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Anthropologica

Print version ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.38 no.45 Lima Jul-Dec 2020

http://dx.doi.org/10.18800/anthropologica.202002.012 

Reseñas

Fuller, Norma. Difícil ser hombre: nuevas masculinidades latinoamericanas. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2018, 198 pp. ISBN 978-612-317-406-4.

Gerardo Castillo Guzmán1 
http://orcid.org/0000-0002-2854-5585

1Pontificia Universidad Católica del Perú, castillo.gm@pucp.edu.pe

Resumen

A partir de estudios de caso en México, Chile y el Perú, investigadores provenientes de la antropología, la sociología, la educación y la psicología, proporcionan novedoso material y enfoques de análisis para comprender las complejas redefiniciones, resistencias y permanencias que varones de sociedades urbanas latinoamericanas experimentan en sus identidades masculinas.

Palabras clave: identidades de género; masculinidades; América Latina

Difícil ser hombre es el nombre del último libro editado por la antropóloga Norma Fuller, el cual reúne artículos con investigación fresca sobre las nuevas masculinidades latinoamericanas. El interés de Fuller por el tema es de larga data. Así, en 1993 Fuller publicó Dilemas de femineidad: mujeres de clase media en el Perú, en el que encuentra que buena parte de estos dilemas giran alrededor de los ejes -vividos como excluyentes- de la maternidad y el avance profesional; es decir, entre seguir el mandato tradicional de asumir la reproducción en la esfera doméstica o desafiar a y competir con los varones en el eje laboral de la prestigiosa esfera pública. Siguiendo la tradición antropológica, la investigación mostró que las identidades de género se construyen de manera relacional. De esta manera, comprender la formación de las identidades femeninas, las prácticas cotidianas de las mujeres y de los sistemas de subordinación en las que se encuentran inscritos, implica comprender los mandatos, las concepciones y los ejes sobre los que se construye la masculinidad; la construcción de la mujer como «otro» -que denuncia Simone de Beauvoir- supone indagar por ese ser masculino hegemónico que la excluye como lo abyecto, ese sujeto que se define en tanto se diferencia -y no se contamina- de la mujer en una serie de oposiciones socialmente construidas: pene / carencia de pene, razón / sentimiento, cultura / naturaleza-instinto, fuerza / debilidad, esfera pública / esfera doméstica, trabajo productivo / trabajo reproductivo. Así, en 2001 Fuller publicó los resultados de su notable investigación sobre los cambios y las permanencias en las masculinidades en las ciudades de Cusco, Iquitos y Lima.

Un reto urgente es, pues, reflexionar sobre qué ha cambiado y qué se mantiene en la configuración de estas identidades masculinas tras tres décadas de, como señala José Olavarría en texto incluido en el libro, (i) desmantelamiento del precario Estado bienestar existente; (ii) construcción de una articulada agenda de los movimientos de mujeres y feministas (desde «Me too» en los Estados Unidos hasta «Ni una menos» en América Latina), y (iii) empoderamiento de las mujeres sobre sus cuerpos y el cuestionamiento -no sin resistencias y violencia física- de la hegemonía de la de hetoronormatividad y del heterosexismo.

Este articulado conjunto de textos que dialogan entre sí y que a través de metodologías cualitativas y cuantitativas exploran casos en Chile, México y el Perú contemporáneos, nos ofrece valiosas pistas para entender parte de estos complejos procesos de cambio y de permanencias.

En un mundo que es con mayor frecuencia caracterizado como global y configurado por relaciones sociales fragmentadas y desterritorializadas, una de las permanencias más sorprendentes es la continuidad de la importancia de ciertos espacios de socialización primarios en los que priman las relaciones cara-a-cara para la formación de prácticas e identidades masculinas: la familia, los grupos de pares y el juego (con el fútbol, práctica de socialización entre varones por excelencia) y, fundamentalmente, los espacios laborales.

Antes que resumir cada uno de los bien logrados artículos del libro, y por razones de espacio, en lo que resta de la reseña destacaré la dimensión del trabajo, uno de los ejes fundamentales para la conformación de los ideales de masculinidad hegemónica.

En los textos de Alejandra Salguero y Ramón Alvarado sobre los pescadores camaroneros en Mazatlán, México y de Alejandra Brito y Tomás Contreras entre mineros de carbón en Chile, el trabajo constituye un mecanismo privilegiado de formación y mantenimiento de la masculinidad hegemónica, la cual es puesta a prueba permanentemente. El trabajo cumple esta función en tanto permite el acceso al dinero, bien preciado con el cual los hombres pueden cumplir con su papel de proveedores dentro de la familia, rasgo fundamental de la masculinidad. Señalo algunos elementos de reflexión.

Primero, este mandato de responsabilidad de dirigir los recursos obtenidos en la esfera pública del trabajo hacia la esfera doméstica del hogar y la pareja se encuentra en tensión con el ideal de virilidad de distribuirlo entre amigos y entre prostitutas o con otras parejas; es decir, en la esfera de la calle entre pares y en la circulación sexual fuera de la relación conyugal. Existe una tensión entre los estilos de masculinidad de macho y de hombría. Como dice Salguero y Alvarado, «dejan de ser machos para convertirse en hombres» (p. 77).

Segundo, esta distribución del dinero fuera del espacio doméstico se da como derroche; se alardea, en un despilfarro que hace recordar a la quema de blasones de los grandes potlach que los kwakiutl realizaban para acrecentar su prestigio y egos y humillar así a los demás. La masculinidad del macho implica el alarde y su performatividad.

Tercero, las formas de trabajo descritas y analizadas están ligadas a la fuerza física (una cualidad que, como sostiene Fuller, se adquiere, se forja) y al peligro. Así, los hombres (o más, precisamente, los cuerpos de los varones) son entrenados y disciplinados para resistir el desgaste físico, el dolor y las agotadoras jornadas laborales. Evidentemente, ello se logra a cambio de un alto precio. De un lado, los cuerpos se agotan, enferman y envejecen. De otro, los hombres son empujados a no manifestar sentimientos de dolor, incluyendo el no reconocimiento de signos de enfermedad; la consabida frase «para qué voy a ir al doctor si no es nada» ejemplifica ello. Asimismo, los lazos familiares resienten las ausencias prolongadas y la poca dedicación a la pareja y los hijos y las hijas. Cuando llega la vejez (o la imposibilidad de continuar con estas rutinas laborales), la masculinidad de estos hombres -construida sobre la fuerza física y el enfrentamiento al peligro- se ve seriamente cuestionada, a la par de enfrentarse a la dificultad de encontrar nuevas ocupaciones al no haber desarrollado otras calificaciones. De esta manera, estas formas de masculinidad reproducen y se ven atrapadas en la jerarquizada dicotomía mente / cuerpo que separa y valoriza de manera diferenciada el trabajo intelectual y de gestión y el trabajo físico. Las líneas de construcción de las identidades de género evidentemente están entrelazadas por las líneas de clase (y en sociedades como la peruana, de etnicidad) que constituyen a las sociedades contemporáneas.

Cuarto, cabe preguntarse qué ocurre con la masculinidad cuando ese dinero no es logrado a través del trabajo. Pienso en todas esas categorías de «dinero fácil» que existen, desde el ganarse la lotería, el crimen y la estafa, hasta las compensaciones que pobladores rurales reciben por sus tierras en contextos de proyectos extractivos. Hombres adultos con dinero, pero sin tierras, sin ocupación y sin las redes de sociabilidad que el trabajo produce. No en pocas ocasiones se alcoholizan y, en casos extremos, se suicidan.

Finalmente, destaco, como hacen los autores, la relación que existe entre capitalismo y estilos de masculinidad. El trabajo siempre ha sido importante para las prácticas y las identidades de los hombres; pero el capitalismo -en su incesante afán de producir mercancías- exige cuerpos dóciles y disciplinados que voluntariamente trabajen y produzcan más, pero también familias que sean apropiadas para las necesidades de producción y consumo del capitalismo. El capitalismo industrial (o fordista) requería una mano de obra anclada en el territorio que reprodujera el vínculo laboral a lo largo del tiempo, transmitiendo el oficio de padres a hijos. Ello produjo un régimen político (el estado de bienestar), un modelo de familia (la conyugal heterosexual) y un tipo de masculinidad hegemónica en el que hombre se posiciona en la valorada esfera pública del trabajo y la política (el fin colectivo) y controla la esfera doméstica. En este régimen, las mujeres son recluidas al ámbito doméstico de la reproducción y el cuidado y su trabajo invisibilizado y no remunerado subsidia en buena medida al sistema productivo con largas horas dedicadas a la preparación de alimentos, el cuidado de niños, adultos y ancianos, mantenimiento de la vivienda y un largo etcétera.

Estas investigaciones nos invitan a reflexionar, por ejemplo, en la formación de tipos de familia y estilos de masculinidad en casos de ciudad-empresa como Talara y Cerro de Pasco. También a pensar en qué ocurre con la formación de nuevos vínculos laborales y de vivienda en proyectos mineros actuales en el que se deja de lado el modelo de enclave, como es el caso del proyecto Yanacocha y la ciudad de Cajamarca y el proyecto Antamina y la ciudad de Huaraz. ¿Qué estilos de masculinidad promueve el surgimiento de los campamentos alrededor de la minería ilegal? ¿Qué ocurre con los centros productores y empacadores de la agroindustria con mano de obra mayoritariamente femenina? ¿Cómo se construyen, reconstruyen, negocian las nuevas masculinidades de los pares varones de estos miles de mujeres, muchas de ellas migrantes de Huancavelica? ¿Se reproducen los viejas roles sexuales como encuentra José Carlos Cervantes en Jalisco? ¿O se empiezan a formar modalidades compartidas de división de los arreglos domésticos, como sugieren Lucía Saldaña y Cristian Salgado para el caso de Concepción?

Los procesos de desregulación económica, el desmantelamiento del estado de bienestar y el cambio hacia formas de producción desterritorializadas y flexibles del postfordismo cuestionan seriamente el tipo de estabilidad laboral en la que estaba anclada la masculinidad hegemónica y han empujado a millones de mujeres a ingresar a formas asalariadas de trabajo y competir directamente con sus pares varones. Cabe entonces preguntarse por las nuevas masculinidades que emergen.

Como he mostrado, solo destacando el eje del trabajo, la riqueza de los casos y la descripción etnográfica, la sofisticación de los marcos teóricos y -algo que muchas veces se extraña en textos académicos- la accesibilidad de la escritura, el libro editado por Norma Fuller se convierte en un punto de referencia obligado para comprender las cambiantes y complejas construcciones contemporáneas de la masculinidad y, sobre todo, para abrir preguntas y el debate sobre el vínculo entre relaciones de género y las formas de sociedad en las que mujeres y hombres vivimos.

Ciertamente, difícil es ser hombre. La lectura de este libro nos interpela y nos obliga a preguntarnos por el tipo de masculinidades que hemos construido y queremos construir.

Recibido: 08 de Junio de 2019; Aprobado: 08 de Octubre de 2020

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