SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.40 número48De la intimidad a la reflexión: sobre el documental etnográfico XennialsLiderazgo indígena y mass media. El caso de Alberto Pizango en la política peruana índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Anthropologica

versión impresa ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.40 no.48 Lima ene./jun. 2022  Epub 29-Ago-2022

http://dx.doi.org/10.18800/anthropologica.202201.004 

Metodologías cualitativas y audiovisuales

Etnografía, improvisación y narrativas digitales

Ethnography, Improvisation and Digital Narratives

1Investigador independiente - México, oscar.orm@gmail.com

Resumen

En este artículo se exponen algunas ideas relacionadas con las dificultades que pueden suceder en el trabajo de campo y que podrían instar a improvisar para continuar de manera favorable con nuestras investigaciones etnográficas. Sin embargo, esas decisiones deben considerar las implicaciones que tiene la improvisación en términos de producción de conocimiento y específicamente en la planificación metodológica. Para apoyar estas reflexiones se expone una situación de trabajo de campo en la cual fueron útiles las narrativas digitales para realizar la entrada con las personas y, de manera posterior, para complementar la información de campo. Así, se destaca que la reflexión en torno a la improvisación en nuestra práctica etnográfica puede dirigirnos hacia una experimentación intencional que nos ayude a ampliar el robusto bagaje metodológico de la etnografía.

Palabras clave: Etnografía; experimentación; metodología; trabajo de campo; narrativas digitales

Abstract

This paper presents some ideas related to the difficulties that may happen during the fieldwork and that may urge us to improvise in order to be able to continue with our ethnographic research. However, these decisions must consider the implications of improvisation in terms of knowledge production and specifically in methodological planning. To support these reflections, presents a fieldwork situation in which digital narratives were useful for rapport and to complement the field data. Thus, a remarkable aspect is that the reflection on improvisation in our ethnographic practice can lead us to an intentional experimentation that helps us to enlarge the robust methodological baggage of ethnography.

Keywords: Digital narratives; Ethnography; experimentation; fieldwork; methodology

INTRODUCCIÓN

Al inicio de un trabajo de campo para indagar las características que adquiría internet entre la población indígena de una región de México, el acceso a un poblado fue ignorado porque el tema pudo haber causado desinterés o, al contrario, porque tenían suficiente información como para considerar que quien se presentaba parecía un policía de la web. Por los motivos que fuera, se tenía la prerrogativa de continuar y realizar la investigación, por lo que fue necesario idear una entrada distinta, de experimentar con el rapport en los siguientes poblados esperando que las personas aceptaran colaborar. Cabe adelantar que se logró realizar el trabajo de campo en otros tres poblados, pero al implementar la improvisación que se describe en este texto se modificó más que la simple entrada de campo: también las posibilidades iniciales de la investigación.

Puede pensarse que este tipo de situaciones suceden poco o a nadie en torno a las dificultades de iniciar o de obtener la aceptación de las personas; sin embargo, hay ejemplos similares que les acontecieron a otros antropólogos y antropólogas (Caratini, 2013; Cerwonka y Malkki, 2007; Keiser, 1969; Rabinow, 1992; Wacquant, 2006). Un aspecto en el que coinciden es sobre la importancia de que sea la persona que irrumpe en la vida de los demás quien modifique la interacción si no es la conveniente para continuar con las investigaciones.

Con referencia a lo anterior, Paul Rabinow (1992) relata que al inicio de su trabajo de campo en Marruecos tuvo que esperar a que los habitantes de un poblado aceptaran su entrada. Posteriormente se enteró de que no era bienvenido, por lo que se preguntó: «¿Cómo podría trabajar en un pueblo en el que no me querían?» (1992, p. 82), a tal grado que en retrospectiva consideró que su trabajo podría haberse visto interrumpido. «Pensar que todo esto tendría que transformarse de pronto, con mi mera presencia, en una armonía de respeto mutuo, comprensión, y aceptación abierta es risible» (1992, p. 82). Una vez que fue aceptado dice que marchó feliz hacia el pueblo, pero aquel episodio le permitió reflexionar sobre las condiciones que rodean el que una persona externa quiera instalarse y trabajar entre un grupo de personas o en un poblado.

Por su parte, Sophie Caratini (2013) también realiza una revisión del quehacer antropológico desde su propia experiencia, la cual vincula con la forma como se instruye la disciplina y, de manera especial, lo relacionado con el trabajo de campo. Lo enfatiza desde lo que ella llama «lo que no se dice» entre profesores y discípulos, ni entre colegas. Es decir, todo aquello que les ha sucedido a quienes han realizado trabajo de campo, que suele ser un conjunto de vivencias que toman múltiples formas, entre ellas errores, aprendizajes, decisiones, etc., las cuales no aparecen en los resultados finales, o sea, en las etnografías. Solo se llegan a mencionar en conversaciones como anécdotas casuales si es que llegan a salir de boca de sus protagonistas.

Siguiendo a estos dos antropólogos, se puede observar que regresar a nuestras propias experiencias de los trabajos de campo puede servir para exponer aspectos de nuestras maneras de relacionarnos con las personas que nos permiten acceder a sus vidas y actividades. Nos puede servir para revisar nuestros procedimientos, reflexionar sobre estos y comenzar diálogos con las experiencias de otras personas vinculadas con la antropología y afines (Gorbach y Rufer, 2017). Por supuesto, esta invitación es menos que reciente: tiene varias décadas y distintas posiciones, por ejemplo, con el debate que suscitó la publicación póstuma del diario de campo de Malinowski (1967) en cuanto a la inclinación subjetiva de los registros, o los comentarios hacia la relación de los métodos entre objetividad y subjetividad (Lewis, 1975), o en otro sentido, con las sugerencias de Margaret Mead hacia el uso de la fotografía en el trabajo de campo (1956). En este marco amplio es que se propone colocar el acento en un aspecto específico del trabajo de campo, muy obvio, aunque a veces requiere recordatorios: que quien realiza la investigación es quien debe propiciar las interacciones.

Cabe señalar que la propuesta de este artículo pretende mantener distancia del giro reflexivo y del sesgo posmoderno, porque el interés está alejado de los artilugios de la representación, sino que se parte de que la aceptación de quien investiga por las partes involucradas esté en juego al inicio (y en todo momento). Así, el matiz se dirige hacia lo que menciona Caratini: que las personas que realizan trabajo de campo deben realizar algo para obtener la aceptación. Así, los aspectos a abordar refieren a la preparación para afrontar situaciones inesperadas y que estas incidirán en los resultados finales, en las etnografías.

En este texto se retoma la vía de exponer el trabajo de campo, de abrir ese momento de la investigación y mostrar lo que se fue realizando. Contrario a las versiones finales que gustan al Homo academicus (tal como lo señala y critica Pierre Bourdieu, 2008), se considera conveniente poner en evidencia la experimentación en un trabajo de campo donde se vinculó la etnografía con lo audiovisual, en específico con las narrativas digitales.

El texto está dividido en tres partes que, a su vez, contienen apartados. La primera es una revisión a la literatura relacionada con el trabajo de campo, la experimentación y las narrativas digitales. En la segunda parte se expone el contexto de la investigación y del trabajo de campo que propició la experimentación. Finalmente, se mencionan algunas injerencias de las narrativas digitales en la etnografía realizada con población indígena y las conclusiones.

TRABAJO DE CAMPO E IMPROVISACIÓN

Al iniciar un trabajo de campo, se hace con el respaldo de una planificación que incluye las herramientas de registro, las categorías teóricas, las fechas de estadía, los sujetos antropológicos más o menos delineados y, aunque no se mencionen, también acompañan las expectativas de las situaciones y del resultado. Esta planificación se prepara de manera individual o en compañía de pares académicos, en el sentido de que se recuperan investigaciones y etnografías previas que muestran datos y la relación teórico-metodológica. Esta situación ha sido comentada con bastante variedad: se pueden indicar un par de referencias que muestran estos contrastes. Oscar Lewis (1975), por ejemplo, recuperó algunos procedimientos y sus debates en torno a los elementos de control que de manera colegiada se han perfilado para la realización del trabajo de campo; por su parte, Nigel Barley (2006), de manera sarcástica, menciona que acudió con un profesor para que lo ayudara a programar su trabajo de campo y aquel profesor le dio una monografía gruesa de la cual obtendría lo que necesitaba, sin más comentarios ni acompañamiento.

Tenemos, por un lado, el diálogo con las contribuciones académicas y con las cuales se dialoga para planificar el trabajo de campo, incluso las que refieren a los posibles cambios en el transcurso de la investigación (Álvarez Pedrosian, 2018). Sin embargo, algunos elementos del diseño metodológico pueden variar, y aún más, los acontecimientos en campo pueden suceder de todas las maneras posibles menos como se esperaría. Precisamente, en una compilación realizada por Vered Amit (2000b), las contribuciones resaltaron los cambios en la forma de considerar el sitio y el trabajo de campo, así como los recursos que les permitieron abordarlos. Por otro lado, deben considerarse incidentes que puedan forzar a considerar la posibilidad de salir del campo, en específico por acontecimientos naturales (Ice, Dufour y Stevens, 2015) y por contextos de violencia (Castro y Blázquez, 2017), aunque al presenciar dichas situaciones, y si no se corre algún riesgo o -principalmente, nuestra presencia no pone en riesgo a las personas con quienes trabajamos-, puede considerarse la exploración de otros factores sociales que emergen en contextos específicos (lo que algunos refieren a la serendipia, por ejemplo, Hazan y Hertzog, 2012; Rivoal y Salazar, 2013).

Así, un supuesto con el cual partir hacia el trabajo de campo es la posibilidad de ser o no aceptados por las personas con quienes se quiere trabajar. Se puede confiar en las habilidades para tratar a la gente, pero también se debe aceptar que quizá no se genere interés para una parte o para todos. Incluso puede suceder que las características personales no tengan alguna injerencia, sino que al comenzar a expresar los motivos que llevan a ciertos lugares y con ciertas personas estos sean irrelevantes o quizá molestos. En dichos casos la sola presencia es insuficiente para modificar las actitudes y ánimos hacia la persona externa (tal como lo advirtió Rabinow en su trabajo de campo en Marruecos). En este sentido, es útil la sugerencia que hace Caratini de que sea la persona que quiere entrar o ser integrada quien busque las vías para generar empatía, y además, hacerlo sin la garantía de que se traduzca en puertas abiertas. En sus palabras: «Le toca al visitante dar los primeros pasos, tender él primero la mano y tener la paciencia de esperar que lo acepten. Si lo hacen» (Caratini, 2013, p. 42).

Entonces, es tomar dirección hacia el campo con consciencia de que es el antropólogo o antropóloga quien debe adaptarse en las primeras interacciones, solo que ahora se agrega que es necesario estar en disposición de improvisar ante situaciones inesperadas en la entrada. Esto es, las relaciones que se van estableciendo pueden darse de maneras imprevistas, y por lo tanto es necesario preparar un conjunto de herramientas con las cuales sortear las posibles adversidades sin que esto implique descuidar el corpus teórico-metodológico.

La sugerencia anterior puede observarse en la amplia producción académica de la antropología, debates que sin intención de encasillar se pueden pensar en dos modelos. El primero y más obvio es lo experimental de la representación (por mencionar una referencia, Marcus y Fischer, 2000), donde se buscan maneras desde las cuales generar y analizar la información de campo, además de facilitar distintas formas de presentar los resultados (esta ha tenido criticas importantes, por ejemplo, utilizar más la imaginación que la observación según Willis, 2000). En el otro modelo, las propuestas buscan poner en práctica herramientas que permitan interactuar y que a su vez faciliten la colaboración de las personas (Gubrium, Harper y Otañez, 2015). Este último es precisamente el punto que toca este texto: el de exponer una manera posible de generar rapport y, al mismo tiempo, con la búsqueda de alternativas de participación en la elaboración de representaciones que favorezcan la reflexión entre las personas con quienes se trabaja.

Ahora bien, al mencionar la palabra improvisar es inevitable relacionarla con el hecho de realizar una acción sin tenerla preparada. Sin embargo, en las artes la improvisación se refiere a la práctica acumulada y con una formación previa, es decir, con la experiencia, el montaje, los bocetos o los ensayos que acompañan a las obras o productos terminados. Por eso, algunos la consideran una ilusión de espontaneidad (Laborde, 2011). En este sentido, la improvisación en el trabajo de campo puede relacionarse con las experiencias y formaciones previas para perfilar la planificación antropológica y el diseño de instrumentos (Guber, 2001; Hammersley y Atkinson, 1994), para buscar conexiones con la experimentación a partir de diferentes recursos audiovisuales (Russell, 1999) y digitales (Fortun, Fortun y Marcus, 2017). Así, los preparativos del trabajo de campo pueden incluir un conjunto de herramientas que puedan utilizarse según lo requieran las situaciones, ante la posible necesidad de improvisar. Estas herramientas y recursos dependen de los antecedentes académicos, profesionales, e incluso personales, así como de los contextos en donde se piensen aplicar.

Siguiendo el caso mencionado en la introducción, donde se acudió a la improvisación para lograr la aceptación de las personas, fue muy útil explorar y experimentar con la creación de relatos provenientes de las propias vivencias de las personas y que se materializaban con el apoyo de imagen y audio, así como con el uso de las tecnologías de información y comunicación. Estas fueron las narrativas digitales.

LAS NARRATIVAS DIGITALES

Las narrativas digitales pueden definirse como relatos breves, de carácter personal, que combinan la tradición oral con los recursos multimedia y digitales (fotografía, video, sonidos, música, etc.), y que se presentan generalmente como un video (aunque también pueden tener otros formatos como podcast o cómics). A pesar de que el contenido de los relatos suele provenir de las experiencias propias, y por lo tanto son historias muy particulares, algunas veces las perspectivas con las que se realizan los conectan con otros temas o problemáticas más extensos. Con ello se logra que sean compatibles con las experiencias de vida de los observadores o también que se empatice con las historias que se cuentan: quizá no se compartan, pero sí se entienden. En otras palabras, las narrativas digitales transmiten mensajes.

Así, se trata de una manera de expresar un relato, es decir, la base de las narrativas digitales es contar o relatar historias. Tal como exponen Manfredi Bortoluzzi y Witold Jacorzynski (2010) al intentar dar forma a una antropología de las narrativas, un cuento puede llegar a un final, pero la actividad narrativa es constante y, si bien los cuentos tienen rasgos particulares entre sociedades, los caracteriza la práctica de relatar historias (Berger, 1997; Bortoluzzi y Jacorzynski, 2010). En este sentido, las narrativas digitales se adhieren a las múltiples formas que hay de contar y expresar con el lenguaje sobre aquello que sucedió o va ocurriendo, real o ficticio, pero vinculado con los sentidos y significados locales.

Dentro de un abanico que podemos llamar de metodologías experimentales (Galavotti, 2003; Guggenheim, 2012) las narrativas digitales son una posibilidad para generar información. Adolfo Estalella y Tomás Sánchez-Criado (2016) indican que hay tres ideas a debatir en torno a la experimentación: una es la aparente vinculación entre experimento y laboratorio (y por lo tanto se han imaginado conexos); la segunda es la separación entre observación como pasiva y la experimentación como activa (además de su segregación hacia algunas disciplinas), y la tercera es que los experimentos no son solo de una forma específica (Estalella y Sánchez-Criado, 2016, p. 23-24). Así, se puede considerar que el uso de las narrativas digitales en el trabajo de campo hace eco de estas ideas, porque las actividades con las personas se realizan de manera planificada, aunque en un contexto sin control como en un laboratorio. También porque la interacción es más activa y se combina con la observación al proponer una actividad a realizar en conjunto y, en este sentido, aceptan más que un solo tipo y tienen múltiples posibilidades.

Por otro lado, el uso de las narrativas digitales permite ampliar las fuentes de información. En un trabajo de campo donde se despliegan métodos controlados por el antropólogo o antropóloga (el procedimiento convencional), los registros resaltan un punto de vista prefigurado de los hechos sociales, mientras que en las narrativas digitales son las personas participantes quienes realizan la reflexión y el relato de lo que quieren expresar y compartir. Menos que invalidar el registro etnográfico mediado por marcos teóricos, lo que se sugiere es que este recurso puede ampliar dichos registros, porque incorpora las perspectivas de las personas con quienes se interactúa (Underberg y Zorn, 2013).

Las características de las narrativas digitales y el proceso de su realización permiten crear y organizar estrategias de intervención; así, además de ser un recurso que amplía la información de campo, puede funcionar como una actividad educativa informal (Gubrium, Harper y Otáñez, 2015; Nuñez-Janes, Thornburg y Booker, 2019). Esto es, se apoya la creación de un relato y se facilita un ambiente social para compartir y retroalimentarse; por otra parte, al estimular el uso de las tecnologías digitales con un fin específico se ofrece la oportunidad de desarrollar o practicar habilidades como la edición de audio y video, fotografía digital o producción de podcast, entre otros muchos formatos.

Hay un elemento adicional relacionado con las narrativas digitales: se trata de las posibilidades que se abren al difundirlas por los canales de video, con lo cual se les mantiene en el repositorio o archivo para posteriores vistas, así como la apertura a mirar los videos en cualquier sitio mientras se tenga conexión. Nick Couldry (2008) observó que este formato adquiría su particularidad por realizarse con tecnologías digitales y, principalmente, porque ante mayor acceso a internet brinda otras potencialidades de transmisión, retransmisión y transformación de los relatos.

LA INVESTIGACIÓN Y EL TRABAJO DE CAMPO

En este apartado se exponen, de manera breve, algunos elementos de la investigación y del trabajo de campo que permiten enmarcar los puntos relacionados con las implicaciones de la improvisación y del uso de las narrativas digitales.

Usos de internet entre los pueblos indígenas

La investigación que dio origen a estas notas tuvo como objetivo comprender las características que iba adquiriendo internet en los contextos de los pueblos indígenas, así como identificar los impactos de la conectividad con dichas poblaciones. El trabajo de campo se realizó en la Sierra Norte de Puebla, un área heterogénea en el centro-oriente de México habitada por cuatro grupos étnicos y la población mestiza.

Los usos que se fueron identificando en los poblados donde se trabajó fueron los que cualquier persona puede observar en sus entornos, es decir, comunicarse con familiares y amistades, establecer nuevos contactos, tomar fotografías o videos y subirlos a las redes sociales, buscar información general, de entretenimiento, y también información específica de las actividades que se realizan, por ejemplo, de las tareas escolares, de las relacionadas con la agricultura o de servicios turísticos que se realizan en la región. Lo que cambia y hace particular el acceso y uso de internet entre las poblaciones indígenas es que lo realizan desde sus condiciones y recursos conformados históricamente, en donde intervienen aspectos de desigualdad y diferenciación, y, por otro lado, los contenidos de sus prácticas digitales están estrechamente relacionados con los contextos locales, por lo que es significativo el uso de la lengua, las tradiciones y costumbres, entre otros elementos culturales.

Otro aspecto observado fue que la población joven se conecta a internet, mientras que las generaciones adultas aún están rezagadas en la brecha digital (manifestación de un cúmulo de otras desigualdades). Con ello, además de marcar diferencias etarias en el acceso a las tecnologías, generan espacios de socialización distintos: unos donde interactúan presencialmente las personas de un poblado, y otro que es digital y donde interactúan quienes pueden conectarse (del mismo poblado o de otras partes). Así, la generación joven también está conformándose como puente o vínculo entre lo que sucede en los poblados y todo aquello que se realiza en línea: son algo así como intermediadores digitales y de lo digital. Este aspecto es relevante, porque fue con este sector de la población con el que se trabajó con las narrativas digitales, ya que son precisamente quienes mayor acceso tienen a las tecnologías y, por lo mismo, han desarrollado habilidades para utilizarlas.

Del trabajo de campo

Estando en ese lugar confirmé lo de los cibercafés y el tipo de usuarios (la mayoría entre doce y dieciocho años), solicité permiso a las autoridades locales para comenzar mi acercamiento, me dirigí a la única escuela de educación media superior que se encuentra en las afueras del poblado, me presenté con las y los profesores, quienes vieron atinado el interés porque dijeron que eso mismo se preguntan: ¿qué hacen los jóvenes en internet? Esa pregunta era una advertencia para que explicara más las intenciones de mi incursión, y aclarar que no era un policía de internet. Pasé al salón, me dirigí a las y los estudiantes y les expliqué mi presencia en el poblado. Me escucharon, me miraron, algunos hicieron preguntas de si los podría ayudar en búsquedas de información, a lo que respondí con un -¡por supuesto!-, animado por la reacción positiva. Sin embargo… no pasó nada más porque no les interesó, y seguramente también pensaron que era un vigilante amable que ya no quería hacer el esfuerzo de ir por ellos, sino que les solicitaba que acudieran a él. Quiero pensar que también se suma que es un poblado que por años ha sido un polo de atracción para antropólogos y para comerciantes de papel amate (un tipo de artesanía local), es decir, han crecido viendo cómo llegan personas para saquearles información o mercancías, pues de alguna manera ambas ocupaciones funcionan como intermediarias en cadenas de relaciones, simbólicas y comerciales. Después… después tuve que replantear mi acercamiento, y retomar lo que disponía para generar empatía con otros y otras jóvenes que posiblemente también desconfiarían de mí (Ramos Mancilla, 2015, pp. 60-61).

En aquel primer poblado se realizó la presentación y se expuso el interés de conocer lo que hacen las personas cuando se conectan a internet. Las personas adultas recibieron con afinidad el tema, pues también estaban interesadas en saber lo que hacían los jóvenes en los cibercafés y las computadoras, pero a las y los jóvenes no les fue tan llamativo que alguien los contactara para observar sus publicaciones, sus fotografías, videos, contactos, o sea, sus actividades en las redes sociales.

Estaba en campo y tenía frente a mí tres cuestiones a resolver: ¿Cómo provocar la interacción? ¿Cómo serles claro en lo que yo quería obtener y al mismo tiempo ellos y ellas no se consideraran personas vigiladas? ¿Cómo corresponder a su tiempo, interacción, y permiso? (esta última pensando que sí obtuviera aceptación). Lo que necesitaba era tiempo con las y los jóvenes. (Ramos Mancilla, 2015, p. 61)

Se consideró que la entrada fue un fracaso, y con la imposibilidad de dar marcha atrás, se tuvo que idear alguna manera de entrar con la gente en los siguientes poblados si se quería realizar la investigación (que dependiendo de los compromisos que se van adquiriendo, terminar una investigación a veces es un imperativo). Así que se recuperó la experiencia de haber realizado narrativas digitales en un curso de la universidad, el cual se podía realizar con mínimos recursos de los equipos de cómputo a pesar de las condiciones de infraestructura: solo era necesario que funcionaran y que se pudiera instalar un par de programas (software), uno para editar audio y otro para editar video. Cabe decir que los requerimientos técnicos para las narrativas digitales son mínimos, ya que lo importante es lo que se relata en los productos audiovisuales que surgen de estas actividades.

Al llegar a los otros lugares se ofrecieron talleres para realizar narrativas digitales y en esos casos los jóvenes fueron entusiastas en la participación. Así, con esa actividad se intentó resolver las tres cuestiones que surgieron después del fracaso del primer pueblo. Las sesiones y las actividades de los talleres de las narrativas digitales se realizaron en puntos diferentes para cada lugar, según las condiciones de equipamiento y el apoyo de las personas que se interesaron en la actividad. Esto demuestra la flexibilidad y adaptabilidad para su realización. En un poblado acudimos a un telecentro público, en otro poblado a un cibercafé, y en un tercero fue el salón de computadoras de la escuela de bachillerato. Por otro lado, cabe decir que las y los jóvenes acudían a distintos cibercafés localizados en los poblados en su día a día para conectarse a internet.

Con esta actividad improvisada resolví las tres cuestiones que surgieron del fracaso inicial: provocar el acercamiento, con lo que a su vez les fui explicando las ideas de la investigación y me fueron agregando como amigo de Facebook, y con las narrativas digitales les estaba brindando una herramienta donde ya no era yo antropólogo/etnógrafo -la mirada autorizada- quien obtenía la información, sino eran ellas y ellos mismos quienes generaban un contenido propio para compartirlo entre ellas y ellos, y de paso a mí. Por lo demás, continué el trabajo de campo en los dos periodos del itinerario (in situ / online) (Ramos Mancilla, 2015, p. 62).

La realización de las narrativas digitales

Los talleres tuvieron un formato muy básico. Al inicio se mostraron algunos ejemplos de otras narrativas digitales disponibles en canales de videos. Este punto fue fundamental, porque al ver los videos preguntaban si ellas y ellos podrían realizar algo similar. Al obtener una respuesta afirmativa, fue evidente su entusiasmo. El siguiente paso fue dar algunas indicaciones generales de lo que se requería, principalmente algo que relatar y escribir. En este punto es importante mencionar que el tema puede ser sugerido o dirigido según los intereses de investigación que se persigan, sin embargo, en este caso se dejó abierto, así que las y los jóvenes decidieron sus propios temas a partir de sus intereses y posibilidades. Una vez que tuvieron los relatos en papel se compartieron en grupos y se recibieron retroalimentaciones de sus compañeros por si había algún detalle que les faltara: si se lograba transmitir un mensaje, si la historia estaba completa o había huecos, en general para escuchar comentarios. Estas sesiones de los talleres fueron importantes, porque generaron ideas entre quienes tenían interés, pero aún no encontraban un tema del cual hablar, y los ayudaron a indagar.

Al tener el relato en texto se procedió a la grabación con sus propias voces. Esta actividad fue sencilla para quienes estaban acostumbrados a utilizar la grabadora de los teléfonos celulares, pero fue novedosa para la mayoría: se sorprendían al escuchar su voz grabada por primera vez y, por otro lado, se desesperaban por equivocarse constantemente al leer sus textos. La posibilidad de edición del audio remedió el resultado final. A la par de esta actividad también estuvieron buscando imágenes que ilustraran o que se relacionaran con sus historias, así que buscaron en sus teléfonos celulares, algunos lo hicieron en álbumes familiares y de amistades, en archivos locales, o acudieron a tomar fotografías; también se utilizaron fotos de bancos de imágenes abiertos.

El proceso de edición fue sencillo, porque los jóvenes ya tenían práctica en el uso de tecnologías digitales. La secuencia fue realizar primero la edición del audio, en la cual fueron eliminando silencios largos, palabras repetidas, el seseo, o eliminar las partes donde se habían equivocado; además, podían colocar una pista de música de fondo. La música fue descargada de repositorios y catálogos de música libre o con licencia del tipo Creative Commons. Una vez que se tenía el archivo de audio «en limpio» se daba paso al programa de edición de video para colocar las imágenes. Por último, al final de los videos se colocaron los créditos. Para la edición sirvieron los siguientes esquemas de la figura 1.

Experimentar con las narrativas digitales permitió resolver las tres cuestiones que surgieron para el rapport, pero se convirtieron en una pieza que no estaba contemplada en el rompecabezas de la investigación y fue necesario realizar una revisión distinta del material audiovisual generado.

COMPLEMENTANDO EL ANÁLISIS ETNOGRÁFICO

En el momento posterior al trabajo de campo se fueron encontrando otras posibilidades derivadas de las narrativas digitales que se realizaron al inicio del campo. Mientras se estaban vinculando diferentes elementos del conjunto de la información, fue emergiendo que aquello que los jóvenes relataban en sus videos, como los temas, las imágenes, sus énfasis, en general lo que las y los jóvenes expresaban, además de las condiciones desde las cuales realizaron las narrativas, permitían ampliar la información de los intereses de los jóvenes, de sus relaciones en los poblados, y de lo que se puede indicar como parte de la juventud indígena (una generación en transición).

Por mencionar algunas de las interrelaciones que se podían realizar a partir de las narrativas digitales está el mantenimiento de las tradiciones que practican los jóvenes, y que son distintas de cómo las realizan los adultos o como estos quisieran que se realizaran por los jóvenes. En medio de diferentes influencias, por ejemplo, de los medios de comunicación, la mayoría de jóvenes decidieron realizar sus relatos en torno a actividades relevantes de sus poblados, por ejemplo, las festividades, las danzas, las artesanías. Con sus relatos estaban indicando lo que era importante para ellos en esos momentos, lo cual tuvo relación con aspectos colectivos y menos con elementos individuales.

Figura 1 Esquemas de la edición de audio y de imágenes. 

Para ejemplificar la ampliación de información a partir de las narrativas digitales, se recuperan un par de ejemplos: el de Selena, una joven de diecisiete años de un poblado tutunakú, y de Adán, un joven de dieciocho años de un poblado donde cohabita población nahua y mestiza. El relato de Selena se basó en una historia que le contaba su padre sobre un poblado que estaba al interior de un cerro que podían observar a lo lejos desde donde vivían, en el video relata que al agacharse y colocar la oreja en la tierra en aquel lugar se puede escuchar a los animales y los murmullos de la gente hablando, además, nos dice que se encuentran allí encerrados porque fue un castigo a sus actitudes arrogantes hacia los poblados vecinos. El relato ya es interesante por las referencias hacia el territorio y las posibles indagaciones que se puede realizar hacia sus formas simbólicas; sin embargo, en el cruce de información resultó interesante la forma en que Selena pudo realizar la narrativa digital. Ella mencionó que su padre aceptó volver a relatar la historia tal como se la habían contado a él, con la condición de que realizara tareas en la casa, o sea, tenía que ganarse la historia. Esto se relaciona con las maneras locales de merecer la comunidad, es decir, se tiene que participar en actividades comunitarias para formar parte de la colectividad, y eso mismo se reproducía en el ámbito familiar. Además, una vez relatada la historia en tutunukú (la lengua materna) Selena tuvo que transcribirla al español.

El relato de Adán trata sobre una actividad que realiza un grupo de jóvenes cada año en los sábados de Semana Santa. Estos se reúnen en la madrugada para hacer una mojiganga (un muñeco del tamaño de una persona) que después montan en un burro. Posteriormente, van recorriendo las calles del pueblo pidiendo cooperación para la quema del Judas. La gente sale de sus casas para cooperar y para arrojarles agua, dejándolos empapados. Al final del día se compran petardos con el dinero reunido para la quema de la mojiganga en medio de la plaza. Esta actividad es una tradición local que no se comparte con otros poblados de los alrededores, y es revelador que, además de que el relato sea realizado por un joven, la propia actividad es mantenida por grupos intergeneracionales que son relevados cada año por, precisamente, otros grupos que incluyen en su mayoría a jóvenes.

Es posible observar que, en ambos casos, la información abre posibilidades de análisis, permite regresar a los registros y las observaciones de campo, a los relatos que realizaron los demás jóvenes y preguntarnos, por ejemplo, sobre los conflictos generacionales, o sobre la transmisión cultural, de la relación de la quema de la mojiganga en conjunto con otras actividades donde también participan los jóvenes, o bien por otras historias que se vinculen con el territorio, o por las maneras que localmente se tiene para merecer la comunidad, entre otras cuestiones. Estos aspectos no estaban considerados en la investigación de los usos de internet en los pueblos indígenas: emergieron a partir de la revisión a las narrativas digitales.

Por otro lado, el hecho de observar de una manera más detallada los relatos multimedia permitió complementar las descripciones que se esbozaban en la etnografía, ya sea porque daban un punto de vista más, porque se observaban imágenes que de otra manera no se hubieran visto, porque de repente se identificaba a alguien realizando algo o en compañía de alguien que permitía realizar conexiones, porque hacían referencia a otros momentos o porque hacían considerar algún aspecto que había pasado desapercibido. Así, revisar las narrativas digitales fuera del periodo del trabajo de campo hizo considerarlas como una oportunidad para poder estar en sitios, momentos o actividades en las que aun estando en campo no se hubiera logrado asistir.

APUNTES ASOCIADOS A LA APERTURA Y LA IMPROVISACIÓN

Con lo señalado hasta aquí, se considera que el trabajo de campo y la investigación que sirven para ilustrar este artículo tienen características propias por la incorporación de las narrativas digitales. Primero, por permitir el pretexto desde el cual se pudo interactuar con los jóvenes. Con ello, además, se generó un espacio de intercambio de relatos (Underberg y Zorn, 2013) y de práctica de habilidades digitales (Gubrium, Harper y Otáñez, 2015), y segundo, por los elementos que surgieron para analizar y complementar las descripciones de las relaciones y situaciones.

Vered Amit menciona en la introducción de Constructing the field (2000a) que el campo requiere una variedad de métodos y recursos para asir lo que va ocurriendo en medio de nuestras interacciones. Por otro lado, Oscar Lewis (1975) aportó algunos comentarios relacionados con el control y la experimentación en el trabajo de campo. Si bien la observación participante continúa siendo un pilar de la práctica etnográfica, se ha complementado con otras técnicas y recursos y cada vez es más necesario incluir y desplegar una variedad de herramientas metodológicas que pongan en debate lo experimental (Álvarez Pedrosian, 2018; Estalella y Sánchez-Criado, 2016).

El uso de recursos como las narrativas digitales puede aportar en las discusiones sobre el trabajo de campo más allá de un periodo de registro de información, pues es un momento de específicas relaciones sociales propiciadas por quien investiga y, necesariamente, por las personas que se interesan y nos permiten la interacción. También aportan al análisis a partir de brindar información que ha sido reflexionada y elaborada por las propias personas con quienes trabajamos, y en este sentido, en los cruces de datos que se puede realizar. Así, un aspecto a resaltar de la experiencia descrita en este texto es abrir los procesos y derroteros como parte conjunta de las investigaciones (Caratini, 2013) y no como una parte separada desde la cual se llega a productos académicos (Bourdieu, 2008).

El trabajo de campo se ha definido en términos generales como un periodo en el que se registra información (Hammersley y Atkinson, 1994), pero se ha obviado que la aplicación de instrumentos es dinámica, esto es, los instrumentos y los procedimientos corresponden a determinados momentos y debates, por lo que pueden ser puestos a revisión para complementar las observaciones y análisis (como en el caso de Mead, 1956). De manera específica, para la antropología el trabajo de campo es un proceso de inmersión hacia un grupo, colectivo, sociedad, ambiente, etc. (Caratini, 2013; Guber, 2001), y una experiencia de encuentro (o incluso de desencuentro, como puede ocurrir en algunas ocasiones), que siempre es cambiante, por lo que es útil abrir y exponer los procedimientos para favorecer las exploraciones en la práctica etnográfica y antropológica.

En este sentido, habría que acotar que la improvisación a la que se apela parte de considerar que es necesaria una preparación y programación específica, incluso particular para cada contexto de investigación. Así, podemos realizar un tránsito de la simple improvisación hacia lo experimental, al considerar que la experimentación demanda habilidades y planificación, figuraciones y guías. Un ejercicio inicial con el que se puede sortear este tránsito es precisamente reflexionar en torno a las ocasiones que hemos improvisado y las maneras en que se acoplan o trastocan los procedimientos antropológicos; así, entonces, extraerlas, organizarlas, prepararlas o escribirlas para que complementen nuestras planificaciones metodológicas (y experimentales), disponibles para cuando tengamos que enfrentarnos a lo imprevisto.

CONCLUSIONES

La idea del texto es sumar en los testimonios y reflexiones relacionadas con el proceso metodológico. Se parte de que, si bien hay una amplia producción disponible, se llega a esta por distintos derroteros, y generalmente cuando ya se ha realizado el trabajo de campo (lo cual sigue siendo útil, pero quizá podría servir más si fuera previo). En este sentido, se espera que este texto, al abrir el proceso que se realizó ante una situación inesperada, tenga rasgos que ayuden a personas interesadas en la discusión de la planificación metodológica. Aunque queda pendiente elaborar líneas en torno a cómo reanimar una formación que aborde aspectos que superen «lo que no dice la antropología» y que al mismo tiempo contrasten los sesgos de las corrientes enfocadas en lo experimental de la representación como el posmodernismo.

La contribución de este artículo se pretende bastante modesta. Se refiere al momento inicial del trabajo de campo y señalar que quien investiga es quien debe desarrollar habilidades para improvisar. La improvisación, en este marco, se considera como el cúmulo de la experiencia y con un abanico amplio de recursos, que provengan de una formación previa y adecuados al contexto donde se realiza la investigación. Además, se debe prevenir en la planificación que al improvisar influirá en el proceso del trabajo de campo y por lo mismo en los resultados.

En el caso concreto que brevemente se expuso en este artículo fue de utilidad recurrir a las narrativas digitales. Este recurso incidió en tres cuestiones durante el trabajo de campo: facilitó la interacción al inicio; con ello se permitió exponer el objetivo de la investigación y, además, se generó un espacio de aprendizaje. En este texto también se señala que dicha improvisación impactó en el proceso y los resultados de la investigación, pues se agregaron aspectos que en un inicio no estaban considerados. Al realizar la revisión de este proceso se observó que, si son recurrentes las situaciones inesperadas por las mismas características de las relaciones sociales durante el trabajo de campo, entonces se debería considerar la improvisación en la planificación metodológica más de lo que se suele mencionar. En este sentido, se puede tender vínculos con otras propuestas que intentan experimentar alternativas de participación y de reflexión entre las personas con quienes se realizan las investigaciones.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Álvarez Pedrosian, Eduardo (2018). Sentidos de lo experimental en la etnografía. Un debate epistemológico. Antropología experimental, (18), 249-262. https://doi.org/10.17561/rae.v0i18.3531 [ Links ]

Amit, Vered (2000a). Introduction: constructing the field. En Vered Amit (ed.), Constructing the Field. Ethnographic Fieldwork in the Contemporary World (pp. 1-18). Routledge. https://doi.org/10.4324/9780203450789_chapter_1 [ Links ]

Amit, Vered (ed.) (2000b). Constructing the Field. Ethnographic Fieldwork in the Contemporary World. Routledge. [ Links ]

Barley, Nigel (2006 [1983]). El antropólogo inocente. Barcelona: Anagrama. [ Links ]

Berger, Arthur (1997). Narratives in Popular Culture, Media and Everyday Life. SAGE. https://doi.org/10.4135/9781452243344 [ Links ]

Bortoluzzi, Manfredi y Jacorzynski, Witold (coords.) (2010). El hombre es el fluir de un cuento: antropología de las narrativas. CIESAS. [ Links ]

Bourdieu, Pierre (2008 [1984]). Homo academicus. Siglo XXI. [ Links ]

Caratini, Sophie (2013 [2012]). Lo que no dice la antropología. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. [ Links ]

Castro, Yerko y Blázquez, Adèle (coords.) (2017). Micropolíticas de la violencia. Reflexiones sobre el trabajo de campo en contextos de guerra, conflicto y violencia. Laboratorio Mixto Internacional - Cuadernos de Trabajo del MESO [cuad. 5]. [ Links ]

Cerwonka, Allaine y Malkki, Liisa H. (2007). Improvising theory: process and temporality in ethnographic fieldwork. University of Chicago Press. https://doi.org/10.7208/chicago/9780226100289.001.0001 [ Links ]

Couldry, Nick (2008). Mediatization or mediation? Alternative understandings of the emergent space of digital storytelling. New Media & Society, 10(3), 373-391. https://doi.org/10.1177/1461444808089414 [ Links ]

Fortun, Mike; Fortun, Kim y Marcus, George (2017). Computers in/and Anthropology: The Politics of Digitization. En Larissa Hjorth, Heather Horst, Anne Galloway, y Genevieve Bell (eds.), Routledge Companion to Digital Ethnography (pp. 11-20). Routledge. [ Links ]

Galavotti, Maria Carla (ed.) (2003). Observation and experiment in the natural and social sciences. Springer. https://doi.org/10.1007/0-306-48123-5 [ Links ]

Gorbach, Frida y Rufer, Mario (coords.) (2016). (In)disciplinar la investigación: archivo, trabajo de campo y escritura. Siglo XXI y UAM-Xochimilco. [ Links ]

Guber, Rosana (2001). La etnografía. Método, campo y reflexividad. Grupo Editorial Norma. [ Links ]

Gubrium, Aline; Harper, Krista y Otañez, Marty (eds.) (2015). Participatory Visual and Digital Research in Action. Routledge. https://doi.org/10.4324/9781315422978 [ Links ]

Guggenheim, Michael (2012). Laboratizing and de-laboratizing the world: changing sociological concepts for places of knowledge production. History of the Human Sciences, 25(1), 99-118. https://doi.org/10.1177/0952695111422978 [ Links ]

Hammersley, Martyn y Atkinson, Paul (1994). Etnografía. Métodos de investigación. Paidós. [ Links ]

Hazan, Haim y Hertzog, Esther (eds.) (2012). Serendipity in Anthropological Research. The Nomadic Turn. Routledge. [ Links ]

Ice, Gillian H.; Dufour, Darna L. y Stevens, Nancy J. (2015). Disasters in Field Research. Preparing for and Coping with Unexpected Events. Rowman and Littlefield. [ Links ]

Keiser, Lincoln (1969). The Vice Lords: Warriors of the Street. Case Studies in Cultural Anthropology. [ Links ]

Laborde, Denis. (2011). Improvisation, sérendipité, indétermination en musique. En Danièle Bourcier y Pek van Andel (eds.), La sérendipité, le hasard heureux (141-159). Hermann. [ Links ]

Lewis, Oscar (1975). Controles y experimentos en el trabajo de campo. En Josep R. Llobera (coord.), La antropología como ciencia (pp. 97-127). Anagrama. [ Links ]

Malinowski, Bronislaw (1967). A Diary in the Strict Sense of the Term. Routledge. [ Links ]

Marcus, George y Fischer, Michael M. J. (2000 [1986]). La antropología como crítica cultural. Un momento experimental en las ciencias humanas. Amorrortu. [ Links ]

Mead, Margaret (1956). Some uses of still photography in culture and personality ­studies. En Douglas G. Harin (ed.), Personal character and cultural milieu (pp. 79-105). Siracuse University Press. [ Links ]

Nuñez-Janes, Mariela; Thornburg, Aaron y Booker, Angela(eds.) (2017). Deep Stories. Practicing, Teaching, and Learning Anthropology with Digital Storyteller. De Gruyter. https://doi.org/10.1515/9783110539356 [ Links ]

Rabinow, Paul (1992 [1977]). Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos. Júcar. [ Links ]

Ramos Mancilla, Oscar (2015). Internet y pueblos indígenas de la Sierra Norte de Puebla, México. Tesis de doctorado en Antropología Social, Universitat de Barcelona. [ Links ]

Rivoal, Isabelle y Salazar, Noel (2013). Introduction: Contemporary ethnographic practice and the value of serendipity. Social Anthropology, 21(2), 178-185. https://doi.org/10.1111/1469-8676.12026 [ Links ]

Russell, Catherine (1999). Experimental Ethnography. The Work of Film in the Age of Video. Duke University Press. https://doi.org/10.1515/9780822396680 [ Links ]

Underberg, Natalie y Zorn, Elayne (2013). Digital Ethnography. Anthropology, Narrative, and New Media. University of Texas Press. https://doi.org/10.7560/744332 [ Links ]

Wacquant, Loïc (2006 [2000]). Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de ­boxeador. Siglo XXI. [ Links ]

Willis, Paul (2000). The ethnographic imagination. Polity Press. [ Links ]

Recibido: 21 de Febrero de 2020; Aprobado: 21 de Junio de 2022

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons