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Anthropologica

versión impresa ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.33 no.34 Lima  2015

 

DOSSIER: MEMORIA Y VIOLENCIA POLÍTICA

 

«No matarás ni con hambre ni con balas». Las mujeres de los comedores populares autogestionarios en El Agustino durante la violencia política

«Don’t kill; nor with hunger nor bullets». Women of selfmanaged welfare kitchens in El Agustino during the political violence

 

Jacqueline Minaya Rodríguez

Flacso - Ecuador

 


RESUMEN

Los comedores populares autogestionarios - CPA1 tienen más de 35 años de existencia, desde 1978, a la cabeza de mujeres valerosas, en una Lima pobre, migrante y luchadora. Estas mujeres lucharon frente al Estado por derechos y reivindicaciones, como servicios básicos y políticas alimentarias. Las mujeres hicieron, de temas caseros, políticas públicas que lograron sostener, en gran medida, la crisis económica a fines de la década de 1980 e inicios de la de 1990, dando así muestras de organización a gran escala en un contexto sumamente difícil. En ese complicado panorama, convivieron con integrantes del grupo subversivo del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso - PCP-SL, que incursionó en las barriadas para «profundizar las contradicciones» y aplicó, en nombre de la justicia, estrategias de guerra.
La investigación rastrea las trayectorias de las exdirigentas de los CPA en el distrito limeño de El Agustino, y recoge sus testimonios sobre la violencia política que les tocó vivir entre 1978 y 19922 y sobre las problemáticas relaciones con el Estado. Esta convivencia produjo un complicado tejido de hilos muy delgados, donde las cercanías y lejanías de estas mujeres frente a Sendero Luminoso fueron parte de un proceso más complejo.

Palabras clave: comedores populares autogestionarios, justicia, Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, Estado, El Agustino.

 


SUMMARY

The self-managed people’s kitchens (CPA) have more than thirty five years of existence since 1978. They are led by brave women who live in a poor, inmigrant and courageous Lima. They struggled with the state for their rights and demands for basic services and food policies. These women made home topics into declared public policies and were able to bear through the economic crisis of the 80s and part of the 90s, showing a highly effective way of organization in a very difficult period. In that very complex context they were able to get along with members of Sendero Luminoso (SL) who entered the shanty towns to «exacerbate contradictions» and applied their war strategies in the name of «justice».
This investigation traces the trajectories of former leaders of the CPAs from the district of El Agustino, and presents their testimonies on the political violence that they lived between 1978 and 1992, and on their difficult relations with the State. This coexistence produced a very complex texture of thin threads, where living in proximity while keeping distance from SL were part or a more complex process.

Key words: selfmanaged welfare kitchens, memory, Shining Path, El Agustino.

 


INTRODUCCIÓN

La existencia de los comedores populares autogestionarios (CPA) ha significado un fenómeno social sin precedentes a escala latinoamericana y, posiblemente, mundial (Blondet y Montero, 1995). Las mujeres organizadas en los comedores populares autogestionarios demostraron, en las primeras décadas de su creación, fortaleza para enfrentar, no una, sino muchas luchas, desde el reto de ser mujeres migrantes, pobres y, en la gran mayoría, sin educación básica completa. Son mujeres que hicieron de temas caseros políticas públicas y lograron sostener en gran medida la crisis económica a fines de la década de 1980 e inicios de la de 1990 (Córdova, 1996) a través de soluciones prácticas hogareñas: la cocina y la solidaridad, dando así muestras de organización a gran escala en un contexto sumamente difícil.

Por su parte, el grupo subversivo Sendero Luminoso - SL se adentró en zonas populares en una estrategia de guerra que, en principio, pasó por el convencimiento discursivo, luego por la amenaza, y finalmente llegó coartar y matar a hombres y mujeres, causando miedo, zozobra y desconfianza entre la población.

El presente trabajo se desarrolla en el distrito de El Agustino, distrito urbano popular con dinámicas interesantes en los ámbitos político, social y cultural (Tanaka, 1999). La investigadora contactó inicialmente con Elvira Torres, exdirigenta de los comedores y saliente regidora en dicho distrito (2011-2014) por el Partido Popular Cristiano - PPC. Pero, con el transcurso del trabajo, la investigadora también pudo conversar con otras señoras, personajes claves en la época vivida, además de encontrar otros contactos reveladores que poco a poco permitieron dar forma a este trabajo, que aún no logra alcanzar las reflexiones y análisis merecidos. Por tanto, esta exposición es parte inicial de un proceso de investigación que requeriría mayor profundización.

Este trabajo se desarrolló principalmente a través de entrevistas a las mujeres de los comedores, así como una entrevista a Jorge Quintanilla, ex alcalde del El Agustino (elegido en 1983 por IE-PUM). Ello significó, además, el encuentro de mujeres que no se comunicaban hace muchos años (como Victoriana Calquisto y Emma Hilario, quienes viven en el extranjero desde la década de 1990), y que lo pudieron hacer para brindar la información solicitada. Las entrevistas se realizaron de forma grupal e individual en diferentes oportunidades y fueron realizadas en el local de la Central Distrital de CPA de El Agustino y Santa Anita, y en otros comedores como el de la VI y la II Zona Plana; en otros casos, a través de las redes sociales y por vía telefónica, dada la lejanía territorial.

EL AGUSTINO: LA COMPLEJA TRAMA DEL TEJIDO SOCIAL

El distrito de El Agustino es importante, entre otras razones, por las interesantes muestras de una Lima de desborde popular (Matos Mar, 1984), donde las barriadas tenían una fuerte influencia de la izquierda, de organizaciones de base en autogestión. El barrio también era significativo por contar con la notable presencia y liderazgo de comedores populares, vaso de leche, organizaciones culturales, con influencia de la Iglesia católica, principalmente jesuita (quienes contribuyen a fundar la ONG Servicios Educativos El Agustino - SEA), apoyo de diversas ONG como Cáritas, además de la presencia de senderistas entre las décadas de 1980 y 1990. Por ello, las acciones y decisiones de las dirigentas formaron parte del contexto político, cultural y social de su distrito y de Lima, por lo cual su noción de justicia tiene un asidero rastreable en el contexto sociopolítico, basado en la búsqueda de derechos básicos, y con fuertes valores cristianos. Sin embargo, El Agustino también es una zona de notorias contradicciones, ya que, de ser considerado en la década de 1980 el bastión de la izquierda, a partir de 1990 pasará a ser un distrito fujimorista. Este cambio brinda muestras de la permuta de las relaciones de los pobladores con el Estado o el gobierno local, lo que ayuda a ilustrar las transformaciones sociopolíticas ocurridas en Lima y el país, y en particular los cambios en las relaciones entre la sociedad, los sectores populares y la política (Tanaka, 1999).

El Agustino limita con otros distritos populares: por el norte con San Juan de Lurigancho (el río Rímac es la división física), La Victoria y San Luis; por el sur, con Santa Anita; por el este con Ate Vitarte, y por el oeste con el Cercado de Lima. El distrito comprende una variada y difícil geografía, principalmente en la zona de cerros, donde la pobreza y exclusión son históricamente notables. Otra de las zonas características es la ubicada a las faldas de los cerros, zona más antigua del distrito, resultado de las primeras invasiones y área en la que surgen los primeros comedores populares autogestionarios; en la zona plana, de fácil acceso, donde se ubica la avenida principal Riva Agüero, centros de comercio mayores y la municipalidad; el borde del margen izquierdo del río Rímac, con asentamientos humanos relativamente recientes. Desde el punto de vista de acceso a otros distritos, podemos mencionar que El Agustino limita estratégicamente con la vía de Evitamiento, por Puente Nuevo, que conecta con una serie de distritos. Además, se comunica con la avenida Miguel Grau, que es el principal canal para llegar al centro de Lima.

Cuando el país regresó al sistema democrático, luego del gobierno de Velasco Alvarado, en 1980, Izquierda Unida - IU ganó en los primeros comicios municipales, eligiéndose así a Alberto Gamarra (IU-UNIR) para el período 1981-1983 en El Agustino. Este primer gobierno significó un conjunto de acciones cuya principal característica era la inexperiencia, a pesar de la buena voluntad de trabajar con las bases. Seguidamente, en 1983, el alcalde del distrito fue Jorge Quintanilla (IU-PUM), reelecto en dos ocasiones (1986 y 1989) hasta 1992. En la última reelección, Quintanilla fue elegido con el 26,52% de los votos frente al 22,67% del candidato del Fredemo (Tanaka, 1999).

Mientras el marco democrático se instalaba en el país y en los distritos a través de las elecciones municipales, los pobladores de asentamientos populares continuaban con sus actividades organizativas para pedir, en la arena pública, servicios básicos, permitiendo que, en esa dinámica, las mujeres también se organizaran en ollas comunes (Córdova, 1996). Asimismo, durante la campaña para elegir al alcalde de El Agustino, los vecinos se organizaban en agrupaciones partidarias (para la época, únicamente los varones era visibles en la palestra política), como fue el caso del frente Izquierda Unida - IU con su candidato Jorge Quintanilla, quien tuvo el apoyo de organizaciones de izquierda, la parroquia y algunas ONG. Este triunfo fue importante, pues para la época consideró la plataforma de apoyo de sus representados, es decir, para los pobladores en pie de reclamos constantes y de desarrollo local (véase Thorp, 2010). Consiguientemente este escenario, ayudó significativamente a las organizaciones de base, como los CPA, pues potenciaba sus esfuerzos, además del respaldo de las ONG como Caritas y SEA, y de la Iglesia, incluso en lo espiritual y moral, ya que muchas de las mujeres de los comedores indican que, hasta el día de hoy, algunos sacerdotes-amigos son sus asesores espirituales y políticos.

Es en este contexto que SL empieza sus trabajos tácticos para ganar «la guerra popular», donde lo democrático era aquello que se debía destruir en tanto contradecía sus objetivos. Es decir, para SL el distrito de El Agustino, como otros distritos pobres, funcionaba como un campo de guerra en el que debían aplicar estrategias para «profundizar las contradicciones», por lo que se acerca a las organizaciones populares para vigilarlas y ver la manera de cooptarlas a su favor. De esta manera se va tejiendo, con hilos muy delgados, una compleja trama social, donde todos se ven involucrados en diferentes formas.

Durante la entrevista a Jorge Quintanilla, alcalde agustiniano en 1980, este se refirió a la relación del gobierno local con las organizaciones de base, como el vaso de leche y comedores populares, de esta manera: «[…] nosotros apoyamos para que las mujeres organizadas tengan capacitaciones y apoyo en lo referente a sus demandas como centros de acopio o asesorías, las ONG estaban muy comprometidas [...] sin embargo, siento que no fueron atendidas como ellas esperaban […] a veces como gobierno no se llega a comprender lo que ellas quieren y hacemos cosas que pensamos que está bien, pero sin estar trabajando de la mano con ellas». Con lo indicado por el ex alcalde Quintanilla, se evidencia el reconocimiento de la labor de las mujeres organizadas y el trabajo en favor del desarrollo de estas organizaciones. Sin embargo, él admite que desde el gobierno local no se supo comprender en su totalidad los requerimientos de esas mujeres.

Por otra parte, Quintanilla resaltó un aspecto que no ha sido mencionado por las mujeres entrevistadas, esto es, que los ladrones usaban el discurso senderista para robar locales y pedir comida, aspecto que muestra que ellas debían estar también alerta a esta clase de ataques. Indica Quintanilla: «[…] (los grupos senderistas) se colaban en las reuniones vecinales. Recuerdo que hacían arengas, tenían una forma particular de hablar y alzar la voz: ‘viva la guerra popular’ era una de ellas y otras más. No se presentaban como tales, pero uno se daba cuenta. También estas formas de hablar se usaban a favor de los ladrones para entrar a los locales comunales y a los comedores […] entraban diciendo que eran del MRTA o de Sendero para robar y pedir comida».

Para 1990, Sendero Luminoso toma casi por completo los cerros de los distritos pobres, como el Asentamiento Humano 7 de Octubre en El Agustino, lo cual marcó un panorama de violencia y confusión para muchas zonas de la capital. Este contexto hace que las mujeres organizadas se encuentren, no con el ‘fantasma terrorista’ de Sendero Luminoso, sino con personajes con caras y nombres. En efecto, las mujeres pueden identificar a algunos hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes; los ven caminar en las mañanas y en las noches con sus marchas y arengas, los ven colocar banderines rojos en las casas de los cerros, los ven entrar a sus comedores populares y locales comunales en reuniones vecinales con pañuelos y pasamontañas. Sin embargo, a este contexto de violencia y confusión se le atribuye también un tipo particular de violencia aplicada por el Estado, debido a las inatenciones básicas como salud, alumbrado eléctrico, agua potable, entre otras necesidades prioritarias. Además, hay que añadir las acciones y maltratos de los militares en zonas pobres como los cerros, principalmente durante las ‘redadas’, momento en que entraban a las casas de los pobladores a buscar ‘terrucos’3. Estas acciones violentas perpetradas por los militares hacían a los pobladores alejarse más del Estado. Como dice una señora: «nos sentíamos un sándwich», en alusión a la sensación de los pobladores de encontrarse comprimidos por dos fuerzas violentas.

LAS EXDIRIGENTAS DE LOS COMEDORES POPULARES

La mayoría de las entrevistadas se caracterizan por ser provincianas (solo Irene Cáceres y Elvira Torres nacieron en Lima; Victoriana Calquisto, Benedicta Serrano, Emma Hilario y Zenaida Zúñiga nacieron en Cerro de Pasco, Huánuco, Pasco y Apurímac, respectivamente). Nacieron aproximadamente a mediados de la década de 1950 y crecieron en un contexto con escasos recursos económicos y bajos niveles; se formaron en fuertes principios católicos, y llegaron a Lima para buscar una vida «mejor que en sus pueblos», estableciéndose en El Agustino. Todas ellas formaron parte de una atmosfera política de izquierda, de organización vecinal y presencia de sacerdotes jesuitas (quienes con el tiempo las ayudaron a formar sus comedores), alimentándose así la idea según la cual «la revolución está a la vuelta de la esquina». En ese camino, las mujeres, jóvenes y madres, salieron de sus hogares sin saber rigurosamente las reglas de la vida política, pero supieron dominarlas hasta ser lideresas y dar muestras de su efectividad organizativa. Ninguna de las mujeres empezaron su labor como parte de una organización política, es más, muchas no conocían ‘estrictamente’ las reglas de la política partidaria, pero con el pasar de los años, en el quehacer de sus demandas y actividades, se relacionaban con políticos mediáticos. Incluso algunas han logrado tener cargos políticos importantes como regidoras. Es el caso de Benedicta Serrano en Santa Anita y de Elvira Torres en El Agustino, entre otras mujeres.

Estas mujeres han logrado ser representantes en los ámbitos barrial, distrital y nacional, y en algunos casos siguen políticamente activas. A continuación se presenta una breve descripción de sus experiencias de vida:

Irene Cáceres nació en El Agustino en 1940. Tiene ocho hijos. Se dedicó durante años a la costura a medida y es fundadora del primer CPA del distrito, «Forjemos laAlegría», en el año 1978, ubicado en la II Zona Plana. En 1975, Irene participó en el Comité Único Vecinal Femenino de la II Zona, y en su Comité de Lucha. «Forjemos la alegría» fue fundado gracias a la ayuda de los padres y hermanos de su comunidad cristiana, en la que Irene fue dirigenta durante años. Actualmente apoya al Comité Cívico de El Agustino.

Elvira Torres nació en Lima en 1943, creció en ElAgustino y formó una familia con su esposo y sus cuatro hijos. Elvira trabajó como fotógrafa y asistenta social, y formó parte de los grupos de apoyo de la comunidad cristiana de su parroquia. Fundó el comedor popular en la parcela «A» de la Zona Plana del distrito en 1985, pero antes fue dirigenta juvenil en el Club de Madres en 1967 y asistenta social en la III Zona Plana. Logró ser dirigenta de la Coordinadora de Comedores de El Agustino y representante de la Comisión Nacional de Comedores - CNC del Cono Este en 1986. En 1995 postuló al Congreso en la lista de Unión por el Perú - UPP. En 2011 alcanzó el cargo de regidora (de 2011 a 2014) en el distrito de El Agustino por el Partido Popular Cristiano - PPC, invitada para la lista del alcalde Víctor Salcedo Ríos (Solidaridad Nacional), lista encabezada por Luis Castañeda Lossio, elegido alcalde de Lima en octubre de 2003 a 2010 y reelecto en 2015.

Victoriana Calquisto, nacida en Cerro de Pasco, con dieciséis hermanos, tiene cuatro hijos. Tuvo que llegar a Lima (El Agustino) después de que su padre sufriera un accidente mientras trabajaba en una mina de la Oroya. Fue dirigenta vecinal desde joven y lideresa durante la década de 1980 del Vaso de Leche y del Comedor Popular en la VI Zona del Asentamiento Humano 7 de Octubre, uno de los lugares con mayor presencia del grupo subversivo SL en el distrito. Tras amenazas de este grupo terrorista, tuvo que refugiarse en Chile en setiembre de 1992. Actualmente vive en Italia, dedicada al trabajo del cuidado a personas de la tercera edad.

Benedicta Serrano nació en 1950 en Huánuco. Llegó a Lima para terminar sus estudios e inició sus actividades sociales en la parroquia de su barrio, donde vivió con su tía, quien formó parte de la organización vecinal para la remodelación de su zona. Desde muy joven tuvo que enfrentar su propia lucha durante dos años, al ser hospitalizada por un mal en su pierna. Fue dirigente distrital de comedores en El Agustino, pero luego del recorte distrital que sufrió este, fue dirigenta de comedores en el distrito de Santa Anita, así como presidenta en 1991 de la Federación de Centrales de Comedores Populares Autogestionarios de Lima y Callao - FEMOCCPAALM, y regidora entre 1999 y 2002, invitada por la lista del alcalde Osiris Feliciano Muñoz (agrupación política fujimorista «Vamos Vecino»). Al respecto de su etapa de regidora, Benedicta indica que no fue partidaria de «Vamos Vecino», pero aceptó la invitación para, como ella señala, «mostrar que la organización tiene propuestas claras y de calidad para la política social». Sin embargo, Benedicta muestra su incomodidad y decepción, pues siente que, a diferencia de lo que ella pensaba, no se le dio el espacio necesario para sus iniciativas. En 2012 se inscribió en la confluencia Fuerza Social, y actualmente es dirigenta de comedores en Santa Anita.

Emma Hilario4, nacida en Pasco, llegó a Lima para estudiar y trabajar a los doce años (1959), primero en Barranco y luego en San Juan de Miraflores y Pamplona Alta y Baja cuando se casó en 1970. Fue representante de la Comisión Nacional de Comedores del Cono Sur, junto con Elvira Torres del Cono Este. Emma fue atacada por SL5, por lo que tuvo que salir del país en 1992 a Costa Rica (donde actualmente vive) con ayuda de amistades cercanas, sacerdotes jesuitas y la Coordinadora de Derechos Humanos. Desde el extranjero conforma el Comité Cívico «Para que no se repita» de Lima Sur, donde comparte algunas de sus reflexiones sobre la dura época vivida.

Zenaida Zúñiga nació en 1947 en Apurímac. Tiene cuatro hijos, se ha dedicado a diferentes actividades económicas para solventar a su familia. Llegó a El Agustino en 1957 a la VI Zona, junto a su hermana para buscar, como ella indica, «un futuro mejor». Fue parte de la comunidad de la parroquia del barrio, donde participó como catequista. Desde 1970 participó en el Club de Madres de la VI Zona. En 1981, ella fue la coordinadora del Comedor Popular Autogestionario «Jesús de Nazaret» de la VI Zona. Posteriormente se desempeñó como dirigenta de la Central Distrital de Comedores y representante de la FEMOCCPAALM (1994). En la actualidad es dirigenta del comedor popular de la VI Zona.

SENDERO LUMINOSO EN LOS ‘CINTURONES DE HIERRO’

El PCP-SL trasladó sus acciones a las barriadas de Lima a mediados de la década de 1980 e inicios de la de 1990 para llevar a cabo el ‘equilibrio estratégico’, según el cual era necesario ocupar los cinturones de pobreza, a los que Abimael Guzmán llamó ‘cinturones de hierro’, para desde ahí ganar la guerra contra el Estado (Burt, 1999). En efecto, en el mismo escenario convivieron mujeres dirigentes, lideresas en sus barrios y en sus conos, con un grupo que, en nombre de la ‘justicia’, aplicó estrategias de guerra y buscó «profundizar las contradicciones». Para ello, Sendero Luminoso aplicó acciones ejercidas, primero, a través del discurso menos violento para convencer dentro de las reuniones vecinales y comedores6; segundo, por medio de amenazas y acusaciones de ser ‘el colchón del Estado’, ‘corruptos’ y ‘soplones’, y tercero, acciones violentas y homicidas. Uno de los asesinatos fue el perpetrado contra María Elena Moyano, lideresa de la FEPOMUVES, muerta el 14 de febrero de 1991 en Villa El Salvador. Otro ataque fue el de Emma Hilario, de San Juan de Miraflores, dirigenta de la Comisión Nacional de Comedores del Cono Sur, quien se salvó de morir y que tuvo que salir del país para proteger su vida en 1992. Otras tantas mujeres también sufrieron actos violentos de SL.

Abimael Guzmán, cabecilla de SL, manifestó en una entrevista para el diario Marka, diario vocero del grupo subversivo (julio, 1992)7: «Lima y los pueblos jóvenes son el escenario en el cual la batalla final de la guerra popular será definida». Sin embargo, SL no pudo controlar el poder en los comedores populares, pues precisamente la idea de este espacio era dar soluciones concretas en vez de ir en contra de la existencia del Estado. Por ello, a pesar de que las mujeres se enfrentaran al Estado por políticas reivindicativas, se encauzaban por reglas democráticas y negociaban con él. Además, en su gran mayoría, estas mujeres eran influenciadas por la izquierda formal, ONG y otras entidades en favor de los derechos básicos. Esta trayectoria y redes hacían que las mujeres de los comedores tuvieran visibilidad dirigencial en el distrito y en sus barrios.

Por su parte, SL aplicó estratégicamente acciones que la guerra demandaba. Para ello, pasó del convencimiento a través del discurso menos violento, a acusarlas de ser el ‘colchón del Estado’, por lo que aplicaron un arma letal para la organización: los señalaron de ser ‘corruptos’, tanto a hombres como a mujeres, además de acusar, principalmente a los varones, de ser ‘soplones’, como pretexto para ‘ajusticiarlos’. Cuando estas acciones violentas ocurrieron, las mujeres de los comedores se ubicaron desde su noción de justicia a favor de la vida, distanciándose y enfrentándose al grupo terrorista. Como dice una señora: «¿Por qué tenían que matar a nuestros dirigentes si decían que luchaban por nosotros?». Sin embargo, SL ganó una batalla importante, toda vez que creó desconfianza entre las mismas mujeres, motivo por el cual una señora indica que: «era como caminar en la oscuridad y hacer camino al tanteo».

A pesar de la alta valoración que las mujeres tenían hacia la organización, estas tenían que cuidarse de hablar abiertamente de SL, pues eran momentos de zozobra. Sin embargo, se unieron para hacer notar su distanciamiento a este grupo terrorista a través de acciones como la Marcha por la Paz (1989), donde participaron varias organizaciones de base de Lima y políticos de izquierda comprometidos con los derechos humanos. En esta marcha, las mujeres con banderola en mano gritaban: «No matarás ni con hambre ni con balas».

LA LUCHA DE LAS MUJERES DE LOS COMEDORES POPULARES

Cecilia Blondet y Carmen Montero (1995) explican, de forma clara, la importancia y función de los comedores populares autogestionarios:

Los comedores populares autogestionarios son organizaciones de mujeres, amas de casa y vecinas de un barrio popular que se reúnen para preparar colectivamente raciones alimentarias para sus familias y para otros usuarios individuales. El objetivo principal de esta organización es la reducción del costo de alimentación familiar. Gracias a la acción colectiva, las mujeres pueden acceder a las donaciones (alimentos o subsidios monetarios) y se benefician de la economía de escala, que implica la compra masiva de productos y la preparación de comida en gran escala. El comedor popular como organización femenina es un fenómeno social [….] sin paralelo a nivel latinoamericano y probablemente mundial. Los comedores aparecen en la medida en que se agrava la crisis económica y el Estado se repliega de su función social. En su constitución aparecen múltiples actores e intereses: de un lado, las instituciones y agentes externos de donación de víveres dinero o asesoría, del otro, las mujeres de los sectores populares (Blondet y Montero, 1995, p. 19).

En 1978 se crea el primer CPA en el distrito El Agustino, llamado «Forjemos la alegría», en el mismo contexto en que muchos distritos se juntaban en ollas comunes para preparar alimentos de forma colectiva y, de esta manera, adquirir alimentos a bajo costo. Los comedores populares se multiplicaron en la medida en que la crisis económica golpeó los bolsillos de los esposos, quienes no tenían empleo o se vieron desempleados, por lo que las familias no pudieron costear los alimentos básicos, además de que el Estado se retiró de su función social, para concentrarse en abrir el mercado neoliberal.

A mediados de la década de 1980, con el gobierno aprista, el país vivía momentos de crisis. La hiperinflación ascendía a 63% mensual y como consecuencia, Lima ya contaba con trescientos comedores que coordinaban entre ellos. Para 1984 se crea el Programa Municipal del Vaso de Leche, apoyando de esta manera a más madres organizadas para brindar leche a todos los niños de menor edad, mientras que en la década de 1990 el gobierno fujimorista aplicó un traumatizante ajuste económico conocido como ‘fujishock’, haciendo que los comedores se multiplicaran en tiempo récord (Córdova, 1996). En este escenario, los jóvenes preuniversitarios, universitarios y dirigentes vecinales pensaban: «Tenemos que hacer la revolución». Este pensamiento se situaba en una lógica común para la época, donde la idea del levantamiento alzado en armas se dejaba escuchar fuertemente en grupos de pobladores de zonas como El Agustino y otros distritos populares.

Como ya fue mencionado, la mayoría de estas mujeres formó parte del gran porcentaje de mujeres pobres, migrantes, con más de cuatro hijos en promedio, sin terminar sus estudios primarios, víctimas de violencia doméstica, y en muchos casos, enfrentadas al machismo de dirigentes varones. Que una mujer participe en su comedor significaba no solo aportar a la alimentación de su familia, sino también enfrentar muchas luchas y avanzar ‘a pesar de’, así como elevar su autoconfianza, aprender de la vida política y ser agentes de cambio.

Estas mujeres eran, en su gran mayoría, madres jóvenes, quienes empezaban sus labores en los comedores desde tempranas horas en el día. Para ello se organizaban, desde la compra de alimentos, la preparación, hasta la limpieza del comedor. Todos los comedores de la época empezaron en condiciones materiales precarias, por ello, entre las vecinas se prestaban las ollas, los utensilios y la cocina, entre otros instrumentos. Sin duda, ser parte del comedor popular significó no solo cocinar para la familia y otros usuarios: significó además compartir experiencias comunales y sociales, pues la mayoría de las mujeres no salían de sus casas ni tenían una profesión o trabajo fijo. Precisamente las señoras crearon, en el día a día, una atmósfera solidaria, «sin negarle un plato de comida a nadie». Esta atmosfera permitió que la noción de lo que es justo, como el derecho a la alimentación y el derecho a la vida, sea uno de los ejes principales de acción en los comedores populares como organización, y también permitió que la red de comedores populares empezase a crecer y a ser más fuerte. Efectivamente, la defensa de estos derechos es uno de los principios que han demostrado a lo largo de los años.

Las mujeres de los comedores populares enfrentaron la lucha frontal contra el hambre y cargaron en sus hombros la crisis económica desde las bases. Para ello fue clave el apoyo de la Iglesia, básicamente jesuita, Caritas, SEA, y otras ONG con apoyo técnico y financiero, además de algunos políticos de izquierda, como Javier Diez Canseco, quien apoyó sus demandas frente al Congreso y a quien las señoras recuerdan con estima y admiración. De esta manera, con arduo trabajo, incansables marchas y propuestas, como la Marcha de Protesta con Propuesta, la Marcha de Protesta con Propuesta sin Respuesta, entre otras, siempre encaminadas desde su propia noción de justicia frente al Estado, consiguieron que el Congreso apruebe la Ley 253078 a favor de las organizaciones sociales de base. Esta ley significó un triunfo a favor de las políticas públicas alimentarias, lo cual permitió hacer más visibles social y políticamente a las mujeres organizadas e implicó que el Estado y la sociedad civil reconociesen su capacidad de liderazgo barrial y nacional. Como dice una señora: «Las calles y el congreso fueron nuestros».

LA «CON-VIVENCIA» DESDE LA NOCIÓN DE JUSTICIA

En esta con-vivencia se fueron tejiendo tramas sociales con hilos muy delgados y líneas difusas, donde la noción de justicia de estas mujeres conllevaba cercanías, tolerancias, o lejanías y enfrentamientos frente al Estado y a SL.

Históricamente las mujeres de zonas populares identificaron a un Estado injusto, represor y violento. Todas las señoras entrevistadas afirman que se sentían en total distanciamiento con el Estado desde antes de iniciar el trabajo de los comedores, por lo que tenían que juntarse con los vecinos para marchar y pedir lo que era justo para ellos, como son, servicios de agua y luz básicamente. Al respecto una señora mencionó: «no pedíamos tanto, era lo necesario para una vida digna, teníamos derecho». Para la mayoría de los pobladores de distritos pobres como El Agustino, el Estado no era justo ni equitativo ante las necesidades de infraestructura básica y alimentación en un país en crisis, además de la represión contra hombres y mujeres por los militares en la época de las invasiones.

Cuando los vecinos se reunían para buscar soluciones a sus problemas, empezaban a participar las mujeres (básicamente porque sus esposos salían a trabajar y no tenían tiempo para estas reuniones) para pedir al Estado servicios básicos. Por su parte, el Estado, a través de los policías y militares, en muchas ocasiones las acusaban de ‘comunistas’ y ‘terrucas’. Una señora indica que «solo por el hecho de hacer marchas y pedir lo que nos correspondía, nos llamaban y trataban como terroristas. Los policías nos acusaban y nos asustaban de ir a la cárcel y no ver a nuestros hijos, pero nosotras nos poníamos fuertes […] Dime, ¿eso era justo?´». Y frente a las masivas marchas en las plazas de Lima, como la plaza Dos de Mayo y la Plaza San Martín, delante del Congreso y de Palacio, una señora comenta: «Ya nos acostumbramos a pelear con los policías y con los rochabuses9, pero respondíamos: «Los hijos de los policías también toman leche y pasan hambre»; otra [arenga] que decíamos era «el pueblo uniformado también es explotado».

En resumen, muchos de los pobladores identificaron los actos militares como violentos, refiriéndose especialmente a las ‘redadas’, creadas básicamente para encontrar terroristas. Al respecto, una señora recuerda: «Entraban (los militares) a nuestras casas gritándonos durante en las noches, con las justas ocultaba los libros del colegio de mis hijos, y si nos demorábamos en abrir ya éramos terroristas para ellos. […] Lo que no quería era que mis hijos pasaran esos sustos». También identificaron a un Estado aprovechado de su pobreza para ganar votos en época de campaña, «no por amor al chancho sino a los chicharrones» o interesado en captarlos al color político del partido gobernante, como lo demostró el gobierno aprista entre 1985 y 1990 al crear comedores populares paralelos, muchos ubicados cerca de los CPA que ya existían. Estos nuevos comedores recibían apoyo directo del gobierno en alimentos, pero en la práctica fue una estrategia para buscar más locales que funcionaran como las ‘casas del pueblo’10 en escala menor.

El escenario ubica a las mujeres y pobladores populares, junto a —como alguna señora señaló— los «hermanos levantados en armas» que pasaron a ser senderistas y que llegaron a causar terror en aquellos a quienes decían defender. Vale aclarar que no existió una línea divisoria totalmente clara que separara a dichos pobladores de los senderistas, que por estrategia, empezaban a tener presencia en las mismas zonas populares donde funcionaban diversas organizaciones barriales. El contexto de ebullición de agrupaciones políticas de izquierda, y la idea según la cual «la revolución estaba a la vuelta de la esquina» no permitía advertir la línea divisoria entre senderistas y pobladores. Las desigualdades e injusticias que pasaban estos pobladores por responsabilidad del Estado tampoco lo permitían. Por ello, existían cercanías y lejanías paulatinas de los pobladores a SL, en tanto que este grupo aplicaba estrategias de guerra de manera procesal. Sin embargo, a pesar de que el tejido social en esa época fue sumamente complejo, se puede identificar, con las dificultades del caso, tres momentos en dicha con-vivencia.

El primer momento fue el más tolerante (mediados de la década de 1980), pues las mujeres de los comedores se ubicaban en las mismas necesidades por las que decían luchar los senderistas. En efecto, los senderistas entraban a los comedores y les explicaban a las mujeres el porqué de su lucha «justiciera», para convencerlas de la promesa que traía «la guerra popular», aunque en un lenguaje dictatorial.

Durante las entrevistas se pudo evidenciar algunas resistencias o timidez inicial de algunas mujeres en expresarse, principalmente cuando se trató de describir coincidencias con respecto a Sendero Luminoso sobre la idea de justicia, quizás por no decir algo que no sea ‘políticamente correcto’. Sin embargo, de manera paulatina supieron expresar sus opiniones y críticas a este grupo terrorista. Otras mujeres, en cambio, desde un inicio dieron a conocer sus opiniones de manera más contundente.

En este primer momento, podemos mapear y ubicar a las mujeres de los comedores en cercanía a este grupo senderista, puesto que resultaba fácil identificar al enemigo histórico: el Estado. A modo de muestra, una señora recuerda lo siguiente: «Entraron unos jóvenes a mi comedor y me dijeron que desista, porque estoy estirando la mano al Estado y lo que debía de hacer era ir en contra del Estado capitalista yanqui. […] Yo les dije que no podía hacerlo, porque mis hijos no podían pasar un día sin comer al igual que ellos, pues ellos nos pedían que colaboremos dándoles algunas raciones y nosotros no teníamos por qué negarle un plato de comida a nadie. […] Luego se retiraban, pero la verdad yo decía en pensamientos ‘que bien que alguien haga la revolución’, pero no pensé que iba a ser como lo vivido, así tan violento». De esta manera los senderistas aplicaron su primera acción ‘frente a frente’. Además, también se evidencia que SL no aceptaba ningún tipo de relación con el Estado, por lo que quería captar cuadros hacia el ‘equilibrio estratégico’. Por ende, debían ser estratégicos con el trato a las señoras de los comedores; además, pedían su ‘colaboración’ con algunas raciones de alimentos11. Por otro lado, se evidencia que para las señoras SL inicialmente no implicaba una maldad primigenia; en efecto, vemos cómo, a pesar de negarse a cerrar el comedor popular, pensaban que ‘alguien’ debía luchar por ellos.

Al respecto, una dirigente comentó: «En algunas ocasiones entraban a las reuniones vecinales, principalmente cuando se elegía al secretario o presidente, entraban siempre ocultando sus rostros, decían que Sendero tenia mil ojos y mil oídos, luego hacían arengas y hacían que nosotros también las hiciéramos y se iban. […] Luego todos nos quedábamos en silencio por un rato preguntándonos con las miradas ‘¿qué paso aquí?’, nadie decía nada al respecto por miedo, de ahí simplemente continuábamos con la reunión». Así, poco a poco, SL empezaba a hacer sentir su presencia, principalmente en la ribera del río Rímac y en los cerros del distrito, básicamente por ser zonas con muchas necesidades no satisfechas por el Estado y por ser geográficamente de difícil acceso. SL tenía otros mecanismos, como castigar a los delincuentes de la zona, para ganarse a la población. Al respecto una señora recuerda que «eran tiempos en que ya casi no había rateros, y si robaban eran castigados, eso no lo logró nunca la policía». Otra acción consistía en tomar camiones de alimentos para repartirlos entre los pobladores; es así que algunos dirigentes, y principalmente jóvenes, se sentían más cercanos y se enrolaban a los cuadros de SL, o simplemente estaban de acuerdo con estas acciones.

El segundo momento de la con-vivencia es una suerte de transición a las masacres realizadas por los senderistas (mediados de la década de 1980), pues al no conseguir que las mujeres se unan a la lucha o que cierren los comedores y así lograr «profundizar las contradicciones», aplicaron duras acciones contra el revisionismo que significaban estos espacios. Así, las acusaban de ser el «colchón del Estado», por lo que empezaron a azuzarlas y a acusarlas de corruptas. La desconfianza fue un capital simbólico sumamente fuerte que empezó a resquebrajar la unidad entre las mujeres.

Aunque con inicial timidez y cierta dificultad en las entrevistas, las señoras indicaron que efectivamente las acusaciones de SL llegaban a desenmascarar a los dirigentes corruptos. Una de ellas indicó: «Cuando los acusaban de corrupción nosotros al inicio les creíamos, porque muchos sí lo eran, en especial dirigentes antiguos, pero en esa época los amenazaban de muerte, pero tampoco era esa la manera, no era para matarlos [….]. A las señoras de nuestros comedores solo les decían que ‘debían trabajar bien’, pero eso ya era una amenaza para nosotras». Por otro lado, una señora recuerda: «Una vez entraron unos hombres intempestivamente. Me dijeron que debía poner orden porque había actos de corrupción en mi comedor, hicieron arengas, pintaron rápido las paredes y luego se fueron. […] La verdad me dio miedo, […] yo sabía poner orden pero preguntaba ‘¿quiénes eran ellos para creerse los dueños y justicieros de la organización? […] Luego de unos días llamé a reunión de mi organización [el comedor] para rendir cuentas de los gastos en la compra de los alimentos y dejar las cosas claras».

De esta manera, el miedo, la zozobra y la desconfianza se iban apoderando en las mujeres y pobladores organizados. Además causó que las mujeres se fuesen distanciando de su trabajo por las formas violentas de ejecutar ‘la justicia’, con la amenaza de muerte y posterior matanza a muchos acusados de corruptos. Muchas de las señoras mencionan que no podían caminar con tranquilidad en la calle, se sentían vigiladas, tanto por los terroristas como por el Estado en búsqueda de senderistas. Como indica una señora: «Nos sentíamos un sándwich». En esta etapa algunos sacerdotes jesuitas, quienes acompañaron a las mujeres en el trabajo de sus comedores, y algunas personas de ONG que ganaron se ganaron su confianza, les aconsejaban sobre cómo protegerse en la calle al caminar, pues se sabía que tanto el Estado (el servicio de inteligencia o militares) como los terroristas estaban vigilando sus pasos; muchos se infiltraban en las reuniones de base tanto vecinales, como en las reuniones de coordinación de los comedores. Al respecto una señora indica que «eran caras raras en las reuniones y en el barrio. [...] Una ya iba aprendiendo a mirar y a saber qué decir y qué no decir».

El tercer momento (1989 e inicios de la década de 1990) se caracterizó por hacer efectivas las amenazas de muerte y aplicar más violencia en las zonas tomadas, tanto a los vecinos dirigentes como a las mujeres lideresas en sus comedores, acusándolos de ser ‘corruptos’ y ‘soplones’. Aún se preguntan: «¿Por qué tenían que matar a nuestros dirigentes y compañeras?». En esta vorágine, SL desató su furia hacia todo aquello que iba en contra de su propia noción de justicia. Al respecto, una señora recuerda que en esos días «era como caminar en la oscuridad, como ir haciendo camino al tanteo».

A partir de entonces se distancian todavía más de SL, pues llega un momento en que no toleran sus amenazas, ya no esperan que ellos los reivindiquen, pues en vez de apoyarlos, los atacaban. La lejanía y el enfrentamiento de las señoras frente a SL se hacían evidentes con acciones como la marcha realizada en la avenida Riva Agüero (1989) en defensa de la vida y en contra de la violencia, o la masiva Marcha por la Paz, realizada en la Plaza Dos de Mayo (1989). Esta marcha fue convocada por Henry Pease (IU) y otros políticos de izquierda. También es importante mencionar que fue la continuidad y el trabajo incansable de muchos de los comedores por seguir con su servicio alimentario, incluso en esas duras épocas, ya que a pesar de las amenazas, no cesó su trabajo.

El grupo terrorista atacaba a mujeres y hombres con nombre y apellido. Esto hacía que la organización vecinal o de comedores se debilitara, pues al acusar a personas, la organización ya no significaría el ente colectivo poderoso, sino que estas acusaciones ‘desinflaban’ la organización. En este sentido, estas personas serían la personificación de la corrupción y el revisionismo, el cual SL debía destruir. Es así que ‘ajusticiaban’ a hombres y mujeres de organizaciones democráticas; eran tiempos donde los pobladores no podían confiar ni hablar ‘así nomás’ de lo que ocurría, pues tenían que desconfiar y cuidarse al hablar. Eran momentos de miedo, desconfianza y zozobra que se vivían en el día a día, en sus comedores y sus barrios.

Sin embargo, en este contexto difícil y contradictorio, se refuerza la idea de que la dirigenta del comedor tenía que ser valiente, no podía demostrar miedo ante sus compañeras y menos ante SL, pues debía mantener la unidad de la organización. Como indica una señora: «no me podía poner a llorar frente a ellas, tenía que mostrarme fuerte, incluso frente a mi esposo, de lo contrario podría perder la fuerza y la confianza e incluso se podía cerrar el comedor». Las señoras que estaban a la cabeza de sus comedores populares debían mostrarse fuertes, ya que ellas eran conscientes de su rol como lideresas. Sin embargo, algunas señoras decían que, a pesar de defender el comedor y de que lo volverían a hacer, más bien no eran conscientes de lo que realmente estaba pasando. Como indica una exdirigenta: «Yo ya estaba sobre la marcha, no podía retroceder, pero creo que no era consciente realmente de lo que estaba pasando con esto de las amenazas de los senderistas, pues en realidad estaba arriesgando mi vida, pero yo seguía nomás. [...] Más bien, algunos buenos amigos, como el sacerdote (xx) y otras personas, me cuidaban, me aconsejaban».

Sin embargo, a pesar de la alta valoración que las señoras tenían a la organización, es decir, al comedor popular, SL logró minar la confianza entre las compañeras y los pobladores de otros comedores y organizaciones. Sendero Luminoso creó dudas, siendo este el golpe brutal que hasta el día de hoy se deja sentir. Cuando se habló sobre cómo ellas habían tomado la noticia de la muerte de María Elena Moyano, lideresa de la FepomuveS en Villa El Salvador, una señora indicó que «fue un ensañamiento lo que hicieron con ella [...] pero la verdad hasta donde yo sé, hay gente de Villa que no se siente representada por María Elena. Bueno, yo sé que antes de eso (la muerte de María Elena) hubo un incendio de un local y dicen que ahí ocultaba las cosas no tan limpias que ella hacía en su organización […] Eso dicen, pero quien lo puede saber». Otra señora indica sobre el mismo tema, que «eso es una mentira de Sendero, con ella íbamos a las marchas, ella era decidida [...] Creo que lo que le pasó a María Elena, fue porque era frontal a Sendero y lo que le hicieron fue para darnos terror a todas las mujeres, y no enfrentarnos (a Sendero Luminoso) como ella lo hacía, no fue porque era corrupta». En efecto, para Sendero Luminoso, María Elena Moyano representó un gran obstáculo para sus acciones terroristas, por ello, el Escuadrón de Aniquilamiento de SL, la mató en febrero de 1992 (Burt, 1994), y dispersó dentro y fuera de Villa El Salvador, el falso rumor sobre el trabajo de María Elena Moyano, acusándola, como en los caso de las exdirigentas del distrito de El Agustino, de ser corrupta y de merecer morir por ello. Vemos cómo esta estrategia de Sendero Luminoso llegó a minar la confianza de las exdirigentas, a partir falsos rumores como justificación para amenazar y matar, esta fue uno de las principales armas que hasta ahora se dejan sentir.

Es en esta etapa donde Benedicta Serrano, siente que se salvó de algo terrible, cuando los padres jesuitas la refugiaron en Huachipa, donde a su regreso se entera que María Elena Moyano fue asesinada y dinamitada en Villa El Salvador en 1992; fue la misma etapa donde Emma Hilario sufre un atentado contra su vida y tuvo que irse refugiada a Costa Rica en 1991 contra su voluntad, dejando a sus hijos. Algunas compañeras dudaban de Emma, pues no creían las amenazas que ella decía recibir por parte de Sendero Luminoso, pero tuvieron que creerle cuando fue baleada en el brazo una mañana en su casa. Es la etapa cuando Victoriana Calquisto, de la zona cerros, también tuvo que irse en contra de su voluntad a Chile en 1992, ayudada por la Coordinadora de Derechos Humanos y otros amigos para cuidar su vida, ya que como ella dice: «la que seguía era yo», dejando también a sus hijos menores.

La fecha de la captura de Abimael Guzmán, el 12 de setiembre de 1992, fue para estas mujeres «un día de respiro y de sorpresa», algunas pensaron «por fin atraparon a ese loco», otras «espero que pague por sus cobardes actos». Dice una exdirigenta: «verlo enjaulado y con su traje a rayas era como ver a un hombre, un simple hombre pero que hizo mucho daño». A pesar de esa particular noticia, la mayoría de los comedores populares en El Agustino continuaron con sus trabajos. Al respecto dice una mujer: «¿Por qué íbamos a cerrar sino cerramos antes?», y tiene lógica esta afirmación, pues estas mujeres, como muchas otras, con-vivieron con Sendero Luminoso en el mismo arenal y el mismo cerro donde ellos aplicaron «la guerra popular» y ellas defendieron el derecho a la vida y aportaron la lucha por los derechos alimentarios.

CONCLUSIONES

A la luz de lo expuesto, se evidencia el difícil escenario que estas mujeres y pobladores de un distrito como El Agustino tenían que vivir y enfrentar como parte de la compleja trama del tejido social en ese con-vivir. Por ello, la importancia de registrar sus percepciones, rastrear las trayectorias y recoger los testimonios, sigue siendo una tarea pendiente. Conocer y mapear la noción de justicia de estas mujeres, nos podría ayudar a comprender la coyuntura social, política y cultural, donde las mujeres defendieron los principios de la defensa a la vida y los derechos humanos.

En el periodo relatado, las mujeres y los pobladores se ubicaron lejanos y enfrentados al Estado, por no asistirlos en sus demandas básicas. Identificaban al Estado como injusto, represor y violento durante la violencia política, principalmente durante las «redadas» donde todos eran sospechosos de ser «terrucos».

Las señoras no se enfrentaban a un «fantasma terrorista». Precisamente la idea de con-vivir implica compartir el mismo espacio, como en el Asentamiento Humano 7 de octubre, en la parte de los cerros de El Agustino, donde era posible divisar a senderistas portar sus banderas. Los pobladores sabían de jóvenes en las academias, universitarios y dirigentes, convencidos en la revolución a través de las armas y que llegaron a causar terror sobre aquellos a quienes decían defender. Muchas de las señoras entrevistadas indican sentir pena por los jóvenes de aquella época, pues los identificaron como jóvenes entusiastas pero equivocados desde que empezaron a amenazar y matar.

La investigación ubica a las mujeres como agentes de lucha constante, dentro de las cuales está la lucha contra el hambre, y a favor de servicios básicos, demandados ante el Estado; pero que, sin buscarlo, tuvieron que enfrentar además, la lucha contra la violencia de Sendero Luminoso. Con todo ello, el escenario coloca a estas mujeres de comedores populares, entre la violencia de Sendero y la violencia de los militares en busca de «terrucos», como indica una señora: «nos sentíamos un sandwich».

Sendero Luminoso siguió tácticas de guerra en «los cinturones de hierro», pasando básicamente por tres momentos en la con-vivencia, donde las cercanías y lejanías de las mujeres de los comedores populares autogestionarios fueron procesales, desde su propia noción de justicia. En ese sentido, el grupo terrorista no defendía a las señoras, sino que eran una parte más de la guerra para «el equilibrio estratégico». Sendero Luminoso no consiguió «profundizar las contradicciones» de la manera que quería, porque desde los comedores se encontraban soluciones concretas y democráticas, por ello aplicó estrategias de guerra que marcaron la vida de estas mujeres y que aún se dejan sentir. Una de las principales tácticas de guerra, como hemos visto, fue el rumor y la acusación de ser «corruptas» como justificación de ataque y matanza, lo cual afectó la confianza entre las compañeras de los comedores populares. Estos rumores fueron bombas anímicas que llegaron a herir la organización comunal de mujeres.

Vimos cómo en esa con-vivencia, las señoras de los comedores populares autogestionarios, al igual que otros vecinos organizados, se sentían inicialmente (primer etapa de la convivencia) más cercanos a Sendero Luminoso por las promesas de «justicia social» que les decían que llegaría con la «guerra popular» y más lejanas al Estado. Eso explica la cercanía inicial de estas señoras a la noción de justicia que Sendero Luminoso decía tener, por ser un proyecto macro reivindicativo frente al Estado. Sin embargo, todo cambia cuando Sendero Luminoso empieza a amenazar sistemáticamente y a matar a sus dirigentes vecinales y, en especial, a las compañeras de la organización.

Efectivamente, cuando Sendero Luminoso tomó zonas estratégicas en el distrito, como los cerros, quiso apoderarse de un capital simbólico sumamente fuerte: «la justicia social». Y desde ahí, activó una serie de acciones como el castigo a delincuentes o a veces, la toma de camiones con alimentos para ser repartidos entre los pobladores. Sin embargo, cuando Sendero Luminoso ejerce sus acciones terroristas a través del «ajusticiamiento» como acto punitivo, se abre una incisión moral, esa incisión moral desde la noción de justicia de las señoras, basadas en la defensa de la vida, hizo que se ubicaran lejanas y enfrentadas a este grupo terrorista y a su sangriento proyecto.

Sin embargo, aun quedan algunos puntos claves a los cuales prestar atención, como la relación de estas mismas mujeres de comedores populares y su posición cercana/lejana al Estado, principalmente en lo referente a la participación política en partidos. Este es el caso especial del fujimorismo y su vinculación con los comedores populares, a través de políticas públicas y redes de clientelismo tal y como han rastreado algunos estudios al respecto. Esto podría sugerir algunos cambios de estrategias y estilos en las relaciones políticas entre los pobladores populares y el Estado, además de nuevas dinámicas colectivas dibujadas durante la década de 1990.

 

REFERENCIAS

Blondet, Cecilia y Carmen Montero (1995). Hoy: Menu popular. Lima: IEP.         [ Links ]

Burt, Jo-Marie (1994). La inquisición pos-senderista. Revista Quehacer, 92, nov. - dic.         [ Links ]

Córdova, Patricia (1996). Liderazgo femenino en la ciudad. Lima: Fundación Friedrich Ebert.         [ Links ]

Matos Mar, José (1984). Desborde popular y crisis del estado. Lima: IEP.         [ Links ]

Servicios Educativos El Agustino (1996). Hablan las mujeres dirigentes. Testimonios de 28 dirigentes de El Agustino. Lima: SEA.         [ Links ]

Tanaka, Martín (1999). La participación social y política de los pobladores populares urbanos ¿del movimientismo a una política de ciudadanos?: el caso de El Agustino. Lima: IEP.         [ Links ]

Thorp, Rosemary (2010). Teoría económica y desarrollo social. Lima: PUCP.         [ Links ]

 


1 En términos generales, los CPA son organizaciones de mujeres que se organizan para comprar y cocinar alimentos a bajo costo para sus familias y otros usuarios.

2 Es decir, desde la creación del comedor popular, en un contexto de gobiernos distritales de izquierda, hasta la primera etapa del fujimorismo, con la captura de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso.

3 ‘Terrucos’ era una forma despectiva de llamar a las personas que cometen actos terroristas.

4 Solo Emma Hilario es de Lima Sur. Sin embargo, el estudio recoge su valioso testimonio durante la violencia política vivida.

5 Tras constantes amenazas, unos senderistas entraron a su vivienda a las 6:00 am. Luego de herir de bala a su cuñado y a su esposo, la buscaron en su habitación, pero felizmente las balas le impactaron en el brazo gracias a que se cubrió echándose al suelo.

6 Entraban súbitamente a las reuniones, por unos minutos y se iban. Hablaban de forma marcial y decían, básicamente que «Sendero tiene mil ojos y mil oídos».

7 Ver Burt (1994), quien cita esta parte de la entrevista y hace un análisis interesante del el caso de Villa El Salvador.

8 La ley 25307 «Declara de prioritario interés nacional la labor que realizan los clubes de madres, comités de vaso de leche, comedores populares autogestionarios, cocinas familiares, centros familiares, centros materno-infantiles y demás organizaciones sociales de base, en lo referido al servicio de apoyo alimentarios» (02/15/91).

9 Los rochabuses o ‘pinochitos’ eran los carros lanza agua usados por las fuerzas del Estado para aplacar manifestaciones.

10 Así se conoce a los locales de reuniones de índole aprista.

11 Al respecto, Jo-Marie Burt (1994) presenta un interesante artículo sobre las amenazas senderistas a mujeres de comedores de San Juan de Lurigancho para entregar raciones de comida, y cómo a partir de esto, los senderistas capturados las acusan de ser sus colaboradoras.

 

Recibido: agosto 2014.
Aprobado: marzo 2015.

 

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