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Lexis

versão impressa ISSN 0254-9239

Lexis vol.45 no.1 Lima ene./jun. 2021

http://dx.doi.org/10.18800/lexis.202101.015 

Reseñas

Cáceres-Lorenzo, María Teresa; y Marcos Salas-Pascual. Fitónimos en el español panhispánico: pervivencia e innovación. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, 2020. 147 pp.

José Luis Ramírez Luengo1 
http://orcid.org/0000-0002-5564-2372

1Universidad Complutense de Madrid - España, jorami05@ucm.es

No cabe duda de que los fitónimos suponen -tanto por su riqueza y abundancia como por la importancia de las plantas desde numerosos puntos de vista- un léxico de especial relevancia en las lenguas del mundo, entre las que el español, naturalmente, no es una excepción. Ahora bien, salta a la vista que la complejidad de un vocabulario como este exige un análisis que, sin descuidar lo estrictamente lingüístico, adopte una visión mucho más amplia, en la que se tengan en cuenta también los indispensables conocimientos botánicos que permiten acercarse a la flora de una manera mucho más segura, pues solo así, de la mano de ambas disciplinas -lingüística y botánica-, es posible ofrecer un estudio fructífero y riguroso de estos elementos. Precisamente, es esta idea la que sustenta la obra que se está reseñando ahora, que propone una investigación sistemática y organizada de los fitónimos del español y que tiene en la interdisciplinaridad su rasgo más identificador, tal y como se verá a continuación.

Por lo que se refiere al trabajo en sí, este se organiza de manera muy clara en cuatro capítulos, dedicados específicamente al concepto de fitónimo y su relación con la realidad que expresa (capítulo 1), a un análisis de la riqueza de estas unidades léxicas (capítulo 2), a los procesos de creación y la evolución diacrónica de las mismas (capítulo 3) y a una reflexión acerca de su futuro en una sociedad cambiante como es la actual (capítulo 4); además, se presenta también una primera introducción donde se discuten cuestiones relacionadas con la propia investigación -tales como los antecedentes, los objetivos del trabajo y los procedimientos empleados en este-, así como una muy rica bibliografía y dos anexos (con los nombres comunes y científicos de las especies citadas en el texto) que resultan de gran utilidad para el mejor y más ágil manejo de la obra. De este modo, no cabe duda de que la amplitud de materias que se tratan en sus páginas -junto a otras cuestiones que se citarán más adelante- permiten augurar que el volumen tiene muchas opciones de convertirse en un manual de consulta necesaria para todos aquellos que pretendan adentrarse en el estudio de la materia a la que está dedicado.

Como se acaba de señalar, la obra se inicia con una introducción en la que, además de delimitar ciertos conceptos básicos (pp. 12-16), se presentan los antecedentes que existen en el estudio de los fitónimos (pp. 16-19) y se explicitan los objetivos y parte de la metodología del estudio (pp. 19-21). En este punto, es especialmente interesante el análisis del alcance del término fitónimo y de todos los vocablos que rivalizan con él (pp. 12-14), no solo por su interés intrínseco, sino porque además da pie para definir cómo se entiende este concepto en el estudio (p. 14) y, por tanto, para poder acotar el campo de estudio; al mismo tiempo, tampoco carece de interés la cuidada revisión de los antecedentes que se lleva a cabo en la sección correspondiente, en la que se atiende tanto a las obras lingüísticas como a las botánicas, y tanto a las españolas como a las americanas, si bien hubiera sido interesante -dada la riqueza ultramarina de esta cuestión- haber aportado alguna referencia más de este continente, así como de otros dominios hispánicos como Filipinas.

Por último, tampoco es un acierto menor de este apartado la idea de explicitar los objetivos de la investigación (“estudiar los fitónimos en el español panhispánico, sus principales características, cómo se forman y qué significan, y cuáles son las semejanzas o diferencias entre los nombres con que se conocen las plantas en las distintas variedades del idioma”, p. 19), algo que se justifica porque “los fitónimos son la herramienta de nuestro trabajo, no solo del trabajo lingüístico, sino también de los estudios botánicos y etnobotánicos que llevamos a cabo” (p. 20), en una muestra más de la vocación interdisciplinar que se ha mencionado ya anteriormente.

Pasando ya al primero de los capítulos mencionados, los autores comienzan por discutir si el fitónimo define “las especies, tal como nos las presenta y define la ciencia, o una idea general en la que caben numerosas especies” (p. 23), cuestión que resulta fundamental para poder proceder al estudio lexicográfico de estos elementos1, tal y como demuestran ejemplificadamente en las páginas siguientes con los casos de pino y abedul. Una vez que han optado por la segunda de las posibilidades, se pasa a analizar la estructura de la definición de tales elementos (pp. 24-39), tanto teóricamente como por medio del análisis práctico de un conjunto de ellas presentes en el Diccionario de la Lengua Española (DLE) y en el Diccionario de Americanismos (DAMER), y los resultados de tal aproximación permiten, ahora sí, responder a la pregunta de cómo se deberían definir estos vocablos en un diccionario lexicográfico: en primer lugar, “habría que limitarse a los términos más utilizados, tanto por el número de hablantes como por la extensión territorial de los mismos” (p. 37); además, “en las definiciones no serían necesarios todos los descriptores analizados”, sino que “se debería buscar qué aspectos comparten y utilizar únicamente estos descriptores” (p. 37). Se construye, así, un esquema de gran utilidad para enfrentarse de forma satisfactoria a un tema tan complejo como es la correcta definición de los fitónimos, algo que sin duda constituye una importante ayuda para los lexicógrafos, pero también para otros especialistas como los divulgadores científicos.

Todavía en relación con cómo nombrar las plantas, el apartado siguiente (pp. 40- 48) se dedica a discutir la cuestión de los fitónimos técnicos y los nombres comunes, aspecto relevante por cuanto “las especies ni tienen todas un fitónimo ni poseen un único nombre común”, lo que produce “serios problemas en la comunicación en cuanto a su empleo técnico y general” (p. 40). De este modo, se comienza por establecer claramente la oposición entre nombre científico y nombre técnico, para después señalar los problemas lingüísticos que tal nombre técnico puede acarrear, tales como -entre otros- la alteración del proceso diacrónico de un vocablo en un territorio o la desaparición de la riqueza léxica existente (pp. 41-42), todo lo cual aparece una vez más profusamente ejemplificado en el texto, en este caso con voces como píjara, bencomia o aloevera. Así las cosas, la conclusión de todo lo anterior parece clara, y de hecho se presenta explícitamente al final del capítulo: si bien es verdad que “los nombres técnicos tienen una importancia práctica en los ámbitos legales y divulgativos”, no lo es menos que “es importante que no interfieran con los procesos lingüísticos de creación de léxico popular” (p. 49), por lo que se propugna una serie de sugerencias -tener en cuenta todo lo ya mencionado, conocer si existen nombres populares, distinguir estos términos del resto de fitónimos- que, una vez más, se convierten en una importante guía que facilita el trabajo en este campo concreto de la planificación y estandarización léxica.

Por otro lado, si el capítulo anterior incidía en problemas relacionados con la naturaleza de este vocabulario, el capítulo dos, denominado Riqueza léxica de los fitónimos (pp. 51-63), se centra en cuestiones de tipo cuantitativo, y de hecho se dedica a evidenciar su abundancia dentro de la lengua española y de sus variedades dialectales. Con este propósito, el primer apartado (pp. 51-59) comienza por ofrecer los datos que, al respecto, se registran en diversas zonas del mundo hispánico (América en su totalidad, pero también Albacete o las Islas Canarias, en España) y por analizar algunos de los factores que determinan tal exuberancia denominativa-desde aspectos de tipo ambiental hasta la convivencia de lenguas en el territorio, pasando por los préstamos y trasplantes de los distintos nombres (pp. 53-55)-, todo lo cual sirve como base para el análisis específico que se lleva a cabo a continuación, en el que se pone en relación la cantidad de fitónimos presentes en cada país con circunstancias como su superficie, las lenguas habladas, la población o el porcentaje de indígenas2; los resultados de tal ­comparación resultan de interés por cuanto establecen la trascendencia indudable de algunos de estos factores, pero es probable que lo más interesante al respecto sea una conclusión de tipo metodológico: la necesidad de “realizar trabajos recopilatorios de todo este acervo cultural para que podamos tener una visión más real de la importancia de este segmento del léxico popular panhispánico” (p. 59), algo que abre una línea de trabajo que habrá que explorar en el futuro y que sin duda puede ofrecer frutos de notable importancia.

Ahora bien, si la cantidad de los fitónimos es una cuestión sin duda relevante para su mejor comprensión, no lo es menos analizar su vitalidad en el español actual, para lo cual los autores se basan en tres criterios: a) la difusión geográfica de las voces, b) su productividad y c) la riqueza semántica que presentan3. Como ejemplificación de este aspecto, el volumen analiza tanto la expansión americana de los fitónimos de origen árabe presentes en el DLE (pp. 59-61) como la productividad y riqueza significativa de 80 nombres vernáculos aplicados a plantas perennes (pp. 61-62), en unas aproximaciones que, una vez más, no solo aportan datos importantes para el mejor conocimiento de estos elementos, sino que además se transforman en auténticos modelos de estudio que pueden ser aplicados tanto al análisis de esta cuestión sobre corpus de distinta naturaleza como también a otros ámbitos de la investigación lexicológica.

En cuanto al capítulo 3 (pp. 65-104), este se dedica a la formación y evolución diacrónica de los fitónimos, cuestión especialmente importante porque, en palabras de los autores, “se trata de un vocabulario muy conservador, que mantiene términos muy antiguos, y a la vez es capaz de un gran número de creaciones léxicas” (p. 65), en una paradoja que justifica -y aumenta aun más- el interés de la investigación diacrónica de este conjunto de voces; así, en las páginas siguientes (pp. 65-70) se analizan y ejemplifican profusamente los orígenes de los fitónimos hispánicos, tanto latinos como prerromanos, mozárabes4 o amerindios. A esta última cuestión -de suma importancia para la historia de estos elementos- se dedica de forma monográfica el apartado siguiente (pp. 70-80), donde se analiza el proceso de americanización (Ramírez Luengo 2017: 605) que afecta a este léxico a partir del trasplante del español al Nuevo Mundo, describiendo así estrategias como la adopción de indigenismos (pp. 71-75)5, la adaptación de voces patrimoniales (pp. 75-79) y, en menor medida, la creación (pp. 79-80); además, dado que no se agotan aquí los procedimientos que históricamente se emplean a la hora de crear los fitónimos, los autores han decidido con muy buen tino dedicar un apartado más a la producción de nuevas voces (pp. 81-95), explicando de forma detallada la formación de estas por composición (pp. 81-90)6, por creación sintáctica (pp. 90-93) -que se produce “cuando un término cambia de categoría, es decir [...] cuando los adjetivos se emplean como sustantivos” (p. 90)- y por modificación semántica (pp. 93-95), en una documentada muestra de las posibilidades que existen en la lengua para producir estas voces.

Por su parte, y como apartado final de este tercer capítulo, se analiza también la configuración de los repositorios léxicos fitonímicos (pp. 96-104), con el propósito declarado de “conocer si existe o no un único repertorio de este tipo de términos o si, por el contrario, lo que hay son varios vocabularios fitonímicos diferentes entre los hablantes de español, cómo se diferenciaron y sus características” (p. 96); a este respecto, la conclusión fundamental es que existe “una tendencia pluricéntrica de la norma panhispánica también para los fitónimos” (p. 96), de manera que se puede hablar de un repertorio fitonímico exclusivamente español (p. 102), contrapuesto, se entiende, a uno hispanoamericano, algo que lleva a preguntarse -y ahí queda una nueva línea de investigación-si, además de esta oposición España-América, no es posible encontrar oposiciones menores dentro de estos territorios mencionados, y muy especialmente en el caso americano.

Finalmente, si el capítulo 3 se dedicaba al pasado, el cuarto y último capítulo del libro está enfocado en el futuro (pp. 105-115), en concreto en todo lo relacionado con la conservación de unos elementos que constituyen, en palabras de los autores, “un patrimonio cultural de primer orden y un objeto lingüístico y etnobotánico de especial importancia” (p. 105); con este propósito, y tras discutir qué supone la globalización en este campo concreto -enriquecimiento o uniformización- (pp. 106-113), los profesores canarios describen la situación actual, que definen como de “equilibrio entre una perspectiva de empobrecimiento y una de enriquecimiento en el mundo de los fitónimos” (p. 112), para terminar señalando que “el objetivo debe ser no ya tanto el conocimiento de este léxico, sino el uso del mismo”, pues “seguir empleando los términos fitonímicos permite que prosiga el proceso iniciado hace mucho tiempo” (p. 114), en una conclusión que apela a la responsabilidad personal y que es, por tanto, claramente optimista pese a las dificultades mencionadas, pues hay futuro para la riqueza fitonímica del español.

En definitiva, salta a la vista que, si algo demuestra este libro, es la complejidad y la riqueza que suponen en español los nombres de las plantas, así como la necesidad de abordarlos desde un punto de vista interdisciplinar, todo lo cual determina que la investigación lingüística de los fitónimos sea una tarea notablemente ardua. Teniendo esto en cuenta, no cabe duda de que un libro como este -rico en ejemplificación y en análisis puntuales sobre corpus muy variados, que plantea, describe y discute muchas de esas dificultades- supone una ayuda de gran interés para los estudiosos, pues pueden encontrar en él un manual y un modelo para desarrollar sus propias investigaciones sobre esta parcela del léxico hispánico.

Referencias bibliográficas

DAMER = Asociación de Academias de la Lengua Española (2010) Diccionario de Americanismos. Madrid: Santillana. [ Links ]

DLE = Real Academia Española (2014)Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Espasa-Calpe. [ Links ]

Erlendsdóttir, Erla, Martinell, Emma e Söhrman, Ingmar (eds.) (2017)De América a Europa. Denominaciones de alimentos americanos en lenguas europeas. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert. [ Links ]

Ramírez Luengo, José Luis (2017) “Aspectos metodológicos para el estudio histórico del léxico americano: conceptos, ejemplificación y tareas para el futuro”. Moenia. 23, 603-619. Consultado: 27 de enero de 2021. < https://revistas.usc.gal/index.php/moenia/article/view/3609 > [ Links ]

1Dado que, como ellos mismos señalan, “si resulta que los nombres comunes de plantas responden a un concepto nominalista y no realista, no deberíamos relacionar ambos conceptos ni emplear los nombres científicos en las definiciones lexicográficas” (p. 24).

2Sin negar la trascendencia de tales variables, lo cierto es que algunas de ellas se pueden relativizar, mientras que otras quizá pudieran matizarse aun más: por ejemplo, tal vez más importante que la superficie del país en cuestión sea su variedad climática, que permite la presencia de más especies diferentes(piénsese en Colombia, más pequeña que Argentina pero mucho más rica desde el punto de vista de la flora); en cuanto a la cantidad de lenguas, tal vez sería interesante también tener en cuenta las habladas en el pasado (a manera de ejemplo, la presencia del arahuaco y el taíno en la Cuba del siglo XVI, pese a ser hoy país monolingüe) o el prestigio de otras que, aunque no son utilizadas en el país, han influido notablemente en su español, como puede ser el náhuatl en Guatemala.

3Entendida esta como el hecho de haber desarrollado significados nuevos que se suman al sentido primario (p. 59).

4En este último caso a partir de los elementos registrados en el manuscrito árabe XL de la Colección Gayangos (Real Academia de la Historia, España). La constatación, por su parte, de que gran parte de los vocablos encontrados en este manuscrito medieval se mantiene hasta la actualidad, lleva a los profesores canarios a analizar el nivel de pervivencia de los fitónimos presentes en diferentes textos históricos (pp. 68-69), línea de investigación que sin duda merece posteriores trabajos más detallados.

5Es importante señalar que el análisis no se restringe a la entrada de estas voces al español, sino que, incluso, se investiga la expansión de estos elementos a otras lenguas europeas para las que el español actúa como lengua puente (pp. 72-75), en la línea de lo desarrollado ya en el volumen de Erlendsdóttir, Martinell y Söhrman (2017).

6En este punto, es especialmente interesante el análisis y la clasificación de los aspectos que son utilizados para llevar a cabo este proceso, resumidos de forma muy organizada en la tabla 3.3. (p. 86).

Recibido: 01 de Febrero de 2021; Aprobado: 01 de Marzo de 2021

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