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Lexis

versión impresa ISSN 0254-9239

Lexis vol.39 no.2 Lima  2015

 

NOTAS

 

La cuarta exclusión. Notas sobre lingüística formal

 

Mario Montalbetti

Pontificia Universidad Católica del Perú

 


Resumen

La lingüística formal solo es posible si realiza un programa de tres exclusiones: la exclusión de la referencia, de la diacronía y del Sujeto. El primero en abrazar este programa fue Saussure y, luego, las diferentes versiones del estructuralismo lo siguieron. Sin embargo, quiero sugerir aquí que una cuarta exclusión es indispensable para entender las teorías que emergen en los límites del estructuralismo (el hiper estructuralismo de Lacan/ Milner) como el programa biologizante del Minimalismo chomskiano y los intentos absolutizantes de Q. Meillassoux: la exclusión del significado.

Palabras clave: lingüística formal, exclusión, significado.

 


Abstract

Formal linguistics is posible only if a program of three exclusions is put into place: exclusion of reference, diachrony and the Subject. The first one to embrace this program was Saussure and then, the different versions of structuralism followed suite. However, I would like to suggest here that a fourth exclusion is needed in order to understand theories that emerge in the outer limits of structuralism (Lacan/Milner’s hyper-structuralism), Chomsky’s biologizing proyect and Q. Meillassoux’s absolutizing attempts: the exclusion of meaning.

Keywords: formal linguistics, exclusion, meaning.

 


Lo que hoy conocemos como lingüística formal nace con el estructuralismo saussureano, en particular con la necesidad de crear un objeto de estudio adecuado para la investigación científica del lenguaje. De esta última afirmación se desprende que el objeto de estudio de la lingüística es un objeto fabricado y no un objeto encontrado (Saussure 1969: 49). Para hacer esto, es decir para crear su objeto de estudio, la lingüística formal se ve obligada a realizar una serie de exclusiones. Las más notables son las siguientes tres:

  1. la exclusión de la referencia (de la cosa, del mundo exterior);

  2. la exclusión del tiempo (de la diacronía, de la etimología y, sobre todo, la exclusión del estudio del origen). La exclusión del origen es especialmente fuerte. No deja de ser llamativo que en 1866, es decir solo siete años después de la publicación del Origen de las especies de Darwin, la Sociedad Lingüística de París prohibiera oficialmente cualquier discusión sobre el origen del lenguaje. Ahí, cuando se iniciaba el debate sobre el origen del hombre, ahí mismo, se cerraba el debate sobre el origen del lenguaje.

  3. la exclusión del Sujeto y de la manía psicologizante de correlacionar actos de lengua con estados mentales.

Es una vez que nos ponemos de acuerdo con estas exclusiones que convenimos en un objeto de estudio apto para la investigación científica del lenguaje. Ocasionalmente, hay alguna trifulca sobre los alcances de las exclusiones, pero esencialmente estamos de acuerdo con sus disposiciones. Está demás decir que este sistema de exclusiones tiene una fuerza considerable. Sin embargo, no siempre ha sido así. Por mencionar solo tres ejemplos notables: la primera morfología occidental, la de Aristóteles en De interpretatione, se funda en la inclusión de los objetos del mundo externo. Para Aristóteles, no hay forma de hablar de palabras si no hablamos de sus relaciones con los objetos que ellas designan. Por otro lado, durante casi todo un siglo (el XIX) los comparatistas neogramáticos hicieron de la etimología (de la historia de las formas lingüísticas) el centro de su preocupación en el estudio de palabras y familias de lenguas. Y, C. S. Peirce construye su célebre definición de signo ("algo que está en lugar de algo para alguien en algún sentido" (1955) sobre un tetrápodo, una de cuyas patas es justamente un Sujeto.

Hay, sin embargo, una cuarta exclusión, tal vez la más radical de todas, y es sobre ella que quisiera hablar aquí. Me valdré de una parábola para presentarla.

La parábola es la siguiente: Estos sucesos ocurren hace muchísimo tiempo. Hay dos personajes: un ser extraordinariamente miope, legalmente ciego, que no ve casi nada, salvo sombras y reflejos a lo que llamamos "el lenguaje", y otro personaje que le sirve de lazarillo al primero, que lo coge de la mano y lo lleva por el mundo. Este segundo personaje es "el ser humano". El ser humano le muestra cosas al lenguaje que este apenas identifica como bultos opacos o destellos borrosos. Las palabras del lenguaje chocan torpemente contra los objetos del mundo exterior como bastonazos de un invidente. El ser humano cansado de esta condición más bien servil del lenguaje inventa unos anteojos para que este se valga por sí mismo. El nombre de estos anteojos es "significado". Los anteojos tienen medidas regulables de tal forma que, dependiendo de la regulación, el lenguaje ve mejor (o peor) diferentes tipos de objetos. Supongo que algún buen dibujante puede imaginar al ser humano como un oculista que le hace leer a su paciente (el lenguaje) una lista de objetos que coloca a cierta distancia. "Perro" dice el lenguaje, "mesa", "libro"... El oculista rellena entonces una prescripción, es decir, una teoría del significado, y lo manda al lenguaje a que se consiga unos anteojos acordes a ella. Y, mirabile factum, el lenguaje ve.

La lingüística es la ciencia que estudia el lenguaje. Pero el lenguaje ha llevado anteojos por tanto tiempo que la mayoría de los lingüistas piensa que son parte del lenguaje. El poeta peruano César Vallejo tiene un célebre verso en el que insta a tener "confianza en el anteojo, no en el ojo" (Poemas Humanos). Y, un lingüista tan importante como E. Benveniste dice, literalmente, que el significado es el "ser mismo" del lenguaje, tanto que "si estuviera ausente [el lenguaje] no sería nada" (1999: 220). Para Benveniste, el lenguaje no es nada sin su prótesis.

Esta es entonces la cuarta exclusión, el significado. Aparece no solamente fuera de la lingüística en las exigencias de los lenguajes formales de la lógica, sino dentro de ella bajo la forma de la autonomía de la sintaxis (Chomsky 1962) o de la expulsión del significado del orden Simbólico al orden Imaginario (Lacan 2011)1 —de hecho, Lacan sugiere que varios trastornos de nuestro aparato psíquico obedecen a un empacho de significados y propone el forzaje como terapia, es decir, una especie de drenado de significados...—. Como veremos más adelante, la exclusión del significado aparece también en la construcción de signos vacíos para la consecución de verdades deutero-absolutizantes (Meillassoux 2012).

Pero estos casos son, a final de cuentas, minoría. La tradición lingüística históricamente más robusta es la de Benveniste. Esta tradición se ha definido en base a dos proposiciones tácitas: que el significado es consustancial a la noción de lenguaje natural y que el significado es un comodín indispensable para determinar regímenes de discurso; es decir, para determinar qué es lo que se puede y qué es lo que no se puede decir. Estas dos condiciones son independientes pero suelen ir juntas.

Para esta tradición no hay nada peor que "no hacer sentido". El lenguaje es concebido como un dispositivo que "hace sentido", que produce significación. Con Benveniste, si el lenguaje no hace eso no es nada. Cualquier otro producto del lenguaje es secundario si no directamente sospechoso. Aristóteles, nuevamente, en el libro Gamma de la Metafísica establece que significar —y como sabemos para Aristóteles significar es significar la esencia (1000a)— es el único producto del lenguaje que merece la pena considerarse. Todo el resto son de alguna manera vicios, como la homonimia, la ficción o el hablar por hablar (legein logou kharin, 1009a) (Cassin 2008).

Los efectos de la topología del sentido aristotélico se dejan sentir hasta nuestros días. Fuera de nuestra disciplina, se observan en el interesado afán de la lógica de separar sentido de sin-sentido, dentro de ella, en la insistente tesis funcionalista de que el fin del lenguaje es comunicar y comunicar es comunicar significados. Y, sin embargo, es probable que los avances teóricos más importantes en lingüística en los últimos 100 años han sido hechos por individuos que navegaron al margen de esta tradición semantizante. Si tomamos prestado un término que A. Badiou emplea para filósofos (2009), podríamos etiquetar a estos lingüistas que navegan al margen como "anti-lingüistas". Pienso en Saussure (al menos en el Saussure de los Escritos más que el del Curso), Lacan y Chomsky. Si hay un hilo esencial que recorre el trabajo de estos personajes (hilo que además define lo que hoy llamamos lingüística formal), es la idea de que el significado no es esencial para el lenguaje, ni siquiera para el lenguaje natural humano.

Por supuesto, el problema inmediato que salta una vez dicho lo anterior (i.e., una vez establecida la no esencialidad del significado) es qué hacer con la distinción gramatical/agramatical si esta, ahora, ya no pasa por la significación. Cierto, "Verdes ideas incoloras duermen furiosamente" puede seguir enarbolándose como muestra de la inesencialidad de la semántica (y de la autonomía de la sintaxis), pero la manifiesta imposibilidad de otros casos es más difícil de justificar sin echar mano de consideraciones semánticas. Por ejemplo, ¿qué hace que una frase como "Más gente ha ido a Berlín que yo" sea agramatical? O, finalmente ¿por qué es que "en por de infeliz una mesa me lo devuelve" es agramatical?

A final de cuentas todas estas preguntas se reducen a una: ¿qué sostiene la declaración de gramaticalidad? La respuesta que conocemos es circular: "gramatical es lo que es generado por la gramática". Sí, pero la pregunta ¿por qué la gramática genera lo que genera? sigue quedando sin respuesta o escondido detrás de la decisión de un lingüista. ¿O es que debemos abandonar de una vez por todas la idea de que las oraciones se dividen en gramaticales y agramaticales? Bueno, Chomsky ya planteó esta propuesta pero nadie lo tomó en serio. En la nota 7 del Capítulo III de su Programa minimalista, Chomsky hace la siguiente, para muchos sorprendente, afirmación:

One might be tempted to interpret the class of expressions of the language L for which there is a convergent derivation as "the well formed (grammatical) expressions of L". But this seems pointless. The class so defined has no significance. The concepts "wellformed" and "grammatical" remain without characterization or known empirical justificaction; they played virtually no role in early work on generative grammar except in informal exposition, or since (1995: 213).

Uno puede estar tentado de interpretar la clase de expresiones de un lenguaje L para las que hay una derivación convergente como "las expresiones bien-formadas (gramaticales) de L". Pero esto parece no tener sentido (pointless). La clase así definida no tiene ninguna importancia. Los conceptos "bien-formado" y "gramatical" siguen sin ninguna caracterización o justificación empírica conocida; [dichos conceptos] no jugaron prácticamente ningún rol en los primeros trabajos de gramática generativa, salvo como exposición informal, ni lo tienen desde entonces. [Mi traducción] (1995: 213).

Esto último simplemente no es verdad. Al comenzar el segundo Capítulo de Estructuras sintácticas Chomsky indica: "The fundamental aim in the linguistic analysis of a language L is to separate the grammatical sequences which are the sentences of L from the ungrammatical sequences which are not sentences of L, and to study the structure of the grammatical sequences"—"El objetivo fundamental del análisis lingüístico de un lenguaje L es separar las secuencias gramaticales que son oraciones de L de las secuencias agramaticales que no son oraciones de L, y estudiar la estructura de las secuencias gramaticales" [Mi traducción]—(1957: 13).

Por supuesto que la noción de gramaticalidad jugó un papel importante en el generativismo—y lo sigue haciendo. Pero creo que lo que Chomsky intuyó en el Programa minimalista es que la distinción misma gramatical/agramatical no tiene sentido (es ‘pointless’) y, por lo tanto, que, contrariamente a lo expresado en Estructuras sintácticas, el estudio de lo que inicialmente se denominó "secuencias agramaticales" también cae bajo el alcance del análisis lingüístico. Por ello, históricamente, no había forma para el programa generativo de no volcarse al biologismo y esto por el abandono de la esencialidad del significado.

Para observar la configuración de un programa para la lingüística formal (generativa o no) es conveniente establecer la existencia de una serie de horizontes en la evolución del pensamiento lingüístico y, para ello, comenzar por el momento en el que el ser humano advierte que hay una distinción radical entre el lenguaje y el mundo. Es decir, el momento en el que el ser humano advierte que HAY LENGUAJE. Esto, al menos en Occidente, se observa claramente en el Cratilo de Platón, donde, so pretexto de un debate sobre la "corrección de los nombres", se esconde, o se presupone, una distinción anterior más o menos clara entre las expresiones lingüísticas y los objetos en el mundo.2 Hay un segundo horizonte en que esta distinción/relación entre lenguaje y mundo se articula y esto ocurre con Aristóteles, especialmente en su De Interpretatione. Ahí, el horizonte se expresa con el lema NO HAY SIGNO SIN COSA. La imposición aristotélica es doble: por un lado, un signo solo es signo de una cosa y, por el otro, la relación signo-cosa debe articularse incluyendo una "tercera cosa" incorporal, a la que Aristóteles denominó una "afección del alma" (y los estoicos "lekton" y Agustín "dicibile"...) y que luego ha venido en adoptar el venerable nombre de significado. Obsérvese que el significado es invocado para solucionar el problema de la conexión entre signos (ónomas, palabras) y cosas. Como dice Quine, "Meaning is what essence becomes when it is divorced from the object of reference and wedded to the word" —"El significado es aquello en lo que la esencia se convierte cuando se divorcia del objeto de referencia y se esposa a la palabra" [Mi traducción]— (1951: 22).

Es la noción de significado entendida de esta manera que hace crisis a comienzos del siglo XX (paso por alto todas las incidencias intermedias incluyendo toda la Edad Media y a Leibniz—pero en buena cuenta todos ellos operan bajo el horizonte aristotélico—). Es Saussure quien, al declarar que "la lengua no es una nomenclatura" (1969: 127), altera el lema del horizonte aristotélico de NO HAY SIGNO SIN COSA y produce uno nuevo: NO HAY SIGNO CON COSA. Como sabemos, las consecuencias de esto son múltiples, pero la más importante es que, desconectado de la cosa, el signo (el significante) y el significado deben a su vez conectarse a otra cosa para poder encontrar consistencia. Esa otra cosa es la estructura inundada de negatividad. En efecto, el criterio de identidad del signo dentro de la estructura ya no es el significado en su relación esencial con la cosa sino el "ser lo que los otros signos no son" (1969: 199); es decir, el criterio de identidad es el significante en su relación con la estructura. Por lo tanto, a su lema NO HAY SIGNO CON COSA, Saussure añadió este otro: NO HAY SIGNO SIN ESTRUCTURA (queriendo decir "no hay signo sin estructura NEGATIVA").

Fue J. Lacan quien derivó un inesperado teorema de la estructura negativa. En una estructura negativa—dice Lacan—siempre FALTA UNO (su célebre teoría del "-1"). A este elemento que falta se le denominó el elemento "éxtimo" porque al no ser parte de la estructura (siendo externo a la estructura) es indispensable para la estructura. Por supuesto, fue Derrida quien en 1966, en su famoso discurso de Baltimore jaló el gatillo del revólver cargado por el éxtimo lacaniano. Derrida indica que NO HAY ELEMENTO ÉXTIMO TRASCENDENTAL. Es decir, no hay garantías. El lenguaje es el viaje infundamentado de dos estrellas gemelas, una estructura y un elemento éxtimo. Y, para colmo, este elemento éxtimo es contingente y varía históricamente. La metafísica occidental se reduce a cartografiar el periplo caprichoso de esta estrella doble alrededor de nada, de un vacío, o —lo que es lo mismo— alrededor de sí misma.

La moraleja es que una vez desconectado el signo de la cosa no hay forma de darle fundamento sólido al signo. La respuesta de Chomsky es más bien directa: NO HAY LENGUAJE. En otras palabras, lo que Chomsky plantea es un anti-platonismo y una naturalización del lenguaje. NO HAY LENGUAJE quiere decir que no hay diferencia radical entre lenguaje y mundo: el lenguaje es mundo. La respuesta está en la biología y no en la lógica. Es por esto que el biologismo del generativismo es un desarrollo natural de estos horizontes.

Pasamos entonces, en resumen, de

      HAY LENGUAJE                                    (Platón)

a... NO HAY SIGNO SIN COSA                (Aristóteles)

a... NO HAY SIGNO CON COSA                 (Saussure)

a... NO HAY SIGNO SIN ESTRUCTURA        (Saussure)

a... NO HAY ESTRUCTURA SIN ÉXTIMO          (Lacan)

a... NO HAY ÉXTIMO TRASCENDENTAL         (Derrida)

a... NO HAY LENGUAJE                            (Chomsky)

Este periplo entre HAY LENGUAJE (Platón) y su negación (Chomsky) marca, pienso, un desarrollo importante de la historia de la lingüística. La consecuencia chomskiana es que o excluimos el significado y hacemos biología (que es la situación de la lingüística formal generativa actual) o incluimos el significado y nos dedicamos a describir lenguas particulares y hacemos lingüística semi-formal.

Un desarrollo muy similar fue el experimentado por el estructuralismo más radical, lo que también ha venido a llamarse estructuralismo fuerte o hiper-estructuralismo tal como ha sido definido en los trabajos de J.-C. Milner (1996 y 2003). Estructura y lenguaje no son sinónimos. El lenguaje tiene propiedades de estructura, pero también tiene propiedades que no son propiedades de estructura. La obra de R. Jakobson es un ejemplo de lo segundo: cuando Jakobson establece el célebre método de las oposiciones en la organización del sistema fonológico incluye, por cierto, propiedades de estructura como +/- sonoridad. El fonema /p/ es "-sonoro". Pero lo que no puede eliminar del sistema negativo es la positividad de la sonoridad misma. Sonoridad no se opone a nada y, por lo tanto, no debería ser, en sentido estricto, una propiedad de estructura.

El programa hiper-estructural busca quedarse exclusivamente con las propiedades de estructura. El lenguaje será hiper-estructural o no será. Para hacer esto organiza un programa de reducciones brutales de todas las oposiciones saussureanas clásicas: lengua/habla, sincronía/diacronía, paradigma/sintagma,... Todas se resuelven a favor del segundo término: lengua/habla en habla, sincronía/ diacronía en diacronía, paradigma/sintagma en sintagma. Y, por supuesto, la oposición capital significado/significante se resuelve a favor del significante. Una vez más, la exclusión del significado es crucial para llevar a cabo el programa formal. El resultado, sin embargo, es un objeto que no reconocemos como lenguaje.

Un ejemplo puede ayudar a ilustrar esto. El semáforo común y corriente es básicamente un sistema de dos luces (roja, verde—dejo de lado la intrusión más bien retórica de la otra—) que suele ser interpretado de la siguiente manera: si ves la luz roja, paras; si ves la luz verde, sigues. Es más, se suele equiparar rojo = PARE, verde = SIGA. Un semáforo hiper-estructural necesita de una sola luz, de cualquier color, digamos roja. Si la luz está encendida, entonces, PARE; si la luz está apagada, entonces, PASE. Pero un semáforo así no podría emplearse en nuestras ciudades. La razón es obvia: si la luz está apagada no sabemos si eso quiere decir SIGA o si el semáforo está descompuesto y no funciona (es decir, si el semáforo mismo está apagado). Por lo tanto, en realidad, cuando vemos la luz verde no quiere decir SIGA sino más bien: "el semáforo está funcionando y la luz roja está apagada".

Pero aun la decisión de que la luz roja encendida quiera decir (signifique) "pare" es un exceso que supera las condiciones hiperestructurales. En efecto, todo lo que tenemos es una luz encendida que se distingue de una apagada o más bien: dos estados de una misma luz. En realidad, ni siquiera tenemos una luz, tenemos solamente la diferencia encendido/apagado. Esta es la consecuencia extrema de la proposición saussureana de que "en la lengua no hay más que diferencias (...); en la lengua sólo hay diferencias sin términos positivos" (Saussure 1969: 203). Puesto en los términos de nuestro ejemplo: en el sistema del semáforo no hay una luz encendida o apagada, solo hay la oposición encendido/apagado.

Esto excluye, por supuesto, que a la diferencia misma se le adjudique un significado. Es la LUZ roja encendida la que signifique PARE. La noción de apagado (opuesta a la de no-apagado o encendido) no significa nada porque ningún significado le es adjudicable. Si bien la exclusión del significado en este desarrollo radical del estructuralismo es central, como sospechamos, lo que queda luego de la reducción no parece ser algo reconocible como lenguaje o, más bien, como lenguaje natural. Con el hiper-estructuralismo el estudio de la estructura y el estudio del lenguaje divergen.

La desestabilización derrideana del estructuralismo clásico tuvo como efecto, entonces, dos formas distintas de proseguir el programa formal: por un lado, el generativismo conectó con el real biológico —incluso cierto minimalismo extremo declara que "la lingüística ES biología" (Grodzinsky 2010)—; por el otro, el hiperestructuralismo conectó con un programa de reducciones que lo alejaron progresivamente de la lingüística como estudio del lenguaje. En ambos casos la exclusión del significado es indispensable.

Quiero regresar a un punto que dejé pendiente hace un momento: la intuición, a mi juicio fundamental, del Chomsky del Programa minimalista, de que la distinción entre gramatical y agramatical no tiene sentido (es ‘pointless’). Chomsky parecería estar diciendo que las nociones de gramaticalidad y agramaticalidad no corresponden al núcleo duro de la facultad del lenguaje, sino a cierta negociación entre dicho núcleo duro (sintáctico) y las llamadas interfaces (la fonética y la semántica). En la jerga oficial de la disciplina, la sintaxis hace ciertas "concesiones" a las interfaces: lineariza para que la fonética pueda pronunciar y semantiza para que el aparato conceptual pueda canjear léxico + sintaxis en significado. Pero el aparato generador de estructuras formales en sí mismo no hace concesiones consigo mismo en términos de exteriorización o conceptualización.

Hay una metáfora al respecto que creo que debemos a Fritz Newmeyer. Dijo Newmeyer que el aparato sintáctico mismo es como el aparato digestivo. Uno come una zanahoria y el aparato digestivo hace lo que está destinado a hacer: arroja ácidos, los ácidos procesan la zanahoria, se separa nutrientes de no-nutrientes, se guarda los nutrientes, se los distribuye por el cuerpo y se arroja los no-nutrientes fuera del cuerpo. Newmeyer añade que el aparato digestivo hace lo mismo si nos comemos una zanahoria o una hoja de papel. Es en este sentido que es autónomo, dice Newmeyer.

La metáfora es tentadora pero tiene un problema que requiere repararse. Me gusta la idea de que el aparato digestivo trate por igual a una zanahoria que a un pedazo de papel; es decir, transponiendo, el aparato sintáctico trata por igual a la frase "Juan ama a María" que a un estornudo. La diferencia estaría en que la separación de nutrientes/no-nutrientes hace que, en el caso de "Juan ama a María", haya una cantidad considerable de nutrientes conceptuales, mientras que con el estornudo probablemente todo, o gran parte, vaya directamente al basurero.

Pero aquí hay que tener cuidado. Debemos preguntarnos ¿cómo se determina qué es nutriente y qué no? Y mi punto, o más bien, el punto que yo creo que Chomsky estaba tratando de empujar en esa nota a pie de página de su Programa minimalista, es que la distinción no la hace el aparato sintáctico sino las interfaces.

    Si yo digo:

        la Tierra es redonda y azul como una naranja

y empleamos los mismos criterios que los del estornudo, entonces, el aparato sintáctico debería arrojar buena parte a la basura (igual que con "Verdes ideas incoloras…" Tal vez salvaría el ordenamiento categorial pero este difícilmente es nutritivo). ¿Por qué? Ocurre que la frase que acabo de decir ("la tierra es redonda y azul como una naranja") es un verso del poeta peruano Jorge Eduardo Eielson (1998). "Ah—se dirá—es que es un poema". Precisamente, resulta normal asumir que bajo especie poética una sarta es nutritiva (gramatical) de cierta otra manera, así como bajo especie cómica un chiste lo puede ser bajo otra. El lenguaje mismo, el aparato sintáctico duro, no determina qué es nutritivo y qué no lo es. Eso se lo dejamos a las interfaces.

El punto al que quiero llegar con Chomsky es exactamente el siguiente: el aparato sintáctico no determina si una sarta es gramatical o agramatical. El aparato sintáctico simplemente genera sartas. Es el Sujeto (algo que, como recordamos, queda excluído del cálculo formal de las lingüísticas formales) quien decide si ciertas sartas del aparato sintáctico van a ser consideradas gramaticales relativas a cierto parámetro (cognitivo, poético, cómico, etc.).

Y aquí está el problema, porque la noción de "relativas a cierto parámetro" es la bandera más común (y más vulgar) del perspectivismo postmoderno. En general, el postmodernismo es hijo del movimiento iniciado en el siglo XVIII por Kant que determina una toma de conciencia de los límites de la razón y, por lo tanto, ve con agrado la eliminación de cualquier discurso que intente postularse como verdad de una realidad absoluta (ab-soluta, es decir, separada e independiente de la razón humana). La realidad "tal como es en sí misma" es inaccesible.

Es contra esta postura (y en favor de un realismo post-cartesiano) que emerge la obra del filósofo francés Q. Meillassoux (2003)3. Meillassoux intenta buscar una via regia que conecte el lenguaje con la realidad "tal como es en sí misma"; es decir, una vía regia entre un lenguaje y un mundo que no es el que se nos aparece fenoménicamente sino un mundo que existe independientemente de mentes humanas que lo piensen. Las propiedades a las que espera llegar Meillasoux son las que él llama "deutero-absolutas": propiedades que son contingentes (como las leyes y constantes del universo) pero que son independientes de la mente humana. Dejamos de lado, entonces, las propiedades primo-absolutas que quedan reservadas a un ser necesario. Si hay un principio que mueve todo el proyecto de Meillassoux es la ubicuidad, por no decir la necesidad, de la contingencia. En efecto, hay una sola cosa necesaria en todo el universo y esa es la propiedad de que todo es contingente, de que todo puede ser de otra manera. Esto lleva a Meillassoux a pensar no solamente que las leyes naturales hubieron podido ser otras, sino a postular la posibilidad de que, si bien Dios no existe, podría existir (aunque probablemente como divinidad contingente—cualquier cosa que eso signifique—). En todo caso, es claro que hay un lado realista en las tesis de Meillassoux que es finalmente metafísico. Pero hay también un lado lingüístico, que es el que nos interesa examinar aquí.4

¿Cómo entender la necesidad de la contingencia en términos lingüísticos? Meillassoux comienza con la cuarta exclusión distinguiendo entre lenguajes naturales y lenguajes formales, y postula un lenguaje formal articulado sobre la base de signos vacíos. Un signo vacío es un signo vacío de significado. Por lo tanto, la primera conclusión es que nuestros lenguajes naturales (el castellano, el aymara, el swahili, el inuit, etc...) no son los conductos adecuados para llegar a verdades deutero-absolutas.

La lingüística de Meillassoux no es muy robusta, pero la idea a la que apunta es más o menos obvia. Su planteamiento se apoya en tres proposiciones básicas:

  1. En los lenguajes naturales hay signos vacíos, pero en fonología, no en morfología ni en sintaxis. El punto acá es que si bien en morfología/sintaxis hay signos vacíos de expresión fonética (como los morfemas-ø o las trazas y los PRO/pro,...), no hay signos vacíos de significado. Las categorías vacías sintácticas son invariablemente vacías de significante, no de significado. La excepción podrían ser las categorías vacías pleonásticas, como los sujetos vacíos de verbos meteorológicos pero, sin duda, estos objetos son marginales.

  2. En los lenguajes naturales no hay un uso reglado (i.e., que se sigue de reglas) de unidades sintácticas sin significado. Esto, en parte, se sigue de lo anterior, pero no es claro el tratamiento de las partículas funcionales como "que" que tienen un uso reglado pero no parecen tener significado (a menos que uno les conceda un significado meta-lingüístico).

  3. Solo los lenguajes formales (con sus signos sintácticos sin significado) son capaces de producir verdades deutero-absolutas.

Esto es meramente programático.

Por su parte, los lenguajes formales—argumenta Meillassoux— contienen signos vacíos de significado: signos que son signos en tanto aluden a algo distinto de ellos mismos y por lo tanto poseen un estrato de inmaterialidad; pero este estrato de inmaterialidad es independiente del significado y, por supuesto, de la referencia. Elaboremos qué tiene en mente Meillassoux revisitando la vieja la relación entre ocurrencias (tokens) y tipos.

Supongamos que marco cuatro barrotes sobre una hoja de papel:

                | | | |

El resultado puede tomarse como una colección de marcas similares (una secuencia de barras verticales) o puede tomarse como instancias (tokens, ocurrencias) de un cierto tipo, por ejemplo, del numeral "1". La misma serie puede tomarse de una forma u otra. En ambos casos, lo que he hecho ha sido repetir la misma marca material.

Si veo la serie como meras barras verticales, la serie | | | | solamente puede ser continuada con |, pero no con /, por ejemplo. La pertenencia a la serie es una simple cuestión de semejanza material. Por otro lado, si la serie es vista como instancias (ocurrencias) del numeral "1", entonces, la serie puede continuar exitosamente con "1" o "I" o "/" o "\", etc.

Para que una marca sea vista como la ocurrencia de un tipo algo distinto a la semejanza material, debe ocurrir algo que nosotros captamos automáticamente cuando vemos una serie como

                a a a a

por ejemplo. Ese algo distinto indispensable es una cierta relación que las ocurrencias guardan con sus tipos. Meillassoux sostiene que "cuando uno ve una marca-como-signo (es decir, como la ocurrencia de un tipo), uno ve la ilimitada reproducibilidad de un signo-tipo intangible" (Meillassoux 2012: 25). Por el contrario, cuando uno ve una marca-como-motivo uno ve una cosa material singular.

Entonces, cuando una marca es vista como signo, es decir, como la ocurrencia tangible de un tipo abstracto, dos cosas ocurren. Primero, la ocurrencia no está materialmente limitada: el signo-tipo puede ser instanciado por un número ilimitado de posibles reproducciones. El signo-tipo "a" puede ser instanciado no solamente por "a"s en distintas fuentes y tamaños, sino por marcas que no son "oficialmente a" como el número "4"; de tal forma que yo podría escribir mi nombre como M4RIO—y ahora "4" es una ocurrencia del signo-tipo "a" —.

Y, segundo, hay una infinitud incrustada en las series formadas por ocurrencias de tipos. Para decirlo rápidamente, siempre puedo agregar tres puntos luego de cada una de dichas series, como en

                a a a a ...

Lo mismo no es cierto de las marcas-como-motivos porque, si bien una serie tal puede ser indefinidamente larga, dicha serie es inherentemente finita. Conversamente, si la serie es infinita uno se vuelve ciego a la noción de motivo.

¿Cuál exactamente es la relación que existe entre ocurrencias y tipos?

El problema que tenemos cuando hablamos de ocurrencias y tipos es que los tipos parecen ser formas platónicas hechas y derechas. No tengo nada en contra de las formas platónicas, salvo la cuestión de "de dónde salen". Parecería que es en tanto existe el tipo-ideal "a" que sus ocurrencias son ocurrencias de "a" y necesariamente "ocurrencias imperfectas" del ideal. Es por esto que las ocurrencias no se definen por su semejanza material con el tipo, sino por esta extraña relación de "ser una ocurrencia de". ¿Hay alguna forma de escapar este platonismo flagrante?

Hay dos formas (cf. Montalbetti 2014). La primera es la de Meillassoux. Meillassoux asume la existencia de un tipo-vacío que él denomina un signo-vacío. El signo-vacío es un signo sin significado, una criatura a-semántica similar al kenoma de Saussure (2002: 93 y ss.) y al Significante de Lacan (1966). El objetivo de Meillassoux es contruir una cierta descripción formal del mundo capaz de producir verdades absolutas (independientes de cualquier co-rrelación entre mente y mundo). Pero, mientras Saussure y Lacan están interesados en los efectos semánticos de sus objetos (Saussure en la conexión entre Significante y Significado, Lacan en la producción de efectos de significado mediante la metáfora y la metonimia), Meillassoux está interesado en las propiedades pre-semánticas o a-semánticas del signo.

De cualquier forma, el signo vacío es un signo y, como tal, es arbitrario—solo que no es arbitrario en relación con su significado (porque por definición no tiene ninguno), sino con las posibles instancias (ocurrencias) de su tipo-vacío. Los signos-vacíos son entidades abstractas y como tales pueden ser instanciadas por cualquier marca sensible.

En consecuencia, si el signo-vacío es un tipo, sus instancias no pueden ser guiadas por conceptualización alguna. Puesto de otra forma, si la relación tipo-ocurrencia es verdaderamente arbitraria ningún concepto puede atrapar su esencia. Por lo tanto, el velo de la acusación de platonismo puede levantarse sin mayores problemas.

Una segunda forma de liberarnos del platonismo consiste en asumir que las ocurrencias representan a sus tipos. De entrada esto no suena muy prometedor porque las ocurrencias seguirían representando, en principio, los tipos ideales (platónicos). Pero no necesariamente. Zoltán Szabó (1999) ha sugerido que eso depende de qué entendamos por representación. Por ejemplo, "Cuando Kenneth Branagh personifica a Enrique V, recitando las palabras de Shakespeare, podemos considerar que el actor está representando al joven rey antes, durante y después de la batalla de Agincourt (...) Cualquier cosa que el personaje sea, ciertamente no es una forma platónica. Es una entidad creada..." (1999: 160-161).

El punto es doble: primero, ciertos tipos son creaciones históricas (el Enrique V de Shakespeare no existió antes del verano de 1599 y, por lo tanto, no es un buen candidato para ser una forma platónica), y, segundo, ciertas representaciones son representaciones de objetos que no las pre-existían (no es el Enrique V real el representado por Branagh, sino el de Shakespeare).

Este segundo punto es intrigante. Parecería que las ocurrencias podrían "crear" sus tipos y esto, a su vez, parece extraño porque típicamente no creamos cosas mediante representaciones. Tradicionalmente, lo que se representa debe existir antes de que pueda ser representado. No podemos tomar una fotografía de un perro si el perro no está presente.

¿Es posible representar algo que no existe? Si tomamos las representaciones en un sentido estrecho, es decir, una representación es una fotografía, entonces, la respuesta es no, no podemos representar algo que no existe. Pero, si adoptamos un sentido más amplio de representación, que incluya lo que hacen actores y arquitectos, entonces no sería razonable generalizar el modelo fotográfico de la representación. Incluyo a los arquitectos porque ¿no es eso lo que los arquitectos hacen —representaciones de objetos que aún no existen—?

Entonces nos topamos con la posibilidad de que existan ocurrencias de ningún tipo —y sin embargo, no se trata solamente de marcas semejantes—. Este último giro especulativo, la posibilidad de ocurrencias sin-tipo se encuentra curiosamente cercano a algunas ideas del Lacan temprano. Para ver esto es conveniente regresar a la noción de repetición, esta vez considerando la variedad psicoanalítica. Recordemos que Lacan comienza su seminario sobre "La carta robada" de Poe con las siguientes palabras: "Nuestra investigación nos ha llevado al punto de reconocer que el automatismo de repetición (Wiederholungszwang) toma su principio en lo que hemos llamado la insistencia de la cadena significante" (1976: 11).

Es esta insistencia la que termina convirtiéndose en instancia después, en la instancia de la letra (1957). Ideas similares pueden encontrarse en su Seminario 3 de los mismos años (1955-1956).

La repetición es el regreso una y otra vez de ciertos significantes, de ciertas cadenas de significantes. Estos significantes insisten, perseveran, presionan sobre (del latín in-stare), se presentan,... y lo hacen con cierta urgencia. Hay algo importante que es rendido mediante la idea de repetición como instancia. Pero ¿qué? Mi sugerencia es que los significantes repetidos son precisamente ocurrencias (instancias) sin-tipo. No son meras marcas. Apuntan hacia algo más allá de ellos mismos. Pero aquello a lo que apuntan, el tipo, aún no existe: está siendo creado por ellos.

Cuando Meillassoux sostiene que la contingencia es necesaria, que todo puede ser de otra manera, que la contingencia es la única propiedad necesaria, el lado lingüístico de estas ideas está ciertamente vinculado con una idea fuerte de arbitrariedad. Pero, como hemos señalado, una arbitrariedad no entre significante y significado (ni entre signo y cosa), sino entre el significante como ocurrencia de un tipo y un tipo que es creado por la insistencia de la cadena de significantes. Como dice el propio Meillassoux: Uno puede intuir cualquier realidad de dos formas distintas: como algo contingente ("pudo haber sido azul") o como un vehículo de la contingencia. Esta segunda forma es la que provee el signo-vacío.

Si bien el proyecto lingüístico de Meillassoux merece considerarse con seriedad y con más detalle del que hemos ejecutado aquí, no resulta transparente cómo es posible que una ocurrencia cree un tipo por representación si no lo hace la mente del Sujeto que lo(s) percibe. ¿O estamos pensando que las ocurrencias mismas crean el tipo-vacío sin contribución de la mente humana?

Concluyo, entonces. He presentado un largo panorama de la lingüística formal mediante la ejecución de un protocolo que demanda cuatro exclusiones fundamentales: la exclusión de la referencia, del tiempo, del Sujeto y del significado. Como hemos visto también, las cuatro exclusiones parecen un elaborado truco de malabarismo toda vez que mantener las cuatro exclusiones en el aire simultáneamente no es algo trivial ni mucho menos fácil de hacer. La cuarta exclusión es la que asoma como la más extraña y la más radical de todas. Si la adoptamos, la cuarta exclusión nos obsequia un dilema: o todo lo que hacemos no se parecerá a la lingüística que solemos practicar o se parecerá y nunca será plenamente formal.

 

Referencias bibliográficas

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1 Idea presente en su Seminario III. Las psicosis de la sesión del 7.XII.1955.

2 Cf. También Génesis 2, 19-20.

3 Para un resumen de los argumentos modalizados cf. J. Castillo, La lógica de la especulación: un análisis modal del argumento anti-correlacionista de Quentin Meillassoux (2014).

4 Lo que sigue lo tomo de Q. Meillassoux, "Iteration, Reiteration, Repetitiion: A Speculative Analysis of the Meaningless Sign" (2012).

 

Fecha de recepción: 3 de agosto, 2015
Fecha de aceptación: 2 de septiembre, 2015

 

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