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Lexis

versión impresa ISSN 0254-9239

Lexis vol.39 no.1 Lima  2015

 

RESEÑA

 

Fernández Jaén, Jorge. 2014. Principios fundamentales de semántica histórica. Madrid: Arco Libros (Cuadernos de lengua española 122), 95 pp.

 

Álvaro Ezcurra Rivero

Pontificia Universidad Católica del Perú

 


Dirigido a un público de lingüistas y profesores universitarios, aunque "también, y sobre todo, a los profesores de secundaria y estudiantes de Filología", el libro que nos proponemos comentar se plantea: "presentar una síntesis integral sobre semántica histórica que permita conocer las líneas maestras de esta ciencia desde sus orígenes hasta la actualidad" (6). Si bien el autor toma distancia de determinadas ideas en varios momentos y no deja de hacer notar sus simpatías por otras, no es su cometido ensayar algún ejercicio crítico a propósito de los contenidos presentados. Se trata, pues, en este breve libro, en la misma línea que anima a los ya más de ciento veinte volúmenes aparecidos en la serie Cuadernos de lengua española, de presentar, en cerca de cien páginas, un campo de reflexión y trabajo lingüístico a un público no necesariamente especializado. En este caso, el ámbito de interés lingüístico elegido es la semántica histórica. La sola elección de la subdisciplina es ya un motivo para celebrar, dada la poca frecuencia de trabajos en el campo.

El libro consta de cuatro capítulos a los que les sigue una brevísima sección de ejercicios acompañada de un solucionario. Con diferentes grados de énfasis, cada capítulo se detiene en la manera como han sido abordadas, en diferentes momentos históricos y desde distintas perspectivas teóricas, las cuestiones centrales de lo que desde el siglo XIX llamamos semántica histórica: ¿cómo se concibe el significado de las palabras y cómo cambia?

El capítulo 1, "Orígenes de la semántica histórica" (7-15), presenta un conjunto de reflexiones sobre la lengua y el significado que se remontan a la Grecia clásica y a la tradición retórica proyectada hasta el Renacimiento, como antecedentes de la semántica histórica que no aparece como disciplina autónoma sino hasta el siglo XIX. Luego de destacar, en la Antigüedad, la discusión platónica del Cratilo —el problema de si los nombres de las cosas vienen dados naturalmente o si los hablantes nominan los objetos de manera convencional— el autor se detiene en las reflexiones de Aristóteles sobre la metáfora, entendida como el artificio retórico por el cual una expresión, en virtud de un paralelo tácito con otra, cobra valores semánticos semejantes a los de esta última.

Recuerda seguidamente Fernández Jaén que los tratados de estilo medievales y renacentistas desarrollan igualmente los tropos. La preocupación de tales trabajos fue, como es sabido, retórica: se buscaba guiar la elaboración de discursos persuasivos y estéticamente valiosos. En este momento histórico, aparecen reflexiones sobre el funcionamiento de las metáforas, las metonimias, los eufemismos, o las aliteraciones. Algunos de estos recursos se apoyan en aspectos léxicos y semánticos (la metáfora, la metonimia, el eufemismo), de manera que, al explicar sus mecanismos, los tratadistas del Renacimiento conforman, también, una reflexión sobre los modos en que cambian los significados. El interés etimológico del renacentista, alentado por la idea de que explicar del origen de una palabra era también conocer su significado auténtico corrompido por el paso del tiempo, promueve el reconocimiento de mecanismos léxico-genéticos que las posturas semánticas modernas propondrán como explicaciones de procesos de cambio. Ello más allá de la adecuación de estas etimologías más bien especulativas.

El segundo capítulo, que lleva por título "La semántica histórica preestructuralista" (16-31) parte de la contextualización del ambiente científico del siglo XIX, marcado por los progresos que se llevaron a cabo en las ciencias naturales. En este marco intelectual, aparece la lingüística como gramática comparada e histórica, abocada básicamente a la reconstrucción del indoeuropeo. Nacida en Alemania, con una fuerte impronta historicista y biologicista, según las cuales se buscaba explicitar los cambios en términos de leyes evolutivas (partiendo del ámbito fonético) además de las filiaciones genéticas entre lenguas, la primera lingüística histórica se constituye en el seno de las pretensiones científicas positivistas del siglo XIX con aspiraciones de objetividad absoluta. No sorprende, por ello, que los estudiosos preocupados por el significado de las palabras y los cambios que este experimenta hayan pensado el asunto en términos de leyes necesarias, como se deja notar, por ejemplo, en el trabajo de Gustaf Stern sobre la evolución semántica de los adverbios del inglés que expresan rapidez.

Los trabajos de Arsène Darmesteter (1887) La vie des mots étudiée dans leurs significations —enfatiza Fernández Jaén permitirán vislumbrar la relevancia de la polisemia para los estudios semántico históricos, así como mostrar mecanismos de cambio generalizables. Esta semántica de proceder filológico apoyado en la búsqueda de documentaciones textuales no distrae su atención de los tropos como activadores de cambios semánticos. En esta línea, el célebre Essai de sémantique (1897) de Michel Bréal, ofrece una primera clasificación exhaustiva de los tipos de cambio semántico —si bien ya Reisig había adelantado en sus trabajos sobre el latín algunas hipótesis—, en la que se observa, por cierto, la toma de distancia de las tendencias naturalistas de sus antecesores inmediatos sin renunciar a la regularidad de los mecanismo del cambio.

El capítulo tercero, "La semántica histórica estructuralista" (32-48), inicia destacando cómo la idea de significado de la lingüística estructural está endeudada con la fonología estructuralista, que había postulado rasgos fonológicos para describir los sonidos de una lengua. En el terreno de la fonología, un sonido lingüístico se define de acuerdo con los rasgos que comparte con otros sonidos y de acuerdo con los rasgos que hacen que se oponga a otros sonidos. Es decir, que su delimitación depende de la relación que, en función de determinados rasgos que establecen semejanzas y diferencias, guarde con otros sonidos. Esta misma idea se llevará a la comprensión y descripción del significado léxico. De esta manera, recoge el autor, las palabras se organizan en campos semánticos, que articulan unidades léxicas que comparten determinados rasgos semánticos (semas) y se diferencian según otros.

Esta semántica, por ello, se interesa por el estudio de campos léxicos completos con el propósito de explicitar cómo las relaciones entre sus elementos configuran significados particulares para cada miembro. Es, además, fundamentalmente sincrónica. El asunto del cambio del significado desde una perspectiva estructural, tratado por Eugenio Coseriu en su ensayo "Pour une sémantique diachronique structurale" (1964), se entiende como las modificaciones en las relaciones que establecen los semas entre sí en un campo semántico. Se trata de aclarar los cambios de las oposiciones léxicas de una lengua en un periodo histórico. Desde estas ideas se explica cómo los términos que significaban blanco y negro en latín reorganizan sus campos semánticos en las lenguas románicas. En latín albus ‘blanco’ se oponía a candidus ‘blanco brillante’ en virtud del sema ‘brillante’, que cumple función distintiva. Al pasar al rumano, se neutraliza la oposición mencionada, dado que se pierde el sema distintivo: en esta lengua solo encontramos alb ‘blanco’.

Otro autor relevante en el paradigma estructuralista, recuerda Fernández Jaén, es Stephen Ullmann, cuya perspectiva bastante más flexible permite la incorporación de factores históricos, culturales y psicológicos en la explicación del cambio semántico. Ullmann diferencia entre causas del cambio y tipos de cambio. Entre las causas, las históricas, por ejemplo, favorecen la tendencia a mantener el léxico estable. Ello induciría a evitar el neologismo y a preferir nombrar nuevos conceptos con significados ya dados. El significado relativamente reciente que ratón ‘pequeño aparato manual conectado a una computadora para mover el cursor por la pantalla y dar órdenes’ ha adquirido en algunas variedades de español puede ilustrar la idea. El valor de ‘morir’ que puede tener el verbo ir(se) se debe, por otra parte, de acuerdo con las ideas de Ulmann, a causas psicológicas (que pueden ser eufemismos o tabúes).

En cuanto a los tipos de cambio, señala Ulmann, en primer lugar, el conservadurismo semántico: el significado de pluma como ‘instrumento para escribir’ se mantiene básicamente aun cuando el objeto referido ha cambiado notablemente, pues ya no se escribe con plumas de aves. A ello se suman los cambios por innovación lingüística: metáfora, metonimia, etimología popular y elipsis, todos ellos comprendidos por Ullmann en tanto que procesos estructurales lingüísticos que ocurren como relaciones de semejanza o de contigüidad (paradigmáticas y sintagmáticas, respectivamente).

Tales relaciones se manifiestan en el plano del significante o del significado. Así, una metáfora supone un vínculo de semejanza entre dos significados, que condiciona que el significante de uno de ellos sea usado por el otro. La metonimia implica un proceso muy parecido, cuya diferencia con el anterior mecanismo radica en que la relación entre significados está motivada por un vínculo de contigüidad (una relación sintagmática).

De otro lado, la etimología popular describe un cambio semántico producido por una relación de semejanza entre significantes: la palabra inglesa boon, históricamente ‘ruego, súplica’, toma el valor positivo de ‘favor, cosa digna de agradecerse’ por influencia del francés bon ‘bueno’, palabra con la que guarda un parecido en el plano de la expresión. Del mismo modo, la elipsis es un cambio semántico condicionado por vínculos entre los significantes, aunque ahora se trata vínculos de contigüidad. El adjetivo inglés main ‘mayor, principal’ llegó a cobrar también el valor de ‘alta mar’, como consecuencia de una elipsis: la reiterada aparición contigua de main junto a sea en la expresión the main sea motivó que, una vez que sea fuera omitido de la frase, main cobrara el valor del sustantivo al que acompañaba. En último término, las transferencias compuestas son cambios semánticos condicionados por procesos que atañen tanto al plano de la expresión como al plano del contenido: una expresión como un Rembrandt se entiende como resultado elíptico de la frase un cuadro de Rembrandt, pero también como motivada por un vínculo metonímico, en el nivel conceptual, entre autor y obra.

El último capítulo, notablemente el más extenso del libro, está dedicado a "La semántica histórica cognitiva" (49-87). Un primer subcapítulo, La lingüística cognitiva: un nuevo paradigma (4.1, 49-56), nos muestra algunos supuestos básicos de la lingüística cognitiva con particular énfasis en las métaforas. La tesis básica de la lingüística cognitiva, destaca Fernández Jaén, consiste en que el funcionamiento de las lenguas humanas está vinculado estrechamente con los procesos cognitivos del pensamiento —la percepción, la memoria, la capacidad para conceptualizar información—, depende de ellos y se integra en ellos (50).

Recurre el autor a las ideas de Lakoff para aclarar la concepción de las metáforas desde una perspectiva cognitiva. Las metáforas se construyen sobre la base del establecimiento de semejanzas entre dos dominios conceptuales. Una metáfora como "la mente es una máquina" ofrece la posibilidad de establecer una serie de correspondencias entre un dominio de origen (el más concreto, la máquina) y un dominio de destino (el más abstracto, la mente). De esta manera, un aspecto clave del significado de la expresión "Juan ha estudiado tanto que la cabeza le echa humo" se explica a partir de la relación entre los dos dominios conceptuales que conforman la metáfora aludida: la circunstancia de la mente que se busca verbalizar (un reflejo de su intenso funcionamiento) encuentra un correlato en el dominio más concreto (las máquinas pueden echar humo como consecuencia de su uso intenso y prolongado).

Un segundo subcapítulo, "El cambio semántico en la lingüística cognitiva" (4.2, 56-61), pone de relieve el interés de esta perspectiva por indagar en el carácter regular de los mecanismos de cambio, entendidos como procesos de naturaleza psicológica, explicables en función de factores neurocognitivos. De modo más particular, se destaca que la evolución diacrónica suele producirse, según se ha podido constatar en estudios con diferentes lenguas, desde significados más concretos hasta significados más nocionales (p.ej. sufrir ‘soportar un peso’> ‘padecer un mal’). Para ilustrar la regularidad que los procesos de cambio que motivan las metáforas y las metonimias pueden llegar a tener, recurre el autor a los verbos de significado visual, que suelen desarrollar significados epistémicos. De este modo, enunciados como "Acabo de ver la solución al problema" o "He visto en su cara que miente" expresan significados epistémicos de ver, desarrollados sobre la base de la metáfora "conocer es ver". De la misma manera en que la visión conceptualiza el conocimiento, su ausencia puede expresar el desconocimiento o la incertidumbre. De hecho la oscuridad se vincula con la falta de comprensión. En varias lenguas, pueden encontrarse cambios semánticos motivados en la metáfora comentada: el español idea ‘intuición intelectual’se remonta al gr. oida ‘conocer’, a su vez del gr. eidon ‘ver’; el al. wissen ‘conocer’ y el ing. wise ‘sabio’ conservan el valor epistémico que, junto con el significado perceptivo ‘ver’, habría tenido el indoeuropeo *weid (58-59).

Concluye el acápite con la referencia a otros procesos metafóricos comunes explicitados en los trabajos de esta semántica. Es frecuente que partes del cuerpo humano se metaforicen como entidades que expresan tiempo o espacio. La gramaticalización de algunas locuciones prepositivas del español es una muestra de ello: a espaldas de, al pie de. En la misma línea, la formación de expresiones temporales desde designaciones espaciales es bastante común: lat. locus ‘lugar’> esp. luego; lat. tota via ‘por todo el camino’ > esp. todavía.

El siguiente subcapítulo "Prototipos y esquemas de imagen" (4.3, 61-69) presenta, en primer lugar, las conclusiones centrales que, a propósito de la categorización por prototipos, se derivan de los experimentos que Eleanor Rosch hiciera en la década de los 70. La estructura de las categorías conceptuales se organiza en torno de los ejemplares más representativos de estas. Tales ejemplares, denominados prototipos, condensan idealmente las características que los hablantes, de manera intuitiva, le adjudican a toda la categoría. Ello implica que las categorías tengan miembros que las representen mejor que otros y que algunos, los representantes menos idóneos, resulten, entonces, periféricos en la estructura categorial. Los experimentos de Rosch presentan la categorización como continua, es decir, que los límites categoriales no son discretos y las periferias de categorías cercanas configuran, más bien, límites borrosos entre sí. Casi a fines de los 80, Lakoff opinó que los prototipos —en su terminología, modelos cognitivos idealizados—, antes que corresponderse con entidades que existan en el mundo, lo hacen con conceptos estereotipados culturalmente. Hace hincapié Fernández Jaén en la manera en que las ideas de Lakoff permiten reinterpretar el fenómeno de la polisemia: las palabras polisémicas organizan sus significados según un modelo de estructura radial, cuyo centro es el significado prototípico, entendido como el más básico y convencional de todos los que la integran. Los demás significados se organizan de acuerdo con los parecidos —parecidos de familia es la idea de Wittgenstein usada aquí— que puedan mantener con el prototipo y entre sí.

Expone el autor, en el último acápite de este capítulo cuarto ("El modelo de Geeraerts", 4.4, 69-87) las ideas que el lingüista belga Dirk Geeraerts propone en el modelo llamado semántica diacrónica de prototipos, las cuales desarrollan, matizan y puntualizan los alcances de los prototipos para la semántica léxica, de manera particular desde la óptica de los intereses diacrónicos. Idea central aquí es el carácter estable (garantizado por la estructura de relaciones que organiza el prototipo de acuerdo con los parecidos de familia) y dinámico (dado por la apertura a la creación de nuevos significados) de los prototipos. Desde este contrapeso de base, se enfatiza que la comprensión de los significados en estructuras prototípicas, semánticamente densas y a la vez flexibles, permite acercarse al cambio semántico entendido como la modificación de significados prototípicos por medio de procesos principalmente metafóricos y metonímicos.

De manera más precisa, los procesos de cambio son explicados desde cuatro de los rasgos centrales de la categorización (continua) por prototipos. En primer lugar, tomando en consideración (a) las diferencias de representatividad entre los miembros de la categoría (más o menos prototípicos unos que otros) es posible aclarar algunos procesos de cambio. El verbo levantar, cuyo significado prototípico ʻmover hacia arriba alguna cosa’ está documentado ya desde la Edad Media, ha desarrollado, por medio de proyecciones metafóricas del prototipo, por ejemplo, los valores de ‘erigir’ o ‘sublevar a un conjunto de personas’. El valor prototípico, como ocurre en varios casos, se ha mantenido estable. Los cambios, en este caso, han sido proyecciones hacia la periferia. Otros cambios ilustran, por ejemplo, que, al revés, valores periféricos cobran el estatuto de prototipo. En segundo lugar, (b) la atención a las relaciones entre elementos categoriales por parecidos de familia pone énfasis en la intrincada, pero aun así reconstruible, red de relaciones semánticas que se puede configurar en las palabras polisémicas, y con ello permite una mejor comprensión de su estructuración. Las redes semánticas de cualquier palabra de polisemia compleja son un buen testimonio de ello. En tercer lugar, dada (c) la ausencia de fronteras definidas en las categorías es posible que los valores de los miembros periféricos se muestren muy alejados del prototipo. La afirmación "Toda burocracia es un merengue" activa una extensión semántica para merengue, cuyo resultado es el significado de ‘confuso, desordenado’, aunque eso no implica que tal valor necesariamente permanezca o cobre estabilidad en la estructura semántica de la palabra. Podría tratarse de un valor semántico efímero, que, eventualmente, permanezca en la periferia de la categoría, se consolide o desaparezca (o, inclusive, en otro momento vuelva a aparecer). Finalmente, (d) la ausencia de definiciones en términos de consecuencias necesarias y suficientes destaca que los miembros de una categoría no cumplen con determinadas características compartidas por todos gracias a las cuales se garantizaría su membresía categorial. El significado generado en neerlandés para winkel ‘tienda’ desde el significado prototípico ‘esquina’ muestra la flexibilidad de las relaciones que cohesionan a los miembros de una categoría. El vínculo entre el prototipo ‘esquina’ y el valor de ‘tienda’ es explicable en términos de los procesos intermedios de cambio que supusieron nuevas relaciones entre elementos categoriales (‘esquina’ > ‘esquina de una calle’ > ‘edificio situado en la esquina de una calle’ > ‘tienda situada en la esquina de una calle’) y no en términos de determinados rasgos compartidos por toda la categoría.

Ahora bien, los contenidos seleccionados en el libro y su organización son acertados. El lector tendrá la sensación de que está leyendo una historia de la semántica histórica, antes que un manual. Sobre todo los primeros capítulos colaboran a ello, también en la medida en que recogen contenidos organizados como suelen estarlo en las historias de la lingüística. Es más, el autor publicó hace algunos años un breve trabajo sobre la historia de la semántica histórica (cf. Fernández Jaén 2007), que puede entenderse, en parte, como el germen de este libro.

Como todo libro que presenta e introduce una disciplina, el nuestro privilegia —ofrece más detalles al respecto, les dedica más espacio comparativamente— una postura teórica. Que algunas ideas de la semántica cognitiva sean más extensamente presentadas puede estar plenamente justificado. En las últimas décadas, las ideas de Geeraerts (1997), a quien como hemos visto se le dedica particular atención en el libro, le han dado un renovado vigor a la subdisciplina, al afinar, precisar y redirigir nociones de la semántica cognitiva hacia preguntas históricas. Pero hay ciertamente otros nombres que no están. Su aparición no es necesaria, pero nos parece que hubiera convenido una nota informativa, una aclaración previa que anuncie que los contenidos presentados implican una elección meditada del autor. Ello le permitiría al lector menos informado saber que estamos ante una presentación parcial. Es verdad que siempre lo es. Así como es verdad también que, dado el público al que se dirige el libro, es saludable explicitar que los contenidos presentados seleccionan una tradición y descartan otras. Eso también es una manera de introducir indirectamente a los estudiantes en un aspecto de la dinámica de creación del conocimiento científico.

Tales aclaraciones hubieran evitado que se perciban como ausentes algunos contenidos. Resultaría, por ejemplo, entendible la ausencia de alguna mención más informativa sobre los mecanismos metonímicos y de su relevancia para explicar algunos cambios semánticos y procesos de lexicalización (pienso aquí, por ejemplo, en los trabajos de Andreas Blank y, sobre todo, de Peter Koch al respecto). Ello a pesar de que la bibliografía sobre procesos metafóricos supera largamente a aquella interesada por las metonimias.

Son muy pocas, más allá de muy breves menciones, las ideas consideradas sobre el cambio lingüístico y procesos de lexicalización. El libro se concentra en los mecanismos del cambio en tanto que principios abstractos. El punto es que se extraña una idea de lexicalización como consumación de un proceso de cambio. Salvo un comentario de las páginas iniciales: "Para que se produzca un auténtico cambio semántico no solo es necesario que un hablante modifique, utilizando algún mecanismo de cambio concreto, el contenido de una palabra, sino que también es imprescindible que una innovación léxica se propague por la comunidad hablante, requisito ineludible para que un cambio acabe generalizándose" (p. 9), no encontramos mucho más al respecto, a pesar de la importancia que, como se ve en la cita presentada, se le confiere al asunto.

En el campo de los estudios cognitivos, hubiera convenido incorporar algún comentario breve a propósito de la noción de relevancia cognitiva o saliencia (=salience). Ello hubiera favorecido la comprensión de la organización estructural de los prototipos (cf. Geeraerts 1997: 20).

Por otra parte, hay algunas formulaciones verbales que llaman la atención y sobre las que cabe hacer un comentario, en la medida en que el público a quien se dirige el trabajo (que incluye estudiantes y lectores no especializados) podría ser inducido por medio de ellas a hacer inferencias desencaminadas. Mientras el autor toma distancia teórica de la semántica estructural, sostiene que, en esta perspectiva, "el significado se vuelve algo teórico y alejado de la inmediatez y la espontaneidad de la comunicación diaria" (36). Dado que las categorías conceptuales de una teoría —y el significado es una de ellas— no pueden tener otro estatuto que no sea, precisamente, teórico, sorprende la formulación citada. Más allá de que efectivamente la capacidad explicativa de procesos de cambio que la concepción del significado como un conjunto de rasgos semánticos sea ciertamente limitada, tampoco hay razón para sorprenderse porque el significado —repito, una categoría conceptual, teórica— esté "alejado de la inmediatez y la espontaneidad de la comunicación diaria". Por otro lado, una formulación como "si no hubiera significados prototípicos […] la lengua no podría verbalizar el caos de la realidad, repleto de variables y casos particulares" (69), además de implicar la asunción de una teoría que se ha presentado mas no defendido —asunto poco recomendable en un libro que funciona como un manual— y de una realidad caótica (¿?), encarna el peligro de poder motivar conclusiones ingenuas en un lector poco informado: hay prototipos porque la realidad es un caos y, de esa manera, los seres humanos la ordenan, lo cual no puede ser, en ningún caso, un argumento para defender la categorización por prototipos. Más bien, digamos, que la evidencia experimental apunta a la idea de que los seres humanos organizan categorías conceptuales prototípicamente.

Tales formulaciones son, sin embargo, excepcionales. Estamos ante un buen trabajo y un libro útil, que puede ser orientador para estudiantes de lingüística e interesados en la semántica e historia de la lengua. Pensando en los receptores, el lenguaje empleado es claro y la calidad de los ejemplos buena. El extenso ejemplo sobre la polisemia de pinchar (76-82) es un buen testimonio de ello.

 

Referencias bibliográficas

Fernández Jaén, Jorge 2007 "Breve historia de la semántica histórica". Interlingüística 17, 345-354.         [ Links ]

Geeraerts, Dirk 1997 Diachronic Prototype Semantics. A Contribution to Historical Lexicology. Oxford: Oxford University Press.         [ Links ]

 

Fecha de recepción: 23 de enero, 2015
Fecha de aceptación: 1 de abril, 2015

 

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