Para aceptar que hay violencia en ti, yo siento que tienes que… es que tienes que aprender a escuchar, pero a veces aprender a escuchar es muy difícil y sobre todo cuando te acostumbran de pequeño que a quien escucha es a ti y no a los demás. Íñigo, 18 años.
INTRODUCCIÓN
La violencia representa una prioridad en la agenda de muchos organismos internacionales y programas nacionales, desde el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud como un problema de salud pública en el año de 1996 y su posterior exhortación en 2002 a los Estados miembros a evaluar el problema e informar sobre la manera de abordarlo.
En la región de Latinoamérica, la violencia ―y sobre todo la de género― es un problema serio. México, actualmente, cursa por un clima de violencia histórico en el cual los feminicidios, las desapariciones y las cifras de homicidios son alarmantes1. Los factores político-sociales son múltiples y los grupos afectados resaltan la prioridad de trabajar en estrategias de atención y prevención. En específico, en Latinoamérica existe una falta de investigación que aterrice en políticas públicas enfocadas específicamente a varones. En México, la necesidad de trabajar con ellos es fundamental, ya que la violencia de género es una de las demandas sociales más importantes en este momento. Dichas demandas han sido principalmente realizadas por colectivos de mujeres feministas, quienes en los últimos años han realizado importantes manifestaciones en el país, exigiendo un alto a la violencia de género y al feminicidio2.
Los varones fungen como los principales agresores de las mujeres, como muestra la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, 2016 (Instituto Nacional de Estadística y Geografía - INEGI, 2017). Se calcula que, en el ámbito familiar, los hermanos varones son reportados como principales agresores, con un 25,3%, seguidos por los padres, con un 15,5%. De igual forma, en el ámbito escolar, el 47,1% de los agresores a las mujeres son compañeros varones que ejercen violencia sexual, emocional o física, principalmente.
No obstante, el impacto de la violencia interpersonal se centra en los jóvenes varones también, lo que afecta su salud. En todo el mundo los hombres tienen mayores probabilidades en comparación con el grupo de mujeres de sufrir violencia en contextos de conflictos armados y actividades delictivas (OPS, 2013). En México, la violencia interpersonal se encuentra entre las principales razones de muerte prematura en jóvenes varones (Lozano, Gómez-Dantés, Pelcastre, Ruelas, Montañez, Campuzano, Franco, González, 2014)3. Por todo lo anterior, pensar en el trabajo específico con varones, y en el caso con adolescentes, es pensar en frenar una trayectoria de violencias que puede significar daño a su desarrollo y afectación a la vida de las mujeres.
En el marco de una necesidad de reflexionar sobre las posibilidades de actuar en contra de la violencia, las investigaciones enfocadas en los hombres que ejercen violencia resultan necesarias. El objetivo del presente trabajo es explorar algunas posibilidades de contradecir los aprendizajes rígidos de género asociados con la violencia en un adolescente a partir de sus experiencias y cuestionamientos sobre los aprendizajes de género y las reflexiones e interpelaciones del feminismo.
VIOLENCIAS Y MASCULINIDADES
Para entender la violencia, es necesario introducir el concepto de poder, el cual es, desde la teoría feminista, el que explica el ejercicio de la violencia dependiendo de la posición que ocupe un sujeto dentro de un sistema de jerarquías. La base de la violencia de género se encuentra determinada por una construcción social en la que se otorga mayor poder a los hombres y una posición subordinada a las mujeres, como resultado de un proceso de socialización en el que participan grupos e instituciones sociales (Ramos, 2006).
La violencia masculina y la forma en la que esta se reproduce y expresa tiene como objetivo mantener un sistema de dominación (Garda, 2014), por lo que, por ejemplo, el uso de la violencia dentro de la pareja es un recurso para mantener la autoridad y dominación masculina por los varones. Y aunque ante ello muchas mujeres desarrollan estrategias para los hombres que violentan a su pareja, lo que está en juego es el reconocimiento social de su masculinidad (Ramos, 2006). El derecho de los hombres de disciplinar a la mujer cuando esta no cumple las expectativas que se esperan de ella dentro de una sociedad patriarcal es un acto «correctivo» (Contreras, 2008), y el uso de la violencia como forma de represalia obedece muchas veces a las libertades que las mujeres van obteniendo (Frías, 2008). En este sentido, aunque el empoderamiento de la mujer la dota de herramientas para enfrentar y evitar mejor las violencias, paradójicamente también representa un factor que se ha relacionado con la represalia violenta hacia ella (Casique, 2008). Lo anterior ilustra el carácter estructural de la violencia y deja al descubierto las desigualdades de los géneros en una sociedad patriarcal.
Es importante dar cuenta de la necesidad de estudiar a la violencia desde una perspectiva de género, de modo que permita ver a un varón en concreto como un reproductor de prácticas dominantes en un cierto momento histórico (Castro y Riquer, 2003), y que muestre que la violencia es una forma de relación entre dos o más sujetos y no solo responde a características individuales, sino estructurales (Izquierdo, 1998).
En el contexto mexicano, la violencia está fuertemente tolerada por la cultura y es una forma frecuente de resolver conflictos. A este contexto violento se añaden los factores de género que establecen una dominación masculina mediante la cual los hombres gozan de mayores privilegios y de mayor poder que las mujeres (Contreras, 2008).
En los procesos de socialización de los varones, los enunciados que adquieren cierta regularidad en la práctica social permiten discursos dominantes del ser hombre como un ideal (Núñez, 2004). Es uno de estos discursos dominantes los que se encuentran relacionados con el ejercicio de la violencia.
Existe, de esta forma, un deber ser masculino presente en sus identidades, marcadas por la dominancia, y en la medida en que el varón se mantenga dentro de ciertos márgenes y no los transgreda, aseguran su pertenencia al mundo de los hombres. Dentro de las cualidades y mandatos de la masculinidad dominante y hegemónica (Connell, 2015), la violencia puede ser justificada, desde un deber ser, menciona Olavarría (2006), «una responsabilidad», a través de diversos actos que comprueben su hombría, los varones pueden sentir que actúan con responsabilidad ante ciertos mandatos de la masculinidad hegemónica.
En la población adolescente se ha encontrado que los varones que ejercen violencia suelen tener creencias y normas rígidas en cuanto a su masculinidad, lo que se relaciona con la violencia que ejercen a los otros. Algunos estudios señalan que existe una relación clara entre las normas masculinas y el uso de la violencia en adolescentes (Poteat, Kimmel y Wilchins, 2010). Por su parte, Heilman, Barker y Harrison (2017), reportan que los jóvenes siguen conservando actitudes y creencias transmitidas que presionan a que se comporten de cierta manera relacionada con roles de género rígidos, que impactan en varias áreas y comportamientos de su vida, incluida la violencia.
A pesar de que la repetición de ciertos roles genera efectos reales y problemáticos para la vida de los jóvenes, la repetición de esas normas rígidas parece otorgar un efecto de reafirmación de la masculinidad al cumplir con ciertas expectativas esperadas. Lo anterior no está libre de contradicciones, aunque muchos varones estén atrapados en una repetición poco flexible de los roles de género que se relacionen con el uso de la violencia y ello genera ciertos dividendos o ganancias patriarcales (Connell, 2015), aunque también genera desventajas. Las paradojas del poder que ostentan los hombres como grupo muestran que el ejercicio del poder por medio de la violencia en los hombres, a su vez, conlleva a la creación de barreras emocionales o prohibiciones de aquello relacionado con lo sensible, lo cual les genera dolor, temor y aislamiento (Kaufman, 1999). Estas experiencias serán más comunes en aquellos que se sienten incapaces de alcanzar dichas expectativas o en hombres jóvenes.
Retomando lo expuesto, la adolescencia puede ser un periodo en el que los varones repitan rígidamente los roles de género y los mandatos de la masculinidad asociados con la violencia ―aunque esta repetición conlleve sufrimiento y rigidez también para su vida emocional―. No obstante, la adolescencia es un periodo de flexibilidad y de reflexión en el que se pueden cuestionar los roles rígidos aprendidos (Rocha, 2008).
RUPTURAS ANTE LO HEGEMÓNICO
Como la comprendemos en la actualidad, la adolescencia tiene su periodo inaugural con la llegada de la pubertad, que se determina como la etapa en la que se inician los cambios físicos del desarrollo sexual secundario que conlleva al desarrollo de un cuerpo con posibilidades «adultas», como, por ejemplo, las reproductivas. No obstante, más allá de los cambios físicos, la adolescencia implica cambios, adaptaciones y definiciones fundamentales a resolver por los sujetos adolescentes, para poder acceder a un estatus de independencia importante que refleje un estado de maduración distinta.
Los estudios de género y masculinidades han señalado que los ideales masculinos en los adolescentes suelen hacerse desde una visión normativa y hegemónica de la masculinidad (Ceballos, 2012); no obstante, también es común que estas tendencias conservadoras debatan en ciertos aspectos con algunas más modernas (Fernández, 2004). Los varones sostienen diferentes lugares y posicionamientos dentro de los discursos dominantes, ya que, como menciona Amuchástegui (2001), la construcción social de género designa aquello masculino que se construye dentro de ciertos contextos históricos particulares y no reduce a los hombres a ciertas manifestaciones, sino que genera también resistencias y rupturas. Entenderemos las rupturas como todas aquellas acciones que llevan a una persona a romper los patrones tradicionales de la masculinidad hegemónica, y para este trabajo nos enfocaremos en aquellas relacionadas con la violencia interpersonal ejercida por los varones a partir de dialogar con mujeres, ya sea verbalmente o en la convivencia directa con algunas de ellas.
Como se mencionó, hay aparentes ganancias de permanecer en los roles rígidos para los adolescentes, una cierta ganancia que parece estar asociada a una reafirmación de identidad. Los mensajes sobre el ejercicio de los roles de género rígidos son transmitidos, principalmente, por las figuras centrales que participan en la socialización de género, es decir, la familia en primer término; sin embargo, son sostenidos en la práctica por todo un entramado social. En este sentido, parece complicado pensar en términos de rupturas. No obstante, las hay, a pesar de la presión social.
En cuanto a rupturas en términos de comportamientos relacionados con la violencia, habría que considerar que la violencia no es algo natural en los hombres, ni en los seres humanos en general, por lo que las resistencias estarían dadas desde un inicio. Barker (2016) habla de resistencia masculina, la cual, para el autor, es mucho más natural y biológica que la violencia masculina, ya que se ha visto que, para ser ejercer violencia grave, como un homicidio, por ejemplo, se necesita vivir una serie de eventos de brutalidad sistemática (de naturaleza generalmente traumática).
No obstante, las experiencias de vida en torno a la violencia generan más posibilidades de que los varones la ejerzan posteriormente. Segato (2018) señala que la masculinidad está más disponible para la crueldad porque la socialización y el entrenamiento para la vida del sujeto lo hace cargar el fardo de la masculinidad que lo obliga a desarrollar una afinidad significativa hacia la crueldad y la baja empatía.
Entonces, cabría preguntarse: ¿cuál es el camino de las rupturas en esos sujetos que han sido socializados para la repetición de esas violencias, a pesar de una resistencia natural?
Como mencionan Barker, Ricardo y Nacimento (2007), si tomamos en cuenta que las cuestiones de género trascienden a los individuos, el ejercicio necesario es el cuestionamiento de las normas tradicionales que se promuevan en múltiples niveles, de modo que se influya en las prácticas culturales y normas sociales para promover un cambio.
En la práctica de los individuos, puede notarse que hay ciertos cambios que se reportan en los varones jóvenes y adolescentes que muestran un cuestionamiento de las normas masculinas rígidas (Heilman et al., 2017). Las reflexiones de los mismos varones en cuanto a la rigidez de ciertos aspectos relacionados con sus ejercicios de violencia pueden propiciar cuestionamientos sobre las normas rígidas asociadas con la violencia. Lo anterior será un eje importante en este texto.
La reflexión de los varones sobre quiénes son y el tipo de hombres que pueden ser es una reflexión en continua construcción. Sabemos que la construcción de la subjetividad es un proceso que dura toda la vida, y, por lo tanto, la respuesta sobre lo que se es cuando se es un hombre, está sujeta a continuos cambios supeditados por una realidad social en la cual el varón se desenvuelve.
Para Rocha (2014), la socialización del género, como un proceso de formación a partir del cual se espera que alguien aprenda a desempeñar un rol perteneciente a su género, es un proceso permanente en el que participan agentes como las instituciones sociales, políticas, religiosas, legales y educativas. Dicho proceso de socialización se traduce en prácticas, normas y una forma de pensarse y definirse. La forma en la que los hombres se han posicionado frente a los procesos de empoderamiento femenino, para esta autora es variable y esto se relaciona con el mismo ciclo vital y nuestras experiencias particulares, además de que, señala, el contexto ideológico, sociopolítico e incluso legal, da posibilidad a que se generen cambios.
Ante lo dicho, resulta fundamental explorar la experiencia de los hombres que, en una época de vida como la adolescencia en la que se precipitan cambios, son testigos de realidades sociopolíticas y relacionales referentes a las mujeres y el feminismo. Un feminismo que señala sus violencias como dimensión relevante de las identidades de género. La pregunta sería si tienen impacto en la reflexión de los adolescentes varones sobre sus violencias y, potencialmente, si esto puede incidir en un cambio del ejercicio de aquella.
El presente trabajo pretende aportar, mediante el acercamiento a un caso, ciertas ideas que, desde la misma experiencia de un adolescente, nos permitan considerar cuáles son las posibilidades de contradecir en ellos mismos los aprendizajes de género relacionados con la violencia.
METODOLOGÍA
El presente trabajo expondrá una parte de los resultados de una investigación doctoral realizada en México (UNAM) que buscó explorar las posibilidades de cuestionamientos y rupturas con respecto a los mandatos de la masculinidad, relacionados con la violencia en varones adolescentes que ejercen violencia interpersonal4. En este artículo se explorará, mediante un estudio de caso, la experiencia de uno de los seis entrevistados que participaron en esta investigación5. Para este trabajo, se eligió al participante que se consideró retrata una mayor reflexión y aceptación del feminismo que observa y vive en su entorno, de forma que pueda aportar claves sobre el cuestionamiento que algunos hombres pueden realizar sobre sus propias violencias. Asimismo, consideramos que el participante recupera y sintetiza elementos que en las entrevistas con otros adolescentes también fueron encontrados.
El participante realizó una entrevista semiestructurada individual (Kvale, 2008) y los fragmentos de entrevista seleccionados para este trabajo fueron previamente analizados mediante un análisis de contenido categorial (Bardín, 2002), por lo que se expondrán aquellos resultados que más retratan la experiencia del entrevistado en cuanto a su relación con los movimientos feministas y sus reflexiones sobre sus aprendizajes de género.
Participante. Íñigo6 es un joven de 18 años que estudia su último año de educación preparatoria. Actualmente, a causa de la pandemia, toma sus clases únicamente de modo online, por lo que esta entrevista se desarrolla de la misma forma por videollamada el 2 de diciembre de 2021.
La invitación a participar en la investigación se le hizo extensiva al participante, luego de una plática que se dio a su grupo, la cual versaba sobre la violencia en el noviazgo. Íñigo manifestó su deseo de participar en la investigación después de realizada la conferencia y dada la invitación. La investigadora confirmó las características del interesado y se le explicó brevemente el procedimiento y la necesidad de firmar el consentimiento informado. Luego de la entrevista, se realizó una breve retroalimentación al participante, a manera de devolución.
Cabe señalar que, durante la realización de esta investigación, lograr la participación de los adolescentes varones requirió un extenso recorrido de definición de estrategias. Confirmamos, como lo señala la literatura, que los varones generalmente se resisten a participar, en comparación como las mujeres (Castro y Riquel, 2003), por lo que a continuación se describirán las estrategias utilizadas en este estudio por considerar que aportan datos sobre la forma de alentar la participación de los adolescentes en investigaciones que implican que ellos asuman sus ejercicios de violencia.
La investigación se llevó a cabo en escuelas, las cuales dieron permiso a que se hicieran invitaciones a su alumnado. Las invitaciones, dirigidas a adolescentes varones, se hicieron por medio de carteles, invitaciones directas a grupos, acercamientos a potenciales participantes a quienes se les explicaba la importancia de la investigación y conferencias sobre violencia, después de las cuales se invitaba a participar a los varones interesados. De la totalidad de las estrategias se obtuvieron varios aprendizajes: que los varones eran capaces de reconocer sus ejercicios de violencia, pero querían asegurar la confidencialidad de sus relatos, por lo que las entrevistas grupales fueron descartadas. De igual forma, muchos se vieron desalentados al saber que, como menores, sus padres tendrían que estar enterados de su participación y acceder a esta, por lo que se recurrió a un formato de consentimiento como menores emancipados mediante el cual se podía prescindir de la autorización de los padres, ya que el conocimiento de la naturaleza de la investigación podría poner al menor en riesgo de ser cuestionado o intimidado por estos debido a la sensibilidad del tema (pauta 17, Organización Mundial de la Salud - OMS y Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas - CIOMS, 2016). Por otro lado, se vio la importancia de la generación de confianza entre el investigador y el posible participante (al dar toda la información posible en un primer momento) y la correcta transmisión de la importancia y beneficio del estudio.
Cabe señalar que, a pesar de encontrar el interés de potenciales participantes en general, la captación de la totalidad de los participantes entrevistados fue por medio de conferencias (con duración de una a dos horas) que versaron sobre masculinidades y violencia en pareja; ambos temas de las conferencias fueron elegidos ―de entre varias propuestas―, por los diversos coordinadores de los grupos, de modo que estos aportaran a lo abordado en su clase o actividad académica planeada. Cabe señalar que, aunque el tema de la conferencia versaba sobre el tema de masculinidades o de violencia en pareja, encontramos que los participantes hablaron en sus entrevistas de sus ejercicios de violencia en general, y no necesariamente se enfocaron en la violencia en pareja, por lo que consideramos que una conferencia puede motivar y sensibilizar a los posibles participantes, de modo que dé pie a que ellos hablen en extenso de sus experiencias con la violencia.
De esta forma, podríamos considerar que la sensibilización previa ante los temas género y violencia resultó el factor más importante para que los varones se interesaran por hablar de sus ejercicios de violencia; no obstante, todos los aprendizajes obtenidos de las anteriores estrategias, parecen aportar información fundamental para considerar a la confidencialidad de los relatos de los varones, un factor decisivo para alentar su participación.
RESULTADOS
A continuación, se retoman algunos elementos de la entrevista con Íñigo, que fueron ordenados en tres apartados: ejercicios de violencia; reflexión sobre los aprendizajes de género, y reflexiones derivadas del feminismo, los cuales posteriormente se discutirán.
Ejercicios de violencia
Íñigo reconoce ejercer violencia verbal y emocional. Expresa que tiende a lastimar a las personas con sus palabras y a veces usa el chantaje para sacar provecho de algunas personas. De ambas violencias que él mismo nombra como verbal y emocional, está consciente y logra reconocer que las realiza a posteriori, por lo general. Durante la entrevista, Íñigo hace alusión a la violencia ejercida por él en el pasado y refiere que en su momento muchas acciones violentas en las que ha participado (violencia hacia los animales, bullying, peleas físicas) no las ha visto más que como juegos; sin embargo, en el presente logra reconocer que eso es normalizar la violencia y logra cuestionar los actos que «no están bien». Las personas a las que ha violentado han sido compañeros de escuela, hermanas, amigos y algunos profesores.
Sobre su experiencia emocional en los momentos en los que violenta, refiere que ante ciertas situaciones que le generan estrés (generalmente el estrés producido por sus deberes escolares) busca descargar su tensión por medio de la violencia. Lo anterior lo experimenta con una sensación de libertad, aunque logra percatarse del daño que esto puede provocar, e incluso ha pedido ayuda para controlar sus deseos de agredir personas (acudió a orientación psicológica), pues expresa que fantasea con violentar físicamente a algunas personas en la calle. Un ejemplo de los momentos de tensión y su descarga lo describe de la forma siguiente:
Cuando estoy haciendo tarea o ya me están estresando mucho, ya llevo mucho tiempo haciéndolas y ya me están frustrando, como que paro de hacer la tarea y no sé, aviento la silla, agarro todo, lo lanzo empieza a golpear las almohadas y empiezo a golpear, bueno golpeé una vez la pared, me lastimé las manos, pero nada más una vez porque me lastimé […] y ya llega un momento que ya, me relajo, como que saca mi estrés, mi ansiedad y ya regreso a trabajar y normalmente en mis ratos libres tiendo a jugar videojuegos de violencia donde disparan mucho, donde sacas como la ira, no sé, y cuando termino cada partida me siento tranquilo, relajado […]. Físicamente no me he golpeado con nadie, pero por ejemplo no soy muy tolerante a la frustración, cada vez que me frustra algo, golpeo mi cama, las almohadas, como que golpeó las cosas y no soy violento exactamente con violencia física hacia las personas, pero siento que de pronto si se presentara la situación podría llegar a usar la violencia física”.
Íñigo logra reflexionar sobre cómo no ha notado en su momento que algunas de sus conductas eran violentas; sin embargo, conforme ha podido reconocerlo, cuestiona que algunos de sus actos «no están bien».
Por un lado, las agresiones, incluso físicas, pueden pasar como un juego, tanto con sus compañeros varones como con sus hermanas.
Bueno, no soy mucho de la violencia física, a veces sí puedo como con mis hermanas, a veces sí puedo pelearme, pero no es como que nos golpeamos, es que no sé cómo decirlo, como que entre hermanos normalizamos la violencia, por así decirlo; como que llega y me da un zape y sé que no es con la intención, o sea, sé que es para molestarme, pero sé que es como un juego, pero no va más allá de eso, pero sí tiene que ver con que normalizamos un poco la violencia, también (…)”
[…] cuando veía a mis amigos y todo pues sí, la violencia entre nosotros era muy común, por ejemplo, a veces entre molestarse entre compañeros, hacerse bullying por así decirlo, que no se considera bullying porque es tu amigo, no sé cómo decirlo, pero sí como que ejercemos la violencia.
Las agresiones físicas o verbales, el bullying que ha ejercido, la mayor parte de su vida han sido realizados con una intención de juegos, no obstante, señala que, como hombre, siente que se espera que así sea el juego: «[…] así es el juego. Como los hombres juegan así, como que se espera que se haga entonces lo voy a hacer».
La búsqueda sobre cuestionar sus violencias no es un acto propositivo, sino que se ha dado en la medida que él va teniendo información sobre sus conductas, lo que le permite notar que estas no son «normales». La información obtenida a través de las redes sociales, por ejemplo, le ha permitido darse cuenta de que ciertas expresiones violentas «no están bien».
Antes sentía que era como muy normal golpear cosas en mi habitación, pero creo que, en las redes sociales, empezaron a salir como, por ejemplo, es que hay una tendencia sobre las Red Flags, las banderas rojas, en las personas y me acuerdo que hablaban mucho sobre los hombres que golpeaban muchas cosas cuando no podían lidiar con la frustración ¿no? y pensé: «Bueno, igual, y no está tan bien lo que estoy haciendo».
En otro orden de reflexiones, Íñigo parece girar hacia la empatía y la culpa, ya que menciona que con figuras cercanas como con su hermana se ha cuestionado su propia violencia, por ejemplo, verbal «porque… es como, porque es una persona que quiero y no quiero que la lastimen y tampoco quiero lastimar y en ese momento fue como “ay, no debí, no debí hacerlo”, porque, no sé, me sentí mal por ella, porque tampoco me gustaría que me lo hicieran a mí».
Reflexiones sobre los aprendizajes de género
Las reflexiones de Íñigo sobre su educación de género en relación con su violencia también aparecen en la entrevista. Señala que ha aprendido desde la infancia que algunas emociones deben ocultarse. El entrevistado refiere que siente que no sabe expresar sus emociones y parece relacionar implícitamente su dificultad de expresión emocional con el hecho de ser varón. Señala, por ejemplo, que no sabe expresar sus emociones y que nota la diferencia entre él y sus hermanas.
No siento mucho que sepa expresar mis emociones, desde que soy pequeño, no sé, como que a diferencia de mis hermanas tiendo a no ser muy expresivo y me cuesta, me cuesta mucho expresarme […]. Casi no me gustaba demostrar emoción, solamente cuando si se trataba de cosas que me iban a regalar o cosas así, solamente ahí me permitía demostrar a los demás que estaba contento o feliz, no sé, como que cuando estaba más pequeño no me gustaba demostrar que me sentía dolido o que me sentía triste.
Los aprendizajes sobre la expresión emocional como hombre se van adquiriendo de manera implícita y parecen llevar marcada la importancia de no mostrarse débiles como varones. Las enseñanzas sobre la restricción a mostrar sus emociones se adquieren desde temprana edad, momento en el cual no se entiende la prohibición a llorar, pero no evita su impacto, según expresa en los siguientes dos fragmentos de la entrevista:
Me acuerdo de algo que me impactó mucho. Tenía un tío que me acuerdo que me decía los niños no lloran, porque lloraba mucho cuando no estaba mi mamá […], recuerdo que yo le contesté en ese momento que porque decía que si los niños no lloraban entonces porque a mí me salían lágrimas, y me decía que los hombres no tenían que llorar, así como expresarse […] pero, aun así, aunque se lo dije, siento que se me quedó marcado de una forma como muy indirecta”.
[…] pero cuando vas creciendo, vas aprendiendo un poco […]. Siento que pensaba que los hombres no se podían ver débiles ¿no? Como una idea muy retrógrada, entonces como que me reservaba mucho y decía no, no, no no. Bueno no me decía como que lo evitaba, intentaba no mostrarme débil o si me veía débil me enojaba, me decía como por qué.
Por otro lado, una forma de demostrar las emociones negativas es a través de la agresión. Una forma en que la agresión se manifiesta es con relación a la tristeza. Por ejemplo, señala que tras la muerte de su mamá entró en depresión; sin embargo, su malestar lo muestra como agresión.
Entonces entré en depresión, no sabía que estaba en depresión, hasta que después me dijeron que era depresión. Pues sí, yo en ese momento pensé que estaba más como apagado y la gente decía que era más prepotente y nunca lo noté […]. Estaba entrando en depresión y me comportaba muy agresivo con los demás.
Las restricciones para demostrar ciertas emociones las percibe como parte de las experiencias de los varones. Ve una diferencia con las mujeres, ya que percibe que ellas se permiten más sentir y ser. Reconoce, al expresar las emociones con libertad, como algo que los hombres necesitan.
Siento que la mayoría de los hombres, la mayoría de los que conozco, no se dejan, no se permiten sentir, como que nos cuesta mucho, con mis amigos veo y algunos sí, pero les cuesta mucho, les cuesta mucho expresarse, mostrar que están felices incluso, que algo les gusta, que algo no les gusta, como que se reservan mucho.
Aunque Íñigo menciona que con el paso del tiempo y su crecimiento siente menos restricciones consigo mismo en su expresión emocional, durante la entrevista resalta el impacto de una educación diferenciada, que él como varón sí nota. Íñigo expresa una con una sensación de crecer con mano dura en contraste con una educación para las mujeres, más cariñosa por parte del padre.
El padre con su hijo tiende a ser un poco duro, por ejemplo, con la hija un poco más tierno, más cariñoso y contigo como que no, o sea, no puedes recibir tanto afecto por así decirlo y eso siempre es algo que lo había sentido, no sentía que había sido algo exclusivo para mí, sentía que era algo general. Entonces tal vez por eso sentía que no estaba mal porque lo veía con otros. Por ejemplo, llega el padre y a la hija le da besos, la carga y por ejemplo, contigo puede jugar, pero son juegos más violentos, ¿no? Juegan como a las luchitas, cosas así, o no te muestra, no es tan cariñoso contigo en el aspecto de que… no sé, no te trata tan tiernamente, pues, entonces siento que sí recibes, como que la infancia puede ser un poco más, por así decirlo, menos cariñosa […] siento que cuando eres hombre y estás creciendo como que es mucho de la mano dura a la hora de crecer.
Íñigo señala en la entrevista que aprendió de otros hombres de la familia la enseñanza de ser agresivo entre hombres y de ser fuerte para proteger a las mujeres, no obstante, esa enseñanza es criticada y no es repetida rígidamente por él. Su percepción cambia por una especie de cambio generacional aunado a la reflexión sobre la educación rígida y violenta que como varón recibe de otros hombres cuidadores desde su infancia, como se expresa en el siguiente fragmento:
“(…) es que siento que en los hombres, sobre todo cuando eres pequeño, como que te empiezan a encasillar en que las mujeres hacen esto, los hombres hacen esto, por ejemplo, ahorita siento que va cambiando, cada vez va cambiando más, pero, por ejemplo, cuando estaba más pequeño pues sí era mucho de decir, por ejemplo, los hombres hacen este tipo de cosas… y los hombres que te ponen como los hombres que debes de ser, tienden a ser más violentos ¿no?, entonces ellos ejercen violencia hacia ti y cuando tú solamente recibes violencia, supongo que lo único que tienes que dar es violencia, por ejemplo, este… no sé, la mayoría de los padres de muchos de mis compañeros, de mis compañeras no sé, pero de mis compañeros sé que eran violentos o les hablaban muy fuerte ¿no? (…) he visto que muchos quieren seguir siendo violentos, quieren seguir teniendo esas actitudes porque los hombres que los educaron o lo que piensan que es ser un hombre o a quienes admiran tienden a ser muy violentos”.
Las enseñanzas sobre el ser un hombre se perciben transmitidas generacionalmente. En estas enseñanzas se espera que el hombre sea agresivo y fuerte para defender a las mujeres, mismo que él admite que se lo enseñaron al ser niño, aunque él no encontraba sentido a ese mandato:
Cuando pienso en los hombres que tuvieron que ver con mi educación y cuando empecé a crecer, o sea, no es como que ellos inventaron esas ideas, me doy cuenta de que los hombres que los criaron a ellos también como que les metieron esa idea […]. No sé exactamente en qué momento se decide que el hombre es así, porque sé que de muchos años antes ya existía la violencia contra la mujer, pero siento que todo eso se arrastra y siento que sí se espera que el hombre tenga una, o sea como que sea muy agresivo, muy violento y sea muy fuerte; no sé exactamente el porqué, bueno muchos me decían. Recuerdo cuando estaba muy pequeño, muchos me decían tú tienes que cuidar a tus hermanas, ellas eran más grandes que yo ¿no? y yo pensaba que mi hermana mayor me tenía que cuidar a mí, pero siempre me decían tú tienes que […] cuando tu papá no esté, tú tienes que ser el hombre de la casa, cosas así, y yo decía: ¿Por qué tengo que ser yo el que tiene que cuidar a los demás?
Reflexiones derivadas del feminismo
En la experiencia del entrevistado, las mujeres juegan un papel importante para el cuestionamiento de sus violencias y el cambio que él ha realizado, ya que al estar consciente de cómo la violencia afecta a las mujeres, se ha cuestionado su papel como hombre y agresor. Íñigo expresa que el convivir con mujeres le ha permitido ver desde tiempo atrás que la violencia de los hombres las afecta, por lo que se ha visto comprometido a reflexionar sobre él mismo; cree que los hombres deben cambiar:
El fenómeno que sucede de que los hombres tienen que cambiar, porque entre nosotros ejercemos mucha violencia y eso afecta demasiado a las mujeres, ¿no? Entonces eso hace que muchos obviamente empiecen como a direccionar cómo empezar a corregir lo que está mal […]. Lo empecé a entender porque, bueno, la mayoría de mi familia son mujeres, por parte de la familia materna casi no nacen hombres […]. Cuando hay comidas familiares, hablan de los problemas muchas veces de los problemas que tienen cuando son niñas o de las que ya son grandes, por ejemplo, las relaciones con su pareja. Entonces como […] que el hombre de alguna manera está como perjudicando, ¿no? Por mi parte, no sé, como que siempre he sentido que es necesario cambiar, porque he visto cómo afecta la violencia a las mujeres.
Cabe señalar que esas experiencias de las mujeres de su familia no son simplemente escuchadas y se quedan como relatos, Íñigo habla también de agresiones hacia sus hermanas que él mismo ha presenciado. Por ejemplo, una en la que al final de un viaje con su hermana en el autobús. Esta le relata que sufrió un acoso:
Mi hermana mayor me dijo que alguien la había tocado y yo le dije: ¿Cómo que te tocaron? Y me dice: «Sí, me tocaron». En ese momento, pues me enojé y dije tenía que ser un hombre el que te lo hizo, y fue cuando me quedó claro que muchos de los problemas suceden así, porque pues a mí nunca me han hecho nada de eso. Ahí como que todo eso ha estado muy adentro de mí, como que siempre he sabido que los hombres afectan a las mujeres porque sé que muchos problemas son gracias a los hombres y sabía que, viendo las actitudes de los hombres con los que conviven conmigo, no son las más amables.
Cuestionarse sus propias conductas como varón que puede afectar a las mujeres también ha sido motivado por sus hermanas, quienes le han ido señalando sus actitudes e interpretando sus intenciones:
Cuando yo empecé a crecer y empecé a superar a mis hermanas en fuerza, en tamaño, en todo, como que de pronto sí sentí que tenía que proteger […] ahora que me doy cuenta […] antes no me estaba dando cuenta pero me empezaron ellas a decir que me empezaba sentir superior por eso […] sí, y me cayó como un balde de agua fría, porque de cierta manera, pues, también me estaba volviendo un poco su agresor […] yo sentía que ellas no podían hacerlo, entonces yo tenía que interferir porque si no, no lo iban a lograr.
Los señalamientos de las mujeres no solo son recibidos directamente por sus hermanas, sino por otras mujeres. Al respecto, en su entrevista narra un suceso experimentado en una marcha por el Día Internacional de la Mujer a la que acudió acompañando a sus hermanas, junto con su padre.
La primera vez llevamos a mis hermanas, mis hermanas querían ir a marchar […]. Yo fui con ellas a acompañarlas y […] casi casi nos sacan a palos a mí y a mi papá por estar ahí, ¿no? Eso me impactó mucho: nunca antes había sentido tanta presión así, porque nos señalaban todas, todas del contingente nos empezaron a señalar, y se siente un poco la presión sobre ti. Entonces, claro, salimos del lugar donde estaban pasando y una nos dijo, por ejemplo: «Es que hay contingentes mixtos, no te puedes meter donde sea porque es un espacio para mujeres», y yo dije: «Pues claro, son espacios para mujeres», y luego nos dijeron: «Es que atrás vienen los contingentes mixtos, y nosotros habíamos pensado que en el que habíamos entrado era un contingente mixto, porque había un abuelito caminando ahí, y dije: «Bueno pues aquí puedo entrar». Pero luego me di cuenta que me tomé la libertad de entrar como se me dio la gana, tal vez porque… muchos me decían «Es que eres hombre y no te das la oportunidad, como que sientes que puedes entrar a cualquier lado y nunca te fijas».
Aunque puede ser algo complicado, el entrevistado señala que le permite aceptar la violencia que hay en él para poder cambiarla:
Cuando empecé a detectar lo que estaba haciendo, es que es aceptar que hay violencia en ti, y para aceptar que hay violencia en ti, yo siento que tienes que… es que tienes que aprender a escuchar, pero a veces aprender a escuchar es muy difícil, y sobre todo cuando te acostumbran de pequeño que a quien escuchan es a ti y no a los demás, pero no sé, siento que en algún aspecto siento que necesito ayuda para cambiar mi violencia porque los demás me lo dicen, y entonces como que empecé a entender un poco que necesitaba ayuda […]. Ahorita esa es mi posición e intento respetar, escuchar todo lo que dicen mis hermanas y no tanto en meter las manos. O sea, como que dar espacios y todo eso, sobre todo lo que yo ya identifiqué.
Por otro lado, pareciera que cambiar tiene que ver con crecer y formar un criterio propio, lejos de las enseñanzas de los adultos que lo criaron:
Bueno, siento que en el momento en que eres más pequeño y estás creciendo, puede que sí, pero llega un momento en el que ya empiezas a tener tu propio criterio y empiezas ya no a seguir lo que te dicen los adultos y empiezas a decidir por ti y siento que ahí haces la diferencia de cambiar ¿no? porque, por ejemplo, muchos dicen: «Ay yo soy violento y ya para siempre soy violento» […], pero siento que en general en tu vida puedes cambiar.
Íñigo expresa que ha tratado de realizar algunos cambios en sí mismo a través de modificar sus comportamientos violentos; no obstante, hay algunas violencias para las cuales no ha podido encontrar solución.
Con la violencia con respecto a que puedo lastimar los sentimientos de las personas con las cosas que les puedo decir, ahí sí no sé qué hacer, aún todavía no lo sé. Sé que soy como muy agresivo, y cuando alguien me dice algo, intento casi no abrir la boca […]. No sé exactamente qué hacer.
Finalmente, el entrevistado cree que expresarse emocionalmente, hablar y aceptar que hay violencia en él es parte fundamental de un cambio.
Siento que una parte muy importante es esta: hablar, por ejemplo. Cuando empecé a detectar lo que estaba haciendo, es que es aceptar que hay violencia en ti […]. Siento que nada más sería como hablar, como ser más atento a tus emociones.
DISCUSIÓN
En los procesos de socialización de los hombres se transmiten la idea de una identidad masculina marcada por la dominancia (Ramos, 2006; Garda 2014), dentro de la cual la violencia juega un papel fundamental. La socialización de los varones, que es realizada por actores e instituciones como la familia o la escuela, forma parte de todo un sistema estructural (Izquierdo, 1998), en el que el deber ser masculino queda atrapado en una rigidez importante.
La investigación sobre los discursos dominantes del ser hombre en los que se encuentran aquellos relacionados con el deber ser en cuanto a la violencia (Olavarria, 2006) es fundamental para pensar el trabajo con adolescentes varones que ejercen violencia. Explorar desde la misma experiencia de estos adolescentes, sus posibilidades de reflexión y ruptura ante las repeticiones de estos roles rígidos, son claves fundamentales para responder al problema de salud pública que se relaciona con la violencia interpersonal y de género, tanto en México como en la región de Latinoamérica.
Una perspectiva de género en la investigación con la violencia interpersonal en varones abre el panorama a considerar las múltiples experiencias de ser hombre, entre las cuales pueden contarse las relaboraciones y las negociaciones que los hombres también pueden realizar con respecto a estos estereotipos (Bolaños, 2014).
Como se expone en este trabajo, con el caso de Íñigo, destaca, en primera instancia, un reconocimiento de las violencias que ejerce y además, por un lado, la generación de malestar por ellas, y por otro, la normalización de estas. Destaca que el cuestionamiento sobre su violencia es motivado por agentes externos, como las redes sociales, dando posibilidad a este de replantearse su responsabilidad y sentir sobre ellos.
Las reflexiones que Íñigo hace respecto de su propia violencia parecen fuertemente influidas por una desnormalización de la violencia. Algo de los aprendizajes de su entorno, sumados a los propios cuestionamientos, le van generando un cambio de percepción de que la violencia «no está bien» y no es «normal»: incluso puede nombrar lo que nunca fue nombrado. Un ejemplo de ello es decir que lo que era un juego normal y esperado con sus compañeros varones, en realidad es bullying.
Íñigo, menciona que se fue enterando de lo que no era normal en los medios de comunicación, las redes y por las mujeres que lo interpelan, en general por el medio que lo rodea. No obstante, lo destacable es la capacidad de poder cuestionar su propia conducta, que abre la posibilidad a la ruptura de aquellos aprendizajes y normas de la masculinidad hegemónica que fueron transmitidos por hombres de otra generación.
Lo anterior posiblemente abre para él una posibilidad de formar parte de una nueva generación de hombres que cuestionan los aprendizajes de la anterior. En este sentido, la adolescencia representa este periodo en el que puede cuestionarse quién se es, en comparación con el otro y con lo aprendido. Como Íñigo menciona: «Cuando vas creciendo, vas aprendiendo un poco».
Rocha (2008) afirma que la adolescencia se plantea como un periodo de flexibilidad y reflexión, y es por eso que el presente caso aporta al conocimiento de las posibilidades de reflexión y cambio de los adolescentes varones que ejercen violencia.
Por otro lado, vemos en un segundo apartado la reflexión del entrevistado sobre los aprendizajes de género como varón, el cual nos hace ver que los asociados con la violencia forman parte de la vida del entrevistado de muchas maneras desde temprana edad.
La repetición de las normas rígidas de género, que son transmitidas por otras generaciones de hombres y sostenidas en las prácticas sociales, pueden representar una pertenencia al grupo de los hombres, sosteniendo estas identidades marcadas por la violencia masculina. En el caso expuesto, se presenta este deber ser masculino, transmitido por otras generaciones de hombres, y dicha repetición se realiza a pesar de que hay cierto cuestionamiento desde la infancia. Como menciona Íñigo, a pesar de su resistencia ante la imposición de «los niños no lloran», el mandato se le «quedó muy marcado». Podemos observar que hay ciertos aprendizajes de género que, a pesar de mostrar resistencia desde la infancia, se quedan marcados fuerte y dolorosamente.
En el caso de Íñigo, la transmisión del deber ser en cuanto a la violencia está relacionada por un lado con la expresión emocional (represión emocional), y por otro lado, con la responsabilidad y cuidado hacia las mujeres. Ambos se repiten rígidamente, a pesar de la resistencia, de forma que el entrevistado se va apropiando de dichos mandatos y los adopta con el paso del tiempo como un deber ser.
Como señala la literatura, la repetición de estas normas rígidas conlleva efectos negativos para la vida de los jóvenes, como malestares asociados a lo emocional y su falta de expresión (Kaufman, 1999; Poteat et al., 2010; Heilman et al., 2017). Íñigo experimenta una clara diferencia entre su posibilidad de expresión emocional y verbal en comparación con las mujeres de su entorno. Lo anterior parece representar un conflicto para él, lo que se relaciona también con su ejercicio de la violencia.
En el tercer apartado, el entrevistado habla sobre su experiencia con las mujeres y las interpelaciones que han generado en él el feminismo (que observa) y las mujeres (con las que convive).
Como mencionan Barker et al. (2007), el cuestionamiento de las normas tradicionales desde diferentes actores sociales ―de modo que esto influya en las prácticas y normas― es un ejercicio necesario. Para este trabajo consideramos que el lugar del feminismo es fundamental para generar un cuestionamiento de las normas tradicionales. Observamos, en el caso de Íñigo, que el discurso feminista se transmite a partir de la figura de las mujeres de su familia, a la cuales él escucha y además es interpelado por ellas. En este mundo femenino, aparece la figura de un padre que no desacredita a las hijas en sus intereses feministas, posiblemente brindando con ello una posibilidad de complicidad de otro hombre ante sus cuestionamientos sobre sus violencias.
No obstante, la posibilidad de ruptura (Amuchastegui, 2001) con los patrones tradicionales de la masculinidad hegemónica relacionados con la violencia implica una capacidad de cuestionar ―y tal vez hasta contradecir a los hombres que educaron―, logrando diferenciarse de ellos. Íñigo parece reconocer que hay hombres que no quieren diferenciarse e implícitamente deja ver que otros como él sí se encuentran en esa tarea. Lo anterior se ilustra en el siguiente fragmento: «He visto que muchos quieren seguir siendo violentos, quieren seguir teniendo esas actitudes, porque los hombres que los educaron o lo que piensan que es ser un hombre o a quienes admiran tienden a ser muy violentos». En este punto habría que preguntarnos por el papel de la interpelación de las mujeres sobre algunos hombres, de modo que esto posibilite en los varones dejar de admirar a esos otros hombres que han sido señalados por sus violencias y privilegios.
Como señala Rocha (2014), la socialización de género es un proceso permanente en el que intervienen diferentes actores sociales e instituciones. En este sentido, podemos considerar que las interpelaciones y cuestionamientos del movimiento feminista ante el fenómeno de la violencia masculina es uno de los actores que impactan en la socialización de género de los hombres de esta generación, ya que estos son testigos tanto de una lucha feminista activa e intensa, así como de las violencias que las mujeres viven.
Para Íñigo, las mujeres son figuras fundamentales para el cuestionamiento de su propia violencia y los cambios que han promovido en él, incluso para el cuestionamiento de sus violencias más sutiles (creerse con derecho de entrar en cualquier lugar). No obstante, aceptar los cuestionamientos, admite, es una labor difícil y no encuentra precedentes que lo respalden (cuando lo han enseñado a no escuchar). Sin embargo, parece ver una posibilidad de ruptura por el cambio generacional mediante la identificación de su propio criterio.
Este caso muestra cómo un adolescente puede reflexionar sobre la violencia y su propio ejercicio de aquella, así como sus aprendizajes de género y sus afectaciones en la vida del sujeto. Para ello, resulta importante el papel de ciertos actores sociales que entran en cuestionamiento de las violencias hacia las mujeres y la dominación masculina, los cuales interpelan al varón.
Los hombres como Íñigo, varones adolescentes de esta generación, son testigos de las violencias que las mujeres con las que conviven reciben, y al mismo tiempo, son agresores, esta cualidad doble ―ser afectado por la violencia como hermano de mujeres violentadas, en contraste también con ser un violentador―, cuestiona fuertemente su responsabilidad masculina, ante lo cual, pueden reflexionar.
CONCLUSIONES
Las masculinidades son mutables; son aspectos que también se transforman y pueden cuestionarse. El caso aquí expuesto muestra que la violencia aprendida ―y quizás hasta demandada en los procesos de socialización de género de los varones― conlleva también malestares en ellos. Dichos malestares podrían hacerse más evidentes como parte de los procesos de búsqueda de referencias identitarias en el periodo de la adolescencia.
Íñigo, como un adolescente que ha tenido posibilidad de cuestionarse su relación con las mujeres, muestra la importancia de estos actores que permiten una interlocución, pero también un acompañamiento.
Un tema a considerar es la experiencia de hombres que potencialmente tienen menos posibilidad de interlocución con mujeres o que viven en ambientes en los que se rechaza más las demandas de estas y se cuestionan menos los aprendizajes rígidos de género relacionados con la violencia masculina. Habría que preguntarnos sobre la posibilidad de que esta interlocución se genere desde los medios de comunicación o dentro de los ambientes escolares, de forma que estos agentes puedan contribuir a cuestionamientos del ejercicio de la violencia que puede generar una reflexión libre, en la que cada uno de los varones puede reconocer cuestionarse a sí mismo.
Este caso ofrece perspectivas sobre la necesidad de identificar espacios no maniqueos de diálogo con quienes han ejercido violencia, explorando en nuevas investigaciones la forma en que aprendieron a convivir con ella, pero a su vez, qué elementos los llevan a incursionar ―sistemáticamente o no― en procesos reflexivos que contribuyan a conocerse y reconocerse como sujetos con capacidad de cuestionar los aprendizajes recibidos alrededor de su forma de ser hombres y, en paralelo, la forma de desaprender el ejercicio de la violencia.
Parece importante cuestionar el imaginario social que existe alrededor del ser adolescente, como alguien necesitado de guía y tutela, que, si bien, en parte es cierto, muchas veces impide verlos como personas con capacidad de construir lecturas alternativas de las normas aprendidas, a partir de su introspección de las situaciones contradictorias que perciben. Es probable que muchos adolescentes varones encuentren en el intercambio con el feminismo respuestas a inquietudes e incertidumbres que muchas veces han silenciado, por los modelos hegemónicos de ser hombre desde los que fueron socializados.