INTRODUCCIÓN. MÁS ACÁ DEL MISTICISMO, LA MÍSTICA DEL SOLDADO
Héctor Viel Temperley1 es, junto con Jacobo Fijman2 y con Miguel Ángel Bustos3, uno de los principales poetas argentinos juzgados místicos desde la crítica4. La consideración de la obra de Viel Temperley, según ya lo indicáramos en otro trabajo (Arancet Ruda 2022), pide ángulos de mira diversos, con el fin de que la afirmación rotunda del misticismo no cierre la discusión y, además, para que la declaración de ese rasgo no inhabilite distinguir algunos de los caminos de acceso a tal configuración subjetiva (Arancet Ruda 2022). En efecto, la obra de nuestro autor, muy rica en su semiosis, ofrece variados lugares de abordaje, de los que en este trabajo elegimos enfocar una faceta muy significativa en cuanto a la generación y al avance del discurso. Se trata de la iteración de las figuraciones de la milicia, y de sus funciones en relación con la representación subjetiva y con el cifrado de una cosmovisión. Este repertorio de combate en Viel Temperley arraiga en diversas áreas culturales y despliega un sentido multívoco. De tales áreas tomaremos la historia como ámbito del saber.
Dividiremos el trabajo en dos partes. En la primera, “Maniobras en el campo (semántico) de batalla”, veremos la ocurrencia de las distintas realizaciones del léxico castrense, especialmente las figuraciones del soldado con sus variantes, en distintos textos, paratextos y epitextos (Genette [1987] 2001); y avanzaremos con nuestra interpretación del fenómeno en cuanto a la construcción de la subjetividad y a algunas de sus posibles interpretaciones. En la segunda parte, “La milicia y el amor por la historia”, nos centraremos en la figura de Juan Lavalle, dilecta para nuestro autor, con la que llega a identificarse. Este personaje ilumina las varias significaciones que lo soldadesco adquiere en Viel, lo que precisaremos recapitulando en las conclusiones.
1. MANIOBRAS EN EL CAMPO (SEMÁNTICO) DE BATALLA
Entre 1956 y 1987, nuestro autor publica nueve libros de poemas5. En todos ellos, como en algunas de las cartas a sus hijos6, identificamos elementos visuales7 y un abundante campo semántico verbal relativo a la milicia. Entendemos este concepto según la primera acepción que da María Moliner: “Conjunto de actividades de la guerra o de la preparación para ella. Profesión u ocupación de los soldados” (2007: 1948-9). A lo largo de los poemarios, proliferan las imágenes y los términos que aluden a dicha “profesión u ocupación”, ya sea paradigmática o sintagmáticamente, vinculados con ella mediante sus componentes sémicos.
Del profuso catálogo de la milicia, verbal y visual, aquí indicamos a modo de ejemplos algunos paratextos: 1) títulos de poemas: “El polvorín” (1956); “Legión” (1967); “[Por mis soldados de plomo…]”, “[Suavemente, como se apoya la flecha…]”, “[Quise ser como mil sables…]”, “[Dame una tregua, vida…]” (1969); “Plaza Batallón 40”, “El centinela” (1971); “La base” (1973); “Batalla de Jarama, rostro de marinero”, “Tambor volando en un azul revólver” (1976); “Poemas de la bolsa de dormir”, “Legión extranjera”, “Magenta” (1978); 2) títulos de libros: Plaza Batallón 40, Carta de marear, Legión Extranjera; 3) epígrafes: “Milicia es la vida del hombre (Antiguo Testamento)”; 4) dedicatorias: “Si bien este libro no conoce ni canta las fatigas del Batallón 40 del Paraguay, seguramente glorioso, se alegra de rendir un pobre y accidental homenaje, a través de su título, a la memoria humilde y melodiosa de sus hombres”, en la solapa de Plaza Batallón 40 (1971); 5) notas aclaratorias, con información de batallas y guerreros, por ejemplo, la que se lee al final de Legión Extranjera; 6) tapa de libro8:
A la frecuente presencia de lo soldadesco, se suma que en las cartas queda de relieve la enorme carga afectiva depositada en dicho léxico. Este alto grado de recurrencia habla de un gusto personal, así como de una incorporación inconsciente, acorde con el imaginario de la época, que mediatiza las pulsiones elementales de vida y de muerte (Arancet Ruda 2022), las dos posibilidades inmediatas y constantes en la guerra, el oficio por antonomasia del militar. El aprecio de Viel Temperley por el quehacer esforzado, como el del deportista, encuentra tipos9 representativos en la milicia: húsar, marinero, soldado raso, general, gendarme, comandante, legionario, vigía, sargento, granadero y cosaco son algunas de las ocurrencias de la figura del soldado, lo que da cuenta de la importancia en él de un ícono de masculinidad harto extendido. Coherentemente, Viel Temperley confía en el poder transformador de la disciplina de la instrucción militar. Respecto de uno de sus hijos enrolado en la conscripción, dice: “Quiere algo intenso aunque no quiere ser militar de carrera. Una contradicción lógica. […] Espero que hoy haya comenzado la instrucción y que lo tengan bailando en el aire hasta que se canse, que le pongan tres cascos en la cabeza y lo hagan sudar más que boxeando10” (1984). Recordemos que, en la definición referida de Moliner, milicia es, además, el conjunto de las actividades de preparación para la guerra. Por consiguiente, a los ojos del que es poeta nadador, poeta hachador y poeta corredor, la instrucción física de la conscripción es, para su hijo, entrañable ocasión de aprendizaje.
1.1. Cumplir con lo que se debe: hijo, marido, padre, patriota, soldado, poeta
En la obra de nuestro autor, el yo del enunciado se reconoce como hombre cabal al cumplir con las condiciones para entonces requeridas: marido, padre y soldado. Pero para Viel no basta; añadimos las de hijo, patriota y poeta. En el principio de su producción, estas condiciones se ofrecen todas juntas, según se lee en la entrevista11 de 1978, acerca de Poemas con caballos, en la que Viel recuerda: “[…] me dieron la Faja de Honor [de la SADE] de 1957. […] yo era un jovencito decente que prometía mucho. Grandes elogios en La Nación, La Razón, Atlántida. Me invitaron a muchas cosas: mesas redondas, charlas por radio. Me presentaron para que colaborara en La Nación. Me duró pocos meses. Estaba recién casado […]”. Y, respecto de El nadador, de 1967, rememora: “Fue la época en que murió mi padre, y empezó el desequilibrio”. Desde entonces, se volcó mucho a la poesía (Arancet Ruda 2021: 168). Después, progresivamente, los papeles aludidos en este subtítulo van entrecruzándose y decantando en diversas direcciones. A continuación, mínimamente, veremos cada uno de estos roles textualizados, para llegar luego a la complejidad condensadora que asume la figura del soldado.
El lugar del hijo es destacable12. Apenas como muestra de ello, aludimos a las dedicatorias de algunos libros a sus progenitores: a su padre13; y a su madre14, a quien nuestro autor amaba fervorosamente (Viel Temperley 2013). … La fotografía del edificio que se ve en la tapa del primer poemario, en la Figura 2, es de la estancia materna.
El papel de marido ya se explicita en la dedicatoria del primer libro a su flamante esposa15. La condición de padre, destacada en cuatro dedicatorias de poemarios a sus hijos, sobresale, asimismo, en el epistolario y en algunos poemas. De entre ellos, quizá “Plaza Batallón 40”, del libro homónimo, sea el ejemplo más evidente cuando se afirma: “Pienso un poco en mi casa. No, nunca tuve casa. / Pienso un poco en mis hijos. Mis hijos son mi casa” (1973: 13); más adelante: “En mi bolsillo, junto a otras llaves, / guardo la llave de una casa / […] / donde mis hijos duermen” (1973: 15); y “[…] guardo la llave / de otros amaneceres tibios / pero sin sueño / amaneceres para gritar / pero no, porque mis hijos duermen” (1973: 16). También los mienta directamente en Legión Extranjera (“y no veo a mis hijos y los sigo extrañando”) (1978: 65) y en el poema “Batman”, donde, como en el recién citado, un yo despierto por la noche hace guardia para cuidar a sus hijos y así se autodefine:
Yo soy el que hace guardia
a medianoche,
[…].
Yo soy
el que algún día
va a hacer guardia mil años.
junto al mar.
Voy a buscar de nuevo
mil años
a mis hijos.
(1973: 63)
El lugar del patriota como persona que tiene fuerte amor a su país es asumido varias veces, muy notoriamente en el primer libro, por ejemplo, en el poema “Elegía argentina” (1956: 61-65) -dedicado a su madre-. En efecto, Abelardo Arias16, responsable de Tirso, la editorial que lo publica, destaca su argentinidad. En la solapa de la primera edición, declara que “[…] lo que Tirso ha considerado en particular para hacerlo digno de iniciar una colección poética, es que [Héctor Viel Temperley] nació poeta argentino […] «POEMAS CON CABALLOS» es un libro argentino, y su autor sólo podía ser argentino” (1956, solapa). Así fue recibido el libro. El amor a la patria queda patente, a su vez, en una de las cartas donde detalla que a otro de sus hijos le toca hacer la conscripción: “Juan Bautista recibió la carta de su novia -la Patria- y se va a encontrar con ella el 3 o 4 de abril definitivamente” (Bregazzi 2015: 109 y Viel Temperley M.S. 2000: 15). También se destaca el patriota en conjugación con el poeta y con el soldado, emulando a Bartolomé Hidalgo cuando compone cielitos, como veremos más adelante. En cuanto al soldado, ya podemos decir que se asocia con la figura del patriota en tanto está muy subrayado el gusto por la historia bélica en general; de aquí las varias batallas que leeremos mencionadas. En especial, el amor es mayor hacia la historia bélica argentina, que se liga con el fuerte aprecio de nuestra geografía17.
La principal marca afectiva en relación con lo militar reside en la operación de identificación subjetiva. Esta equivalencia se ve en la foto de tapa de Febrero 72 -Febrero 73, Figura 3, tomada por su hijo Juan Cruz, según consta en el libro.
En ella, se ve la cabeza del autor en un plano de igualdad con sus botas, metonimia de lo militar y, en su obra, representación de sí mismo.
En una carta dirigida a sus siete hijos, del 24 de diciembre de 1974, se dirige a ellos con aclaraciones que dejan ver lo castrense como valor en su imaginario personal. El apelativo inicial va con peculiar comparación entre los paréntesis inmediatos: “Hijitos (como llamaba un general paraguayo a sus soldados que se morían de sed)” (Bregazzi 2015: 105); luego: “Hijitos míos (como también llamaba Napoleón a sus soldados más viejos y desgastados)” (Bregazzi 2015: 106). Con un gesto similar, encabeza la carta del 24 de marzo de 1984 a María Soledad: “Querida mía, legionaria: [...]” (Viel Temperley M.S. 2000: 15). Ya no solo hay identificación propia, sino atribuida a quienes ama, cuando leemos que el cariño hacia a los hijos se expresa con denominaciones y alusiones que los igualan con soldados.
Es claro, entonces, que las caras requeridas al modelo masculino de la época, en Viel, necesariamente se van implicando y modificando entre sí. Lo militar funciona como máscara posible de masculinidad en medio de las exigencias cotidianas; máscara asumida, sobre todo, por el lado de su faz de coraje, de destreza y de vigor físicos, de heroísmo y de emoción. En esta línea, en la última carta citada, el elogio de las virtudes de su hija está planteado con léxico de milicias: “Como flechas en la mano de un valiente son los hijos de la juventud. […]”18. También, otra vez con léxico soldadesco, es dicho el cuidado paterno: “Si necesitás que te rescate de los indios, marcho con la caballería inmediatamente” (Viel Temperley M.S. 2000: 16-17; Bregazzi 2015: 109).
En el último poema de El nadador, del año en que Viel dijo que todo se había descalabrado -como leímos antes- y que había empezado a dedicarse casi de lleno a la poesía, se enuncia: “Voy entrando, de a poco, en lo que es mío, / en lo que ya lo fue, en lo que me nombra, / campos azules y altos hasta el pecho, / con el machete centelleante y rápido” (1967: 45). Y luego la eclosión de la identidad -entre otras cosas- queda dicha anticipadamente en un alejarse de lo circundante: “Me quieren despertar y estoy despierto, / no me pueden tocar, me aman, me gritan, / me lloran como a muerto y estoy libre”. (1967: 45). El ser/estar/hacer fuera de los preestablecido queda proclamado.
1.2. El bello y tierno soldado
¿Qué sentidos asume, entonces, el campo semántico de lo militar en Viel? En principio, este corpus léxico constituido sobre una red de relaciones semánticas organizada en torno al concepto base ‘milicia’ representa en nuestro poeta el más extendido imaginario social masculino occidental por entonces, el que también vive en él. No obstante, está moderado en su denotación y profundamente modificado en lo que connota, debido a la disrupción introducida por la tierna amorosidad paternal y al reconocimiento en sí de una rebeldía atribuida al poeta.
La ternura y el amor paternos asociados con lo belicoso resulta más que revelador en la esquela19 a una de sus hijas. Para aconsejarla sobre su carácter, dice: “La escribo con amor, con pasión, luchando porque lo que tengo que decirte te penetre, entre hasta lo más profundo de tu edad, tu inteligencia y tu sensibilidad” (el énfasis es propio). Quien aquí escribe ‘lucha’, porque enfrenta la ardua tarea de corregir a los hijos. Dice estar preocupado por ella y acomete: “Estamos hechos para aprender a vivir, para entendernos, cuidarnos, comprendernos, y después entender y cuidar a los demás. Sin la fiebre de hacer y hacer cosas. / El secreto es ser auténtico y tierno. / Pensá en la ternura. La ternura es profunda como el corazón humano […]. / Trata, mi amor, de vivir según el fuego de tu corazón y no según el mundo que te rodea20”. Y remata con sabiduría persuasiva haciendo un juego repetitivo entre ‘victoria’ -el nombre mismo de su hija- y ‘vencer’ en relación con el destino de ella: “Te llamas Victoria para vencer sobre el frio [sic] de las cosas del mundo y lo vacio [sic] y duro de la mayoría de la gente”, “Te llamas Victoria para vencer nadando, entregándote en cuerpo y espíritu al amor, a la ternura. / Además, amor, la victoria nunca es perfecta, pero es humana” (1970; Bregazzi 2015: 23).
En cuanto al ser poeta, su intrínseca experiencia estética está en unión con el profundo descreimiento respecto del sistema en que vivimos. Asimismo, se lee en la carta recién citada, y en otra dirigida a María Soledad21, que se ha convertido en “un francotirador receloso, en algyien [sic] que no quiere tener ni bandera ni partido ni nada” (Viel Temperley M.S. 2000: 69). Y expresa abiertamente su ajenidad: “No pertenezco a la sociedad o sueño con no pertenecerle y con eso no vivo bien ni mal pero creo que esa ligera altivez me ayuda a meterme en mí buscando otra salida hacia otro mundo. La poesía tiene esa altivez y flota libre o bastante libre sin necesitar nada ni nadie. No conozco otra cosa menos agarrada a la materia” (Viel Temperley M.S. 2000: 69).
La figura de este soldado poeta sin ejército carece de utilidad para cualquier ordenamiento de poder, pues no aporta a la producción ni se identifica con lo mayoritariamente consensuado. En su vivir distante del imperativo burgués del capital, Viel Temperley encarna la “parte maldita” (Bataille [1976] 2009). En el consejo a su hija de solo hacer lo que se ‘siente’, de ser ‘tierno’, de luchar y nunca dejarse vencer, conviven conjugadas la exaltación de la figura física y anímica tradicionalmente ligada con el soldado, y la valoración de lo no productivo, el poeta. Es evidente que, para Viel, haber nacido hombre o mujer nada tiene que ver con estas identificaciones. Es precisamente desde un ángulo distinto, el de la experiencia poética y el de la vivencia espiritual, que en nuestro autor se afianza la valoración del soldado y de su mundo. Por eso nos parece ilustrativo señalar la mística del soldado en Viel, en un sentido traslaticio, más puramente humano, que subraya lo elevado de su figura. Coherentemente, no es el sexo masculino, la mera rudeza ni la obediencia lo que caracteriza este arquetipo en Viel Temperley (Mandoki 2006). Sí, en cambio, el carácter firme, la atención amorosa, la contemplación estética y la delicadeza, sobre todo sostenidas en medio de la mayor adversidad. En una carta del 31 de mayo a María Soledad, que está viviendo entre los indios matacos, se dirige a ella en términos que ablandan cualquier posible rigidez asociada con la milicia, cuando por carta quiere acompañarla: “con el alma hago un ala inútil o casi inútil para el indio de al lado, para sus pulmones, la radio triste, la música de pueblo que no sabe escapar de su soledad […] el país es frío para ciertos hijos de irlandeses enamorados22 y con una dosis de violencia que es amor y brilla como un revólver sobre las caderas […] (Viel Temperley M.S. 2000: 88).
El campo semántico de lo militar se torna objeto de una axiologización positiva, que, gracias al cariño de la paternidad y a la revuelta de la poesía, ilumina distintamente lo que parecería ‘cosa de hombres’, acotada por antonomasia. La vida del soldado, a veces áspera y sufrida, en los textos de Viel coincide con la expresión afectuosa del padre y con la percepción de lo bello en estas formas de existencia dura, como se lee, por ejemplo, en los poemas “El guardafauna” (1971: 47-49) y “El centinela” (1971: 51-52). Esta exaltación del soldado en toda la obra de Viel Temperley representa un estado vital que no hace concesiones, salvo que las pida el corazón enternecido. Es, además, una manera de insertar el cuerpo, que puede ser pobre a veces, pero siempre posee belleza. Así, a la vez que se realzan los valores aquí asociados con el soldado -cuidado del otro, miramiento afectuoso, heroísmo y altiva rebeldía-, se ensalza el cuerpo de un tipo humano signado por la fuerza física y moral, que en Viel implican sensualidad, virtuosismo y amable imperfección humana.
2. LA MILICIA Y EL AMOR POR LA HISTORIA
La dilección por la historia -sobre todo de su país, pero no solamente- está indisociablemente unida a la inclinación hacia las acciones de heroísmo23. Este conjunto movió a Viel a componer diversas obras a partir de algunos próceres, como, por ejemplo, Juan Galo de Lavalle24, de quien -dice María Soledad- “era un enamorado” (2013). Lavalle fue protagonista en las luchas por la independencia, en la guerra con el Brasil y, finalmente, en las guerras civiles, por el lado de los unitarios o, más bien, opositores a Juan Manuel de Rosas.
2.1. Un héroe inesperado en poemas no reunidos en libro25
Este amor por la historia nacional y su admiración por Juan Lavalle, así como el solapado nexo entre la visión idealizada del combatiente y la faz autobiográfica, se encuentra, por ejemplo, en una composición no reunida en libro, “Poema Granadero”, publicada en Noticias Gráficas. La composición, en ocasión del 136° aniversario de la batalla de Moquegua en 1959, es precedida por unas líneas a modo de efemérides que parecieran ser también de Viel, aunque no lo sabemos con certeza:
Hoy 21 de enero se recuerda el desastre de Moquegua o Moqueguá, que siguió en dos días al de Torata y se hizo más célebre que muchos de los triunfos de las armas de la independencia que se batían en el Perú. Moquegua, famoso por el heroísmo de un joven y ya veterano guerrero argentino, el sableador de Achupallas, Chacabuco, Maipú, Río Bamba, Ytuzaingó, Puente de Márquez, Yerúa, etc., etc. Se llamaba Juan Lavalle, y comandaba un escuadrón de granaderos a caballo, 300 apenas, que opuso a 1500 hombres de la caballería realista, engreída por sus dos victorias anteriores. Con sus 300 jinetes, a lo largo de nueve leguas de un arenal muerto y en el corto espacio de tres horas, Juan Lavalle cargó veinte veces seguidas contra los escuadrones godos, protegiendo la retirada de 2700 dispersos que pudieron embarcarse a la mañana siguiente en el puerto de Sama, sin un solo español que los hostilizara.
Con el motivo del 136° aniversario de la retirada de Moquegua y en homenaje a la memoria de quien ofrendó su juventud a la independencia americana y fue mártir de la libertad de su tierra, publicamos hoy este «Poema granadero» ya asesinado en Jujuy, cruzado en su tordillo de guerra y envuelto en su poncho celeste, marchando a Bolivia por la Quebrada de Humahuaca. Custodiando su cadáver, que es necesario descarnar en el arroyo de la Huacalera, lo acompañan al destierro los últimos hombres de su Ejército Libertador, un haz de lanzas libres que se cruzan día y noche con las de Oribe, quien tiene orden de Rosas de apoderarse de sus restos, cortarle la cabeza y enviársela a Buenos Aires.
Merced a la sostenida fidelidad de sus hombres, ni Oribe ni Rosas, ni ningún otro cuchillo de la tiranía pudieron ensangrentar sus manos con la legendaria barba colorada de Juan Lavalle, el gaucho rubio que aún después de muerto y de unitarios y federales, seguía arrastrando sus caballadas como un viento de patria en el destierro […] (1959: 11).
Tal detallada y apasionada introducción denota amplia cognición de los hechos aludidos, y acendrada admiración. Los nombres propios de las victorias -Achupallas, Chacabuco, Maipú y Río Bamba, de la gesta independentista de los Andes; Ytuzaingó, de la guerra con el Brasil; Yeruá, de unitarios sobre federales-; de las derrotas -Puente de Márquez, a manos de los federales; Moqueguá y Torata, contra fuerzas realistas-; así como de algunos lugares -el del arroyo de la Huacalera- indican que lo referido es un cuadro conocido, y, además, suficientemente vivo y vivificante en la imaginación de quien escribe como para inspirar un poema conmovedor26: “Que su morrión de nieve se deshaga / en frías, transparentes carrilleras, / esta mañana que en Jujuy le quitan / para siempre las botas granaderas. / […]” (1959: 11). Estas son las máximas exequias, acción en torno de la que gira el poema: “Que quitarle las botas a Lavalle / ya es descarnarlo en la Huacalera, / adonde va su cuerpo deshaciéndose27/ como si le sudara una bandera” (1959: 11). La semejanza entre el cuerpo descarnándose y una bandera siendo exudada da cuenta de la igualación entre este prócer y la patria. Estirar su cuerpo para quitarle las botas se equipara con desplegar una bandera; y, a la par, es lo mismo que arrebatarle la vida: “[…] quitarle las botas a Lavalle / ya es despatriarlo desde la cadera, / que cruzada en el lomo del caballo / se enfría al tranco como sudadera” (1959: 11). ‘Descalzar’ se iguala, ya, a ‘despatriar’. De manera similar, llevarlo sobre el lomo del caballo colgando “como estribera” lo deja cabeza abajo, con la “barba” mirando hacia abajo. Hay, incluso, una suerte de plegaria de petición: “Que esta mañana que en Jujuy le quitan / para siempre las botas granaderas, / su frío morrión le corte, poco a poco, / la sed de patria de su calavera” (1959: 11); luego, una evocación que marca la separación del entorno geográfico: “Que su cuerpo ya no es el de Achupallas, / nieve sudada por la cordillera / y que en los arenales de Moquegua / se le iba toda desde la cimera” (1959:11). Su cuerpo y el entorno geográfico eran uno cuando estaba en combate, es decir, casi siempre; así, fue nieve y arena. Paralelamente, el cuerpo del yo en la poesía de Viel se vuelve agua en las aguas. Luego, nombra las partes corpóreas que, junto con su alma, fueron quedando esparcidas de distintas maneras por el suelo americano:
[…]
Que su cuerpo ya no es el de Corrientes,
viejas armas en vez de charreteras
colgando de sus hombros, y sus ojos
cielo arrastrando por las polvaredas.
Que ya sola se llevan su cabeza
entre amargas patillas de salmuera28,
y ya su carne va siguiendo a su alma
por el arroyo de la Huacalera.
(1959: 11).
Es un cuerpo diseminado, en sentido literal, para que sus partes sean semilla; cuerpo propiamente dicho (cadera, barba, calavera, hombros, cabeza, patillas, carne) o presentificado por metáforas, metonimias y sinécdoques (botas, sudadera, estribera, morrión, charreteras). Es un cuerpo seminal que habrá de dar brotes, como hijos.
Viel logra, en estas ocho cuartetas de versos endecasílabos, hacer coincidir el universo poético propio y los hechos históricos. Concretamente, “Poema granadero” ostenta dos puntos de cruce entre la manera de presentar al general Juan Galo de Lavalle y al yo lírico: las botas y el agua de la corriente. Las botas empiezan siendo sinécdoque de su cuerpo, hasta llegar a ser su cuerpo mismo. También lo es para el sujeto lírico ya en el primer poema del primer libro, intitulado “El ángel de las botas” (1956: 13); y en numerosas ocasiones a lo largo de los poemarios, donde el yo del enunciado se presenta calzado así -ver la Figura 3-. Las botas también son sinécdoque para el personaje histórico aludido, quien, montado y vistiéndolas, estuvo en innúmeras batallas. En cuanto al agua, es la que se lleva restos del cadáver descompuesto de Lavalle con el fin de salvarlo del deshonor. Para nuestro sujeto poético, sumergirse en las aguas -de acuerdo con la simbología universal- también es limpiarse de lo deshonroso y de lo putrefacto, sea material o anímico. Por tanto, para ambos el agua es instancia de purificación y de salvación.
A lo largo de toda la poesía de Viel, la acción de quitarse las botas es un acto de entrega de cuerpo y alma, más bien ‘cuerpalma’ (Arancet Ruda 2022): unidad signada por un ‘hacer’ que atraviesa y caracteriza la vida entera y, por ello, determina el ‘ser’, en este caso, soldado. En “Poema granadero” lo miliciano ofrece contención para existir. Las botas son el hombre en combate vital. El agua -en tanto lo materno, lo infinito, el inconsciente- opera como el medio que sostiene y apuntala. En Viel Temperley, lo militar es signo de una forma de vida arrojada y frontal.
Cuatro años después de “Poema granadero” Lavalle vuelve a aparecer en un poema no reunido en poemario, en una antología de César Magrini (1963): “Coplas a las cargas de Moquegua”. Como vemos, las acciones de Moquegua29 nuevamente son protagónicas. El epígrafe que funcionará como estribillo evoca el acto extremo de arrojo: “Veinte cargas30de Moqueguá,/ ay Patria, ya en retirada,/ cómo las irá buscando/ Lavalle de madrugada”. En él se hace alusión a la “Patria”, que en el devenir de la especie lírica ‘cielito’ vino a sustituir a la mujer amada, la “novia” que menciona Viel en carta a sus hijos antes citada. Luego se desgranan las coplas, agrupadas en tres tiradas, que emulan las cantadas con intención patriótica “en los fogones de los campamentos militares” (Veniard 2017: 230) para sostener el ánimo combatiente en medio de la guerra; es decir, que la voz del enunciado efectivamente pone en escena un canto soldadesco:
Ay con qué ahogo31 de azul
el godo vio, degollado,
cómo tenías, Moqueguá [sic]32,
a tanto cielo apretado.
Que nunca tus arenales
corrió un azul más entero
que el que trenzó con sus cargas
el escuadrón granadero.
Cargas que desde Torata
eran un corvo33 mellado,
hasta el cielo de sus mellas
iba al degüello, afilado.
[…]
(en Magrini 1963: 201).
La doble inserción de los sintagmas “cielo” y “azul” refuerza la lectura del poema como ‘cielito’. A continuación, se nombran dos intervenciones heroicas de Lavalle. Aunque, en verdad, Moquegua haya sido derrota, como acción guerrera queda emparejada con un triunfo:
En Achupallas y en Jauja
corriente abajo y arriba,
y en Moqueguá [sic] por la arena,
¿qué agua es esta, siempre viva?34
Dejame nadar, Señor,//35
en el agua granadera,
y que el filo del coraje
sea el filo de mi cadera.
Agua que de tan salada
ni el arenal la bebía,
qué dulce al godo sediento
de lejos le parecía.
[…]
(en Magrini 1963: 201-202).
Como se puede apreciar, Viel toma exactamente el esquema compositivo del cielito canción: cuartetas octosilábicas con estructura de rima a-b-c-b, cuyos versos rimados terminan en palabras de acentuación grave (Veniard 2017: 231):
Aire que te vas, dejando
con melladuras mi acero,
que siempre vuele tu filo36
como un adiós granadero.
No grites, godo, no grites,
que el aire que va al degüello
creerá que lo estás llamando
para sentirlo en el cuello.
Garganta del degollado;
si la pudiera hacer mía,
hasta las botas, Moqueguá [sic],
tus aires aspiraría.
(en Magrini 1963: 202).
Lo mismo que en los primeros cielitos conocidos de Bartolomé Hidalgo, el poeta miliciano, en las estrofas primera y última, hay apelación provocativa al enemigo, el “godo”. El tono de desafío de los cielitos, que luego se extenderá en el architexto de la gauchesca, es índice de la situación bélica, así como de la ostentación de fuerza y de coraje por parte del soldado.
2.2. Moquegua: la derrota que es victoria. Devenir Lavalle
En la historia sudamericana, Moquegua representa, por un lado, el trágico final de los gloriosos Granaderos como fuerza de combate; por otro, pone de relieve la intervención heroica de Juan Lavalle, tan extrema que se la ha calificado de bizarra. Tal es el marco histórico aludido en los dos poemas de Viel Temperley no reunidos en poemario. Lavalle, presente a menudo en las literaturas de la Argentina por su valentía, es tomado por el poeta que nos ocupa como emblema del héroe moderno: vivificado por los más nobles sentimientos y los más puros valores, pero encarado trágicamente a la derrota, porque se enfrenta con un mundo corrupto.
Al cabo de haber leído “Coplas a las cargas de Moqueguá” y “Poema granadero”, donde arroyo y botas son indispensables, podemos pensar que otra de las composiciones que Viel sumó en la selección hecha para la antología de Magrini37 también da voz a un sujeto identificado con Lavalle. Nos referimos a “Epístola”, posteriormente retitulado para El nadador (1967) como “La tormenta” (Arancet Ruda 2014: 25). Los dos poemas anteriores funcionan respecto de este como interpretantes, revelando en él una faz oculta:
Hermanos:
Ayer volví a caballo
por la tarde,
de vuelta de un arroyo…
Y anoche tuve fiebre, mucha fiebre
(tal vez fue el agua helada
por mi cuerpo
a la sombra del cerro)
Hoy he vuelto
a calzarme las botas.
He salido a caminar
por esta pampa alta.
(en Magrini 1963: 208).
Desde la idea de texto epistolar ofrecida por el título originario, que tiene por destinatarios a sus “hermanos” -que podrían ser los compatriotas-; hasta el cierre donde el yo del enunciado ve “la tormenta” (Magrini 1963: 209), que en esta relectura puede asumir visos simbólicos, no es difícil encontrar nuevamente una íntima identificación con Lavalle. En este caso, se trataría de un Lavalle ya muerto, descarnado en el arroyo de la Huacalera, por eso “[…] el agua helada / por [su] cuerpo / a la sombra del cerro” (en Magrini 1963: 208). Incluso podría ser el alma de Lavalle, todavía activa, tal como lo leímos en la presentación del “Poema Granadero”: “Juan Lavalle, el gaucho rubio que aún después de muerto y de unitarios y federales, seguía arrastrando sus caballadas como un viento de patria en el destierro…” (1959: 11). Esta interpretación se intensifica mediante algunos componentes: los puntos suspensivos que cierran la breve primera estrofa; el agua de la segunda; y, en la tercera, la acción de tornar a calzarse las botas para andar por la “pampa alta” -recordemos que Huacalera, muy próxima de Humahuaca y de Tilcara, tiene una altitud de más de 2600 metros sobre el nivel del mar-.
En “Epístola”, a lo largo de diez estrofas cortas, queda delineado un sujeto del que no se sabe si está vivo o muerto, pues se repite dos veces el verso “Convaleciente, solo, como muerto”. Tampoco se conoce si tiene los ojos abiertos o no, pues dos veces se enuncia: “con los ojos abiertos o cerrados”. Y se desconoce si su estado es de vigilia, onírico o qué. Pero sí queda rotundamente aseverado que ha visto una “claridad”, seis veces repetida:
[…]
Y he dormido y no he dormido…
Porque oculto el rostro
bajo un pañuelo,
con los ojos abiertos o cerrados
he visto una misma//
y sola claridad.
No la claridad del día
que a través del pañuelo
bajaba hasta mis ojos abiertos.
No la claridad de mi pobre alma
que a través de la carne
subía hasta mis ojos cerrados.
(en Magrini 1963: 208-209).
Huacalera es el lugar exacto por donde pasa el Trópico de Capricornio, un punto de la Tierra de exposición directa, vertical, a la luz solar a mediodía38. Esta luminosidad extrema es el referente de base, un sol arrasador que denotativamente puede emparejarse con “la claridad” tantas veces mentada en el poema, según vimos. Pero no es solamente la luz del día ni la del alma propia, sino que se suman sentidos simbólicos: “Es otra claridad / la que veía / con los ojos abiertos o cerrados / bajo el blanco pañuelo”. Para especificar esta claridad ha sido necesario introducir a dos personajes, que refuerzan la interpretación: “Es una claridad, hermanos, / de la que un Juan dio testimonio / y sobre la que otro Juan / reclinó su cabeza, / como yo sobre la larga piedra” (en Magrini 1963: 209). El segundo Juan puede ser el apóstol, que reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesucristo; el primero, acaso, sea Juan Galo de Lavalle.
Asimismo, en el poema “Jujuy”, hallamos indicios de la presencia de Lavalle en Plaza Batallón 40 (1971): “Bajo el cielo gris, el agua / del arroyo / es unitaria” (Viel Temperley 1971: 81); también, en “Malhumor americano”, del que se dice que es “duro de soportar”, y donde el aire libre como opción de vida junto con las alusiones al “rubio” equiparan, otra vez, al sujeto y a Lavalle: “peor, mucho peor si nunca amaste / un par de botas altas” (1971: 25). Una vez más, aparece como situación idealizada y salvífica la relación con el hombre curtido por el aire libre, solitario y solidario. Enunciado de manera inversa, va enumerando cuanto hace peor la irritación: “Mucho peor si nunca caminaste por tu tierra”, “si nunca en tu mirada / lo conoció un gendarme / al devolverte la cédula”, “si nunca te quedaste / con él entre ciudades / arrojando piedras a un río”, “o pasando una botella de anís / entre peones resecos” (1971: 25). Y, en este punto, salta retrotrayéndose a Lavalle nuevamente al enunciar que el “malhumor americano” es mucho peor:
[si nunca te quedaste]”
[…] revisando//
una capilla39 en la Quebrada
donde aún hace poco
descarnaron a un hombre
de su carne podrida,
pero no de su ancho
malhumor americano.
Ancho
como la Quebrada de Humahuaca
es este malhumor
[…]
(1971: 25-26).
La recursiva identificación del sujeto con Lavalle es notoria40. A esta altura, para afianzar la devoción por el modelo heroico granadero cabe mencionar el hecho de que Viel Temperley compuso la letra de dos oratorios laicos sobre las batallas de San Lorenzo, y Chacabuco y Maipú41.
2.3. El “agua granadera42” o lo granadero
El campo léxico de lo soldadesco revela el amor de Héctor Viel Temperley por la milicia como ámbito de figuraciones y como forma de vida. Este campo, a su vez, indica el afecto de nuestro autor por la historia, particularmente la historia militar; y, dentro de este recorte señala, más específicamente, la veneración del papel histórico del Regimiento de Granaderos a Caballo, con su figura predilecta en Juan Lavalle.
Es innegable que el ideal granadero y su creador son principales en la valoración de Viel Temperley. La admiración que le despertara San Martín pudo estar cimentada, además, en la impresión que en 1950, a sus 17 años, dejaron en él los numerosos y resonantes actos conmemorativos por el centenario de la muerte del libertador43. En verdad, hallamos muy coherente en él esta predilección granadera, ya que está en correspondencia con su profunda estima por el entrenamiento metódico que brilla en su obra. En relación con la creación del cuerpo de Granaderos a Caballo, la disciplina fue meta perseguida y logro obtenido. En efecto, “En la nueva unidad debían predominar un espíritu de cuerpo y una disciplina tales que la tornara invencible”44 (De Marco 2013: 64). Juan Galo de La Valle, quien quitó de su apellido el ‘de’ y lo apocopó, posiblemente para borrar de él las vinculaciones con lo español, ingresó a tal Regimiento en 1812, con apenas 14 o 15 años. La afición de Viel a Lavalle aflora en el recuerdo de María Soledad de haber llevado al colegio, instada por su padre, “un disco en homenaje a Lavalle” (2013) grabado por Ernesto Sábato45 y Eduardo Falú46.
Héctor Viel Temperley y Juan Lavalle se separan de lo esperado de ellos por parte de las familias en que nacieron. Viel se aparta del mandato cerrado de ‘soldado, padre y esposo’ siéndolo a su manera, tanto cuanto Lavalle se aparta de lo aguardado del hijo de un hombre económicamente próspero y de cierta alcurnia. El militar modelo del ilustre ejército recién creado por el general San Martín se convertiría después, según Ignacio Zubizarreta citando a Iriarte, en “ídolo de los soldados gauchos”47; da un giro “popular” y “campechano” imitando algunos de sus hábitos, ciertos rasgos de su lenguaje y hasta su traje (2011: 22).
Este amor por el soldado proveniente del pueblo halla su equivalente en algunos poemas de Viel donde es patente la inclinación hacia el hombre simple y de vida esforzada, como la de un soldado raso, sin más brillo que el de sus íntimas virtudes. Tal es el caso, por ejemplo, de “Eleodoro Mansilla” (1971: 37-40), al que se dirige el yo de la enunciación una mañana de mayo: “te recogí en El Bolsón, / dorado como león en el paraíso, / y vos decías qué gauchita la copla, / “Chinita San Lorenzó [sic], / la que me lava el pañuelo48” (38-39). Eleodoro Mansilla, que repetía la copla para aprenderla, confiesa que le habría gustado saber leer, cuida unas vacas y duerme pocas horas cada noche, y es, a los ojos del yo lírico, “puro como un niñito”. Esta pureza se destaca en los versos que siguen por sus rasgos: “sangre de indio, / tierra bajo las uñas, con ganas de seguirme / hasta el fin argentino, / me siento mal, me siento / como un mal comandante” (38-39). Y se fortalece por el contraste que surge: “Solo bajo la ducha caliente / canto y lloro / por alfombras obispo, por putas, / por mentiras, / porque voy a dejarte […]” (39). Se remata con la cuasisantificación: “A lo mejor vuelvo un día. / Por las coplas y el sol, sécame el llanto / con una punta de tu alma, / que todo lo demás me parece sucio” (39).
Lavalle y nuestro autor sentían parecido afecto hacia los hombres de la tierra. Esta preferencia condujo a Lavalle a descuidar a los encumbrados. Muchos oficiales “lo abandonaron por su inaudito proceder” respecto de Paz y de Lamadrid, con quienes antes había tenido un buen entendimiento que, al agaucharse, se disipó (Zubizarreta 2011: 22). En Viel, Eleodoro Mansilla no solo encarna al marginado, sino a la persona desinteresada del poder y ajena a la búsqueda del bienestar per se, un ser leal, íntegro y completamente distante de los grandes terratenientes y de los burgueses.
Este vivo interés de Viel Temperley por la historia explica el gusto por ciertos aspectos de la tradición. Su móvil no era el conservadurismo de clase -del que había abjurado (Bregazzi 2015: 59)-, sino la valoración de hechos de los antepasados. En carta dirigida a María Soledad Viel, afirma que “ver de dónde se viene ayuda mucho a seguir adelante sin meter la pata. Para eso sirve la tradición, cuando la tradición no es una boludez, cuando es realmente una tradición de humanidad, de cristianismo bien entendido, de unión y de respeto”49 (Viel Temperley s/a).
3. CONCLUSIONES. SI ES SOLDADO, ES BUENO
En la introducción, señalamos que considerar un aspecto poco frecuentado en las investigaciones sobre Héctor Viel Temperley podía iluminar nuevos caminos de acceso a la configuración subjetiva del místico y a su figurativización. Aquí se trata de la presencia del universo militar en la obra de Viel, que se presenta tan reiterado como inusual en la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX, por lo cual este vocabulario se torna digno de atención. Esta nueva ruta podría denominarse el “agua granadera” -como uno de nuestros subtítulos-; o ‘lo granadero’, puesto que, dentro de los poemarios, ‘lo militar’ está altamente patemizado desde el principio, es decir, cargado de afectividad y con signo axiológicamente positivo.
Una vez que todas las funciones/tareas mencionadas -marido, padre, soldado, hijo, patriota y poeta- alteraron sus jerarquías, se mezclaron, decantaron, se contagiaron entre sí y se reacomodaron, aparece la máxima rareza, a saber, lo castrense y lo amoroso adquieren consistencia estando abiertamente urdidos, lo cual constituye, por lo menos, un fenómeno extraño. Desde ese fenómeno como punto de partida confirmamos que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6, 39-45). Lo militar afectivizado se lee en los poemas y se confirma ampliamente a través del lenguaje empleado en las cartas a los hijos. Constantemente les habla, por ejemplo, de victoria, de derrota y de lucha, términos que traslucen claramente una visión de mundo que nuestro autor hace suya: “Milicia es la vida del hombre (Antiguo Testamento)” (1971). Héctor Viel Temperley, mediante el soldado, encausa valores: coraje, dignidad personal, estima del esfuerzo y del sacrificio, sentido de comunidad, entre otros.
El numeroso campo semántico de la milicia, además, es índice de que su obra hace las veces de catalizador del imaginario masculino de una época, no como adhesión obediente ni manifestación reaccionaria, sino como exaltación de un modo de vida que, por oposición al netamente capitalista, resulta una firme toma de posición (Bataille [1976] 2007). Con esa postura antisistema, con una mezcla de humor y de nostalgia, dice que será para sus hijos un Batman -sujeto nocturno, solitario, heroico y esforzado-, figura equivalente a la del soldadito de plomo de su propia infancia y por completo extraño al circuito de producción. ¿Qué emerge? El juego y el amor, la fantasía y el cuidado del otro, la mística del soldado antes subrayada.
Así, en Viel la milicia es contraria a la burguesía. En sendas cartas, a Victoria la previene contra la hiperproductividad como falsa virtud (Bregazzi 2015: 23-24) y a María Soledad la insta a mantener su posición: “[…] no te dejes «educar» en la estupidez, en la mentira y en la hipocresía”. Despojamiento de lo accesorio y autenticidad son condiciones sine qua non en la batalla, así como la fe última en el instante de estar ante la muerte, por lo cual se enuncia en Hospital Británico: “miré a Dios como un hombre que sabe qué es la guerra” (1986: 31).
Soldado es metáfora de la versión cuestionadora y expandida de la identidad masculina, e índice del hombre hacedero y asequible en Viel. El legionario y el marinero han de ser tiernos, la fuerza del comandante tiene que poseer capacidad de resistencia para no engañarse ni venderse, el esfuerzo del húsar y el del vigía están enfocados en vencer debilidades del miedo y el egoísmo, la victoria del granadero y del gendarme consisten en superarse a sí mismos para amar más. El resto del ejército como institución se define por su vínculo con los poderes. Ya en El nadador el yo declara, indirectamente, que su amor por la milicia es otra cosa: “Yo puedo separar filo y cuchillo, / guardar el uno y arrojar el otro” (1967: 45).
El interés de Viel por la historia nacional hace que entroncar con Lavalle parezca una elección. De alguna manera, uno es el doble del otro. El primero murió a los 54 años, el segundo a los 44. Héctor y Juan son disidentes de su marco social y económico de origen. Se fueron construyendo personalmente de tal manera que esas expectativas apriorísticas quedaron defraudadas. A la par, tampoco encajaron del todo en el contexto que se suponía los explicaba mejor: Viel no estaba cómodo en medio de la intelectualidad ni en el mundo de los escritores; Lavalle, aunque deseara asemejarse al gaucho, por cierto, no lo era.
Viel Temperley toma a Lavalle como emblema de la entrega completa y desinteresada. “Trata [sic], mi amor, de vivir según el fuego de tu corazón y no según el mundo que te rodea”, aconseja Viel a María Victoria50 (Viel Temperley 1970; Bregazzi 2015: 23-24). Lavalle personifica para Viel esta decisión de permanecer fiel a sí mismo. El parámetro vital yace en lo recóndito de sí.
La recategorización de los términos de este campo semántico se produce, en primer lugar, gracias a la antedicha carga amorosa; luego, merced a la asociación de poesía y soldadesca; y, en tercer lugar, debido a la implícita estima hacia el ‘hacer disciplinado’ en sí. Tener en cuenta la exaltación del esfuerzo metódico para alcanzar una meta es crucial para que en este análisis lo militar cobre una significación rica, a la vez corpórea y espiritual. En la poesía de nuestro autor, lo militar es usado para referir experiencias de lo íntimo, según se lee en sus poemarios y cartas, no para exaltar violencias ni banderías. Además, actúa sobre la configuración identitaria del yo, reforzándola y, en simultáneo, polemizando. En él, ser soldado es bueno y deseable. Como dijimos, se trata de un arquetipo de masculinidad valorado, pero revisitado y recategorizado. Lo militar, con sus ocurrencias, se convierte en un campo semántico que habilita la identificación masculina con dulzura conmovida y terneza.
Habiendo pasado por los estados asumidos y enunciados de hijo, marido, padre patriota, soldado y poeta, finalmente rompe todos los moldes estandarizados, tanto, que en el cierre que es Hospital Británico, la subjetividad definitivamente explota. Tal como acabó el cuerpo muerto de Juan Lavalle, todo fragmentado y expuesto, quedan en Viel las partes de las que estaba hecho: la íntima ternura, las convicciones sólidas, el refulgente entusiasmo por el heroísmo, la espiritualidad desbordada a flor de piel, la sensualidad espiritualizada, la firmeza anímica propia de la combinación de los aspectos masculino y femenino del alma humana, la disposición de asumir la plenitud de la vida -incluida la muerte- presentando batalla desde el niño, desde el ángel y desde el poeta: “[…]. Mis botas más abajo. // Volteadas por el viento, / mis botas caen al fin. Y arrodillado / abrazo más que viento. / Abrazo al ángel que hice con mis manos” (1956: 14-15).