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Acta Médica Peruana

On-line version ISSN 1728-5917

Acta méd. peruana vol.23 no.1 Lima Jan./abr. 2006

 

HISTORIA DE LA MEDICINA

 

Daniel Alcides Carrión

Uriel García-Cáceres1

1. Médico Patólogo. Profesor Emérito de la UPCH. Jefe de la Cátedra P. WEISS


 

La figura del mártir de medicina peruana, Daniel Alcides Carrión (1857-1885) ha sido distorsionada, desde el momento mismo de su deceso, por historiadores o por espontáneos panegiristas; todos, con el propósito de satisfacer su propias ideas y creencias, olvidando la realidad demostrada en las fuentes originales. Este fenómeno se observa desde aquel día, en octubre de 1885, en el que los profesores de Carrión se defendieron de la acusación penal, sin pruebas sólidas, por haber, supuestamente, colaborado en el fatal experimento de su alumno, hasta quienes, en octubre de 2005, han mandado estampar, en un mural la desfigurada imagen de su rostro, con el objeto de mostrarlo con cara de “gente decente”, como dirían las viejas miraflorinas, linajudas sobrevivientes de la época de oro de ese limeño distrito, en el que ubica, el local del Colegio Médico donde está ubicado el aludido mural.

Carrión, el Daniel Alcides, héroe de nuestra peruana medicina, fue un serrano auténtico, lo que se llama un “nuevo indio”, vale decir un producto del mestizaje, esencialmente cultural antes que genético, de ese que ocurre como resultado de la eclosión entre dos civilizaciones en el escenario agreste de los Andes. En efecto, su padre, Baltasar Carrión (1814–1886, aprox.), fue un inmigrante ecuatoriano nacido en Loja, genéticamente blanco, pero mestizo cultural, cuyas raíces se remontaban a alguien de los “trece de Isla del Gallo”. Se llamó Don Baltasar Carrión y Torres, que cayó a Cerro de Pasco, después de haber contraído nupcias, en Huancayo con una dama de esa ciudad. Apareció allí, seguramente, atraído por la prosperidad económica de esa singular comunidad. Allí entró en relación extra matrimonial con Dolores García, entonces una atractiva adolescente nativa de Huancayo, que había llegado con su padre al centro minero en busca, también, de las vetas del ansiado mineral de plata. De esa unión nació nuestro Daniel Alcides, quien nunca fue reconocido por el padre, como es costumbre inveterada, hasta ahora. Doña Dolores, sobrellevó, con enaltecedora dignidad la tarea de madre soltera y abandonada. Es necesario exponer las características del escenario en el que se desarrolló la infancia y la temprana adolescencia, de 1857 hasta principios de la década de 1870, en la que fue enviado a Lima a terminar su educación escolar.

El viajero Charles Wiener estuvo, poco antes de 1880 en Cerro de Pasco y dijo: C’est de beaucoup la ville la plus animée que j’aie ou Pérou, en exceptant Lima… Así fue la ciudad de Cerro de Pasco, la cuna de Carrión. Fue una villa que causó la admiración de todos los que llegaron allí, mucho antes que el ferrocarril fuera construido, cuando su madre, su padrastro y sus hermanos maternos vivieron en Cerro de Pasco, dentro de una mediana prosperidad. Hay testimonios de observadores, algunos eran médicos, que por escrito o con ilustraciones atestiguaron sobre la realidad de ese centro minero, que había sido un inhóspito paraje, que con la fiebre de oro y plata que se desató hacia la mitad del siglo XIX, en el continente americano, se convirtió rápidamente en un atractivo lugar. Los viajeros encontraron abismales diferencias entre sus habitantes; al lado de la opulencia de los propietarios de minas o de comerciantes que especulaban con los productos secundarios de la prosperidad, había infrahumanas condiciones de vida de los obreros nativos.

Esa ciudad está, un poco por encima de los 4 000 metros de altitud sobre el nivel del mar. En su entorno ecológico no crece ninguna vegetación comestible. La principal y única fuente de riqueza y prosperidad es la minería. En esos tiempos la plata era buscada y encontrada con facilidad. Era una población sin trazo urbano ya que los pequeños mineros asentaban sus viviendas encima de las vetas que hallaban después de una febril prospección.

Paz Soldán, Raimondi, Gerstäcker, Tsudi y otros, peruanos y extranjeros, estuvieron allí, desde la década del nacimiento de Carrión hasta la de su muerte. Todos coincidieron en describirla como una singular villa. Dicen que se consumía ingentes cantidades de champaña y otros finos licores importados. Había tiendas donde expendían ropa de la londinense Regent Street (es posible que el fino atuendo, de corte inglés, que Daniel exhibe en la fotografía, sin retoque, que Courret le tomó, haya sido comprada por su familia en Cerro de Pasco) o establecimientos donde se encontraba finos relojes y vajilla importada. A eso se sumaban con igual énfasis los nativos que acudían a obtener buena paga, en las épocas de bonanza, que vivían en condiciones verdaderamente miserables y que sucumbían víctimas de la neumoconiosis o de intoxicaciones por plomo y mercurio. Había magnífico mercado para bares, boliches, burdeles o billares. Los ‘indios’ aprendieron con rapidez la economía de consumo, en su lado más sórdido y asqueroso. Les vendían joyas, relojes y ropa fina sin conocer su uso. En las residencias de los potentados los viajeros encontraban los más exclusivos implementos del buen vivir. Las mulas, de regreso de trasportar el mineral, al puerto de Callao, llevaban a esa ciudad los más lujosos enseres.

La familia de Carrión, de clase media, con ese mestizaje propio de una localidad en la que no existió una estratificación muy diferenciada –como en Lima y otras ciudades importantes del Perú de esos años– desde que todos sus habitantes, sin excepción, eran inmigrantes de todos los rincones del país y del mundo. J. J. von Tschudi, a principios de la década de 1840, dijo “la población de Cerro de Pasco muestra un conglomerado de seres humanos, que difícilmente se podría encontrar, en una ciudad a 14 000 pies sobre el nivel del mar y encerrada por agrestes montañas. El Viejo y el Nuevo Mundo parece que se dan la mano, y casi ninguna nación de Europa o América deja de tener un representante en Cerro de Pasco. Los suecos y los sicilianos, los canadienses y los argentinos están unidos por un solo propósito (la minería)”. Daniel Carrión durante su niñez y temprana adolescencia vivió en un medio en el que todos sus habitantes eran inmigrantes insuficientemente arraigados y, por consiguiente, sin una identidad de clase o de raza, salvo los indios que eran casi esclavos. El darwinismo social no existía allí, como una inspiración de auto valoración.

Cuando el joven Carrión llegó a Lima para ingresar como alumno interno al Colegio Guadalupe - el mejor del país, donde se educaba a los hijos de las clases altas y pudientes – le chocó ser discriminado por su apariencia racial nativa. En su ciudad natal él era “alguien”, allí las diferencias de alcurnia estaban borrosas, gringos, gauchos, blancos hispanos, cholos y aún indios se mezclaban sin mirarse el matiz de la piel. Por otro lado, en la Lima de la segunda mitad del siglo XIX - como ocurrió casi en toda América, especialmente en Brasil, Argentina y Perú - dominó el llamado “darwinismo social”, postulado por Herbert Spencer, el filósofo discípulo de Aguste Comte (el creador del positivismo científico y de la sociología como disciplina); Spencer postuló la idea que la especie humana evolucionaba siguiendo las supuestas reglas de la selección de las especies, por las cuales existirían “razas humanas superiores”. Postuló una sociología basada en esas ideas. Fue recibido como un ídolo por los racistas y esclavistas del sur de EE UU.

Poco antes de la llegada de nuestro Daniel a Lima, en el Perú, había triunfado, en elecciones populares, que por primera se realizaban, el líder del Partido Civil, cuya ideología se basaba en el darwinismo social. Él fue Manuel Pardo, cuando nuestro Daniel entró al colegio Guadalupe. Pardo hacía poco había entregado el gobierno a su sucesor, electo por votación (cosa nunca vista antes). Toda la juventud estudiosa, en Lima, era civilista y rechazaba al militarismo corrupto y opresor, pero, al mismo tiempo era racista. El profesor de griego de Carrión, en Guadalupe, por ejemplo, escribió en su Diccionario de Peruanismos, al definir el vocablo Cholo: Una de las muchas castas que infestan el Perú… seguida de una larga disquisición sobre las características sociológicas denigrantes, según dicho autor, de la casta que “infesta” nuestro país. En el salón de clases, con seguridad, ese entonces joven nieto de Hipólito Unanue e hijo de un patriarca de ascendencia española como Mateo Paz Soldán, vio sentado a su alumno cholo Carrión, que hablaba con acento serrano y que tenía graves dificultades, seguramente, en pronunciar el griego.

En 1880, en plena guerra con Chile, con todos los puertos de nuestro extenso litoral bloqueados por la armada enemiga, incluido el Monitor Huáscar, para entonces en manos chilenas, el puerto del Callao era bombardeado todos los días. Así, en abril de dicho año, fue aceptado como alumno en la Facultad de Medicina el postulante Daniel Carrión, quien había sido rechazado el año anterior. Esta vez, aprobó previo examen por el jurado permanente, presidido por el profesor de Anatomía General e introductor del positivismo científico y fervoroso civilista, el doctor Celso Bambarén, quien años antes, cuando ocupaba una curul parlamentaria, durante un encendido debate sobre la libertad de cultos, se declaró “enemigo personal de Jesucristo”. Algunos panegiristas de Carrión han creído que, por eso él fue positivista, cuando en realidad fue su víctima.

La Facultad de Medicina, de la Universidad de San Marcos, cuando Carrión entró a estudiar, estaba en grave crisis, que venía de dos años antes de la guerra con Chile. Durante los gobiernos de Manuel Pardo y de su sucesor Mariano Ignacio Prado sobrevino un grave colapso económico Los gobiernos peruanos fracasaron en las negociaciones de la comercialización del guano y el salitre. Fue tan severa la inopia fiscal que se dejó de pagar los sueldos del sector público. Es así que los profesores de la Facultad de Medicina dejaron de percibir sus sueldos desde 1878. Se les abonaba unas notas de pago para ser redimidas cuando hubiese fondos. Así llegó la guerra, algunos profesores de la facultad organizaron batallones de lucha. El servicio de sanidad, en teatro de operaciones del sur de territorio, en Tarapacá, estuvo a cargo de la Cruz Roja Internacional

La Facultad de Medicina durante los años de la guerra profundizó, aun más, su crisis institucional. Fueron los años de formación de Carrión. Durante el primer año, en 1880, el precario mando de la república cambió. Nicolás de Piérola, aun jo- ven y en la etapa más demagógica de su vida, después de un cruento golpe de estado con derramamiento de sangre en las calles de Lima, mientras los chilenos bloqueaban el Callao, el gobierno de Mariano Ignacio Prado fue derrocado. A fines de diciembre de 1879, cuando la derrota de Angamos y la invasión del sur del territorio, hasta Arica, se esperaba la invasión chilena a Lima. Carrión se alistó en un regimiento militar. Carrión estudió en las más lamentables condiciones. El local de la Facultad de Medicina fue depredado por el ejército invasor chileno y ocupado su local para servir de cuartel y caballeriza. Cuando alguna vez se averiguó con el jefe del ejército invasor, la incomprensible destrucción del país enemigo, la respuesta fue que Chile se tenía que asegurar, en aras de la preservación de la paz, que el Perú no se recuperase por cien años.

El bloqueo de los puertos peruanos desde octubre de 1879 hasta diciembre de 1883 trajo consigo un período de oscurantismo en conocimiento de los avances de la ciencia médica en el resto del mundo. Precisamente en ese etapa, por un azar del destino la biomedicina dio un salto espectacular hacia el futuro. Desde 1879, hacia delante, se comenzó a asombrar al mundo culto del planeta con los descubrimientos sobre la causa de las enfermedades infecciosas. Ya no era producto de efluvios miasmáticos o cambios de factores ambientales las causas de esas enfermedades, porque Pasteur, Koch o Lister encontraron que los verdaderos causantes de las infecciones eran microbios y cada enfermedad, era causada por cepa especifica de esos microbios, que se denominaron bacterias. Carrión, sus compañeros y sus profesores desconocían todo eso, hasta que a partir de enero de 1884, cuando nuestro héroe cursaba el quinto ciclo de estudios, llegaron las noticias, como una avalancha, sobre las bacterias, sobre los bacilos, cocos o espirilos y las maneras y modos de identificarlos y combatirlos, especialmente con vacunas o sueros que contenían sustancias que mataban a las mortíferas bacterias. Despertó la admiración de los médicos y estudiantes de medicina, especialmente de los jóvenes imaginativos. Había que ensayar algo así en el Perú.

En la Facultad de Medicina, a parte de haber sido destruida por el enemigo a punto que cada alumno tuvo que llevar su propia mesa y silla para sentarse y escribir, se produjo una revuelta de los profesores, ¡Oh, males de la idiosincrasia!, contra el gobierno dictatorial de turno; cuatro meses después que los chilenos se fueron, la Facultad se quedó sin personal docente calificado, mal que bien, era lo único que había en el medio. Fueron cambiados, mano militarmente, por otros improvisados y sin los requisitos de grado académico. La Academia Libre de Medicina –fundada en julio de 1885 por los prestigiosos renunciantes y fervorosos partidarios de Andrés Cáceres, el general que iba a deponer al odiado Iglesias– convocó a un concurso para el mejor trabajo sobre la enfermedad que se denominaba ‘verruga peruana’. Se especulaba que esa enfermedad era producto de emanaciones miasmáticas del cascajo de La Oroya o por el agua que emanaba de los numerosos manantiales de las quebradas del valle del río Rímac.

Daniel Alcides Carrión, el cholo estudiante de medicina, que vestía importados trajes caros, el que regaló un puño de oro para bastón, en octubre de 1879, como parte de las erogaciones que la ciudadanía hizo para reemplazar el monitor Huáscar, perdido en la heroica epopeya de Angamos, fue tocado por la fascinación de la nueva ciencia. Quería ser también un cazador de microbios.

Comenzó a trabajar en el estudio que pensó que lo llevaría a la palestra por encima de los que lo miraban con aprensión racista. Tenia que demostrar que la enfermedad era causada por un germen susceptible de ser transmitido de un ser vivo a otro. Ese era el primer paso en una investigación de este tipo. Por lo demás no se contaba con ninguna facilidad, no existía un laboratorio con los indispensables implementos para conducir un trabajo como los que leyó, con avidez, en las revistas que llegaron de Europa. Tanto él como sus profesores no tenían experiencia personal en el cultivo, aislamiento y reproducción experimental de enfermedades. Sólo a un cholo que vivió en un ambiente de aventura perpetua, en su nativa Cerro de Pasco como era la búsqueda del tesoro escondido en las entrañas de la tierra, se le pudo ocurrir que la inoculación de brazo a brazo demostraría la ‘inoculabilidad’ de la enfermedad. Como dijo, un moderno historiador de la medicina, Altamann, el estudiante peruano de medicina peruano Daniel Alcides Carrión es un ejemplo, el primero en la historia de la medicina, que muestra que cuando se requiere el uso de humanos en un experimento biológico el primero en ser usado debe ser el propio experimentador.

Se inoculó, o se mandó inocular, eso no importa, el hecho es que se jugó sólo él. Sus profesores no lo asistieron ni les interesó científica o caritativamente. Algunos de sus compañeros provincianos de clase lo asistieron con conmovedor cariño. Cuando él murió sus prestigiosos profesores salvaron su responsabilidad al declarar solemnemente: esta inoculación se hizo desautorizada, o por lo menos, no se siguió el consejo de los hombres serenos que nunca hubieran permitido un experimento que descuidó todo principio científico…

Muy pronto, antes de ser enterrado surgió sobre su cadáver una agria disputa entre los dos grupos de profesores enfrentados por razones políticas. Los de la Facultad oficialista acusaron a los de Academia, a los que dijeron que el cholito Carrión cometió la tontería de realizar un experimento que descuidó todo ‘principio científico’, de ser cómplices en la muerte del infortunado estudiante. Pronto saltó su figura del anonimato, para los civilistas, caceristas, darwinistosociales, él representó el espíritu científico que ellos preconizaron. Lo hicieron miembro póstumo de cuanta corporación científica existente. Mandaron hacer retratos con facciones europeas, porque nadie con la cara de nativo que tuvo, según ellos, podría realizar cosa valiosa alguna. Iconografía Médica

Enfermedad de Carrión

Ciro Maguiña-Vargas