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vol.32 número1Honneth, A. (2007). La idea del socialismo. Una tentativa de actualización, Buenos Aires: Katz Editores, (pp. 224). (Die Idee des Sozialismus. Versuch einer Aktualisierung, Fráncfort d.M. (2015). Suhrkamp, (pp. 168)) índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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Areté

versão impressa ISSN 1016-913X

arete vol.32 no.1 Lima jan-jun 2020

http://dx.doi.org/10.18800/arete.202001.011 

Reseñas

Quintanilla, P. (2019). La comprensión del otro. Explicación, interpretación y racionalidad. (pp. 374). Lima: Fondo Editorial PUCP.

José Ignacio López Soria 1  

1Universidad Nacional de Ingeniería

A continuación, presento una reseña comentada del libro La comprensión del otro. Explicación, interpretación y racionalidad de Pablo Quintanilla. Después de algunas anotaciones preliminares para colocar al libro en la escena de nuestro tiempo, se describen algunos aspectos del libro como, por ejemplo, la procedencia de los materiales, la organización en partes y capítulos, la perspectiva de abordaje y la estructura argumentativa. Se aborda a continuación la presentación de los ejes centrales del contenido del libro, comenzando por la metodología y presentando luego algunas de sus tesis. De la metodología se subraya la manifiesta preferencia por el enfoque holístico-triádico que tiende a presentar totalidades dinámicas y triangulares con vértices que se co-pertenecen y constituyen mutuamente. Del contenido presento solo algunas tesis, especialmente aquellas que tienen que ver con la comprensión. Por otro lado, hago caer en la cuenta de que el autor, además de basarse principalmente en dos tradiciones (la filosofía anglosajona del conocimiento y del lenguaje y la hermenéutica germana), propone sus propias tesis mejorando y corrigiendo a sus maestros. La presentación termina con algunas reflexiones en las que se subraya la oportunidad de tema trabajado y se señalan algunas ausencias.

Anotaciones preliminares

Quiero comenzar por un aspecto de la forma expresiva que me ha llamado positivamente la atención. El autor escribe sistemáticamente en femenino algunos conceptos, como “las” intérpretes, y en masculino otros, como “los” agentes, cuando los términos soportan los dos géneros y se refieren simultáneamente a ambos. Me parece que esta metodología ensaya una salida interesante a una de las dimensiones, la expresiva, de la cuestión de género.

Si esta simple anotación sobre la forma expresiva hace ver que el libro se ubica en la escena contemporánea, el contenido del mismo es mucho más claro a este respecto. Después de plantear decenas de preguntas sobre la comprensión del otro y de desbrozar caminos para responderlas e incluso para proponer respuestas propias, el libro acaba con la siguiente frase: “es imprescindible plantearse estas preguntas ahora, cuando personas de muy distinta procedencia, identidad y objetivos vivimos en un pequeño y abigarrado mundo, con la obligación moral y real de entendernos mutuamente” (p. 346). Ya en la Introducción el autor había anotado que las interrogantes que el libro plantea “tienen importantes consecuencias prácticas, sobre todo ahora, cuando muchas personas y comunidades diferentes tenemos que compartir un pequeño y extenuado planeta” (p. 19). Y es que el objetivo explícito del libro es “plantear preguntas relevantes para nuestras vidas e intentar aproximarnos a posibles respuestas” (p. 22), sabiendo que navegamos todos en la misma barca, que la barca está poblada de diversidades, que estamos moralmente obligados a entendernos y, se podría añadir, que estamos también convocados a convertir la convivencia entre lo diverso en fuente de enriquecimiento y de gozo.

Para Quintanilla, somos, pues, nosotros quienes tenemos la necesidad y la obligación de comprendernos y, por eso, nuestro tiempo y nuestras circunstancias constituyen el ámbito de enunciación u horizonte de sentido de las muchas preguntas que el libro pone sobre la mesa y de las respuestas que propone. La comprensión del otro y la necesidad de hacer inteligibles los procesos mentales que a ella conducen son el tema del libro. El tema le viene planteado al autor de la mencionada convivencia, frecuentemente conflictiva, de diversidades. Es entonces el hecho histórico de la convivencia el que le interpela, le convoca y le lleva a la necesidad de analizar minuciosamente la comprensión del otro como tarea de su (nuestro) tiempo. No es que salgamos, a lo Descartes, del interior de nuestra subjetividad a buscar un objeto para dar cuenta de él, sino que la realidad que nos constituye y que constituimos nos convoca a pensarla y a pensarnos a nosotros mismos y a los otros. Primero para entendernos, entender a los otros y entender esa realidad; segundo, para mejorar las condiciones de esa triple convivencia. En la enunciación del tema básico del libro, la comprensión del otro, está ya implícito “el triángulo” -nosotros, los otros y la realidad compartida- que constituye piedra angular de la racionalidad expositiva, explicativa e interpretativa del libro de Pablo Quintanilla.

Aquí voy a fijarme, en primer lugar, en algunos aspectos descriptivos del texto; luego, pasaré a referirme a la perspectiva metodológica; después, presentaré algunos aspectos del contenido; finalmente, ofreceré un puñado de reflexiones.

Aspectos descriptivos

Nos encontramos ante un libro voluminoso: 12 capítulos, organizados en 4 partes; más de 500 textos en la bibliografía; 374 páginas en total. De los 12 capítulos uno es inédito, dos son inéditos pero con párrafos tomados de textos anteriores, y nueve son basados en escritos previos. En general, se reúnen en el libro trabajos desarrollados entre 1994 y la actualidad, lo que indica que el tema -pensar la comprensión del otro- viene ocupando a su autor, además de los años dedicados a la formación, más de dos décadas y que, por tanto, se trata de una actividad permanente y central en su quehacer como maestro, investigador, creador y difusor de pensamiento.

Pese a la diversidad de procedencia de los capítulos, el lector advierte claramente que la ilación entre los temas, su coherencia interna y el ordenamiento progresivo de los mismos son muestras evidentes de que los textos han sido retrabajados concienzudamente en el proceso de elaboración del libro.

Para definir con precisión y promover la comprensión del otro, objetivo fundamental del libro, el autor se dedica primero a trabajar el concepto de inteligibilidad haciendo explícitos sus componentes y los estados mentales que conducen a ella. Analiza luego la interpretación tanto de significados como de metáforas. Premunido con estos elementos, entra de lleno en el estudio de la naturaleza de la comprensión, para terminar con una reflexión sobre la racionalidad y sus límites. Los caminos explícitos o implícitos que conducen a la comprensión tienen que ser clarificados para hacer que esta sea no solo inteligible y razonable, sino también susceptible de una opción ética y política.

La perspectiva de abordaje de esta temática es explícitamente epistémica. El autor se ubica consciente y explícitamente en el ámbito de la filosofía del conocimiento y de la mente, y lo hace ateniéndose fundamentalmente a dos tradiciones filosóficas (la filosofía anglosajona del lenguaje y de la mente y la hermenéutica alemana) con la intención, a veces manifiesta, de hacer ver lo fructífero del diálogo entre ellas. Esto no significa, sin embargo, que Quintanilla desconozca que el tema de la comprensión está estrechamente ligado a la filosofía práctica (la ética y la política) -de hecho, las alusiones a la ética no son infrecuentes-, ni significa tampoco que Quintanilla ignore que hay otras tradiciones filosóficas que han hecho o estén haciendo aportes significativos a la teoría y la práctica de la comprensión del otro.

El propio autor se encarga de señalar que “la estructura argumentativa filosófica es la que hilvana las diversas perspectivas y temáticas” (p. 13) del libro, pero a esto añade que el tratamiento es interdisciplinario. De hecho, no son pocas las expresiones referidas a la ontología, la metafísica, la cosmología, la ética, la psicología, la lingüística, la antropología, la etnología, la biología, la historia, la pedagogía, etcétera. Ello hace que el libro pueda ser leído con provecho no solo por filósofos y, concretamente, por epistemólogos, sino, en general, por cultores de las ciencias naturales y de las ciencias sociales y humanas.

Sobre el contenido

El contenido del libro está pensado y expuesto desde una metodología holística y triádica que lleva al autor a afrontar realidades omnicomprensivas o englobantes cuyos tres componentes están, como los ángulos de un triángulo, estrechamente relacionados entre sí. Por ejemplo, el autor entiende que en la comprensión del otro intervienen tres elementos (los tres vértices del triángulo de la comprensión) que guardan entre sí una relación de co-pertenencia: a) uno mismo o un “nosotros” (comunidad humana -no simple suma de individuos- a la que llama “intérprete”); b) otro u otros (persona o comunidad humana a la que llama “agente”); c) el mundo compartido que, por una parte, viene dado por tradiciones y lenguajes de cada participante y, por otra, se hace en el proceso de construcción de la comprensión entre ellos. Entre estos tres vértices no hay primacía de ninguno de ellos. Los dos primeros, las intérpretes y los agentes, se constituyen en tales en el proceso mismo de relacionamiento (lo que no excluye que sean portadores de tradiciones) y ese proceso va dejando un fruto, el mundo compartido (que puede incluir componentes previos a la relación), que los reconstituye a ellos mismos. Para interpretar este fenómeno y entender la comprensión se puede partir de cualquiera de los vértices, pero no puede uno quedarse estancado en ninguno de ellos ni darle primacía sobre los otros.

Hay otro triángulo al que el autor le da especial importancia en cuanto a la conformación de las personas, la comunicación entre ellas y el proceso de la comprensión: los estados mentales, las expresiones o “proferencias” verbales y las acciones. También en este caso hay interrelaciones. Entre los tres puede haber y, de hecho, hay, secuencias, pero estas no son unidireccionales. Por ejemplo, los estados mentales conducen a acciones, pero estas, a su vez, provocan estados mentales.

Un último triángulo, relacionado con el primero, es el que constituyen el autoconocimiento, el conocimiento de la vida psíquica de las otras personas y el conocimiento de la realidad objetiva que compartimos con ellos. Como en los casos anteriores, estos tres elementos “conforman un inseparable triángulo en el que cada uno de los vértices presupone a los otros dos” (p. 21).

Como es de suponer, el asunto de la comprensión del otro, entendido especialmente en perspectiva epistemológica, exige aclarar conceptos como entender, explicar, interpretar, comprender, significado, verdad, verificación, paradigma, empatía, simpatía, simulación, mente, racionalidad, etcétera. Aunque el autor sabe que “un concepto es un resumen miniaturizado de complejas formas de comportamiento social ancestral” (p. 25), los conceptos mencionados tienen un aire de familia, pero tienen también significaciones muy precisas. Buena parte del libro está dedicada no solo a aclarar y precisar el significado de estos términos, sino a explicar, teniendo en cuenta su procedencia etimológica, cómo esos significados se produjeron, recurriendo para ello a la filosofía anglosajona del lenguaje (particularmente a Wittgenstein y Davidson) y a la hermenéutica germana (especialmente a Gadamer). Se advierte en Quintanilla la saludable intención de inspirarse en tradiciones filosóficas frecuentemente presentadas como divergentes e, incluso, antitéticas.

Resumiendo, yo diría que, además de la metodología consabida, el autor presenta y analiza el tema desde una perspectiva holística y triangular con vértices equivalentes y mutuamente referidos entre sí.

En un libro como el que estamos comentando, en el que a lo expositivo se añade lo propositivo, no es raro que sean varias las tesis propuestas. Me referiré solo a algunas de ellas. Para comenzar, subrayo algo que me particularmente valioso. El autor recoge no pocas tesis de los autores en los que se inspira, y lo dice explícitamente, pero además propone también hipótesis de trabajo y tesis que sostiene argumentativamente, a veces en contra de lo enunciado y sostenido por sus propios maestros. Ello le obliga, naturalmente, a revisar significaciones de los conceptos usuales e incluso a recurrir a otros conceptos y conexiones conceptuales. Es decir, estamos ante un trabajo que, además de exponer las teorías y procedimientos de conocidos autores con respecto a la comprensión del otro, piensa creativamente el tema y contribuye a enriquecerlo desde un locus enunciativo atravesado de globalidad y de toma de la palabra por las diversidades.

El aire de familia de los términos relacionados con el proceso de la compresión consiste en que todos, de una u otra manera, tratan de encontrar o de atribuir un orden a la realidad para hacerla inteligible. Las ciencias físicas proceden explicando los fenómenos desde las causas que los generaron; las ciencias sociales tienen como propósito fundamental comprender a los otros a través de la interpretación de los estados mentales que se traducen en acciones. Si el camino de las primeras es la explicación, el de las segundas es la interpretación. A esto último hay que añadir que “al comprender a una persona, el orden que construimos y hallamos está en la relación conformada por agente, intérprete y mundo compartido, y no solamente en la persona interpretada” (pp. 18-19). Es preciso aclarar, a continuación, que la comprensión del comportamiento intencional, es decir, el de las personas, puede ser también explicativo. Por ejemplo, cuando se encuentran relaciones causales entre estados mentales y acciones, pero debe tenerse siempre en cuenta que los seres dotados de subjetividad son muy complejos: tanto el intérprete como el agente llegan cargados de historia y de estructurales mentales pre-teóricas, han recibido como heredad un lenguaje, se reconstituyen en el proceso mismo de la comprensión y construyen juntos el mundo que van a compartir. Por otro lado, existe una diferencia entre conocer y comprender: “La comprensión tiene una connotación de proceso, provisionalidad, subjetividad y afectividad, mientras que el conocimiento alude a la capacidad de desarrollar creencias verdaderas acerca de algo” (p. 21). Se supone, además, que la comprensión de los demás es “difícilmente separable de nuestra propia comprensión” (p. 20).

Con respecto al proceso que lleva a que algo se nos vuelva inteligible, el autor define primero los conceptos básicos (entender, explicar, comprender e interpretar), se ocupa luego del proceso psíquico de atribución de sentido y, finalmente, de la explicación.

Con respecto a la comprensión, Quintanilla avanza sobre lo recogido de sus maestros, sosteniendo, primero, que, en general, entender es “hacer que algo tenga sentido para uno” (p. 31); explicar es describir objetivamente las propiedades de algo natural o intencional “buscando relacionales causales gobernadas por regularidades” (p. 31) o, dicho de otra manera, es como describir las propiedades de algo y las causas que las producen; el comprender añade a esto que uno imagina “cómo sería ser ese objeto para sí mismo, es decir, desde su experiencia fenoménica de sí y del mundo al que pertenece, mientras uno teje una red representativa que conecta sus propios estados mentales, significados y valoraciones con los ajenos, lo que permite que comparta un espacio subjetivo con el otro” (p. 30). El comprender es un proceso teñido de subjetividad que exige tres intervinientes interconectados: el intérprete, el agente y el mundo compartido entre ambos. Visto este proceso en perspectiva hermenéutica, “si la comprensión es el objetivo, la interpretación es el instrumento” (p. 33). Refiriéndose a todos estos procesos, dice el autor, “Mi tesis, entonces, es que las ciencias naturales y las ciencias humanas son dos círculos que se intersectan, pues comparten muchos rasgos, pero también tienen diferencias. Las ciencias naturales solo explican; las ciencias humanas explican y comprenden” (p. 36). Estas últimas se aplican solamente a agentes dotados de intencionalidad (estados mentales -creencias, deseos, valores y afectos- que se traducen en acciones). La interpretación de este proceso consiste, para el autor, en que la descripción sea holística (los estados mentales, significados, valores y acciones constituyen un conjunto coherente e interconectado), razonable (atenida a la evidencia disponible), normativa (conforme a normas y prácticas sociales) y teleológica (dirigida al logro de propósitos prefijados).

En el camino hacia la comprensión del otro operan mecanismos psicológicos que permiten que un intérprete dé sentido al comportamiento de un agente atribuyéndole estados mentales para comprender, explicar y predecir su comportamiento (p. 86). A este fenómeno se le llama “atribución psicológica”. El autor sostiene, además, que “comprender al otro no es reconstruir su vida mental sino crear un espacio compartido, que es una invitación al cambio y a la adaptación” (pp. 85-86), es decir, hay dos sujetos que interactúan. Después de dar cuenta de las diversas teorías al respecto, Quintanilla sostiene que “desde el punto lógico, los conceptos de yo, otros -o ustedes- y mundo son interdependientes y no se pueden definir si no es en relación a los otros; lo mismo ocurre entre los conceptos de subjetividad, intersubjetividad y objetividad” (p. 100). Reafirmando este último aspecto, defiende que “la subjetividad se constituye en un entorno intersubjetivo y frente a la objetividad compartida” (p. 100). Ateniéndose al modelo triangular al que nos hemos referido, el autor sostiene que “tanto la intérprete como el agente reconocen los hechos de la realidad frente a un marco intersubjetivo que incluye a los interlocutores, por lo que el reconocimiento de los hechos objetivos del mundo requiere como condición necesaria la interacción con otros intérpretes y agentes” (p. 103). Sin embargo, ninguno de los tres vértices es el punto de partida, “el punto de partida es el triángulo como tal” (p. 104). Ello supone una atención conjunta de los dos sujetos en relación con el mundo compartido.

De la revisión de la teoría del paradigma, elaborada por Thomas Kuhn, Quintanilla recoge que ni siquiera la explicación científica es enteramente aséptica ni neutral “pues siempre está cargada teóricamente y procede de comunidades epistémicas que tienen características sociales particulares” (p. 137). Esta misma falta de neutralidad se aplica, con mayor razón, a la comprensión. Es preciso, por tanto, cualificar o morigerar a distinción entre ciencias naturales y humanas, que fuera “tan rígida hasta fines del siglo XX” (p. 137). Por ejemplo, los criterios para elegir entre teorías en ciencias naturales no son tan diferentes en las ciencias humanas, aunque es cierto que la comprensión introduce la perspectiva subjetiva, como es igualmente cierto que el tema del significado es importante en todas las ciencias, sean naturales o humanas.

Fiel a la visión triangular, a la que hemos aludido más arriba, Quintanilla sostiene también que “el significado de una expresión -y… del contenido proposicional de los estados mentales- es una propiedad relacional triádica emergente, que se constituye cuando se dan las circunstancias comunicativas que lo hacen posible” (p. 148). Añade después: “Se constituye el significado de una expresión -o en general de una acción- cuando se conforma una relación comunicativa entre una intérprete, un hablante y el mundo que ambos comparten” (p. 148). A partir de esta tesis, no es raro que más adelante sostenga que “los significados son propiedades relacionales emergentes de sistemas complejos conformados por comunidades de hablantes que se interpretan mutuamente” (p. 157). Esos hablantes han adquirido el lenguaje en un proceso que incluye, además, una visión del mundo y una manera de actuar. Esa visión del mundo se compone de creencias que van inseparablemente de la mano de deseos, afectos, valores y otros estados mentales.

En el proceso de interpretación que conduce a la comprensión del otro -además de las perspectivas teórico-metódicas que abre la visión holístico-triádica- hay un elemento fundamental que es también teórico y metodológico, el principio de caridad (p. 171). Según este principio, el intérprete de un hablante “debe asumir que comparte un gran número de creencias y significados con él” (p. 171) y ambos deben, además, desarrollar creencias compartidas. Si advierten que no comparten “teorías previas” al mutuo encuentro (conjunto de habilidades o estrategias de interpretación) y que el encuentro exige cambiar algunos aspectos de ellas, entonces suelen producirse “teorías al paso”, acomodadas a los diversos interlocutores y circunstancias. Para que haya comunicación no es preciso compartir previamente teorías, ni que haya previamente una cierta comunidad cultural y lingüística. Lo importante es construir esa comunidad en interacción. Por eso, ampliando el principio de caridad, Quintanilla sostiene que no se trata solo de que hablante e intérprete tengan, grosso modo, las mismas creencias y deseos, sino de que “el punto de partida es la atribución que hace la intérprete de sus propios estados mentales al hablante” (p. 179). Es decir, la intérprete asume al hablante como un otro semejante a ella. Por esta consideración comienza la interpretación que conduce a la comprensión.

Yo añadiría, pero lo dejo solo apuntado, que en vez de semejanza habría que hablar de equivalencia para poner el énfasis no en la consideración del otro como un alter ego, sino como un otro del mismo valor que yo. Mediante la semejanza defino al otro desde mí mismo y ello se ha traducido con frecuencia en imponerle una identidad. La equivalencia, al atribuir el mismo valor, abre un espacio para que el otro se presente.

Después de completar el estudio de los significados y las metáforas, el autor se dedica a analizar la naturaleza de la comprensión y, finalmente, de la racionalidad. Me fijaré solo en las tesis sobre la comprensión.

El autor comienza distinguiendo tres tipos de comprensión (unidireccional, bidireccional y multidireccional) y anuncia enseguida que analizará solo la segunda porque ella, de alguna manera, incorpora a las otras dos. Para ello sugerirá una reformulación del principio de caridad que le permita definir mejor la naturaleza de la comprensión. Partiendo de una manera de entender la comprensión en la que está ya condensado lo que desarrollará después, el autor define “la comprensión como la creación de un espacio compartido entre intérprete y agente en torno a una realidad común. Así, entender al otro no sería solo reconstruir su vida mental ni conocer los estados mentales que causaron sus acciones, sino generar una forma de vida común, una intersección de horizontes que conlleva a una invitación al cambio, la tolerancia y la adaptación” (p. 228)1.

Para llegar a una nueva definición del principio de la caridad, Quintanilla introduce la noción de empatía: “comprender al otro es reproducir en nuestro escenario interior -por transposición- lo que creemos que está ocurriendo en su propio escenario interior” (p. 229). Hoy, añade luego, se prefiere la noción de simulación o “capacidad para imaginar ser el otro en condiciones contrafácticas” (p. 230). Y, así, si aplicamos el principio de la caridad, el intérprete imagina cómo es ser el agente en una situación particular, atribuyéndole los estados mentales que el intérprete cree que él mismo tendría si estuviese en esas circunstancias (p. 230). Este supuesto ponerse en el lugar del otro, atribuyendo verdad a sus creencias, bondad a sus acciones (falta belleza a sus representaciones), además de coherencia y consistencia, es en lo que consiste el principio de la caridad, el cual minimiza las divergencias, permite ver el mundo desde el punto de vista del otro, abre espacio en nosotros mismos para “albergar al otro en su particularidad” (p. 236) y, por tanto, es la condición necesaria para la interpretación, siendo esta el camino hacia la comprensión. Entre empatía o simulación, interpretación y comprensión hay la misma relación triangular de la que hemos dado cuenta arriba.

De los diversos significados del término comprensión, el autor se va a fijar en la comprensión del comportamiento y de los estados psicológicos de los agentes intencionales (p. 243). Componente fundamental de la comprensión es la participación de intérpretes y agentes en la constitución de espacios compartidos como juegos de lenguajes, formas de vida y otras realidades. Los componentes de los espacios compartidos son “cognoscitivamente difíciles de separar” (p. 249) y, por tanto, “la comprensión requiere de cierta participación de todo ello” (p. 249). En el estudio de ese proceso de participación, el autor, después de referirse nuevamente a los conceptos como “resúmenes miniaturizados de complejos procesos sociales” (p. 248), desarrolla una rica reflexión sobre temas como fusión de horizontes, empatía, simpatía, simulación, interpretación y comprensión, etcétera.

El libro termina con un abordaje del tema de la racionalidad en el que, fiel a las tesis sostenidas antes, el autor insiste en las relaciones entre teorías, creencias y acciones: “Si una creencia es una disposición para actuar -y para aceptar otras disposiciones para actuar-, entonces las teorías, en tanto sistemas de creencias o visiones del mundo, son también sistemas de disposiciones para comportarse” (p. 299). Por tanto, “los conceptos mismos de teoría y de racionalidad están anclados en la praxis y ella los defiende” (p. 299). Para superar la dicotomía entre razón teórica y razón práctica y para escapar tanto del conflicto de las racionalidades como del relativismo, Quintanilla pone la racionalidad no en el contenido (una determinada visión del mundo, un sistema de creencias), sino en la forma (la relación de un elemento con el todo). El autor afirma: “Mi intuición, entonces, es que el concepto de racionalidad alude a la articulación entre las diversas dimensiones o ámbitos de la vida humana, los que se encuentran integrados en el comportamiento del individuo y en su interacción con los otros individuos” (p. 300).

Buena parte de los últimos capítulos está dedicada al principio de caridad, entendido como condición necesaria, y no suficiente, para que sea posible la comunicación interpersonal. Enriquecida y completa la noción de Davidson del principio de caridad con las teorías de la simulación, la cooperación interpretativa y la comunicación como constitución de espacios compartidos en las prácticas sociales, el mencionado principio “es una explicitación de algo que es condición necesaria -aunque no suficiente- para que la comunicación sea posible” (p. 309). Esa comunicación profunda es posible cuando la persona que interpreta “parte de imaginar ser el otro en condiciones contrafácticas para así poderle atribuir los estados mentales que ella cree que tendría si fuera el agente” (p. 309). En ese proceso no se excluye la posibilidad de encontrarse con irracionalidades. Sin embargo, antes de calificar algo de irracional, el principio de caridad “nos exige buscar toda la consistencia que sea posible y atribuir irracionalidad solo cuando no quede otra opción” (p. 346), teniendo siempre en cuenta que “la comprensión es más un asunto de habilidad, técnica e ingenio que de seguir reglas preestablecidas” (p. 346).

Reflexiones finales

Como he señalado arriba, el libro no puede ser más oportuno. Por razones que todos conocemos, el asunto de la comprensión del otro y de la voluntad de entendimiento nos es fundamental tanto en el ámbito local como en el nacional y en el global. El autor hace realmente filosofía, es decir, se deja convocar al pensamiento por el tema central de nuestro tiempo, un tiempo que no empezó ayer, sino que comenzó a hacerse con la modernidad. Quintanilla, aunque centra su estudio en autores y épocas relativamente recientes y hasta contemporáneos, sabe bien, y lo muestra a veces, que está participando en un debate que tiene múltiples expresiones y varios siglos de antigüedad y que, a su manera, remite al mundo clásico.

Naturalmente un libro no da para tratar a cabalidad un tema tan amplio. El autor ha tenido que escoger y se ha dejado en el camino algunos espacios discursivos de importancia (estudios culturales, debates entre liberales y comunitaristas, continuadores de las ideas sembradas por los padres de la Escuela de Frankfurt, seguidores del llamado “socialismo occidental”, teoría de la colonialidad del poder y del saber, teoría de la subalternidad, apuntamientos de los orientalistas actuales, pensadores de la interculturalidad, etcétera). Hay que decir, sin embargo, que pocas de las producciones de estas corrientes filosóficas alcanzan la densidad teórica y la rigurosidad expositiva de los productos de las tradiciones elegidas y cultivadas por el autor.

El libro hace a veces historia de los conceptos clave, pero esta historia toca preferentemente el ámbito de lo conceptual y lo expresivo y no hace referencia a los procesos históricos generales en los que esos conceptos se constituyen y desempeñan papeles fundamentales.

Sin embargo, ya este abordaje convoca a repensar los momentos históricos con predominio de encuentros y desencuentros. La manifiesta preferencia del libro por lo conceptual no le resta valor, pero sí deja el campo abierto para un estudio más comprehensivo que incluya a plenitud el ámbito de lo ético y lo político, o que incluya también el rico mundo de lo estético.

Si entendemos la utopía en el sentido de ideal de sociedad humana, no cabe duda de que La comprensión del otro se atreve a desbrozar aspectos medulares del camino hacia la utopía de nuestro de tiempo: la convivencia digna, enriquecedora y gozosa de las diversidades.

1Comparto con el autor el gusto por la etimología. Tolerancia viene del latín tolerare que significa soportar, aguantar … y en la comprensión no es eso lo que está en juego sino una convivencia justa enriquecedora y gozosa de diversidades. Por eso no me gusta asociar la comprensión a la tolerancia.

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