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Anthropologica

versión impresa ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.40 no.49 Lima jul./dic. 2022  Epub 27-Feb-2023

http://dx.doi.org/10.18800/anthropologica.202202.013 

La(s) Etnografía(s) Hoy: A 100 años de Los Argonautas del Pacífico Occidental

Releyendo a Los argonautas a la luz de reflexiones actuales

Rereading The Argonauts in light of current reflections

1Centro de Investigación y de Estudios Avanzados - México, elsierockwell@gmail.com

Resumen

Al releer hoy la obra maestra de Malinowski, Los argonautas, nos encontramos con una perspectiva fundante del quehacer etnográfico considerado como la tarea de «ser cronistas» de realidades ajenas. A la vez nos topamos con ciertos conceptos -nativos, culturas, mentalidades- que han sido deconstruidos, redefinidos o incluso desechados entre antropólogos contemporáneos. Sin embargo, sus descripciones de los «imponderables de la vida real» siguen siendo un modelo válido de la forma de dar cuenta gráfica de la complejidad de las realidades no documentadas que estudiamos, incluyendo las propias. Retomo en este ensayo las palabras de varios antropólogos contemporáneos que acordarían con Malinowski que la «meta final es enriquecer […] nuestra propia visión del mundo», pero que enfatizan, además, la centralidad de la experiencia personal en el trabajo etnográfico, así como la necesidad de historizar nuestras descripciones etnográficas, dos aspectos no presentes en Los argonautas.

Palabras clave: etnografía; Los argonautas; historización; experiencia personal

Abstrac

Rereading today Malinowski’s masterpiece, The Argonauts, we come across a foundational perspective of ethnographic work understood as the task of being “chroniclers” of alien realities, and at the same time we come across certain concepts -natives, cultures, mentalities- that have been deconstructed, redefined or even dismissed among contemporary anthropologists. However, his descriptions of the «imponderables of real life» remain a valid model of how to graphically account for the complexity of the undocumented realities we study, including our own. I return in this essay to the words of several contemporary anthropologists who would agree with Malinowski that the «ultimate goal is to enrich... our own vision of the world», but who also emphasize the centrality of personal experience in ethnographic work, as well as the need to historicize our ethnographic descriptions, two aspects that were not considered in The Argonauts.

Keywords: ethnography; The Argonauts; historization; personal experience

Tomar como punto de referencia la publicación de Los argonautas de Malinowski en esta ocasión ha sido una iniciativa genial, pues la verdad creo que ninguno de nosotros ―por lo menos de los mayores― nos escapamos de la lectura de este clásico entre clásicos fundantes de nuestra disciplina, tal vez solo igualado por Los Nuer y El Don. Pero, además, la introducción del libro es tal vez la versión más sintética y sobria de lo que fue la ruptura clave en la disciplina que entonces se denominaba etnología. Malinowski fue uno de los fundadores de la tradición del trabajo de campo etnográfico, con la consigna de ser «cronista» y no depender de los textos y relatos de los «blancos» que habitaban el mundo colonizado.

Curiosamente, el estudio y su forma fue producto casi del azar, por la obligada permanencia de Malinowski en las islas británicas para no ser involucrado ―como polaco que era― en la Primera Guerra Mundial del lado de poder austrohúngaro.

En abstracto, las consignas que da en la introducción son claras y parecen ser válidas un siglo después:

  1. 1. Propósito científico

  2. 2. Vivir entre los indígenas (no entre los blancos)

  3. 3. Usar métodos rigurosos para documentar:

  4. a) esquema de la organización social y anatomía de la cultura

  5. b) observación minuciosa de los imponderables de la vida real

  6. c) colección de corpus inscriptionum, evidencia de mentalidad indígena

  7. 4. Responsabilidad y privilegio, como cronista, de exponer un nuevo fenómeno a sus colegas, es decir, de escribir… etnografía (Malinowski, 1973).

Pero un siglo, desde luego, hace estragos con cualquier producto situado y fechado, como es este libro. Nos saltan a la vista términos que han sido deconstruidos, reinterpretados, o de plano desechados. «Ciencia» para empezar, desde su perspectiva positivista, pero también «indígenas», «organización social», «cultura» ni se diga, e incluso «mentalidad». Tal vez lo que más se salva es la multicitada frase de «los imponderables de la vida real». De esos imponderables sigue habiendo miles por documentar.

Quisiera empezar por el dilema actual. Me gusta compartir con mis estudiantes el pequeño texto de Borges de 1969: El etnógrafo, basado en un caso real. Trata del encuentro entre un profesor y un estudiante de antropología que regresa de su año obligado entre indígenas, y comunica a su asesor que no hará la tesis. Este lo cuestiona: ¿Tuvo algún desencuentro? ¿O algún compromiso?, y la respuesta del estudiante es solo que conoció «un secreto».

Fred: Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios… Ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad. El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos. El profesor: ¿Usted piensa vivir entre los indios? Fred: No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.

El dilema de partir de la experiencia vivida entre «otros», como base para producir un conocimiento para «nosotros» ha sido ya debatido por muchos y nos plantea desafíos éticos constantes. También devela la distancia entre el conocimiento incorporado y el conocimiento representado por medio de la «grafía», sea en un texto escrito en los géneros académicos o en todos los otros medios disponibles.

¿QUÉ NOS AUTORIZA A SER ETNÓGRAFOS? ¿A ESCRIBIR SOBRE LOS OTROS?

Un antropólogo que se planteó seriamente este dilema, retomando justamente el texto de Borges, es el italiano Leonardo Piasere, autor del libro El etnógrafo imperfecto (2002). Recuerda la pregunta que hace Clifford Geertz (1989): ¿Qué hace el etnógrafo?, y su respuesta: «escribe». Es necesario recordar esto en un tiempo en que abundan investigadores en todas las disciplinas para quienes un estudio «de corte etnográfico» significa «ir al campo», cercenando del término de «grafía» propio de la disciplina y sus múltiples dilemas.

A lo largo de su libro, Piasere relata con minucioso detalle «los imponderables» del trabajo etnográfico, las peripecias, los encuentros azarosos, las corazonadas e intuiciones, para mostrar cómo el trabajo etnográfico es estrictamente una experiencia vivida y produce «un conocimiento por concatenación reticular irregular que reúne hecho tras hecho sobre la base de nuevas posibilidades de ocurrencia» (Piasere, 2002, p. 166, traducción de la autora). Quienes hemos hecho etnografía nos encontramos con registros necesariamente fragmentarios, frustrantemente incompletos, siempre inconclusos, que a veces producen más preguntas que respuestas. Por ello, Piasere responde a la pregunta clásica con otra respuesta: ¿Qué hace el etnógrafo? «Cuando no ha comprendido completamente la vida que ha vivido, escribe» (Piasere, 2002, p. 188).

Para ser justos con Malinowski, hay momentos en su texto que desentonan con las consignas racionales que el mismo planteó. Confiesa que solo pudo conocer por experiencia directa algunas de la navegaciones y rituales propias de un mundo heterogéneo de kulas, que su representación de todo el sistema es tentativa, sujeta a mayores indagaciones. Finalmente, la publicación de sus diarios (1989) también reveló otra faceta de su experiencia de campo.

Pero sin duda, el valor que tiene Los argonautas se encuentra en su apego a los detalles de la materialidad y la navegación, los imponderables cotidianos, los personajes singulares y su relación con los objetos preciados y el constante intercambio de estos objetos de valor. Malinowski, se resiste a acordar valor único a lo dicho por otros, sin verificar él mismo por medio de la observación y la experiencia. Sin embargo, también fue clave para él la conversación cotidiana para entender que los intercambios del kula nada tienen que ver con ese «hombre económico» imaginado en su propia tierra como «universal». Así llegó a refutar un «mito» de su propio medio intelectual: «la concepción de un ser racional que sólo pretende satisfacer sus necesidades más elementales y hacerlo de acuerdo con el principio económico del menor esfuerzo» (Malinowski, 1973, p. 503). Este sí es un mensaje duradero en estos tiempos neoliberales.

¿Será que, a pesar de las imperfecciones de la experiencia vivida en el campo, es posible narrar los imponderables de la vida real, para llegar a entrever algunas lógicas de movimientos sociales que ocurren en los espacios de nuestros propios entornos? ¿Documentar esos imponderables que quedan indocumentados por quienes llevan el registro oficial, mirando como se mira desde el Estado, como dice James Scott (1998)? ¿Será posible describir (y le doy un valor positivo a ese verbo) lo que presenciamos y evitar «la violencia de la abstracción» (Sayer, 1987) que ejercen las formas estatales de documentación y, a veces, las científicas (piénsese en los censos, catastros, y encuestas) que borran la diversidad y violan lo propio de cada espacio particular? Sigo pensando que sí es posible y además necesario, si bien la distinción entre los géneros es borrosa, como dijo Geertz (1980), y siempre ejercemos algo de violencia al abstraer detalles de la complejidad de la vida.

En el tiempo que me queda, quisiera traer a la discusión palabras de otros antropólogos, poco leídos en nuestros medios, que me han iluminado el andar. La primera es una etnóloga francesa conocida como Germaine Tillion, formada por Mauss y comisionada a estudiar entre en los montes Aurés de Argelia. Su regreso a Francia en 1940 la confrontó con la catástrofe de la guerra en Europa, se unió a la Resistencia y fue presa por ello dos años en Ravensbruck. En la postguerra fue respetada no solo por su trabajo académico, que incluyó una historia de la guerra de Argelia, sino también por su denuncia de la tortura y crueldad practicada por su propio país contra los argelinos durante esa nueva guerra, similar a la sufrida por los cautivos en Ravensbruck. Esta experiencia en dos guerras le permitió un «doble aprendizaje».

En sus textos de reflexión sobre sus sucesivos viajes en Argelia, Tillion (2009) critica a las ciencias humanas basadas en la recolección de datos observados, clasificados y razonados, que representan un conocimiento pobre. Plantea no separar la experiencia vivida de la tarea de investigar. Solo la experiencia propia hace posible encontrar el sentido («el sonido mismo», dice, en alusión a las partituras), de todas las fichas reunidas en el trabajo de campo (2009, 43-50; 368-376). Por otra parte, da una lista de recomendaciones muy prácticas para el trabajo de campo.

  1. 1. Cuando el agua es amarilla, has té; cuando el agua es negra, has café.

  2. 2. Todo lo que no es indispensable estorba.

  3. 3. No decir jamás el día de hoy lo que se puede decir mañana.

  4. 4. Escoger gente noble y tratarla noblemente (2009, pp. 77-78, traducción del autor).

Otro que me iluminó es Rik Pinxten, antropólogo belga. En su texto tardío, When the day breaks (1997), Pinxten relata las dificultades de entablar conversación en el campo. Muestra cómo los Navajo responden a los etnógrafos ingenuos con una serie de cuentos de «el coyote», que están lejos de mostrar sus propios sentires y saberes. Plantea que toda etnografía se basa fundamentalmente en una interacción en la que ambas partes ponen en juego todos sus presupuestos culturales y experienciales. Entre los malentendidos continuos, poco a poco se llega a momentos de comprensión mutua, una perspectiva que nos aleja del formato de entrevista «objetiva».

Johannes Fabian, otro antropólogo belga, es también un faro importante. Su obra narra la búsqueda de un mayor equilibrio entre los conocimientos producidos por todos los grupos humanos, de entablar un diálogo serio con quienes registran de diversas maneras la historia de sus tiempos, en lugar de solo tomarlos como expresiones de la «cultura local». El concepto central de su libro El Tiempo y el Otro (2019), es «lo coetáneo» que afirma «que todos los seres humanos sin excepción nos encontramos envueltos en una misma historia». Ofrece otra forma de luchar contra la noción eurocéntrica de una evolución que culmine en la llamada «civilización occidental». Esta idea, civilización occidental, no es más que una curiosa creencia de una provincia del mundo, esa pequeña península que se cree continente por su dominio colonial. Este texto de Fabian, como muchos otros que no tengo tiempo de mencionar (1996, 2001), fundamenta la necesaria integración de antropología e historia, y a la necesaria historización de la etnografía. Historizar no significa agregar una introducción sobre el «pasado», sino ser conscientes de que lo que experimentamos en campo no está inscrito en un estructura esencial y permanente, sino en una historia cambiante, con de diferentes temporalidades, como mostraría, entre muchos otros, Braudel (1970).

Esta perspectiva etnográfica, desde luego, enfrenta un ambiente difícil en estos tiempos, pues nos critican por no producir un conocimiento estadísticamente válido y universal. Nuestra lógica es otra: y lo dice Malinowski.

Una vez que hemos encontrado un nuevo tipo de hecho etnográfico, podemos esperar que otros similares o parecidos se encuentren en algún otro lugar. Pues la historia de nuestra ciencia puede mostrar muchos casos en que, habiendo sido descubierto un nuevo tipo de fenómeno, explicado por la teoría, discutido y analizado, se ha encontrado a continuación en todas partes del mundo (1973, p. 501).

Germaine Tillion expresó la misma idea años más tarde: «¿Qué es la ­etnología? En mi opinión es una escuela del humanismo, ya que solo la etnología (es decir, el estudio profundo de otra sociedad) nos puede permitir «ver» la nuestra».(Tillion, 2009, p. 371).

Todo esto, preguntarán, qué tiene que ver con mis propios intereses etnográficos, que han sido dos: primero, los enredos de las lenguas entre oralidades y escrituras tanto dentro como fuera de las aulas escolares y sus relaciones con las formaciones estatales y coloniales, y segundo, los imponderables del trabajo docente enfrentado con un laberinto burocrático y normativo que borra la diversidad y la dificultad de su quehacer diario (Rockwell, 2009).

Para empezar, tomé la ruta marcada por Laura Nader en 1968, que apuntaba a «estudiar hacia arriba» (1969), hacia los muchos ámbitos «no documentados» de nuestra propia realidad. Empecé por el ámbito escolar del que todos nos sentimos expertos, pero cuya realidad queda opacada por una sarta de discursos sucesivos, marcados por una constante «amnesia histórica» (Viñao, 2002). Conocer sus heterogéneas realidades es algo que sí ha logrado la etnografía en la educación. El intento de comprender sus temporalidades me llevó al archivo, pero con una mirada etnográfica, que encontró más sentido en una llave pegada en un folio que en los documentos que pretendían normar esa realidad. Finalmente, en estricto apego a la consigna etnográfica de «estudiar a los otros», también busqué mi terreno exótico para otro trabajo de campo, en las escuelas en París en barrios de migrantes. Y vaya que ha sido un excelente espejo, además de dar claves de muchas vetas presentes en la historia de las escuelas de América Latina.

Termino, entonces, con lo dicho por Malinowski al final de Los argonautas, en 1922, que suena extrañamente contemporáneo un siglo después:

Nuestra meta final es enriquecer y profundizar nuestra propia visión del mundo, entender nuestra propia naturaleza y hacerla, intelectual y artísticamente, mejor… Nunca ha necesitado la Humanidad civilizada tal tolerancia tanto como ahora, en este momento en que los prejuicios, la mala voluntad y el ánimo de venganza separan a las naciones europeas, cuando todos los ideales proclamados como los mayores logros de la civilización… se han desmoronado…. Más ¡ay!, la etnología tiene las horas contadas: ¿saldrá a la luz su verdadero significado e importancia antes de que sea demasiado tarde? (1973, p. 505).

REFERENCIAS

Borges, J. L. (1969). El etnógrafo. En J. L. Borges, Elogio de la sombra, Emecé. [ Links ]

Braudel, F. (1970), La historia y las ciencias sociales. Castilla. [ Links ]

Fabian, J. (1996). Remembering the present: Painting and popular history in Zaire. University of California Press. https://doi.org/10.1525/9780520917323 [ Links ]

Fabian, J. (2001). Anthropology with an Attitude. Stanford University Press. [ Links ]

Fabian, J. (2019). El tiempo y el otro. Cómo construye su objeto la antropología. UniAndes, Universidad del Cauca. [ Links ]

Geertz, C. (1980). Blurred Genres: The Refiguration of Social Thought. The American Scholar, 49(2), 165-179. [ Links ]

Geertz, C. (1989). La descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura. En C. Geertz, La interpretación de las culturas. Gedisa. [ Links ]

Malinowski, B. (1973). Los argonautas del Pacífico occidental. Península. [ Links ]

Malinowski, B. (1989). Diario de campo en Melanesia. Júcar Universidad. [ Links ]

Nader, L. (1969). Up the Anthropologist: Perspectives Gained from Studying Up. En D. Hymes (ed.), Reinventing Anthropology (pp. 284-311). Random House. [ Links ]

Piasere, L. (2002). L’etnografo imperfetto. Esperienza e cognizione in antropología. Laterza. [ Links ]

Pinxten, R. (1997). When the Day Breaks. Lang. [ Links ]

Rockwell, E. (2009). La experiencia etnográfica: Historia y cultura en los procesos educativos. Paidós. [ Links ]

Sayer, Derek (1987). The Violence of Abstraction. Basil Blackwell. [ Links ]

Scott, J. (1998). Seeing like a State. Yale University Press. [ Links ]

Tillion, G. (2009). Fragments de Vie. Textes rassemblés et présentés par Tzvetan ­Todorov. Éditions du Seuil. [ Links ]

Viñao, A. (2002). Sistemas educativos, culturas escolares y reformas. Continuidades y cambios. Morata [ Links ]

Recibido: 20 de Octubre de 2022; Aprobado: 04 de Diciembre de 2022

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