SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.34 número36Homenaje a Tom ZuidemaCastillo, Gerardo. Alcohol en el sur andino. Embriaguez y quiebre de jerarquías. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2015. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Anthropologica

versión impresa ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.34 no.36 Lima ene./jun. 2016

 

TESTIMONIOS PARA LA HISTORIA DE LA ANTROPOLOGÍA PERUANA

 

Tom Zuidema

 

Juan Ossio A.

Pontificia Universidad Católica del Perú

 


Mi querido amigo, colega y mentor Tom Zuidema acaba de fallecer. La noticia me tomó por sorpresa, pues desde que nos despedimos en Lima, en el mes de julio del año pasado, nuestra comunicación, ya sea por teléfono o por correo electrónico, fue constante. Debía haber venido en enero para presentar su más reciente libro, Códigos del tiempo, publicado por la editorial Apus, y también una reedición de La civilización inca hecha por la editorial Ceques. Desafortunadamente un dolor muy intenso en sus piernas, pero sobre todo en su pie izquierdo, se lo impidió.

Solicitó posponer su venida para marzo, pero luego recapacitó y la extendió para mayo. Pensaba que luego del tratamiento que le darían sus médicos estaría mejor, y que un libro que acabo de terminar estaría listo para participar en su presentación. Además, el 14 de febrero debía dar una charla sobre el calendario inca y en abril debía participar en un simposio sobre Guamán Poma de Ayala organizado por la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. Desafortunadamente, las dolencias que padecía eran más serias de lo que pensaba. Cumplió con dar su conferencia en febrero, pero después sus males se agudizaron y el 2 de este mes dejó de existir.

Describo todo esto porque es un elocuente testimonio de la gran vitalidad y lucidez que conservó hasta el último momento. Tenía 88 años y el 24 de mayo hubiese cumplido 89, sin embargo estaba lleno de compromisos académicos y de proyectos editoriales. En ciernes ha quedado un par de libros que viene editando Rafael Tapia, impulsor principal de El calendario inca, obra cumbre de mi malogrado amigo.

Nacido en Holanda en 1927, en el seno de una familia menonita, a la par de recibir una buena educación escolar, desde muy joven aprendió el violín, que cultivó hasta el final de su vida. Sus dotes musicales lo llevaron a escenarios de gran relieve, y alguna vez hasta lo socorrieron económicamente mientras hacía trabajo de campo en nuestras serranías.

Llegando a la adolescencia le tocó vivir los sinsabores de la Segunda Guerra Mundial, los cuales narraba con gran lujo de detalles. Terminada esta devastadora experiencia, estudió antropología en la Universidad de Leiden con el propósito de ejercer sus conocimientos en Indonesia, que a la sazón era colonia de Holanda.

Casi con las maletas listas para partir, esta última se independizó, por lo que se vio obligado a otear nuevos horizontes. De gran ayuda frente a esta ­incertidumbre fue su maestro Jan Petrus Benjamin de Josseling de Jong, quien poseía una vasta cultura y se había hecho célebre por una sesuda reseña que había hecho a Las estructuras elementales del parentesco, del célebre Claude Lévi-Strauss.

Conocedor de algunos parecidos entre los incas y las culturas de Indonesia, le aconsejó dirigir sus miras a esta sociedad, que todavía presentaba muchas incógnitas. Debieron ser semejanzas de sus sistemas clasificatorios e intercambios matrimoniales, pues, al igual que los intereses de Lévi-Strauss, estos eran los campos de estudio que enfatizaba la Universidad de Leiden, tanto para los estudiantes cuyas miras eran meramente académicas como para los que se aventurarían en la administración colonial.

A diferencia de otros estilos administrativos coloniales, los antropólogos de Leiden creían firmemente que, para evitar trastornar a los pueblos que dominaban, primero se tenían que conocer sus sistemas clasificatorios, expresados principalmente en sus reglas de etiqueta y en sus sistemas de intercambio. A semejanza de los lingüistas, ellos creían que a través de estas expresiones se podía acceder a las premisas irreductibles bajo las cuales se organizaba su sociedad y hacer posible el desarrollo de una comunicación más fluida entre dominadores y dominados.

Al Perú llegó a comienzos de la década de 1950. Poco antes había pasado una temporada en España aprendiendo el español y siguiendo un doctorado en la Universidad de Madrid que le permitió familiarizarse con la documentación histórica sobre los incas. Bajo la tutela del renombrado historiador Manuel Ballesteros G., coronó sus esfuerzos graduándose con una tesis titulada: «La organización social y política de los incas según las fuentes españolas».

Premunido de este grado y de un MA, que previamente había obtenido en la Universidad de Leiden, llegó al Perú dispuesto a profundizar las interrogantes que le habían surgido a partir de su doctorado. Ahora no solo se contentaría con visitar bibliotecas y archivos, sino que aprovecharía su tiempo para conocer el escenario donde se desarrollaron los incas y entrevistar a los más célebres estudiosos del pasado prehispánico. De todos ellos, a quien siempre recordaría con gran cariño y admiración fue a Raúl Porras Barrenechea.

Entrenado en el estudio de los sistemas clasificatorios que la antropología de la Universidad de Leiden enfatizaba con tanto ahínco, no pasó mucho tiempo sin que descubriese que los incas habían forjado un instrumento que los expresaba con elocuencia y que podría abrirle los secretos de su cosmología y organización social. Este consistía en un número determinado de líneas imaginarias, conocidas como ceques, sobre las cuales se sobreponía un conjunto fijo de adoratorios o huacas que se irradiaban del Coricancha o Templo del Sol hacia el horizonte, agrupándose­ en función de las cuatro divisiones o suyos en que organizaron su espacio y ordenándose, al interior de cada cuadrante, bajo una división jerárquica ternaria.

Estamos ante lo que Zuidema popularizó como «el sistema de los ceques del Cusco», que fue el título que le dio a la tesis con la cual obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Leiden. Muy pocos investigadores antes que nuestro querido Tom repararon en la existencia de este sistema, y menos de los aportes que podía ofrecer para desenredar la trama de la cultura inca. Una excepción fue Paul Kirchhoff, en un artículo sobre la organización social y política de los pueblos andinos que publicó en 1949 en el quinto tomo del Handbook of South American.

Si bien el uso que hizo de este material para aproximarnos a la organización social inca fue relevante, estuvo muy lejos de extraerle las múltiples implicancias que le sonsacó mi amigo holandés. No en vano le demoró cerca de sesenta años expurgar este sistema desde distintos ángulos. Primero lo hizo desde aquel de la organización social, y en sus últimos años, sin dejar de lado sus intereses iniciales, del calendario. Que no pudiese desprenderse de ambos era una consecuencia de la importancia que les otorgaba, así como de la relación de interdependencia con que los enfocaba, al igual que otras esferas de la cultura. Gracias a esta búsqueda de la sistematización pudo derivar infinidad de consecuencias, como aquella que revolucionariamente replanteaba el valor de la historicidad de la dinastía de los incas en favor de una que la negaba, por considerar a los supuestos monarcas más como figuras totémicas de grupos sociales que se daban en un plano de simultaneidad que como personajes históricos. Asimismo, con singular maestría nos mostró que existieron distintas modalidades calendáricas y esclareció el significado de las festividades que se les asociaban.

Pero su gran legado no se limitó a la apertura de nuevos derroteros para comprender la cultura inca, sino también la cultura andina en general y las relaciones entre esta y la de los pueblos amazónicos de Sudamérica. Si hay alguien que verdaderamente sentó las bases para identificar la presencia del pasado prehispánico en el presente fue Tom Zuidema, valiéndose no de detalles culturales aislados sino de conjuntos estructurados que podían proyectarse a distintas expresiones de la creatividad de los descendientes de los pueblos prehispánicos.

Las publicaciones que produjo, entre libros y artículos, alcanzan los dos centenares, y como dije al inicio de este homenaje, hay otros que están por venir. Aunque muchos de ellos no son de lectura fácil, estoy seguro de que poco a poco serán más apreciados y la lista de sus discípulos, que ya son numerosos, se irá alargando. La razón es que, cuando se entienden, las ideas que transmite abren caminos insospechados que ningún verdadero aficionado por la cultura andina puede soslayar ni dejar de sucumbir a la tentación de explorarlos.