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Anthropologica

Print version ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.33 no.34 Lima  2015

 

DOSSIER: MEMORIA Y VIOLENCIA POLÍTICA

 

Presentación

 

María Eugenia Ulfe y Nelson E. Pereyra Chávez

Pontificia Universidad Católica del Perú
Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga

 


Coca kintucha, hoja redonda
qamsi yachanki
ñuqap vidayta
kay runap llaqtampi waqallas qayta.
Qamsi yachanki
ñuqap surtiyta
kay runap llaqtampi llakillasqayta.

Mamallayta wachakuwasqa
taytallayqa churillawasqa.
Para puyupi chawpichallampi
para hina muyullanaypaq
1.

Coca Kintucha, tradicional huayno ayacuchano.

El recuerdo es una práctica social que está enmarcada culturalmente. Sus manifestaciones y repertorios son tan variados como sus formas. Es que no todos los actos de la persona ameritan ser procesados como recuerdos. Algunos hechos pasan por nuestras vidas, pero hay experiencias que quedan en nosotros como vivencias. Todorov (2012) dice que no todas las memorias son buenas cuando salen. Además, no todas las memorias salen como recuerdos: algunas se mantienen ahí dormidas u ocultas en nosotros. Preferimos a veces silenciar antes que detonarlas. Del pasado hacia el futuro, por algún impulso importante, vamos marcando nuestro presente y así construyendo historia-historias (Ricoeur, 2004).

Este número de la revista Anthropologica está dedicado a discutir desde la etnografía y la historia la construcción de la memoria de un país en posguerra, como es el caso peruano. El retorno a la democracia en 1980 estuvo teñido de sangre. El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso - PCP-SL declaró una insensata guerra contra el Estado peruano2. Y el Estado peruano no supo cómo proteger a sus ciudadanos; al contrario, la represión y la violencia dominaron y ocurrieron muchas muertes y violaciones a los derechos humanos que hasta hoy afectan nuestro devenir como nación y como sociedad. Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación - CVR, la guerra ocasionó más de 69 000 muertos y desaparecidos y un desgarro en el tejido social, siendo acaso los campesinos quechuahablantes de la zona rural los más afectados (cf. CVR, 2003, I, p. 70).

Aunque ellos fueron las principales víctimas del conflicto, fueron también los artífices de la derrota de SL. Mediante Comités de Defensa Civil y rondas campesinas, y con el apoyo de las Fuerzas Armadas, se enfrentaron a los senderistas para defender sus comunidades (cfr. Degregori, 2003). Después, elaboraron una memoria épica de la guerra con el fin de definir una identidad, establecer nuevas relaciones con el Estado e insertarse en la comunidad imaginada nacional (Del Pino y Theidon, 1999; Gamarra, 2001). Sin embargo, dicha memoria queda silenciada por la memoria oficial propiciada por la élite política del país y consolidada durante el decenio fujimorista, que considera que los efectivos de las fuerzas del orden derrotaron a SL al haber capturado a sus líderes y logrado la deserción masiva de sus combatientes. La memoria, como subraya Elizabeth Jelin (2002), es un campo en disputa y transita por sus propios caminos. En muchos casos, emerge después de años de haberse mantenido ahí, como proponen los ensayos de Renzo Aroni sobre la masacre de Accomarca o Valérie Robin sobre los carnavales en Ocros, ambos en Ayacucho. O se entremezcla con procesos históricos anteriores al período del conflicto armado interno, como sugieren los artículos de Guido Chati, Nelson Pereyra y Nory Cóndor. La memoria toma el terreno cultural para desde ahí erigirse. Los trabajos de Cynthia Milton, Olga González, Iris Jave, Tesania Velásquez y Evelyn Seminario dan cuenta precisamente de eso, de su materialidad y expresión a través de otros repertorios o canales.

La memoria indica la forma como los seres humanos construimos el recuerdo del pasado y lo transmitimos hacia un colectivo. A diferencia de los testimonios orales que nos ayudan a reconstruir con cierta certeza un proceso histórico, alude a un trabajo con los recuerdos que se hace a partir de un marco social, conformado por puntos de referencia que nos permiten localizar y activar el recuerdo (Halbwachs, 2004). No obstante, la memoria también implica selección y, por lo tanto, tiene su contraparte de olvidos, silencios y secretos. Jelin (2002) señala que el ‘olvido político’ refiere al silencio y que hay dos formas de silenciar: cuando no existe una voluntad de escuchar y cuando el silencio libera la carga pesada del pasado para poder mirar el futuro. Trouillot (1995) agrega que recordar y silenciar significan manejo de poder con el fin de ocultar lo que no se quiere revelar o cambiar la figura de aquello que incomoda3.

Los trabajos reunidos en el presente volumen de Anthropologica, revista de la Pontificia Universidad Católica del Perú, exploran las memorias y los silencios construidos por diferentes actores sociales (campesinos, universitarios, artistas plásticos, jóvenes, mujeres de los barrios populares) en torno a la violencia en una coyuntura particular: después de treinta años del inicio de la guerra y más de diez años después de la presentación del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación - CVR. Es decir, nos exponen a otro momento de la guerra pasada. Este otro momento permite que eventos como masacres sean ahora representados en festivales de carnaval, a actores volverse a mirar lo sucedido, y permite también acercarse a nuevas generaciones que no vivieron la guerra. Estas distancias temporales resultan relevantes, ya que nos muestran las preguntas sin respuestas, las búsquedas y su persistencia en el presente, para las generaciones actuales.

Al iniciarse el nuevo siglo, cuando culminaba el decenio fujimorista y la CVR iniciaba su labor, los campesinos elaboraron la memoria épica señalada anteriormente y lamentablemente silenciada por el relato oficial y hegemónico.

Ello ocurre con el recuerdo de la exitosa revolución de Haití de 1794, que no aparece en los textos escolares de Historia Universal por haber sido protagonizada por esclavos afrodescendientes. En el Perú, la figura de Túpac Amaru II, el líder de la gran rebelión indígena de 1780, es silenciada por haber sido reivindicada por el gobierno de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), régimen militar que implementó la reforma agraria y la nacionalización de las industrias y los medios de comunicación. Cf. Cecilia Méndez: Silenciando el pasado: a propósito del 4 de noviembre en http://www.reporterodelahistoria.com/2014/11/silenciando-el-pasado-propositodel-4.html.

Diez años después, aquella memoria campesina presenta fisuras que dejan escapar recuerdos anteriormente silenciados. Los artículos de Nory Cóndor y Nelson Pereyra, Olga González y Valérie Robin, decantan los silencios que los pobladores de San Miguel, Sarhua y Ocros (localidades ubicadas en el departamento de Ayacucho) intentan preservar, y que aluden a conflictos intrafamiliares, disputas intracomunales o desapariciones cometidas por Sendero Luminoso o las fuerzas del orden. Los tres textos historizan aquellos silencios, que en las circunstancias actuales aparecen como los secretos mejor guardados de la comunidad, o ausentes de las representaciones gráficas, testimoniales y performativas.

La distancia temporal también ayuda a encontrar aquellas contramemorias que compiten con las memorias de la violencia y en algunas comunidades terminan convirtiéndose en las nuevas memorias emblemáticas que organizan el recuerdo, el significado y la selectividad (Stern, 2009). Es el caso de las mujeres de los comedores populares de El Agustino, en Lima, estudiadas por Jacqueline Minaya, quien revela que sus acciones para con Sendero Luminoso devinieron de la cercanía a la lejanía, a medida que aparecieron las fisuras entre mujeres y subversivos y de acuerdo con el devenir del conflicto armado interno. Igualmente, es el caso del recuerdo de una gran matanza ocurrida en Ongoy (comunidad del departamento de Apurímac) en 1963, durante las movilizaciones campesinas por la propiedad de la tierra. No obstante, esta última memoria silencia las consecuencias negativas del movimiento y se convierte en una memoria festiva de los campesinos, transmitida a las nuevas generaciones para evitar su olvido total, tal como señala Guido Chati en su artículo.

Según el historiador Pierre Nora (1993), la memoria debe ser activada y socializada a partir de ciertos restos que propician un rito de conmemoración en una sociedad que lo sacraliza todo y en una circunstancia concreta como la actual, que profundiza la brecha entre presente y pasado. Pero somos nosotros quienes dotamos de contenido y significado a estos espacios y lugares de memoria, valorados por los individuos por tener existencia tangible, encerrar experiencias y transmitir los recuerdos. Pueden ser considerados como lugares de memoria no solo los monumentos, dibujos, pinturas y libros: también los actos performativos, que incluyen música, canto y movimiento corporal y coreográfico. Renzo Aroni, Valérie Robin, Olga González, Cynthia E. Milton y Tesania Velázquez, Evelyn Seminario e Iris Jave exploran los carnavales, la colección de tablas pintadas de Sarhua conocida como Piraq Causa, la escultura del «Ojo que llora» en Lima y los dibujos elaborados por pobladores de los barrios de Ayacucho como lugares que permiten la transmisión del recuerdo, pero condensan los silencios y las contramemorias, o también decantan los costos emocionales de la década de la violencia. Nos muestran esos claroscuros que dejó la guerra.

Lugares como los carnavales, las tablas pintadas o los dibujos encierran y transmiten las memorias campesinas, las negociaciones locales, los secretos y sus olvidos. Cabe preguntarse entonces por los recuerdos y silencios de los otros actores sociales, como los jóvenes, por ejemplo. Es decir, ¿cómo se transmite la memoria entre quienes no la tienen de primera mano como recuerdo? Al respecto, el artículo de Iris Jave, Mario Céspeda y Diego Uchuypoma estudia las formas de significación y acción política que este significativo grupo social desarrolla en espacios de deliberación y de acción política, como el de las universidades de San Marcos (Lima) y San Cristóbal de Huamanga (Ayacucho), constantemente estigmatizadas por los medios de comunicación. El escrito resulta notable no solo porque constantemente se ‘denuncia’ la presencia de ‘rezagos del terrorismo’ en ambas universidades, sino porque los jóvenes sanmarquinos y sancristobalinos de hoy son los descendientes de aquellos pobladores de ayer fuertemente afectados por la violencia política, o que reclaman parentesco con uno de los 15 000 desaparecidos que nos legó tan trágico suceso.

En suma, este dossier que el lector tiene consigo explora, desde diversas perspectivas y con variadas fuentes, la compleja dinámica de la historia contemporánea de un país como el Perú. Cada caso permite conocer esa pequeña historia con profundidad etnográfica. Las memorias estallan en escenarios que han generado una separación para con su pasado y han conjugado sus experiencias traumáticas de violencia y represión. Ocurre en aquellas sociedades que han desarrollado el proceso del duelo. Lamentablemente, en nuestro país el duelo todavía no se ha hecho y el recuerdo de la violencia aún lacera. El grito de ‘no hay verdad sin justicia’ clama, y prueba de ello son los familiares de los 15 000 desaparecidos que buscan justicia y reconocimiento sin ser oídos. Advierte Nugent (2002) que el país corre el riesgo de transformar la memoria en sucedáneo de la justicia y esto no debe ocurrir. Por ello, es necesario que primero haya justicia, que los desaparecidos sean hallados y que los responsables de las desapariciones (subversivos, policías, militares, ronderos o sus propios prójimos) sean juzgados, para luego arribar al ‘suave puerto de la memoria’ como sinónimo de duelo concluido y a su enseñanza en escuelas y centros de educación superior para que la historia no se repita.

Con el tradicional huayno ayacuchano entonado por los primeros desplazados y que sirve de epígrafe para estas líneas, nos despedimos y esperamos que esta edición de Anthropologica continúe el debate sobre memoria, justicia y verdad para que se reconozca el dolor ajeno y se ofrezca una subsanación adecuada y honrosa.

 

REFERENCIAS

Comisión de la Verdad y la Reconciliación (2003). Informe final, vol. I. Lima: CVR.         [ Links ]

Degregori, Carlos Iván (2003). Jamás tan cerca arremetió lo lejos. Lima: IEP.         [ Links ]

Del Pino, Ponciano y Kimberly Theidon (1999). Las políticas de la identidad: narrativas de guerra y la construcción de ciudadanía en Ayacucho. En Actores sociales y ciudadanía en Ayacucho (pp. 21-36). Ayacucho: GIIDA.         [ Links ]

Gamarra, Jefrey (2001). Las dificultades de la memoria, el poder y la reconciliación en los Andes: el ejemplo ayacuchano. Ayacucho: Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, Documento de Trabajo N.° 1.         [ Links ]

Gorriti, Gustavo (1990). Sendero: historia de la guerra milenaria en el Perú. Lima: Apoyo.         [ Links ]

Halbwachs, Maurice (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Anthropos.         [ Links ]

Jelin, Elizabeth (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo Veintiuno.         [ Links ]

Nora, Pierre (1993). Entre memória e história. A problemática dos lugares. Projecto História, 10, 8-28.         [ Links ]

Nugent, Guillermo (2002). Para llegar al suave pueblo de la memoria: la política del recuerdo y del olvido al inicio de nuestro siglo XXI. En Marita Hamann y otros, Batallas por la memoria. Antagonismos de la promesa peruana (pp. 13-30). Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú         [ Links ].

Ricoeur, Paul (2004). La memoria, la historia y el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

Stern, Steve J. (2009). Recordando el Chile de Pinochet en vísperas de Londres 1998. Santiago: Universidad Diego Portales.         [ Links ]

Todorov, Tzvetan (2012). La memoria puede ser predominante y autoritaria. Charla en IDEHPUCP. Lima, noviembre de 2012.         [ Links ]

Trouillot, Michel-Rolph (1995). Silencing the Past. Power and the Production of History. Boston: Beacon Press.         [ Links ]

 


1 Coquita de hoja redonda / tú conoces mi vida / lo que lloro en tierras extrañas / lo que padezco en otros lugares. Mi madre me dio a luz / mi padre me engendró / entre nubes y aguaceros / para vagar como la nube / para llorar a mi madre ni hice sufrir a mi padre.

2 En 1980 culminó en el país una larga dictadura militar de doce años que, entre otras medidas, realizó la reforma agraria y nacionalizó las principales industrias y los medios de comunicación. Luego de una Asamblea Constituyente que elaboró una nueva Constitución (la de 1979), los militares convocaron a elecciones y salió elegido como presidente Fernando Belaunde Terry, aquel político contra quien precisamente los uniformados se habían pronunciado doce años antes. En la víspera de las elecciones, SL dio inicio a la lucha armada con la quema de las ánforas y material electoral en la localidad de Chuschi (Ayacucho), hecho que en su momento pasó inadvertido (Gorriti, 1990).

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