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Anthropologica

Print version ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.33 no.34 Lima  2015

 

DOSSIER: MEMORIA Y VIOLENCIA POLÍTICA

 

La acción política frente al estigma de la violencia entre los jóvenes universitarios posconflicto: los casos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga

The political action and the violence’s stigma among postconflcit universities’ students: A study in the Universidad Nacional Mayor de San Marcos and the Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga

 

Iris Jave, Mario Cépeda y Diego Uchuypoma

Pontificia Universidad Católica del Perú

 


RESUMEN

Este artículo explora los mecanismos por los cuales el período de violencia en el país sigue impactando las universidades, esta vez mediante la violencia simbólica expresada en formas de estigmatización desde un actor interno (la familia) y desde un actor externo (los medios de comunicación). En ese contexto, los jóvenes de esta generación construyen nuevas formas de participación política; la universidad como espacio de deliberación y de acción política universitaria se ve mediada por el temor a ser señalado y estigmatizado como una consecuencia casi natural de la violencia, sin descuidar el desinterés por la política que prevalece en las últimas décadas. Pese a ello, encontramos que los jóvenes han llevado su experiencia participativa hacia nuevas formas de acción que, sin proponérselo o reconocerlo, son también plataformas políticas. Concluimos que entre el estigma —la supuesta presencia del Movadef— y la falta de canales institucionales, los universitarios se encuentran en una etapa no cohesionada pero que podría configurarse como acción colectiva.

Palabras clave: memoria, estigma, universidades, participación, política.

 


ABSTRACT

This paper explores the different way on which the internal armed conflict still affects the Peruvian universities; now, through a process of symbolic violence from many spheres like the family or the mass media. In this context, the students build new forms of political participation; the university as a space of political debate and action is seriously affected by the fear of its students to be marked by the stigma of the violence; moreover, all this is amplified by the destruction of the political system and the lack of interest on the regular ways of political participation among young students. Although, in our research we have found that university students participate in different spheres of the public life that, without being planned, creates new ways of political participation: the case of the colectivos. We conclude that between the stigma —and the supposed presence of Movadef in the universities—, and the lack of institutional ways to channel their demands, the students are building a new form of political action that will be fully shaped in the future when they achieve to structure their movement and colectivos.

Key words: memory, stigma, universities, participation, politics.

 


INTRODUCCIÓN

Casi desde el inicio se ha comprendido a la universidad como un espacio de deliberación natural, tanto en el ámbito académico como en el político. Un hito importante fue marcado por la reforma universitaria de 1919, que vino precedida por el impulso de la reforma universitaria de Córdoba (Argentina) y que tuvo influencia en toda América Latina. Décadas más adelante, en los años sesenta y setenta y como consecuencia de la división ideológica internacional en los denominados ‘bloques’, la universidad peruana también se convierte en un escenario de intensa acción política partidaria (Lynch, 1990).

Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación - CVR, cuando el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso - PCP-SL decide iniciar su lucha armada, escoge la universidad como un primer espacio de penetración y cooptación (2003, pp. 603-604). El conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y 2000 no solo evidenció, sino que profundizó las graves fracturas sociales y culturales que la sociedad peruana arrastraba durante décadas: el racismo, las desigualdades económicas, la falta de institucionalidad estatal, las luchas por tierras y los conflictos intra e intercomunales fueron exacerbados por la violencia y, a la vez, permitieron que esta se expandiera a distintos escenarios del país.

En ese contexto, el sistema educativo se convirtió en uno de los principales focos de acción y confrontación; particularmente las universidades se convirtieron en espacios de lucha política, tanto ideológica como pragmática. Como respuesta a esta situación, fueron duramente golpeadas por los gobiernos de turno —en algunos casos desde la intervención militar o administrativa—, como un intento de frenar el avance de los grupos subversivos1. El Informe Final de la CVR señala, para el caso de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos - UNMSM, que «se impuso el estado de excepción universitaria; se suspendió el estatuto, y las instancias de gobierno como el Consejo y la Asamblea Universitaria y las Federaciones Universitarias no fueron reconocidas por las nuevas autoridades» (CVR, 2003, p. 636). Así, se crearon comisiones reorganizadoras en la UNMSM y la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga - UNSCH, y se fueron desarrollando dinámicas políticas en las que algunos actores políticos universitarios, que habían funcionado como difusores del discurso radical en años anteriores, fueron operadores de estas nuevas autoridades, demostrando que se mantenían intactas las distintas estrategias de clientelismo universitario, que no diferenciaba ideologías sino que priorizaba el acceso a ciertos servicios sociales y cargos dentro de la universidad (Jave, 2014, pp. 100-112).

A inicios de la década pasada, la transición democrática y los intentos de pacificación en gran parte del país2 hicieron evidente la necesidad de reformar y fortalecer la institucionalidad del Estado y emprender mecanismos democráticos que permitiesen reconstruir el tejido social afectado durante los veinte años de conflicto. En este nuevo contexto, las instituciones del Estado -como el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial- inician procesos de reforma que buscan enfrentar de alguna manera la denominada década de la antipolítica que se había establecido durante el gobierno de Alberto Fujimori (Degregori, 2012, pp. 41-54).

Resulta clave comprender que, si bien el Estado fue reimpulsado en una estrecha articulación con la sociedad civil, que aportó cuadros para los cargos ministeriales y funcionarios, existieron patrones que no lograron ser transformados, como el centralismo, la discriminación o la crisis de la educación pública. Ese es el escenario que marca el inicio de un nuevo período democrático en el país, y es en ese contexto que la CVR desarrolla su trabajo, el cual tendría un impacto importante al interior del mundo universitario. Así, no solo algunos estudiantes y docentes representativos intervinieron en el trabajo de la CVR: también se conformaron algunos grupos de estudio y colectivos de activismo político para respaldar y complementar el trabajo realizado3. Estos grupos tendrían actividades de promoción de derechos, conmemoración a las víctimas y discusión académica sobre el tema durante algún tiempo.

En una investigación reciente sobre el papel de la universidad y los procesos de memoria (Jave, 2014), identificamos algunas rutas para comprender el escenario actual. La coyuntura de promulgación de una nueva Ley Universitaria (2014) nos mostró cómo la agenda de los estudiantes y docentes, e incluso de algunas autoridades, sigue siendo fragmentada y distanciada del gobierno central. Por un lado, en la UNMSM existe un arduo debate por la legitimidad de las autoridades, encabezadas por el rector Pedro Cotillo, en un clima de denuncias de corrupción generalizada, supuestos amedrentamientos a los estudiantes de oposición y relaciones clientelares con docentes y personal administrativo. Por otro lado, la UNSCH, durante los meses de nuestra investigación, se mantuvo cerrada debido a la toma de sus instalaciones por parte de la federación de estudiantes como respuesta, una vez más, a denuncias de corrupción generalizada, supuestos amedrentamientos a los estudiantes de oposición y relaciones clientelares con docentes y personal administrativo.

En medio de este escenario, que refleja de algún modo el fracaso del modelo de educación superior peruano, encontramos que las generaciones de universitarios articulan agendas distintas de debate y demandas. A partir de los hallazgos encontrados en nuestra investigación, vemos cómo las secuelas del conflicto han permeado la cultura política4 de los jóvenes universitarios del período posconflicto. Así, exploramos el impacto que ha tenido el conflicto armado interno en la vida universitaria actual de la UNMSM y la UNSCH, y en específico, en la forma en que sus estudiantes se relacionan con su comunidad, las barreras que deben enfrentar y las acciones que vienen desarrollando para afrontarlas.

Como resultado, describimos el estigma que deben cargar en el desarrollo de su vida profesional y que, muchas veces, genera barreras personales; asimismo, analizamos la desafección política —de la política tradicional— que ha surgido como una manera de ‘limpieza’ frente al estigma. Más allá de sus intenciones, los jóvenes han optado por nuevas formas de asociatividad que, sin lugar a dudas, generan nuevas plataformas de participación, algo que no necesariamente puede ser entendido como una despolitización, sino por lo contrario, como una nueva forma de hacer política.

LA PRESERVACIÓN DEL ESTIGMA DE LA VIOLENCIA EN LA UNIVERSIDAD PERUANA

En medio de este escenario político, la violencia simbólica (Bourdieu, 2000, p. 3) parece haberse perpetuado sobre las imágenes que se construyen de la universidad pública peruana «capturada por los grupos subversivos». En ese sentido, la idea de los ‘jóvenes rojos’, categoría empleada por Nicolás Lynch (1990) para describir al estudiante sanmarquino de la década de 1970, ha sido utilizada y satirizada en momentos en los que también se discutía sobre la precariedad de la universidad pública. Se ha señalado que nuevamente grupos con ideas radicales podrían reivindicar a los líderes senderistas, estarían reclutando militantes y utilizando los recursos al interior de la universidad. Así, por ejemplo, la ‘producción simbólica’ que elaboran los medios de comunicación sobre los estudiantes actuales y sus universidades perpetúa esa violencia y legitima su condición. Como señala Bourdieu:

En cuanto a instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, ‘los sistemas simbólicos’ cumplen su función de instrumentos o de imposición de legitimación de la dominación que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra. […] Las diferentes clases y fracciones de clase están comprometidas en una lucha propiamente simbólica para imponer la definición del mundo social más conforme a sus intereses, el campo de las tomas de posición ideológicas que reproduce, bajo una forma transfigurada, el campo de las posiciones sociales. Pueden plantear esta lucha ya sea directamente, en los conflictos simbólicos de la vida cotidiana, ya sea por procuración, a través de la lucha que libran los especialistas de la producción simbólica (productores de tiempo completo) y tienen por apuesta el monopolio de la violencia simbólica legítima (Bourdieu, 2000, p. 3).

Una expresión de ello parece ser la forma de discutir y comunicar la presencia del grupo político Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales - Movadef, conformado por algunos exmiembros del PCP-SL, universitarios y dirigentes sindicales, que mantienen como agenda la amnistía de los condenados por crímenes de graves violaciones contra los derechos humanos durante la época del conflicto. Se ha mencionado que dicha agrupación ha penetrado diversas universidades públicas y tendría gran acogida en docentes y jóvenes universitarios, y argumentado que dicha situación es reflejo del limitado conocimiento de los jóvenes universitarios actuales con relación a lo sucedido en dichas décadas, así como también de la poca mano dura que han tenido las autoridades universitarias y políticas respecto de las sanciones y judicialización de los militantes de estos grupos subversivos.

Estos discursos, emitidos por diferentes líderes políticos y mediáticos, han revitalizado aquella estigmatización que se mantiene sobre la universidad pública. Como hemos demostrado en el estudio al que hacemos referencia (Jave, 2014), esta problemática genera que las narrativas de estudiantes y docentes universitarios sean invisibilizadas y estereotipadas. A los primeros se les presenta en medio de actos de protesta, y los otros ni siquiera aparecen o se les muestra como émulos del líder de Sendero Luminoso.

La estigmatización es el proceso mediante el cual se marca de forma indeleble a una persona o grupo a partir de categorías sociales y culturales que, muchas veces, pueden ser ajenas a su propia vida. Así, desde muy temprano en la década de 1980 las universidades públicas fueron concebidas como un escenarios violentos y de voces opuestas al orden, espacios que dieron fruto al grupo terrorista albergando a los principales líderes de la subversión y que servían de refugio y base de adoctrinamiento bajo el amparo de sus autoridades y la admiración masiva de sus estudiantes.

En otras palabras, el origen de Sendero Luminoso era la educación doctrinaria pública. Aquel que perteneciera a esta era considerado un partidario del PCP-SL: era un ‘terruco’. A lo largo de los diez primeros años del conflicto armado, esta noción se propaló tanto desde los agentes del Estado como desde los medios de comunicación, y fue tan bien construida y presentada que, frente al terror que se tenía al PCP-SL, cualquier universitario era un potencial terrorista. Esta situación pareciera agravarse en la UNSCH, pues al encontrarse en la región más golpeada por SL (Ayacucho), el estigma que sobre esta pesaba se extendió rápidamente sobre toda la sociedad. Jefrey Gamarra llama a este período «la destrucción del mundo universitario» (2010, p. 72) con lo cual alude a la desestructuración de la universidad y al aniquilamiento de cualquier coherencia interna; así, el conflicto armado interno desintegró la universidad desde sus propios cimientos: la comunidad universitaria.

Este proceso marcó profundamente a ambas comunidades universitarias, de tal forma que se dio un retroceso académico y político al interior de las dos casas de estudios y un proceso de ‘limpieza’ que buscaba alejar la sombra del PCP-SL de los claustros. Durante la última década del siglo pasado, la respuesta estatal frente a lo que ocurría en las universidades peruanas pasó por una serie de etapas similares a su respuesta en el campo militar: en primer lugar, una profunda incomprensión e indiferencia; posteriormente, la represión desmedida de la Policía en un primer momento y de las Fuerzas Armadas en un segundo, y finalmente, la intervención directa en la vida universitaria a través de la militarización de la institución y el establecimiento de Comisiones Interventoras.

En esta corriente, la vida al interior de las universidades también cambió radicalmente, pues «[e]s en este escenario que empiezan a surgir nuevas iniciativas estudiantiles, que buscaban enfrentar el autoritarismo del régimen político y la arbitrariedad de las comisiones reorganizadoras. Hay que destacar que, con la intervención administrativa a las universidades públicas, muchos estudiantes replegaron su actividad política con el silencio y la indiferencia» (CVR, 2003, p. 636). Las Comisiones Reorganizadoras y la reforma administrativa y alianza con las fuerzas fácticas del Estado y la Iglesia, para el caso de la UNSCH, fueron una herramienta más de la antipolítica de la que habla Carlos Iván Degregori (2012) que buscaba acabar con los espacios de organización y debate.

LA ASEPSIA Y EL ESTIGMA DEL MOVADEF

Se trata de un contexto en el que fuerzas hegemónicas determinan la vida social al interior de las universidades y van reproduciendo estructuras de dominación que marcan a los sujetos. En esos años, las universidades atraviesan un proceso de destrucción de sus vidas, retrayendo la labor académica y generando lo que Jefrey Gamarra llama, para el caso de la UNSCH, una situación generalizada de asepsia:

Lo poco del pensamiento crítico que provenía de los años setenta y lo mucho del variopinto dogmatismo político de esa misma década simplemente desapareció. En facultades como la de Ciencias Sociales, espacio y tiempo se hicieron lejanos en los temas de estudio: la Arqueología y la Historia prehispánica eran buenos temas para eludir una historia cercana y por lo tanto comprometedora. […] La asepsia también se hizo presente en otras facultades; el pensamiento crítico tan reclamado en los años setenta terminó siendo, en cierto modo, causa de su propio silenciamiento (2010, pp. 74-75).

En ese sentido, nuestra investigación ha permitido recoger algunas percepciones de los propios estudiantes y docentes universitarios referidas a esta estigmatización. Por un lado se ha señalado el estigma alrededor de la propia universidad y cómo los medios de comunicación suelen generalizar o asumir la captura del campus universitario por los grupos subversivos:

Entonces si yo digo ‘yo estudio en San Marcos y estudio en Derecho’ y lo relaciono inmediatamente con la política, entonces aún hay resistencia a la gente a dejar de pensar, sobre todo los adultos, de que en San Marcos no hay rojos. Rojos en el sentido de que para él, en cierta medida, rojos siempre van a estar en contra del Estado y quiere generar igualdad por la violencia; entonces hay una implicancia profesional o laboral (estudiante UNMSM).

Como vemos, esto no solo generaría una imagen negativa de la propia universidad, sino que repercute en los propios estudiantes y docentes, quienes suelen ser señalados como radicales o politizados. Como demostramos en nuestra investigación, los principales vehículos del estigma, según los testimonios de los propios estudiantes, serían los medios de comunicación y la familia, tomando en cuenta que el primero funciona como una caja de resonancia que impacta en las percepciones de los propios familiares de los estudiantes. De esta forma, el estigma se mediatiza y generaliza en la opinión pública. La siguiente cita lo demuestra:

Cuando ingresé, mis familiares me comenzaron a decir todos los días que no me meta en esas cosas. Porque mi hermano está también en esta universidad, Ingeniería, pero nada que ver con eso. Y me dicen, así como tu hermano no se ha metido en nada, y como mi facultad está entre Letras y Sociales, a esas facultades siempre las tildan de ser más revolucionarias. Y me dicen, estás entre dos facultades revolucionarias, estudias al centro (estudiante UNMSM).

Ahora bien, esta estigmatización también se suele visibilizar en el tratamiento del Movadef. Así, los medios de comunicación han generado una interpretación en la que se asume que las universidades viven ‘capturadas’ por los rezagos de SL y que la comunidad universitaria, estudiantes, docentes y trabajadores, buscan utilizar los recursos de la universidad para desarrollar sus actividades proselitistas. Así, la estigmatización ha tenido repercusión en el tratamiento de esta problemática; sin embargo, también ha afectado la política universitaria, las relaciones o la posibilidad de generar vínculos e, incluso, agendas de los estudiantes y docentes. El estigma demostrado también afecta las percepciones sobre hacer política y analizar la política que se han desarrollado dentro de la universidad.

A partir de la asepsia universitaria —esa aversión a tocar ciertos temas relacionados con el pasado reciente por el temor a ser vinculados con Sendero Luminoso— las comunidades universitarias fueron optando, poco a poco, por los silencios hacia su historia reciente, una mirada idílica del pasado —un pasado imaginado y restaurado— y una apuesta por el futuro. La innovación y las nuevas tecnologías se ven como herramientas que deben fortalecerse de espaldas a los hechos pasados, una manera de ‘limpiarse’. Agüero y Portugal (2013) afirman que la ‘limpieza’ es una de las herramientas con la que cuentan los universitarios de la UNSCH para defenderse frente a los procesos de estigmatización que deben enfrentar. Pero como decíamos, si la meta es limpiarse, deshacerse de ese estigma, en el camino se debe ir ‘demostrando’, dando pruebas de ser normal, de ser correcto, de ser buen profesional, de no ser peligroso, de ser como cualquier otro trabajador. Es decir, algunos sienten que hay una sobreexigencia hacia el desempeño (p. 50). Así, se trata de una constante contraposición entre lo que fue la universidad en las décadas anteriores y lo que es actualmente, y se llega al punto de querer anular muchas de las conexiones con el pasado.

Este proceso ha llevado a crear comunidades universitarias claramente marcadas por el rechazo al pasado y con una potente apuesta por la innovación y el emprendimiento —una ‘limpieza’—. Esta situación se enmarca de manera perfecta en la noción de emprendedurismo promovida desde la década de 1990 por el gobierno de Alberto Fujimori. Así, esta limpieza vincula el futuro, el progreso y el desarrollo con el modelo económico neoliberal de las reformas estructurales. La vida académica se transforma en una nueva manera de producir sujetos eficientes y eficaces al régimen económico, productores de capital y capaces de reproducir el sistema económico.

EL DESENCANTO DE LA POLÍTICA Y EL DESARROLLO DE NUEVAS FORMAS DE PARTICIPACIÓN

Este proceso de ‘limpieza aséptica’ no solo lleva a dejar de lado ciertos temas académicos, sino también a relegar ciertas prácticas, como la participación política y el fortalecimiento del gremio estudiantil. La vida política está marcada por el estigma, la acción política gremial tradicional pierde espacios de acogida y es relegada a momentos de crisis extrema o al interés de un grupo pequeño de estudiantes que es percibido por el resto como «aquellos que pierden el tiempo». Entonces, podemos hablar de un desarrollo de la apatía hacia la acción política organizada, tanto por la mayoría de estudiantes como por el propio devenir institucional de las universidades al reducir o debilitar los espacios de participación. En ese sentido, lo que se ha denominado el «desencanto de la política» pareciera haberse transformado en el desencanto de un tipo de política más tradicional que refiere, principalmente, a agrupaciones políticas universitarias vinculadas con la clase política nacional y con problemáticas que van más allá de la propia universidad.

Actualmente, persisten incipientes agrupaciones políticas que compiten por los gremios estudiantiles sin mayor respaldo o legitimidad entre los propios estudiantes de ambas casas de estudio. Ello explica, de alguna manera, por qué la denominada política tradicional solo se activa en períodos electorales. La participación en los órganos de gobierno estudiantil no es tan atractiva para los propios estudiantes y prefieren abocarse a ‘otras’ cuestiones. El desprestigio de la actividad política nacional se ha trasladado a las universidades y a sus comunidades. Así, no se reconoce a la formación política como parte de la formación integral o de la experiencia que la universidad debe brindar.

En este nuevo contexto, no solo se evidencian continuidades en las prácticas políticas de algunos actores de la comunidad universitaria sino que también se perciben algunos cambios generacionales. Muchos de los estudiantes universitarios establecen nuevas formas de relacionarse con la política, sin tener de por medio un conflicto armado como el vivido en décadas pasadas, pero sí con algunas de sus consecuencias o impactos en la vida política. Si bien estudiantes y docentes se involucraron en las movilizaciones contra el gobierno fujimorista e impidieron las arremetidas contra las normas constitucionales en búsqueda de una reelección en medio de escándalos de corrupción, las formas de relacionarse con la política ya habían cambiado. La violencia vivida durante el conflicto, la crisis económica, las reformas neoliberales, la intervención militar y administrativa, el desencanto hacia los partidos políticos y, en particular, la crisis de los partidos de izquierda en el país, llevaron a que los estudiantes planteen una forma más escéptica de vincularse con la política en general.

En nuestra investigación, constatamos que la política formal-electoral ya no se presenta como un interés prioritario en la vida universitaria, que se entiende ciertamente en el contexto de desinterés general de la actividad política. Pero en los universitarios encontramos que no solo perciben distante a la acción política, sino también inocua y ‘alejada de la realidad’.

Puede que no comparta opinión con mucha gente que está en las marchas, pero no estoy en contra de ellos. Por mí normal que marchen, que protesten, obviamente sin violencia, que muestren sus puntos de vista, pero yo, a mi parecer, distorsionan mucho la información o cuentan con muy poca información y bueno, se apegan a la lucha sin saber por qué están luchando en realidad (estudiante UNMSM).

Una de las explicaciones que surgen frente a la idea de que la política ya no logra convocar a grandes cantidades de universitarios viene dada por el hecho de que las propias organizaciones políticas universitarias y sus líderes mantienen poca legitimidad. Para los estudiantes, quienes usualmente dirigen las movilizaciones o acciones políticas no suelen plantear argumentos convincentes para sumar a los demás estudiantes en dichas acciones. Asimismo, mencionan que la participación en política puede influir en otros aspectos, como sus propios estudios, por lo que priorizarían lo académico antes que lo político, al menos dentro de la universidad. La preocupación por lo académico se constituye en la principal demanda, incluso afirman que debería primar sobre lo político.

Esta situación coincide con los datos presentados por el estudio del Senaju (2014), que muestra cómo el 40% de los encuestados considera poco o algo democráticas a las organizaciones políticas estudiantiles de su universidad, así como que el 43% de los estudiantes encuestados mantiene una opinión indiferente sobre dichas organizaciones (Senaju, 2014, pp. 119-133).

Frente a esta situación, también encontramos que los grupos de estudio se erigen como las asociaciones de estudiantes que concentran mayor actividad. Estos colectivos se forman a partir de un tema o desde una preocupación más académica que gremial o política universitaria. Los estudiantes señalan que son usualmente ellos mismos, con algún apoyo de los docentes, quienes plantean trabajar el tema desde lo académico. Si bien en algunas oportunidades se ha censurado la organización de actividades, en otros casos sí se han podido realizar y se han brindado las facilidades para desarrollar estas iniciativas estudiantiles respecto del tema. En ese sentido, los estudiantes han podido identificar algunos de los grupos que trabajan los temas de memoria y conflicto. Podríamos considerar a estos grupos como ‘emprendedores de la memoria’ que también permiten transmitir narrativas acerca del conflicto. Sin embargo, estos emprendimientos suelen estar más relacionados con el ámbito académico que con el ámbito del activismo político, sin que se permita una diferenciación entre ambas dimensiones.

En suma, encontramos que la vida política de los jóvenes de la UNSCH y la UNMSM ha virado hacia nuevos espacios organizativos que, a primera vista, podrían reforzar la idea de una ‘juventud apolítica’; sin embargo, un seguimiento y un análisis más profundos nos revelan nuevas maneras de asociatividad y acción colectiva que se dan a través de estos grupos de estudio y colectivos universitarios que agrupan a los estudiantes en torno a temas específicos, tanto académicos como de desarrollo y promoción social. Si bien el discurso de estos grupos se desvincula por completo de la actividad política tradicional, cumplen un rol fundamental como espacios de discusión y acción para los estudiantes: se convierten en espacios de articulación y asociatividad, en nuevos canales de participación. Los jóvenes no han abandonado la política: han abandonado sus canales tradicionales para dirigir su acción hacia el trabajo de desarrollo y la innovación. Se trata de emprendedores sociales que se vinculan en nuevos espacios de interés. La capacidad crítica florece en estos grupos y permite que la reflexión sobre la realidad se alimente de la discusión, la política parece encontrar nuevas vías para permanecer en los claustros universitarios.

CONCLUSIONES

El estigma es un sentimiento muy fuerte entre los estudiantes de ambas universidades, y es que existe un conjunto de prejuicios y estereotipos que se han ceñido sobre ellas durante las últimas cuatro décadas. Por un lado, cuando el estudiante se presenta como un sujeto ‘político’, es decir, que participa, se moviliza, se expresa, protesta o asume alguna participación activa en un colectivo o gremio estudiantil. Estos estudiantes ‘politizados’ también son víctimas de un prejuicio que suele asociar la pérdida de legitimidad de la política universitaria en décadas pasadas y, sobre todo, los efectos que tuvo frente al período del conflicto en la universidad. Por otro lado, el estigma también se profundiza cuando se refiere a estudiantes de facultades como Letras y Ciencias Humanas o Ciencias Sociales.

En estos casos, los prejuicios identificados nos muestran que se asocian dichas carreras a un mayor nivel de actividad política o a un pasado ‘negativo’ durante el período del conflicto. Se suele señalar con mayor protagonismo a los estudiantes de dichas carreras sobre lo sucedido en el pasado, e incluso puede ser proyectado en los estudiantes actuales —como si se transmitiera una culpa intergeneracional—.

Los procesos de ‘limpieza’ surgen como respuesta a este estigma; sin embargo, no logran producir mecanismos estructurados que contrarresten las presiones internas y externas respecto de las comunidades universitarias; aún más, en muchas ocasiones, la ‘limpieza institucional’ produce nuevos espacios de estigmatización entre alumnos y docentes. Asimismo, nuestra investigación ha comprobado cómo el estigma y la ‘limpieza de los cuadros universitarios’ son dos conceptos utilizados de forma política para frenar o excluir voces contrarias a las que detentan el poder; así, en momentos de crisis es común que surja una ‘cacería de brujas’ respecto de los fantasmas del PCP-SL y supuestos docentes todavía vinculados con este. En ese sentido, no existen canales institucionales que articulen una respuesta eficiente al estigma, y menos aún mecanismos de participación que agrupen a las comunidades universitarias en torno a la problemática y permitan acciones concretas.

Es evidente que una de las grandes secuelas del conflicto armado en el ámbito universitario es el estigma que sobre las instituciones pesa, y con este, el cierre de las vías de acción política. Así, las voces de las estudiantes se van alejando de la vida política tradicional bajo el temor y el desinterés y optan —bajo el habitus del neoliberalismo— por emprendimientos de desarrollo e innovación. Los sujetos interesados en la actividad política se enfrentan al desinterés y rechazo de sus pares y a las barreras institucionales universitarias; así, encontramos que las acciones políticas solo se desencadenan en contextos de crisis extrema —como el rechazo a la administración de la universidad o en coyunturas electorales—.

Asimismo, el temor a ser señalado y estigmatizado por su acción política lleva a que muchos actores entren en relaciones de clientelaje, a que no exista una clara rotación en los cargos o una continuidad institucional. En el caso de la UNMSM, el movimiento estudiantil se encuentra sumamente debilitado frente al bloque de autoridades que han sabido copar los cargos y su rotación. Así, la acción política no tiene mayor resonancia en las bases. Para el caso de la UNSCH, la acción política ha devenido —luego de un año de conflictividad y la toma de del campus en 2013— en una serie de discusiones inocuas respecto de la naturaleza estatutaria de la universidad, discusiones que buscan retomar la antigua gloria y presentarse como una institución «Real y Pontificia».

En medio de este panorama político, la sombra del Movadef emerge como una constante desde la opinión pública: los medios de comunicación, los políticos y autoridades del Estado, e incluso las propias autoridades universitarias. Si bien en nuestra investigación no logramos ubicar al Movadef como un actor cohesionado o importante dentro de la vida universitaria de estos dos centros de estudio, su estigma se yergue sobre la UNMSM y la UNSCH de forma permanente. Es así que su principal fortaleza no radica en su actividad política o su capacidad de convocatoria —en la medida en que se trata de un actor sumamente marginal dentro de las universidades—, sino en su capacidad para ‘moverse en las sombras’ y reproducir el estigma. Asimismo, son las voces que usan al Movadef como capital político aquellas que penen a este movimiento en la agenda pública, valiéndose de discursos desfasados de la realidad que perpetúan los prejuicios sobre sus comunidades universitarias. Cabe preguntarse sobre el rol de la opinión pública en la transmisión del estigma y los intereses que se encuentran detrás de este. Es necesaria una investigación que explore este panorama.

En medio de este caos y desborde del estigma, los estudiantes buscan, desde diversas iniciativas, producir sus propios espacios de asociación y acción para la transformación local. Si bien estos nuevos grupos nacen rechazando la acción política tradicional y los discursos de actividad política, en la práctica son nuevos espacios de influencia y generación de conocimiento que permiten generar un pensamiento crítico entre los jóvenes. No se trata de colectivos o grupos cohesionados: más bien aparecen espontáneamente y de forma desintegrada. No obstante, estas iniciativas están permitiendo que los universitarios descubran nuevos canales de acción política no tradicional y puedan generar transformaciones sobre su realidad.

Del caos institucional, la generación posconflicto busca desterrar su propio estigma y ocupar un nuevo lugar dentro del panorama social de esta nueva etapa. La búsqueda de transformaciones sociales va creando nuevas iniciativas y formas de responder al estigma; la generación de la posmemoria tiene un largo camino por recorrer y mucho que descubrir.

 

REFERENCIAS

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1 Se debe recordar que, en el año 1991, el gobierno fujimorista emite los Decretos Legislativos 700, 726 y 739 a través de los cuales se decide intervenir algunas universidades nacionales, como la UNMSM, mediante la instalación de bases militares en sus campus universitarios, bajo el argumento de que el sistema educativo carecía de objetivos para contrarrestar al terrorismo (Sandoval, 2002, pp. 22-23).

2 Colocamos la palabra pacificación en cursiva debido a que en muchas zonas del país todavía se pueden percibir las diversas transformaciones de la violencia armada; un ejemplo de esto parece ser la mantención del estado de emergencia en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro - VRAEM.

3 Entre los docentes a los que nos referimos se encuentra Carlos Iván Degregori, académico, comisionado de la CVR y docente universitario.

4 Como bien señala Tanaka (2007), la cultura política ha sido un concepto utilizado por la ciencia política a partir de la inquietud por explorar cuáles son los criterios sociales que debe tener la ciudadanía para fomentar y consolidar un sistema político democrático. Al referirse a criterios sociales, se han incluido asimismo diversas percepciones y comportamientos sobre las relaciones entre ciudadanos y con las autoridades, además de las formas de gobierno que deben caracterizar un tipo de sistema político democrático.

 

Recibido: diciembre 2014.
Aprobado: marzo 2015.

 

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