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Lexis

versão impressa ISSN 0254-9239

Lexis vol.39 no.2 Lima  2015

 

ARTÍCULOS

 

Emilia Pardo Bazán ante el fin de siglo. Edición de "Eduardo Rod. El Pensador"

 

Javier López Quintáns

IES "Ramón Mª Aller Ulloa - Lalín"

 


Resumen

El trabajo se ocupa del cambio de actitud literaria que en las últimas décadas del siglo XIX se advierte en la producción literaria de Emilia Pardo Bazán, desde una afinidad mitigada a los postulados del naturalismo hacia un enfoque en el que prima los derroteros marcados por un nuevo enfoque "espiritualista". El cambio se advierte especialmente en la producción crítica de la autora, en la que se avanza en la reflexión sobre el cambio necesario de una a otra actitud. Emilia Pardo Bazán publica a finales del siglo XIX en La España Moderna un trabajo sobre la figura de Rod, representante de la nueva tendencia, que editamos.

Palabras clave: XIX, Pardo Bazán, Rod, naturalismo.

 


Abstract

The work deals with the literary change in the last decades of the nineteenth century (in the literary production of Emilia Pardo Bazán) from the Naturalism to the Spiritualism. Emilia Pardo Bazán published several works about Rod, representing the new trend. We publish "Escritores franceses contemporáneos: Rod".

Keywords: XIX, Pardo Bazán, Rod, naturalism.

 


1. Introducción

El cambio de actitud literaria que en las últimas décadas del siglo XIX se advierte en la producción de Emilia Pardo Bazán, desde una afinidad mitigada con los postulados del naturalismo hacia un enfoque en el que priman los derroteros marcados por un nuevo enfoque "espiritualista" (según se advierte en la producción crítica de la autora), ocupa las siguientes líneas, son el preámbulo que conduce a un autor esencial: Rod.

En el panorama literario español, Oleza (1998) sitúa en torno al año 1887 tal cambio. Lo percibe jalonado por diversos acontecimientos: son hitos de la nueva vía literaria el capítulo "naturalismo espiritual" de Fortunata y Jacinta y las conferencias de doña Emilia en el Ateneo de Madrid (recogidas con posterioridad en el volumen La novela y la revolución en Rusia). Oleza menciona asimismo los síntomas del cambio en el extranjero como inspiradores del viraje experimentado en tierras españolas. Esta situación se perfila con la publicación de Le roman russe (1886) de Vogüé. No menos esclarecedor, según Oleza, es el Manifeste des Cinq (Le Figaro, 18 de agosto de 1887). En el documento, antiguos seguidores de Zola (Bonnetain, Rosny, Descaves, Margueritte y Guiche) cuestionaron la validez de los principios del naturalismo. Rescatemos de forma sintética algunos de los postulados que fueron expuestos en relación con L’Assommoir, en especial:

  1. Une désertion plus terrible se manifestait déjà: la trahison de l’écrivain devant son œuvre (...). Armé de documents de pacotille ramassés par des tiers, plein d’une enflure hugolique, d’autant plus énervante qu’il prêchait âprement la simplicité".

  2. "Non seulement l’observation est superficielle, les trucs démodés, la narration commune et dépourvue de caractéristiques, mais la note ordurière est exacerbée encore, descendue à des saletés si basses que, par instants, on se croirait devant un recueil de scatologie: le Maître est descendu au fond de l’immondice".

  3. "Il est nécessaire que, de toute la force de notre jeunesse laborieuse, de toute la loyauté de notre conscience artistique, nous adoptions une tenue et une dignité en face d’une littérature sans noblesse, que nous protestions au nom d’ambitions saines et viriles, au nom de notre culte, de notre amour profond, de notre suprême respect pour l’Art".

La crítica del grupo es demoledora. La agonía del naturalismo se testifica asimismo en el artículo de Brunetière "La banqueroute du Naturalisme" (Révue des deux mondes, 1 de septiembre de 1887), así como también (si continuamos con el mencionado trabajo de Oleza) con la Enquête sur l’évolution littéraire (L’Echo de Paris, 3 de marzo a 5 de julio de 1891) en la que, en palabras de Huret, se daba fe del acta de defunción de la corriente naturalista, pero recordemos cómo nos dice lo siguiente: "Voilà comment le naturalisme peut être mort; mais ce qui ne peut pas mourir, c’est la forme de l’esprit humain qui, fatalement, le pousse à l’enquête universelle, c’est ce besoin de rechercher la vérité où qu’elle soit, que le naturalisme a satisfait pour sa part" (169). Pensamiento similar se percibe en Rod, cuando reniega del maestro, del Zola antaño admirado, para buscar nuevas fórmulas de expresión artística.

Ante el naturalismo que perece, ¿en qué caminos debe indagar la literatura? En el clima de cambio del último decenio finisecular el caso concreto de Vogüé supone, de otra parte, un elemento fundamental en la difusión de la literatura rusa:

El realismo ruso empieza a conocerse en Europa alrededor de los años ochenta. Sin embargo, la asimilación de la obra de Tolstoi y Dostoievski fue un proceso largo, debido seguramente a la escasez de buenos traductores. Pero cuando aquello se cumplió, se cobró cuenta de que se estaba frente a una alternativa del naturalismo. Quien más colaboró a dicha asimilación fue Eugenio Melchor de Vogüé, quien con su libro La novela rusa (1886) llevó a cabo la difusión de la literatura rusa en Francia e indirectamente en España (…). En el momento, la intención de Vogüé resultó clara: Turguenev, Tolstoi o Dostoievski se presentaban como el mejor antídoto contra la novela naturalista francesa. El naturalismo necesitaba urgentemente un paliativo idealista (Tollinchi 2004: 263).

Según se dijo, no es ni mucho menos ajena Emilia Pardo Bazán a los ecos de esta nueva sensibilidad. Al contrario, se aproxima a ello a través de los autores rusos y de diversos creadores franceses en los que ocupa un lugar esencial Bourget. Afirma Ballano (1989):

desde agosto de 1887, cuando cinco escritores discípulos de Zola hicieron saber, a través de una carta abierta, su rechazo a los excesos del autor de La Terre, la crisis de la novela naturalista iba a convertirse en la antesala de una reacción dispar a la busca de una nueva identidad. Edmond de Goncourt proponía una pintura de la realidad aristocrática, culta y distinguida, Maupassant marcaba su independencia abandonando la novela de costumbres, Huysmans con À Rebours se inclinaba por una estética presagio del futuro simbolismo, Brunetière, haciendo alardes críticos, hablaba a sus lectores en nombre de los valores clásicos y de la moral. Y e nombre de ésta precisamente se impusieron los más, en aquel panorama postpositivista. A la cabeza de todos, Paul Bourget. Su obra es la expresión más acabada de un fenómeno de reacción compartido con otros personajes del panorama literario francés del momento: Edouard Rod, Léon Bloy, Paul Adam, Marcel Prévost, Loti, Barres (337-338).

A juicio de Ballano (1989: 340-341), en Bourget se percibe la influencia de Taine, también los Goncourt y Stendhal, modelos asimismo asumidos por Pardo Bazán (lo han visto De Coster 1993; Sotelo 2002). Bourget ocupa dispar protagonismo en textos de Al pie de la torre Eiffel, en "La Fe, novela de A. Palacio" (Nuevo Teatro Crítico, 13, enero de 1892, 64) y la reseña de Tristana ("Tristana, novela de Benito Pérez Galdós", Nuevo Teatro Crítico, 17, mayo de 1892, 88). La cita continua a la obra de Bourget demuestra el especial interés pardobazaniano; lo ejemplifica nítidamente los posos en La literatura francesa. El naturalismo (35, 61, 63, 67), La literatura francesa moderna. El Romanticismo (65, 116), La literatura francesa moderna. La transición (40, 41, 42, 51, 54, 57, 71) o en el "Prólogo" a Los hermanos Zemganno.

El psicologicismo que advierte la creadora gallega en la narración de fin de siglo, que admira igualmente en la narrativa de los Goncourt, le permite cuestionar la novela zoliana: frente "a la psicología externa de la escuela de Zola" debe surgir "una psicología analítica, tan sutil, delicada y quintaesenciada, que llega a ser dolorosa" (Pardo Bazán 1899b: 280). Precisa que el error fundamental que advierte en Zola es que no llega a ser auténtico "filósofo", por carecer del ahondamiento metafísico, del matiz íntimo del sentimiento del personaje que la nueva narrativa finisecular (quizás en exceso, como matiza) presenta de sobras. Muy esclarecedor es el trabajo pardobazaniano "Las últimas modas literarias" (1890: 159-175). En el texto se asume que con Zola, siempre fuente de polémicas, es necesaria una adecuada distancia; manifiesta con ello la madurez crítica de su pensamiento, en el que únicamente la refrigerada pausa del paso del tiempo puede conceder una visión esterilizada. "Convendría dejarle en paz por unos veinte o treinta años" (164), afirma, para valorar en la justa medida la obra del autor de La taberna.

Sugestivo es el interés de Pardo Bazán por el crítico literario Pica en All´avanguardia, y más en concreto sus aproximaciones a las figuras de Duranty, Fabre, Bourget, Rod o Courmes. Recorren las líneas citadas muchos otros creadores que destilan una sensibilidad diferente. Es por tanto este nuevo panorama el que fascina a una Pardo Bazán siempre atenta a lo que supone desviada inclinación frente a la norma, alterada postura ante el derrotero dominante. Ella misma aspira a conocer y comentar nuevas actitudes, por lo que admira el recorrido en el texto de Pica por la producción de Mallarmé, Lemonnier, Peladan, junto a otras fórmulas del simbolismo que combaten una agostada literatura en la que predominaban "historietas vulgares, incidentes ínfimos y sin valor, contados con poca gracia, sin discernimiento, sin luz de cultura y sin esa emoción interna del artista que comunica atractivo a los pormenores trillados de la realidad" (174).

De igual manera, en "Edmundo de Goncourt y su hermano" declara "que nadie que lleve el alta y baja de estas cuestiones ignora que el naturalismo francés puede considerarse hoy un ciclo cerrado, y que novísimas corrientes arrastran a la literatura en direcciones que son consecuencia y síntoma del temple y disposición de las almas, en los últimos años del siglo" (1891a: 68-69). Este cambio se sintetiza en el reencuentro propiciatorio entre "el espíritu y la materia", bajo el estandarte de la novela rusa que supera, a su modo de ver, a los líderes de la corriente neo-ideal francesa.

En el año 1891 advertimos el anuncio pardobazaniano del colapso de la producción naturalista, a partir de la polémica sobre la novela "novelesca o antinovelesca" originada por Prevost. En efecto, Prevost se plantea cuál debe ser el camino de la creación literaria, para lo que arrastra en tal disyuntiva la opinión de Daudet, Marmier, Fabre o Halevy. En todo ello, se solapaba un debate tradicional entre una literatura apegada a la carne, a la vida cotidiana, a la materia, frente a un enfoque intimista que aspiraba a derroteros de condición intelectual. Por su parte, consideraba Pardo Bazán que "este nuevo avatar o encarnación de las letras francesas estaba previsto. Volver a la moral, al misticismo quietista, a las merengadas de psicología y a las natillas del sentimiento, era natural después de tanta pimienta y tanta mostaza y tanto peleón" (1891b: 43); el filtro adecuado del paso del tiempo juzgaría, desde su óptica, si estos nuevos intentos gozarían de perdurable presencia.

Si bien en el año 1892 considera todavía a Zola como el auténtico "maestro de la literatura francesa" (1892: 52), no deja de anotar la pujante presencia de nuevas expresiones literarias en las que el psicologicismo y el espiritualismo ocupan posición esencial. La actitud es, no obstante, cautelosa. El brillo de la novedad no le impide apreciar, en un principio, que la "literatura francesa novísima se está afeminando de un modo evidente. Ha vuelto al lirismo, a la morbidessa, al toque fino, a las neurosis suaves, empapadas en lágrimas; a las menudencias y cominerías del sentimiento y de la forma [...]" (71). Aduce varios motivos: la fórmula no es del todo convincente, no surgen auténticos genios y se confiesan los recelos propios ante los cambios de corriente estética. El tanteo la conduce hasta Rod, hasta la faceta crítica del creador francés y los logros añadidos en sus incursiones novelísticas, como el caso de La sacrificada.

Asimismo, proclama de manera más detenida (junto a otras esporádicas menciones) la nómina de los que se adhieren a la corriente que en ese momento se desarrolla. Tomemos una referencia fugaz en La España de ayer y la de hoy, una conferencia que imparte en París el 18 de abril de 1899 en la Sociedad de conferencias de París (de tema diferente, en relación con el estado de una España anquilosada en la historia). Incluye de pasada, en una, en apariencia, espontánea y asumida declaración de intenciones, a Rod en la nómina de autores franceses que cultivan las letras cultas contemporáneas, como insigne representante del relevo de la vieja generación. Junto a él, sitúa a Brunetiére, Lemaître, Anatolio France, Doumic, Deschamps, Spronck o Wizewa, entre otros.

El apego de Pardo Bazán por las nuevas corrientes es más que manifiesto en su trabajo "La nueva generación de novelistas y cuentistas en España" (1904). Sus líneas demuestran la curiosidad por autores tocados de "pesimismo, con ráfagas de misticismo católico a la moderna […], y propende a un neorromanticismo que transparenta las influencias mentales del Norte —Nietzsche, Schopenhauer, Maeterlinck— autores que aquí circulan traducidos", cuando el "naturalismo ha pasado de moda" (258).

En el panorama finisecular que desglosa Pardo Bazán, ocupa un hueco singular Rod. Este último aprecia de inicio las promesas de renovación literaria que parece aportar el naturalismo. En A propos de l´Asommoir entrevé que dicho movimiento viene a ser expresión de una época (como lo fue el Romanticismo), a la par que expone una voluntad de recreación respetuosa de la realidad que ya había experimentado otros antecedentes en la literatura (desde Shakespeare hasta Marlowe, también Rabelais y Molière). Precisamente por su empeño renovador y su plasmación de una realidad cambiante muestra en 1879 un declarado aprecio por el naturalismo, después de desprenderse de los múltiples prejuicios que sobre Zola habían llegado a él:

(…) les besoins de l´esprit ont change; ils nous portent aujourd´hui vers une étude plus exacte des faits vers une forme plus hardie, et le vieux mouvement naturaliste, que le génie de Balzac n´avait pas pu faire triompher à un moment qui n´était pas le sien, semble reprendre l´avantage (...). Il demande seulement que les personnages littéraires parlent comme parlent les personnages réels (...). Tout porte à croire qu´il triomphera: il a pour lui des écrivains de talent; M. Zola, c´est-à-dire un défenseur qui ne se ménage pas: toute la jeunesse littéraire, c´est-à-dire l´ avenir (105-106).

Pero Rod evoluciona desde la admiración inicial hasta la necesidad de un cambio (lo veremos en Las ideas morales de nuestros días), a medida de que el siglo XIX llega a sus estertores, porque entonces entrevé nuevas sensibilidades entre las que el naturalismo parece no tener cabida. De los esparcidos comentarios que Pardo Bazán hace de Rod, desde que arranca el siglo XX, sobresalen las impresiones acerca de su capacidad descriptiva, como vemos en el prólogo que la autora escribe para El silencio en 1911. Subraya en especial el talento del escritor en la descripción de mentes enfermas, suicidas: "tal vez sea […] quien con más lucidez analiza los pródromos [sic] de la enfermedad del suicidio" (826). Es la muerte, además, que se lleva a almas jóvenes y creativas (682).

Rod representa la tendencia emergente de las últimas décadas del siglo XIX, deslizada en actitudes dispares confundidas en membretes como el espiritualismo, neomisticismo, decadentismo, neorromanticismo y una negación expresa de los procedimientos naturalistas. La visión pesimista de la vida, al modo de Nietzsche y Schopenhauer, muestra el "mal del siglo", la insatisfacción del individuo pertrechado en una imposibilidad asumida de evadir la frustración.

2. Acerca de "Escritores franceses contemporáneos: Eduardo Rod"

Emilia Pardo Bazán publica en La España Moderna (que su amigo Lázaro Galdiano inicia en 1889) el texto que ahora reproducimos sobre una figura esencial en las letras contemporáneas: Rod. Ve la luz en diciembre de 1897 una primera parte del trabajo centrada en su papel como pensador; continúa en enero de 1898, al ocuparse de su faceta como novelista. La relación de Pardo Bazán con La España Moderna fue más allá de este texto. De la fructífera colaboración con este diario saldrán interesantes aportes, como "La cuestión académica" (febrero de 1889), "La mujer española" (agosto de 1890), "Los poetas épicos cristianos" (diciembre de 1894), "La literatura francesa moderna" (febrero de 1901), "La literatura moderna en Francia" (enero de 1902), así como textos literarios ("Planta montés", diciembre de 1890 o Memorias de un solterón, marzo de 1896).

En la primera parte del trabajo, se enfatiza un elemento que se repite en los trabajos pardobazanianos ya citados sobre el autor: el escaso conocimiento sobre su obra en tierras españolas. La escritora remonta su contacto con la obra de Rod a la lectura de Correr a la muerte, doce años antes. Se señala que el análisis de la producción rodiana arranca con los antecedentes naturalistas, a partir de la obra Palmyre Veulard, de la que el autor francés, interesado por diferentes planteamientos, acabará renegando. Es con todo la producción crítica de Rod, con Las ideas morales de nuestros días y Jacobo Leopardi, la que en Pardo Bazán suscita mayor interés. Es interesante por lo que representa para ella un maduro recorrido en torno a figuras como las de Renan, Schopenhauer, E. Zola, Bourget, Lemaître, Scherer, Dumas hijo, Fernando Brunetière, Tolstoy o Vogüé, y, en suma, por el análisis de los rasgos morales en las obras y de un neocristianismo que planea sobre las letras finiseculares. Aparece Rod atraído por el tono moral, por dicho neocristianismo, frente al réprobo Renan o el pesimista Schopenhauer. Conduce este derrotero, para Pardo Bazán, a la negación de Zola y su inclinación materialista, al reconocimiento de la senda que reabre Bourget bajo una novela psicológica. Pardo Bazán se permite la alabanza de los postulados rodianos, pero al mismo tiempo cuestiona algunos de sus principios; rebate así la apreciación de que solamente una vida heroica pueda proceder de la vida dura, esforzada, como si la muelle presencia de un estado intelectual y contemplativo fuese ajena a ello. Con el libro Giacomo Leopardi testimonia algunas de las influencias que recibe Rod, desde Leopardi, los prerrafaelistas o Wagner, y lo inscribe por tanto en la corriente de los neomísticos, lo que acaba otorgando un tono ineludiblemente pesimista (tal vez a su pesar, según advierte Pardo Bazán) a la obra del creador francés.

Pardo Bazán publica una segunda parte del trabajo, sobre la faceta de novelista de Rod, en la que presenta algunos de los rasgos que caracterizan a su producción, en la línea del neoidealismo. El análisis se ocupa en especial de Correr a la muerte, El sentido de la vida, La sacrificada, El último refugio, Las dos Vidas de Miguel Teissier, El silencio y Allá arriba. En conjunto, percibe ciertos rasgos románticos en un mimbre "paralizador" (en palabras de la autora) que tiende al pesimismo y a una concepción nihilista de la vida. Sufren los personajes los síntomas de lo que se conoce como mal de siglo: inoperancia, imposibilidad de amar, visión pesimista de la vida, amor culpable y (no siempre) consuelo de la religión. Al tiempo, establece paralelismos con obras diversas, desde Espronceda hasta Guimerá y el mismo Pereda. En suma, testimonia este texto la admiración por un referente indiscutible de la nueva tendencia literaria, un neoespiritualismo o neointimismo contrapuesto a la carnalidad naturalista con la que, de forma más o menos abierta, se realiza un borroso ajuste de cuentas.

Como parte de una tarea más amplia, se ocupa este artículo en lo que sigue del primero de los trabajos pardobazanianos citados. Se debe ante todo a las inevitables restricciones de espacio, por lo cual un análisis posterior se ocupará de "Eduardo Rod. El novelista" (La España Moderna, 62-79). Aunque "Escritores franceses contemporáneos. Eduardo Rod. El pensador" es un texto conocido por la crítica, se edita para su difusión, al tiempo que se realizan diversas anotaciones en relación con su contenido.

3. Criterios de edición

Actualizamos la ortografía y la acentuación, conforme a la normativa vigente. Se corrigen, además, las erratas del texto.

Escritores franceses contemporáneos

Eduardo Rod

I

El Pensador

La publicación, en La España Moderna, de una traducción de la novela de Eduardo Rod, El Silencio, me ofrece ocasión propicia de consagrar algunas páginas al notable autor, apenas conocido aquí y, en Francia, más que popular, estimado de la gente delicada de gusto y de los críticos que calan hondo. Entre los nombres nuevos que insensiblemente han ido colocándose en primera línea desde la reciente transformación de las letras francesas, es el de Eduardo Rod de los que merecen mayor atención y respeto, por la sinceridad y seriedad de su labor y la alta aspiración moral que en ella se descubre.

Mi simpatía hacia Eduardo Rod no es de ahora, empezó con la impresión que me produjo su original y discutida novela La course á la mort (Correr a la muerte), que leí hace más de doce años, y que me impulsó a buscar y leer también lo que sucesivamente iba dando a luz su autor. Lo que ni entonces ni ahora supe ni traté de averiguar, fueron la vida y milagros, el carácter y costumbres de este escritor, que ya se cuenta en el número de mis predilectos. Tal ignorancia era fácilmente vencible: tardaría en disiparse el tiempo que media entre la carta que va a París y la respuesta que de París torna, pero, aunque ningún género de ignorancia me parezca recomendable, no sé por qué he preferido seguir conociendo de la biografía de Rod únicamente dos datos: que no debe de ser viejo, ni siquiera muy maduro, y que es suizo, paisano de Rousseau y Benjamín Constant.1 Dije que no sé por qué y me retracto: sé muy bien que, de diez veces cinco, me estorba la biografía de los escritores. Si puede iluminar a la crítica, también puede extraviarla; si puede completar la idea que de un autor nos formamos, también puede llenarnos de confusiones y de dudas. A muchos autores, por sobra de información biográfica, nos inclinamos a no verles en sus libros, sino en su vida; la anécdota, la leyenda, el drama pasional, la rareza, la manía, la frase feliz, la trágica desventura, nos escamotean, por decirlo así, el elemento literario e intelectual, o se mezclan e identifican con él de tal suerte, que borran las líneas y falsean y tuercen nuestro juicio. Por otra parte, las semibiografías de gente que vive y acerca de la cual a menudo no es lícito contar todo lo que se sabe y se piensa, lo que quizás expresaría mejor las ramificaciones del carácter esas semibiografías que los escritores padecemos, arregladas para diccionarios, plagadas de inexactitudes y de ambigüedades, no son el faro que guía, sino la hoguera que lleva al escollo con su reflejo intermitente. Antes no saber nada de un escritor, que saber cosas sin conexión ni enlace posible con sus libros. Los de Rod encierran mucho que nos importa, que nos induce a reflexionar, que nos obliga a sentir: ¡quizás de su biografía no puede decirse otro tanto!

He observado, además, que los críticos franceses que consagran a las obras de Rod detenidos análisis, de su persona no dicen palabra y esto me induce a suponer que Rod tiene el buen gusto de detestar el reclamo de las indiscreciones, la exhibición de la personalidad, no de la artística (que esa puede y debe exhibirse, como que es lo que ofrece de ejemplar el artista), sino de la otra, la que solo puede preocupar a la familia y a algunos amigos íntimos. Si ocurre que el vulgo quiere curiosear esta personalidad que, a mi juicio, debe permanecer envuelta en discretos cendales, el susodicho vulgo generalmente no aspira a más y reemplaza con el recuerdo adulterado de cuatro menudencias chismográficas la lectura y la consideración de lo que producen al escritor o el artista. El silencio de los críticos de Rod me enseña a imitarles y a no ver en él más que una inteligencia y un alma que se me revelan al través del espacio. El alma de Rod verosímilmente es superior a su vivir y a su historia; en abono de esta opinión, recojo un párrafo del propio Rod, en el libro antes citado, Correr a la muerte. Dice así: "La vida intelectual está completamente separada de la práctica. Haga cada cual examen de conciencia y verá qué distancia media entre lo pensado y lo realizado. Nadie ignora que Schopenhauer vivía como cualquier ciudadano pacífico; Hartmann, que trazó con negrísima tinta el balance entre el bien y el mal y sacó el irreparable déficit, es, según dicen, un excelente padre de familia; y la mayor parte de los escritores, cuyas tendencias parecen alarmantes y corruptoras, pasan una existencia laboriosa, sana y honrada".2 No faltará quien arguya que la exhibición de esta vida sería más ejemplar que los libros de Rod o de los propios Schopenhauer y Hartmann: la tesis puede defenderse, pero yo observo que millones de ciudadanos pacíficos y de apreciables padres de familia desaparecen del mundo sin que nadie se acuerde de consagrarles un estudio biográfico y sin que su oscura vida sirva a nadie de ejemplo ni de enseñanza, y de deleite muchísimo menos.

Eduardo Rod empezó su labor de pluma por donde empezaba la juventud hará unos cuatro lustros. Así como hoy los principiantes van a engrosar las filas de los neomísticos, los neuropsicólogos o los decadentistas, entonces salían los muchachos a tambor batiente y bandera desplegada, proclamando la guerra naturalista. La primera novela de Rod, Palmyre Veulard, está dedicada a Emilio Zola en cuanto maestro y doctor sumo, y escrupulosamente ajustada a los procedimientos de la escuela.3 Al presente, Rod, desdeñando aquel momento en que giró en la órbita del pontífice de Medan, borra a Palmira Veulard de la lista de sus obras y no lo anuncia en la cubierta; no sé si andará por los puestos de viejo decomisando ejemplares, pero es probable que sí. El agudo y donoso crítico francés Renato Doumic, a quien tendré ocasión de volver a citar, dice a este propósito: "El error de Rod me es simpático: no le falta gracia, y es lindo ejemplo de literario fervor: Rod era casi un niño; lanzábase a la carrera con ese entusiasmo que la mocedad de ahora deja caer en desuso; cedía al furor de imitación, primer síntoma revelador de la vocación literaria; bonitamente se situaba a la cola del maestro que se hallaba a la cabeza de todos, sin inquirir si le unían con él afinidades de talento, sino por mera necesidad de sentirse discípulo" .

Por cierto que Doumic, al expresar estos conceptos, asegura que el ejemplo de celebridades tan estruendosas como la de Zola basta para despistar eternamente a los chicos de talento y porvenir. Precisamente el caso de Rod es clara muestra de que no sucede así y que la espontaneidad del temperamento artístico acaba por sobreponerse a la admiración y al fervor del prosélito. Rod era irreductible al molde de Zola, porque el autor de Germinal es ante todo un gran poeta, ya lírico, ya épico, y Rod un pensador, que expresa sus reflexiones por medio de la ficción novelesca (y no siempre). Sin tardanza sacudió el yugo y descubrió su rumbo propio, ya que por este rumbo, al través de la novela, suele guiarnos Rod a regiones más elevadas de moral, estética y filosofía, antes de considerarle como novelista debemos tomar en cuenta sus dos libros de crítica ideológica, o, adoptando el nombre que se le ha querido dar, de crítica intuitivista. Titúlanse Las ideas morales de nuestros días y Jacobo Leopardi.

Las ideas morales de nuestros días las entresaca Rod de las obras de varios escritores de diversa magnitud, cuya lista es la que sigue, por el mismo orden en que los cito: Ernesto Renan, Schopenhauer, Emilio Zola, Pablo Bourget, Julio Lemaître, Edmundo Scherer, Alejandro Dumas hijo, Fernando Brunetière, el conde Tolstoy y el vizconde de Vogüé. Rod estudia el concepto que estos hombres, guías o leaders del pensamiento francés contemporáneo tienen de los problemas esenciales de la moral, absteniéndose de hablar de los filósofos y moralistas de profesión,4 porque estos no ejercen acción eficaz y directa en el público, mientras los escritores de carácter literario difunden sus ideas con sutil e indirecta propaganda.5 Reconoce, sin embargo, Rod, adelantándose a las objeciones que se le pudieran dirigir, que la mayor parte de los escritores cuya moral investiga, no la tienen en la acepción sistemática de la palabra y solo poseen opiniones, a veces incoherentes y contradictorias, por lo cual teme Rod, al analizarlas y resumirlas, haber introducido en ellas una fáctica cohesión.6 También comprende (Rod padece la enfermedad novísima de comprenderlo todo) que en nuestros días existen, diseminadas entre la colectividad, infinitamente más ideas morales de las que encierran los escritores designados por él para representar la moral nueva; pero no pudiendo abrazarla toda, se concreta a un episodio de la lucha moral contemporánea, el episodio literario.7 La idea fundamental de Rod es ingeniosa y profunda. Entiende que la concepción moral en las letras ha venido describiendo, desde hará sesenta años, una especie de semicírculo, cuyos dos extremos son el escepticismo de Renan y el neocristianismo de Vogüé.8 De Renan arranca una corriente negativa, la cual va en aumento, reforzada por el torrente pesimista que se deriva de Schopenhauer, y el naturalista, que procede de Zola, hasta que la escuela de la moral independiente, capitaneada por Alejandro Dumas hijo, y los defensores de la tradición, por ejemplo Brunetière, abren senda a los que ya francamente se apoyan en la fe, los que, al aspirar a que retornen las cigüeñas a los desiertos campanarios, forman la corriente positiva.9

Aunque Rod no se resuelve a sumergirse en las refrigerantes aguas del neocristianismo, no oculta que este movimiento le atrae y espera vagamente que en esos manantiales de vida se bañarán las generaciones futuras. La reacción tiene pues en Eduardo Rod, a falta de un apóstol, un catecúmeno, o que desearía serlo (si bien yo creo que no puede).

A mi parecer, desde los mismos orígenes de la corriente negativa —desde Renan—, estaba en germen la reacción que hoy presenciamos. El que bajo el Renacimiento recibiría el nombre de heresiarca, y hoy se contenta con el calificativo mucho más modesto de exégeta racionalista, en nada se parece —Rod lo reconoce— a aquellos incrédulos a carga cerrada del siglo pasado, los Volney, los Holbach y los Cabanis. Renan, apartado de la Iglesia, no deja ni un instante de sentir la nostalgia profunda del divino bien que ha perdido. Impregnado de fe, como de incienso la ropa de los devotos, derrama religiosidad al querer sembrar blasfemias. De ahí sus transportes en Palestina; de ahí su confesión enigmática, restrictiva, acaso involuntaria, de que verdaderamente Jesús, en un momento dado, fue hijo de Dios y su religión no solo la buena, sino la absoluta religión de la humanidad. Pero Rod, ya lo hemos dicho, estudia a Renan como moralista y al hacerlo pone de manifiesto la aristocrática y desdeñosa inutilidad de una ética estética que se recrea en el esfuerzo hacia el bien porque constituye un bello espectáculo y antepone la concepción pura del bien al deseo de lo bueno, a su realidad y efectos activos. Con razón, anuncia Rod que el frágil edificio de la moral renanista nació ruinoso.10

Schopenhauer —no el verdadero, el autor de El mundo como voluntad y representación, sino el que conocen los eruditos a la violeta, el de los Aforismos, las paradojas, las doloras y las humoradas en prosa, poéticas y relumbrantes— merece todavía de Rod más severo juicio, a pesar de que en las máximas del filósofo poeta suele Rod inspirarse, y de su jugo está impregnado sin querer. Las causas de la propagación de la doctrina de Schopenhauer y de que haya influido en el pensamiento francés como no suelen influir los extranjeros son, en efecto, las que señala Rod. Los desastres de 1870, la guerra, la Commune, el fracaso general del régimen a que Francia esperaba deber siempre hegemonía del mundo civilizado, prepararon a la muchedumbre a escuchar la voz del que en forma tan clara, tan latina, tan lapidaria a veces, glosaba las tristezas eternas, que nos parecen nuevas cuando es nuestra alma la que para ellas nace, la que de nuevo, en cada hombre, empieza a sufrir dolores ya conocidos, comentados y ahondados en los días de Salomón y de Job. Acaso el francés es un ser tan comunicativo e impresionable que, sin ser tonto, puede encontrar consuelo en el mal de muchos, en la comprobación de la universal desventura. Cada época tiene sus elegiacos, sus satíricos y sus moralistas; Schopenhauer fue todas estas cosas juntas para Francia, después del desastre que siguió a la caída del segundo Imperio.11

Más curioso que el juicio de Renan y Schopenhauer, es el que Rod consagra a Zola, su antiguo maestro, su primer ídolo. Entre los innumerables aspectos y estados del alma humana, más fértil en combinaciones que la naturaleza, no conozco ninguno que se preste a la sonrisa de la ironía, como el de disecar en frío el amor desvanecido o la extinguida admiración. ¡Fase del sentimiento que debería demostrarnos la vanidad de nuestros afanes; fase que conduce al pesimismo, o, mejor dicho, al nihilismo absoluto! Así como nuestro andar es una caída continua que antes de terminar se detiene, y nuestra respiración lucha no interrumpida contra la asfixia que se nos quiere entrar en los pulmones, nuestros entusiasmos, la quintaesencia más exquisita de nuestro espíritu, también son algo que oxidamos y eliminamos sin advertirlo, hojas que se nos caen, elementos que llegan a figurársenos tan extraños y tan ajenos a nosotros, como si antes no hubiesen formado la raíz y la razón de ser de nuestra vida psíquica!

Lo más desconsolador es precisamente la severidad con que juzgamos el prestigio de ayer. Sospecho que a Rod, su propia lucidez, tratándose de Zola, ha debido de infundirle melancolía. Digo lucidez, y debo añadir que a la lucidez se une mucho la dureza y apasionamientos nuevos, los del rigor, a veces tan engañadores como los transportes del entusiasmo. Pinta a Zola prosternado con supersticiosa devoción, como el salvaje ante el fetiche, ante la ciencia, cegado por su anhelo hasta figurarse que la posee, y empeñado en establecer leyes mediante la observación de un caso aislado, olvidando el axioma escolástico, que "los particulares no hacen ciencia". Le ve inventando, más que estudiando o retratando, los entes de razón que forman la serie de los Rougon Macquart y -en nombre de una sabiduría quimérica, sin base ni fundamento- negando lo sobrenatural, suprimiendo la metafísica de enmarañados cabellos y haciendo tabla rasa de innumerables disciplinas que solo de nombre conoció.12 Le describe coleccionando tipos de humanidad cual se coleccionan sellos o insectos, siéndole indiferente en el hombre la dignidad, el porvenir, la moralidad —impasible a guisa de director en el laboratorio— y esta apatía del moralista es lo que sulfura e indigna a Rod, escritor de tendencias morales ante todo. Su celo de convertido le lleva a olvidar, a no mencionar siquiera lo que hace tan grande a Zola: la amplitud casi homérica, la fuerza, don y privilegio de los dioses.

La curva de la negación empieza, en opinión de Rod, a cambiar de dirección cuando aparece Pablo Bourget: con él renace la psicología y se restaura lo que el naturalismo había proscrito y desdeñado. Aquí también encuentro una objeción: si Bourget plantea resueltamente ciertos problemas morales, Alfonso Daudet, sin alardear de psicólogo, había sostenido durante todo el período naturalista el estudio de los caracteres individuales —pura psicología— y los derechos del sentimiento. No basta, para ser psicólogo, preciarse de serlo: en Alfonso Daudet la psicología es indirecta; no hay mecanismo, no hay operación del trépano; hay, en cambio, almas verdaderas, reveladas en actos, en movimientos, en gestos, en palabras, en todo lo que realmente nos sirve de guía para conocer la vida interior. La diferencia entre un psicólogo a lo Bourget y un psicólogo a lo Daudet es la que había entre las predicaciones de San Antonio de Padua y San Francisco de Asís: San Antonio hablaba, se estaba hablando horas enteras; San Francisco cruzaba los brazos dentro de las mangas del sayal, bajaba la cabeza y salía a la calle así, sin pronunciar palabra: los dos habían predicado.

No sin desviaciones e inflexiones numerosas, sigue la curva la dirección positiva por medio de Scherer, Lemaître, Dumas y Brunetière, y adopta ya la posición espiritualista hasta el ultramisticismo con Tolstoi y en general con los autores rusos, que llegaron a tiempo, cuando el público los pedía con mucha necesidad, cuando la tierra seca anhelaba la lluvia celeste. Tenía que suceder que la gente se hartase de lo material, sanguíneo, carnal y corrompido. No fue, con razón lo dice Rod, el humor antojadizo de unos cuantos escritores engolosinados por lo exótico; fue ley de nuestra naturaleza, cambio previsto y anunciado por síntomas que no engañan. El nuncio y evangelista de los rusos, Melchor de Vogüé, hombre de la raza de Chateaubriand, Bonald y De Maistre, atento a las cuestiones que agitan y conmueven a su siglo, se hizo cargo de lo que se había perdido en la refriega: la alhaja perdida, pisoteada, era nada menos que el cristianismo; que reapareciese, y la literatura sería renovada hasta sus últimas fibras. Por algo se dijo que la gran deficiencia de Zola y de sus secuaces incondicionales era escribir absolutamente lo mismo que si Cristo no hubiese venido al mundo.

Esta renovación de la literatura mediante la nueva infusión del cristianismo, su historia, su porvenir, es el fenómeno estudiado en el libro a que vengo refiriéndome, la idea que presta unidad a los trabajos de Rod, por otra parte muy delicados y sentidos, donde abundan las certeras observaciones críticas, los matices finos y penetrantes de una pluma que comprende la belleza, aunque no la prefiere a todo. Resumen de la obra puede considerarse el párrafo que transcribo: "Sucede, pues, que hoy el mundo, que parecía precipitarse con vertiginosa rapidez hacia el materialismo y la negación, el radicalismo y la anarquía, se ha detenido y, tras fuerte sacudimiento, empieza a desandar lo andado, a moverse en dirección inversa. Esta reacción, cuyos albores son recientísimos, y que los historiadores tal vez flecharán desde el advenimiento de Alejandro III, que la inició en Oriente, o de Guillermo III, que en Occidente la representa, ha sido tan rápida y decisiva, que ya amenaza barrer, amén de las corruptoras doctrinas que en su camino encontró, algunas de las más bellas conquistas del liberalismo, de sus más generosos sueños". Mirando a lo futuro, Rod no logra entrever siquiera las consecuencias probables de esta reacción general, ni menos se atreve a afirmar que traiga aparejado uno de esos períodos de coherencia, solidez y grandeza, como fue entre los franceses el siglo XVII y el XVI entre nosotros.

Tampoco pretendemos nosotros profetizar, que es oficio deslucido y arriesgado, pero si es lícito juzgar del provenir por el presente; si nos han de dar luz los auspicios buscados en las entrañas palpitantes de las nobles víctimas que Rod en su libro abre y despedaza (y aun en las mismas entrañas del autor del libro), nada duradero ni estable podemos esperar de una reacción, por otra parte natural, simpática y prevista. No logro persuadirme de que los moralistas positivos se diferencien de los negativos en lo más importante, en lo que Rod declara esencial: la sencillez y unidad de la conciencia, la robustez de la fe. Sin exceptuar ni a Vogüé, tengo para mí que ninguno posee la única regla fija, la que estriba en verdades que están fuera y por encima de la razón humana, verdades que el corazón puede presentir, a las cuales puede abrazarse sin verlas evidentemente, como niño que en las tinieblas corre hacia donde suena la voz de su madre, pero no acierta a demostrar el raciocinio. Hácese cargo de esta dificultad Rod, al hablar, por ejemplo, de Scherer, al notar la contradicción que en el eminente crítico existía cuando, resistiéndose a reconocer los fundamentos absolutos de ciertos principios de moral y hasta de ciertas leyes de decoro artístico que de la moral dimanan y son su flor social por decirlo así, retrocedía atemorizado ante las consecuencias prácticas de su negación;13 al proponernos el enigma sin clave del alma de Tolstoi y notar cuan impropiamente llamamos místico a un hombre que no cree en la vida futura, y por falta de un ser divino ha divinizado al hombre y al sufrimiento; al estudiar el dogma de Lemaître, comprobando que en él no existe idea de Dios; al analizar uno por uno el credo de los supuestos afirmativos y darse cuenta de que o son juguete de su propia sensibilidad, como Tolstoy, o juegan, como Lemaître, con los prismas y las pompas de jabón, de un agudo ingenio. Tristeza causa escribirlo, pero la reacción actual, en las esferas de la inteligencia, nación agrietada, hendida y sin cimiento. ¿Qué haríamos con ocultarlo? Todos hemos esperado en ella...

Examinaremos al propio Rod; hagamos la crítica de su crítica de críticas, y nuestra inquietud y desaliento subirán de punto. La confesión más explícita y también más desconsoladora la hace a propósito de Bourget. Es página en que remanece el suizo austero, que respiró el ambiente semiespartano de aquellas montañas agrestes, glaciales y descarnadas, y renueva, sin querer, la tesis de Juan Jacobo, condenando el progreso, el bienestar, la hermosura, en nombre del bien y de la virtud. Escuchemos sus discursos. "La afición al lujo y la elegancia se avienen mal con la virtud; la virtud, según la concibe el mundo moderno desde el advenimiento del cristianismo, es humilde, pobre, popular y, desde que Jesús habló, es ardua cosa para un rico entrar en el reino de los cielos".14 ¿Qué tal la muestra? Pues ahí va otra: "Y si los refinamientos de la elegancia no son compatibles con la virtud, tampoco lo son los de la inteligencia. Toda riqueza, sea material o inmaterial, lleva en sí misma un germen de destrucción, castigo de los goces que nos proporciona; el reino de los cielos solo está franco para los pobres de espíritu. Así como la fortuna no se hace sino de ruinas, la inteligencia solo se adquiere disolviendo".15 Tal es, sin atenuación alguna, el credo de Rod. A propósito de Vogüé, insiste y refuerza el argumento. "El heroísmo —escribe— hállase amenazado de muerte: no le son favorables ni el exceso de comodidades, ni el exceso de cultura intelectual. El heroísmo es una planta rústica y recia, que puede crecer en los desfiladeros del Taigeto, y sucumbe en tierra cálida [...]".16

La teoría no peca de nueva, pero trabajo le mandó a Rod si pretendiese apoyarla en datos históricos.

No solamente la elegancia y refinamiento no influyen sensiblemente en la disminución de la virtud, sino que en ocasiones a la virtud sustituyen, dando el resultado práctico de evitar acciones que son malas, pero no repugnan tanto por malas cuanto por bajas, viles y groseras. Y si la inteligencia solo se adquiere disolviendo, y si solo fuesen buenos, santos y heroicos los necios, o al menos la gente de escaso caletre, y los hombres toscos y rudos, los católicos tendríamos que borrar del santoral a santos tan finos y caballerosos como San Francisco de Sales y San Francisco de Borja, y a santos tan grandes filósofos y pensadores, y tan sutiles psicólogos, como San Agustín, Santo Tomás y Santa Teresa de Jesús. Si el objeto de estas páginas que emborrono no fuese sencillamente dar a conocer los méritos de Rod, en vez de refutar los que considero sus errores, mucho diría aquí acerca de los pobres de espíritu y las supuestas virtudes de la gente zafia, ignorante y comedora de bodrio. En cuanto al heroísmo, las ciudades de mayor refinamiento artístico nos han dejado de él sorprendentes ejemplos y aunque nos olvidásemos de París, alimentándose, durante el sitio, de carne de ratas —recuerdo bien contemporáneo— basta evocar los anales de Atenas, Florencia y Roma para saber que la cultura, a veces, fomenta la dirección ideal que el valor exige para demostrarse con actos dignos de loa eterna.

El libro titulado Giacomo Leopardi no expresa la personalidad de Rod como el que acabo de reseñar o, por mejor decir, expresa sus opiniones estéticas y filosóficas, en vez de las intelectuales y morales. El estudio sobre Leopardi descubre la predilección hacia el poeta que ha sabido dar forma a nuestra manera de concebir la vida y nuestros más íntimos sueños, que no son los placenteros, sino los dolorosos.17 Aquel alma de autocrucificado que devoró y torturó el cuerpo de Leopardi, muestra afinidades con el alma apenada y enfermiza de Rod. Son ambos mártires de sí mismos, pero Leopardi es ante todo poeta lírico y subjetivo; Rod tiene más de objetivo, le interesan el mal del mundo y las penas de la vida, no solo por sí mismo, sino también por los demás (no digo por el prójimo, que sería la palabra cristiana, porque Rod no es todavía cristiano a boca llena y acaso, lástima grande, no llegará a serlo nunca). Un estudio sobre los prerrafaelistas ingleses, hecho con amor, inteligencia y claridad; otro sobre el arte y el simbolismo wagnerianos; otro, que haría saltar a nuestros hugólatras, sobre Víctor Hugo, son lo más significativos de este volumen, en el cual se incluyen algunos artículos más, con carácter de estudios bibliográficos. La devoción de Rod por Leopardi; su simpatía por los prerrafaelistas, que en vez de pintura hacen literatura pintada, pintan ideas;18 su entusiasmo por Wagner;19 su campaña contra Hugo; todo brota de la misma fuente: Rod estima y saborea en la literatura y en el arte el elemento intelectual, la concepción reflexiva y profunda que se traduce en inspirada forma. Mientras despliega una severidad implacable para condenar la vulgaridad de pensamiento y la superficialidad de sentimiento de Víctor Hugo20 y, ante las deficiencias del pensador, parécenle secundarias las inmensas dotes del poeta, el vigor de las imágenes, el esplendor de la frase, la soberana densidad y broncínea resonancia de las estrofas, la fuerza de las metáforas y la titánica energía de las antítesis, quema incienso en el altar de Leopardi, elegante y sobria ara griega, donde arde el fuego de la mente. Leopardi, Wagner son devociones de idealista, de pensador. Obsérvese cómo Rod no se exime de esa contradicción que convierte a los positivos en negativos, y acabará por identificarlos, ya que no en doctrinas, en los amargos frutos de ellas. Obsérvese cómo, incapaz de ponerse de acuerdo consigo mismo, mientras aspira al dictado de moralista, prefiere en arte el elemento idealista e intelectual, después de haber reconocido, a ejemplo de Rousseau, que la inteligencia no adquiere sino disolviendo. El desenlace funesto del drama moral de la inteligencia vienen a ser, para Rod, el que Wagner quiso expresar en su tetralogía por medio de un símbolo: la redención, no por la expiación, ni por la fe, ni aun por la gracia y misericordia divina, sino por la disolución en el seno de la nada. "La voluntad, que quiere hacer un mundo a su imagen, no puede llegar a satisfacerse sino en el aniquilamiento final".

Tal es la desesperada conclusión de todos estos moralistas de la reacción antimaterialista y antinaturalista, y no cabe duda: a su manera, se deja muy atrás en inmoralidad al viejo naturalismo, tan pasado de moda y tan puesto en solfa. Era el naturalismo, a ratos y como por obedecer a una consigna, crudo, limitado, rastrero, sin ventanas, sin luz, sin aire; los neoidealistas y neomísticos de hoy, entre los cuales Rod ocupa, por derecho propio, señalado lugar, abren ventanas, respiran hacia lo infinito, respiran, sí... pero es a la parte del abismo, del eterno dolor... y no diremos del infierno, por no herirles el oído con vocablos del lenguaje teológico, que tampoco está muy en alza. La lucha que sufrió Edmundo Schérer, Rod la sufre: es pensador, investiga, duda, se inquieta, vive dentro de sí, anhela certidumbres, busca senderos, se arrodilla ante el bien, como los paladines de Wagner ante el Santo Grial; no estima sino las obras intelectuales... y sin embargo cree que la inteligencia es el mal, el disolvente, el veneno. De esta contradicción, nace la incurable tristeza que veremos revelada en sus novelas, de las cuales trataremos en el próximo artículo.

 

(Pardo Bazán 1897)

 

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1 Nace el 29 de marzo de 1857 en Nyon, "once the home of young Rousseau, along the pinturesque Northern shore of Lake Léman" (Lerner, 1975: 13). Sus coetáneos repiten ciertas apreciaciones que se convertirán en lugares comunes acerca de su obra y personalidad. Dice Ernest-Charles: "Il es mélancolique et I est grave. Mais il sait être grave sans morgue et sans pédantisme (…). Son talent est, comme son caractère, profond et correct" (La Littérature française d´aujourd´hui, pág. 108; citado en Roz 1906: 54). Bellessort incide en que "nous aimons dúne tendresse qui n´a presque rien de littéraire cette àme inquiète, mélancolique et passionnée» (Journal des Débats, 5 Mai 1900; en Roz 1906: 55). Cena resalta que "du naturalisme, il a gardé la précision réaliste dans le traitement de ses personnages secondaires, les types de province qu´il imprégne d´une bonhomie, d´une indulgence émanant de son propre coeur (…); du psychologue, il a conservé l´acuité de l´analyse (…) sans recourir à des intrigues pour le plaisir de les dénouer, et s´exerce sur des caractères et des événements communs, sûrs, que chacun petu vérifier et qui par là sont probants" (Nuova Antologia, Rome, Mai 1903; en Roz 1906: 56). En la Histoire de la Langue et de la Littérature françaises de Pelissier se resalta su capacidad para proponer "un tableau fidèle et caractéristique de la réalité sensible" (en Roz 1906: 56). Por su parte, Anatole France declara que «il a dit sans grands mots, sans cris ni gçemissements, la tristesse d´être, telle que les esprits la ressentaient dans ce point du temps et de l´espace où il se trouvait jeté (…). Lettré sans être livresque, homme de tradition et non point d´école, la pratique de l´art ne lui ôte point l´intelligence de la vie" (Le Temps, 25 Février 1893; en Roz 1906: 57). Finalmente, entre otros, Paul y Victor Margueritte dicen que "si quelq´un est bien qualifié pour se prononcer sus les passionnants, troubles et complexes problèmes de l ´heure actuelle, c´est entre tous le clairvoyant auteur de tant romans profonds, le peintre des intimités vécues, l´analyste d´âmes subtil et sobre qui s´est fait depuis vingt ans une place si haute et à part" (La Dépêche de Toulouse, 27 Octobre 1905; en Roz 1906: 59).

2 Dice Rod, en el texto: "Schopenhauer, on le sait, vivait exactement comme tout le monde; M. de Hartmann, qui a dressé du bien et du mal un bilan si lamentable, est, dit-on, un excellent père de famille" (254).

3 Es patente el respeto por Zola en A propos de l´Asommoir. En su preámbulo establece Rod esta intención: "C´est alors que l´idée me vint de chercher à connaître, de me faire une opinion sur cet homme attaqué si fort qui se défendait si bien, et sur le nouveau système qu´il préconisait. Je m´entourai de documents, je parvins à obtenir quelques renseignements, et je fis pour mon compte une étude aussi impartiale que désintéressée" (7-8).

4 En algunas ocasiones, las palabras de Pardo Bazán parafrasean el original. Proponemos algunos ejemplos, como simple muestra que no atosigue al lector, pero son más. Veamos un primer ejemplo, relacionado con la frase previa: "Je me suis abstenu de parler des philosophes et des moralistes de profession, qui n´ont pas, ou qui du moins n´ont pas même eu sur le public une action directe" (Les Idées Morales du Temps Présent, II).

5 El propio Jules Lemaître, a propósito de la obra de Rod Le sens de la vie, reflexionaba sobre esta cuestión: "J´ai analysé le livre de M. Édouard Rod en affectant un esprit grossier et superficiel. Mais je vous préviens maintenant que ce n´ètait qu´un artifice pour vous faire plus vivement sentir l´originalité de cette autogiographie morale (...). Ce qui m´imirrite, voulez-vous le savoir? C´est qu´il est trop vrai, ce livre d´un heureux qui ne peut pa se consoler (...)" (54). Al tiempo, las reticencias que expone Lemaître guardan relación con la tendencia de Rod a cierto diletantismo: "Il y a dans le dilettanstisme un désir de tout comprendre (...), et de défiance intellectuelle (...) Le dilettantisme commence par être un plaisir et, quand il devient ensuite une cause de souffrance, il porte lui-même son remède. Pour revenir au cas de M. Rod, le dilettantisme ne l´a pas empêché de se marier par amour, et il lui a sans doute servi à jouir plus délicatemente de cette bonne fortune (...). La vie n á de sens que pour ceux qui croient et qui aiment: telle est sa conclusion" (58-59). Y no menos interesente es el párrafo en el que Lemaître, a modo conclusivo, desarrollo un impostado credo bajo forma de proclama al servicio de lo que entiende como moral: "Je crois que la morale est tantôt l´amour et tantôt l´acceptation des liens parfois délicieux et parfois génants qui nous enchaînet, soit par le coeur, soit par un intérêt supérieur où le nôtre se confond, à d´aitres que nous et aux groupes de plus en plus larges dont nous faisons partie. Je crois que cette morale (...) doit coincider, sur les points essentiels, avec la partie durable des morales religieuses et de celle qui est fondée sur une philosophie spiritualiste" (61).

6 "Je crains d’avoir quelquefois introduit entre ces opinions une cohésion factice, qui leur donne peut-être une signification plus doctrinaire, plus absolue que celles qu’elles ont en réalité. C’est là un danger qu’il était difficile d’éviter: j’espère qu’il suffit de le signaler pour en atténuer les effets" (Les Idées Morales du Temps Présent, III).

7 "Ai-je besoin de vous dire que, m’attaquant à un sujet si vaste et si confus, je n’ai point eu la prétention d’être complet? Dresser le bilan des idées morales des contemporains, ce serait une entreprise impraticable, car elles sont diverses à l’infini, et, suivant le milieu auquel on s’adresse, on trouve pêle-mêle toutes celles qu’a produites le passé à côté de celles qui s’élaborent au jour le jour. Je m’en suis donc tenu, si je puis m’exprimer ainsi, à un épisode de ce mouvement, à l’épisode littéraire" (Les Idées Morales du Temps Présent, III-IV).

8 "Ce choix fait — il est discutable, sans doute, mais il fallait choisir — j’ai cru distinguer qu’il représentait un ensemble, une sorte de courbe: parti d’un point déterminé, on aboutissait à un autre point déterminé, et les noms de M. Renan et de M. de Vogüé ont marqué pour moi les deux extrémités de cette courbe. M. Renan, en effet, se trouve à l’origine d’un courant negatif, qui va grossissant pendant une période d’une quarantaine d’années, où il se fortifie do deux autres courants : le courant pessimiste, issu plus ou moins directement de Schopenhauer, et le courant naturaliste, que représente M. Emile Zola" (Les Idées Morales du Temps Présent, IV).

9 "M. Alexandre Dumas fils, d’abord, qui s’est vigoureusement cramponné aux appuis incertains de la morale indépendante; puis M. Brunetière, et avec lui les défenseurs do la tradition ; enfin M. de Vogüé et ceux qui ont pris le parti de s’étayer franchement sur la religion. Vous en êtes, mon cher ami, et vous croyez que ceuxlà ont réussi à changer le cours du fleuve, ou à déterminer un courant positif, qui sera plus fort que l’autre, et qui portera sur des rives nouvelles la génération prochaine. Je ne suis pas éloigné de croire que vous avez raison, quand môme, pour mon compte personnel, je ne vais pas aussi loin que vous dans la voie du néochristianisme" (Les Idées Morales du Temps Présent, V).

10 "Aux belles époques, quand l’esprit humain réunit ses forces pour se lancer dans l’infini, quand l’air vibre des musiques d’Ariel, ils seront légion, et, autour d’eux, poudroieront les idées en poussière d’or, et leur pensée vaporisée répandra des parfums suprêmes. Puis, comme les amis des Ficin et des Bessarion, ils seront dispersés par des Luther, qui arriveront avec des réformes arrêtées, des convictions nettes, do robustes volontés, d’âpres ambitions temporelles, et dont les lourdes mains saperont le svelte édifice ajouré, trop haut, trop frêle, qui ne leur offre point d’échelle pour monter dans leur ciel positif. Et ce sera la lutte éternelle entre le rêve et la réalité, entre l’humanité qui veut conquérir l’infini et celle qui veut organiser la terre, entre la beauté des idées et la tyrannie des faits" (Les Idées Morales du Temps Présent, 39).

11 "Dans le courant de ce dernier demi-siècle, la France, dont le développement avait été jusqu’alors essentiellement original, s’est ouverte aux influences du dehors: certains écrivains étrangers, introduits par des comptes rendus, des imitations, des traductions, ont exercé sur la pensée française une action incontestable, égale ou presque à celle qu’ils ont eue dans leur propre patrie; quelquesuns môme — pas toujours ceux qui en auraient été les plus dignes — ont été l’objet de véritables engouements. C’est, entre tous, le cas du philosophe Arthur Schopenhauer. Sa nationalité n’a point empêché ses écrits de s’acclimater, en France. Son nom est devenu presque populaire. Il a été accepté comme un guide, comme une sorte de directeur de conscience, par une jeunesse désabusée et triste, qui a pris pour refrains habituels ses plus lugubres aphorismes, qui s’est appropriée ses habituels paradoxes. En même temps, il devenait un-objet de haine ou de mépris pour ceux qui voyaient un danger national dans cette tendance de l’esprit contemporain" (Les Idées Morales du Temps Présent, 43).

12 "Nous dira sans doute qu’il les a observés, qu’il n’a guère inventé que leurs noms, que tous les traits do leurs caractères lui ont été fournis par son expérience des hommes. Mais c’est une immense illusion : il a pris de droite et de gauche, chez des êtres différents, les traits dont il a composé ses personnages ; et cela seul suffirait à fausser son observation dans le sens rigoureux du mot ; il les a transposés de certains milieux dans d’autres; il a imaginé les intrigues auxquelles il les mêle, qui, pour être simples, n’en sont cependant pas moins des intrigues. (...) La série des Rougon-Macquart nous renseigne beaucoup plus sur M. Zola que sur la famille qu’il y promène, et surtout que sur la théorie de l’hérédité. Si l’on demandait à un lecteur d’intelligence moyenne, qui aurait lu les dix-huit volumes de l´Histoire naturelle et sociale d’une famille sous le second Empire, ce qu’il pense de cette fameuse théorie de l’hérédité, il serait certainement dans un grand embarras: "J’ai vu, nous dirait-il, une vingtaine de personnages qui ne se ressemblent en rien, entre lesquels on m’affirme qu’il y a un fil commun que je n’aperçois pas"(Les Idées Morales du Temps Présent, 80).

13 "Si, en effet, vous cherchez à vous rendre compte, à travers l’oeuvre d’Edmond Scherer, de ce que fut ce que j’appellerai sa conscience intellectuelle, vous y reconnaîtrez bientôt une contradiction qui vous sera pénible et qui pour lui fut sans doute extrèmement douloureuse. Dans une jeunesse qui fut, on le sait, consacrée à la théologie, il avait débuté, comme il l’avoue en généralisant peut-être un peu trop son cas, "par les dogmes immuables, les règles inflexibles, les vérités universelles". Puis, peu à peu, entraîné par sa sincérité, par la logique de son esprit, par les exigences de sa pensée, il avait de sa propre main détruit l’échafaudage de ses croyances" (Les Idées Morales du Temps Présent, 156).

14 Se corresponde con la página 113 del original francés.

15 Página 115 del original francés.

16 Página 279 del original francés.

17 "C’est cette seconde thèse que défendait Leopardi lui-même, qui écrivait à son ami de Sinner, dans une lettre souvent citée: "Ce n’a été que par un effet de la lâcheté des hommes, qui ont besoin d’être persuadés des mérites de l’existence, que l’on a voulu considérer mes opinions philosophiques comme le résultat de mes souffrances particulières et que l’on s’obstine à attribuer à ces circonstances matérielles ce qu’on ne doit qu’à mon entendement. Avant de mourir, je vais protester contre cette invention de la faiblesse et de la vulgarité, et prier mes lecteurs de s’attacher à détruire mes observations et mes raisonnements plutôt que d’accuser mes maladies". Si Leopardi, qui passait sa vie à se regarder penser, a vu juste en lui-même sur ce point important, c’est ce que nous allons rechercher en reprenant, aidés des documents nouveaux, encore une fois, le problème" (Giacomo Leopardi, 4).

18 "C’est au début même de leur carrière que se rencontrèrent les trois fondateurs du préraphaélitisme anglais: Dante-Gabriel Rossetti, HolmanHunt et Millais. Millais, le plus jeune des trois, était cependant le plus avancé dans la carrière, et l’un des meilleurs élèves de l’Académie. Holman Hunt, au contraire, contrarié dans sa vocation par un père qui redoutait pour lui les dangers de la profession artistique, alors peu estimée, venait seulement, après deux essais infructueux, d’être admis à profiter de l’enseignement officiel. Rossetti, élève de Madox Brown —à peine son aîné de deux ou trois années—, avait déjà composé quelques-uns de ses poèmes, entre autres sa Damoiselle élue, qui devait rester un de ses sujets préférés" (Giacomo Leopardi., 499).

19 No es la música de Wagner de fácil comprensión: "De ce qui a été dit précédemment sur la position respective du texte et de la musique, se déduit immédiatement cette règle que, dans le premier domaine, l’expression musicale doit se lier bien plus étroitement au sujet déterminé que là où la musique peut s’abandonner librement à ses propres mouvements et à ses inspirations. En effet, le texte, donnant par lui-même des perceptions précises, enlève l’esprit à cet état de rêverie dans laquelle il se laisse aller, sans être troublé, au cours de ses impressions et de ses pensées. Nous n’avons plus cette liberté de sentir et de goûter ceci ou cela dans un morceau de musique, d’être ému de telle ou telle manière, selon nos dispositions personnelles. Toutefois, en s’alliant avec le texte, la musique ne doit pas descendre à une su- bordination telle que, pour reproduire, avec leur caractère précis, les mots du texte, elle perde le libre cours de ses mouvements. Dès lors, au lieu de créer une œuvre d’art indépendante, son rôle se bornerait à montrer une habileté intelligente dans l’application des moyens musicaux d’expression à une désignation, aussi fidèle que possible (...)" (Giacomo Leopardi, 102). Su carácter intelectual, único, implica que "Wagner ne sera jamais réellement populaire que pour cette nation là, et l’on voit déjà se produire cette étrange contradiction, qu’en Allemagne son art est démocratique et soutenu par la foule, tandis qu’à l’étranger il est réservé à l’aristocratie intellectuelle" (116).

20 Es claro, en este sentido, en el capítulo que le dedica: "souvent représenté des idées plus aptes à passionner les foules qu’à fournir des thèmes à la vraie poésie» (Giacomo Leopardi, 117)".

 

Fecha de recepción: 26 de abril, 2013
Fecha de aceptación: 15 de junio, 2015

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