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Anthropologica

versão impressa ISSN 0254-9212

Anthropologica vol.41 no.50 Lima jan./jun. 2023  Epub 28-Jul-2023

http://dx.doi.org/10.18800/anthropologica.202301.009 

Artículos

La huerta: lugar biodiverso, desde donde se defiende la vida, Figueroa, Cauca*

The Orchard: A Biodiverse Place, From Where Life Is Defended, Figueroa, Cauca

Marlyn Patricia Maca Sanchez1 
http://orcid.org/0009-0001-2087-5248

1Benemérita Universidad Autónoma de Puebla - México, marlynpatriciamacas@gmail.com

Resumen

La huerta es el lugar donde se cultivan una diversidad colosal de alimentos, plantas medicinales, condimento, flores y madera. Con base en las condiciones orográficas, los climas y las dinámicas culturales de cada región, conexo, se objetiva el conocimiento campesino. En el presente artículo se analiza la escala territorial lugar-huerta en Figueroa, Cauca, escenario social en el que se lleva a cabo la praxis agrícola, la cual articula prácticas de conservación y resistencia realizadas desde la cotidianidad. El método de investigación acogido es el etnográfico, sustentado en el rol de etnógrafa en condición de ayudante-acompañante en el lugar-huerta y el uso de técnicas de observación participante, entrevistas directas y entrevistas etnográficas. Con base en el trabajo de campo, se identifica la huerta como un lugar biodiverso, donde se halla un entramado complejo de haceres y pensamientos, cuyo eje medular es la defensa de la naturaleza y el territorio, es decir, la vida.

Palabras clave: huerta; defensa de la vida; biodiversidad; territorio; Cauca

Abstract

The orchard is the place where a colossal diversity of food, medicinal plants, condiment, flowers, and wood are cultivated. Based on the orographic conditions, climates, and cultural dynamics of each region, related, farming knowledge is objectified. This paper analyzes the orchard territorial scale in Figueroa, Cauca, social scenario in which agricultural praxis is carried out, which articulates conservation and resistance practices, carried out day-to-day. The method of research is ethnographic, based on the role of ethnographer as assistant-companion in the orchard, and the use of techniques such as participant observation, direct interviews, and ethnographic interviews. Based on the field work, the orchard is identified as a biodiverse place, where there is a complex network of actions and thoughts, whose core axis is the defense of nature and territory, that is, life.

Keywords: orchard; defense of life; biodiversity; territory; Cauca

INTRODUCCIÓN

Las huertas en Colombia son lugares donde se cultiva una diversidad colosal de alimentos acorde con los nichos ecológicos y se encuentran imbricados pensamientos, prácticas, lenguajes, ritmos, tiempos, así como formas de convivencia social configuradas desde una lógica propia. Para Santacoloma (2015), desde el punto de vista agroecológico de los sistemas de cultivo sustentados en alta biodiversidad, se destaca la contribución en la economía campesina, especialmente en lo vinculado a la conservación de productos de la dieta alimenticia. Además, constituyen resguardos de desarrollo sostenible, matrices ambientales donde se presenta baja dependencia de insumos externos en las labores agrícolas, así como el uso de herramientas orientadas a la conservación del medio ambiente.

No obstante, los estudios vinculados a procesos de comprensión y análisis de las formas de manejo de la agrobiodiversidad en huertas tradicionales, como señalan Galvis, Ordoñez y Sanabria (2022), «se han caracterizado por la exclusión de variables afines con las condiciones y prácticas concretas del trabajo indígena en estructuras productivas y su relación con la toma de decisiones frente a componentes económicos, ecológicos y la estructura social» (p. 5). En este sentido, a través de esta investigación se registran prácticas y saberes locales articulados con la huerta, que dan cuenta del manejo de la biodiversidad, el territorio, y el cuidado de la vida en el marco de la globalización.

Es importante precisar que dicho espacio ha sido nombrado y apropiado, para el caso colombiano, de formas diferentes en cada región, lo cual está relacionado con la cosmovisión de las comunidades que habitan dichos territorios. Ellas lo han expresado, en muchos casos, en su lengua materna, lo que denota una particularidad del concepto: en el sur lo llaman huerta; los indígenas nasa lo denominan thul, y el pueblo misak, yatúl; en la Amazonía algunas comunidades indígenas lo comprenden como chagra; en el Pacífico lo denominan azoteas o huertas; en la Orinoquía, hatos o fincas; en la región insular es comprendido como patios caseros o parcelas y walks; y en el Caribe, como roza (apain o yüja) (Maca, 2022).

Estos lugares permiten resaltar la multifuncionalidad, ya que combinan aspectos relativos a la dimensión ecológica, económica y sociocultural, como lo han señalado Zuluaga y Ramírez (2015, p. 10). Son espacios donde se obtiene alimento, condimento, madera y se objetiva el conocimiento campesino, pues por medio de sus técnicas y procedimientos se conservan o se adaptan variedades de plantas. Es menester advertir que la agricultura en los Andes, región sociocultural donde se desarrolló la presente investigación, es comprendida como una práctica ancestral imbricada con el proyecto del buen vivir o vivir bien -característico de los pueblos originarios que aún permanecen en nuestros días- sustentada en mantener un equilibrio entre la naturaleza-vida y el ser humano. Algunos autores como Meza (2014) advierten que esta noción en construcción se halla «asentada en las prácticas que encarnan otros modos de comprender y de configurar la relación del ser humano con la Naturaleza […], un referente para imaginar la posibilidad de construir otros mundos» (p. 13). Propone una cosmovisión distinta a la occidental, al brotar de bases comunitarias, solidarias, no capitalistas; se sustenta en una convivencia que se sabe diversa, digna y armónica; irrumpe con las lógicas antropocéntricas del capitalismo, donde el ser humano se posiciona en el centro y puede mercantilizar los recursos naturales, la vida misma, desenfrenadamente, a su antojo.

El presente artículo tiene como propósito analizar el lugar-huerta como escala del territorio, particularmente de una pequeña comunidad llamada Figueroa, Cauca, que forma parte de la región Andina colombiana, donde sobresale la biodiversidad, la defensa de la naturaleza y el territorio, es decir, la vida. En Figueroa, en el sur colombiano, las huertas son lugares de alta diversidad biológica que denotan una forma de resistencia frente a la inserción de nuevas simientes modificadas, abonos, fungicidas y plaguicidas; el olvido del Estado; la incorporación de grandes cadenas comerciales sustentadas en estándares de calidad que hacen imposible el ingreso a productos locales; los proyectos de parcelaciones ilegales llamados procesos de loteo, que contaminan las fuentes de agua y talan árboles; y la carencia de tierra para la agricultura. En este sentido, la configuración de la huerta representa el arquetipo de la presión de los factores globales de la economía capitalista. Frente a este avasallamiento, los campesinos, con su ingenio y lógica, resisten cultivando diariamente en la huerta múltiples alimentos, lo que permite la alimentación diaria. Asimismo, llevan a cabo el intercambio y la conservación de semillas tradicionales, el regalo o donaciones, la realización de rifas, la combinación de la práctica agrícola con otros trabajos, las relaciones vecinales, la minga, y la ayuda recíproca.

En la presente investigación, la huerta se comprende como un lugar en la escala del territorio. Entiendo al territorio como el resultado de la acción de los sujetos, quienes lo significan mediante las prácticas y las representaciones; al apropiarse del espacio (materia prima), se gesta la territorialidad. Al respecto, Raffestin señala que es «un espacio en el que se ha proyectado trabajo, energía e información y que, en consecuencia, revela relaciones marcadas por el poder» (2011, p. 102). En este sentido, el concepto de territorio es prolífico y útil para entender la dinámica social, y, como afirma Giménez, «para encuadrar adecuadamente los fenómenos del arraigo, del apego y del sentimiento de pertenencia socio-territorial, así como los de la movilidad, los de las migraciones internacionales y hasta los de la globalización» (2005, p. 9). Ello permite, también, pensar y reflexionar en torno a la dinámica cultural anclada a los espacios sociales que son significados y practicados por las comunidades.

Tomando en consideración las reflexiones que realiza Giménez (1999), resalto aquella que se refiere al territorio con un matiz funcional, aludiendo a los usos que se asocian e identifican, por ejemplo, los espacios destinados al cultivo, a la recolección, a los cultos, entre otros. A partir de ello sobresalen los atributos tangibles en cuanto a los elementos que se obtienen de esa porción espacial que denotan mayoritariamente una utilidad asociada a un perfil. Pero también resaltan las expresiones «de sedimentación simbólico-cultural» que nos hacen pensar en cómo el intervenir para cultivar está configurado no solo de acciones técnicas y cíclicas que refieren a un quehacer, y en cómo el lugar, asociado al saber hacer, remite a pensar en la compleja carga de sentidos y lógicas que acompañan el participar en un territorio. Esto complejiza la utilidad del territorio, por ejemplo la huerta, de la que no solo se obtiene beneficio económico, sino igualmente es un espacio de mediación donde el campesino emplea tácticas y lógicas cotidianas para escamotear en el marco de los contextos globalizados y el olvido estatal.

De este modo, el territorio «es también objeto de operaciones simbólicas y una especie de pantalla sobre la que los actores sociales (individuales o colectivos) proyectan sus concepciones del mundo» (Giménez, 1999, p. 26). Por eso, el territorio es el ejemplo de las prácticas y el pensamiento reflexivo, sin embargo, no se debe obviar que es un sistema multiescalar, es decir, que «puede ser aprehendido en diferentes niveles de la escala geográfica: local, regional, nacional, plurinacional, mundial» (Giménez, 2005, pp. 10-11). En este sentido, la escala es una suerte de recorte espaciotemporal que nos permite situar, observar y ensanchar los horizontes de comprensión de aquello que estamos investigando.

Esto permite entender las prácticas colectivas, así como los ropajes simbólicos de la vida comunitaria; también invita a identificar el vínculo e interacción entre los diversos espacios sociales, ya que, en el pensar de Vergara, al territorio puede entendérsele como redes de lugares (2013, p. 156). Para el propósito de esta investigación, dicho espacio compete a un referente local, micro, que se identifica en el lugar.

El lugar corresponde a una de las escalas, el cual Vergara define como «el espacio que, circunscrito y demarcado, ‘contiene’ determinada singularidad emosignificativa y expresiva, donde específicas prácticas humanas construyen el lazo social, (re)elaboran la memoria a través de la imaginación demarcándolos por el afecto y la significación […]» (2013, p. 35). Es decir, el lugar corresponde a un espacio recortado por el ser humano mediante límites físicos o simbólicos que, asimismo, posibilita el desarrollo de horizontes de comprensión. Los lugares, señala Vergara (2013), tienen características definidas tales como lenguajes específicos (articulado, corporal, sonoro, de los objetos y arquitectónico) (pp. 4165), rutinas, ritos, jerarquías, fronteras o delimitaciones, biografías e historias y pertenencia a territorios o a redes.

La intención de aproximación a la diversidad ecosistémica y la defensa de la vida en diálogo intrínseco con la escala territorial donde los labriegos llevan a cabo su acción y, por supuesto, su pensar requirió de una apuesta epistemológica sustentada en el método etnográfico. Opté por asumir el rol de etnógrafa en condición de ayudante-acompañante en el lugar-huerta, pues es el escenario donde los campesinos realizan acciones muy concretas relacionadas con el calendario agrícola, ya que representa el espacio de colaboración familiar. También, se identifican de manera activa aquellas expresiones de la cosmovisión campesina. Al asumir dicho rol durante un período de seis meses, viviendo con la comunidad, se buscó establecer una relación horizontal en el ejercicio de observar participando. Al respecto, Guber indica que «desempeñar ciertos roles locales […] implica un esfuerzo del investigador por integrarse a una lógica que no le es propia» (2005, p. 116).

Este ejercicio de coparticipación me permitió entender los pensares y los haceres realizados por los campesinos. Con el propósito de comprender y lograr un acercamiento a la perspectiva de los interlocutores y una comunicación entre distintas reflexividades me apoyé en aquellas herramientas que abonan a la sistematización del reconocimiento vía la convivencia. Cabe señalar que, por motivos sanitarios, en el marco de la pandemia por la COVID-19, no se propusieron herramientas que incorporaran una participación grupal a fin de evitar contagios y procurar el bienestar de todos. En este sentido, empleé técnicas como la observación participante, las entrevistas directas y las entrevistas etnográficas.

FIGUEROA, CAUCA

El corregimiento1 de Figueroa está ubicado al occidente del municipio de Popayán, adscrito al departamento del Cauca, en el sur colombiano. El Cauca está situado entre las regiones Andina y Pacífica y es uno de los más ricos en biodiversidad del país, tanto en aspectos fitogeográficos como ecológicos, climáticos y de vegetación (Molano et al., 2005). Se reconoce una gran diversidad de recursos naturales, a saber, «más de un millón de hectáreas de bosques, 150 kilómetros de costa sobre el Pacífico, tres regiones naturales, prácticamente todos los pisos térmicos, tres valles y cinco grandes cuencas hidrográficas» (Gamarra, 2007, p. 4). Igualmente, cuenta con toda una variedad de climas, que va desde cálido en la zona de costa hasta regiones con temperaturas menores ubicadas en los Andes.

El Cauca está constituido por una importante presencia indígena, campesina y afrodescendiente. Los municipios del occidente son mayoritariamente indígenas, mientras que los del norte albergan la mayor parte de la población afrodescendiente. Asimismo, culturalmente, está conformado por ocho pueblos étnicos reconocidos oficialmente: Páez, Totoró, Guambiano, Yanacona, Kokonucos, Eperara Siapidara, Inga y Pubenense, entre otros, los cuales están establecidos en 26 de los 39 municipios del Cauca. Es preciso decir que muchos de estos pueblos indígenas y campesinos han tenido que abandonar sus territorios debido al desplazamiento forzado causado por el conflicto armado.

La gran diversidad ambiental de esta región paradójicamente también ha generado conflictos, especialmente el concerniente a la tierra. Los diferentes problemas que surgen en relación con la tierra están ligados a la concepción de esta; para algunos sectores de la población, esta constituye un recurso explotable que representa intereses económicos, mientras que, para los grupos étnicos, la tierra está asociada al territorio y, en su cosmovisión, es sinónimo de dadora, es decir, de madre. Gamarra reconoce algunos aspectos vinculados a esta problemática: «concentración de la propiedad, concepción del uso según identidad étnica, conflicto debido al modo de explotación y la presión debido a la pobreza» (2007, p. 5). La profesora Sanabria (2011) identifica también el riesgo de «la pérdida del conocimiento y prácticas tradicionales de recursos vegetales por la introducción a los bosques de cultivos de uso ilícito, agrocombustibles y megaproyectos mineros e hidroenergéticos, que transforman las relaciones sostenibles con el ambiente» (p. 92).

Paralelamente, a lo anterior, las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes del Cauca señalan la importancia del cuidado y uso de los recursos ambientales que constituyen el territorio. Los estudios realizados por la bióloga Sanabria (2011) denotan la importancia de la conservación en biodiversidad vinculada a la relación no antagónica entre naturaleza y cultura que se observa en las prácticas de uso y manejo de los recursos naturales y que están en profunda relación con la cosmovisión en torno al ambiente y la vida misma.

Por ejemplo, en la comunidad de Figueroa, Cauca -lugar donde se desarrolló la presente investigación y que cuenta con una población aproximada de 1850 habitantes- encontramos un enclave que, lejos de entenderse aislado, se encuentra interpenetrado por la dinámica global. Sin embargo, no se encuentra ajena a la fuerte presión sobre el oficio de campesino, a su descrédito, al desencanto hacia esa condición, principalmente por parte del sector más joven y los adultos en edad productiva, quienes expresan con un dejo de desilusión lo que ellos llaman «el olvido del Estado», ya que los pequeños productores carecen de apoyos económicos o tecnológicos directos. Ellos también experimentan «las pocas oportunidades de trabajo» en la comunidad, por lo que suelen insertarse en el sector de la construcción o participan en oficios vinculados con arreglos mecánicos de vehículos y como choferes de motorratones2. Sumado a ello, cuando se dirigen a vender su producción, son objeto de «persecución», es decir, acoso por parte de administradores del espacio público aledaño a las principales plazas de mercado, quienes constantemente solicitan dinero para permitir su instalación.

Figura 1 Localización de la vereda Figueroa, Cauca 

Esas expresiones de desigualdad, tensión, así como relaciones de poder influyen en el pensar, el actuar, y la experiencia de las comunidades; incluso, algunas suelen figurar naturalizadas entre los integrantes de Figueroa, denotando férreos procesos de dominación, no solo económica, sino también simbólica. Ello se expresa en la multiplicidad de posturas y pensamientos al interior de una población cuya composición es diversa y heterogénea en cuanto a su constitución genérica y generacional; los más jóvenes son reacios a considerar su futuro en el campo a la vez que algunos padres de familia esperan evitar que sus hijos tengan una vida difícil y azarosa como la que han enfrentado los antepasados. Sin embargo, igualmente sobresalen las opiniones alusivas al gusto, cariño y pertenencia por sembrar, cuidar y defender la tierra. Entre las enunciaciones más comúnmente utilizadas figuran «la esperanza», «la confianza», «el cariño» hacia el medio ambiente del cual se obtienen recursos monetarios y en especie para subsistir; «la gratitud hacia la tierra», ya que «no se queda con nada», aludiendo a la tierra de donde brotan las semillas, especialmente aquellas que no se ­consideran «envenenadas» o «químicas», resultado de una manipulación que no es «natural», como es el caso de las transgénicas.

Hay una especial vigencia y coexistencia entre semillas mejoradas, particularmente en los cultivos comerciales como el café y el aguacate, los cuales representan el principal aporte monetario. Sin embargo, también hay una colosal biodiversidad genética de simientes que se han sembrado e intercambiado desde el tiempo de las mayoras3, como el maíz y el frijol, a los que suelen denominar semillas locales, criollas o tradicionales. Sus granos son cultivados en conjunto a fin de aprovechar su abono, espacio y apoyo mutuo y representan granos con «fuerza», debido a que poseen un «corazón» de donde brotan plantas «sintientes». Además, estas semillas son idóneas para la tierra ya que le devuelven nutrientes y contribuyen al buen crecimiento de los animales domésticos, muy aparte del aprovechamiento y beneficios entre la comunidad, donde su cultivo, su intercambio y, por supuesto, su consumo es vigente.

LA HUERTA: LUGAR BIODIVERSO

El Cauca contiene singularidades ecológicas que albergan una gran diversidad biológica con una prominente riqueza de especies vegetales y animales. Esta biodiversidad no ha estado exenta a las lógicas antropocéntricas del capitalismo, donde el ser humano se posiciona en el centro y piensa que pude comercializar los recursos naturales y la vida misma impetuosamente, guiado por intereses. A saber, Vallejo y Rivera (2022) advierten un aumento exponencial en la reducción de los bosques húmedos andinos, lo que ha dado como resultado paisajes totalmente fragmentados. La multiplicación de conflictos ambientales que ponen en riesgo los diversos ecosistemas, la vida y el sustento de las comunidades, afirma Sarmiento (2021), «han llegado a naturalizarse como un producto inevitable de los procesos de explotación de los recursos naturales en los países en vía de desarrollo» (p. 88). Frente a ello, se identifican propuestas que nacen desde las comunidades y dan cuenta de formas de vida divergentes; se presentan como uno de los caminos alternativos para el bien común de la humanidad. Ejemplo de ello es la praxis agrícola, objetivada en las huertas.

Figura 2 La huerta, cultivos de plátano, papaya y café 

Las huertas en Figueroa se reconocen como lugares biodiversos que contienen una pluralidad colosal de fauna y flora; asimismo, sobresale «la conservación de los recursos naturales, dada la heterogeneidad de estos sistemas, muchos de ellos con dinámicas agroecológicas en sus procesos productivos» (Santacoloma, 2015, p. 47). Siguiendo a Abilio Vergara (2013), es menester señalar que la constitución del lugar «nunca es exclusivamente física y utilitaria, sino también expresiva en el sentido significativo, simbólico y estético, es decir, imaginario, además de pragmático o funcional» (p. 35). La huerta, además de ser un enclave que sustenta una diversidad de alimentos, los cuales permiten la continuidad de la vida, y una economía local alterna en el territorio, es susceptible de significación, valores, memorias y afectos, configurados a partir del habitar cotidiano de los sujetos.

En Figueroa, los campesinos siembran en este enclave especialmente alimentos a pequeña escala destinados al autoconsumo y otros como el café de orden comercial a fin de obtener un ingreso económico para las necesidades básicas familiares. También, en este nicho encontramos flores, diversidad de aves cuyo canto permea los quehaceres diarios, mariposas y animales domésticos como gallinas, cuyes y conejos, cuyo excremento es utilizado en forma de abono. Asimismo, se hallan algunos animales silvestres que transitan fortuitamente como zorros, serpientes, ardillas, zarigüeyas, comadrejas andinas, armadillos, guaguas, guatines y venados. Al respecto, Sanabria (2011) señala que las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes del Cauca advierten sobre el cuidado y uso de los recursos ambientales que constituyen el territorio y denotan la importancia de la conservación en biodiversidad vinculada a la relación no antagónica entre naturaleza y cultura, lo cual está en profunda concomitancia con la cosmovisión en torno al ambiente y la vida misma.

El espacio destinado a la producción agrícola depende de la cantidad de tierra de cada unidad doméstica, lo cual incide en las configuraciones y tipos de huertas; algunas son pequeñas y otras más grandes, y las siembras en su interior varían. A saber, en promedio, la extensión de tierra de un núcleo familiar corresponde a tres hectáreas, es trabajada por sus integrantes y es susceptible de observar una diversidad extraordinaria de cultivos como leguminosas, cereales, hortalizas, árboles frutales, tubérculos y plantas medicinales. Cabe referir que estos cultivos están pensados para la alimentación diaria de las unidades domésticas durante todo el año, claramente, según el tiempo de maduración y cosecha de cada uno.

De igual modo, hallamos que estos cultivos coexisten con siembras de café, producto que es vendido en las plazas de mercado, y permite un ingreso monetario para suplir las necesidades familiares. En este sentido, encontramos una mixtura entre lo local y lo comercial, es decir, aquellos cultivos que permiten la subsistencia cada día y donde a su vez se conservan semillas tradicionales junto a otros cultivos que posibilitan un ingreso económico y coadyuvan a solventar otros gastos, lo cual denota estrategias y formas creativas propias de los campesinos. Por otra parte, es importante decir que también se encuentran huertas muy pequeñas, pues no todos los campesinos poseen la misma cantidad de tierra, y en muchos casos es contrastante. Comparto lo narrado por don Plinio Zúñiga.

Esta huerta tiene 10 metros de frente y 15 de fondo. Mire, tengo no más un cuadrito de tierra, y ahí siembro romero, ruda, orozuz, tomillo, albahaca, pringamosa, manzanilla, ortiga, hierba buena, sábila, tomate de árbol, lulo, maíz, frijol, plátano, mango, guanábana, cebolla, mandarina, maracua, guayabilla, arracacha, papaya, descáncer, jengibre, granadilla, pique estrella. El toronjil y el cidrón son buenos para los nervios. Mi esposa utiliza mucho el romero como sahumerio. También, sembré sandía; le dicen patilla, no sé si de porque ella es de tierra caliente, pero ahí está, aun cuando sea pa’ verla (P. Zuñiga, comunicación personal, 6 de diciembre de 2021).

Lo anterior permite acercarnos y comprender la diversidad, la conservación, la creatividad y la resistencia que hallamos en esta escala territorial, vía los pensamientos y las prácticas cotidianas de la vida campesina. Los cambuchitos a los que refiere don Plinio corresponden a cuartos improvisados con latas, cartones, maderas, alambres y plásticos, los cuales son empleados como refugio durante el día y la noche para los animales domésticos; usualmente se encuentran cerca de las casas con el propósito de ser protegidos de otros animales. Es menester señalar que en los tipos de huertas pequeñas se identifica la siembra de una gran mixtura de plantas, aunque casi una por cada variedad y ubicadas a pocos centímetros de distancia. Por ejemplo, en el caso de don Plinio, debido a la exigua extensión de tierra, hallamos un árbol de mango, una planta de ortiga, algunas plantas de maíz. Igualmente, se identifica la importancia de las plantas medicinales y sus efectos terapéuticos. También, en estos enclaves hay algunos apiarios, es decir colmenas donde habitan las abejas, pues, los campesinos en su lógica de conservación reconocen su rol en la polinización y el acontecer de la vida. Comparto lo expresado por don Fredy Perafán.

Se ha venido restableciendo la causa porque las abejas se están acabando, estamos concientizando, hay gente que las quema. Debemos tener conciencia, si usted se va tomar un vaso de café, a comer una naranja, un maduro o un aguacate, ellas son las que polinizan, ellas son las que hacen el trabajo. Mire que ellas son inteligentes, ordenadas, limpias, aportan mucho al medio ambiente y a la agricultura (F. Perafán, comunicación personal, 18 de enero, 2022).

Aunado al proceso de conservación, se identifica el trabajo pedagógico que realizan algunos locales con sus vecinos en relación al cuidado y protección de las abejas y su importancia en la agricultura y la vida. Cabe decir, que las colmenas son ubicadas en las orillas de las huertas, y lugares de montaña, a fin de ser protegidas, aunado, al propósito de que no vayan a picar a quienes transitan. Las abejas son alimentadas con dulce de panela mezclado con plantas aromáticas como romero, limoncillo y citronela. Asimismo, «les gusta la flor de la pacunga, el botón de oro, el botoncillo, la cual es considerada por muchos como hierba o maleza que se debe cortar» (J. Velazco, comunicación personal, 15 de enero, 2022).

CUIDADOS DE LOS CULTIVOS: EXPRESIONES DE CONSERVACIÓN

El Cauca, con su diversidad de unidades biogeográficas, señala Ayerbe et al. (2008), es uno de los departamentos más diversos en especies de aves en ­Colombia. A saber, es usual observar en la comunidad de Figueroa la presencia de avifauna en las huertas. Sus cantos gestan un especial paisaje sonoro, y algunos campesinos suelen simular su entonación mientras trabajan en el campo a la par que distinguen ciertas aves que se comen el maíz y el frijol. Por ejemplo, el pájaro chamón, cuyas plumas son color negro azulado; el mochilero, llamado así porque realiza su nido similar a una mochila colgante; y el carpintero negro de montaña buscan el maíz cuando está en choclo, es decir, cuando empiezan a salir los primeros granos, y también cuando se seca la mazorca. Muchos campesinos cubren la tusa4 con una bolsa plástica a fin de cuidarla de las aves; otros suelen situar en sus sembradíos lo que se conoce como espantapájaros. A continuación, presento el comentario de doña Gloria Sánchez Tovar.

Uno coge una costalilla y pone una vara alta, la sube en el árbol, y los vientos la mueven y suena, y eso a ellos los asusta. A las loras les da mucho miedo; al azulejo cabeza roja casi no. También, a veces, se usan camisetas viejas de colores llamativos, y si hay un sombrero por ahí que no se usa, se le pone arriba, como en forma de humano; mire que ellos son muy inteligentes (G. Sánchez, comunicación personal, 10 de diciembre de 2021).

La vida cotidiana de los campesinos se desenvuelve en vínculo inmanente con el lugar-huerta, lo que posibilita una serie de aprendizajes y saberes reflexivos objetivados en prácticas concretas. Por ejemplo, la observación atenta y la escucha es determinante en el ejercicio del reconocimiento de las aves, a las cuales se le atribuyen comportamientos específicos e inteligencia, lo que se infiere a partir de la relación diaria que se teje con los animales. Sobresalen las formas creativas para generar convivencias alternas y proteger los cultivos del maíz y el frijol. De forma atinada Huila (2017) asevera que la huerta se caracteriza «por ser algo más que un espacio de cultivo en el que se encuentra una gran variedad de plantas de uso medicinal y comestible que son utilizadas para el consumo del núcleo familiar. Además, es un lugar donde se fomenta la preservación de la diversidad, la cultura, la economía de los habitantes de la región» (p. 12).

Avizoré, durante mi trabajo de campo, que es recurrente la realización de espantapájaros con el objetivo de cuidar las siembras. Consiste en la simulación de una figura humana donde se usan materiales reciclados como prendas no utilizadas, generalmente de colores vistosos, así como costales o bolsas de color rojo. Se evita así el uso de pesticidas comercializados por las industrias, lo cual denota un conocimiento profundo y un respeto por la vida de las especies, así como una relación no solo utilitaria, sino de coexistencia con los demás elementos silvestres, tanto fauna como flora, con los que se interactúa en la cotidianidad. Al respecto, Tunubalá et al. (2022) señala que, conexo a las labores agrícolas, en la huerta «también se aprenden muchas cosas; [se] aprende a trabajar, a convivir con la naturaleza, a respetar los seres vivos que hay en ella» (p. 6).

Figura 3 Costales protegiendo los sembradíos 

Asimismo, es frecuente el uso de plumas de gallina muerta, que son guardadas en la cocina -en ocasiones cerca al fogón, en un recipiente o bolsa plástica- y luego se esparcen cuando están brotando las plantas de frijol. Los locales señalan que alejan los gusanos y las aves, pues el olor que emanan es asociado con la muerte y el peligro, por lo que los animales huyen de las huertas. Entre vecinos, es usual que se compartan plumas o ropas usadas cuando se necesitan, lo cual expresa la vigencia del intercambio y la reciprocidad y contribuye decisivamente en el fortalecimiento de la comunalidad en el territorio.

En el marco megadiverso de las prácticas, encontramos también que algunos locales ponen racimos o gajos de maduro5 en los laterales del lugar-huerta y muelen maíz a fin de que las aves se alimenten y no afecten las plantas que están creciendo. Una expresión común de los campesinos es «así como nosotros comemos, a ellas también les da hambre, y es sabroso escuchar sus cantos todos los días». Anteriormente -recuerdan las mayoras- se hacían trampas con cajas de madera acompañadas de un hilo y un chuzo fino; cuando el animal pisaba, caía. Se usaban para cazar perdices, aves que se comían las pequeñas plantas del maíz y el frijol cuando apenas estaban brotando de la tierra. Luego, el ave se empleaba en la realización de sopas familiares. Actualmente, es una especie que poco se observa en las huertas. Algunos campesinos lo atribuyen a la caza y la práctica antigua de la quema del monte que crecía en las lomas, lugar donde ellas solían hacer sus nidos.

También, en el complejo vínculo e interacción que establecen loscampesinos andinos con su entorno natural, se reconoce el análisis referente a los comportamientos de las aves y la atribución de grados de inteligencia, lo cual configura formas especiales de convivencia, así como la creación de tácticas, realizadas con el objetivo de proteger las siembras. Esto nos sugiere considerar cómo se establece localmente una relación de coexistencia con la fauna, la flora y los demás elementos constitutivos del nicho. A su vez, la decisión de incidir de manera regulada es una forma de configurar el territorio; por ejemplo, se hallan árboles, diversos montes, guaduales, plantas medicinales, así como cultivos de autoconsumo, lo que expresa la complejidad del enclave-huerta.

DEFENSA Y CUIDADO DE LA VIDA EN EL MARCO DE LA GLOBALIZACIÓN

En el caso de Figueroa, la presencia de la globalización ha incidido en la pérdida de semillas nativas debido a la inserción de nuevas simientes que se vinculan a un menor tiempo de crecimiento, una mejor cosecha y la resistencia a nuevas plagas y enfermedades. La llegada de estas simientes se asocia en gran medida a proyectos y organizaciones financiadas por el Estado, y muchos campesinos se ven presionados a modificar las huertas cuando se inscriben, por ejemplo, a proyectos cafeteros que ofrecen asesorías y algunas ayudas, así como préstamos económicos para inversión en este cultivo. No obstante, una de las condiciones es que se debe tener tierra y dedicar porciones grandes a la siembra de este único producto, y muchos locales no cuenta con las extensión de tierras exigidas. Asimismo, señalan que estos programas imponen normas como la reconfiguración de los enclaves, aunque su ayuda es nula, y también coaccionan la posibilidad de otros cultivos de autoconsumo que son fundamentales para alimentación y el sostenimiento de la vida de la comunidad.

Palacios (2009) refiere que, desde los años sesenta, se llevó a cabo una transformación en torno a la caficultura a través de diferentes programas de desarrollo y diversificación con el objetivo de «mejorar las técnicas de cultivo y variedades botánicas en las comarcas en donde la fertilidad y demás condiciones ecológicas son más apropiadas» (p. 499). Se reconoce en estos años los primeros pasos de transición hacia la caficultura intensiva que relaciona la siembra tradicional con un inadecuado uso de los suelos vinculado a los cultivos intercalados, la baja utilización de fertilizantes, el desconocimiento de pesticidas, la baja productividad, etc.

Al respecto Friedmann y McNair (2008) aseveran que, en la globalización del sistema agroalimentario, los agricultores de todo el mundo están sujetos a transformaciones masivas de la ecología y condiciones sociales. Asimismo, las cadenas de suministros transnacionales socavan los mercados locales y los agroecosistemas, por lo cual los campesinos han tenido que adaptarse y apelar a la creatividad en muchos casos o encontrar otras formas de conexión alternativa para vender sus productos. Se reconocen experimentos que están surgiendo en los intersticios del sistema dominante. Bartra (2019) diría que «el campesino siempre debe estar en lucha para existir»; no obstante, frente a estos sistemas productivos, la comunidad de Figueroa ha asumido posiciones críticas donde se reconoce la importancia de la diversificación de cultivos y el mantenimiento de semillas tradicionales que se resisten a desaparecer, las cuales son concebidas como vida y bien común, elementos indisociables arraigados al territorio y la comunidad.

Asimismo, hay un profundo nexo que establecen los campesinos de Figueroa hacia el cuidado y defensa de la vida expresado en los enclaves ecosistémicos (montañas, ríos, animales, cuerpos de agua), los cuales se reconocen como partes que integran el todo y que fungen un rol fundamental de complementariedad e integración. En este sentido, cabe recordar lo expresado por Escobar (2015), quien advierte que, en Colombia, especialmente las comunidades indígenas, campesinas, afrocolombianas y ecologistas enfatizan otra cosmovisión donde se acentúa la dimensión ontológica. Ella se expresa en la resistencia y la afirmación en defensa y lucha de la vida, propuestas enmarcadas para hacer frente a la crisis social y ecológica de los territorios. En ese sentido, una de las características del pensamiento andino es que cada una de las partes que constituyen el todo se halla en profunda coexistencia en el tiempo y espacio. La naturaleza no es concebida como un objeto: desde la perspectiva andina, la vida se manifiesta de diversas maneras y se debe cuidar.

Igualmente, la vida de los seres humanos es cuidada, y los alimentos cultivados en la huerta contribuyen a su conservación, generando equilibrio-armonía -lo cual se entiende como sinónimo de salud. Además, inciden en la prevención de la enfermedad, brindan fuerza, forjan cuerpos resistentes para las extenuantes jornadas laborales en los enclaves, e influyen en la disposición anímica impresa en las prácticas. Esta serie de reconocimientos denotan una conciencia hacia la defensa de la vida; por ello, muchos deciden no usar abonos químicos, herbicidas y plaguicidas, los cuales dañan la tierra y acaban con las plantas silvestres y los pequeños animales que habitan en su espacio. Comparto la reflexión de Luis Gerardo Mompotes.

Los químicos son como cuando uno tiene una adicción a algo. Asimismo es la tierra: si usted le da abono, ella produce y produce, pero entre más días, quiere más y más; entonces, lo que uno saca en producción tiene que devolvérselo en abonos. Las tierras son como el cuerpo humano; si usted les echa químico, es como si les diera una droga de por vida que siempre van a depender y nunca va a haber curaciones. Es cierto que el abono orgánico no produce lo mismo, pero mire que así la tierra se va preservando y uno no gasta tanto dinero y come sano (L. Mompotes, comunicación personal, 1 de diciembre de 2021).

Figura 4 Trabajo comunitario o minga en la huerta 

Lo anterior no se entiende sin comprender que la tierra, desde la cosmovisión campesina, recibe una serie de atributos y sentidos, pero, a su vez, da cuenta de una forma de configuración del territorio, externada en prácticas concretas, lo cual se observa en la escala territorial lugar-huerta. Por ejemplo, para la comunidad de Figueroa, la tierra es dadora y vida, en tanto que es el elemento base donde se habita. A la vez, es la fuente que brinda alimentos para dar continuidad a la existencia; ella tiene vida y da vida y, a decir de la comunidad, también siente, de ahí que sea fundamental el cariño, el respeto y la voluntad cuando se trabaja en espacios como la huerta, pues, si no, nada emana. Se halla un valor simbólico otorgado a la tierra más allá de su materialidad para convertirse en espacio apropiado, resultado del actuar de los sujetos quienes lo significan mediante sus haceres y representaciones. Es decir, hacen de dicho escenario un territorio, lo cual nos exhorta a reconocer su lucha y defensa frente a proyectos de parcelaciones, cultivos ilícitos y monocultivos, pues el pensar campesino se sabe plural, contestatario y defensor de la vida.

En el pensar y actuar campesino se tejen profundos saberes con la naturaleza; su aprehensión permite la atribución de sentidos y significados, lo cual es orientador y da seguridad a las prácticas que ejecutan los colectivos en su entorno. Los aprendizajes se configuran en un ejercicio cotidiano vinculado con el medio ambiente donde se comparten conocimientos que contribuyen en la realización de los trabajos diarios y que también permiten mediar frente a los imponderables del frío y el calor. Por eso decimos que está en juego la vida; la compresión rigurosa de la naturaleza determina un actuar certero, una buena cosecha, lo que garantiza la subsistencia de los grupos. En este orden de ideas hallamos un vínculo intrínseco entre la naturaleza y la vida, donde la aprehensión sobre la compleja intersección de sus elementos e implicaciones es garante del sostenimiento de la existencia, lo cual se objetiva en la agricultura. Ya que sin comida no hay vida, dependemos de quienes trabajan cotidianamente la tierra: los campesinos.

CONCLUSIONES

La huerta en la comunidad de Figueroa funge un rol fundamental en el sentido material y simbólico, pues es el lugar donde se cultivan una diversidad colosal de alimentos ancestrales -los cuales coexisten con siembras comerciales como el café- que contribuyen categóricamente a la alimentación de las familias. Además, encontramos prácticas que están configuradas por pensamientos que dan cuenta de la defensa de la naturaleza y el territorio, es decir, la vida. El lugar-huerta, comprendido como una escala del territorio, representó un despliegue de múltiples prácticas, pensamientos, ritmos, lenguajes y la agencia de la resistencia cotidiana que imprimen los actores; es un lugar social, el cual permite pensar y presentar referentes etnográficos de la cosmovisión relacionada con esos nichos culturalmente modelados por el actuar y el pensar de los campesinos.

Este reservorio expresa la defensa y cuidado hacia el territorio, contenedor de vida, en sus múltiples expresiones (animales, plantas, afluentes de agua, etc.). En el pensar andino, desde el proyecto del buen vivir, el ser humano y el entorno ambiental se hallan en una profunda coexistencia. Se establecen interesantes relaciones éticas de respeto por la vida de los animales, pues todas las vidas importan. Esto se ilustra bien, por ejemplo, con la circulación de alimentos, que, además de ser sustento vital para los seres humanos, son compartidos por los campesinos con las aves. Hay una reflexión sobre el significado y cuidado de la vida no solo humana, sino de las otras especies con las que se convive. Ello, igualmente, se refleja en la estructuración de la huerta, escenario donde se conservan plantas, guadales y árboles locales, albergues de una diversidad faunística. Esto exhorta a identificar decisiones, lógicas, así como maneras de preservación en los enclaves, de modo que la cosmovisión como pensamiento reflexivo moldea los lugares.

Este cuidado por las diferentes expresiones de vida se entiende porque en muchos pueblos de diversas culturas se han mantenido las prácticas de comunalidad y relacionalidad vigentes con el trasegar del tiempo, siendo formas de resistir a los modelos neoliberales y capitalistas de organización. La praxis colectiva se sustenta en complejos «entramados comunitarios» que son definidos por Gutiérrez (2012) como: «la multiplicidad de mundos de la vida humana que pueblan y generan el mundo bajo pautas diversas de respeto, colaboración, dignidad, cariño y reciprocidad, no plenamente sujetos a las lógicas de la acumulación del capital, aunque agredidos y muchas veces agobiados por ellas» (p. 35). Esto nos conduce a pensar en la existencia de incalculables formas colectivas en que se manifiesta y se lleva a cabo el hacer externado en el lugar-huerta, el cual se caracteriza por ser algo más que un espacio físico-natural destinado al cultivo y a la alimentación de las unidades domésticas; es un lugar que nos permite reconocer prácticas concretas sustentadas por pensamientos y reflexiones desde donde los campesinos, cotidianamente, defienden la vida y resisten al proyecto globalizador capitalista. Hallamos un despliegue de energía humana, saberes y valores enmarcados en designios distintos, no hegemónicos.

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*Este trabajo es producto de la investigación sobre la cosmovisión campesina andina desde el lugar-huerta y el intercambio de semillas tradicionales en Figueroa, Cauca, financiada por el Conacyt, México.

1El término corregimiento alude a un tipo de división del área rural de los diferentes municipios del país. Dicha porción territorial engloba un conjunto de veredas y puede contener caseríos. Es importante decir que, por la cantidad poblacional, Figueroa corresponde a un corregimiento, aunque la comunidad refiere a menudo al concepto anteriormente usado de vereda.

2Corresponde a motocicletas adaptadas para el traslado de personas de una vereda a otra y de la cosecha hacia lugares cercanos.

3En Figueroa, la expresión mayora o mayor hace referencia a alguien adulto que, por su experiencia y trayectoria de vida, guarda un conjunto de saberes y valores, los cuales contribuyen a orientar la forma vida del territorio.

4Tusa o caspa es una expresión local empleada como sinónimo de mazorca.

5Gajos de maduro es sinónimo de plátano en su estado de maduración.

Recibido: 13 de Enero de 2023; Aprobado: 07 de Junio de 2023

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