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Areté

Print version ISSN 1016-913X

arete vol.23 no.2 Lima  2011

 

ARTÍCULOS

 

Lo inconsciente en la explicación social*

The unconscious in social explanation

 

Mark Bevir

University of California, Berkeley

* Una versión anterior de este artículo fue publicada como "The Unconscious in Social Explanation", en: Philosophical Psychology, XVII, 2 (2004), pp. 181-207.

 


Resumen

El verdadero alcance y contenido de lo inconsciente en las Ciencias Humanas debería ser establecido en referencia a su relación conceptual con la psicología popular que moldea a la forma estándar de explicación allí en juego. Un estudio de dicha relación muestra que los científicos de las Ciencias Humanas deberían apelar al inconsciente solo cuando el lenguaje de lo consciente les falla, esto es, especialmente cuando encuentran un conflicto entre la autocomprensión de las personas y sus acciones. Este estudio muestra también que los científicos de las Ciencias Humanas deberían adoptar un concepto más amplio de lo inconsciente que aquel desarrollado por Freud, es decir, un concepto que esté libre de la concepción freudiana ahistórica de los instintos y su énfasis ahistórico en las experiencias sexuales de la niñez. Lo inconsciente, entendido de esta manera, tiene una relación ambigua con las más recientes vertientes lingüísticas y narrativas del Psicoanálisis.

Palabras clave: explicación, Freud, mente, Psicología, Narrativa, Sociología, inconsciente.

 


Abstract

The proper range and content of the unconscious in the human sciences should be established by reference to its conceptual relationship to the folk psychology that informs the standard form of explanation therein. A study of this relationship shows that human scientists should appeal to the unconscious only when the language of the conscious fails them, that is typically when they find a conflict between people’s self-understanding and their actions. This study also shows that human scientists should adopt a broader concept of the unconscious than the one developed by Freud, that is, one free from his ahistorical concept of the instincts and his ahistorical emphasis on the sexual experiences of childhood. The unconscious, understood in this way, has an ambiguous relationship to more recent linguistic and narrativist strands of psycho-analysis.

Key words: explanation, Freud, mind, Narrative, Psychology, Sociology, unconscious.

 


La genialidad de Freud yace en los conceptos que nos legó para discutir cosas que la gente difícilmente podía discutir previamente1. Allí donde las personas encontraban puro sin sentido, encuentran ahora patrones de comportamiento dotados de sentido. Los "sueños [sostuvo Freud] no son comparables al sonido desordenado de un instrumento musical golpeado por una fuerza externa en lugar de por la mano del músico; no carecen de sentido, no son absurdos"2. El freudismo dota de sentido a lo que de otro modo parecería absurdo.

El Psicoanálisis nos provee de un lenguaje centrado en la idea de lo inconsciente, un lenguaje con el cual hablar de las acciones y creencias humanas cuando nuestro lenguaje estándar nos falla. Se ocupa de casos en los que las personas no reconocen, o incluso no aceptarían, características de sus creencias y comportamientos que creemos que son significativas. Cuando el lenguaje de la intencionalidad nos falla, podemos decir que alguien creía en algo inconscientemente o que actuó sobre la base de un deseo inconsciente. Sin embargo, atribuir este rol al concepto de lo inconsciente no supone necesariamente suscribir la visión que tenía Freud del alcance y contenido del mismo. No es necesario aceptar que el lenguaje del Psicoanálisis ofrece una manera útil de discutir casi toda nuestra vida social, incluyendo creencias y comportamientos que pueden ser descritos adecuadamente por lo consciente. Tampoco tenemos que aceptar que el lenguaje con el cual discutimos lo inconsciente debe estar atado a las teorías de Freud acerca de asuntos como los instintos humanos y la sexualidad infantil.

Quisiera considerar qué aspectos del pensamiento de Freud son relevantes para el científico de las Ciencias Humanas y cuáles deben reservarse para el psicoanalista comprometido. Al concentrarme en Freud, no deseo sugerir que todos los científicos de las Ciencias Humanas interesados en lo inconsciente se apoyan en la teoría freudiana. Aunque Freud sigue siendo una de las mayores influencias en estos científicos, algunos de ellos utilizan las teorías de otras escuelas de Psicoanálisis, mientras que otros se basan en teorías de la Psicología no analítica3. Una gran variedad de psicologías formales han alejado a los científicos de las Ciencias Humanas de la confianza en la psicología popular de la vida cotidiana. Pese a ello, espero que el enfocarnos en Freud nos permita llegar a algunas conclusiones generales acerca del uso que los científicos de las Ciencias Humanas pueden hacer de cualquier psicología formal, y especialmente del concepto de lo inconsciente. Nos aproximaremos a dichas conclusiones generales considerando la relación conceptual que cualquier psicología formal debe tener con nuestra psicología popular si es que ha de tener un lugar en las Ciencias Humanas. Al concentrarnos en los requisitos conceptuales de cualquier psicología formal en tanto aplicada a la vida social, esperamos evitar abordar los bien ensayados y –al menos para mí– difíciles debates acerca de la fuerza de la evidencia empírica a favor de las psicologías formales4. En lugar de enredarnos en estos debates quisiera explorar la antropología filosófica del freudismo. El Psicoanálisis proporciona una descripción de la mente y el comportamiento. Mi tarea filosófica es explorar los conceptos que dan forma a esta descripción con miras a evaluar su compatibilidad con otras formas de explicación social.

Dada la extensa literatura existente en torno a Freud, tal vez debería decir unas cuantas cosas acerca de cómo abordaremos sus teorías. Interpretaremos a Freud como un científico que postuló un ambicioso conjunto de hipótesis diseñado para dirigir un programa de investigación cuya validez permanece en discusión. Dentro de este contexto nos preguntaremos cuánto de este programa de investigación debe ser asumido por los científicos de las Ciencias Humanas interesados en cómo deben proceder aquí y ahora, y no en cómo deberían proceder alguna vez en el futuro si es que estas hipótesis resultasen correctas. Al tratar a Freud de esta manera, lo leeremos como un pensador comprometido con un Positivismo que busca comprender el comportamiento social en términos del tipo de mecanismos causales que se encuentran en las Ciencias Naturales, antes que apoyándose en procesos de racionalización y contextualización que generalmente utilizamos en nuestras descripciones cotidianas del comportamiento. Permítasenos enfatizar, sin embargo, que nuestra lectura de Freud no hace imposibles los intentos de separar sus ideas de dicho positivismo. Por el contrario, una manera de caracterizar lo que buscamos hacer sería precisamente decir que deseamos delinear las fronteras de un concepto plenamente humanista de lo inconsciente. Leer a Freud como un pensador comprometido con el Positivismo es, sin embargo, al menos según algunos de sus intérpretes, atenuar el grado en el cual él rechazó, más tarde, muchas de sus teorías tempranas. Permítasenos aquí, en lugar de tratar de justificar nuestra lectura de Freud, sugerir que dichas disputas interpretativas son, en gran parte, irrelevantes para nuestros argumentos centrales. Quisiera delinear una descripción aceptable de lo inconsciente usando a "mi Freud" como una careta. Siempre y cuando otros acepten la descripción de lo inconsciente que aquí se presenta, yo estaría dispuesto a permitir que conserven a sus distintos Freuds.

¿Qué deberían sacar los científicos de las Ciencias Humanas de Freud? ¿Cuánto alcance, y qué contenido, deben darle al concepto de lo inconsciente? Las respuestas que proporcionaré a estas preguntas nos llevarán a un concepto de lo inconsciente que se entrecruza hasta cierto punto con las vertientes lingüísticas y narrativas del Psicoanálisis.

Explicación social estándar

Para identificar el alcance y contenido que debemos atribuir a cualquier psicología formal, debemos primero captar el alcance y contenido del lenguaje estándar de la explicación social. Para descubrir cuándo y cómo debemos referirnos al inconsciente, primero debemos captar cuándo y cómo usamos conceptos asociados a lo consciente.

Como científicos de las Ciencias Humanas, no deberíamos discutir la conciencia y el comportamiento usando el lenguaje de las Ciencias Naturales y sus conceptos, como masa, velocidad y composición química. Como científicos de las Ciencias Humanas, deberíamos discutir la conciencia y el comportamiento usando la psicología popular y sus conceptos, como creencia, deseo e intención. Todos nosotros estamos más o menos comprometidos con la psicología popular en tanto la usamos en nuestra vida cotidiana5. Más aun, si es que tomamos una posición agnóstica en cuanto a la validez de la evidencia de las psicologías formales, continuaremos adhiriéndonos de manera primaria a una psicología popular cuyo valor para nosotros queda ejemplificado en el homenaje que le rendimos a ella en nuestra vida cotidiana. La mayoría de científicos de las Ciencias Humanas comenzarán, entonces, con una reflexión acerca del comportamiento utilizando los conceptos de la psicología popular. La psicología popular que los científicos de las Ciencias Humanas utilizan prioriza lo consciente sobre lo inconsciente, y por lo tanto, prioriza una forma de explicación racional y contextualizante, en la que la idea relevante de racionalidad es la noción amplia de lo que es racional hacer para alguien dada su perspectiva, y no la noción más estrecha de lo que es objetivamente racional hacer para él. La prioridad en juego aquí es conceptual y no de hecho. Tal vez en realidad haya más creencias conscientes y racionales que inconscientes e irracionales, o tal vez no. De cualquier modo, la prioridad conceptual de lo consciente supone que los científicos de las Ciencias Humanas deberían empezar intentando explicar las creencias y los comportamientos en términos racionales.

Considérese la prioridad conceptual de lo consciente. Nuestra descripción usual de las acciones sugiere que estas están bajo el control consciente del agente en cuestión: discutimos el comportamiento consciente como si fuese voluntario. Por ejemplo, si decimos que alguien fue al café porque tenía hambre, con ello queremos decir que escogió hacerlo debido a su hambre. Por el contrario, nuestra descripción de acciones producidas por lo inconsciente supone que estas están más allá del control del agente en cuestión: discutimos dicho comportamiento como si fuese obligatorio. Por ejemplo, si decimos que alguien fue al café porque inconscientemente utiliza la comida como una fuente de confort en tiempos de estrés, queremos decir que difícilmente podría haber hecho otra cosa que ir al café. Consideramos a la acción producida por lo inconsciente como obligatoria de una manera que la contrasta con la acción voluntaria que es tomada como la norma; y, sin embargo, contrastamos a la acción voluntaria no con la acción inspirada por lo inconsciente sino con el movimiento de objetos inanimados. Así, debido a que la idea de comportamiento obligatorio presupone una idea previa del comportamiento voluntario, lo consciente es conceptualmente previo al inconsciente.

La prioridad conceptual de lo consciente se manifiesta en dos características esenciales de la manera en que aplicamos el concepto de lo inconsciente. La primera es que apelamos al inconsciente solo cuando no podemos darle sentido a algo en términos de lo consciente. Por ejemplo, si alguien nos dice que quiere ir al café porque tiene hambre, usualmente aceptamos dicha comprensión consciente de su propio comportamiento. Buscaríamos motivos inconscientes solo si, por ejemplo, alguien que constantemente va a los cafés diez minutos después de una comida completa (entrada, plato principal y postre), nos dijera que lo hace porque tiene hambre. Lo consciente es previo aquí al inconsciente en tanto lo inconsciente entre en escena solamente en aquellas ocasiones en las que lo consciente nos falla en algún sentido.

La segunda característica especial de la manera en que aplicamos el concepto de lo inconsciente es que lo hacemos de maneras que imitan nuestra comprensión de lo consciente. Tratamos de dar cuenta del comportamiento obligatorio en términos de creencias, deseos, intenciones y otros conceptos cuyos significados derivan de los términos que utilizamos para discutir lo consciente. Si no podemos encontrar un patrón inteligible en las acciones de alguien, si no podemos describir sus acciones en términos de creencias, deseos y otros conceptos semejantes, entonces diríamos que sus acciones carecen de sentido, no que sus acciones surgen de su inconsciente. Lo consciente es aquí previo al inconsciente en tanto nuestra comprensión de lo inconsciente reposa en una analogía con lo consciente.

La prioridad conceptual de lo consciente da pie a una presunción a favor de una forma de explicación racional y contextualizante. Debido a que el concepto de lo consciente que opera en la psicología popular encarna una presunción a favor de la racionalidad, debemos empezar intentado explicar las creencias y acciones conscientes en términos racionales. Podemos ver cuán importante es la presunción de racionalidad con respecto a las creencias racionales al examinar la manera en que nos comunicamos entre nosotros. De manera decisiva, no podríamos tener un lenguaje en absoluto si es que decir una cosa usualmente no excluyese decir otra. Por ejemplo, si decir que un objeto está en un lugar no excluyese decir que no está ahí, entonces decir que está ahí no tendría significado. La existencia misma de un lenguaje, por lo tanto, presupone que hay una presunción de consistencia gobernando su uso en enunciaciones particulares. Incluso si un lenguaje pudiese existir sin un concepto afín a nuestra idea de racionalidad, tendría que mostrar atributos afines a la consistencia, y estos atributos tendrían que constituir una norma dado que los hablantes del lenguaje no serían capaces de atribuir significados a los enunciados salvo que presuman consistencia en ellos. Sin embargo, no podemos tratar el uso que las personas le dan al lenguaje en términos de una presunción de consistencia si es que no asumimos que las personas sostienen creencias razonablemente racionales. Por ejemplo, si alguien dice que un objeto está en un lugar, no podemos asumir que esto excluye el que diga que no está ahí, salvo que presumamos que no cree que esté tanto ahí como no ahí. Así, el mismo hecho de poseer un lenguaje muestra que asumimos que las creencias conscientes son racionales en el sentido amplio en que son consistentes.

Podemos ver cuán importante es la presunción de racionalidad con respecto al comportamiento consciente por medio del examen de la naturaleza de las intenciones. Si las intenciones fuesen deseos momentáneos, no podríamos hacer planes que requieran que nosotros llevemos a cabo una serie de acciones en momentos distintos –no podríamos tener la intención de hacer cosas en el futuro–. Por ejemplo, cuando la gente hace cola una tarde fría y húmeda con miras a comprar entradas para un partido de fútbol que tendrá lugar en dos semanas, no hacen esto, usualmente, debido a que tengan el deseo de estar en la cola, sino porque han ordenado sus deseos en un conjunto racional que les permite actuar en un ahora de acuerdo a un plan para el futuro. La psicología popular caracteriza como intencionales las acciones humanas.

Desde esta perspectiva, las intenciones no pueden ser reducidas a deseos del momento sino que son grupos más o menos consistentes de deseos agrupados para sustentar planes futuros. La naturaleza intencional del comportamiento consciente presupone, por tanto, que las personas organizan sus deseos en grupos consistentes. Más aun, una vez que aceptamos que las intenciones son conjuntos de deseos más o menos racionales, concedemos con ello que las acciones inspiradas por las intenciones también deben ser más o menos racionales. Si las acciones encarnan intenciones, y si estas intenciones son más o menos consistentes, también las acciones deben ser más o menos consistentes. Por lo tanto, nuestra caracterización del comportamiento consciente como comportamiento intencional muestra que asumimos que es racional en el sentido amplio en que es consistente.

Las Ciencias Humanas se apoyan en la presunción de la psicología popular a favor de la racionalidad de las creencias y el comportamiento. La forma estándar de explicación del comportamiento social, por tanto, tiene una forma racional y contextualizante. Hay una serie de falacias usuales en torno a lo que esto significa. En particular, algunos teóricos de la psicología se acercan peligrosamente a plantear una falsa dicotomía entre "el animal que desea" de Freud y "el animal egoísta" de la mayoría de los científicos de las Ciencias Humanas, como si el no recurrir al Psicoanálisis fuese equivalente a adoptar una psicología simplista y egoísta6. La psicología popular no nos ofrece ninguna de estas alternativas radicales. Ella supone, más bien, explicar el comportamiento y la conciencia humanos en términos de las razones que las personas tienen para creer, querer o hacer lo que creen, quieren o hacen desde su propia perspectiva. Dichas razones para una creencia, deseo o acción dados pueden ser religiosas, morales, económicas o de cualquier otro tipo. La psicología popular no supone que expliquemos las cosas usando un concepto más rígido de la racionalidad que este, ni uno expresado en términos de lo que uno debería creer dada la evidencia, ni uno expresado en términos de la economía del interés propio.

Algunos teóricos de la psicología sugieren que, pese a que "el animal egoísta" es prácticamente adecuado para el estudio de la economía, la política y otras áreas que por mucho tiempo han sido parte de las Ciencias Humanas, "el animal que desea" resulta vital para nuevas vertientes que se concentran en temas como el sexo y la familia. Tomemos como un ejemplo, por tanto, de cómo la psicología popular opera, el estudio clásico del profesor Stone, The Family, Sex and Marriage in England 1500-18007. Stone traza el surgimiento de familias nucleares vinculadas por lazos afectivos. La norma en el siglo XVI y a principios del siglo XVII era una familia extendida, basada en intereses políticos y económicos, familia "caracterizada por la intercambiabilidad, de modo que la substitución de una esposa por otra o de un hijo por otro resultaba sencilla"8. Para inicios del siglo XIX, la norma se había vuelto una familia más pequeña basada en afecto genuino. ¿Cómo explicar este giro? Stone nos ofrece una explicación racional moldeada por la psicología popular. Sostiene que este giro reflejó tres "cambios simultáneos e interrelacionados": "el declive de la prole y el clientelismo como los principios fundamentales de organización de una sociedad basada en la tenencia de tierras", "el auge de los poderes y demandas del Estado", y el "éxito del protestantismo, especialmente de su ala puritana, en llevar la moralidad cristiana a la mayoría de hogares"9. La psicología popular nos permite observar claramente cómo estos tres cambios podrían llevar a las personas a formar familias más pequeñas y más afectuosas. No es necesario apelar al inconsciente para explicar dicho giro. Lo podemos explicar de manera perfectamente adecuada al referirlo a las maneras en que diversas experiencias y doctrinas les brindaron a las personas una nueva perspectiva desde la cual era racional para ellos adoptar una nueva clase de estructura familiar.

De acuerdo a Stone, más aun, los tres cambios que llevan a este nuevo tipo de familia –el declive de la prole y el clientelismo, el auge del estado y el protestantismo– fueron ellos mismos producto de diversos factores que alteraron la visión que las personas tenían de las cosas, y por lo tanto de lo que era racional, para ellos, pensar y hacer. Dichos factores incluían algunos que enfatizaban adhesiones distintas a las "lealtades privadas y locales a individuos": la Reforma subrayaba la adhesión moral a Dios; la educación básica y universitaria del humanismo subrayaba la adhesión al príncipe; la educación de los Colegios de Abogados subrayaba la adhesión a una abstracción, el Derecho Anglosajón (common law). Los factores responsables del cambio incluían también experiencias humanas sociales y económicas de relaciones impersonales: "el crecimiento de relaciones más comerciales entre un hombre y otro hombre [ayudó] a erosionar las viejas afiliaciones comunales"10. En el contexto de estos desarrollos, los puritanos heredaron un legado que incluía un ideal del sagrado matrimonio como algo basado en lazos de amor y respeto por el individuo. Irónicamente, una reacción a los excesos del puritanismo promovió un espíritu de tolerancia, lo cual reforzó el legado puritano en la vida doméstica. Dicho legado también se vio reforzado por la nueva teoría política, en la que John Locke atacó el viejo argumento, tal y como lo presentó nuevamente Robert Filmer, según el cual la autoridad del rey y del padre deriva de la autoridad de las Escrituras. El legado puritano, el declive del entusiasmo religioso y la nueva teoría política proveyeron un contexto en el que los ideales de la Ilustración se enraizaron. En consecuencia, "las relaciones familiares se vieron fuertemente afectadas por el concepto de acuerdo al cual la búsqueda de la felicidad individual es una de las leyes básicas de la naturaleza, y también por el movimiento creciente que buscaba poner algún freno a la inhumanidad del hombre contra el hombre"11.

Cuando Stone finalmente sintetiza su interpretación del enorme giro que él ha expuesto, no se fija en la operación inconsciente de nuestros instintos, sino en la noción del auge del espíritu democrático, noción que procede de Tocqueville. La interpretación de Stone comienza con un cambio de perspectiva, y luego regresa a los cambios económicos y sociales que hicieron posible este cambio de perspectiva: "Él [Tocqueville] creía que el espíritu de independencia era resultado de un giro cultural importante, promovido por el protestantismo y reforzado por los derechos del autogobierno. ‘La libertad es, por tanto, insertada en el círculo doméstico por hábitos políticos y opiniones religiosas’. Lo que omitió mencionar fue, en primer lugar, la enorme influencia del crecimiento de una clase media grande, independiente y confiada, dotada de una educación urbana y que gozaba de suficiente tiempo libre; y omitió también, en segundo lugar, mencionar la homogeneidad cultural entre esta clase y la clase terrateniente, ya que muchos de los miembros de la primera eran los jóvenes hijos de los miembros de la segunda"12. Este es un magnífico ejemplo de explicación racional fundada en la psicología popular.

Uno podría asumir razonablemente que, dado que las Ciencias Humanas dependen de la psicología popular y, por tanto, de una presunción a favor de la explicación racional, por ello, constituyen una actividad cualitativamente diferente de las Ciencias Naturales. Sin embargo, los positivistas devotos de las Ciencias Naturales alegremente asimilan las Ciencias Humanas a las Naturales. Estos basan su positivismo en uno o dos argumentos: los fisicalistas sugieren que los asuntos humanos son como mucho una manifestación de objetos físicos; los positivas sociales sugieren que podemos explicar los asuntos humanos usando los mismos conceptos de causalidad que usamos para explicar eventos físicos. Veremos que ninguno de estos argumentos debería tener fuerza alguna para los científicos contemporáneos de las Ciencias Humanas.

Los fisicalistas defienden una teoría de la identidad de la mente, de acuerdo a la cual todos los estados cognitivos corresponden a estados neurofisiológicos, de modo que podemos reducir la psicología popular al lenguaje de las Ciencias Naturales13. Claramente, hablamos de los asuntos humanos tanto en términos mentales como físicos: hablamos de personas que tienen creencias y deseos, y hablamos de desbalances químicos en el cerebro. ¿Cómo se relacionan, sin embargo, estos dos lenguajes entre sí? Los fisicalistas sostienen que debemos reducir la psicología popular al lenguaje de la ciencia cognitiva o, de no poder hacerlo, debemos renunciar a la psicología popular completamente. El prestigio de las Ciencias Naturales hace que el fisicalista se muestre impaciente frente a todo lenguaje no físico. El problema con el fisicalismo es que por el momento no podemos reducir la psicología popular a la ciencia cognitiva, y pese a ello no tenemos un lenguaje físico capaz de ocupar su lugar. En consecuencia, los científicos de las Ciencias Humanas deben usar la psicología popular simplemente porque no hay alternativa. Los fisicalistas no sostienen que la ciencia cognitiva nos dé ya una alternativa frente a la psicología popular. Solamente argumentan que lo hará en el futuro. Así, los científicos de las Ciencias Humanas pueden razonablemente preguntar qué deben hacer mientras esperan que los científicos cognitivos les digan cómo deberían discutir los asuntos humanos. El fisicalismo es algo a lo que se aspira, un programa de investigación basado en la fe en la ciencia. Si esta aspiración se vuelve alguna vez una realidad, los científicos de las Ciencias Humanas podrían tener que repensar sus disciplinas. Pero hasta ese entonces, deben continuar trabajando con la psicología popular simplemente porque es el lenguaje que utilizamos para discutir los asuntos humanos.

Los positivistas sociales sostienen que la psicología popular es análoga al lenguaje de las Ciencias Naturales. Son reduccionistas que transfieren el concepto de causalidad que se encuentra en las Ciencias Naturales a la psicología popular y, de ese modo, sugieren que leyes causales determinan la naturaleza de los estados psicológicos. Ellos sostienen implícitamente que, del mismo modo en que la gravedad causa que las manzanas caigan, fuerzas psicológicas o sociológicas causan que las personas crean y deseen lo que creen y desean. En ocasiones, los positivistas sociales sostienen implícitamente que evitan el reduccionismo debido a su tesis de que las fuerzas sociológicas o psicológicas determinan los estados psicológicos solamente en la última instancia. Es decir, cuando sostienen que la determinación se aplica, no directamente, sino solamente en la última instancia, son capaces con frecuencia de convertir sus teorías sociales en teorías más sutiles dado que dejan espacio para factores no-determinantes. Pese a ello, el asunto filosófico central permanece sin alteraciones sea que la determinación sea directa o solamente en la última instancia. O bien los positivistas sociales desean introducir un concepto de causalidad tomado de las Ciencias Naturales en la psicología popular o no lo desean. Si no lo desean, deberían dejar de hablar como lo hacen. Si lo desean, pueden hablar de ese modo, pero de cualquier forma podemos cuestionar cuán apropiado es su concepto de causalidad para la vida social.

De hecho, no podemos discutir los asuntos humanos como discutimos los eventos físicos debido a la razón suficiente de que la aplicación de los conceptos de la psicología popular depende de criterios de racionalidad, y dichos criterios no tienen lugar en el lenguaje de la Ciencia Natural14. Hemos visto ya que cuando atribuimos creencias y deseos a las personas, lo hacemos de tal modo que tratamos de sacar a la luz su racionalidad interna. En contraposición, los científicos naturales atribuyen propiedades a los objetos físicos usando criterios como masa, velocidad y concentración. Y es la naturaleza no racional de estos criterios la que sostiene el concepto científico de causalidad.

No podemos explicar los estados psicológicos como resultados determinados de antemano de relaciones legaliformes, debido a que el concepto de causalidad que se encuentra en las Ciencias Naturales no tiene lugar en la psicología popular. La psicología popular nos exige explicar los estados psicológicos como productos de la razón humana y, cuando explicamos algo en términos de razón humana, sugerimos que las personas concernidas, en cierto sentido, podrían haber reaccionado de manera diferente y, si lo hubiesen hecho, los eventos no se hubiesen desarrollado de la manera en que lo hicieron. Nuevamente, si una cosa depende de elecciones más o menos racionales, debemos explicarla como el producto de dichas elecciones, de modo tal que no podemos explicarla como el resultado determinado previamente de procesos legaliformes; después de todo, las elecciones no serían elecciones si una ley las hubiese fijado.

Hemos rechazado el positivismo social sobre la base de que la forma estándar de explicación en las Ciencias Humanas se apoya en la psicología popular. Sin embargo, algunos positivistas (especialmente conductistas) intentan cuestionar la psicología popular no solo como una forma de explicación sino como un modo de descripción. Muchos conductistas desean evitar toda descripción que se apoye en conceptos asociados a los estados mentales, como sea que estos se conciban15. En gran medida, sostener que la explicación dentro de las Ciencias Humanas depende de conceptos atados a estados mentales equivale a sostener que es razonable aplicar dichos conceptos para describir el comportamiento. Tal vez podríamos incluso cuestionar la idea de que podemos verdaderamente distinguir entre la descripción y la explicación. Incluso si no lo hacemos, sin embargo, debemos con seguridad aceptar que los científicos de las Ciencias Humanas buscan explicar el comportamiento, no solo describirlo. Así, debido a las explicaciones relevantes usualmente aplicadas en la psicología popular, no podemos excluir propiamente de las Ciencias Humanas conceptos asociados a estados mentales.

Antes de dejar atrás finalmente al conductismo, debemos abstenernos por el momento de localizar los debates en torno al alcance y contenido de lo inconsciente en el contexto que el conductismo brinda. Claramente, el conductismo excluye todo concepto de lo inconsciente, incluyendo el de Freud y aquel que aquí defenderemos. Se ha sugerido incluso que la fuerza del conductismo dentro de las Ciencias Humanas ayuda a explicar por qué el freudismo ha suscitado un interés tan limitado16. Sin embargo, ha habido una retirada notablemente extensa del conductismo. La escuela de Chicago y, más recientemente, los teóricos del postestructuralismo y de la elección racional, cada uno a su manera, han fijado la atención en la subjetividad y la agencia como elementos moldeados por las prácticas, instituciones y estructuras sociales, pero que también contribuyen a la transformación de estas últimas17. Todo tipo de teóricos sociales contemporáneos intentan entender la vida social y el cambio social explorando la conciencia y la agencia, algunos de ellos consideran que ambas son socialmente construidas. Estas preocupaciones entrecruzadas en torno a la subjetividad, la agencia, las prácticas y el lenguaje plantean las preguntas acerca de cómo debemos entender la intencionalidad que usualmente detectamos en el comportamiento humano y acerca de qué lugar darle a la racionalidad y al inconsciente dentro de ella. Si el lugar del conductismo dentro de las Ciencias Humanas contribuyó a una hostilidad hacia el freudismo, y si el conductismo ha sido ampliamente desacreditado, entonces pareceríamos estar ahora en un momento oportuno para preguntarnos, una vez más, acerca del rol y el contenido que deberíamos atribuirle al inconsciente.

Al rechazar el conductismo y otras formas de positivismo, deberíamos pensar las Ciencias Humanas como disciplinas que intentan normalmente dotar de sentido a la conciencia y al comportamiento humanos usando la psicología popular. Debido a que los científicos de las Ciencias Humanas usan la psicología social, más aun, deberían darle prioridad conceptual a lo consciente y a la forma racional de explicación que subraya la consistencia interna de las creencias o intenciones del agente en cuestión. Los científicos de las Ciencias Humanas no pueden renunciar a esta forma racional de explicación en favor de un concepto científico de la causalidad sociológica o psicológica debido a que ello constituiría un error categorial –sería importar a la psicología popular un determinismo que es incompatible con su propia naturaleza18–. De manera similar, los científicos de las Ciencias Humanas no pueden rechazar la psicología popular, ni por lo tanto esta forma racional de explicación, por un determinismo físico, debido a que el estado actual de la ciencia cognitiva implica que dichos científicos no poseen un conjunto alternativo de conceptos para tomar su lugar. Los científicos de las Ciencias Humanas tienen que trabajar con la psicología popular.

El alcance del Psicoanálisis

¿Cómo encajan las psicologías formales con nuestra descripción de las Ciencias Humanas? Podemos empezar a responder esta pregunta explorando cuánto espacio conceptual deja nuestra adhesión a la psicología popular para las psicologías formales, a la vez que ponemos entre paréntesis los asuntos en torno a la evidencia a favor y en contra de la teoría psicoanalítica. ¿Qué rol deja la prioridad conceptual de lo consciente al inconsciente? La respuesta es la siguiente: un rol derivado. Nuestra forma estándar de explicación social no hace uso del freudismo. Ella explica las creencias y las acciones mostrando cómo tienen sentido desde el punto de vista del agente, y no refiriéndolas a un inconsciente enraizado en los instintos innatos. De manera más dramática, podemos indicar cómo nuestra forma estándar de explicación social, con su confianza en la psicología popular, es usualmente incompatible con el freudismo al aplicarse a cualquier creencia o acción dada. Cuando los científicos de las Ciencias Humanas explican aspectos de la conciencia y el comportamiento usando la forma racional y contextualizante de explicación asociada con la psicología popular, usualmente no se ven obligados a discutir aquellos aspectos de la conciencia y el comportamiento usando el lenguaje del Psicoanálisis. Hay pues dos características interconectadas del lenguaje del Psicoanálisis que lo hacen incompatible en gran medida con nuestra explicación social estándar. Se trata del rol central que se le atribuye al inconsciente y su positivismo. Consideraremos dichas características por separado.

La primera característica del freudismo que hace al Psicoanálisis incompatible en gran medida con la explicación social estándar es el rol central que le otorga al inconsciente. Cuando los científicos de las Ciencias Humanas aplican el lenguaje del Psicoanálisis, reemplazan las razones conscientes que alguien tiene para pensar o hacer algo por razones inconscientes y presuntamente reales. Para hacer esto descartan la explicación de creencias y acciones en términos de razones conscientes. Cuando los científicos de las Ciencias Humanas introducen razones inconscientes, descartan por ello como falsas las razones conscientes relevantes. Lo hacen porque la prioridad conceptual de lo consciente es tal que recurrir al inconsciente es, como hemos visto, sugerir implícitamente que lo consciente ha fallado en algún sentido. El hecho de que recurramos al inconsciente supone que no podemos explicar adecuadamente el objeto al que nos enfrentamos en términos de lo consciente. Cuando los científicos de las Ciencias Humanas recurren al inconsciente, sugieren que hay algo errado en la autocomprensión de la persona en cuestión.

Freud planteó de manera adecuada el conflicto entre lo inconsciente y lo consciente al definir al primero19. Identificó tres maneras en las cuales una persona puede tener una creencia, deseo o intención en un momento dado. En primer lugar, las personas tienen estados psicológicos autoconscientes, esto es, estados de los que son conscientes en un momento dado. Somos autoconscientes de un estado psicológico solo si estamos pensando en él, si dejamos de pensar en él, deja de ser parte de nuestra autoconciencia. Pese a que los estados psicológicos autoconscientes son cosas sobre las que estamos pensando, no es necesario que sean por ello especialmente razonables o mensurables: por definición, son objetos de nuestra atención, pero nuestra atención puede estar parcializada y ser negligente. En segundo lugar, las personas tienen estados psicológicos preconscientes, esto es, estados de los cuales no son conscientes en un momento dado a pesar de que los poseen. Los estados psicológicos preconscientes deben existir dado que no podemos pensar en todas nuestras creencias, deseos e intenciones al mismo tiempo.

Lo preconsciente incluye tanto a los estados psicológicos de los cuales las personas han sido conscientes en el pasado, como a los estados que razonablemente podemos atribuirles pese a que nunca han sido conscientes de ellos. En tercer lugar, las personas tienen estados psicológicos inconscientes, estos es, estados de los cuales no son conscientes y que entran en conflicto con lo autoconsciente o lo preconsciente en ellos (o con ambos). Nuestros estados mentales inconscientes no solo son implícitos; también entran en conflicto al menos con alguno de nuestros estados autoconscientes o preconscientes.

Mientras que los estados preconscientes pueden entrar en lo consciente sin dificultad alguna, pasando por ello de ser latentes y débiles a autoconscientes y fuertes, los estados inconscientes están escindidos de la conciencia por su incompatibilidad con esta, y esto es así sin importar cuán fuertes sean.

Como Freud lo explicó, lo inconsciente "designa… ideas con cierto carácter dinámico, ideas que se mantienen aparte de la conciencia pese a su intensidad y actividad"20. La incompatibilidad, o el conflicto, es una característica fundamental de lo inconsciente.

Algunos teóricos del Psicoanálisis buscan asumir un concepto más amplio de lo inconsciente que aquel que hemos atribuido a Freud. Pueden definir lo inconsciente de tal modo que incluya cualquier estado psicológico que las personas no reconocerían como propio a pesar de serlo. Debido a que esta definición no estipula que lo inconsciente deba ser incompatible con lo consciente, podría parecer que deja abierta la posibilidad de asimilar lo preconsciente al inconsciente. Sin embargo, este concepto amplio de lo inconsciente todavía hace del conflicto un elemento central de lo inconsciente. Después de todo, si alguien no reconoce un estado psicológico que de hecho posee, presumiblemente negará poseerlo, de tal modo que, cuando menos, el hecho de poseerlo entrará en contradicción con su creencia según la cual no lo posee. Con seguridad, entonces debemos seguir a Freud al considerar la incompatibilidad como fundamental para lo inconsciente. Estos significa que los científicos de las Ciencias Humanas que explican las creencias y las acciones usando una forma racional de explicación fundada en la psicología popular pueden referirse a lo preconsciente así como a lo consciente, recurriendo así al Psicoanálisis. Por ejemplo, imagínese que un mercader en la Inglaterra del siglo XVIII llegue a fomentar relaciones impersonales debido a que sus actividades económicas lo llevan a percatarse de manera preconsciente de las normas del individualismo posesivo de mercado. Los científicos de las Ciencias Humanas podrían explicar su actitud cambiante hacia su parentela haciendo referencia a sus creencias preconscientes, y podrían hacerlo usando precisamente la forma racional y contextualizante de explicación que encontramos en el estudio de Stone. Podrían explicar este cambio de actitud mostrando que tenía sentido desde su perspectiva. No necesitarían introducir conceptos freudianos atados al inconsciente.

Debido a que lo inconsciente es siempre incompatible con lo consciente, definido este último de tal modo que incluya tanto a lo preconsciente como a lo autoconsciente, la explicación de una creencia o comportamiento en términos de lo inconsciente necesariamente sugiere que hay algo equivocado en la visión consciente que el agente tiene de sí mismo. Explicar una acción haciendo referencia al inconsciente simplemente equivale a sugerir que las razones que el agente piensa conscientemente que tiene para hacer lo que ha hecho no son las razones reales por las que ha hecho lo que ha hecho. Una explicación basada en lo inconsciente implica, por tanto, negar la exactitud de una explicación basada en lo consciente.

Lo teóricos del Psicoanálisis podrían argumentar, por el contrario, que su aplicación de lo inconsciente no debilita las explicaciones en términos de lo consciente en tanto un principio de sobredeterminación opera tanto en el Psicoanálisis como en las Ciencias Humanas. El profesor Gay presenta precisamente este argumento. Él nos dice lo siguiente: "[El concepto freudiano de] sobredeterminación no es sino el reconocimiento sensato de que una serie de causas –una serie, no una infinidad– opera en la realización de todos los eventos históricos, y de que puede asumirse que cada ingrediente de la experiencia histórica tiene una serie de funciones –no una infinidad–. El historiador (al trabajar con una diversidad de agentes causales sutiles y toscos, inmediatos y remotos), determinado a no ignorar ninguno de estos agentes y a ponerlos en orden, solo puede estar de acuerdo y aplaudir. Busca la complejidad, pueden decir al unísono el historiador y el psicoanalista, busca la complejidad y dómala"21.

Gay ofrece el siguiente ejemplo de sobredeterminación22. Los reformadores decimonónicos que combatían la prostitución se encontraban motivados por un deseo consciente de rescatar a las mujeres "caídas". Esta motivación evoca el mandato consciente de "mejorar la mentalidad de las clases medias decimonónicas". Sin embargo, los reformadores estaban motivados, adicionalmente, por "una idea inconsciente, la fantasía del rescate, el deseo de rehabilitar a los extraños, un disfraz para el aun más potente deseo de restaurar la pureza de la madre que, pese a ser oficialmente un ángel, hace cosas terribles y misteriosas con el padre detrás de las puertas cerradas del dormitorio"23.

En realidad, no podemos, por lo general, reconciliar explicaciones sobre un mismo tema en términos de lo inconsciente y lo consciente apelando, como lo hace Gay, a la sobredeterminación. No podemos reconciliarlas debido a que lo consciente por sí solo es capaz de proporcionar una explicación suficiente de las creencias y el comportamiento, de tal modo que la única evidencia que podemos tener acerca de la relevancia de lo inconsciente es la evidencia que muestra que la autocomprensión consciente es errada. Si las acciones de las personas están en perfecto acuerdo con su autocomprensión consciente, no tenemos evidencia a la cual podamos recurrir para decir que su autocomprensión es incorrecta y que, de hecho, actuaron por tal o cual razón inconsciente –no podemos hacerlo precisamente porque la evidencia está de acuerdo con su autocomprensión–. Por lo general, carecemos de razón alguna para postular una creencia o un deseo inconsciente salvo que encontremos algún tipo de conflicto entre la autocomprensión de las personas y lo que de hecho dicen o hacen. Así, cuando explicamos las creencias o el comportamiento haciendo referencia a lo inconsciente, necesariamente sugerimos que la autocomprensión de alguien es errónea, por lo que cualquier explicación de sus creencias o acciones que haga referencia a su autocomprensión consciente también sería errónea. Las explicaciones en términos de lo consciente y lo inconsciente difícilmente se complementan entre sí. Al contrario, por lo general entran en conflicto, y es debido a esto que el principio de sobredeterminación tiene poco que hacer aquí.

La sobredeterminación difícilmente puede cumplir con la función que Gay le atribuye. Cuando recurrimos al inconsciente para explicar el comportamiento, usualmente excluimos cualquier referencia a lo consciente considerándola no más que una racionalización superficial. Incluso cuando nuestro recurso a lo inconsciente deja espacio para un rol más importante de lo consciente, esto no se debe a la sobredeterminación sino a que nuestra explicación de una acción refleja nuestra comprensión de los otros comportamientos del actor. Incluso si una acción corresponde con las creencias y los deseos conscientes del agente, todavía podemos apelar a lo inconsciente si la acción calza con un patrón de acciones de entre las cuales algunas de ellas entran en conflicto con sus creencias y deseos conscientes de un modo tal que nos lleve a apelar a lo inconsciente en aquellos casos. Si las acciones de alguien entran en conflicto con lo consciente en él de modo tal que nos lleven a atribuirle un deseo inconsciente, entonces podríamos dar el paso a referirnos a este deseo como una razón por la cual llevó a cabo otra acción relacionada, incluso si esa acción no entró en conflicto con lo consciente en él. E incluso en esos casos, sin embargo, podemos recurrir a lo inconsciente no debido a un principio general de sobredeterminación, sino a que apelamos a un conflicto entre las acciones y la autocomprensión consciente de la persona en cuestión.

Apelar o bien a lo inconsciente o bien a lo consciente supone casi siempre cerrar la posibilidad de apelar a lo contrario para explicar cualquier acción dada. Considérese el ejemplo de aquellos reformadores decimonónicos que luchaban contra la prostitución. ¿Qué tipo de evidencia podría tener Gay para atribuirles una fantasía de rescate? Si todas sus afirmaciones y acciones estuviesen perfectamente de acuerdo con su mentalidad consciente de mejoramiento, entonces esta mentalidad proporcionaría una explicación suficiente para lo que hicieron y dijeron. Así, debido a que lo inconsciente siempre existe en un estado de conflicto con lo consciente, Gay no tendría base alguna para introducir el concepto de una fantasía de rescate. Gay tiene fundamentos sólidos para atribuir a los reformadores una fantasía de rescate solo si la mentalidad de mejoramiento no puede explicar sus creencias y acciones satisfactoriamente. Puede introducir legítimamente lo inconsciente solo si ellos dicen y hacen algunas cosas que contradicen su mentalidad consciente de mejoramiento o simplemente si es que él tuviese evidencia de tal contradicción, y por lo tanto de su adhesión a una fantasía de rescate, a partir de patrones en el comportamiento de los reformadores. Sin embargo, Gay no parece pensar que es necesario establecer la presencia de dicho conflicto.

El punto crucial aquí es que podemos apelar con propiedad a la sobre-determinación solo si tenemos evidencia de un conflicto entre las acciones y la consciencia. No es el caso que no podamos tener tal evidencia en el ejemplo específico ofrecido por Gay. En otro contexto Peter Loewenberg24 subraya el hecho de que Gladstone visitó entre ochenta y noventa prostitutas londinenses, les leyó la Biblia y las trató de persuadir de cambiar sus costumbres. Entre el 13 y el 15 de julio de 1851, más aun, visitó a una prostituta en particular dos veces, y en ambas ocasiones sintió luego culpa, la cual trató de atenuar a través de la autoflagelación. Loewenberg sostiene que este patrón de acción, y la naturaleza excesiva de la respuesta de Gladstone a este patrón, entran en conflicto con sus creencias conscientes y brinda por tanto evidencia de motivos inconscientes de los cuales no estaba él enterado. Como sea que juzguemos la interpretación de Loewenberg, debemos reconocer que él apela correctamente a algo como la sobredeterminación aquí solo porque establece un conflicto apropiado. Para lograr probar su punto, Gay tendría que haber evocado también dicho conflicto y, más aun, tendría que hacerlo en relación a una serie de reformadores victorianos enfrentados en una cruzada contra la prostitución y no solo en relación a Gladstone. De manera más general, Gay puede explicar las acciones de los victorianos en términos de una fantasía inconsciente de rescate solo si una explicación en términos de lo consciente en ellos es errada, como lo hace Loewenberg en el caso de Gladstone señalando la naturaleza excesiva de su respuesta. Gay tendría que haber dicho que, pese a que los victorianos parecían comprometidos con una mentalidad de mejoramiento, hacían cosas contrarias a esta mentalidad, y esto muestra que su motivación real era una fantasía de rescate. Su apelación a lo inconsciente no puede simplemente suplementar una explicación basada en la autocomprensión consciente de los reformadores. Al contrario, debe, en cierto sentido, reemplazarla.

La sobredeterminación permite normalmente que las creencias o el comportamiento tengan dos o más fuentes conscientes o dos o más fuentes inconscientes, pero difícilmente permite que tengan una mezcla de fuentes conscientes e inconscientes. Cuando el mismo Freud hizo uso del concepto de sobredeterminación, lo hizo normalmente solo en este modo legítimo. Por ejemplo, él introdujo el término por primera vez en su trabajo sobre la histeria, donde argumentó que los síntomas histéricos se retrotraían a más de un aspecto de un trauma original, el cual tuvo lugar en un estado de hipnosis autoinducida, o cuyo recuerdo había sido reprimido25. De manera similar, una circunstancia en la que los científicos de las Ciencias Humanas pueden hacer uso legítimo de la sobredeterminación es cuando las creencias o las acciones tienen a la vez fuentes autoconscientes y preconscientes. Por ejemplo, Stone26 explica el auge del afecto en la familia haciendo referencia a lo que fue probablemente un individualismo consciente y a lo que probablemente fue un deseo preconsciente de calidez emocional. El rol de la sobredeterminación en casos como este le otorga una plausibilidad espuria a la posición de Gay. Si bien la sobredeterminación tiene un lugar tanto en el Psicoanálisis como en la explicación social estándar, no puede ser usada para apoyar una reconciliación general del Psicoanálisis y la explicación social estándar al explicar una acción dada o un conjunto de acciones. Incluso cuando aceptamos la sobredeterminación, todavía debemos definir a lo inconsciente en términos del conflicto con lo consciente y, por lo tanto, todavía nos quedamos con nuestra primera incompatibilidad entre el freudismo y la explicación social estándar cuando se emplean en relación a la misma creencia o acción.

La segunda característica del freudismo que hace al Psicoanálisis incompatible en gran medida con la explicación social estándar es su positivismo. Mientras que la psicología popular ejemplifica una forma de explicación cualitativamente distinta de aquella de las Ciencias Naturales, el cientificismo de Freud lo compromete, cuando menos, con el positivismo social e incluso por momentos con el fisicalismo. Para Freud, lo inconsciente causa comportamientos como los síntomas histéricos en gran parte de la misma manera en que la gravedad causa que caigan los objetos sin soporte. El Psicoanálisis incorpora una forma de explicación que ejemplifica un concepto científico de causalidad, el cual es incompatible con la psicología popular que da forma a la explicación social estándar.

Sin embargo, los teóricos del Psicoanálisis podrían sostener que las teorías de Freud no son incompatibles con la psicología popular negando simplemente que el programa de Freud sea reduccionista. Este es el espíritu en el que Gay escribe que "una confianza en el Psicoanálisis, después de todo, no implica necesariamente una teoría ingenua, reduccionista y monocausal de la historia"27. Lejos de ser reduccionistas, continúa Gay, los freudianos pueden celebrar la variedad cultural, histórica e individual. Gay justifica esta interpretación remitiéndonos a la insistencia de Freud en que incluso el Complejo de Edipo opera bajo la "influencia de la autoridad, la enseñanza religiosa, la educación y la lectura"28.

El problema con esta visión de Freud no es que esté equivocada, sino que no aborda la cuestión de su reduccionismo al nivel adecuado. La clave para el reduccionismo de Freud no yace en que él no fuese suficientemente consciente de la diversidad individual, sino en que él discute la consciencia humana y sus productos usando un concepto inapropiado de causalidad. Él trata de explicar las creencias y el comportamiento haciendo referencia a causas desconocidas sobre las cuales las personas no tienen control real, y sin aludir a las razones conscientes y preconscientes que las personas tienen para pensar y hacer las cosas que piensan y hacen. Él postula una base causal para todo lo que hacemos y decimos, una base causal que está situada en un conjunto dinámico de instintos y de deseos creados por estos instintos. No hay duda de que concede que la manera exacta en que estos instintos operan varía en relación a una amplia gama de factores culturales, históricos e individuales. Pese a ello, el hecho es que, para él, estos instintos están siempre ahí, y son la causa real de nuestro decir y actuar. Como Freud mismo lo pone, "la historia entera de la cultura solo demuestra cuáles métodos ha adoptado la humanidad para ligazón de sus deseos insatisfechos bajo condiciones cambiantes"29. Por ejemplo, el complejo de Edipo está siempre operando entre nosotros, incluso si su operación varía según factores como la religión y la educación. El hecho de que esté siempre operando entre nosotros supone, más aun, que no tenemos control real sobre él, por lo que en cierto sentido nuestras acciones son causadas por él, y no elegidas por nosotros, por nuestros propios motivos. Incluso el Ego (al cual Freud a lo largo de la década de 1920 atribuyó la tarea de responder a la realidad antes que a los deseos, y que por lo tanto actúa como la sede de la razón en el Psicoanálisis) hace uso de estrategias defensivas inconscientes tales como la proyección y la represión. En última instancia, Freud reemplaza la idea de que los individuos eligen hacer cosas por sus propias razones por una descripción de instintos y deseos escondidos que causan que los individuos hagan lo que hacen. Él reemplaza el énfasis que la psicología popular pone en la intencionalidad consciente con una preocupación pseudocientífica por causas escondidas. El lenguaje del Psicoanálisis es, por lo tanto, reduccionista de un modo tal que se vuelve incompatible con la psicología popular.

Hemos señalado dos características del freudismo que producen un conflicto entre este y la forma estándar de explicación social que se apoya en la psicología popular. Nos es posible ya, por lo tanto, responder a la primera de nuestras preguntas clave: ¿cuál es el alcance de lo inconsciente? El alcance de lo inconsciente está restringido en gran medida a los casos que no podemos explicar apropiadamente en términos de lo consciente30. El argumento es simple: debido a que explicamos las creencias y el comportamiento normales usando la psicología popular, y debido a que el lenguaje del Psicoanálisis es incompatible con la psicología popular, por lo tanto el lenguaje del Psicoanálisis difícilmente puede tener lugar alguno en nuestras explicaciones de las creencias y el comportamiento normales. Los científicos de las Ciencias Humanas deberían empezar tratando de dar cuenta de la consciencia y el comportamiento humanos por medio de la forma racional y contextualizante de explicación que está moldeada por la psicología popular. Solo tras haber decidido que no pueden explicar algo adecuadamente de esta manera deberían introducir el concepto de lo inconsciente.

Dado que Freud desarrolló sus teorías como resultado de sus interacciones clínicas con neuróticos tanto como a través del análisis clínico de sí mismo, tal vez no deberíamos sorprendernos al descubrir que sus teorías se aplican solo para estados psicológicos anormales. El error en el que incurren la mayoría de teóricos del Psicoanálisis es extender el alcance de una serie de conceptos apropiados para discutir casos anormales de modo tal que puedan ser empleados para discutir casos normales31. El freudismo debería permanecer principalmente como un modo de encontrar el sentido en lo psicopatológico. ¿Cómo, sin embargo, debemos definir lo anormal? Los argumentos precedentes implican que lo anormal denota ciertas creencias y acciones, y no a un grupo de personas. Más aun, estas creencias y acciones no están restringidas a una clase de personas, casi todo el mundo adoptará algunas creencias y acciones psicopatológicas en algún momento durante su vida32.

Freud parece haber pensado que la naturaleza excesiva de una emoción o de una acción era indicativa de la presencia de lo anormal. Pese a que esto no es poco razonable, no es exactamente lo que estamos buscando. Hemos visto que la incompatibilidad, o el conflicto, era una característica fundamental de lo inconsciente; así, lo que indica la presencia de lo anormal es una contradicción entre las creencias que alguien tiene y las acciones que lleva a cabo. Es la presencia de tal contradicción la que puede llevar al científico de las Ciencias Humanas a rechazar la explicación racional y consciente que un individuo da para su acción. Y es esto lo que lo lleva, asimismo, a pasar de la psicología popular al lenguaje del Psicoanálisis. En tanto la naturaleza excesiva de una emoción o de una acción es usualmente incompatible con la explicación que la persona en cuestión daría de dicha emoción o acción, Freud está en lo correcto, pero lo está solo porque su idea de exceso supone el tipo relevante de incompatibilidad. Los científicos de las Ciencias Humanas deberían recurrir a Freud luego de decidir que no pueden explicar algo en términos conscientes y racionales dado que hay una contradicción entre la autocomprensión y las acciones de la persona involucrada. Debido a que no tenemos un modo definido de decidir cuándo dicha contradicción existe, la cuestión de si uno debe recurrir a Freud en cada ocasión en particular permanece como un asunto de interpretación.

El alcance del Psicoanálisis es lo anormal definido en términos de conflicto. Considérese el caso clínico del Hombre de las Ratas33. Cuando este paciente estaba de vacaciones, súbitamente decidió que debía perder peso. Para lograrlo, se levantaba de las comidas antes del postre y realizaba ejercicios vigorosamente hasta que colapsó por el cansancio. El vigor de sus acciones parecía entrar en conflicto con las razones conscientes para llevarlas a cabo. Durante la terapia, el paciente llegó a la siguiente cadena de asociaciones: la palabra "dick" (gordo) se relacionaba al nombre de su primo Richard, de quien estaba celoso debido a una mujer. Freud, por tanto, concluyó que la preocupación del paciente por deshacerse de su gordura era un síntoma psicopatológico de su deseo excesivo de destruir a su primo. Considérese también una característica de la psicobiografía de Beethoven escrita por el profesor Solomon34 (Freud describe el romance familiar35). Beethoven trató constantemente de mostrar que había nacido en diciembre de 1772 pese a que toda la evidencia, incluyendo su certificado de bautizo, el cual pidió repetidamente ver, mostraba que había nacido en diciembre de 1770. Solomon explica este comportamiento psicopatológico en términos del "romance familiar", el cual tiene lugar cuando uno rechaza la autenticidad de sus padres al tiempo que imagina que sus padres verdaderos fueron personas eminentes. Por supuesto, uno podría no estar de acuerdo con la visión que tiene Freud acerca del Hombre de las Ratas, o con la visión que tiene Solomon acerca de Beethoven, pero aun así deberíamos conceder que ambos recurrieron al Psicoanálisis en un momento legítimo, esto es, cuando se encontraron con una incompatibilidad que inviabilizaba una explicación únicamente en términos de lo consciente.

El Psicoanálisis no tiene lugar más allá de lo anormal entendido en términos de conflicto. Considérese el estudio de Leonardo Da Vinci, por confesión propia especulativo, que Freud presenta36. Leonardo escribió acerca de un recuerdo de su infancia en el que un ave volaba hasta su cuna, abría su boca con su cola, y lo golpeaba alrededor de los labios. Freud asumió que el ave era un buitre, el cual está asociado a la madre en la mitología egipcia y luego se embarcó en una pieza típica de Psicoanálisis extremadamente aventurada sin base en un conflicto entre la autocomprensión de Leonardo y sus acciones. La torpeza de las especulaciones de Freud se hizo evidente cuando se descubrió que el ave era de hecho una cometa. Considérese también otra característica de la psicobiografía de Beethoven escrita por Solomon. Beethoven pasó mucho tiempo, hacia el final de su vida, tratando de que se lo nombre guardián de su sobrino debido a que su cuñada era una madre inapropiada. No importa si es que Beethoven estaba en lo correcto o no en cuanto a su cuñada: en ambos casos no hay conflicto entre su autocomprensión y sus acciones, por lo cual los científicos de las Ciencias Humanas no tienen motivo alguno para recurrir a Freud. Pese a ello, Solomon insiste en explicar las acciones de Beethoven como una estrategia defensiva con miras a esconder su deseo sexual por su cuñada.

La restricción del Psicoanálisis a lo anormal se aplica tanto al estudio de movimientos sociales como de biografías individuales. No podemos aceptar que la religión como tal surge de una fuente escondida en lo inconsciente, o que la naturaleza misma de la civilización refleja el conflicto dinámico entre el Superyó, el Yo y el Ello37. Hacerlo sería ignorar la prioridad conceptual de una forma racional y contextualizante de explicación fundada en la psicología popular y, por lo tanto, incompatible con el Psicoanálisis. Lo que podemos aceptar es que el freudismo nos puede ayudar a explicar irracionalidades colectivas, ya sea que estas se manifiesten en el comportamiento de las masas, en las respuestas frente a líderes carismáticos o en otras instancias de la psicopatología social.

El contenido del Psicoanálisis

¿Cómo deberían analizar los científicos de las Ciencias Humanas el concepto de lo inconsciente que utilizan para explicar instancias de psicopatología? También aquí dejaré de lado asuntos concernientes a la validez empírica del Psicoanálisis y me concentraré, en cambio, en la manera en que nuestra adhesión a la psicología popular delimita todo concepto de lo inconsciente que podemos adoptar. ¿Qué contenido deberíamos darle al concepto de lo inconsciente según lo que sugiere nuestra descripción de la relación entre el Psicoanálisis y la explicación social estándar? La respuesta es la siguiente: un contenido amplio libre de gran parte del bagaje conceptual del freudismo. Debemos descartar las teorías de Freud en la medida en que dependen del positivismo. Cuando los científicos de las Ciencias Humanas usan el concepto de lo inconsciente para explicar casos en los que lo consciente les ha fallado, aceptan con ello la prioridad de lo consciente. Lidian con la primera incompatibilidad que hemos encontrado entre la explicación social estándar y el lenguaje del Psicoanálisis precisamente sometiendo a este último al imperativo de la explicación social estándar. A pesar de ello, esto todavía deja pendiente la segunda incompatibilidad. Debido a que la explicación social estándar es incompatible con el positivismo, debemos adoptar un concepto de lo inconsciente que no presuponga el positivismo: después de todo, si definimos lo inconsciente de un modo tal que dependa del positivismo, estaríamos sugiriendo que el positivismo es verdadero, y que la psicología popular que moldea la explicación social estándar es falsa.

Freud sostuvo que lo inconsciente se desarrolla a partir de instintos reprimidos como consecuencia de experiencias sexuales de la infancia, los cuales ejercen una influencia oculta en el comportamiento del adulto. Las neurosis tienen lugar cuando los individuos responden a frustraciones posteriores retornando a una etapa más temprana de desarrollo libidinal fijada por una represión originaria38. La confianza de Freud en el positivismo supone que debemos rechazar una serie de teorías que moldean esta visión de lo inconsciente.

Desafortunadamente, no podemos brindar una única descripción del positivismo de Freud debido a que él modificó el contenido detallado de su programa psicoanalítico en diversas ocasiones, y hay debates en torno a cuán importantes siguieron siendo sus compromisos tempranos en las versiones posteriores. En sus años tempranos, hasta aproximadamente 1900, Freud claramente era un fisicalista. Su Proyecto para una psicología científica39 esbozó una descripción neurológica del cerebro y de la manera en que funciona para producir tanto el comportamiento normal como el psicopatológico. El cerebro es una red de neuronas a través de la cual una forma de energía fluye de acuerdo a las leyes del movimiento. Un Principio de Constancia sostiene que el sistema trata de reducir todas las tensiones, definidas como una acumulación de energía, a cero. La eliminación de la tensión por medio del flujo de energía a través de ciertas rutas dentro de la red de neuronas determina el comportamiento de la persona.

A mitad de su carrera, aproximadamente desde 1900 a 1920, el compromiso de Freud con el positivismo es menos claro. Por un lado, dejó de lado su ambición temprana de vincular la psicología con la fisiología sosteniendo que "nuestra topografía física no tiene, por el momento, nada que hacer con la anatomía; hace referencia no a locaciones anatómicas, sino a regiones del aparato mental, donde quiera que estas estén situadas en el cuerpo"40. Por otra parte, sin embargo, el fisicalismo del Proyecto claramente continuó influyendo en su pensamiento41. De manera crucial, más aun, incluso si Freud renegó del fisicalismo en ese entonces, su concepto de los instintos supone una forma de positivismo social. Aquí podríamos contrastar el concepto de un instinto entendido como algo biológicamente innato y que demanda algún tipo de satisfacción, con el concepto de deseo, entendido como lo que sucede que deseamos debido a nuestra constitución y circunstancias particulares. Por supuesto que tenemos deseos fisiológicos, y estos influyen en nuestro comportamiento, pero no podemos rescatar a los instintos de Freud asimilándolos a necesidades. No podemos hacerlo, en primer lugar, porque los instintos no están atados a la supervivencia del cuerpo a la manera en que lo está la necesidad de alimentación, y, en segundo lugar, porque en principio podemos sobreponernos a nuestras necesidades de una manera tal que les niega cualquier poder de dominarnos, por ejemplo, cuando la gente entra en huelga de hambre. La visión que tiene Freud de los instintos, pues, sigue incorporando un positivismo inaceptable en tanto estos se presentan como impulsos innatos que de manera inevitable influyen en el comportamiento de una u otra manera. Ellos causan nuestro comportamiento en tanto ellos, y no nuestras intenciones, lo explican mejor.

En sus años finales, desde aproximadamente 1920 en adelante, Freud desarrolló una teoría estructural de la mente en la cual diferentes partes de nuestra psique son impulsadas por formas de energía adecuadas a sus respectivas funciones. El Ello consiste de los instintos que había identificado en su período medio, el Yo se apoya en una suerte de libido desexualizado, y el Superyó es impulsado por una parte del instinto de muerte que es proyectado en los padres y otros semejantes durante la juventud42. También aquí, por tanto, la teoría freudiana de la mente se apoya en una concepción de los instintos que, como acabamos de ver, lo compromete con una forma de positivismo social. A lo largo de su vida, Freud buscó reemplazar el lenguaje de una intencionalidad consciente con un lenguaje de causas ocultas. Siempre permaneció atado a un intento positivista de explicar el comportamiento de una manera contraria al lenguaje de la psicología popular.

He dedicado algún tiempo a considerar el lugar del positivismo en el pensamiento de Freud debido a que es este error fatal el que hace que su concepto de lo inconsciente tenga una relevancia limitada para los científicos de las Ciencias Humanas43. Debido a que los científicos de las Ciencias Humanas están comprometidos con una psicología popular incompatible con el positivismo, no pueden adoptar un concepto de lo inconsciente, tal como el de Freud, que depende justamente de dicho positivismo. Debemos eliminar todo vestigio de positivismo del concepto de lo inconsciente si es que queremos tornarlo útil para los científicos de las Ciencias Humanas.

Si hemos de purgar el concepto de lo inconsciente de su positivismo, no podemos atarlo a los instintos. Freud vinculó lo inconsciente a los instintos, y no a los deseos o creencias, debido a que creía que el comportamiento humano tenía una base causal fuera de la intencionalidad consciente. Sostuvo que los humanos poseen instintos innatos, los cuales, en caso se frustren, o bien permanecen bloqueados aguardando una salida conveniente, o bien se transfieren desde la emoción que originalmente los expresaba a una emoción substituta. Si es que son reprimidos, permanecen en lo inconsciente, desde donde pueden producir un comportamiento neurótico. En sus años tempranos, Freud enfatizó el rol del Principio del Placer como clave para comprender nuestros instintos. El placer y el displacer actúan como corolarios psicológicos de, respectivamente, la ausencia de tensión y la presencia de tensión tal como son descritas en el Proyecto. El carácter sexual del impulso del placer entra en escena durante su etapa intermedia. Sin embargo, incluso entonces Freud no sugirió que la sexualidad fuese el único instinto humano –no podría haberlo hecho debido a que necesitaba al menos dos instintos para generar la incompatibilidad, fundamental para su idea de lo inconsciente–. Al contrario, alrededor de 1910, Freud introdujo el concepto de instintos del yo, el impulso hacia la autopreservación, el cual en ocasiones lleva a las personas a reprimir su sexualidad44. Más adelante, alrededor de 1920, empezó a contrastar la sexualidad, o el instinto vital, con la agresión, o el instinto de muerte, no con la autopreservación45.

Nuestro rechazo al positivismo supone un rechazo de la manera en que Freud retrata lo inconsciente en términos de instintos innatos. Debemos, por tanto, reemplazar la descripción que hace Freud de lo inconsciente como un producto de instintos definidos por una descripción en términos de deseos y creencias que pueden o no estar conectados al sexo y a la agresión46. Deberíamos reemplazar el lenguaje pseudocientífico freudiano en torno a instintos innatos con conceptos populares tales como deseo y creencia. Lo inconsciente surge, no de instintos atemporales, sino de la represión de creencias y deseos que varían a lo largo del tiempo. Al liberar la teoría psicoanalítica del positivismo de Freud, habremos reemplazado su preocupación dominante en torno a instintos fundamentalmente inmutables por una descripción de lo inconsciente asentada en términos de creencias y deseos históricamente situados. No hay duda de que los científicos de las Ciencias Humanas atribuirán en ocasiones un contenido sexual o agresivo a las motivaciones inconscientes, pero en otras ocasiones no lo harán. Incluso cuando lo hagan, más aun, todavía considerarán a tales motivaciones como motivaciones históricamente situadas, y no como parte de un drama freudiano atemporal. Lo inconsciente consiste de deseos y creencias contingentes que sucede que entran en conflicto con aquellos contenidos en lo consciente.

Una vez que rechazamos la visión freudiana de los instintos, necesariamente ponemos en cuestión su descripción de la operación de lo inconsciente47. Debido a que las personas no pueden traer a la consciencia sus estados inconscientes a través del proceso usual de introspección, debe haber algún modo en el cual los bloquean. Freud describió este proceso de censura en su teoría de la represión. Sostuvo que la represión ocurre durante la infancia cuando a un instinto se le niega la entrada a la conciencia, por lo cual no se desarrolla de manera adecuada, usualmente debido a un evento sexual traumático48. El fracaso del desarrollo apropiado del instinto fija la libido en un punto temprano de su desarrollo. Cuando una persona experimenta más adelante en su vida frustración, esta persona regresa a este punto de fijación, en el cual busca ahora satisfacción, desarrollando neurosis si es que aún no puede obtenerla. Para Freud, la operación de lo inconsciente está, por tanto, fijada por una experiencia infantil que lleva a la represión de un instinto innato. En contraste, debido a que queremos evitar un compromiso con los instintos, los cuales deben ser expresados o reprimidos, y no controlados, no podemos aceptar la teoría freudiana de la represión. Para empezar, no podemos atar la operación de lo inconsciente a un punto de fijación debido a que hacerlo equivaldría a asumir un itinerario natural de desarrollo para un instinto innato. En lugar de ello, debemos analizar la operación de todo elemento inconsciente en términos de las creencias y deseos inconscientes que lo componen. Además, no podemos aceptar el énfasis freudiano en la primacía de las experiencias infantiles, debido a que hacerlo sería atar lo inconsciente a un concepto de regresión que solo tiene sentido en términos del análisis freudiano de la fijación49. Más bien, deberíamos dejar abierta la pregunta acerca de qué ofrece el ímpetu inicial que lleva a la persona a reprimir una creencia o un deseo en su inconsciente.

Lo inconsciente no genera una regresión a un punto de fijación determinado en la infancia. Más bien, lleva a la represión de creencias y deseos específicos en momentos específicos. Al liberar la teoría psicoanalítica del positivismo de Freud hemos reemplazado su énfasis abrumador en las experiencias sexuales de la infancia por una descripción de lo inconsciente que es más abierta y flexible con respecto a su formación, desarrollo y operación. Hacer esto, debemos señalar, no equivale a rechazar la idea misma de sexualidad infantil –uno de los pocos ejemplos de una teoría freudiana que ha sido aceptada prácticamente de manera universal–. Equivale más bien a negar que todas las manifestaciones de lo inconsciente tengan sus fuentes en traumas sexuales de la infancia. No hay duda de que los científicos de las Ciencias Humanas explicarán, a veces, las operaciones de algún aspecto de un inconsciente en particular haciendo referencia a la experiencia sexual, incluso a una experiencia sexual en la infancia, pero en otras ocasiones no se hará tal referencia. Al hacer tal referencia, más aun, considerarán la operación de lo inconsciente como históricamente situada, y no como atrincherada por medio de un proceso de fijación. Lo inconsciente trabaja de modos mucho más diversos que aquellos aceptados en la teoría freudiana de la represión.

Estamos ahora en una posición que nos permite responder la segunda de nuestras preguntas clave: ¿cuál es el contenido de lo inconsciente? El contenido de lo inconsciente, al menos tal como se presenta en las Ciencias Humanas, debe consistir en creencias y deseos incompatibles con lo consciente. El argumento es simple: debido a que los científicos de las Ciencias Humanas están comprometidos con la psicología popular, deben adoptar un concepto de lo inconsciente que sea compatible con ella. Por ello, deben rechazar el positivismo de Freud y con ello tanto su teoría de los instintos como su descripción de la represión. Los teóricos del Psicoanálisis deben basar su concepto de lo inconsciente en la incompatibilidad inherente entre este y lo consciente, sin adoptar las dudosas teorías atadas al positivismo de Freud.

El concepto amplio de lo inconsciente al que hemos llegado no niega el concepto de lo inconsciente de Freud. Al contrario, proporciona un marco que engloba la mayor parte de su teoría, sin obligarnos a comprometernos con los compromisos cuestionables inspirados en su positivismo. No nos hemos comprometido con la teoría freudiana de los instintos, al contrario, hemos identificado el contenido de lo inconsciente con las creencias y los deseos históricos específicos que pueden o no tener su origen en instintos innatos. Del mismo modo, no nos hemos comprometido con la teoría freudiana de la represión, de acuerdo a la cual las experiencias sexuales de la infancia crean puntos de fijación a los cuales las personas regresan al enfrentarse con la frustración. Al contrario, hemos identificado la operación de cualquier inconsciente dado como una operación dependiente de la naturaleza de las creencias y los deseos específicos que lo componen.

Los teóricos del Psicoanálisis deben explicar lo anormal en términos de creencias y deseos históricamente específicos. De ellos, solo algunos tendrán su origen en las experiencias sexuales de la infancia. Desafortunadamente, no puede haber un criterio definitivo que nos diga cuándo debemos asignarle a un estado inconsciente un contenido sexual o asumir que tiene su base en una experiencia infantil. También aquí debemos apoyarnos en el juicio interpretativo. Considérese una vez más la descripción que hace Solomon del "romance familiar" de Beethoven. Solomon explica el deseo inconsciente de Beethoven de probar que sus padres eran otros que los que realmente eran haciendo referencia a los horrores de su infancia, en particular a la ebriedad e inmoralidad de su padre. Esta explicación tiene sentido interpretativo en términos de un concepto de lo inconsciente basado en la psicología popular. Podemos ver por qué Beethoven podría haber detestado a su padre y cómo este odio podría haber inspirado un deseo inconsciente de deshacerse de él. Debido a que lo que quería cambiar inconscientemente eran sus padres, no nos sorprendería encontrar que sus experiencias infantiles en torno a ellos ayudarían a explicar el porqué de dicho deseo. No necesitamos las dudosas teorías de Freud en torno a los instintos y la represión para apoyar la alusión que hace Solomon a la infancia de Beethoven.

Los teóricos del Psicoanálisis no deberían explicar las distorsiones haciendo referencia a instintos reprimidos en puntos de fijación particulares debido a experiencias infantiles. Considérese el estudio de Woodrow Wilson llevado a cabo por Alexander y Juliette George50. Cuando Wilson fue rector de la Universidad de Princeton, se vio involucrado en una serie de disputas con el decano West en torno a la Escuela de Graduados de la universidad. Los George sostienen que Wilson asumió que West intentaba dominarlo, y que la fuerza de las disputas reflejaba su resistencia inconsciente a ser dominado. Su posición se apoya no solo en las disputas con West, sino en un patrón de acción del tipo que, hemos visto, caracteriza a muchos casos de sobredeterminación –Wilson se comportaba de una manera similar al lidiar con los jefes demócratas de Nueva Jersey y con los senadores republicanos como Henry Cabot Lodge–. Si aceptamos la evidencia a la que los George apelan, entonces, aceptaríamos que ellos ofrecen una mirada penetrante en la personalidad adulta de Wilson. Además, sin embargo, los George intentan remitir esta personalidad –la fuerza de su resistencia– a su lucha infantil contra la personalidad dominante de su padre. Wilson sintió, supuestamente, una resistencia violenta frente a la autoridad de su padre, una resistencia que reprimió debido a que nunca se atrevió a expresarla, una resistencia que volvió a acecharlo en sus disputas con West. Pero incluso si aceptamos la visión de los George de acuerdo a la cual Wilson estaba involucrado en una serie de luchas de poder, ¿por qué debemos remitir este afán de resistir la dominación a su infancia, si no es porque privilegiamos el concepto estrecho de lo inconsciente sostenido por Freud? Aquí, nuestro concepto amplio de lo inconsciente da pie a una mayor sensibilidad frente a otras posibles fuentes de su resistencia a ser dominado.

Lenguaje y narrativa

El reconocimiento del lugar y las implicancias de la psicología popular dentro de las Ciencias Humanas nos exige atribuir un alcance más estrecho y un contenido más amplio al contenido de lo inconsciente en comparación con lo propuesto por Freud. Hemos utilizado a Freud, así, como una careta por medio de la cual identificar los parámetros dentro de los cuales debe establecerse un concepto de lo inconsciente para ser aceptable dentro de las Ciencias Humanas. Al hacerlo, sin embargo, abrimos un debate adicional en torno a los méritos relativos de los conceptos de lo inconsciente, o las teorías psicoanalíticas, que caen dentro de estos parámetros. Mientras que Freud parece haber estado comprometido con el positivismo en sus análisis de los instintos, los impulsos, la represión y la sexualidad infantil, otros psicoanalistas han buscado tomar distancia de sus puntos de vista precisamente en estas áreas. Incluso el mismo Freud, como muchos psicólogos de su época, se apoyó menos en la experimentación que en el folklore y la Filología, así como en tratamientos clínicos, para dar evidencia a favor de sus teorías51.

A modo de conclusión, entonces, exploraré brevemente la relación entre mi propuesta y algunas teorías antipositivistas del Psicoanálisis52. Mis argumentos provocarán dos reacciones frente a estas teorías lingüísticas y narrativas. En primer lugar, debido a que estas teorías evitan el positivismo que hemos encontrado en Freud, caen más o menos dentro de los amplios parámetros que hemos delineado como propios de un concepto aceptable de lo inconsciente dentro de la explicación social. En segundo lugar, sin embargo, debido a que usualmente surgen a partir de una preocupación en torno a la epistemología del Psicoanálisis como terapia, no se orientan hacia la psicología popular del modo en que he sugerido que la teoría psicoanalítica debería hacerlo si ha de encajar con la explicación social estándar. Dentro de los parámetros amplios de un concepto aceptable de lo inconsciente, por lo tanto, podemos repensar aspectos de las teorías lingüísticas y narrativas del Psicoanálisis.

Como es conocido, Jacques Lacan intentó unir al Psicoanálisis con la Lingüística Estructural. El concibió a lo inconsciente como algo estructurado como un lenguaje antes que estructurado en términos físicos o análogos. Pese a que Lacan alude con frecuencia a la obra de Freud como fuente de legitimidad y autoridad, la naturaleza dramática de su desafío al positivismo que dominaba el Psicoanálisis jugó claramente un rol en sus bien conocidas disputas con la Asociación Internacional de Psicoanálisis, más allá de que el asunto principal en discusión fuese el trato dado a los estudiantes53. De acuerdo a Lacan, "es el orden simbólico el que resulta constitutivo para el sujeto"54. Las perspicaces propuestas de Freud, sostiene Lacan, deben sacarse a la luz libres del lenguaje fisicalista que con tanta frecuencia las captura. Para Lacan, la mente humana, lo inconsciente y el lenguaje no son productos de fuerzas sociales que se encuentran en un mundo más real. Al contrario, son sedes creativas en las que encontramos al mundo simbólico siendo construido a través del juego. Un repudio similar del fisicalismo y el positivismo a favor de un énfasis en el lenguaje y el juego, la contingencia y la agencia, aparece, más aun, en la mayor parte de las otras aproximaciones lingüísticas al Psicoanálisis55.

Si bien debemos aplaudir el efecto desestabilizador de Lacan sobre el Psicoanálisis positivista, debemos también señalar una ambigüedad dentro de su concepto del lenguaje56. Por un lado, Lacan parece por momentos evocar al lenguaje solo para llamar nuestra atención sobre las experiencias psicológicas que tenemos del yo, los otros y los objetos. El lenguaje aparece aquí como un vehículo a través del cual las personas expresan sus creencias y deseos conscientes e inconscientes. Si entendemos a Lacan de esta manera, su alusión al lenguaje representa un rechazo del positivismo, pero no la oferta de una forma particular de explicación de las creencias y los deseos que el sujeto expresa a través del lenguaje. Así, nos permite hacer uso de la psicología popular en nuestra explicación estándar del comportamiento social. Por otra parte, sin embargo, la deuda de Lacan con el estructuralismo parece por momentos llevarlo a concebir el lenguaje como un sistema abstracto que gobierna sus propias performances y que, al hacerlo, establece o incluso dispersa al sujeto. El lenguaje aparece aquí como un tipo de estructura que explica el carácter y el significado de afirmaciones particulares. Si entendemos a Lacan de este modo, su alusión al lenguaje apunta a un intento de explicar las afirmaciones y el comportamiento por medio de la referencia a una estructura inherente a lo inconsciente e incluso al lenguaje mismo. El problema con dicha estructura es que parece estar en conflicto con la explicación social estándar, dado que produce una forma estructural de explicación y no una forma racional y contextualizante de explicación basada en la psicología popular.

Así, mi posición obliga a los lacanianos a que examinen el concepto de un lenguaje de un modo tal que sea compatible con la psicología popular. Deberían ocuparse de las creencias y de los deseos, y no solo del lenguaje en que estos se expresan. Y deben explicar dichas creencias y dichos deseos haciendo referencia a la agencia influida por las tradiciones sociales, y no a una estructura determinante.

Los teóricos narrativistas del Psicoanálisis usualmente toman distancia tanto del estructuralismo como del positivismo. Influenciados por la posmodernidad, los teóricos narrativistas comúnmente tratan de separar el Psicoanálisis de la creencia en una realidad objetiva a la que puede accederse por medio de la memoria y la interpretación en el marco de un encuentro clínico, pese a que algunos comentaristas sostienen que todavía permanece en ellos un vínculo remanente con la misma realidad que buscan negar57. Donald Spence, por ejemplo, rechaza explícitamente la creencia freudiana según la cual las historias a las que llegan los pacientes en el análisis conducen a una curación debido a que son verdades históricas que han sido escondidas en su inconsciente. Desde su punto de vista, el analista y el paciente intercambian y desarrollan historias acerca del pasado del paciente alcanzando gradualmente una mejor historia que ayuda al paciente debido a su unidad estética y a su naturaleza placentera y plausible. El Psicoanálisis tiene como meta la coherencia narrativa, no la respetabilidad positivista. "Los vacíos deben ser llenados; las explicaciones deben ser brindadas; los acertijos deben ser clarificados", explica Spence. Y, en este sentido, "lo que somos después, al parecer, es una descripción narrativa que brinda una imagen coherente de los eventos en cuestión" 58.

Si bien deberíamos aplaudir el efecto desestabilizador de la teoría narrativa en el Psicoanálisis positivista, debemos también señalar una ambigüedad en el concepto de narrativa. Por un lado, la narrativa parece a veces ser evocada principalmente para indicar que el comportamiento necesita ser entendido como el producto contingente de la agencia enraizada en creencias y deseos conscientes e inconscientes. La narrativa puede ser entendida aquí como una forma de explicación basada en las conexiones condicionales y volitivas que caracterizan a las Ciencias Humanas59. Las secuencias temporales, la locación de la escena y la caracterización se presentarían, entonces, como características secundarias de las narrativas; la naturaleza y el rol de estas últimas tendrían que ser explorados en relación a la psicología popular. Si entendemos a la narrativa de este modo, entonces una teoría narrativa del Psicoanálisis sería perfectamente compatible con nuestro intento de desarrollar un concepto de lo inconsciente que esté de acuerdo con la psicología popular incrustada en la explicación social estándar. Por otro lado, sin embargo, la deuda clara de los teóricos narrativistas con la posmodernidad parece llevarlos, en ocasiones a concebir la narrativa como una construcción imaginaria gobernada por criterios puramente estéticos. La narrativa aparece aquí como el resultado de la proyección de una trama y de una interpretación sobre diversos recuerdos que no necesariamente tienen una base en el mundo. Si entendemos la narrativa de este modo, ella representa un intento de caracterizar la actividad del psicoanalista en tanto conducente a una curación, una historia que transforma al paciente, de un modo en el que no se toma en cuenta el poder explicativo de dicha actividad o historia. El problema con este concepto de la narrativa es que, incluso si calza con el Psicoanálisis como actividad terapéutica, no ofrece recursos para la dimensión explicativa de las Ciencias Humanas. Pese a que podemos aceptar que ningún hecho está simplemente dado a nosotros, sigue siendo cierto que los científicos de las Ciencias Humanas no pueden simplemente ignorar lo que creen que ha pasado o inventar lo que ha pasado, como podría hacerlo un escritor de ficción o un psicoanalista interesado solo en transformar un patrón indeseable de actividad.

Así, mi posición obliga a los teóricos narrativistas –al menos si es que quieren que sus teorías se fundan con las Ciencias Humanas– a revisar el concepto de una narrativa en relación a su poder explicativo antes que a su eficacia terapéutica. Ellos deben concebir la narrativa como una forma de explicación basada en la psicología popular. Y deben justificar explicaciones particulares haciendo referencia a los criterios epistémicos antes que a términos puramente estéticos.

Los teóricos del Psicoanálisis con frecuencia alaban a Freud frente a sus colegas sosteniendo que los científicos de las Ciencias Humanas son, por necesidad, psicólogos amateur, y que el proyecto de Freud puede darles una sólida teoría de la mente60. Al hacer esto, sin embargo, atribuyen un alcance demasiado amplio y un contenido demasiado estrecho al Psicoanálisis. No hay duda de que los científicos de las Ciencias Humanas son psicólogos amateur –así como lo somos todos cuando lidiamos con otras personas en nuestra vida diaria–, pero esto no implica que estén confundidos y por lo tanto necesitados de la teoría de la mente de Freud. Al contrario, los científicos de las Ciencias Humanas ponen en juego una psicología popular coherente –como lo hacemos todos cuando lidiamos con otras personas en nuestra vida diaria–, y esto supone que pueden adoptar la teoría de la mente de Freud solo si es compatible con esta psicología popular. Aquí, sin embargo, el proyecto freudiano es compatible con la psicología popular solo si, en primer lugar, restringimos el rol de lo inconsciente a las ocasiones en las que lo consciente falla y, en segundo lugar, incluso en estas ocasiones, ampliamos el concepto de lo inconsciente de modo tal que sea posible desvincularlo del positivismo. Si bien posiciones lingüísticas y narrativas recientes del Psicoanálisis se aproximan a llevar a cabo estas dos cosas, siguen siendo ambiguas de maneras que sugieren que debemos ser cautelosos frente a cualquier intento de importar dichas teorías a las Ciencias Humanas.

(Traducción del inglés de Alexandra Alván y Rodrigo Ferradas)

 


1 Cf. Wollheim, R., The Mind and its Depths, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1993, pp. 106-124.

2 Freud, S., chological Works of Sigmund Freud, vol. IV y V, edición y traducción de J. Strachey, Londres: Hogarth Press, 24 v., 1953-1974. En adelante, las obras completas se citarán con las siglas CPW seguidas del número de volumen.

3 Cf. Pomper, P., The Structure of Mind in History: Five Major Figures in Psycho-History, Nueva York: Columbia University Press, 1985; Loewenberg, P., "Psychoanalytic Models of History: Freud and After", en: Runyan, W. (ed.), Psychology and Historical Interpretation, Nueva York: Oxford University Press, 1980, pp. 126-156; Runyan, W., "Alternatives to Psychoanalytic Psychobiography", en: Runyan, W. (ed.), o.c., pp. 219-244.

4 Nuestro interés es un interés filosófico en torno a la relación entre diferentes maneras de hablar acerca de la vida humana. En contraste, la mayor parte de las discusiones acerca de la validez de aplicar el Psicoanálisis en las Ciencias Humanas se centra, o bien en la cuestión empírica de la evidencia a favor del Psicoanálisis, o bien en la cuestión metodológica acerca de cómo los científicos de las Ciencias Humanas pueden recrear condiciones clínicas (cf. Anderson, J., "The Methodology of Psychological Biography", en: Journal of Interdisciplinary History, XI (1981), pp. 455-475; Stannard, D., Shrinking History: On Freud and the Failure of Psychohistory, Oxford: Oxford University Press, 1980, pp. 3-30). De manera similar, la mayor parte de las discusiones acerca de la validez general de las teorías de Freud se centran, o bien en la evidencia empírica, o en problemas clínicos tales como el de la contaminación (cf. Fisher, S. y R. Greenberg, The Scientific Credibility of Freud’s Theories and Therapy, Hassocks: Harverster Press, 1977; Grünbaum, A., Validation in the Clinical Theory of Psychoanalysis, Madison, Conn.: International Universities Press, 1993). La pregunta en torno a la validez del Psicoanálisis como un programa de investigación no depende tan solo de la evidencia empírica sino también de su estructura interna. La crítica más conocida de su estructura interna es la tesis de Sir Karl Popper de acuerdo a la cual el Psicoanálisis no puede ser considerado científico debido a que no es falsable (cf. Popper, K., "Science: Conjectures and Refutations", en: Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge, Londres: Routledge & Kegan Paul, 1972, pp. 33-65; y, para una defensa de la teoría psicoanalítica frente a esta crítica, cf. Cosin, B., C. Freeman y N. Freeman, "Critical Empiricism Criticised: The Case of Freud", en: Wollheim, R. y J. Hopkins (eds.), Philosophical Essays on Freud, Cambridge: Cambridge University Press, 1982, pp. 32-59). Por supuesto, uno podría argumentar que las teorías de Freud fueron bastante razonables en el contexto de la ciencia de su tiempo, incluso si uno concluye que los estándares de evidencia o la Biología actuales las han vuelto obsoletas (cf. Kitcher, P., Freud’s Dream: A Complete Interdisciplinary Science of Mind, Cambridge, Mass.: MIT Press, 1992).

5 La mayor parte de filósofos acepta no solo que compartimos una psicología popular medianamente coherente, sino también que la aplicamos en nuestra vida cotidiana. Los debates actuales se centran en si es probable que esta psicología popular sea suplantada por una psicología fisicalista o si es que necesita ser validada por una psicología fisicalista. Para una defensa de la naturaleza no eliminable y suficiente de la psicología popular, véase Rudder, L., Saving Belief: A Critique of Physicalism, Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1987. Como veremos, la mayoría de fisicalistas considera a la psicología fisicalista como algo a qué aspirar, por lo que los científicos de las Ciencias Humanas contemporáneos no tienen más opción que trabajar con la psicología popular incluso si es que creen que una alternativa fisicalista eventualmente la suplementará.

6 Cf. Gay, P., Freud for Historians, Oxford: Oxford University Press, 1985, p. 100.

7 Cf. Stone, L., The Family, Sex and Marriage in England 1500-1800, selección, Harmondsworth: Penguin, 1979.

8 Ibid., p. 88.

9 Ibid., p. 93.

10 Ibid., p. 100.

11 Ibid., p. 178.

12 Ibid., pp. 421-422.

13 Cf. Stich, S., From Folk Psychology to Cognitive Science, Cambridge, Mass.: MIT Press, 1983.

14 Cf. Davidson, D., Essays on Actions and Events, Oxford: Clarendon Press, 1980.

15 Cf. Todd, J. y E. Morris (eds.), Modern Perspectives on John B. Watson and Classical Behaviorism, Westport, Conn.: Greenwood Press, 1994. Lo que sigue concierne solo al conductismo metodológico, y en ocasiones metafísico, que rechaza el uso de conceptos que se refieren a estados mentales. No concierne a un conductismo analítico que acepta dichos conceptos pero los interpreta luego en términos de comportamiento (cf. Ryle, G., The Concept of Mind, Londres: Hutchinson Press, 1949).

16 Cf. Kitcher, P., o.c., pp. 186-190.

17 Ejemplos tempranos de intentos de vinculación entre Freud y, respectivamente, la escuela de Chicago y el posestructuralismo, incluyen a Swanson, G., "Mead and Freud: Their Relevance for Social Psychology", en: Sociometry, XXIV, pp. 319-339; y Lacan, J., "The Function and Field of Speech and Language in Psychoanalysis", en: Ecrits: A Selection, traducción de A. Sheridan, Londres: Tavistock, 1977, pp. 30-113. No conozco ningún intento similar por parte de la teoría de la elección racional.

18 Cf. Ryle, G., "Categories" y "Philosophical Argument", en: Collected Papers, 2: Collected Essays 1929-1968, Londres: Hutchinson & Co., 1971, pp. 170-184 y 194-211.

19 Cf. Hartmann, H., Essays on Ego Psychology, Nueva York: International Universities Press, 1964, p. 335.

20 Freud, S., A Note on the Unconscious in Psycho-analysis, en: CPW XII, p. 262. Cuando Freud planteó por primera vez su concepto de represión, y por tanto de lo inconsciente, en el trabajo que llevó a cabo con Josef Breuer sobre la histeria, definió lo que estaba reprimido, y por ello lo que era inconsciente, como una "idea incompatible", esto es, una idea en conflicto con la autocomprensión, los valores, etc., del paciente (cf. Breuer, J. y S. Freud, Studies on Hysteria, en: CPW II; y Freud, S., The Neuro-psychoses of Defence, en: CPW III, pp. 41-61). Más adelante definió lo que se mantenía fuera como un impulso, especialmente un impulso sexual, no como una idea, pero el impulso continuó siendo excluido porque era incompatible con una parte de lo consciente. La detallada descripción de Freud de este conflicto cambió de algún modo una vez que se dedicó al estudio de la sexualidad infantil. En general, sin embargo, la incompatibilidad se daba entre un impulso sexual (típicamente enraizado, ya sea en un recuerdo posterior a la pubertad de una experiencia de la infancia o en la propia experiencia de la infancia) y una evaluación consciente en torno a la posibilidad de aceptar este impulso (cf. Freud, S., Introductory Lectures on Psycho-analysis, en: CPW XV-XVI). La teoría de la mente tardía sostenida por Freud trajo consigo un giro que supuso el paso del énfasis puesto en el conflicto entre lo consciente y lo inconsciente al énfasis puesto en el conflicto entre el Yo y el Ello. El Yo tomó el rol activo de lo consciente al reprimir las ideas o los impulsos que resultaban incompatibles con él. Y el Ello fue presentado como la sede de estas ideas e impulsos, así como de otras ideas y otros impulsos que el Yo no reprimía (cf. Freud, S., The Ego and the Id, en: CPW XIX, pp. 1-66). Así, la idea de incompatibilidad siempre fue parte de la definición freudiana de lo reprimido.

21 Gay, P., o.c., p. 187.

22 Cf. ibid., p. 189. A lo largo de este artículo, me refiero a los estudios psicoanalíticos en las Ciencias Humanas únicamente como ejemplos para ilustrar argumentos filosóficos. No quiero sugerir que todos ellos incurren en cada error que señalo.

23 Freud discute las fantasías del rescate en su obra Contribution to the Psychology of Love I: A Special Type of Choice of Object Made by Men, en: CPW XI, pp. 163-75.

24 Cf. Loewenberg, P., Fantasy and Reality in History, Oxford: Oxford University Press, 1995, p. 102.

25 Cf. Breuer, J. y S. Freud, o.c., pp. 173-174.

26 Cf. Stone, L., o.c., p. 180.

27 Gay, P., o.c., p. x

28 Cf. ibid., pp. 26, 96-97.

29 Freud, S., The Claims of Psycho-analysis to Scientific Interest, en: CPW XIII, p. 185.

30 Decir esto lleva a plantear la pregunta por qué constituye una explicación adecuada. Me muestro reticente a presentar criterios específicos para determinar qué es adecuado, debido a que parece probable que el que aceptemos o no una explicación como adecuada depende de su relación con un cuerpo más amplio de conocimiento (cf. Bevir, M., "Objectivity in History", en: History and Theory, XXXIII (1994), pp. 328-344). Esto sugiere que los criterios apropiados para determinar qué es adecuado deben variar en función del contexto de la explicación en cuestión.

31 Las dificultades de aplicar el Psicoanálisis más allá de lo psicopatológico podrían ayudar a explicar por qué Freud se mueve con más o menos facilidad entre métodos científicos razonables y especulaciones más cuestionables (cf. Glymour, C., "How Freud Left Science", en: Earman, J., A. Jarvis, G. Massey y N. Rescher (eds.), Philosophical Problems of the Internal and External Worlds: Essays on the Philosophy of Adolf Grünbaum, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1993).

32 Cf. Freud, S., The Psychopathology of Everyday Life, en: CPW VI; Introductory Lectures on Psycho-analysis.

33 Cf. Freud, S., Notes upon a Case of Obsessional Neurosis, en: CPW X, pp. 153-318.

34 Cf. Solomon, M., Beethoven, Nueva York: Schirmer Books, 1977.

35 Cf. Freud, S., Family Romances, en: CPW IX, pp. 235-244.

36 Cf. Freud, S., Leonardo Da Vinci and a Memory of his Childhood, en: CPW XI, pp. 57.

37 Cf. Freud, S., Totem and Taboo, en: CPW XIII, pp. 1-162; Civilisation and its Discontents, en: CPW XXI, pp. 57-146.

38 Los cambios en el pensamiento de Freud en las diferentes etapas de su vida hacen difícil presentar un resumen satisfactorio de su visión acerca de la neurosis, la represión, lo inconsciente, etc. He intentado lidiar con este problema deduciendo esta presentación inicial en gran parte de su obra más accesible, escrita en la plenitud de sus capacidades (cf. Freud, S., Introductory Lectures on Psycho-analysis) y haciendo alusión a algunos de los cambios en sus puntos de vista a medida que desarrollo mi crítica de los mismos.

39 Cf. Freud, S., Project for a Scientific Psychology, en: CPW I, pp. 281-397.

40 Freud, S., The Unconscious, en: CPW XIV, p. 175.

41 Cf. Amacher, P., Freud’s Neurological Education and its Influence on Psychoanalytic Theory, Nueva York: International Universities Press, 1965.

42 Cf. Freud, S., The Ego and the Id.

43 Una resistencia al positivismo de Freud en nombre de la psicología popular subyace a la posición de Wittgenstein según la cual deberíamos describir la labor del psicoanalista en términos de interpretación de significados antes que de diagnósticos de causas (cf. "Conversations on Freud", en: Wollheim, R. y J. Hopkins (eds.), Philosophical Essays on Freud, Cambridge: Cambridge University Press, 1982, pp. 1-11).

44 Cf. Freud, S., Contributions to the Psychology of Love II: On the Universal Tendency to Debasement in the Sphere of Love, en: CPW XI, pp. 177-190.

45 Cf. Freud, S., Beyond the Pleasure Principle, en: CPW XVIII, especialmente pp. 38-45.

46 El intento que emprende Freud de reducir lo inconsciente a instintos e impulsos innatos ha sido puesto en cuestión por diversos psicoanalistas prominentes, incluyendo a Erich Fromm y a los teóricos de la lingüística y la narrativa que consideraré más adelante. Intento utilizar esta consideración en torno a Freud no para refutar el Psicoanálisis como tal, sino más bien para observar qué límites supone la aceptación de la psicología popular para el concepto de lo inconsciente que podríamos adoptar.

47 Cf. Freud, S., Repression, en: CPW XIV, especialmente pp. 141-158.

48 Cf. Freud, S., Further Remarks on the Neuro-psychoses of Defence, en: CPW III, especialmente pp. 157-186.

49 La insistencia de Freud en la importancia fundamental de la infancia ha sido puesta en cuestión por varios psicoanalistas prominentes, incluidos Adler y Jung. Una serie de estudios psicoanalíticos prominentes en las Ciencias Humanas consideran de manera semejante el modo en el que eventos posteriores a la infancia influyeron en el carácter de aquellos a quienes estudiaron (cf. Erikson, E., Ghandi’s Truth: On the Origins of Militant Nonviolence, Londres: Faber, 1970).

50 Cf. George, A. y J. George, Woodrow Wilson and Colonel House: A Personality Study, Nueva York: Dover Publications, 1964.

51 Obviamente, no pienso que las alusiones de Freud a la Filología o al folklore nos deban cegar frente a su positivismo. Para empezar, dichas alusiones no eran infrecuentes entre los científicos positivistas de su época (cf. Kitcher, P., o.c.). Además, pese a que Freud sin duda se enfrascó en la interpretación, parece, como he sugerido previamente, haber concebido dicha interpretación en términos positivistas con respecto tanto a sus teorías subyacentes como a los estándares de evidencia. Freud, como los teóricos de la narrativa considerados más adelante, parece haber pensado que la interpretación, o la narrativa, no constituía una forma adecuada de explicación. Sin embargo, mientras que los narrativistas tienden por ello a divorciar el Psicoanálisis de la explicación, Freud buscó cimentar sus interpretaciones con formas de explicación basadas en el positivismo o incluso en el fisicalismo (cf. Freeman, M., "Between the ‘Science’ and the ‘Art’ of Interpretation: Freud’s Method of Interpreting Dreams", en: Psychoanalytic Psychology, VI (1989), pp. 293-308; y, para un estudio más general de la naturaleza limitada de las tomas de distancia freudianas frente al positivismo, cf. Breger, L., Freud’s Unfinished Journey: Conventional and Critical Perspectives in Psychoanalytic Theory, Londres: Routledge & Kegan Paul, 1981).

52 Entre las muchas razones del creciente interés por tales asuntos, podemos mencionar no solo el impacto de otras disciplinas –tales como la Filosofía y la Literatura– sino, también, el rol en declive que juega el Psicoanálisis en la sociedad y especialmente las dificultades a las que se enfrenta el psicoanalista debido al surgimiento de medicación relativamente barata y de bajo riesgo. Una respuesta de los psicoanalistas a este tipo de terapias psicofarmacológicas ha sido enfatizar la naturaleza interactiva, conversacional y dialógica de su práctica.

53 Cf. Roudinesco, E., Jacques Lacan, Cambridge: Polity Press, 1997.

54 Lacan, J., "Seminal on ‘The Purloined Letter’", en: Yale French Studies, XLVIII (1956), pp. 40-64, p. 40.

55 Pese a que el uso que hace Lacan de la Lingüística Estructural domina el campo, otros psicoanalistas han bebido de otras teorías tales como la Gramática Transformacional de Chomsky (cf. Edelson, M., Language and Interpretation in Psychoanalysis, New Haven: Yale University Press, 1975).

56 Cf. Fink, B., The Lacanian Subject: Between Language and Jouissance, Princeton: Princeton University Press, 1995.

57 Cf. Spence, D., Narrative Truth and Historical Truth: Meaning and Interpretation in Psychoanalysis, Nueva York: Norton & Co., 1982; Schafer, R., Retelling a Life: Narration and Dialogue in Psychoanalysis, Nueva York: Basic Books, 1992; y para comentarios al respecto, cf. Moore, R., The Creation of Reality in Psychoanalysis, Hillsdale, N.J.: Analytic Press, 1999.

58 Spence, D., o.c., p. 180.

59 Cf. Bevir, M., "Historical Explanation, Folk Psychology, and Narrative", en: Philosophical Explorations, III (2000), pp. 152-168.

60 Cf. Gay, P., o.c.