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Areté

versión impresa ISSN 1016-913X

arete vol.25 no.2 Lima  2013

 

ARTÍCULOS

 

La moral romántica en Mariano Iberico y William James*

Romantic morality in Mariano Iberico and William James

 

Richard Antonio Orozco C.

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

 


Resumen

En este artículo, el autor se propone analizar la evolución en la filosofía moral de Mariano Iberico que habría ocurrido entre dos de sus publicaciones en la década de los años veinte. En la primera publicación, Iberico defiende una moral de tinte dualista, forjando un ideal en base a la superación del yo existencial junto a sus intereses, necesidades y urgencias. Una moral de corte metafísico habría sido el resultado de tal propuesta. Seis años después, en cambio, se constata una moral más comprensiva con la contradicción humana, que ya no exige la superación del yo como ideal moral sino que, más bien, reconoce el valor de lo individual. La hipótesis de trabajo propone que dicha evolución en el pensamiento de Iberico se habría originado a partir de las lecturas de William James y de otros autores más a quienes Iberico denominó "románticos". En una última sección, además, el autor muestra que tal interpretación de la moral en James se aproxima mucho a las lecturas hechas por Ralph B. Perry y, recientemente, por Ramón del Castillo.

Palabras clave: Mariano Iberico, filosofía peruana, filosofía moral, romanticismo, William James.

 


Abstract

In this paper, the author offers an analysis of the evolution in Mariano Iberico’s moral philosophy that would have happened between two of his publications in the decade of the twenties. In the first publication, Iberico defends a morality of a dualistic type, giving birth to an ideal on the basis of overcoming the existential self along with its interests, needs and urgencies. A metaphysical type of morality would have been the result of such a claim. Six years later, on the other hand, the author presents a morality more understanding of the human contradiction, which does not demand the overcoming of the self as moral ideal, but rather recognizes the value of the individual. The hypothesis of this work suggests that the above mentioned evolution in Iberico’s thought would have originated from the reading of William James and of other authors whom Iberico named ‘romantics’. Furthermore, in a later section, the author shows that such an interpretation of James’ morality comes much closer to the interpretations made by Ralph B. Perry and recently by Ramon del Castillo.

Key words: Mariano Iberico, Peruvian philosophy, moral philosophy, romanticism, William James.

 


En los estudios (aún pocos) sobre Mariano Iberico, algunos tópicos se han vuelto comunes: su deuda con el espiritualismo de Henry Bergson, su alejamiento del positivismo, la preocupación estética en sus obras más tempranas, el giro de sus inquietudes hacia el tema religioso en un segundo momento y, en sus últimos escritos, la concreción de una filosofía más propia, mística y centrada en el tema del tiempo. En este artículo, en cambio, quiero profundizar en un aspecto todavía no explorado de la obra de este insigne peruano, concentrándome en sus obras tempranas. Me refiero, específicamente, a sus reflexiones sobre moral y al proceso que estas siguieron en la década de los años veinte, así como a la importante influencia que creo significó la lectura de las obras de William James en dicho proceso.

Como yo entiendo, la ruta que siguieron las reflexiones de Iberico sobre moral está marcada por un giro significativo que ocurrió aproximadamente entre la publicación de Una filosofía estética1 (1920) y la publicación de El nuevo absoluto2 (1926). Los estudios dedicados a la obra de Iberico enfatizan en dicho intervalo un desplazamiento desde una filosofía estetizante hacia una filosofía de corte religioso, pero dichos estudios no mencionan cambios importantes en la filosofía moral de este autor. En esta presentación, por el contrario, quiero resaltar la influencia que el pragmatismo de William James ejerció en dicho giro, y así mostrar la asunción de una moral romántica en Iberico que se hace patente ya en El nuevo absoluto.

Es evidente el influjo del pensamiento de Bergson en la Filosofía estética, pues esta no era sino su misma tesis doctoral dedicada al estudio del filósofo francés aunque, para este libro, complementada con dos escritos inéditos: "La intuición moral" y "La intuición estética". Por otro lado, en El nuevo absoluto, parece evidente el desplazamiento hacia un carácter religioso en las preocupaciones centrales del autor; hecho en el que todos los comentaristas han coincidido sosteniéndose en las mismas palabras con las que Iberico prologa el libro en cuestión3. Mi interés se centra, en cambio, en mostrar que en dicho desplazamiento ocurre un cambio significativo en la forma en que Iberico entiende la moralidad humana, y que dicho cambio se debe, principalmente, a nuevas influencias que ejercen un decisivo papel en sus reflexiones. Estas nuevas influencias el propio Iberico las reconoce como "los romanticismos contemporáneos", y resalta entre ellas la obra de William James, a la que llamó "el nuevo romanticismo de la época"4. Es fácil reconocer que la obra de James deja en Iberico una impronta en sus reflexiones sobre el tema del conocimiento, pero aquí argumento que también es significativa la presencia del pragmatismo de James en sus reflexiones sobre moral. El giro nos mostrará una moral que puede ser denominada "romántica" cuya característica principal será una visión ampliada del actuar humano hasta permitir su comprensión con todo el carácter contradictorio que ella padece. Dicha moral romántica se nos presentará como un momento de madurez en el pensamiento de Iberico y de una mayor acogida a la complejidad de la moralidad humana.

Dividiré mi trabajo en cuatro secciones. En un primer momento, presentaré el estado de la cuestión enfatizando los logros alcanzados en las investigaciones sobre Iberico, pero mostrando también el vacío que aún se cierne en lo referente al tema moral. En una segunda sección, mostraré la perspectiva moral que Iberico desarrolla en Una filosofía estética y en la que es notoria la deuda con la filosofía de Bergson. En un tercer acápite, me ocuparé del giro romántico en las reflexiones sobre moral que aparece en Iberico a partir de la publicación de El nuevo absoluto. Por último, en una cuarta sección, presentaré dicha moral romántica en el propio James, para mostrar así que la obra de este filósofo estadounidense permite también la interpretación singular que Iberico enfatizó.

I

Entre los estudios más importantes dedicados a la obra de Iberico se pueden mencionar los realizados por J. Llosa (1952), A. Salazar Bondy (1965), F. Carvallo (1978), D. Sobrevilla (1988), A. Castro (2009) y QuintanillaEscajadillo-Orozco (2009). Así, algunos comentarios sobre estos estudios pueden iluminar el estado de la cuestión.

El primero de los estudios aquí mencionados es el de Jorge Llosa5. Este texto tiene la virtud de ser una primera interpretación global del pensamiento de Iberico. Además, es esta obra la que propone una mirada por etapas en la evolución de dicho pensamiento y, con ello, marca de manera significativa todos los estudios posteriores sobre este autor. Sin embargo, también hemos de decir que dicho ensayo, aunque pretende revelar las fuentes de la historia de la filosofía de las que Iberico se vale, no realiza aquello centrándose en las citas del autor en cuestión, sino más por asociación de ideas.

Por otro lado, Salazar Bondy6 reconoció en Iberico al primer pensador peruano que había conseguido una articulación original con un sello distintivo en la reflexión. Este comentarista propone ver la influencia de Bergson abarcando, en una misma etapa, tanto a la Filosofía estética como El nuevo absoluto; y es él mismo quien remarca el giro entre el esteticismo de la primera obra y el carácter religioso de la segunda. Agrega también, Salazar Bondy, un comentario sobre la expectativa que generaba Iberico en el ambiente cultural limeño de aquella época, tanto para la derecha ideológica como para los representantes del socialismo. Así pues, Salazar Bondy menciona la cercanía que tuvo Iberico con José de la Riva Agüero y con José Carlos Mariátegui, representantes eximios de ambas tendencias.

En un acápite especial, Salazar Bondy trata el tema de la moral en Iberico concentrándose en las reflexiones desarrolladas en La filosofía estética. Sin embargo, cuando observa el paso hacia la filosofía del Nuevo absoluto, esta nueva filosofía que acoge más decididamente el dinamismo y la contradicción humana, no se detiene a reflexionar si esto significó algún cambio importante en la comprensión del autor sobre la moral. De hecho, Salazar Bondy reconoce ya en los primeros escritos de Iberico una aproximación hacia el tema de la contradicción, específicamente entre la libertad del espíritu y el carácter estático de la materia; de lo cual se desprende que la novedad del absoluto dinámico que aparece en el texto de 1926 resulta, en algún sentido, una continuidad con los escritos anteriores. Así pues, según Salazar Bondy, Iberico habría transitado tanto en La filosofía estética como en El nuevo absoluto por una única senda guiada por el bergsonismo. En todo caso, el cambio importante que aparece entre estas dos obras habría sido la centralidad del tema religioso patente recién en la última de ellas y que es anunciada por el propio Iberico. Otro dato interesante que noto en el estudio de Salazar Bondy es que este autor no menciona en ningún momento la posible influencia de William James en esos giros al interior de las obras tempranas de Iberico. Resalta sí la influencia de Nietzsche y su vitalismo, haciendo hincapié en que la perspectiva que Iberico asume es la de una ética vitalista cuya norma fundamental es la realización de la vida7.

El estudio de David Sobrevilla8 sigue muy de cerca los apuntes de Salazar Bondy. Respecto de la etapa que estamos considerando en esta presentación, Sobrevilla identifica explícitamente dos fases; una estetizante (La filosofía estética) y una religiosa (Un nuevo absoluto), ambas marcadas por el bergsonismo. Sobrevilla resalta que su propuesta de clasificación de las etapas en los trabajos de Iberico está más justificada que la de sus antecesores, pero adolece de la misma artificialidad que toda clasificación por etapas de una obra conlleva. En todo caso, también reconoce una continuidad en las obras de Iberico, así como una perenne influencia de Bergson a lo largo de todos sus escritos9.

Respecto al tema de la moral en Iberico, Sobrevilla también restringe su análisis al ensayo titulado "La intuición moral"; y en su lectura de El nuevo absoluto se concentra demasiado en el último de los ensayos del libro, aquel que trata el tema del absoluto, dejando de lado todos los otros textos en los que el tema de la moral va mostrando su evolución. Sin embargo, un par de datos me parecen significativos para nuestro estudio. Sobrevilla menciona, al comenzar su análisis sobre El nuevo absoluto, que está de acuerdo con Jorge Llosa en la importancia que otros dos ensayos tienen para la comprensión de la obra de Iberico. Uno de estos ensayos a los que hace referencia es el titulado "El romanticismo", cuya importancia había sido resaltada por Llosa en su estudio. Sobrevilla lo reconoce como significativo, pero cree injustificado definir a Iberico como un "romántico" ateniéndose solo a uno de sus ensayos. En mi opinión, en cambio, el romanticismo de Iberico se va dejando notar no solo en el ensayo así titulado, sino a lo largo de todo el conjunto de textos que conforman El nuevo absoluto; y es justamente dicho romanticismo el que va forjando una nueva perspectiva sobre la moralidad humana.

Por otro lado, Sobrevilla resalta la importancia del ensayo titulado "A propósito del oscurantismo contemporáneo", pero solo indica que aquí Iberico coloca entre el "oscurantismo" y "sus adversarios cientificistas" a la actitud estética que él mismo ha defendido en sus ensayos anteriores10. Llama poderosamente la atención tal comentario de Sobrevilla, pues no parece reconocer ni el tono irónico del título, ni el apego que delata Iberico hacia dichos "oscurantismos". Sobrevilla, además, define al oscurantismo mencionado como una "tendencia pragmatista o afín al pragmatismo que se esfuerza por justificar las concepciones religiosas y no científicas a partir de sus frutos para la vida". Esto, sin embargo, es poco preciso, pues Iberico menciona explícitamente que la referencia no es a cualquier pragmatismo, sino al pragmatismo de William James. En mi opinión, cuando Sobrevilla no atiende a este ensayo, descuida la influencia de James en la filosofía de Iberico y, al mismo tiempo, pierde de vista un tema importante allí tratado, que es el tema de la verdad; poderosa influencia en la concepción del conocimiento en Iberico.

La investigación dirigida por Quintanilla11, en la que yo mismo participé, buscó complementar este cuadro sobre Iberico aportando un análisis de la proximidad entre este y el pragmatismo, y, con esto, una reconsideración del proceso de la filosofía peruana durante las primeras décadas del siglo XX. Esta investigación partía de una premisa novedosa: la fuerte influencia que habría recibido la filosofía peruana de parte del pragmatismo de William James. Dicha influencia habría venido directamente en autores como Pedro Zulen, o más indirectamente por la cercanía entre Bergson y James. Se esclarecían así mejor las tesis que Iberico había desarrollado, y se reconocía aún más la riqueza de su pensamiento. Sin embargo, este estudio se limitó básicamente al tema epistemológico; la pregunta guía se refería casi de manera exclusiva a la teoría del conocimiento en cada uno de los autores tratados. El desarrollo de la filosofía moral en Iberico no fue una preocupación significativa para el equipo investigador.

II

Una filosofía estética es el libro que Iberico publica en 1920. Esta obra, como dijimos, recoge su tesis doctoral (con algunos arreglos12) titulada "La filosofía de Enrique Bergson" y los ensayos titulados "La intuición moral" y "La intuición estética". Es en esta obra donde Iberico desarrolla más explícitamente sus reflexiones sobre moral. De hecho, cuando el propio Bergson leyó la tesis doctoral de Iberico, felicitó a este por haber ampliado su pensamiento hacia campos todavía no trabajados, haciendo referencia, explícitamente, al tema moral. Bergson se dedicará a tratar dicho tema recién en el ensayo titulado "Las dos fuentes de la moral y de la religión", publicado en 1932.

La comprensión que Iberico muestra sobre la moral en este libro parte de una premisa de claro matiz espiritualista: la moral corresponde al ámbito de la metafísica. A partir de ello, acusa a las reflexiones que pretenden ligar la moral al placer o a lo útil por estar introduciendo consideraciones "extramorales" a las reflexiones de un ámbito que él considera es "infinitamente más elevado" y de carácter sublime13. Así pues, Iberico marca una distinción clara entre el ámbito de la vida cotidiana y el ideal moral. La moral se concentra en el ámbito del deber-ser, pretendiendo así un rol directriz y corrector de la vida diaria. Como habría dicho Kant: de no ser así, ¿qué sentido tendría la moral?

No obstante, Iberico no solo ha llevado consigo, al asumir dicha perspectiva moral, los logros de la moral deontológica, sino que también carga con sus pesos. Por un lado, define con mayor precisión el ámbito de la moral, determinando también con rigurosidad su valor y tarea en la vida diaria. Estos son logros que se pueden reconocer, también, en los sistemas morales de corte kantiano. La moral, así, asume un carácter ideal; es el horizonte con el que se encara la vida para reconocer la dirección que esta debe tomar. Por determinación negativa, podríamos decir, ha sido bien definido dicho horizonte: la buena voluntad, lo llamará Kant, o también dirá la autonomía de la voluntad. Iberico determinará también negativamente dicho horizonte. Él lo definirá, más bien, como la superación de toda consideración egoísta, interés o placer. Para Iberico, es de un máximo valor poder delimitar el ámbito de la moral con la mayor precisión posible, aunque sea de modo negativo, pues esto define también el ámbito del espíritu, el "yo profundo" al que se ha referido Bergson.

Por otro lado, el planteamiento de Iberico padece también de un alejamiento deslegitimador de algunos aspectos de la vida misma, que es común en perspectivas idealistas de la moral. Así, las condiciones existenciales no parecen ser válidas para la deliberación moral, pues esta se define en el ámbito profundo del yo metafísico, y las circunstancias contingentes de la vida distorsionan más que aclaran la correcta decisión. Por esa razón, Iberico las llama "extramorales".

Padece, además, de igual rechazo el ámbito de los deseos e intereses individuales. Estos no son considerados en la definición de lo bueno; por el contrario, para Iberico, la rectitud ideal exige la superación de la perspectiva egoísta. Iberico explaya sus argumentos contra ese yo que se coloca por delante de la vida, que en su perspectiva es solidaridad y fraternidad. El yo que prescinde de los demás en vista de sus deseos individuales y que se afana en la búsqueda del placer como su principal ideal es catalogado por este autor como un calculador. La crítica principal es que este espíritu se absorbe en lugar de expandirse; es decir, asume un camino distinto a la evolución cuasi-natural que siempre tiende hacia el Todo14. Para Bergson y para Iberico, estos caminos encontrados entre el yo superficial –el de los deseos e intereses egoístas– y la natural expansión evolutiva de la vida provocan un conflicto, "pero el hombre puede y debe elevarse por encima de esos conflictos posibles"15. La moral es, pues, para Iberico, el camino que nos conduce hacia dicha elevación de la conciencia; y, por lo mismo, un sendero que nos aleja de la con-centración y de la com-prensión del yo superficial.

En todo esto, Iberico ha seguido muy de cerca la perspectiva dualista de Bergson. Es este quien plantea al yo profundo y al yo superficial16. Pero, como ya dije, el filósofo francés todavía no había desarrollado la consecuente moral que se sigue de dicha antropología. Iberico, en cambio, sí hará tal labor y, al parecer, con buen resultado a los ojos de Bergson, como lo atestigua la carta que este envió a Iberico, fechada el 21 de julio de 1917 y publicada en el mismo texto de Una filosofía estética17.

Iberico buscó una reinterpretación de los conceptos claves del discurso moral utilizando como premisa el dualismo bergsoniano. Comenzó por el concepto de "libertad", al que reconoció como uno de los temas insignes de la moral18 y también como uno de los más controversiales. Su carácter polémico lo encuentra en el hecho de que la ciencia en el siglo XX ha mostrado un hombre imitador de la naturaleza, permitiendo así una sospecha de la capacidad creativa del ser humano. Ante esto, interrogarse sobre la realidad de la libertad se convierte en un imperativo metafísico, pero de consecuencias innegables para la moralidad. Así, si la moral no es otra cosa que el adentrarse hacia el ámbito profundo de la consciencia, entonces ella supone el reconocimiento de los rasgos más distintivos de esta: ser libre, espontánea y vital. De esta forma, la libertad es reconocida como el ser propio de la conciencia. La oposición entre la necesidad y la libertad, Iberico la plantea entre el determinismo mecánico de la materia condicionada existencialmente y el espontáneo don creativo de una conciencia que discurre soberanamente. La libertad, dice, es ese "aliento de espontaneidad y de creación que evidenciamos en nuestros momentos de mudo recogimiento interior"19.

Los otros tres conceptos claves de la moral que Iberico explicitará serán "el ideal", "el deber" y "la fraternidad". Sobre el primero, habría que señalar que este autor no desarrolla ninguna diferencia entre el ideal y el bien. Dice de este último que es aquello que nosotros intuimos partiendo del todo de nuestro ser, cuando sentimos que ha colaborado hasta el "más escondido rincón de nuestro espíritu"20. Sobre el ideal, en cambio, dice que no es sino ese fundirse con el Todo, "colaboración en el gran acto de desenvolvimiento del universo"21. Esto no significa que el ideal prescinda de la personalidad individual. En una dialéctica no aclarada por Iberico, el ideal se forja entre los matices individuales y la dimensión única del Todo. Iberico prefiere dejar en el misterio dicha dialéctica, pues reconoce que el ideal no puede ser captado a plenitud por los esquemas conceptuales como se hace, por ejemplo, con la idea estática de perfección. Todo lo contrario, el ideal es dinamismo expansivo y, por eso mismo, el ideal es siempre un horizonte que exige ser perseguido constantemente. El ideal, pues, exige compromiso individual, y de este nace la conciencia del deber.

En el concepto de "deber" aparece también la misma actitud dialéctica que en el concepto de "ideal". Iberico quiere afirmar tajantemente que el deber no puede ser algo impuesto externamente al individuo, pero al mismo tiempo defiende la necesidad de comprender al deber como una exigencia de nuestro espíritu por superar los aspectos más egocéntricos de la voluntad. Así, el deber queda definido también con ese mismo aire de misterio e inaccesibilidad propio del espíritu. La precisión de nuestro deber es aprehendida, según Iberico, de manera intuitiva; es la vida misma (el Todo dinámico), con sus imperativos, la que se va haciendo patente en la conciencia del deber. Una anotación que Iberico hace respecto del deber me parece importante resaltar: según este autor, la situación más apropiada para que nuestra facultad intuitiva capte nuestro deber se da en lo que él llama los momentos graves de la vida22. Estos son caracterizados por Iberico con dos anotaciones.

En primer lugar, el autor señala que los momentos graves de la vida son aquellos en los que el yo participa de una manera integral; es decir, cuando todo él está comprometido. En este caso, "grave" está significando profundidad y se opone a superficialidad. La característica principal de los momentos superficiales es que son disipados y efímeros. En estos casos, las condiciones de la existencia obligan al yo a perderse en urgencias no necesariamente importantes. Por el contrario, los momentos graves de la vida son aquellos en los que la resolución de la voluntad solo puede tomarse considerando a las exigencias del pasado y a las expectativas futuras, así como al presente y todas sus circunstancias; es decir, el yo sentido en su plenitud. La conciencia en ese instante adquiere una gravedad tal que sus decisiones se imponen de manera categórica. Lo interesante aquí es reconocer que Iberico exalta así una única forma de ser en el mundo; la que él reconoce como grave o profunda. Aunque la define como el todo del yo, queda claro, sin embargo, que otras formas de ser son desvalorizadas o simplemente negadas del yo ideal. Todas esas otras formas del yo que Iberico ha definido como superficiales –piénsese, por ejemplo, en el yo interesado, el yo que responde a sus necesidades banales o el yo de sus deseos más egoístas– no son tomadas en cuenta cuando se menciona al yo entero que se presenta en los momentos graves de la vida. De hecho, cuando se afirma que ese yo profundo es el que realmente está en consonancia con "la Vida", se marca una distinción que excluye a esas otras formas no auténticas de vivir. Es muy importante este comentario que estoy haciendo en vista de mi argumento central. Me refiero a la reconsideración que provocó la lectura de las obras de William James en la perspectiva moral de Iberico. Así pues, como voy a mostrar más adelante, en la perspectiva romántica que Iberico asume para la moral en 1926, ya no aparece tal exclusión de momentos mal llamados "superficiales", sino que toda la vida entera es asumida con mayor indulgencia y con matices más finos que el simple dualismo.

La segunda caracterización de los momentos graves que Iberico señala es menos problemática que la anterior. El autor deja entrever que por momentos graves se debe entender también "momentos de crisis". "En las crisis –dice– se destaca más bella y más fuerte la moralidad"23; una perspectiva que tiene mucho de estoicismo y de ascetismo religioso. Según Iberico, en los momentos de placer nada impele a la voluntad, pues la comodidad no presenta dificultades ni exige deliberaciones. En cambio, en los momentos de crisis es cuando la voluntad debe tomar una decisión, y es allí donde el deber se hace patente.

El último de los conceptos morales que Iberico trabaja es el de "fraternidad". La ética de Iberico tiene como ideal el momento de la unión con el Todo, pues ese es también el momento de la fraternidad. La moralidad –dice– siempre nos va empujando hacia ese momento. La fraternidad es presentada como un cuasi-natural destino de cada hombre. Como veremos más adelante, en este tema Iberico no variará su modo de pensar. De lo que trata la moral es, dice, de guiar a la conciencia hacia las profundidades de la vida en donde se encuentra con la simpatía y la solidaridad, superando así la superficialidad que es dominada por las tendencias egoístas24.

Como conclusión de esta sección se puede afirmar que Iberico presentó en 1920 una perspectiva moral básicamente idealista, asentada en el dualismo bergsoniano que separa lo superficial de lo profundo y restringe así la moralidad a un ámbito que, de principio, excluye los aspectos más pragmáticos de la vida del individuo: su interés personal, sus necesidades materiales, la utilidad, etcétera. Lo que mostraré en la siguiente sección será cómo dicha perspectiva moral asume, tras una evolución del pensamiento del autor, un carácter más indulgente respecto de la individualidad y su existencia concreta. En esta nueva perspectiva romántica de la moral conciliarán la misma ética de la solidaridad, anunciada ya en el ideal de la fraternidad de la etapa previa, con una ética del individuo existente. En mi opinión, dicha conciliación fue posible gracias al decisivo influjo que ejerció en Iberico la lectura de las obras de William James.

III

El nuevo absoluto (1926) es un conjunto de doce ensayos escritos, la mayoría de ellos, después de 1923. De algunos no se tiene noticia de su fecha de redacción, pero, por la cercanía temática, parecen no distar demasiado en el tiempo. Aunque el conjunto de ellos sirve para argumentar a favor de mi hipótesis, resalto especialmente los dos artículos que Sobrevilla desestimó porque los consideró insuficientes para definir a Iberico como un romántico. Me refiero al artículo dedicado a la obra de William James, titulado "A propósito del oscurantismo contemporáneo", y a aquel otro titulado "El romanticismo". Cabe anotar de entrada que en la obra de 1920 a la que hicimos referencia en la sección anterior no aparece citado William James, aunque sí suponemos que el filósofo estadounidense era conocido en los ambientes intelectuales limeños, pues Víctor A. Belaúnde lo menciona en el prólogo de la misma. Es probable que Iberico no lo hubiera leído todavía o quizá dichos planteamientos no merecieron todavía mayor interés en su tendencia bergsoniana que sí estaba claramente definida. La presencia de James en la obra de 1926 es, por el contrario, notoria. No solo le dedica un ensayo a la interpretación de su filosofía, sino que además aparece su nombre mencionado en distintos lugares. Es justamente el influjo de dicho pensamiento pragmatista el que quiero resaltar en esta sección.

En las primeras páginas de esta obra se puede percibir un cambio de perspectiva en los planteamientos de Iberico. Él mismo anuncia su giro religioso porque –dice– una concepción puramente estética "adolece de un cierto desdén espectacular, respecto de los contenidos vitales que examina"25. Pero si bien este giro es anotado por todos los comentaristas, yo más bien quiero resaltar otro quiebre que el pensamiento de Iberico está asumiendo y que sucede más propiamente en el campo de la moral.

Comencemos, sin embargo, por mostrar que dicho giro incluye también una nueva disposición hacia la ciencia y, con ello, hacia la inteligencia. Esta, a la que en la obra de 1920 se había acusado de ineptitud para comprender la vida, seis años después aparece como una compañera de camino en la lucha del hombre por alcanzar sus ideales. El autor no deja de resaltar el perjuicio que trae a la sociedad el cientificismo, al que Iberico llama "el prejuicio intelectualista". Sin embargo, también deja en claro que no hace tal crítica a la ciencia misma o a una supuesta ineptitud de ella, sino a la pretensión de la inteligencia de querer alcanzar sola el progreso social; a la unilateralidad del científico que, arrogantemente, cree no necesitar de nadie más para proponer caminos de crecimiento para los ciudadanos. Así, pues, Iberico afirma que "[n]adie está, en efecto, autorizado para negar la alta significación del trabajo científico…"26. Más adelante agrega que "el yo necesita para vivir, creer en una exterioridad rígida y estable. A esa necesidad responde la ciencia". Ambas citas muestran, pues, una nueva aproximación hacia la ciencia y hacia el ámbito de desarrollo de la inteligencia; es decir, hacia el ámbito que Iberico llama "exterioridad".

En 1920, cuando su pensamiento era dominado por el dualismo bergsoniano, Iberico se refería a "la vida" en términos de lo profundo, lo grave, lo espiritual, etcétera, excluyendo así de este ámbito todo aquello que sea doméstico, trivial, pasajero o artificial. En esta otra publicación, en cambio, reconoce un valor a todo aquello que significa exterioridad, pues también esto corresponde a "la vida"; y el trabajo científico no hace sino mostrarnos formas agradables de adaptación para dichas circunstancias concretas. Advirtamos, sin embargo, que el propio Bergson había mostrado también una variación similar en su texto El pensamiento y lo moviente27, en el que la ciencia goza de una mayor acogida y se le encuentra un sentido "para la vida". Sin embargo, lo que yo quiero resaltar es que estas nuevas disposiciones que Iberico está mostrando en su obra se deben principalmente al influjo de nuevos autores a los que él llamó, de modo general, románticos.

Iberico sabía distinguir en sus autores favoritos "la carne y el espíritu"; esto es "la ideología revelada en las palabras" como algo distinto de "la efervescente vitalidad de la intuición"; y lo segundo era lo que más le interesaba. Tal hábito de lectura era similar al de Bergson, quien argumentaba que en todo gran pensador subsiste una intuición primaria y que todo lo demás no son sino desarrollos ulteriores que explicitan dicha intuición28. Pero también era similar a la propuesta de James, quien creía que los filósofos se distinguían no por sus planteamientos más elaborados, sino debido a las diferencias en sus temperamentos29. Esta incursión en las profundidades de un planteamiento filosófico es presentado por Iberico como un seguir a los autores hasta "las regiones desconocidas y remotas a las que nos invitan de modo perenne"30. De esta forma, él había descubierto una vena común en Rousseau, Bergson, James y Tolstoi, que identificó como romanticismo. El romántico era, según nos indica, un espíritu inquieto y creador; y el romanticismo era una forma de liberación y de crecimiento espiritual que significa, principalmente, desprendimiento y desinterés. De ninguna manera el crecimiento espiritual que la nación requiere puede alcanzarse mediante el engrandecimiento narcisista del ego. Ese quizá era el nefasto destino hacia donde nos conducían tanto el prejuicio intelectualista como el prejuicio economicista. En contraste, el romanticismo ofrece un camino distinto porque crea "fuentes espirituales de generosidad"31 que despiertan una forma superior de vida. Iberico explicaba esto como un descenso a lo más hondo de nosotros mismos para extraer de allí un ideal, una inspiración, una mística que se hace fuerza y valor patriótico. A esto lo llama también "el despertar de energías morales"32 sin las cuales es imposible pensar en el desarrollo de la nación.

Sobre James aparecen muchas referencias a lo largo del texto, centradas, principalmente, en The Will to Believe. Iberico menciona que Eugenio d’Ors, el famoso ensayista español, ha profetizado el fin del romanticismo, pero agrega que este ha olvidado una forma nobilísima del mismo que florece en la filosofía; "the will to believe de la que hablan los filósofos", dice, en evidente alusión a William James. La filosofía de este era expresión de un novedoso romanticismo: fructífero, esperanzador y capaz de poder enfrentar esas nefastas tendencias modernas que reducen al hombre al mero ejercicio de la razón. James era, en opinión de Iberico, expresión de un "romanticismo de la voluntad", en el que resalta y admira la forma de valorar la ilusión y la esperanza que dicho planteamiento inspiraba. The Will to Believe era la posibilidad de justificar esas mentiras vitales que permiten superar los estados de desesperanza tanto en individuos como en naciones. Así, la propuesta de James calzaba a la medida con la situación peruana a comienzos del siglo XX: un momento de reconstrucción post-guerra con poca esperanza en el futuro y bajo el dominio ideológico del positivismo. La nación se encontraba, pues, urgida de aquellas mentiras vitales. Por supuesto, no se debe entender el concepto mentira vital como una apología del autoengaño o al dominio caprichoso de la voluntad. Las mentiras vitales que Iberico encontraba en James eran, más bien, la religión, la libertad, el espíritu creativo, etcétera. Todas ellas, inspiradoras de una forma superior de vida que conducen hacia la generosidad y la solidaridad.

De esta forma, las obras de James eran inspiradoras de un ideal moral en el que Iberico encontraba un equilibrio: si bien exaltaban la energía e inquietud individual, marcaban también los derroteros de la solidaridad y el compromiso social. Quizá el ideal moral que Iberico había desarrollado seis años antes se había desviado demasiado del individuo, de sus problemas e inquietudes más mundanas, de sus goces y placeres más profanos. Los escritos de James ofrecían, en cambio, los argumentos necesarios para defender la libertad y la elevación espiritual sin restarle valor a la existencia concreta del individuo. La forma ideal de vivir, en la nueva perspectiva que Iberico asume, ya no reclama únicamente la trascendencia de la vida espiritual, sino que ahora se hace cargo también de las necesidades y urgencias del individuo a las que se les reconoce un valor en sí mismas. La ciencia responde a estas necesidades y urgencias, y, por eso, como hemos visto, la disposición que Iberico presenta hacia ella es de mayor acogida.

El equilibrio entre el reclamo de una vida espiritual y la valoración de las condiciones existenciales del individuo se reconoce a partir de algunas afirmaciones de Iberico encontradas a lo largo del texto, así como en la manera en que son interpretados y valorados muchos de los autores a quienes él presenta. Un ejemplo de lo primero es su afirmación de que el progreso moral conlleva un beneficio que no es solo para la sociedad, sino también para el individuo mismo33. Si bien la moral "prescribe a la vida la generosidad y el entusiasmo… no por eso destruye al individuo que es y será siempre el foco más rico de irradiación espiritual"34. Aunque de manera sutil, esto ya significa un cambio en la valoración del individuo respecto de lo planteado en 1920, cuando, definiendo al ideal y al deber, se reconocía tímidamente la significatividad de lo individual y, más bien, se exaltaba al Todo y la virtud de la abnegación. El individuo, en la obra precedente, era una instancia a ser superada y cuya existencia concreta no era relevante para la moral, que era básicamente metafísica.

En los ensayos en los que se dedica a presentar la obra de sus autores favoritos, Iberico resalta la manera en que estos armonizan un ideal de solidaridad con una valoración de la mundanidad del individuo. Como ejemplos consideremos el texto en el que interpreta la obra de Gonzales Prada y el extenso trabajo dedicado a la obra de Rousseau. En el primero, nuestro autor resalta que en los escritos de Gonzales Prada se conjugan tanto una ética del esfuerzo como una ética del amor. La ética del esfuerzo es la ética del orden y el progreso científico; la ética del individuo cuya mirada reposa en la sociedad. La ética del amor, en cambio, es la ética del individuo que se mira a sí mismo; es la ética de los sueños y de la libertad, la de los anhelos y de las fatigas, de la bondad y la belleza. En el segundo texto, Iberico es todavía más elocuente para mostrar el cambio que se ha producido en su manera de pensar respecto de la moral planteada en Una filosofía estética. Así, pues, resalta el carácter romántico que presenta la obra de Rousseau y reconoce que este se hace patente en la exaltación del hombre en su estado de naturaleza. Es muy significativa dicha exaltación si consideramos que Iberico interpreta el significado del hombre natural como el animal instintivo guiado solo por sus necesidades fisiológicas. No hubiese sido posible encontrar una exaltación similar en el texto de 1920, pues las necesidades y urgencias del individuo, que expresaban una decadencia respecto del espíritu, no eran relevantes para la filosofía estética. En El nuevo absoluto, en cambio, la valoración del hombre natural expresa la necesidad que veía Iberico por complementar su ética del compromiso social con una mayor acogida de los aspectos concretos del individuo. El hombre en estado de naturaleza, dice Iberico, no era, ni es, ni será real; es más bien "una mentira vital destinada a estimular los esfuerzos espirituales de los hombres"35. La evidencia del equilibrio aparece cuando Iberico critica a Rousseau el no haber advertido que rechazar la sociedad, las instituciones y las leyes, supone la exaltación del individuo y la proclamación de la anarquía de las emociones; es decir, "una extravagancia moral"36.

Lo que estamos mostrando hasta aquí es cómo la propuesta moral de Iberico, que en 1920 se planteaba a partir de una trascendencia y un olvido de lo superficial, seis años después reclama un equilibrio entre la elevación del espíritu y el cuidado de la existencia. Así, pues, darle un espacio y un valor al individuo concreto, con sus urgencias y necesidades, con sus imperfecciones y descuidos, es lo que yo considero una evolución en la perspectiva moral de Iberico. Pero quizá la referencia más elocuente de tal novedoso planteamiento moral la podemos encontrar en la explicación que Iberico hace del romanticismo utilizando la metáfora de la playa, en la cual se resalta el equilibrio que propone tal corriente. Esta imagen le permite reconocer en la vida humana, y en la vida de las naciones, dos zonas igualmente necesarias: una, la zona de indecisión y de inquietud, el mar, que representa la vena romántica de los pueblos; la otra, la zona de claridad y tranquilidad, la costa, que representa la vena sensata, serena y mesurada de la vida. Me permito citar ampliamente las mismas palabras del autor:

"La vida humana es como el mar frente a una playa y es como una playa frente al mar; pero no es ni mar solo, ni costa solamente; es la costa y el mar que la baña, es el mar y la costa que lo limita y lo contempla. El mar es la confusa efervescencia de nuestra vida interior, es el ritmo solemne de nuestra existencia, es el oleaje de nuestras pasiones y de nuestras luchas; la costa, es el refugio tranquilo desde donde contemplamos nuestro propio espectáculo; el mar, es la profundidad sombría, es la movilidad misma, es la perspectiva infinita; la costa, es la fijeza, la solidez, la limitación. Y hay un equilibrio inestable entre ese mar y esa playa… esas veces en que el mar de la efervescencia interior, invade la costa de la tranquilidad, son para los individuos y para los pueblos, las épocas románticas. Épocas creadoras y fecundas, épocas agitadas y contradictorias, épocas de confianza y de inquietud, de felicidad y de amargura. Como que el romanticismo, profunda expresión de la vida, es al propio tiempo la enfermedad y la salud, un mal y un bien"37.

Es sumamente significativa esta cita, pues ella expresa con mucha transparencia la nueva actitud de Iberico frente a la vida y sus contradicciones inherentes. Aquella perspectiva idealista de la moral a la que hacíamos referencia en el texto de 1920 parece haber sido complementada con una valoración más indulgente "de nuestras pasiones y de nuestras luchas". En esta nueva mirada, las luchas del hombre no corresponden a una fase temporal y provisoria, sino que son una condición inseparable de la vida misma y de sus formas ideales de concebirse. Si hay un héroe para Iberico, este ya no es el abnegado místico capaz de renunciar a sus intereses y deseos más inmediatos, sino el valiente luchador que encuentra el equilibrio entre las zonas complementarias de inquietud y serenidad. En esta misma línea, otra cita que ejemplifica lo dicho aparece en el ensayo dedicado a la filosofía de Emile Boutroux. En tal texto se hace referencia a una incoherencia entre el intelecto y el sentimiento del ser humano que puede ser considerada un defecto "pero –agrega Iberico– es así la vida, que entre la rígida armazón de los sistemas, insinúa un soplo de inquietud y de contradicción"38.

Reconozcamos, sin embargo, que un cambio así en la filosofía moral no se percibe si, como hacen sus intérpretes, definimos la publicación de El nuevo absoluto como resultado de un único giro hacia lo religioso. Mi estudio, en cambio, ha querido mostrar que dicho giro es mucho más complejo de lo que hasta ahora se ha supuesto; y tal complejidad aparece cuando, además de la nueva tendencia religiosa, hacemos patente la mirada romántica que Iberico asumió en cuestiones morales y que le enseñó a valorar de manera más positiva las luchas y contradicciones de los individuos, así como sus anhelos, sus intereses y su ciencia. Mi hipótesis, además, identificaba a James como una de las influencias más importantes para este cambio de perspectiva. Rousseau, Pascal, Tolstoi, entre otros, fueron también referencias significativas, pero el dato que trasluce mejor esta novedad de la filosofía moral en Iberico es, en consideración mía, la valoración positiva de las mentiras vitales que Iberico rescata de la obra de James. Aunque en todos estos autores, a quienes llama de manera general románticos, Iberico logra encontrar una propuesta para aprender a gozarse a uno mismo, en James dicha enseñanza se le aparece con mayor claridad. En él encuentra un promotor de vida capaz de ensalzarla y acrecentarla, no por criterios metafísicos, sino desde condiciones tan domésticas como son la fecundidad y la eficacia. Muchos otros piensan que James debilita la reflexión moral al hacerla depender de criterios tan pragmáticos; Iberico, en cambio, valora tal exaltación de lo individual, porque también reconoce en James a un romántico promotor de la solidaridad. La actitud religiosa que este filósofo estadounidense defendía era para Iberico sostén de la vida, del patriotismo y de ideales morales de máxima consideración; las mentiras vitales que algunos prefieren ver como falsas pero que Iberico cree "contienen esenciales elementos de veracidad, porque se vinculan con las articulaciones reales de la vida"39.

IV

No me cabe duda alguna sobre lo útil que pueden ser las obras de James para insuflar de amor propio a cualquier sistema de pensamiento que pudiera haber sospechado de cuán valiosa es esa actitud. Ensayos como "La voluntad de creer", "Los grandes hombres y su entorno" o "La importancia de los individuos" pretenden, evidentemente, entre otros objetivos, refrescar una noción tan injustamente tratada como es la alta autoestima. La pluma de James estaba particularmente predispuesta hacia dicha apología.

Sin embargo, reducir todo el valor de la filosofía moral de James a esa única pretensión es, más bien, darle la razón a sus muchos detractores. Y si ese fuera el caso, difícilmente podríamos entender cómo Iberico se habría acercado a una filosofía moral que da la espalda a los valores más elevados de vida. ¿Qué pudo haber descubierto, entonces, Iberico en las obras de James como para dejarse influenciar por estas, al punto de hacer girar sus reflexiones abriendo un frente que seis años antes concebía como extramoral? Una primera razón, que no requiere de mucha defensa, es la admiración que el propio Bergson profesó hacia James, de quien afirmó que "nadie [como él] amó la verdad con más ardiente amor"40. Otorgar nuestra confianza o admiración a la obra de un autor a partir de la presentación que nuestro maestro hace de este es, a ojos de todos, completamente racional.

Mi segunda respuesta, en cambio, precisa de una mayor argumentación; y es que, en mi opinión, en la misma obra de James se pueden encontrar, complementándose, tanto una exaltación de lo individual, como una ética que nos impele hacia el compromiso solidario con los otros. Esto habría significado para Iberico una inmensa riqueza espiritual y efectiva, un auténtico compañero de camino ante las urgencias nacionales de la post-guerra. Quienes remarcan, por el contrario, la presencia de una ética individualista y groseramente utilitaria en la obra de James lo hacen apresurada y hasta prejuiciosamente. Justifican su lectura descontextualizando algunas de sus afirmaciones o con asociaciones mercantilistas.

Evidentemente, el pragmatismo de James se construye desde una perspectiva psicológica que atiende primariamente al ego instintivo y emocional antes que al privilegiado ego racional; o, como Ángel Faerna ha dicho41, James asume la perspectiva del microcosmos individual a diferencia de un Peirce quien escribía más bien desde la perspectiva del macrocosmos. Sin embargo, esto no significa que el interés de James se reduzca a exaltar egocéntricamente al yo o que su filosofía moral se desprenda del lado más correctivo y se envuelva toda ella en un rústico eficientismo. Los detractores de James realizan maliciosamente dicha inferencia y, por ello, tergiversan algunos de los conceptos tales como "conveniencia", "interés" o "satisfacción" con los que él explica el significado de la verdad y de la racionalidad. Una lectura más detenida de los textos de James nos revela, en cambio, una mayor complejidad y una fértil perspectiva moral y epistemológica. Ramón del Castillo42, siguiendo una ruta ya emprendida por Ralph Barton Perry43, ha mostrado cómo en James subyace un ideal moral entendido como una lucha y un equilibrio entre una ética del amor propio y una ética de la solidaridad. Intuyo que esa fue también la riqueza que Iberico halló en la obra de James; y si nos preguntamos cuán justificada puede estar tal lectura, creo que hay suficientes pasajes en los que James la hace explícita. Para Iberico, dicha complejidad y el carácter beligerante que la sostiene fueron las razones por las que él la definió como una moralidad romántica.

Esta última interpretación de James argumenta que más allá del individualista con aires místicos, subsiste en él una auténtica consciencia de su responsabilidad con la humanidad. Su ideal de filósofo le exige no sucumbir en el esfuerzo por encontrar una alternativa a la irresponsable soberanía del yo. Solo hay un mandamiento incondicional –dice–: esforzarnos por lograr el máximo bien que seamos capaces de concebir y, en tal desvelo, comprometer todo nuestro ánimo y voluntad. Para James, el filósofo no ocupa un lugar privilegiado desde el cual reconoce el sistema racional que brinde la paz soñada, ni se encuentra más cercano que nadie a la esencia de los valores, ni está más calificado que otros para reconocer el mejor universo posible; pero, aun así, él sí debe saber que "si comete un error, los gritos de los heridos pronto le informarán de ello"44. Es pues su responsabilidad, de tal índole, que no puede consentirse ni el escepticismo ni un naturalismo moral que justifique de forma a priori el bien y el mal. Al filósofo moral solo le queda la perseverancia en la lucha. Su empeño es dirigido por una demanda bien personal, evidentemente, pues ese sistema racional que busca lleva como único signo de certidumbre lo que James llama el sentimiento de la racionalidad, al cual define como un "sentimiento de suficiencia del momento presente, de su carácter absoluto"45. Pero, si bien es personal su preocupación, esta apunta al mismo tiempo hacia un objetivo que es de bien común. El héroe de James –recordemos que él justificó el culto a los héroes– no era el egotista miope, sino el hombre de espíritu combativo que logra imprimir su nombre al mostrar condiciones nuevas y mejores para la sociedad. Rorty es el autor que quizá más provecho ha sacado de este emblema jamesiano. Él nos ha recordado que James gustaba de usar el apelativo de Les intellectuels en el mismo sentido del francés original; es decir, para referirse al académico de amplias miras que toma partido por las demandas sociales. Aunque la exigencia del valor social para la filosofía aparece con nitidez en el pragmatismo de Dewey, no se puede negar que también en las obras de James la filosofía cobra su pleno sentido cuando sus problemas dejan de ser meras formulaciones abstractas y formales, y asume en su lugar los reales problemas que a los hombres y mujeres conciernen46.

James estaba convencido de ser un auténtico patriota. Su oposición decidida a la discriminación racial y al creciente imperialismo norteamericano, así como su activa participación en la campaña contra la invasión a Filipinas que el presidente McKinley promovió, eran para él revelaciones de ese patriotismo. Así, pues, ser un patriota significaba mirar hacia el futuro y mostrar a la sociedad formas nuevas de acción con las cuales hacer efectivo un progreso moral. En la comprensión pragmatista de los significados, el patriotismo no se mide por su origen, sino por el conjunto de consecuencias prácticas que le siguen.

Por lo tanto, es una grosera reducción de las complejidades en las que se revuelve el pensamiento de James definirlo como un simple gurú de la autoayuda. Si bien se puede encontrar en él un equilibrio de fuerzas, este es en el fondo un duelo, una actitud combativa. El individuo moral es para James un voluntario en la guerra, un tipo de patriota que opta por una vida enérgica, viril y estoica, por el esfuerzo que supone vencerse a uno mismo y encarar objetivos que vienen acompañados de sacrificios y, muchas veces, sufrimientos. No es pues, su ideal moral, un simple amor propio o autocomplacencia, sino un tipo especial de nobleza que James reconoció también como religión. James es un creyente en el individuo, en su libertad y en su capacidad de hacer realidad la ilusión irracional que llamamos futuro. Asimismo, es un convencido del valor del optimismo al que en Las variedades de la experiencia religiosa llama la mentalidad sana. No obstante, James cree en la nobleza de los valores espirituales de orden superior; cree en la solidaridad y en la democracia, cree en estas y en otras tantas que quizá sean utopías, pero son –como él dice– el ejercicio más noble de la razón humana. Ramón de Castillo ha definido esta complejidad de la filosofía moral en James como un conflicto entre una ética del amor propio y una ética de la solidaridad47.

Dos aspectos me parecen de sumo interés en esta mirada reveladora de la moral en James. En primer lugar, dicho conflicto revela el complemento de dos de sus más significativas influencias: por un lado, la moral individualista y romántica de Emerson que ensalza la vida a solas; y por otro lado, el ideal de Whitman de una common humanity y toda su ética religiosa americana. Según Ramón del Castillo, la cultura que sirve de contexto a la obra de Emerson es todavía aquella preocupada por el deber, mientras que la propia de Whitman es ya la naciente cultura hedonista que el propio James habría compartido. Ante tal situación, este último habría pretendido señalar un justo medio moral que no pierda la gravedad de la propuesta emersoniana, pero que al mismo tiempo se apropie del populismo de Whitman48. Es sumamente interesante el parangón que puede verse entre esta descripción de las intenciones de James y el propio camino que siguió Iberico, mediando entre la gravedad de una moral metafísica en clave bergsoniana y el empuje más experiencial e historicista de la moral jamesiana.

Otro aspecto a considerar cuando vemos la tensión interna de la moral jamesiana es el papel que la religión cumplió en ese ámbito. La diferencia que James remarca entre la moral y la religión estriba, como él dice, en la forma en cómo aceptamos el universo. En la moral, el universo es asumido con resignación; en la religión, en cambio, el universo es gozado con una emoción y con un entusiasmo que revive y fortalece. La tesis central de James es que la religión "makes easy and felicitous what in any case is necessary"49. Pero, ¿qué es lo necesario de la moral que la religión hace easy and felicitous? Pues justamente esa perenne lucha por medio de la cual vamos venciendo ese instintivo egocentrismo y vamos asumiendo compromisos y responsabilidades con para con los otros. El moralista –según James– es un atleta que no tiene descanso en su carrera, mientras que al religioso le quedan aceptadas las vacaciones morales50. Estas últimas, James las ha tomado especialmente de la religión luterana. Significan la posibilidad de ceder el control, el reconocimiento de que no somos plenamente autores del bien, la confianza en que algo nos sostendrá cuando soltemos la cuerda. Es interesante ver cómo el planteamiento de James revela que su mirada optimista no se circunscribía a las posibilidades del individuo sino que, gracias a su carácter religioso, una actitud de confianza y humildad son necesarias para lograr la nobleza moral. "Abandonar sinceramente la propia pretensión o esperanza de ser bueno por derecho propio es la única puerta hacia los tramos más profundos del universo"51.


* Esta investigación fue posible gracias a un financiamiento otorgado por el Vicerrectorado de Investigación de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Un preliminar de este trabajo fue presentado en The First International Conference on Pragmatism and Hispanic World, College Station, Texas, EEUU. Patrocinado por Texas A&M University, 18-20 de febrero de 2010.

1 Iberico, M., Una filosofía estética, Lima: Sanmartí y Cía., 1920.

2 Iberico, M., El nuevo absoluto, Lima: Minerva, 1926.

3 "Es fácil observar que el interés concedido en los primeros estudios de esta serie a la vida estética se desplaza en los últimos hacia la vida religiosa. ¿Por qué? Sin duda porque una concepción estética de la existencia, por profunda que se la suponga, adolece de un cierto desdén espectacular respecto de los contenidos vitales que examina, mientras que la concepción religiosa toma la vida con la más profunda seriedad metafísica y ética. De esta suerte la religión aparece como la única posibilidad de devolver al hombre en esta época turbada, junto con el sentido cósmico, el sentido interior de la vida" (Ibid., pp. 9-10).

4 Ibid., p. 111.

5 Llosa, J.G., La filosofía humanista de Mariano Iberico, Lima: Lumen, 1952.

6 Salazar Bondy, A., Historia de la ideas en el Perú contemporáneo, Lima: Labor, 1965.

7 Ibid., p. 242.

8 Sobrevilla, D., Repensando la tradición nacional. Estudios sobre la filosofía reciente en el Perú, Lima: Hipatia, 1988-89.

9 Esta opinión ha sido también defendida por Luz González, quien se remite a entrevistas que pudo hacerle al mismo Iberico en la década de los setenta. En dichas entrevistas, él habría reconocido su continua deuda con el pensamiento de Henri Bergson aun hasta sus últimos escritos (Cf. González, L., "Presencia de Bergson en el Perú", en: Giusti, M. (ed.), La filosofía en el Perú: balance y perspectivas, Lima: PUCP, 2000, pp. 615-620).

10 Cf. Sobrevilla, D., Repensando la tradición nacional, p. 29.

11 Quintanilla, P. y otros, Pensamiento y acción. La filosofía peruana a comienzos del siglo XX, Lima: PUCP, 2009.

12 Sobrevilla indica que se alteró el orden de los capítulos para ser más fieles al proceso del pensamiento de Bergson (Cf. Sobrevilla, D., Repensando la tradición nacional, p. 30).

13 Iberico, M., Una filosofía estética, p. 85.

14 "Vivir no es solamente vivirse, sino participar en la vida grandiosa del Todo" (Ibid., p. 98).

15 Ibid., p. 96.

16 Cf. Bergson, H., Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, Salamanca: Sígueme, 1999.

17 Iberico, M., Una filosofía estética, p. 11.

18 "…los problemas más interesantes de la conciencia [son] comprendidos todos en el de la libertad" (Ibid., p. 15).

19 Ibid., p. 89.

20 Ibid.

21 Ibid., p. 108.

22 Ibid., p. 26.

23 Ibid., p. 103.

24 Cf. ibid., p. 33.

25 Iberico, M., El nuevo absoluto, p. 10.

26 Ibid., p. 20.

27 Cf. Bergson, H., "Desarrollo progresivo de la verdad. Movimiento retrógrado de lo verdadero", en: El pensamiento y lo moviente, Madrid: Espasa Calpe, 1976. En una investigación presentada en conjunto el año 2009, buscamos hacer patente una ambigüedad en el pensamiento de Iberico respecto de este tema (cf. Quintanilla y otros, pp. 58-59).

28 Cf. Bergson, H., "La intuición filosófica", en: El pensamiento y lo moviente, pp. 101-120.

29 Cf. James, W., "El dilema actual de la filosofía", en: Pragmatismo. Un nuevo nombre para viejas formas de pensar, Madrid: Alianza Editorial, 2000, pp. 55-77. Una expresión elocuente de esta manera de pensar es la siguiente cita de James: "Toda filosofía es expresión del carácter íntimo de un hombre". (James, W., Un universo pluralista. Filosofía de la experiencia, Buenos Aires: Cactus, 2009, p. 23).

30 Iberico, M., El nuevo absoluto, p. 54.

31 Ibid., p. 14.

32 Ibid., p. 22.

33 Cf. ibid., p. 30.

34 Ibid.

35 Ibid., p. 58.

36 Ibid., p. 65.

37 Ibid., p. 114.

38 Ibid., p. 159; las cursivas son mías.

39 Ibid., p. 164.

40 Bergson, H., El pensamiento y lo moviente, p. 202. Sobre las cercanías de Bergson con el pragmatismo de James: cf. Quintanilla, P. y otros, capítulo primero.

41 Faerna, A. M., Introducción a la teoría pragmatista del conocimiento, Madrid: Siglo XXI, 1996, pp. 166-167.

42 Del Castillo, R., "Una serena desesperación. La ética individualista de William James", en: Dianoia, LI, 57 (2006), pp. 65-78. También cf. Del Castillo, R., "James, Whitman y la religión americana", en: Salas, J. y Martín, F. (eds.), Aproximaciones a la obra de William James. La formulación del pragmatismo, Madrid: Biblioteca Nueva, 2005, pp. 219-264.

43 Perry, R.B., The Thought and Character of William James, Tennessee: Vanderbilt University Press, 1996.

44 James, W., La voluntad de creer y otros ensayos de filosofía popular, Barcelona: Marbot Ediciones, 2009, p. 249.

45 Ibid., p. 106.

46 Las críticas de James a una filosofía que pretenda un puro valor intelectual no están privadas de su toque irónico y hasta cómico. "El caso, dirán, se asemeja al del amor sexual. Originándose en la necesidad animal de conseguir que nazca otra generación, esta pasión ha desarrollado secundariamente necesidades espirituales tan imperiosas que si ustedes preguntan por qué debería nacer otra generación, la respuesta es: ‘Principalmente para que ese amor pueda continuar’. Es exactamente así con nuestro intelecto: se originó como un medio práctico para ayudar a la vida; pero ha desarrollado incidentalmente la función de comprender la verdad absoluta; y ahora la vida misma parece estar dada como un medio por el cual esa función puede ser proseguida" (James, W., Un universo pluralista. Filosofía de la experiencia, p. 210).

47 Cf. del Castillo, R., "James, Whitman y la religión americana", p. 225.

48 Cf. ibid., p. 248.

49 James, W., The Varieties of Religious Experience. A Study in Human Nature, Maryland: Arc Manor, 2008, p. 45.

50 James, W., Pragmatismo, p. 96.

51 James, W., Un universo pluralista, p. 190.