usar también el cuerpo para vender, si tienes buen cuerpo, ¡lúcelo! ¿No? Y él (el profesor de baile) lo usa, algunas alumnas yo sé [...] que vienen porque les gusta el profesor [...]».

Y como ya mencionamos, este tipo de apelaciones, se refuerzan además con el tipo de trato que se da y se espera de cada una de las alumnas en la clase. Según las palabras y sentido común del profesor y el staff del gimnasio, «ellas» básicamente han de esperar a que «él les mire, que él les sonríe, les baile, con eso ya están pagadas, ya están contentas [...]». (Cristian, coordinador gimnasio Miramar). Es decir, dentro de las clases de baile de este gimnasio local, profesores y alumnas, tendrían ciertos roles pautados acordes a determinados discursos de género de nuestra sociedad, aquellos de larga tradición machista.

Por otro lado, considerando todo lo dicho respecto a la performance de los profesores, tal vez podría parecernos que el discurso y/o imagen general del profesor resulta ser algo difusa y/o poco coherente. Lo que quisiera notar, es que en gran parte esto se debe a que el profesor no necesariamente busca la coherencia sino el poder «jugar» con las diferentes representaciones y la ambigüedad, con el poder representar uno y otro rol (amigo, hombre poderoso, etcétera) e, incluso, con sugerir a sus alumnas la posibilidad de salir o de invertir el orden tradicional de las cosas. Notemos, por ejemplo, que no solo se hacen posible los «coqueteos», sino que es el coqueteo con un hombre musculoso, poderoso, pero que se dice está allí no solo para «disciplinarlas», sino también para servirlas y atenderlas, «comprometido» con cada una de ellas. Así, en la medida que los profesores se encuentran siempre capitalizando diversas representaciones, signos, roles, para lograr «cautivar» y/o «comprometer» efectivamente a sus alumnas, en esa medida siempre hay un margen de ambigüedad, juego y libertad de cada uno de los actores.

Cuerpo «bello» vs. cuerpo «sano»

Con todo lo visto líneas arriba, podemos notar que dentro del gimnasio existen diversas representaciones y proyecciones de normalización que versan sobre varios aspectos de la mujer y su performance. En esta sección, nos enfocaremos en los discursos sobre el «cuerpo», el ejercitamiento o el trabajo físico que ha de realizar la alumna; es decir, nos enfocaremos en las proyecciones de normalización que surgen sobre el «cuerpo femenino» y su performance deportiva. De manera general, lo primero que hemos de decir sobre el tema es que todos los profesores del gimnasio Miramar alientan a sus alumnas a mejorar su look, el cómo se «muestran» («para que se vean mejor»). Sin embargo, todos ellos no manejan los mismos estándares de entrenamiento ni de «cuerpo ideal».

Por un lado, los instructores o trainers que suelen estar en la sala de máquinas, se consideran los «verdaderos expertos», y enfatizan no en la delgadez, sino en el trabajo e incremento de cada músculo; no en la pérdida de peso sino en la de grasa corporal; no en el desarrollo del relax y delicadeza, sino en el de potencia y fuerza (Spielvogel 2003). Notemos, por ejemplo, cómo ellos ponen énfasis en las palabras «formar», «tonificar», «ganar» músculos, etcétera:

(Instructor:) «yo estoy acá para formar cuerpos, para eso me pagan [...] tú deberías subir unos cinco kilos, más músculos, para que se vea mejor. Sino ¿imagínate si te enfermas?»… señaló que debería hacer ya un entrenamiento más «duro», lo que para él implicaba hacer el uso de las máquinas y el peso más frecuentemente, unas tres veces por semana «por lo menos», mientras que el baile debería realizarlo «solo una, o ya dos veces por semana máximo» (Apuntes de campo)

[...] por ejemplo esa gordita necesita una dieta, [...] tiene que empezar con bastante cardio, y sudar, bajar, bajar; después pero es imprescindible que comience a hacer un poco más de peso para ganar fuerza, tonificar sus músculos [...] (Cristian, coordinador gimnasio Miramar.)

Por otro lado, encontramos a los profesores de baile, step y otras actividades que se realizan grupalmente. Ellos, generalmente, manejan un estándar diverso, de tal modo que en su discurso diario, sus palabras clave son: «quemar», «botar», «bajar», «eliminar» calorías y/o sudor del cuerpo. El profesor Danny, por ejemplo, orgullosamente afirmaba —y/o publicitaba— a sus alumnas que la principal bondad del baile es que: «[...] bailando se quema bastante calorías, y se baja un montón de peso…». Cabe notar además, que en el salón de baile, suelen ser muy comunes las conversaciones informales, colectivas y/o en voz alta, en las que el profesor hace algún comentario sobre el peso o la contextura de alguna de sus pupilas: en algunos casos para alabarlas y alentarlas por sus «logros», pero a la vez para prevenirlas, regañarlas o criticarlas, ya que incluso cuando alguna de ellas parezca haber alcanzado su objetivo, el profesor le advertirá (aun en público) sobre el «peligro» que corre si deja de bailar:

Profesora : …ella dejó de venir al gym y se subió el doble.

Alumna : …si, mi hermana no ha subido tanto pero porque deja de comer.

Profesora : ah, pero esa es la peor forma… yo lo hice una vez y luego fue peor, subí el doble…

(Apuntes de campo)

Pareciera, entonces, que la principal preocupación o interés en la sala de baile es no «subir» de peso, sobrentendiendo que «ella» debe ser delgada. Y es que, además, diversos elementos dentro del gimnasio vuelven a reiterar este modelo ideal de mujer-delgada: como por ejemplo, los carteles que anuncian los horarios de clases y que en letras grandes dicen «Quema esos kilitos de más [...]»; o las imágenes colgadas en las paredes del salón, que siempre muestran a un grupo de mujeres esbeltas; o los volantes publicitarios del gimnasio, que igualmente muestran delgadas féminas usando pequeños shorts y tops. Es así, que dentro de esta sala, la delgadez femenina siempre queda sugerida: de modo bastante general, sin profundizar o especificar más sobre la forma o tamaño de cada parte del cuerpo, ni recurrir a alguna forma de medición física para afirmar o confirmar la supuesta obesidad alcanzada por las alumnas. En ese sentido, se trata de afirmaciones que están diseñadas antes que nada para captar la atención y asegurar el regreso de las alumnas a las clases (y con ello el éxito del profesor y del gimnasio). Como el siguiente comentario del profesor, que recalca a su alumna la necesidad de ser constante para poder «bajar»: «[...] cuando eres constante bajas, porque los poros se abren, cuando transpiras botas todo lo malo».

 

 

Y quisiera que se preste más atención a las imágenes del gimnasio, en tanto ellas nos permiten entender mejor cómo este ideal de cuerpo esbelto se va alejando del discurso «oficial» de los «verdaderos expertos», para en cambio acercarse a los estereotipos de feminidad presentes en nuestra sociedad tradicional y los diversos medios de comunicación. Ciertamente, debo decir que en todas estas imágenes y anuncios, podemos ver que «ella» en lugar de desarrollar músculos es esbelta; en lugar de ganar fuerza, gana delicadeza y sensualidad, etcétera. Incluso en una imagen que recalca la importancia de la dieta saludable, mostrando a dos mujeres que simbolizan el famoso «antes y después»; podemos notar que aquella mujer que simboliza el después es: una joven, que lleva maquillaje y modela un elegante vestido rojo que resalta muy bien su delgadez. Y cabe mencionar que la imagen muestra todos estos elementos de forma bastante obvia, y no casualmente sino luego de ser deliberadamente reforzados por el dueño con el detallado perfeccionismo de un programa de computadora: «esas dos chinitas, están muy maquilladas sí; esa chinita es una que ha bajado de peso, yo la tengo de hace tiempo, ya le he metido fotoshop» (Cristian, coordinador gimnasio Miramar). De esta forma, entonces, el gimnasio termina por sugerir que el cambio que espera de ella («atrévete a iniciar el nuevo estilo de vida») es uno que siempre implicará el adelgazamiento, y además el desarrollo de lo fashion y sexy.7 Y cabe decir que, según Hargreaves (1994), algo similar ocurre en algunos gimnasios de Estados Unidos:

Los aeróbicos han sido promocionados de manera exitosa para convencer especialmente a las mujeres a participar en ellos para perder peso e incrementar el atractivo físico y no tanto por razones de salud, goce o competencia. El foco de la publicidad está orientado a la apariencia (cuerpo de apariencia atlética), moda (un cuerpo acorde a las formas en boga) y el físico (una forma del cuerpo sexy) en lugar de una imagen en movimiento (la mujer que se ve activa). La idea del ejercicio físico se vuelve indistinta a la de sexualidad. (Citado en Real 1999: 142. La traducción es mía.)

De alguna manera, todo esto ya nos va indicando la poca prioridad que puede llegar a tener los discursos de prevención en salud dentro esta esfera. Las relaciones entre la actividad física y el «cuerpo sano», o entre el ejercicio y los problemas de salud como la obesidad, diabetes, hipertensión, etcétera, son aquí débilmente definidas, inconsistentes, poco enfatizadas. De hecho, en todo el gimnasio había un solo cartel que mencionaba el tema de control de la obesidad en relación con los problemas de salud mencionados; pero siempre permaneció sucio, arrinconado y tirado en el piso, hasta que finalmente desapareció. En cambio, la reiteración y capitalización de los discursos comúnmente ensalzados en los medios de comunicación y presentes en nuestra sociedad en general, siempre quedan bastante claras. Un último ejemplo que nos permite entender mejor esta última idea, son los discursos presentes en la sala de baile sobre la alimentación o «dietas». Como mencionaba líneas arriba, es común que los profesores de baile recuerden a sus alumnas sobre su aparente pérdida o subida de peso; generalmente, las alumnas suelen responder a estos comentarios con preguntas sobre dietas y otros mecanismos que las «ayuden» a alcanzar sus objetivos. Al respecto, los profesores siempre dan algunos consejos generales, sin mayores consideraciones médicas o académicas, que más bien vuelven sobre una pequeña frase que suele sonar como alabanza a la libertad a los oídos de las alumnas: «coman y vengan».

[...] yo te digo yo como de todo, de repente yo le puedo decir a una chica: oye come esto en la tarde, come esto en la mañana, no comas esto… pero yo no lo hago, yo si como de todo; y bailo un montón pero también como un montón [...] siempre algunas piden consejos, y yo se los doy, pero yo siempre les digo, coman y vengan (Karem, profesora de baile)

Profesor : … la diferencia es que ustedes van a comer y quemar calorías [...] si esta chica se ha zampado sin miedo las pizzas…

Alumna : Me he comido una pizza grande ah, más un jarra de sangría…

Profesor : Mira la diferencia es eso, que tú puedes comer… has comido todo eso, pero ahora estás haciendo rutinas, entonces quemas calorías cuando vienes acá. Es diferente si tú hubieras comido todo eso, que es un montón de calorías, y al día siguiente no haces nada y ahí es donde…

(Apuntes de campo.)

Con este discurso, más que simplemente trivializar la importancia de una «dieta», el profesor intenta apelar a un sentido de «liberación» ante aquello que ya los instructores de la sala de máquinas, los medios de comunicación, o los respectivos doctores de cabecera de cada alumna, han indicado como un elemento importante a «cuidar». Recordemos que dentro de nuestro imaginario cotidiano y en la cultura criolla, la «dieta» suele ser vista como una «restricción», incluso como un «sufrimiento», o «sacrificio», etcétera. Así, lo que estos profesores dicen es que el baile vendría a ser, en definitiva, aquello que permite lo negado: el poder comer «un montón» y «de todo» sin tener que preocuparse o lamentarse, sin tener que abandonar su ideal de cuerpo esbelto. Dentro de esto, existe una escena que nos ilustra de mejor forma cómo el profesor de baile juega y llega a convencer a sus alumnas con esta clase de apelaciones a diversos sentidos de placer de nuestra sociedad, sin prestar mayor atención a los discursos médicos. Esta escena es aquella del almuerzo, cena o «salida» que las alumnas suelen tener con él o la profesora. En cada una de aquellas ocasiones, los profesores consumen grandes cantidades de alimentos, como pollo a la brasa, anticuchos, gaseosas y otros no precisamente relacionados a lo fitness o dietético, ni a ningún discurso médico de salud; sino más bien a lo que criollamente en nuestra cultura se considera «sabroso» y «divertido»:8

Al final de la clase las alumnas comenzaron a recordar un almuerzo en una pollería, donde estuvieron presentes el profesor Danny, y otras tres alumnas. Una de ellas decía: ¡Entre Danny y Cecilia (una antigua alumna con sobrepeso) pidieron un pollo entero, solo para ellos dos!… yo pensaba que el pollo sería para todos, pero no, era solo para ellos dos [...] La alumna comentaba —a quienes no habían estado presentes— sobre la cantidad de pollo, papas fritas, y mayonesa consumidas por el profesor como algo asombroso, y estas respondían «claro, si suda en el salón ya que va a engordar…» (Apuntes de campo)

Queda claro, entonces, que este gimnasio trata de capitalizar las demandas de entretenimiento, ocio y consumo conspicuo que caracterizan a nuestra sociedad contemporánea, y termina privilegiando una visión suntuaria de sí. En el proceso, el gimnasio realmente parece haber logrado «ganar» o «cautivar» a su clientela, pero la concepción de «cuerpo sano» no; es decir, aquí el cuerpo sano aún no se vislumbra como necesidad primaria. Es así que todo esto nos permite ver cómo los programas de prevención y promoción de salud implementados por el Estado, tienen el reto de ir más allá de la mera oferta de productos (pastillas, inyecciones, infraestructura, etcétera), y deben abordar también las motivaciones y el entorno social y simbólico en el que están inmersos (las representaciones asociadas a la recreación, la actividad física y la salud, nociones hoy fuertemente influenciadas por los valores presentes en los medios de comunicación, etcétera). Dentro de esto, la tarea pendiente sería el convencernos de que gastar tiempo o dinero en el ejercicio es invertir en mejorar nuestra salud, o mejor aún, el crear una cultura de deporte que aquí parece ser casi inexistente —y ya hemos visto la relativa eficacia que tiene el gimnasio en este aspecto.

En esta primera parte del artículo, nos hemos centrado en la descripción de las formas de organización y funcionamiento, así como en los principales discursos que existen en el gimnasio Miramar; todo lo cual nos permite comprender mejor, el contexto en el que la alumna se encuentra, pero desde la perspectiva de los «expertos» (dueños y profesores). A continuación, nos centraremos en las dinámicas de acción e interacción que suceden en esta esfera, solo que ahora, enfocándonos en las narrativas y performances de las alumnas.

2. Las chicas de baile

El público participante de las clases de baile del gimnasio Miramar es en su totalidad uno femenino. El rango de edad del grupo es amplio, según el dueño, el 80% de las alumnas tiene entre 30 y 50 años de edad. Por otro lado, debo decir que la mayoría de ellas reside o ha residido durante mucho tiempo en los distritos de San Miguel, Magdalena y La Perla (Callao). E igualmente, casi todas son amas de casa dedicadas a sus hijos y/o esposos; algunas con hijos infantes, otras más bien orgullosas madres de profesionales y/o padres de familia. Varias se dedican también a algún negocio propio o labor remunerada, para lo cual no tienen una preparación universitaria, pero sí una técnica (como estilistas, secretarias, costureras, etcétera).

Para estar en las clases de baile, la mayoría de estas alumnas han adquirido alguno de los paquetes que ofrece el gimnasio, que puede costarles desde los 50 hasta los 90 soles mensuales (dependiendo de la época del año, las promociones vigentes, la cantidad de meses adquiridos, etcétera). Estos paquetes les permiten hacer uso de todas las instalaciones en todos los horarios disponibles, es decir, ellas pueden ejercitarse en la sala de máquinas, como participar en cualquiera de las clases grupales —baile, step, tae bo, spinning—. Sin embargo, dentro del salón de baile también existe un número reducido de mujeres que acuden más esporádicamente a las clases, y solo pagan por cada sesión a la que asisten (7 soles).

Esta investigación profundizó en la experiencia de ocho participantes de las clases de baile.9 A ellas se les hizo un seguimiento diario, tanto a través de observación, como de conversaciones informales. Además, de forma complementaria, al final del trabajo de campo también se les realizó entrevistas a profundidad semiestructuradas. Y aquí debo resaltar que la observación participante fue no solo una técnica de exploración inicial, sino una estrategia permanente e imprescindible para aprehender emociones, significados, sentidos comunes y muchos otros datos importantísimos que las alumnas no se atrevían o no podían a explicitar directamente mediante palabras, pero que sí se volvían evidentes a través del análisis del conjunto de su lenguaje corporal, «presentación» e interacción social, y otros detalles de su vida diaria (Goffman 1981).

Debo decir también que las ocho alumnas o «informantes claves», además de ser escogidas por su permanencia y relativa constancia en el gimnasio a lo largo de los meses de investigación —es decir, son alumnas matriculadas—, también fueron incluidas debido a que sus experiencias podían remitirnos al menos a un discurso o performance, recurrente y/o «típico», dentro de estas clases de baile. En ese sentido, debo decir que no se trató de una muestra que reflejara probabilísticamente el universo de las características sociodemográficas del conjunto de las alumnas, sino más bien que se conformó una muestra que intentaba reflejar el universo de los sentidos creados recurrentemente —expresados en las diversas narrativas y performances— dentro del gimnasio Miramar.

El ser esbelta

La mayoría de las mujeres que llegaron al gimnasio Miramar lo hicieron con el fin específico de bajar de peso, siendo esto una constante que atravesó los diversos períodos etarios. Así, podemos decir que la preocupación por lucir delgada, por «no subir», por «bajar» kilos, o por «quemar calorías», etcétera, es un preocupación general, pero que se va estableciendo al interior de cada grupo y de cada mujer de forma diversificada. Apoyándose en discursos que ora echan mano de estándares estéticos, ora se rige según los estándares del instructor, luego vuelven sobre los discursos de su médico de cabecera, o finalmente incluye los comentarios, consejos y experiencias de la mejor amiga, etcétera. Esta mujer se encuentra reconstruyendo constantemente el cómo ha de ser y el cómo ha de alcanzar su ideal de cuerpo esbelto. Además, la elección de la modalidad deportiva a realizar o la elección de uno o varios de los diferentes estándares de entrenamiento presentes en el gimnasio, de las clases y horarios en los que se participará, de los profesores, etcétera; está asociada a diferentes aspectos y esferas de la vida personal de las alumnas: a experiencias pasadas, a metas futuras, a otras elecciones realizadas fuera o dentro del gimnasio, etcétera.

Kogan (2005), ha señalado el ideal de «cuerpo clásico» (serio, controlado, cerrado, individual y medido) que parece predominar en sectores medio-altos; mientras que el ideal de «cuerpo grotesco» (excesivo, incontrolado, abierto y dispuesto a la contaminación) parece predominar en los sectores medio-bajos, donde «la práctica de ejercicios no vislumbra como ideal de cuerpo esbelto» sino la búsqueda de «‘un trasero prominente, delantera, buenas piernas [...]’». (p. 155). A lo largo del presente estudio, ni los testimonios directos ni las rutinas diarias de estas alumnas nos muestran una preocupación por lograr un cuerpo «voluptuoso» o «voluminoso» en el trasero, piernas, etcétera. Es más, veremos más adelante, que una de las alumnas nos decía: «me centraba en lo que eran piernas, le pedí eso al instructor [...], porque yo soy un poquito ancha abajo, entonces trataba de hacer ejercicios que me bajen el volumen». Esto, tal vez nos indica que ciertos aspectos en los estándares de belleza de estas mujeres se encuentran en reelaboración. Aunque en realidad, esta preocupación por tener un cuerpo esbelto, parece estar muy vinculada a los tradicionales discursos de género de nuestra sociedad. Y es que el cuerpo voluptuoso se asocia con la imagen de la «vedette» y con una serie de imágenes (desde «seductoras» hasta «recorridas» y «prostitutas») que dentro de nuestra clase media se tienden a ver como negativas y rechazables por cualquier mujer (Fuller 1998, Huerta-Mercado 2004).

Por otra parte, la relación entre la búsqueda del cuerpo esbelto y las nociones culturales de roles de género, también parece hacerse evidente en otro aspecto de la performance de estas alumnas. En general, el rechazo al weight training y el bulkout10 se ha entendido como algo muy propio de una mirada que relaciona: por un lado lo esbelto, con lo delicado y lo «femenino». Y por otro, lo tonificado, con lo musculoso, con lo «masculino» (Spielvogel 2003). En Miramar, en su mayoría, las mujeres no hacen o dejan de hacer pronto el weight training, y en general muchos otros aspectos implicados en cualquier régimen deportivo y de adelgazamiento —como las dietas—. En algunos casos, la poca asistencia de estas mujeres a la sala de máquinas, efectivamente se relacionada con una suerte de temor o rechazo al desarrollo de un cuerpo musculoso y —por tanto— masculino. Sin embargo, debo precisar que esta elección —así como aquella de no seguir una dieta estricta— se encuentra también íntimamente relacionada en la mayoría de los casos con un interés y un discurso que va más allá del mero fin de adelgazamiento, y que se puede comprender mejor con relación a aquel discurso «placentero» del gimnasio (Cartoccio 2004). Así, se comprende que el profesor de las clases de baile nos diga: «[¿Quienes son las más disciplinadas en el gimnasio?] Aquí no hay, vienen a bailar por divertirse más que todo, o a veces tienen trabajos y están super estresadas y ven el baile como algo para desestresarse y entran por eso más que todo, no tanto por quemar calorías…sino por des estresarse».

Así, respecto al modelo ideal de cuerpo femenino, vemos que la esbeltez se consagra, al estar íntimamente vinculada con las concepciones sociales y búsquedas personales del mostrarse «femenina» y «decente». Por un lado, en oposición al cuerpo robusto, musculoso y por ende masculino; la mujer de la clase media no deja de ver su propio cuerpo como uno que debe ser delgado y por ende delicado y «femenino». Por otro, esta mujer también intenta alejarse de la imagen «voluptuosa» que se entiende propia de la «vedette», «prostituta», etcétera. Es así que todo esto nos muestra, cómo los ideales de belleza prescriben aceptados comportamientos de género y clase. O dicho de otro modo, cómo una serie de obligaciones sociales y responsabilidades familiares terminan siendo proyectadas en el cuerpo físico de estas mujeres.

Fuera de ello —y a pesar de que es una suerte de sentido común entender el gimnasio y a las mujeres que allí acuden, con relación a la búsqueda mecánica del cuerpo bello o delgado, negando y mirando con nostalgia la posibilidad de desarrollo de cualquier otro tipo de motivaciones— debemos notar que la búsqueda del cuerpo esbelto no implica que estas mujeres no desarrollen otros intereses que escapen y/o progresivamente se planteen en oposición al interés de ser esbelta. Con relación a ello, es que quisiera hacer hincapié en dos aspectos clave observados en la performance de estas mujeres, y para ello, será necesario observar más de cerca uno de los casos:

Durante el trabajo de campo, «Claudia»11 era la «alumna nueva». Una secretaria de treinta años, soltera y sin hijos, con un trabajo a tiempo completo que —según ella lo resaltó en la entrevista— la ha coadyuvado a tener «una vida demasiado sedentaria.

Era un tema que, me levantaba, me bañaba, me cambiaba, me iba al trabajo, regresaba, me bañaba, me acostaba y nada más. Estar sentada en una oficina, la verdad que es fatal, y ya pues empecé a notar [...] que la ropa no te queda, dices tienes que hacer algo como sea, y así es como me animé porque ya vi que estaba subiéndome demasiado de peso [...].

Es muy claro que el ingreso de esta alumna al gimnasio estaba vinculado a su interés por bajar de peso. Esto se evidenciaba también en las conversaciones que Claudia tenía con sus instructores y compañeras, en las que mencionaba cómo las clases de baile le permitían «bajar» los «brazos de camionero», «quemar la barriga», o «botar» la pizza que comió el día anterior, etcétera.

Después de casi un mes en el gimnasio, Claudia iba abandonando progresivamente el entrenamiento específico que su trainer le había dado y que consistía en la combinación del weight training con las clases grupales cardiovasculares (step, baile, etcétera), para alcanzar los «resultados» que ella quería. «…más que nada me centraba en lo que eran piernas, le pedí eso al instructor, yo soy un poquito más ancha abajo, entonces trataba de hacer ejercicios que me bajen el volumen (máquinas); pero como no he sido tan constante, no he ido tanto, no he dado tantos resultados [...] él me dijo, si haces máquina más el baile que te gusta pues olvídate [...]». Claudia dejó de ir a la sala de máquinas para en cambio asistir diariamente y sin falta a las clases de baile. La inconstancia de Claudia en el entrenamiento que se supone le llevaría a alcanzar su ideal de cuerpo esbelto, en realidad no implicaba que Claudia dejara de estar interesada en ser delgada, pues en pos de este anhelo, venia incorporando a su rutina diaria algunos de los diversos consejos recibidos: las cremas reductoras que sus amigas le recomendaron, las dietas de los instructores, etcétera; incluso ella nos decía directamente: «…me falta todavía bajar». Pero entonces, ¿qué significa esta inconstancia en su rutina de entrenamiento? Al volver sobre las conversaciones informales de Claudia y sobre el cómo en ellas definía las clases de baile, pudimos notar que para ese entonces, Claudia había dejado de referirse a ellas en términos de su efectividad para poder «bajar» o «quemar calorías», y más bien ahora indicaba cómo ellas le permitían lograr un «mejor ánimo», «estar despierta, full pilas» incluso fuera del gimnasio:

[...] el trabajo te da ansiedad, la tensión que tienes allí, entonces no tienes como soltar eso[...] tu vienes del trabajo así con un stress, no solo del trabajo sino el tomar tu carro para ir hasta tu casa, estar en el micro, esperar y que no te roben, y esos temas, y llegas a tu casa un poco tensa, y antes yo como te digo, me bañaba, tomaba algo y me acostaba, ahora no estoy de mejor ánimo, incluso en el trabajo… estoy despierta, full pilas [...]… o sea, como la rutina es constante, si te pone más ágil; lo percibí más en mi cumpleaños… que baile todo y he estado desde tempranísimo hasta la madrugada y ni me cansé ni nada, y estaba bien bailando y bailando.

Así, el cambio de Claudia estaba sumamente ligado al desarrollo de otro tipo de interés dentro del gimnasio, que ponía en valor la obtención de un «mejor ánimo», el desarrollo de una actitud «despierta» y «full pilas». Con este tipo de narrativa, parecería que Claudia solo se deja «cautivar» o guiar por aquel discurso del dueño y de los profesores de baile, al asumir como positivos valores constantemente iterados como tal dentro del gimnasio, y en general en la modernidad, o posmodernidad —donde se «performa para seguir performando»—, para «responder flexiblemente a los mandatos de la postmodernidad» (Sevcenko 1992, Kogan 2005). Precisamente, al respecto Claudia señala que a pesar de tener un horario de trabajo bastante largo, acude diariamente y sin falta a las clases nocturnas, incluso cuando ha tenido un día «agotador», porque «no sale más cansada», sino «relajadísima», «como nueva»:

[...] llego de mi trabajo, estoy llegando más o menos a las 7.30 u 8, a veces salgo un poco más tarde [...] entonces he tomado el último horario de baile, específicamente de baile… por ejemplo, yo ayer y antes de ayer, me sentía súper agotada porque tenía que hacer los sobres para todas las invitaciones, llamar a todo el mundo, confirmar asistencia, porque nosotras solo somos dos, y entonces estaba saturadísima, saturadísima. Llegué a mi casa; y con qué cara habré llegado que mi mamá me dijo, ‘ah ya no vas a ir al gimnasio, te sirvo algo para que comas’, ‘no mamá, voy al gimnasio’; me cambié, vine así con mi botellita y mi toalla, y salí relajadísima. Tú dices no, salgo más cansada, pero sales como nueva; eso es lo que yo le veo de ventaja, porque mi trabajo es súper estresante.

Es necesario advertir, sin embargo, que en realidad Claudia desarrolla una narrativa o sentido particular de todos aquellos discursos presentes en el gimnasio. Notemos cómo, partiendo de sus propias vivencias —sobre todo con aquellas que se refieren a su vida diaria, a su trabajo— ella identifica las clases con un «estoy despierta, full pilas…», «más ágil», con una serie de «ventajas» que se hallan precisamente en oposición a su experiencia habitual «estresante», y «demasiado sedentaria». Es así, que nos comenta que la razón principal por la que ha dejado las máquinas (weight training) y las clases de spinning, es porque en aquellas «estás quieta», indicándonos a su vez su interés específico por «moverse mucho» y escapar de su rigidez cotidiana:

[...] tengo más ritmo que antes, me muevo mejor, separo mejor mi cuerpo, por ejemplo acá te hacen mover mucho los hombros, de las caderas, y antes no pues, como que era mucho más rígido, eso, me he soltado [...] en el spinning [...] es que es solamente subir y bajar, retroceder un poquito, por más música que te pongan estás quieta y solamente pedaleas, no digo que no me guste, pero definitivamente no es mi favorito, prefiero moverme.

Así, después de ver este caso, lo primero que quiero enfatizar es que cada alumna dentro del gimnasio desarrolla una narrativa personal o particular sobre el cómo se «ve», pero además, va construyendo una sobre el cómo se «siente».

Del cómo me veo al cómo me siento:
El involucramiento personal con las clases de baile

Al preguntarles sobre su actual relación con las clases de baile, todas y cada una de las participantes señalaron que estas les permiten experimentar una serie estados de ánimo que pueden ir desde el desestresarse, relajarse, u olvidar; hasta el divertirse, despertar, estar «pilas», etcétera. Este tipo de mirada sobre las clases de baile ciertamente puede estar muy relacionada con el discurso que el dueño y profesores insisten en difundir: el gimnasio como lugar «chévere, relajado y divertido». Sin embargo, debo insistir en que este concepto genérico de felicidad es interpretado y valorado por cada una de las alumnas de manera muy particular al implicar reflexiones sobre las propias experiencias: sobre la relación habitual que tiene con su propio cuerpo, sobre sus vivencias pasadas, etcétera. Es así que Claudia nos decía que para ella las clases eran específicamente una oportunidad para estar «despierta, full pilas». Mientras que, Cecilia, otra de las alumnas, afirma que entiende sus clases como un «desestresarse» u «olvidarse de sus cosas»: «me desestresa, me hace olvidar mis cosas de… cualquier problema [...]».

Podríamos decir que dentro del gimnasio cada alumna se encuentra constantemente negociando: la validez y/o grado de importancia otorgada a cada una de las metas e intereses que se ha forjado —dentro del gimnasio y fuera de él—; y además, los sentidos específicos que los discursos que interesan han de cobrar (según sus vivencias presentes y pasadas). Así, por ejemplo, es muy usual que las alumnas se apropien de o enriquezcan aquel discurso de felicidad del gimnasio, vinculándolo con una serie de elementos que podríamos calificar de muy «criollos» o muy propios de nuestra cultura popular urbana (Huerta-Mercado, 2004), con una serie de elementos que no concuerdan con el concepto fitness ni mucho menos con su interés de alcanzar un cuerpo esbelto, pero que de igual forma son adoptados por estas alumnas en tanto constituye una parte importante de sus sentidos y renovados intereses de «relajación» o «diversión». Lo que nos cuenta Cecilia ejemplifica muy bien este aspecto:

[...] yo trato de que ese día sea súper relajado, por lo general me gusta juntarme con todas mis amigas del gimnasio, con ustedes que me encanta, sonreímos chapoteamos, me desestresa tremendamente, y trato de que ese día, por ejemplo, mis cosas de trabajo, trato de acabarlas el martes, porque el miércoles en la mañana tengo gimnasio a las 10 de las mañana, entonces nosotras como que nos tomamos el día, puedo decir una palabrita… plan H, entonces ese día estamos en plan H, a las 9 y pico llega Gina acá, porque Gina también se mudó, Gina se mudó a San Isidro, entonces Gina viene para acá, Dayana es la única que se quedó allá nada más... Entonces Gina viene para acá y de ahí nos vamos las dos juntas al gimnasio; de allí nos vamos a un sitiecito, a un mercadito que tiene Dayana por su casa, y comemos ensalada de frutas, nos vacilamos, plan H todo el día… comemos ensalada de frutas, esas cosas sanas, y de ahí dejamos a Dayana en su casa, y de allí nos venimos para acá con Gina, Gina se baña, se cambia acá, igual que yo, por lo general le preparo un almuerzo rico, almuerza acá y tonteamos, vemos televisión conversamos nos reímos, y esas cosas, y como a las cinco Gina se va a su casa, a veces la jalo cuando tengo que hacer por allá, a veces se va en su micro, o a veces viene en su carro también, y ese es mi día de gimnasio, la verdad es que trato que miércoles sea mi día relajado, a veces no puedo, pero cuando tengo algunas cosas de trabajo muy urgentes no, pero por lo general trato de que sea así plan H todo el día (risas).

Lo citado líneas arriba, nos permite ver claramente cómo aunque Cecilia llegó al gimnasio enfocada en el bajar de peso y mejorar su salud («Yo soy hipertensa, entonces el doctor me dijo que haga ejercicio, bueno como yo quería bajar de peso, primero hice dieta [...] llegué por eso, por hacer un poco de ejercicio por mi hipertensión, y por bajar de peso…»), hoy para ella las clases de baile han cobrado un sentido diverso que las asemejan, más bien, a un plan de esparcimiento, a un «plan H», que incluso parece dejar «lo saludable» reducido a una ensalada de frutas (que para ella significa algo sano). Recordemos que por un lado, Cecilia nos comentaba acerca de su actual experiencia en las clases de baile: «…yo me vacilo, me desestresa, me hace olvidar mis cosas de… cualquier problema [...]». Y que por otro, ella es ahora una de las infaltables alumnas que después de clases, suele ir con sus amigas —e incluso con el profesor— a comer platos «ricos» —como milanesas, pollo a la brasa, etcétera— pasando por alto sus propias opiniones iniciales como «si no haces dietas no bajas». Pero la importancia que Cecilia otorga a las clases de baile, entendidas como un «plan H», un evento de esparcimiento y/o recreación social, se puede notar en varios otros detalles, por ejemplo, al inicio, al estar interesada sobre todo en bajar de peso, se inscribió en Miramar porque buscaba cualquier «gimnasito [...] cerca de la casa porque cuando es lejos no vas». Hoy, Cecilia se mudó de lugar de residencia, y por tanto, Miramar le queda mucho más lejos; no obstante, ella no ha cambiado de gimnasio, sino que sigue asistiendo a Miramar, ya que es allí donde siempre se podrá reunir con su antiguo grupo de amigas. Más aún, sorprende, el cómo Cecilia ha buscado activamente repetir tal experiencia de recreación social a través del baile, reproduciéndola también en otras áreas y/o esferas de su vida social. Así, por ejemplo, desde hace algún tiempo ella ha reunido a sus amigas madres de familia del colegio de su hijo, para tener clases de baile en conjunto en algún salón del colegio o en su propia casa: «…igual los miércoles me voy para allá (a Miramar), y los martes y viernes, yo he contratado al profesor (Danny) y nos da clases a mis amigas y a mí en el colegio de los chicos, de Franco (su hijo) que está acá al frente (al frente de su casa)».

De esta forma, podemos ir viendo que estas mujeres además de desarrollar un interés por el «cómo se sienten», también se encuentran motivadas por la interacción social que pueden desarrollar en este espacio. Y precisamente, este es el segundo punto que quiero enfatizar; pues, como veremos más adelante, ellas relacionan sus clases con una posibilidad de «soltarse», de «hacer crecer su círculo social» y, más aún, desarrollar una identidad grupal o colectiva.

Grupos para «distinguirse»:
Modelos y negociaciones de reconocimiento y poder

[…] te suelta un montón, y conoces otra gente… no es las caras que ves todos los días, no pues, estás en tu casa, tu trabajo, ya ves otras caras, tu círculo social crece un poquito. (Claudia, alumna)

[…] crece tus amistades, o socialmente tu… tienes más conocidos porque es bonito, uno algunas veces viene al gimnasio a hacer vida social no, porque sino imagínate venir bailar todo seria y de allí irte seria, que feo. Como que crece eso. Para que, tu creces socialmente, yo creo que si [...]. (Dayana, alumna)

Los testimonios que hemos ido viendo nos indican cómo la experiencia estas alumnas dista ampliamente de aquella del «cliente individualizado» de la que nos hablan Cartoccio (2004), Cole (1994), Hargreaves (1994) y otros autores que nos insisten en la idea del «aislamiento» del sujeto en el gimnasio moderno.12 Aquí, el caso de Cecilia, por ejemplo, nos ha permitido ver la formación de grupos de amistad que a través de los años y las experiencias vividas dentro o fuera del gimnasio, se consolidaban y conservaban su unidad, incluso cuando habían cambiado de profesor, de gimnasio, de distrito de residencia, etcétera. Sin embargo, otro proceso que es igual de importante notar sobre la relación entre alumnas —aunque algunos autores lo consideren como un signo más de individualización o «aislamiento» (Cole y Hargreaves 1994) — es que dentro del gimnasio suceden rivalidades y competitividades entre ellas. Y precisamente, tales hechos son importantes, en tanto lejos de significar un aislamiento entre las alumnas, nos muestran la presencia de mecanismos de oposición y competencia, que constituyen una parte esencial de un juego de interpelaciones para la producción y presentación de sus narrativas o crónicas de identidad (tanto individuales, como grupales). Es decir, en general, hay procesos de configuración personal, de desarrollo de sentidos, que tienen en lo «colectivo» un gran apoyo y esto en al menos tres sentidos: cada «otro» (grupal o individual) es alguien que interpela constantemente, que descentra al otro; este otro es al mismo tiempo un modelo o contra modelo potencial en quien inspirarse o frente al cual crear oposición; al interior de cada grupo se logra una sincronización de experiencias, valores, discursos, etcétera (Wacquant 2006).

En la siguiente conversación podemos ver, por ejemplo, cómo una serie de rumores, comentarios sueltos, exageraciones de detalles, etcétera, en realidad más que ser solo «chismes»,13 van construyendo poco a poco la imagen de un otro colectivo («Todas ellas son así») que termina siendo completamente diferente y opuesto al «nosotras», a pesar de que —como ya hemos señalado en la descripción— todas estas alumnas compartan muchas características en común:

Dayana: La Elena es la confianzuda…

Cecilia: el día que yo vine… ella es a la que el marido la sacó a patadas de acá. El marido la sacó a patadas de acá, yo la he visto… Ella estaba planeando con Yesen…

Dayana: a mí me sacan a patadas no me aparezco nunca más

Elizabeth: yo también digo… si me hacen un roche así yo jamás vuelvo ¿no?

Cecilia: y son achoradas… [...] En la noche, el viernes… Dayana y yo estábamos allá (en la primera fila) casi pegadas al espejo, había gente atrás… ellas han venido acá y plash se pusieron delante de nosotras. Ni bien han pisado acá (adelante) yo las agarré a las dos y les dije: ‘oye no sean frescas pues’. Las agarré a las dos de acá (hizo una demostración agarrando a Dayana por la espalda, cogiéndole hasta el hombro) y Elena y Lurdes se quedaron heladas cuando yo hice eso. Lurdes se fue para atrás, entonces yo agarré y dije, ‘Lurdes, estás con barriga (embarazada), tienes gente a los costados te vallan a dar un manazo’. Se lo dije por fregar también… para demostrarles a esas que hay que ser respetuosa…

Dayana: pero esa loca de Luz siempre tiene problemas con su marido creo, porque [...]

Cecilia: Todas ellas son así.

                              (Entrevista grupal)

Así, debemos notar que se tiende a «hacer» un grupo, donde esto implica procesos activos tanto de «mostrar hacer», como reflexivos de «explicar este mostrar hacer», y lo que está en juego es la afirmación de una identidad, e incluso, la de una «diferencia» y/o «distinción» (Schechner 2002, McKenzie 2001, Bourdieu 1991). Notemos lo que el coordinador del gimnasio nos dice respecto de sus alumnas: «… uno nota cuando por ejemplo hacen grupos, pero no son grupos simplemente de amigas sino hacen grupos para distinguirse, que unos [...] son más populares, otras son más desenvueltas, y cada uno hace su grupo y después solamente hay que cuidar que no hayan esos conflictos [...]».

Fuller (1998), al analizar los discursos de feminidad presentes en algunos diarios peruanos, halló en estos la expresión/producción de tres modelos de mujer: «La que se fue», aquella «sumisa y seductora», la joven guardada. El modelo «mariano», que «cumplen con el deber de dar buen ejemplo». Y la mujer «moderna», la que «se delinea por oposición a las normas tradicionales, a la jerarquía de géneros y por reafirmar su sexualidad. [...] reclama para sí la afirmación de su independencia respecto a la tiranía del ‘que dirán’…». Lo que quiero señalar es que dentro del contexto de las clases baile del gimnasio Miramar pudimos ver cómo, entre las narrativas y performances de estas mujeres, surgían identificaciones o nociones de feminidad que de muchas formas estaban estrechamente vinculados con los modelos descritos por Fuller y que ciertamente —como la autora nos lo advirtió— de una u otra forma han venido siendo parte del imaginario común de nuestra sociedad desde hace bastante tiempo atrás.

 

 

Pudimos encontrar la expresión de tales modelos de feminidad, en la «competencia» o disputa intergrupal dada ante la mirada del profesor. Por ejemplo, un grupo de mujeres llamadas «las populares» por el dueño del gimnasio, se definía como «tranquilas, respetuosas, decentes», incluían en su narrativa muchos elementos propios del modelo «mariano» de Fuller, así como del modelo más tradicional («la que se fue»). Este grupo de «las populares» se oponía a otro grupo al que llamaban despectivamente las «garabatos». Las narrativas y performances de este último grupo —llamado por el profesor como «las eléctricas»— coincidían con el modelo de mujer «moderna», sobre todo en tanto parecían soslayar o tratar de invertir el «orden» tradicional del aula, al tomar control de elementos, signos y/o roles que se entendían correspondían exclusivamente a «el» profesor.14 Así, por ejemplo, la preparación de la indumentaria, el estilo fuerte de baile, la actitud decidida, incluso la ubicación del profesor en el aula (la tarima) y otros detalles, fueron progresivamente apropiados y/o desafiados por las «eléctricas» como parte de su crónica de identidad.

Desde esta perspectiva, podemos ver las clases de baile como un campo en donde se van discutiendo nuestras nociones culturales de género e identidad femenina. Y podríamos decir, que en el salón las negociaciones son abiertas y ritualizadas, planteándose incluso una negociación a otro «nivel»: «se pasaron al nivel de que ya ellas se sentían dueñas»; señalaba el dueño al referirse al proceso en el que las «eléctricas» se apropiaron de los signos de poder del profesor. Sin embargo, este proceso de negociación en el aula tiene otro aspecto a notar; y es que ante la mirada colectiva, solo el comportamiento de las populares resultaba el aceptable, es decir, no provocó mayores opiniones negativas del dueño y el staff de profesores (quienes tradicionalmente detentan el poder en el ámbito de las clases de baile). En cambio, aquel grupo modelo de mujer «moderna», poco a poco fue hallando diferentes trabas en su performance; «trabas» que fueron desde la desvirtualización discursiva de sus acciones (chismes, calificativos despectivos, etcétera), hasta su expulsión del escenario acción (el dueño les pidió que se fueran y les negó la entrada al gimnasio.). De esta forma, en la competitividad grupal, trascendió el modelo de mujer de las populares, y con ello se reconocieron también las diferencias de género de nuestra sociedad, aquellas que se entiende han sido cuestionadas por el modelo moderno de las eléctricas. No obstante, hay que resaltar también, que precisamente a raíz de esta experiencia e interacción colectiva en el gimnasio, cada una de las alumnas (populares y eléctricas) en su experiencia individual, fue reelaborando cada uno de estos modelos y construyendo narrativas sobre sí mismas, que ciertamente incorporaban elementos propios del modelo «mariano» o «la que se fue», pero también elementos propios del de mujer «moderna» (como la independencia del qué dirán, la declarada autoafirmación o gusto por «lo difícil», etcétera). Es decir, de alguna forma estas alumnas reconciliaban o superaban las supuestas oposiciones entre los modelos de mujer. Notemos, por ejemplo, cómo alumnas del grupo de las «populares», en las entrevistas personales, terminaban identificándose con valores propios del discurso de las «modernas»:

[…] era como que la gente me estuviera mirando a mí lo que bailaba y lo que hacía. Pero ahora no, estoy más suelta y así mire la gente, da igual, ya me concentro en mi baile y en lo que hacemos con mis amigas, y nada más, pero antes si tenía ese temor al qué dirán, un poco al rechazo, ahora no, voy contra eso, ahora si me siento más libre, si miran o no miran, si dicen o no, me da igual. [...] además vas conociendo más gente, más chicas, te vas haciendo más amigos, cosa que yo, como te digo, yo estaba antes en la casa nomás, no salía ni al baile, ni a fiestas ni a reuniones, estoy en la casa, y de la casa me voy a ver a mi mamá a Mala, ¿y de allí?, prácticamente como ama de casa estaba, ahora ya salgo, conozco amigas. (Alumna integrante de las «populares».)

Los lunes y los miércoles no me pierdo por nada de ver a mis amigas, de venir a mis clases, a veces así como paro ‘me tengo que ir al gimnasio, me tengo que ir al gimnasio’, como que él dice (el esposo) ‘pero quédate’, o sea uno que otro está así no, pero [...] yo le digo ‘no te metas con mis clases porque eso si los lunes, los miércoles son sagrados para mí’, ya pues y él sabe [...] por eso te enseña a que no te quedes allí, así o asa, como que te enseñan nuevas cosas. A mi si me gusta, bueno al menos yo y el grupo de mis amigas, como que nos gusta eso, el reto, así nos gusta como que lo difícil y no estamos tranquilas hasta que nos sale lo que queremos, o sea no soy como otras personas que dicen ‘¡ay no muy difícil, mejor no, mejor no entro…’; al contrario… atrévete[...] (Alumna integrante de las «populares».)

Los testimonios arriba citados son importantes porque nos muestran la reflexividad de estas alumnas sobre sus acciones, y cómo estas implican un esfuerzo abierta y conscientemente desarrollado. Nos recuerdan, por ejemplo, que el solo hecho de que asistan diariamente a clases y «estén allí», ya implica pequeños actos como el no quedarse en sus casas, reunirse con sus amigas y tener «un plan H», o bailar en público y «exponerse» a las miradas o al qué dirán; en fin, toda una serie de actos que escapan de su cotidianidad y se apartan los modelos más tradicionales de reconocimiento femenino.

3. Algunas reflexiones finales

Butler (2002) nos dice que la performance tiene un poder de transgresión y resistencia, así como uno de dominación y normatividad. Siguiendo esta última perspectiva, McKenzie (2001) sostiene que «la performance es para los siglos XX y XXI lo que fue la disciplina para los siglos XVII y XIX, es decir, una configuración de saber y poder» (McKenzie 2003: 117). El autor nos habla de una «administración del desempeño» (performance management), o de lo que Lazzarato (2005) describe como un «crear mundos» para los empleados así como para los consumidores de las corporaciones, lo cual implica en realidad un conjunto altamente codificado de prácticas estéticas y mecanismos escénicos para la gestión de nuestras mentes, de nuestro sentido común; es decir, los entornos estéticos son actualmente manejados con la finalidad de controlar nuestro comportamiento, se trata de instancias manipuladoras que tienen como enfoque las experiencias sensoriales, afectivas, cognitivo-creativas y físicas, incluso los modos de vida enteros y las experiencias social-identitarias de un grupo o cultura de referencia. En este sentido, McKenzie afirma que «la performance es la matriz de poder de la globalización», porque actualmente el poder circula, ya no con una lógica disciplinaria, sino con una lógica performativa.

En Miramar, encontramos un conjunto de elementos diversos (letreros, imágenes, música, comentarios «casuales», vestimenta y actitud del dueño y los profesores, etcétera), que en conjunto representan un mensaje de forma inmediata y a la vez van moldeando diariamente a las personas que aquí se encuentran. Se trata de discursos hechos actos, gestos, reflejos corporales, estímulos difusos y sensoriales, etcétera, que añaden a la fuerza de su propia evidencia el de la tradición, la costumbre o la comercialidad. Dentro de esto, debemos notar que precisamente en virtud de la múltiple vinculación con las novedosas propuestas del mercado, a la vez que con los discursos más conservadores de la sociedad y por supuesto también con los propios intereses del gimnasio —incluso con aquellos más personales de cada profesor—; es que todo ello no significa necesariamente la imposición de un único modelo de forma omnipresente para todas las alumnas, sino la oferta de diversos, sutiles, efímeros y nunca totalmente acabados «modelos de sentido», que de una u otra forma terminan siendo una mercancía a ser adquirida por cada alumna.

Muchos autores posmodernos coinciden en que podemos dejar de interpretar al consumidor como una víctima pasiva; en que debemos entender el consumo no solamente como un acto en el cual productos (bienes, servicios, prácticas y/o representaciones) son «consumidos» en el sentido literal, sino como un proceso en el que el bien es incorporado simbólicamente en la identidad personal y social de la persona. Desde esta perspectiva, hoy en día «el significado conscientemente elegido en la vida de la mayoría de personas proviene mucho más de lo que consume que de lo que produce» (Appadurai 2001), por lo que la presencia de esta diversidad de modelos, miradas, discursos propuestos para la alumna dentro del gimnasio cobraría gran importancia en tanto energiza «el papel de la imaginación» de la alumna, brindándole «un poder sustancial e impredecible» (Giddens 1991; , Rolnik 1997). Así, todo esto implica que en el gimnasio no necesariamente opera una lógica mecánica de «disciplinamiento», cerrada y geométrica, progresiva y analógica; sino más bien, una lógica que en algún sentido implica lo abierto y fluido, lo continúo y flexible, un orden que ya no requiere meramente del productor-disciplinado, sino de sujetos que participen de manera más creativa en el sistema. Es así que, bajo esta lógica, hemos podido ver el gimnasio como un campo de intervención discursiva y ritualizada, y al sujeto como un actor que puede y debe negociar continuamente aquello que le es de interés propio.

Fuller (2001) nos habla de cómo las identidades masculinas se encuentran en permanente reelaboración discursiva y ritualizada. Lo visto en esta esfera de alguna manera nos muestra cómo las identidades femeninas también pueden adoptar este carácter dinámico y urgido de reelaboración simbólica. La sola concepción social que estas mujeres van adoptando sobre su experiencia en el gimnasio, como una «chévere, relajada y divertida», ya nos dice mucho sobre los procesos de cambio o reelaboración personal y social de estas mujeres; pues finalmente ellas han añadido a sus narrativas, un concepto posmoderno de «alegría» (o de lo «chévere, relajado y divertido»), aun cuando esta noción no pasa necesariamente por la consecución de los logros tradicionales de género. Además, la performance grupal de «las eléctricas» nos confirma este consciente interés por ir más allá de las expectativas sociales del rol de mujer. Más aún, porque sabemos que ellas persistieron en su tipo de narrativa y performance en otros gimnasios de la zona, aun después de haber sido echadas del gimnasio Miramar. Desde luego, sería absurdo negar que las personas sujeto de decisión estén «situadas social y culturalmente», pero creo que ello no significa que no sean capaces de formular preferencias individuales al servicio de la satisfacción de sus intereses, esto es, de la representación que se hacen de sus objetivos.

 

REFERENCIAS

Libros

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---------- 2010b «Solo dos de cada 100 peruanos va al gimnasio». El Comercio. Lima. Viernes 19 de noviembre.

Páginas web

http://www.goldsgymperu.com (Gold Gym Perú)

http://www.sportlifeperu.com/home/ (SportLife Fifness Club)

http://www.energym.com.pe/ (EnerGym)

http://www.andina.com.pe/Espanol/Noticia.aspx?id=SdQ8V81S4hs= (Andina, Agencia Peruana de Noticias)


  1. Es importante hacer esta precisión ya que si hoy uno recorre las calles limeñas es muy fácil toparse con una diversidad de gimnasios. Polarizando un poco la situación, podemos decir que por un lado, está la oferta de grandes cadenas comerciales nacionales o transnacionales, usualmente con grandes establecimientos, maquinaria de última generación, amplio staff, enfocados en los sectores medios-altos limeños como es el caso de Personal trainer, SportLife, etcétera; por el otro lado, existe aquella oferta local, usualmente de una empresa familiar, «del barrio», en establecimientos que pueden ser en realidad una casa o una cochera, con maquinaria que no es la más moderna, y un staff bastante reducido.

  2. Incluso, en un artículo recientemente publicado por una conocida página de internet de habla inglesa — http://www.bookofodds.com — se reconoce de igual modo que: «Solía suceder que cuando se pronunciaba la palabra gimnasio, ejercicios físicos y especialmente pesas, que uno ya comenzaba a oler la testosterona en el ambiente. ¿Y qué imagen evocaban estas palabras? Sudor masculino lloviendo sobre colchonetas desagradablemente empapadas y ese tipo de camiseta apretada por los músculos que hoy en día solo portan aquellos que consumen anabólicos» (Demirjian 2010. La traducción es mía).

  3. Podemos tomar como referencia «La Encuesta Nacional de Desarrollo Social» de 1992 y 1996 y «La Encuesta Nacional de Hogares sobre Medición de Niveles de Vida» de 2000, según las cuales las principales razones señaladas por mujeres en edad fértil para no realizar actividad física fueron: la falta de interés, de tiempo y de infraestructura (Citado en Minsa 2005).

  4. Es importante recalcar al lector, que los comentarios que hago aquí con relación a programas municipales como «Muévete San Borja», obedecen a mi participación en la investigación que la Dra. Gisela Cánepa viene desarrollando sobre «Cultura ciudadana y deporte: el caso del programa Muévete San Borja». A la Dra. Cánepa, quiero expresar mi más sincero agradecimiento por permitirme hacer referencia a su investigación, así como por apoyarme con su lectura comentarios en el proceso de redacción de este artículo.

  5. Cabe resaltar que todos los gimnasios visitados de San Miguel, tienen en su staff solo a profesores varones para sus clases de baile. Tanto los gimnasios de famosas cadenas trasnacionales como Gold Gym, Life –Sport&Fitness, Energym, como en aquellos locales como el Full Gym, Vip Gym, y el Gym Pax.  

  6. Respecto a detalles como la ropa, cabe mencionar que esta es en todas las culturas mucho más que un simple medio de proteger el cuerpo, es «un instrumento de exhibición simbólica, una manera de dar forma externa a la crónica de la identidad del yo» (Giddens 1991).

  7. Recordemos que en el primer capítulo hemos visto que Hargreaves (1994) afirmaba que los discursos sobre el cuerpo en el gimnasio parecen estar permeados por los valores de la publicidad y su énfasis en la apariencia, la moda (lo fashion o the trendy-looking image) y el físico (the sexy-looking shape). (Citado en Real 1999).

  8. Es decir, estos almuerzos son interesantes, en tanto nos muestran cómo el profesor va combinado «estrategias», pues en ellas intenta: convencer a las alumna de que pueden comer un montón y de todo; iterar aquel ideal de «alegría» o «diversión», esta vez entendiendo dichos términos en sentidos más criollos (es decir, como reunión social —«la fiestecita», «la juerga»—, como el compartir «platos bandera» tradicionalmente considerados sabrosos —«comer bien»—, etcétera); y consolidar así también la amistad que tiene con sus alumnas al compartir con ellas la mesa y las diversas experiencias que se dan alrededor de ella.

  9. El número de alumnas en cada clase de baile varía según el horario y el profesor que la dicte. Usualmente, en los horarios de las mañana hay muy poco afluencia, participando un máximo de 7 u 8 alumnas; mientras que por las noches, el público de las clases de baile nunca es menor a 17 personas. Como mencioné antes, durante el día, cada alumna puede participar de una, dos o más de las clases de la mañana, de la tarde, o de ambas, según sus preferencias, posibilidades de tiempo, etcétera.

  10. Respecto al desinterés de la mayoría de alumnas del gimnasio local por el weight training, cabe decir este es un aspecto va marcando una diferencia con lo que sucede en gimnasios de cadenacomo el Gold Gym, y el Life & Fitnness gym, centrándonos solo en gimnasios de cadena con filiales en San Miguel). En estos últimos gimnasios, se puede ver a simple vista, que hay un mayor número de alumnas —mujeres— que hacen weight training.

  11. Los nombres como «Claudia», «Cecilia» y otros, son seudónimos que hacen referencia a las ocho alumnas que gentilmente accedieron a compartir su tiempo, opiniones y experiencias. A todas ellas, reitero mi agradecimiento.

  12. Cartoccio (2004), comparando el gimnasio y el club barrial, se refería a las nociones de Robert Nisbet (1969) para afirmar que en el gimnasio predominan las relaciones tipo «sociedad » y se anulan las de tipo «comunidad». Por su parte, Cole y Hargreaves (1994) también tienen un planteamiento similar, al afirmar que los gimnasios comerciales individualizan o aíslan a las mujeres al promover entre ellas una rivalidad basada en el look.

  13. Cabe notar que para el profesor, estos detalles son cosas de «las mujeres [que] siempre hablan y chismosean».

  14. Las narrativas y performances del grupo de «las eléctricas», así como el de la única profesora de baile mujer del gimnasio, coincidían en su interés por mostrar que la mujer debe: «perder el miedo al ridículo» o «al qué dirán», gustar de «lo difícil», lo «complicado», y sobre todo estar «a la altura» o «al mismo nivel» de los hombres. De alguna manera, este discurso parece encontrar relación con la el tanto con aquel modelo de mujer «moderna» que Fuller ya nos describía, y que hoy parece seguir difundiéndose en los medios de comunicación. Fijémonos por ejemplo en los spots que desde 2001 Sagafalabella viene publicitando, todos con un mensaje similar donde la protagonista es la mujer «moderna», que se «atreve», que «decide hacerlo», que «pierde el miedo al ridículo», que «vence sus miedos»; la que acepta «retos»: «Cambiar es parte de nuestra naturaleza de mujer, ¿Qué cosas cambiaría yo? Cambiaría [...] el sobrevivir por el saber vivir, el miedo al ridículo por un poco de extravagancia… Cambiar da miedo pero, no cambiar…me da terror [...] La gente habla mucho del cambio pero… no cambia. Ven a Sagafalabella y cambia… cambia de una vez por todas». (Spot publicitario «Change» de Sagafalabella); «Vence tus miedos, atrévete, cambia» (Spot publicitario «Miedos» de Sagafalabella).