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Lexis

Print version ISSN 0254-9239

Lexis vol.45 no.2 Lima July/Dec. 2021

http://dx.doi.org/10.18800/lexis.202102.013 

Artículos

Semiosis y metamorfosis

Semiosis and Metamorphosis

1ER-TIM INaLCO - Francia

2Centre National de la recherche scientifique - Francia, frastier@gmail.com

Resumen

Independientemente de las teorías generativas y enunciativas, el estructuralismo dinámico de tradición saussureana ha permitido plantear el problema de la semiosis entendida como la individualización del signo a partir de un germen estructural. En un plano superior de complejidad, los procesos que presiden esta individualización parecen dirigir también la composición de los textos. Ciertos ejemplos literarios y pictóricos permiten descubrirlos; ellos confirman que la reflexión sobre las artes es un dominio mayor de la semiótica general y comparada.

Palabras clave: creación; semiosis; individualización; germen estructural; composición

Abstract

Independently of the generative and enunciative theories, the dynamic structuralism of the Saussurian tradition has made it possible to set out the problem of semiosis, which is understood as the individuation of the sign from a structural germ. At a higher level of complexity, the processes that preside over this individuation seem to also govern the composition of texts. Certain literary and pictorial examples make it possible to detect them, and they confirm that reflection on the arts is a major area of general and comparative semiotics.

Keywords: creation; semiosis; individuation; structural germ; composition

1. LA SEMIÓTICA COMO TEORÍA DE LA CREACIÓN Y DE LA TRANSFORMACIÓN DE LOS SIGNOS

Adrien Naville dice de la semiología de Saussure que “su objeto serían las leyes de la creación y de la transformación de los signos y su sentido” (1901: 104)1. Sin deber ser esencializadas, las estructuras no son simples momentos de estabilidad, sino invariantes que caracterizan las formas recurrentes. La identificación de esas formas no agota la descripción; es únicamente el comienzo, ya que dichas formas solo son inteligibles en la serie de transformaciones de las cuales ellas son momentos singulares. La red de sus relaciones procura, además, normas de organización: por ejemplo, el quiasmo ora semántico ora expresivo parece ser una norma de organización ubicua, pues se le encuentra tanto en literatura como en música o pintura2.

La cuestión de la transformación se halla en el centro de la teoría estructural, especialmente a partir de los trabajos de Cassirer, inspirados por la teoría de los grupos formulada por Felix Klein, como “El concepto de grupo y la teoría de la percepción3. Esos trabajos esclarecen un estructuralismo dinámico que, al centrarse en el concepto de grupo de transformaciones, se arraiga en las matemáticas del Programa de Erlangen. Por su parte, el “cuadrado o cuadro semiótico” ha sido comparado con el grupo de Klein según varios autores, en particular, por Frédéric Nef y, posteriormente, recibió una interpretación topológica por Petitot (1985)4.

Hay que rechazar la imagen estereotipada de un estructuralismo logicista y simplificador. A principios de los años 1940, Cassirer, Jakobson y Lévi-Strauss avecindaban en New York y participaron juntos en el primer número de Word publicado en 1945. Este fue una especie de manifiesto de un estructuralismo extendido al conjunto de las ciencias de la cultura.

Tal estructuralismo se dedicó a definir el modo de objetividad específico de los objetos culturales. Es entonces cuando la investigación de las invariantes se tornó decisiva; según Cassirer (2008: ms. 241, 187-188): “Dada una multiplicidad (Mannigfaltigkeit) y un grupo de transformación que se le relaciona, el problema consiste en estudiar los elementos de esta multiplicidad desde el punto de vista de las propiedades que no son afectadas por las transformaciones operadas por el grupo”.

La noción de “grupo de transformaciones” sustenta así una nueva concepción de la objetividad: un objeto es constituido por un conjunto de invariantes y de variantes en una serie de transformaciones. Ello resuelve el antiguo problema de la relación entre la substancia y los accidentes, relativiza la relación entre necesidad y contingencia, y descarta las aporías del dualismo, por ejemplo, la idea de que el triángulo es la suma de las invariantes de los triángulos empíricos; de hecho, dicha suma es inmanente al triángulo y no trascendente. La serie de transformaciones es un corpus interno que constituye una identidad siempre cambiante respecto a ella misma. Las categorías trascendentales o cognitivas no son ni necesarias ni pertinentes porque solo los contextos son constituyentes. Toda morfología es encarnada, por lo tanto, es semiótica; o, más precisamente, todo signo depende del régimen general de las morfologías.

La teoría del conocimiento por abstracción y subsunción se vuelve, entonces, inadecuada: “El trabajo del espíritu no consiste en colocar un contenido bajo otro contenido; más bien, consiste en especificarlo como un todo concreto, pero indiferenciado, destacando un momento característico y haciendo de esto el punto al cual se dirige la atención” (Cassirer 1972a: 252)5. De esa manera, culmina una ruptura con la tradición ontológica, puesto que los “modos de ser”, propios de las diversas instituciones simbólicas, pueden ser así diferenciados6.

En efecto, tal cual hemos enfatizado al tratar la semiosis en Saussure, desde el momento en que nos apartamos decisivamente de la concepción corriente que reduce la lengua a las palabras y a las reglas, no tenemos nada que ver con los objetos, sino con las objetivaciones. Cassirer escribe a este respecto:

El “dato” del objeto se transforma, entonces, en “tarea” de objetividad. Tarea en la cual, como se puede demostrar, el conocimiento teórico no es el único en participar ya que toda la energía del espíritu interviene a su guisa. De ahora en adelante, el lenguaje y el arte, ambos también, reciben su significación “objetiva” original no porque reproducen una realidad existente en sí, sino porque ellos la prefiguran y son modos y direcciones de la objetivación (1991:108).

De ese modo, la teoría del arte se vuelve directriz y adquiere un alcance epistemológico general que hace de ella una especie de filosofía primera o, al menos, un dominio ejemplar en el seno de la filosofía de las instituciones simbólicas. Es en este sentido como se entiende la declaración de Cassirer sobre “el corazón mismo del lenguaje, que hay que buscarlo en la estilística antes que en la gramática” (1972a:72). Si el lenguaje y el arte devienen “formas simbólicas” mayores es porque la cuestión de las estructuras y de su capacidad de transposición adquiere gran importancia. Como arte del lenguaje, la literatura se convierte en un lugar ejemplar de investigación, tanto más cuando la iconología de Panofsky coloca en el relieve más alto las fuentes literarias que pueden esclarecer las dificultades interpretativas encontradas por la reflexión iconográfica.

Además, no siempre se amerita el alcance teórico de las metáforas musicológicas en el gran ciclo de Lévi-Strauss sobre los mitos amerindios: si bien ellas revelan un humor cultivado, proponen aparte un repertorio de transformaciones como el canon, la fuga, etc., y modos de composición, como el contrapunto. Con las variaciones, las disminuciones, etc., las artes “abstractas” como la música han reflexionado sistemáticamente sobre el método de transposiciones. Esos instrumentos metodológicos adquieren retrospectivamente un alcance epistemológico general para las ciencias de las instituciones simbólicas. Cada una de esas instituciones -derecho, arte, técnica, lenguaje, religión, economía, etc.- ha comprendido bien sus especificidades, pero la reflexión comparativa sobre los modos de individualización de las diversas suertes de objetos culturales solo ha comenzado. Sin embargo, por la dimensión crítica de su creación, las obras de arte parecen poder convertirse en un parangón del objeto cultural, y lo son por su indeterminación o, más bien, por su metaestabilidad que hace de su apertura la manifestación de una libertad ejemplar, incluso, paradójicamente, sin límites previsibles.

2. ESTRUCTURAS Y FORMAS

Por precaución epistemológica, consideremos que lo invariante no es ya dado (no hay estructura profunda a priori), salvo, por ejemplo, que se admita la hipótesis muy fuerte -reivindicada por René Thom y Bernard Pottier- de un paralelismo entre los procesos físicos elementales y las reglas lingüísticas de la predicación. Nosotros opondremos a la estructura como tipo a priori o medio esquemático para sacar partido de los universales conceptuales, otra concepción de la estructura, ahora como hipótesis reguladora. Así, para nuestro propósito, la definiremos como invariante de una serie de transformaciones que interesan a un grupo de formas semióticas. Esta serie puede ser cerrada (en un texto), pero puede abrirse si se extiende el corpus a otros textos. De inmediato se desprenden algunas cuestiones: la estructura, ¿es un tipo?; entre sus ocurrencias, ¿deben privilegiarse las recurrencias o las diferencias?

El tipo y el linaje. Continuamente se ha definido la estructura como abstracción de una serie de ocurrencias, por ejemplo, el lema resume una serie de ocurrencias lexicales sin tener en cuenta ni sus localizaciones ni la secuencialidad del texto.

Así, puede plantearse la cuestión de la subsunción: se considera que todas las ocurrencias pueden implicar el tipo, postulado del que se desprenden, en lógica de clases y en representación de los conocimientos, las sempiternas cuestiones sobre los pájaros que no vuelan y los tigres de tres patas. Ese modelo clásico ha sido debatido por las teorías de la pertenencia vaga y del “aire de familia”: una serie de formas podrían no compartir unánimemente un solo punto común, a pesar de que cada una participe de algunos otros puntos comunes, estos suficientemente caracterizados para que la forma concernida sea percibida como miembro de la familia. Sin embargo, la familia o, al menos, su “aire” no es una estructura, sino una nube de puntos fuertemente asociados, incluso conectados. Se ha podido, entonces, caracterizar la molécula sémica que propende a incentivar investigaciones ulteriores sobre la temática y el reconocimiento de formas semánticas “resonadas” (Rastier 1987: cap. 7). No obstante, por una nueva concepción morfológica de la ontología, la relación entre tipo y ocurrencia deviene una relación entre lo preindividual y lo individualizado. La estructura dependerá, ahora, de los momentos preindividuales, mientras que las formas dependen de los momentos ya individualizados. Esta hipótesis permite caracterizar el estructuralismo morfológico que decididamente difiere de la imagen arraigada de un estructuralismo logicista inspirado en el binarismo jakobsoniano.

¿Privilegiar la identidad o la diferencia? Las formas semióticas son complejas y, en cuanto tales, nunca idénticas a sí mismas (cada ocurrencia es un hápax) ni completamente diferentes (por ejemplo, la conversión del Don Juan de Molière a la hipocresía no lo hace cambiar de nombre)7.

De esta manera, solo la metodología comparativa permite agrupamientos fundamentados, aunque evolutivos, pues lejos de hacer resonar el sentido, ella llega a circunscribirlo gracias a un haz de diferencias pertinentes.

Tradicionalmente se enfrentan dos concepciones: la ontología parmenidiana (y, luego, newtoniano-hamiltoniana) privilegia la invariancia y ha dominado la tradición lógico-gramatical; a cambio, la ontología de tradición heraclitiana privilegia la variación y ha encontrado albergue en la problemática retórico-hermenéutica que preside la semántica de los textos y la lingüística de corpus. A diferencia de las estructuras lógicas, las estructuras de los objetos culturales admiten evoluciones constantes, así como las instituciones simbólicas que las elaboran. Igualmente, las ciencias de la cultura no postulan leyes, sino que buscan identificar las condiciones y, en casos favorables, jerarquizarlas.

Según las culturas, los discursos y los géneros, se puede elegir privilegiar las permanencias o las transformaciones hasta llegar a regentar, en Wölfflin, la oposición entre clásico y barroco. Se trata de una dualidad que interesa a toda la descripción simbólica. Un análisis que privilegie las identidades corre el riesgo de proyectar por doquiera las mismas estructuras y desatender las diferencias entre las ocurrencias, diferencias que justamente tienen sentido. Al contrario, un realce de las diferencias se vuelve anecdótico, como lo muestra el relativismo principista de la hermenéutica desconstruccionista, edificada explícitamente desde la década de 1960 para terminar con el estructuralismo.

3. FONDOS Y FORMAS

Al caducar la dualidad hilemórfica forma/sustancia, la dualidad forma/fondo evoca sin duda un modelo gestaltista. Pero aquí no nos referimos a la fenomenología del campo perceptivo, sino a la percepción misma del campo semiótico tal cual ella impone su organización a la conciencia. La fenomenología ha, efectivamente, subjetivado lo semiótico, mientras que nosotros tratamos de objetivarlo. La reducción fenomenológica ha prohibido concebir especialmente el empalme semiótico de la persona con su entorno semiótico que, por su misma legalidad, se impone a los contenidos de la conciencia. En pocas palabras, lo semiótico no está constituido por los contenidos de conciencia, sino que coerce la formación de esos contenidos, correlatos eidéticos que no estarían dotados de ninguna superioridad causal.

Si con las isotopías Semántica interpretativa privilegiaba la organización de los fondos semánticos, Sentido y textualidad definía la interpretación como un recorrido de formas semánticas (Rastier 1989: 25). No es demasiado temprano para precisar la complementación entre fondos y formas. La relación entre fondos y formas es mediada por un campo que los incluye y cuyos principios de organización determinan el carácter semiótico de la percepción y rigen la percepción del medio semiótico. Por lo demás, el campo no es una “escena” que sería la involución de un espacio de los “estados de cosas”, después de todo ya dados, como ocurre en Scenes and Frames Semantics de Fillmore o su transposición en la teoría de las escenas de Victorri, actualmente aprovechada por Maingueneau.

Un “fondo” es un sustrato continuo que condiciona toda desagregación, en la medida en que en él concurren desigualdades, conflictos de baja intensidad que permiten percibirlo. En condiciones genéticas favorables y una vez pasados ciertos umbrales, las formas emergen del fondo. Esas formas se delimitan recíprocamente y evolucionan sin cesar acentuando sus discontinuidades. La relación entre la totalidad del campo y las formas que allí se perfilan debe entenderse así: el campo caracteriza la familia de las formas que surgen y, al emerger, se desagregan unas en relación a las otras.

El tiempo de constitución interna de las formas es escandido por las fases de su individualización, y lo que se conoce como esbozos fenomenológicos son los correlatos de los gérmenes estructurales de donde salen. Ese tiempo que ha sido descrito como un “presente espeso” (Cadiot y Visetti 2001:53) no se resume en el flujo de la conciencia, puesto que es organizado por el decurso de las formas; además, desde San Agustín a Husserl, es la música, organización semiótica objetivada, la que sirve de unidad de referencia para el tiempo vivido.

4. CAPTACIÓN DE FORMA E INDIVIDUALIZACIÓN DE LOS SIGNOS

Las normas y las formas que las concretizan permanecen en el preconsciente de los locutores, en un segundo plano esquemático que da cuenta de las captaciones de formas sucesivas en el transcurso de la composición de la secuencia (sintagma, período o texto). El transcurso de la acción produce un grupo semiótico tras otro, sin determinismo previsible, lo que hace de la producción una creación cada vez singular y no la aplicación de un proyecto predeterminado por reglas. El nivel esquemático subyacente es el de las estructuras; respecto a las formas efectivas, este autoriza dos hipótesis reguladoras complementarias que interesan a los gérmenes estructurales y a la composición de los textos.

4.1. Los gérmenes estructurales

Un campo semiótico saturado de diferencias expresivas y semánticas puede organizarse al contactar un germen estructural, una molécula sémica y/o un grupo de rasgos fonológicos, que captará en torno de sí elementos de forma, y contornos o puntos singulares. Enseguida, el germen estructural podrá favorecer varias individualizaciones semióticas, cada una diferente en función de su contexto de aprehensión de forma. Estudiemos, pues, los fenómenos de individualización desde el plano del morfema hasta el plano del texto.

Desde la formación de la lingüística, habitualmente concebido a ejemplo de la palabra escrita y según la noción del diccionario de la lengua como nomenclatura, el “signo” lingüístico indiferenciado ha debido ceder su lugar al concepto de morfema.

Los morfemas son clásicamente definidos mediante la prueba de conmutación, pero las hipótesis -a menudo especulativas- sobre el nivel inframorfémico recibirían una nueva luz a partir de la teoría de la individualización. Dejemos de lado las especulaciones de todos los esoterismos sobre la significación de las letras, las reflexiones medio esotéricas de autores como el coronel Pictet o Stéphane Mallarmé (en Las palabras inglesas), y hasta las hipótesis de los infrasignos fundamentales, que serían los “cognemas” en la lingüística cognitiva e inactiva de Bottineau. Apartémonos también de las especulaciones etimológicas, justamente rechazadas por Saussure, que constituirían lejanas raíces, fuentes de las actuales significaciones.

El problema de una “protosemiosis” se planteó en 1967 en una obra mayor de Pierre Guiraud que trata los protomorfismos y protosemantismos (Guiraud 1967)8; por ejemplo, la “raíz consonántica” t-k evocaría en francés un “golpe”, y se encuentra en diferentes lexemas no directamente emparentados, como toc [onomatopeya para expresar un toque, un choque] o taquet [taco, cuña, estaca] (tal como en la expresión mettre un taquet por ‘golpear’).

En cuanto estructurales, los gérmenes semióticos son una especie particular de gérmenes: ellos difieren de los gérmenes orgánicos o inorgánicos por una complejidad propia y una fuerte imprevisibilidad de las producciones que de ahí se desprenden. Ellos definen bocetos de recorridos genéticos y/o interpretativos.

El germen mínimo binario, compuesto por un sema y un fema (semiotización elemental), es un punto singular inestable que espera un complemento. En el plano de complejidad inmediatamente superior, el germen cuaternario es un elemento de forma dual: su parte semántica es una molécula sémica y su parte expresiva está constituida por una molécula fémica (agrupación de rasgos fonológicos que pertenecen a uno o varios sememas).

Así, un germen semiótico empalma una molécula sémica y una molécula fémica. En virtud de la ley gestaltista de buena continuidad, las dos moléculas son matrices de isotopía o de isofonía9. Ellas se traducen por los fenómenos formularios en que la repetición de semas y de fonemas asegura la imposición de la forma y permite su memorización. Por ejemplo, en los hechizos, el nombre del mal es emparejado por paronimia al del santo que, se supone, cura dicho mal o lo previene10. Desde luego, esos procesos son manifestados intensamente en literatura, ya que el arte del lenguaje aprovecha los principios de la semiosis. He aquí dos ejemplos: en el mismo verso de un ghazal de Rûmi (XVI, v. 17), se repite tres veces el mismo número de consonantes, ملک , que, variando sus vocales, significa respectivamente malek (rey), molk (territorio, país, reino), malak (ángel); esas tres significaciones comprenden el sema /dominación/11. Las tres palabras son calcos del árabe en persa o, especialmente, en las lenguas semíticas, como el hebreo o el árabe, a partir del hecho de que la escritura no anota las vocales, las raíces bilíteras o trilíteras son consideradas como gérmenes semióticos susceptibles de engendrar, según los contextos, grupos extendidos de lexemas semántica y expresivamente emparentados.

En un ambiente más mítico todavía que el de Rûmi, el de los borradores de Herodías, Flaubert multiplica las sustituciones: en el undécimo borrador reproduce couronne de pierre [corona de piedra] (folio 539, verso tachado) con carêne de pierre [carena de piedra] (folio 538, verso tachado). La palabra carêne proviene de la descripción del paisaje que rodea la fortaleza en que las montañas son comparadas, en una frase tachada, a las carênes de navire [carenas de navío] (sic: folio 539 verso tachado). Entonces, lo que une carêne y couronne son precisamente los procesos de desecación o desaguado simbólico en una noticia dominada por la muerte, siguiendo las órdenes del rey Antipas, de San Juan Bautista, evidentemente asociado al agua. El mismo tipo de paronomasia que se repetía en el segundo borrador se repite en el otro borrador, más o menos extraño, que prepara la descripción del desierto de Judea: “les gdes montagnes […] (les crêtes <vagues> des montagnes […] faisaient sortir leurs arrêtes pareils à des flots des quilles de vaisseaux émergeant d’un océan pétrifié” ). En esp.: “las gdes montañas […] (las crestas <vagas> de las montañas […] mostraban sus ¿bordes, filos? parecidos a las olas de las quillas de los navíos que emergen de un océano petrificado”). Arrêtes (sic) reúne la desecación y la mineralización, y evoca la muerte. Un apartado del folio 744 nos advierte que los soldados, que el rey Antipas temía percibir al final de la primera descripción del paisaje, son “les troupes du roi [Arrêtas] [las tropas del rey [Arrêtas]”12 . Por lo tanto, las paronomasias carênes/couronne y arrêtes/Arrêtas conjuntan, ambas, en el plano semántico, los dos rasgos /marítimo/ (/disecado/, en el contexto) y /real/ (/amenazante/, en el contexto).

Ahora bien, la primera frase termina con las palabras Mar Muerto. Según la antigua teoría de la inicial que se impone y que siempre aparece en las bulas papales (cuyo íncipit indica, a la vez, el título y la orientación general), las series carênes/couronne y arrêtes/Arrêtas se engendran verosímilmente a partir de la dualidad /marítimo/ (disecado) y /fúnebre/ (amenazante) ya formulada en Mar Muerto.

En lugares diferentes del mismo campo, el mismo germen semiótico podrá suscitar formas emparentadas. Lo comprueba la clase de parecidos metonímicos. Además, las formas se transponen por cambio de fondo, saliendo entonces del campo. Cuando las formas pasan de un campo a otro, resultan las agrupaciones, cosa que muestran los tropos, la comparación o la metáfora.

La captación de forma es, a la vez, guiada y obligada. Las normas rigen la captación de forma expresiva, por ejemplo, las fórmulas anagramaticales, las paronomasias, los esquemas métricos y cuantitativos definen las buenas formas expresivas. Otras normas rigen la captación de forma semántica por las preferencias de buena continuación isotópica, las isosemias, los ecos analógicos, los quiasmos y otros ritmos semánticos, etc. Esas normas actúan en un proceso de semiosis que convierte la constitución del signo en resultado de una optimización local, como la palabra “justa” o “acertada”. Los géneros de forma fija exhiben esas normas y colocan al lector en el curso de la acción semiótica, a la vez genético e interpretativo; por ejemplo, la rima instala una espera y tal anticipación participa de una emulación o un vicariato imaginativo.

4.2. Germen estructural y composición del texto

La composición obedece a una dinámica que regula tanto la individualización de la obra como la de sus motivos constitutivos.

4.2.1 La hipótesis de la palabra-tema

Una primera hipótesis puede ser atribuida a Saussure: “quien componía un carmen […] tendría que preocuparse también, de manera reflexiva, por las sílabas comprendidas en ese carmen, y las rimas que formaban entre ellas o con un nombre dado. Todo vātēs era, sobre todo, un especialista de fonemas”13. Saussure descubre, entonces, entre los antiguos poetas, un saber lingüístico profundo: “En efecto, afirmo (como mi tesis desde aquí) que el poeta se dedicaba, y tenía por tarea ordinaria dedicarse, al análisis fónico de las palabras: esta ciencia de la forma vocal de las palabras era la que probablemente constituía, desde los más antiguos tiempos indoeuropeos, la superioridad, o la cualidad particular, del Kavis de los hindúes, de los vātēs de los latinos, etc. […]”14.

Para los antiguos poetas indoeuropeos, el germen estructural podía ser elaborado a partir del nombre de un dios o de un mortal y convertirse en el soporte de un desarrollo encomiástico. El nombre no solo era extendido en fonemas repetidos por aliteraciones y asonancias; era ya un signo, por lo tanto, provisto de significado y resultaba así de una semiosis ejemplar que podía servir de germen estructural en la composición del texto.

A comienzos de 1970, un debate sobre la creación literaria hizo del texto la expansión de una palabra, tesis críptica que se desprendía del primer comentario de Starobinski sobre las investigaciones anagramáticas de Saussure, de donde, por ejemplo, deriva el libro de Derrida titulado La Dissémination. Ese problema prolongaba las especulaciones simbolistas, pero también entraba en consonancia con el tema cabalístico que hacía de la Torah la expansión del impronunciable nombre del Eterno.

Pese a todo, en la práctica literaria, la palabra de la que se extrae el germen estructural es elegida o creada en función de un proyecto. Tal es lo que expone Edgar Allan Poe ([1864] 1982) en un texto que tuvo una gran influencia en la poesía simbolista, debido especialmente a su traducción por Baudelaire. Al detallar la génesis de The Raven, Poe eligió “la impresión” o “el efecto a producir” y, enseguida, el “medio de ese efecto”, es decir, una palabra que serviría de estribillo al terminar cada estrofa: “Que esta conclusión, esta caída, para tener fuerza necesariamente debe ser sonora y capaz de un énfasis prolongado; ello estaba fuera de duda y sus consideraciones me llevaron inevitablemente a la o larga, que es la vocal más sonora asociada a la r, que es la consonante más vigorosa” ([1864] 1982: 170). De la palabra elegida luego, nevermore, deriva, por paronomasia, el nombre de la amada, Leonore; y, por inversión, raven; de esas tres palabras fluirá el poema.

Mallarmé adoptará por su cuenta ese relato que forma parte del mito simbolista, puesto, naturalmente, en tela de juicio: “La página más bella de mi obra será aquella que solo contendrá este nombre divino, Herodías. La poca inspiración que tuve la debo a ese nombre y, creo que si mi heroína se hubiese llamado Salomé hubiera inventado esa palabra sombría y roja como una granada abierta, Herodías” (Mallarmé 1998: 669). Tanto en Poe como en Mallarmé, el principio composicional puede ser deducido de la naturaleza del germen estructural.

Ciertas formas organizadoras se prestan a la extracción de los gérmenes estructurales. No se trata necesariamente de una palabra inicial. En la lectura lineal, se puede pensar post hoc ergo propter hoc, pero en el examen de los manuscritos no sucede así: un boceto común puede hacer nacer varias formas emparentadas, pero enseguida encontrarse borrado. Sus descendientes y ascendentes se despliegan no solo en la linealidad ideal de la lectura, sino también en la sucesión temporal de los textos del corpus.

Para distinguir más claramente el germen estructural de la “palabra-tema”, precisemos el estatus de esta última. En toda clase lexical, al menos un término es “intenso” (o marcado) mientras que los demás son “extensos” (o no-marcados)15. La intensidad corresponde a una valorización particular que confiere al término una energía propia. Por ejemplo, en latín, pecunia (cabeza de ganado, riqueza por excelencia) termina designando el conjunto de las riquezas; en antiguo francés, la viande [carne], alimento apreciado, termina por designar el conjunto de la alimentación (como actualmente bifteck [bistec] en gagner son bifteck [ganar su sustento])16, etc.

Por su valorización, las “palabras-temas”, sin duda, tienen el estatus de parangones de los que se extrae, por ejemplo, los “mannequins” [maniquís] (término que emplea Saussure en sus investigaciones sobre los anagramas), esto es, grupos de fonemas que asumen la función de gérmenes estructurales cuyas realizaciones variables se buscan.

Un germen estructural favorece una estilización de la forma que él mismo induce por simplificación de los contornos y acentuación de los puntos singulares, o, en términos de la teoría de sistemas dinámicos, elevación de los cuellos, profundización y alargamiento de los pozos de potencial o de los estanques de atracción. La forma estilizada obra como lo que se llama en biología animal “desencadenadores supranormales” (supranormal releasers) (Thom 1980: 266). Se trata de cebos o engañifas fascinantes que exageran ciertos rasgos: cuando se presenta a un pajarito una pirámide rojo-vivo, abre el pico todavía más que ante el pico de un allegado. Gracias a los estudios de fetichismo, se sabe que la talla y la estilización del estímulo son también desencadenadores semejantes.

4.2.2. Las formas captadoras de organización elemental

Valéry interiorizó ese modo de composición: “Quisiera comenzar por una palabra aislada, sustantivo o adjetivo calificativo, como para dar a entender un sonido cuya resonancia y sonidos armónicos se dejan dilatar. Luego retomarlo como buscando en esta atmósfera una dirección, particularizándola poco a poco hasta… algo así como encontrar la vía de las combinaciones completas que constituyen la obra” (Valéry 1990: 67). El morfema o la palabra tomada por germen estructural es una semiosis realizada, valorizada, pero descontextualizada y que, por esa razón, permite organizar otras. Sin embargo, esto mismo podrían ser signos compuestos e incluso pasajes. En otras semióticas, los parangones serían formas visuales, musicales, etc.

La caracterización del germen estructural responde, en parte, a la cuestión de los principios de organización recurrente que pueden caracterizar una obra y pretender presidir su génesis. A menudo se ha reprochado a Leo Spitzer erigir una figura, sea o no un tropo, como principio de lectura, pero nada permite eludir el hecho de que una figura pueda asumir los poderes de un germen estructural. Así, en Borges y a propósito de la hipálage, hemos formulado dicha hipótesis que preside inversiones en todos los niveles del análisis, tanto en el plano del contenido como en el de la expresión (Rastier 2018c: cap.2).

Este problema parece general y evidentemente excede la literatura. Por ejemplo, la figura del diedro es, a no dudarlo, un principio de composición mayor en la célebre deposición o descendimiento de la cruz de Rosso en Volterra: se le encuentra bajo los pies de Cristo, en el suppedaneum colocado en el crucero central de las diagonales de la patética composición, sobre la manga y la cadera de la Magdalena, etc. Además, dicha figura ha justificado el adjetivo cubista con el que ciertos críticos han atiborrado esta pintura. Ella no solo permite una exfoliación particular del espacio en varios planos exploratorios, los efectos de color y de luz, la multiplicación de los miembros doblados, y las actitudes de la mayoría de los personajes, sino que reproduce esos ángulos en otras escalas: tal es el caso, no exclusivo, de la barba de José de Arimatea, de los miembros de Cristo, o también de los brazos y las piernas de los cuatro hombres que descuelgan el cuerpo, a excepción significativa del brazo tendido que designa la herida abierta por la lanza. Ese principio composicional pertenece al estilo de la obra, incluso si tales diedros se encuentran a veces en el seno de los pliegues característicos del estilo del pintor, como en el Matrimonio de la Virgen de Florencia.

4.2.3. Orientaciones

No evitemos una objeción: las palabras-temas podrían depender muy bien de la estética propia del simbolismo finisecular. Sin embargo, en un estudio de fonoestilística en un corpus digitalizado, Valérie Beaudouin (2002) demostró que, en las tragedias de Racine, el nombre del personaje epónimo veía difundidos sus fonemas significativos. Las investigaciones saussureanas sobre los anagramas quedan por ser probadas de ese mismo modo. En otras tradiciones poéticas, especialmente germánicas y célticas, se erige la aliteración como principio composicional. Sucede lo mismo en poesía árabe y persa.

Hemos privilegiado la isofonía y la isosemia, pero hace tiempo que las experiencias asociacionistas han mostrado que el antónimo era sistemáticamente reconocido y producido en un tiempo muy inferior a todos los elementos aparentes. Este estudio debería, pues, ser continuado considerando los fonemas y los semas opuestos que definen una segunda fase complementaria de la individualización semiótica: la de las diferencias calificadas en oposiciones. Ellas integran el signo en su contexto y le confieren la negatividad que termina de actualizar las virtualidades promovidas por la energética del germen estructural.

Este estudio comprendería inicialmente una sección sobre las relaciones de transformaciones entre textos del mismo autor y entre textos de diferentes autores en diversas lenguas. Debido a las limitaciones de espacio, nos permitimos remitir a ciertas publicaciones anteriores (Rastier 2006, 2007, 2018a, 2018b, 2018c).

5. DIRECCIONES DE LA INVESTIGACIÓN

De esta manera, se diseña un triple régimen de la semiosis:

  • Una forma se caracteriza por la distribución y el relieve relativo de sus puntos singulares: esas diferencias internas constituyen su significación.

  • En el seno de la misma performance semiótica, una forma cobra sentido en relación con las otras formas comparables; así sucede, por ejemplo, con los amantes de Emma Bovary, el gentilhombre y el estudiante, que se oponen entre ellos; y, por supuesto, ambos se oponen al marido, como en la tríada cigarro puro (de Rodolphe), cigarrillo (de Léon) y pipa (de Charles). El conjunto de esas diferenciaciones en el seno del texto elaboran el sentido.

  • Por último, entre performances semióticas del corpus de interpretación, ya se halle constituido preferencialmente por textos, imágenes o por otras performances, se establece un tercer régimen que se podría designar como “significancia o, mejor, como significatividad: esta nace del contraste de formas (y de fondos) semióticos de una performance con otras, al interior del corpus requerido.

En esos tres regímenes de la significación, del sentido y de la significatividad, la interpretación, ya sea percepción o descripción, consiste en tres operaciones convergentes: estimación de las semejanzas, discriminación de los contrastes, hasta la disposición en oposición; los dos últimos regímenes agregan la evaluación de las transformaciones internas o externas a la performance considerada.

Debido a la rección de lo global sobre lo local, la significación es regida por el sentido, que, a su vez, se halla bajo la rección de la significatividad. De este modo, la significación de la palabra depende del texto en que se encuentra,y ese texto adquiere su sentido en el corpus al que pertenece (corpus elaborado y/o corpus de lectura) y potencialmente se extiende al conjunto de la cultura.

La forja de la forma del signo y la composición del texto permiten definir su tenor, entendido como empalme específico entre contenido y expresión. Fuera de su tenor, un objeto cultural se define por su alcance que resulta de la dualidad entre el punto de vista y la garantía que dirigen tanto su génesis como su interpretación (Rastier 2011: cap. 2).

El proyecto depende principalmente del alcance y la composición del tenor, pero ambos se encuentran relacionados. Por lo tanto, el proyecto de lectura comprende dos fases no disjuntas. La fase descriptiva permite identificar las tendencias, a menudo localizables gracias a los métodos de frecuentación de la lingüística de corpus; por otro lado, de revelar los enigmas locales, susceptibles de inferencias probabilistas bayesianas y localizables mediante ciertos tests como el de desvío reducido. La fase hermenéutica consistirá en aclarar la relación problemática entre las tendencias generales y los enigmas locales, según la hipótesis siempre conjetural de una síntesis “subjetiva”, de un Kunstwollen, de un proyecto que gobernaría el estilo específico de la obra.

Aparte de los ejemplos que hemos dado, los ejemplos literarios y, más generalmente, artísticos muestran principios semióticos que gozan de gran generalidad. Por ejemplo, el hecho de considerar las raíces trilíteras de las lenguas semíticas como gérmenes estructurales de clases de lexemas es ampliamente aprovechado en los textos literarios y religiosos (por ejemplo, el nombre Gólgota manifiesta la raíz g l g que permite evocar un cráneo, el de Adán, ese que la iconografía muestra al pie de la cruz redimido por la sangre de Cristo). Pero ello puede valer también para la elaboración de la terminología científica.

En suma, una vez desembarazadas de ciertas exaltaciones, las múltiples teorías sobre el origen poético del lenguaje (como en Giambattista Vico) o sobre la poesía como estado fundamental del lenguaje (en Benedetto Croce) podrían encontrar en las propiedades mismas de la semiosis -tal como son reveladas y aprovechadas por las artes del lenguaje- una explicación, a falta de una legitimización. Así, las isofonías y las isotopías resultan de un principio perceptivo de base, la ley de la buena continuidad.

5.1. De la magia semiótica a la amenaza del mito

A pesar de todo ello, ¿hay que “dejar la iniciativa a las palabras”? Desde hace más de un siglo, las experimentaciones de los asociacionistas, aplicadas masivamente a las parejas de palabras, confirmaron las activaciones semánticas y expresivas que inducían las relaciones entre palabra-fuente y palabra-blanco. En un plano superior de complejidad, las leyes de buena continuidad aplicadas recursivamente y extendidas de forma en forma se transponen en leyes “mágicas”, esas que Frazer, inspirado como Tylor por el asociacionismo de Hume, llamaba leyes de imitación y ley de contagio. Estas fueron, a la vez, criticadas y ampliadas por Marcel Mauss en su Esquisse d’une théorie générale de la magie (Boceto de una teoría general de la magia), recuperadas y transpuestas, tanto por Malinowski como por Evans-Pritchard, en fin, por Lévi-Strauss, que llega hasta enlazarlas a la dualidad jakobsoniana entre metáfora y metonimia. Ambas leyes son analógicas: una parte de una forma engendra otra parte de la misma forma (ley de contagio) o una parte se homologa de otra forma (ley de imitación o de simpatía). Ellas tejen poco a poco una red de correspondencias que puede organizar todo el universo semiótico17. De ello se obtiene un efecto de profundidad desarrollado por las teorías místicas del lenguaje, desde Filón de Alejandría hasta Walter Benjamin: él, el universo semiótico, hablaría de sí mismo diciendo las oscuras verdades ocultas en sus raíces18.

Espontáneos e incoercibles, los procesos de asociación por proximidades semánticas o fonéticas son aprovechados en el psicoanálisis -verosímilmente por activación- mediante las asociaciones “libres” que se manifiestan en los “delirios” particularmente verbales y gráficos y repiten, de modo recursivo, formas impuestas de manera obsesiva: los “locos del lenguaje” y las obras gráficas de ciertos psicópatas atestiguan este fenómeno.

Cuando una forma excede cierto umbral de asociaciones, se vuelve fascinante y se inviste con la autoridad de un “símbolo” en sentido romántico, un icono que trasciende sus contextos. Por su orden mágico, esa forma trastorna y sobrepasa las localizaciones espacio-temporales. Otras formas, ubicuas, que por sus parentescos parecen obrar a distancia unas de las otras, suscitan una obsesión: ahí se ha reconocido el espacio del mito que, si bien ha perdido los fastos de la Fábula, se le halla muy vivaz en los discursos populistas inspirados por teologías políticas obsesivas.

Al ejemplo de los Leitmotiv wagnerianos, Moeller van der Brück teorizó hace mucho sobre las imágenes directrices, las Leitbilder. Nunca definidas, pero, en cambio, muy evocadoras, no tienen nada de común con las cantinelas; son apariciones que simbolizan fuerzas en presencia sobre un fondo machacón que solo tiene una función de espera: las palabras rodean la figura directriz como la multitud al Führer, único punto fijo, en el célebre travelling de Leni Riefenstahl. La combinatoria hipnótica crea una influencia por encierro, en un mundo en que todo remite a las mismas figuras obsesivas que esconden una escena no dicha, epoptía19 iniciática de un anonadamiento que no debe ni puede ser figurado.

5.2. La semiosis como descubrimiento y creación

Progresivamente extendidas, las leyes de imitación y contagio suscitan un “efecto de mundo”. Los vínculos que tejen constituyen una totalidad mágica y/o religiosa cuyos nudos más conectados son los dioses o los espíritus activos. El autor, a veces centro o dominador, instaura un universo totalizante y asume la figura de Dios o de un demiurgo en el universo conectado de su obra. El azar vencido “palabra a palabra”, según la expresión de Mallarmé, cede así ante la necesidad de la Obra o de su sucedáneo contemporáneo, la Escritura.

En compensación, las prácticas favorecen la inhibición merced a la distancia crítica, desde el humor hasta el uso de formas fijadas, permitiendo entonces a la composición textual controlar la semiosis y su extensión por medio de las reformulaciones, las tachaduras, las normas de género y las exigencias aleatorias de la práctica en curso. En los borradores de Flaubert que hemos estudiado, luego de un delirio de asociaciones del primer al octavo manuscrito, en el noveno, el 80% de la masa verbal ha sido tachada, hasta un pobre resultado en el decimocuarto y último borrador.

Más generalmente, los fenómenos de individualización que constituyen el signo en su tenor (contenido y expresión o, más generalmente, valor y foro), se encuentran bajo la rección de su alcance que define, a la vez, el punto de vista enunciativo (que introduce una distancia crítica) y la garantía (generalmente social) que supone una conformidad mínima a las normas de inteligibilidad y de conveniencia20.

Incluso si los signos se individualizan por las activaciones semánticas y fonéticas permitidas por los gérmenes estructurales, felizmente los derivados embaucadores no tienen nada de fatal. La literatura sabe manejarlos para devolverlos contra ellos mismos; las ciencias pueden eliminarlos: por ejemplo, cuando las palabras estrella y tonel nombran estructuras matemáticas, todas las connotaciones son suprimidas. A nivel textual, el combate contra el mito continúa para evitar, por ejemplo, que la historia de acontecimientos no se vuelva relato novelesco. Las ideologías amenazan por doquier en el dominio de las ideas y, entonces, todo el objetivo del programa de la desconstrucción habría sido justamente tratar de desligitimizar a las ciencias (de ahí los ataques de Derrida contra Saussure) para remitificar el pensamiento en provecho de los diversos relatos identitarios y las teologías políticas.

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1El “cuadro o cuadrado semiótico” presentado por Greimas y Rastier fue concebido, en principio, como una estructura de transformaciones de contenidos lexicales desplegados en recorridos; luego, ha sido utilizado para describir las transformaciones narrativas.

2Tal es el caso de los dos putti fotóforos que enmarcan la Verónica del Pontorno en el claustro de Santa Maria Novella.

3Traducido al francés por Paul Guillaume (1938).

4Véase la actual presentación por Piotrowski (2017).

5Ver también Cassirer (1998-2017, vol. 11: 254-255)

6Tal es el sentido del debate de Davos con Heidegger, cuando Cassirer declara: “Me parece que lo novedoso en esa inversión reside en el hecho de que esta estructura ontológica no es, en adelante, única, sino que tenemos a nuestra disposición estructuras ontológicas muy diversificadas. Toda estructura ontológica nueva supone nuevas condiciones a priori […]. Por ello se introduce una diversidad totalmente nueva en el problema del objeto en general […]. Para hablar en mi lenguaje, el ser de la vieja metafísica no es más el ser de una sustancia, sino el ser que procede de una pluralidad de determinaciones y de significaciones funcionales. Pienso que aquí reside el punto esencial en que mi posición se distingue de la de Heidegger” (Cassirer 1972b: 48-49). Se pasa así de las geometrías no euclidianas a las ontologías no parmenidianas.

7La semiótica no tiene que ver ni con la señal pura ni con el ruido puro; por lo tanto, ella debe jerarquizar los grados de pertinencia. Una magnitud semiótica, privada de su complejidad aparentemente superflua, se torna extraña, no interpretable. Como Thom dice fuertemente: “Todo lo que es riguroso es insignificante” (1980:292).

8Para una síntesis reciente, ver Nicolaï (2019), cap. 1.

9Ver Valéry (1957: 1356): “el emparejamiento de la variable fonética y de la variable semántica engendra problemas de prolongación y de convergencia”.

10 Pierre Guiraud (1967:106-107).

11Amir Sedaghat (2015:199, n. 300).

12Ver Rastier (2018c:194). En la nota 79 de esta misma página, el autor agrega: “La amenaza está ciertamente avalada, ya que Flavio Josefo (Antigua historia de los Judíos, XVIII) atestigua que Arrêtas, rey de Petra, luchaba contra él [Antipas],pero la reescritura de su nombre lo integra momentáneamente, y sin duda de manera lúdica, a los haces semánticos del texto” [N. del T.].

13Saussure en Benveniste (1964:114), subrayado en el original.

14Saussure (2013: 390). El mismo Saussure precisa, con titubeos reveladores marcados por tachaduras, cómo el tema que, a nuestro parecer, reviste la forma de germen estructural, puede gobernar la elaboración del texto: “Ante todo, convencerse de las sílabas y combinaciones fónicas de toda especie que permitían constituir su TEMA. Ese tema -elegido por él mismo o provisto por quien se encargaba de la inscripción- solo se compone con algunas palabras, ya sea únicamente de nombres propios o ya sea de una o dos palabras unidas a la parte inevitable de los nombres propios” (Saussure en Testenoire 2013: 69). En esta sección me baso ampliamente en el estudio de Testenoire (2019).

15Para un análisis, ver Rastier (1991:198 y sig.).

16En el español de América ocurre algo semejante con la “palabra-tema” lana (pelo de oveja) que, en ciertos discursos, designa el dinero o la riqueza, y así resulta palabra parasinónima de peculio (dinero o bienes de una persona), pecunia (dinero o moneda), pecuniario (de o del dinero). Recordemos que, en español, la res lanar u oveja es nombrada pécora; y, en latín, corresponde a pecōra, que tiene el mismo radical (pecus, pecōris) de pêcūnîa, fortuna que resulta de la posesión de ganado [N. del T.].

17 Ver Yocaris (2018), a propósito de las Contemplations.

18 Ver Claus-Artur Scheier (1993:60-74)

19Epoptía: gr. έποπτεία, persona que llega al último grado de iniciación de los misterios de Eleusis [N. del T.]

20Se podría encontrar allí la dualidad entre la dopamina, relacionada con los comportamientos de exploración hedónica, y la serotonina que participa en su inhibición; o, en términos más reconocibles, entre el corazón y la razón.

Recibido: 22 de Febrero de 2021; Aprobado: 24 de Febrero de 2021

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