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Revista de Psicología (PUCP)

versión On-line ISSN 0254-9247

Revista de Psicología vol.34 no.2 Lima  2016

 

IN MEMORIAM

 

Semblanza del doctor Ernesto Pollitt Burga

 


Como colega y amiga agradezco el honor de participar en el homenaje que la Universidad Católica rinde a uno de sus mayores exponentes: el Dr. Ernesto Pollitt Burga. No es casualidad que esta fecha coincida con el día del psicólogo: Ernesto es uno de los máximos exponente de la calidad del psicólogo PUCP y uno de los peruanos de mayor prestigio en el mundo.

Para esta conversación me referiré a tres puntos: su relación con la PUCP, con el país y con sus amigos.

Su estrecha relación con la PUCP: Para este primer tema les pido un ejercicio de imaginación: Ubiquémonos en el pasado, en 1958. Se crea la especialidad de Psicología y Ernesto Pollitt, uno de los más brillantes estudiantes de Letras y líder indiscutido de su generación, decide ingresar. Corre la voz que si Ernesto escoge esta nueva carrera, quiere decir que debe ser muy difícil y compleja y que hay que ser muy inteligente para seguirla. Así nace la reputación de la facultad, que sigue siendo vigente —y cierta— en la actualidad: que un rasgo central del psicólogo PUCP es la inteligencia.

Permítanme una injerencia personal. Algunos años después quien les habla ingresa a la PUCP, decidida a seguir Psicología y en mi primer año de Letras, participo de un hecho histórico: La sustentación como psicólogo de Ernesto, el primer estudiante de la especialidad que lo logra. Fue un acontecimiento importantísimo dado que en esa época muy pocos estudiantes sustentaban. En la querida Plaza Francia, horas antes del evento, no entraba ni un alfiler en la sala. Todo Letras y muchos de sus amigos de Derecho, que quedaba muy cerca en Riva Agüero, estábamos atentos al acontecimiento. Se contaban muchas anécdotas: anécdotas: Que los profesores no sabían cómo organizar la ceremonia porque no existía ningún protocolo previo y tuvieron que ser creativos; Que Ernesto viajaba inmediatamente a Estados Unidos, ¿y si perdía el avión? entre muchas otras. Como no alcancé sitio, seguí la tendencia de la época, pararme en una silla al lado de la ventana, ¡ventajas del tamaño!. Como una muestra de modernidad se pusieron altoparlantes para que los de afuera pudiéramos escuchar.

Finalmente, comenzó la exposición. Ernesto, serio, habló tranquilo y seguro. Su presentación clara, muy bien expuesta, no admitía réplica. Las preguntas de rigor contribuyeron al lucimiento del expositor. Psicología, la especialidad más joven, era la que más pronto lograba una graduación de excelencia...la de Ernesto.

Pero ¿cuál era la razón, aparte de su calidad profesional, para que se recibiera tan pronto? No existían precedentes en la época. El había ganado una beca y se iba a estudiar en Estados Unidos nada menos que con el Dr. John Money en la universidad de John Hopkins. Los que trabajamos en psicología de género sabemos de la importancia de Money, el gran pionero científico de estudios en el área. Es allí, en uno de los centros del conocimiento, que se inicia como científico. Muchos años después, al comentarle este hecho, me dijo, con la seriedad y modestia que lo caracterizaba, que aprendió mucho allí, sobre todo de la amplitud de los enfoques pero genuinamente le sorprendió mi emoción. ¡Cómo no sorprenderle si a través de su carrera muchos científicos de renombre serían sus colegas y él a su vez se ubicaría en el mismo nivel, su nivel!

Si bien la mayor parte de sus estudios y de su trabajo los realizó fuera del Perú, la PUCP fue siempre su ancla y nos visitaba con cierta regularidad. Además, llevó a cabo en el país investigaciones relacionando pobreza, nutrición y desarrollo, investigaciones modelo de como investigar. El fue el pionero que nos señaló con su experiencia la necesidad de abrir campos de estudio e investigación para que, como psicólogos, aportáramos a la realidad.

En los últimos años, en múltiples conversaciones que tuvimos, destacaba su preocupación porque se investigaba muy poco. Este tema lo llevó a conversar constantemente, especialmente desde su último regreso al Perú, con estudiantes y profesionales, aportando generosamente su experiencia. Dirigió, estimuló y proporcionó ayuda desde múltiples perspectivas: las últimas investigaciones sobre el tema, nuevos enfoques de estudio, así como la obtención de fondos, aclarando dudas y supervisando con gran generosidad.

Quiero recordarles la amplitud de su conocimiento. No me refiero a su campo específico de trabajo, ya nos lo reseñará con su reconocida calidad Santiago Cueto. Me refiero a la Psicología vista como un todo. El conocimiento amplio y generalizador, no limitado por la especialización sino demostrando como las diversas áreas de la Psicología se interrelacionan. A mí en muchas ocasiones me sorprendieron sus juicios precisos y además acompañados de los últimos estudios internacionales sobre una variedad de temas clínicos. Supuestamente no era su campo, pero ¿cuál es el campo de un estudioso como Ernesto? ¡Hasta de Rorschach me proporcionó datos! Él, que se disculpaba de hablar sobre ese tema, porque «yo de esto no conozco» pero vaya que sabía.

Ernesto recibió numerosos premios, nombramientos y reconocimientos a través de su vida, pero yo quiero detenerme en los que recibió de su casa de estudios.

Todavía recuerdo su emoción y su alegría cuando fue nombrado Profesor Honorario y posteriormente elegido como Exalumno Distinguido de la PUCP. Pero sobre todo, quiero mencionar su discurso de agradecimiento al ser reconocido como tal. Me conmueve referirme a la descripción que hizo de su historia y el paso por la PUCP, recuerdos asociados con sus sueños e ideales, así como el énfasis en la presencia viva de Carmen como su ilusión y su afecto y de Ricardo, su hijo, su orgullo y su prolongación. Asimismo, era claro en aquel discurso el amor y la preocupación respecto al Perú y a la niñez pobre. De manera muy somera, casi de refilón, se ocupó de su trabajo y sus logros. El Ernesto serio, a veces aparentemente distante, desapareció en ese ­hombre cálido, emocionado, que mostraba el lado humano, sensible y consistente del científico integrado a su Alma Mater.

El Perú, fuente de su preocupación y motivación. Toda su vida, Ernesto mostró un profundo sentido de responsabilidad y de compromiso con el país a través de sus investigaciones y estudios. Desde el inicio, la infancia, la desnutrición y el desarrollo mental del niño, sobre todo en el ámbito de la pobreza, se convierten en el eje de su trabajo al que dedicará su energía, inteligencia y persistencia. Pienso que este tema solo se trabaja a partir de una profunda identificación con el país, la cual nos señala el profundo amor al Perú, que lo sostuvo ante la cantidad de dificultades y frustraciones, pero también la alegría y el placer de los hallazgos y logros. Es así que vivió buscando soluciones a uno de nuestros problemas más terribles y aportó hallazgos esenciales señalando, por ejemplo, el rol que cumple la importancia del hierro en la desnutrición.

En conversaciones en los últimos años, comentando sobre sus estudios y relatando anécdotas de los distintos países donde vivió y trabajó, me explicaba algunos de sus pasos y de sus logros. Me impresionó sobre todo su visión optimista, incluso a pesar de reconocer no solo las dificultades, sino la influencia terrible de la ignorancia de los «expertos» y el problema, incluso de los científicos, para aceptar cambios, así como la interferencia de intereses no científicos bloqueando avances, experiencias vividas no sólo en el Perú sino también en países del primer y del tercer mundo.

Sin embargo, la persistencia en continuar estudios, prodigando generosamente su experiencia al Perú, lo caracterizó siempre y nunca dejó de pertenecer a su país, donde quiso estar siempre en la lucha, hasta el final.

Ernesto el amigo. Antes de ocuparme de Ernesto y la amistad, quiero conversar con ustedes de su relación de pareja y de familia, fundamento de su historia. Carmen, su esposa, era una muy joven estudiante de la PUCP, de quien él se enamoró en cuanto la vio, como sonriendo en múltiples ocasiones cálidamente, reconocía, y ella fue su compañera ideal de toda la vida. Ambos psicólogos, compartieron el amor y la pasión por la carrera, siendo los dos exponentes de lo mejor de la profesión. Carmen, a quien conozco de siempre porque compartimos el colegio y la amistad, junto a su hermana Rosa María, mi mejor amiga de esa época, es una persona brillante, quien sacó su doctorado en Boston University y fue Docente muy destacada de las universidades de Houston, California en Davis, entre otras. Carmen aportó en la pareja no solo su comprensión cognitiva y la rigurosidad intelectual, sino además y creo, sobre todo, la calidez de su afecto, de su espontaneidad, de su alegría y de su empatía y generosidad, llenando aspectos esenciales de la vida y proporcionando seguridad y comprensión. Ricardo, su hijo, un joven brillante, recibió el cariño, el apoyo y el estímulo familiar y hoy es un médico muy destacado que estudió en Stanford y trabaja en Boston.

Mutuamente enriquecieron su experiencia a través de sus vínculos de amistad con personas de distintos grupos, lo que permitió a la pareja primero y a la familia después, constituir vínculos profundos en un ámbito multicultural con colegas, amigos y estudiantes en todas las ciudades y los países en que vivieron.

Finalmente, la pregunta central, especialmente importante de responder para mí, Psicóloga Clínica: ¿Cómo era Ernesto y cómo lo recordamos? Creo que todos estaremos de acuerdo en que era un científico, con el enfoque claro, lúcido y sistemático del investigador; pero también era un Humanista, de una cultura amplísima, la historia, la literatura y también la física y la computación eran sus fuentes. Estuvo motivado por múltiples intereses como la música, el cine, el teatro y también era amante y conocedor del buen vino y la comida gourmet. Pero sobre todo, era una persona sensible y perspicaz ante la belleza, capaz de emocionarse ante una música y mucho más ante un niño. Recuerdo hace algunos años, cuando conoció a mi nieto, la ternura cuando lo cargó y la sonrisa que tanto Maxim, de meses y Ernesto intercambiaron, estableciendo inmediatamente el lazo afectivo.

Su capacidad para instaurar y además mantener vínculos profundos está directamente representada en su historia personal, con las relaciones consistentes con sus familiares, en especial los primos, los tíos, los sobrinos; con los amigos del colegio, los de su promoción que se reunían y compartían a pesar, y quizá precisamente por eso, por el tiempo transcurrido y los sueños compartidos de triunfos y de fracasos desde entonces.

Y qué decir de los amigos, de los colegas y de sus discípulos y alumnos. Para todos, él tenía la palabra amable, el consejo oportuno y la ironía certera y cálida que escondía la generosidad y la comprensión. Ernesto era una persona seria y en muchos que recién lo conocían, generaba en un inicio respeto y cierto temor, sobre todo el miedo a no estar a la altura de su calidad intelectual. Pero, rápidamente, él se encargaba de cambiar esa impresión y se convertía en el amigo y el guía.

Quiero terminar esta presentación parafraseando la opinión de un discípulo de Ernesto, el Dr. Adrián Díaz, Director Asociado de la ONG Acción contra el Hambre y profesor de Salud Pública de la Universidad de Buenos Aires. Él relata: «le consulté en relación a unos trabajos de mi ONG, le escribí un mensaje, como quien tira una botella al mar; es decir, como más esperanza que certeza de recibir respuesta. Me resulta difícil trasmitir la sensación que tuve aquel día, cuando del otro lado del teléfono, escucho una voz circunspecta y cálida, que luego de presentarse como Ernesto Pollitt, se disculpaba por no haber respondido antes mi mensaje y se mostraba interesado por lo que estábamos realizando en la Argentina. ¡Pollitt, el Dr. Ernesto Pollitt!, una de las personas más importantes en el campo de la nutrición y el desarrollo infantil, autor de cientos de publicaciones de primer nivel, ¿me estaba llamando? Tal fue mi sorpresa y emoción que no atinaba a decir palabra. Afortunadamente, logré sobreponerme para proponerle —con un ligero y quizá imperceptible tartamudeo— la posibilidad de mostrarle algunos resultados y borradores para iniciar el trabajo, lo cual aceptó de inmediato.

Así, luego de un rico diálogo virtual que duró algunos meses, realizó una visita de trabajo a Buenos Aires en compañía de su adorable esposa y compañera Carmen. Al cabo de los primeros minutos de charla, el Dr. Pollitt pasó a ser definitivamente Ernesto. El compañero que se arremanga para trabajar codo a codo junto a nosotros, el amigo con quien compartir preocupaciones, utopías y momentos de alegría y el consejero al cual recurrir cuando el norte se presenta algo borroso.

En efecto, rescatando el valor de lo subjetivo, puedo afirmar que el Dr. Pollitt, Ernesto, es todo eso junto y más. Es un científico de primer nivel, una persona sencilla, cálida, de enorme sensibilidad, un infatigable militante por la causa de los que menos tienen, un maestro generoso a la hora de compartir sus saberes, un humanista convencido y un ciudadano del mundo. En síntesis, una personalidad relevante por lo que es y lo que ha hecho y una figura clave en lo que queda por hacer en favor de los niños y niñas de nuestra querida América Latina»

El Dr. Pollitt, Ernesto, modelo de identidad para nosotros, nos deja también el vacío de su ausencia, muy difícil de llenar, pero de su vida aprendemos que el ser científico y el ser humanista no son posiciones divergentes, al contrario, se relacionan e interactúan, logrando al integrarse conformar una personalidad, como la suya, estable, sólida y de excelencia.

 

Matilde Ráez Vda. de Ramírez

Pontificia Universidad Católica del Perú

 

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