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vol.34 número36Tom ZuidemaSzemiński, Jan y Mariusz Ziólkowski. Mythes, rituels et politique des Incas dans la tourmente de la conquista. París: L’Harmattan, 2015, 437 pp. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Anthropologica

versión impresa ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.34 no.36 Lima ene./jun. 2016

 

RESEÑAS

 

Castillo, Gerardo. Alcohol en el sur andino. Embriaguez y quiebre de jerarquías. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2015.

 


 

Proclamar con equilibrio
Con luminoso coraje,
El acento de hombre entero
La alegría impresionante

Miguel Hernández

Son tantos los poetas y las canciones dedicadas al trago y a la borrachera. Tantas las recetas para levantar la resaca y tantas las maneras (los protocolos y las etiquetas) de beber, de beber qué y beber con quién, en qué momento. La borrachera es parte de nuestras vidas. Muchas de las mejores conversaciones nacen en esos estados de desborde y derroche de alegría. El autor se interesa precisamente por conocer cuáles son las razones por las que las borracheras son importantes para nosotros, los sujetos, y lo hace entregándonos una etnografía realizada a mediados de la década de 1990 en el Cusco. Este libro fue presentado como tesis de licenciatura en antropología hace más de veinte años, pero sigue siendo vigente.

Sin cámara fotográfica ni grabadora en la mano, menos con preguntas estructuradas, Gerardo salió a recorrer comunidades cusqueñas en esos momentos de encuentro para realizar una etnografía sobre la borrachera llena de detalle, densidad y color, mostrándonos que hacer etnografía es ir más allá, que para aprehender la realidad es necesario vivirla. Su trabajo de campo fue desarrollado en varias comunidades cusqueñas que correspondían al área de intervención de CEDEP - Centro para el Desarrollo de los Pueblos-Ayllu. Esta etnografía fue realizada en un contexto político diferente. Salíamos del período de violencia interna para enfrentarnos a una represión autoritaria y difícil. Eran momentos de grandes cambios sociales, políticos y económicos. El campo, por ejemplo, se nos aparecía poblado por los anuncios de las obras ejecutadas por FONCODES, carteles de proyectos de saneamiento y electrificación, letrinas de colores que anunciaban que el «señor gobierno» había pasado por ahí con alguna campaña de salubridad o puestos militares que anunciaban que el conflicto había terminado, pero que aún las cosas no estaban resueltas.

Las borracheras son esos momentos de relajamiento de las conductas estereotipadas que rigen nuestra acción cotidiana; nos permiten «escapar» ­momentáneamente de nosotros mismos para abrirnos al mundo. Catherine Allen, en La coca sabe (CBC, 2008), narraba, por ejemplo, cómo los runa bebían con los tirakuna, cómo se producen en esas interacciones momentos de diálogo con esos seres de la tierra y cómo el beber se convierte en un contexto especial de comunicación intersubjetiva. Agua, chicha, trago. «Alancito», «Fujimori», «Milkito» eran nombres de trago que registra el autor y que aludían a lo áspero del brebaje, a las duras políticas económicas y a los tragos que los adultos deben tomar para sostenerse.

Beber tiene una dimensión corporal: contiene una estética, unas prácticas y se inscribe en un espacio. El autor diferencia las «borracheras ceremoniales» — esas que se hacen con los tirakuna o en ocasiones festivas— de las «borracheras públicas», que pueden realizarse bien en un contexto de fiesta religiosa o en un evento comunal, como puede ser el caso de la inauguración de una obra pública o de cualquier otro acto que implique la presencia de autoridades comunales. Aprender a ser autoridad es aprender a beber con los demás. Este aprendizaje será puesto en escena en diferentes momentos y bajo ciertas formas. Muchas veces quien es autoridad tiene que estar al centro del círculo que se forma cuando se toma para fijar la atención de los demás en su posición, su privilegio y su estatus. Pero también es una cuestión de género: de quién sirve qué, de qué manera y a quiénes se les permite socialmente también sobrepasarse con el alcohol. No en vano, cuando Kimberly Theidon, en Entre prójimos (IEP, 2004), escribe sobre «las locas» en Ayacucho, las describe como quienes pierden la cordura emborrachándose a solas y «hablando de más» sobre aquellas cosas que no se desea escuchar o que no se deben decir en público.

Risas y llantos, bromas, chistes, conversaciones, cuchicheos y susurros (que todo el mundo escucha), la borrachera nunca es silenciosa, salvo que uno se quede dormido. Como afirma el autor, «la borrachera no puede ser entendida sino como un imperioso llamado a la comunicación» (p. 75), y agregaría ahí a la comunicación dramática, ya que el drama acompaña esta puesta en escena con los cambios de estado anímicos en sus más diversas manifestaciones. Este drama incluye también las promesas que se hacen —ahí Gerardo, por ejemplo, nos introduce en ese universo de embriaguez y promesas de que si el almacenero de Qenqo le prometió a otro comunero su puesto—, pero las promesas también vienen acompañadas de las disculpas por no hablar bien castellano y luego de las burlas en quechua con el visitante. Y es que la borrachera se lleva en el cuerpo y se manifiesta a través de este. Estar borracho es estar en una condición liminal, y ahí el autor se remite a su «maestro intelectual»: Sir Evans-Pritchard y su magnífica etnografía de brujería azande: sobre brujería, todos los azande conocían, pero brujo era llamado el vecino. Siempre en peor condición de ebriedad está el otro, por eso pedimos una «última copita, por favor», «la del estribo», porque no pues, uno nunca está borracho: borracho está el otro.

Estar borracho es estar en una condición de liminalidad única; es trasgredir, es también ser bullicioso, salir de nosotros mismos; es cuestionar y decir aquello que no nos atrevemos a decir en otro estado. Como cuando los comuneros le dicen al promotor que no estaban de acuerdo con su propuesta. Es burlarnos de nosotros mismos y de los demás; es también olvidar nuestras más profundas tristezas y llantos, quebrando jerarquías, y cuando se experimenta en grupo, es también afianzar las relaciones colectivas.

Aprendices de Evans-Pritchard, eso éramos en 1995 cuando salimos de trabajo de campo a la fiesta del agua en Andamarca. Debíamos registrar la danza de tijeras, la música que acompañaba la limpieza de acequia, y también las bandas que se agolpaban en el coso taurino durante las corridas de toros. Y claro, los más borrachos siempre están cerca de la banda de músicos. La música y el trago tienen una estrecha relación sentimental de amor y odio, de tristezas y alegrías máximas. Si no, ¡cuánto canto no ha sido dedicado al alcohol! Y la banda de músicos le pareció a Gerardo como el lugar donde nunca llegaría el toro, que desafiante saltó el coso improvisado y se nos vino a toda carrera mientras nosotros trepábamos y trepábamos y tratábamos de ganar a los borrachos. Y sin más, pasamos a ser la burla del pueblo, que entre risas recordaría la carrera que nos dimos para no ser corneados por el toro. Les ofrecimos el espectáculo y la risotada generalizada. De esa manera y sin mucho pensarlo, devolvíamos con nuestra gracia y torpeza, algo de diversión a la propia población aun a costa de nuestro propio orgullo.

Este libro será muy utilizado por estudiantes y profesores de ciencias sociales, tanto por su riqueza etnográfica como por su propia metodología. El autor nos devuelve eso que hoy muchas veces extrañamos quienes hacemos trabajo de campo: narraciones de campo. A través de él conocemos lo que sentían quienes bebían, lo que pensaban y ¡cómo tomaban!

 

María Eugenia Ulfe

Departamento de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Católica del Perú