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Liberabit

versión impresa ISSN 1729-4827

liber. vol.23 no.1 Lima ene./jun. 2017

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24265/liberabit.2017.v23n1.05 

ARTÍCULOS

https://doi.org/10.24265/liberabit.2017.v23n1.05

 

Temperamento y competencia social en niños y niñas preescolares de San Juan de Lurigancho: un estudio preliminar

Temperament and social competence in preschool children from San Juan de Lurigancho: a preliminary study

Patricia Bárrig Jó a,*, Danitsa Alarcón Parcoa

aUniversidad de San Martín de Porres, Perú

*pbarrigj@usmp.pe


Resumen

El presente estudio tuvo como objetivo conocer la relación entre temperamento, competencia social y problemas de conducta en niños y niñas preescolares. Para ello, se contó con una muestra de 66 participantes: 40 niños y 26 niñas, entre 2 y 6 años de edad (M = 3.92, DE = 1.01) y sus madres. Para medir temperamento se utilizó el Cuestionario sobre Conducta Infantil, versión corta (CBQ; Putnam & Rothbart, 2006). Además, se usó el Inventario de Evaluación de Competencia Social y Comportamiento (SCBE-30, LaFreniere & Dumas, 1996) para medir competencia social, problemas de ansiedad y de agresividad del niño o la niña. El análisis principal del estudio identificó una asociación negativa y significativa entre extraversión y ansiedad. Además, las tres dimensiones del temperamento se asociaron con los problemas de conducta agresiva: extraversión y afecto negativo de manera positiva y control intencional de forma negativa. Finalmente, el control intencional, que fue el único predictor, correlacionó positiva y moderadamente con competencia social. Los resultados obtenidos son consistentes con lo reportado por las evidencias teóricas y empíricas contemporáneas sobre el tema; sin embargo, es necesario llevar a cabo futuros estudios con muestras de mayor tamaño para ampliar la información sobre características de temperamento y competencia social en preescolares.

Palabras clave: temperamento, competencia social, ansiedad, agresividad, preescolares.


Abstract

The goal of this study was to determine the relationship between temperament, social competence, and behavioral problems in preschool children. To that end, the study had a sample of 66 children, 40 boys and 26 girls, between 2 and 6 years old (M = 3.92, SD = 1.01), and their mothers. Temperament was assessed using the Children’s Behavior Questionnaire, Short Form (CBQ-SF, Putnam & Rothbart, 2006). Additionally, the Social Competence and Behavior Evaluation Scale (SCBE-30, LaFreniere & Dumas, 1996) was used to assess social competence as well as anxiety and aggressive behavior problems in children. The study’s main analysis identified a significant negative association between surgency and anxiety. In addition, the three dimensions of temperament were associated with aggressive behavior problems: surgency and negative affectivity were associated positively, whereas effortful control was associated negatively. Finally, effortful control, which was the only predictor, showed a moderate and positive correlation with social competence. These results are consistent with contemporary theoretical and empirical evidence on the topic. However, future studies should consider larger samples to get more information about the temperament and social competence in preschool children.

Keywords: temperament, social competence, anxiety, aggressiveness, preschool children.


Introducción

Una de las mayores preocupaciones de padres, madres y cuidadores, en general, en la infancia y los primeros años de vida, es la manifestación de dificultades en el comportamiento de sus hijos e hijas (Garaigordobil & Maganto, 2013). La persistencia de estos problemas, luego de la edad preescolar, ha sido asociada con trastornos del comportamiento en la niñez, adolescencia y adultez (Berdan, Keane, & Calkins, 2008; Eggum et al., 2012; Fanti & Kimonis, 2017; Odgers et al., 2008; Willoughby, Gottfredson, & Stifter, 2017).

En los últimos años, los servicios de salud y educación en el país consideran como indicadores de desarrollo de niños menores de 5 años al estado nutricional, el registro de inmunizaciones, las tasas de mortalidad y morbilidad infantil y el control del crecimiento del niño o niña (Instituto Nacional de Estadística e Informática [INEI], 2015a). La atención a los componentes psicológicos del desarrollo infantil ha sido limitada, pese a que la identificación temprana de dificultades socioemocionales es considerada como un factor protector en el desarrollo de problemas futuros (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], 2012; Rothbart, Ellis, Rueda, & Posner, 2003; Schermerhorn et al., 2013; Wachs, 2006).

Modelos teóricos, desarrollados y sustentados empíricamente en otros países señalan que, al nacer, el ser humano cuenta con un repertorio de características particulares más o menos estables que distinguen a las personas entre sí, tanto en la regulación de sus emociones (Kagan, 1984; Rothbart & Bates, 2006) como en la interacción con el entorno (Saudino & Micalizzi, 2015). A este repertorio de comportamientos se le denomina temperamento, el cual es importante en los procesos de desarrollo socioemocional y el ajuste psicológico del individuo a lo largo de su vida (Carrasco & Del Barrio, 2006; Rothbart & Putnam, 2002; Zentner & Bates, 2008). Este conjunto de características individuales y comportamentales influirían, a su vez, en la manera cómo el niño o niña se relaciona con sus cuidadores y con los estímulos del ambiente en general.

Thompson (1990) señala que, desde el primer año de vida, los infantes desarrollan gradualmente una mayor capacidad para inhibir o reducir la intensidad y duración de las reacciones emocionales y adquirir una mayor diversidad de respuestas a sus cuidadores y estímulos externos. Esta capacidad de modificar las emociones se expresa en el uso de distintas estrategias comportamentales como la desviación de la mirada, la evitación de la fuente de incomodidad o malestar, la aproximación al objeto de interés o la búsqueda de cercanía de la madre (Cole, Martin, & Dennis, 2004).

Si bien no existe un consenso teórico acerca de la estructura de base del temperamento (Buss & Plomin, 1984; Kagan & Fox, 2006; Putnam, Ellis, & Rothbart, 2001; Shiner & DeYoung, 2013; Thomas & Chess, 1977), Rothbart y Bates (2006) consideran tres dimensiones principales: extraversión, afecto negativo y control intencional, componentes considerados como factores de rango superior a diferencia de aquellos de rango inferior, como la actividad motora (Saudino & Micalizzi, 2015).

La extraversión es el componente del temperamento que se refiere al afecto positivo, la búsqueda de sensaciones, la sociabilidad y un alto grado de energía (Putnam, 2012; Rothbart, 2011). Existe evidencia sobre la estabilidad de esta dimensión en la infancia y niñez temprana (Putnam, Rothbart, & Gartstein, 2008). Una niña que se caracterice por un nivel alto en extraversión se mostrará sonriente, activa en sus juegos y buscará la compañía de los demás sin temer a interactuar con personas nuevas (Holmboe, 2016; Putnam, 2012).

Por otro lado, el afecto negativo incluye la ira, frustración e impulsividad por un lado, y tristeza y retraimiento por otro (Rothbart, 2011; Snyder, Stoolmiller, Wilson, & Yamamoto, 2003). Así, tener dificultades para regular la frustración o la ira puederesultar en la externalización de conductas agresivas que, a su vez, generaría el rechazo de los demás (Achenbach & Rescorla, 2000; LaFreniere & Dumas, 1996). Por su parte, mostrar una predisposición a comportarse retraído, no tomar la iniciativa o sentirse temeroso al relacionarse con los demás puede evitar que los pares consideren al infante como compañero de juego o de equipo (Eisenberg, Spinrad, & Eggum, 2010; Rothbart & Bates, 2006).

La tercera dimensión del temperamento infantil es el control intencional, o esforzado, el cual refiere a la autorregulación de la reactividad emocional o comportamental, es decir, de la intensidad y duración de la activación inicial de una emoción o comportamiento (Rothbart & Bates, 2006) en la que intervienen tanto factores genéticos como ambientales (Eisenberg, Spinrad et al., 2010). La habilidad de inhibir o modificar la respuesta se considera como el organizador por excelencia del comportamiento en la infancia y niñez temprana, ya que permite restaurar el equilibrio emocional (Marshall, Fox, & Henderson, 2000; Posner & Rothbart, 2007; Rothbart & Putnam, 2002). El tiempo que se necesita para retornar a la normalidad está en función de la intensidad de la respuesta y de la capacidad regulatoria y cognitiva del niño (Rothbart & Bates, 2006). Así, la emoción puede funcionar como proceso regulador, donde los cambios se deberían al resultado de la emoción activada (e.g., cambios en las expresiones faciales o posiciones físicas), o como proceso regulado, donde los cambios ocurren en la valencia emocional o en el curso del tiempo (Rothbart & Bates, 2006).

Por todo lo anterior, las características de temperamento tendrían un papel importante en el futuro establecimiento de relaciones con los demás, en el funcionamiento social y el desarrollo de habilidades sociales (Rothbart & Bates, 2006; Schermerhorn et al., 2013; Thompson, Winer, & Goodvin, 2011). Específicamente, existen evidencias de que los niños o niñas con un alto control intencional muestran un mejor manejo de las situaciones y estrategias de afrontamiento (Eisenberg, 2012). Además, el control intencional se asocia positivamente con la competencia social y negativamente con las conductas agresivas (Berdan et al., 2008).

Hay evidencias de que las características de temperamento muestran patrones de continuidad desde la niñez hasta la adultez que se diferencian en hombres y mujeres (Olino, Durbin, Klein, Hayden, & Dyson, 2013). Reportes parentales y observaciones directas del comportamiento coinciden en que las niñas muestran mayor afecto positivo y miedo que los niños, a la par con menor nivel de actividad. Sin embargo, al considerar solo la observación del comportamiento, las niñas muestran mayor sociabilidad y menor emocionalidad negativa, tristeza, ira e impulsividad que los niños. De acuerdo al reporte de las madres, las niñas presentan mayor emocionalidad negativa y tristeza que los niños, mientras que, según los reportes paternos, las niñas presentan menor sociabilidad que los niños (Olino et al., 2013). Finalmente, las niñas preescolares muestran mayor control intencional que los niños de acuerdo al metaanálisis realizado por Else-Quest, Hyde, Goldsmith y Van Hulle (2006).

En cuanto a la competencia social, las niñas han mostrado menores puntajes en conducta agresiva y mayores en competencia que los niños (Bigras & Dessen, 2002; Gagne & Goldsmith, 2011; Montgomery, Rupp, Langevin, & Spalding, 2007; Vásquez-Echeverría, Rocha, Costa-Leite, Teixeira, & Cruz, 2016).

A pesar de la importancia de estos aspectos del desarrollo, estudios sobre temperamento y competencia social en la niñez temprana son escasos en nuestro medio. La identificación temprana de emociones negativas y conductas disruptivas ayudaría a conocer el comportamiento de ajuste y funcionalidad social y emocional futuras del niño o niña (Eisenberg, Cumberland et al., 2001; Kagan, 2008; Pérez-Edgar & Guyer, 2014; Rothbart & Bates, 2006; Thompson, 2006). Por ejemplo, la agresividad es uno de los problemas más prevalentes en la etapa escolar (Alarcón & Bárrig, 2015); sin embargo, sus manifestaciones tempranas se pueden identificar desde el segundo año de vida (Berdan et al., 2008; Fanti & Kimonis, 2017). Por ese motivo, también es relevante conocer las competencias con las que cuenta el preescolar para regular sus propias emociones (Bridgett, Burt, Edwards, & Deater- Deckard, 2015; Moffitt et al., 2011).

Por todo lo anterior, se tuvo como propósito de estudio explorar la relación entre el temperamento y la competencia social reportados por madres de niñas y niños en edad preescolar de San Juan de Lurigancho, distrito más poblado de la ciudad de Lima Metropolitana, con más de un millón de habitantes, cuyo 10.6% representa niños y niñas de 0 a 5 años de edad (INEI, 2014, 2015b).

Método

Participantes

Para responder al propósito de investigación, se diseñó un estudio transversal descriptivo. La selección de la muestra fue por conveniencia al tener acceso a un centro de educación inicial en el distrito de San Juan de Lurigancho. Los participantes fueron 66 preescolares (60.6% niños y 39.4% niñas), entre los 2 y 6 años (M = 3.92, DE = 1.01) y sus madres, la mayoría de las cuales reportó haber terminado estudios superiores universitarios (33.3%). Las madres fueron informadas sobre las actividades del estudio y consintieron tanto su participación como la de sus hijos o hijas. Además, se les garantizó el carácter confidencial de los datos, así como el anonimato de la información reportada en el estudio.

Instrumentos

Cuestionario sobre conducta infantil (CBQ; Rothbart, Ahadi, Hershey, & Fisher, 2001). Para medir el temperamento de los preescolares, se usó este cuestionario en su versión corta de 36 ítems (CBQ-VSF, Putnam & Rothbart, 2006), traducida al español por el Grupo de Investigación en Psicología Evolutiva (GIPSE) de la Universidad de Murcia en España. El cuestionario está compuesto por tres dimensiones de temperamento: extraversión (o emocionalidad positiva, 12 ítems), afecto negativo (12 ítems) y control intencional (o esforzado, 12 ítems) y tiene 7 opciones de respuesta en escala tipo Likert, donde 7 es "cierta en extremo" y 1, "falsa en extremo". En cada dimensión, se promediaron las respuestas para obtener puntuaciones totales para cada dimensión. Estas han mostrado adecuada consistencia interna, con rangos de .72 a .75, estabilidad en el tiempo, así como un buen ajuste a la estructura de tres factores (Putnam & Rothbart, 2006). Las propiedades psicométricas de la versión en español fueron reportadas por De la Osa, Granero, Penelo, Domènech y Ezpeleta (2014), quienes han llevado a cabo un análisis factorial con rotación ortogonal y observaron que existía una estructura factorial aceptable (KMO = .76) con tres dimensiones que explicaron el 22.6% de la varianza. Además, reportaron índices de consistencia interna apropiados: extraversión (α = .65), afecto negativo (α = .77) y control intencional (α = .66). En el presente estudio, la dimensión de extraversión obtuvo un α de Cronbach de .56; el afecto negativo, α = .66; y el control intencional, α = .73. No se identificaron correlaciones significativas entre las tres dimensiones.

Inventario de evaluación de competencia social y comportamiento (SCBE-30; LaFreniere & Dumas, 1996). La versión reducida del SBCE cuenta con 30 ítems y su adaptación al español corresponde a Dumas, Martinez, LaFreniere y Dolz (1998). Se utilizó la versión usada por Vílchez (2015) en una muestra de preescolares. El SCBE-30 mide tres dimensiones: las dos primeras, problemas del comportamiento: ansiedad/retraimiento (conductas internalizantes/emocionales, 10 ítems) y agresividad (conductas externalizantes, 10 ítems); y la tercera, las competencias sociales del niño o niña (10 ítems). El SCBE-30 ha sido utilizado en estudios con preescolares de 3 a 6 años de edad en Lima Metropolitana, de nivel socioeconómico medio (Topham, 2016), nivel socioeconómico alto (González, 2017) e institucionalizados (Espinoza, 2016; Krefft, 2016; Vílchez, 2015). En todos ellos se reportaron adecuados índices de consistencia interna. En el presente estudio, todas las dimensiones presentaron adecuados índices de consistencia interna: ansiedad, α = .67; agresividad, α = .84; y competencia social, α = .83. Además, se llevó a cabo un análisis factorial exploratorio con rotación Varimax, que mostró una estructura factorial aceptable (KMO = .64, ?2 = 905.07, p < .001). La solución con tres factores explicó el 43.2% de la varianza.

Procedimiento

En primer lugar, se contactó a la psicóloga de un centro de educación inicial en San Juan de Lurigancho con quien se coordinó la visita a la directora del centro. Ambas se comprometieron a invitar a todos los padres y madres de familia para que participen del estudio. En las invitaciones se indicaron las actividades del estudio: completar cuestionarios y brindar algunos datos demográficos de su hijo o hija. Al consentir su participación, cada familia recibió un sobre con los cuestionarios, los cuales fueron devueltos al centro educativo una vez completados. Del total de familias, el 94% participó del estudio.

Análisis de datos

Se creó una base de datos usando el software IBM-SPSS 23. Se registraron los valores de las respuestas para cada variable y se recodificaron los ítems reversos. Luego, se calcularon las dimensiones correspondientes a cada constructo. Además, se analizó la ocurrencia de datos perdidos. No fue necesario utilizar procedimientos de imputación.

En primer lugar, se identificaron los estadísticos descriptivos de tendencia central y dispersión para cada variable y se analizaron las asociaciones y diferencias con las variables sociodemográficas de edad y nivel educativo de la madre. Luego, se llevó a cabo el análisis de normalidad de las distribuciones de las variables usando la prueba Kolmogorov- Smirnov. Las dimensiones de temperamento que resultaron normales fueron extraversión (K-S(66) = .08, p = .20) y afecto negativo (K-S(66) = .10, p = .18), mientras que las de competencia social fueron agresividad (K-S(66) = .11, p = .06) y competencia (K-S(66) = .09, p = .20).

Posteriormente, se realizaron los análisis de comparación de medias utilizando la prueba t de Student, o de medianas utilizando la prueba U de Mann-Whitney para identificar diferencias entre niños y niñas. Además, se reportan los resultados del tamaño del efecto utilizando la d de Cohen, según los criterios de Cohen (1988) para su interpretación: efecto pequeño (d = .20), medio (d = .50) y grande (d = .80). Cabe anotar que estos puntos de corte son referenciales, ya que dependen del contexto, diseño y variables de estudio (Baguley, 2009; Cohen, 1988). Finalmente, se realizaron análisis de correlación entre las variables medidas utilizando el índice r de Pearson para las distribuciones normales y rho de Spearman para las no normales. Se consideró la fortaleza de las asociaciones como indicador del tamaño del efecto según Cohen (1988): efecto pequeño (r = .10), medio (r = .30) y grande (r = .50).

Adicionalmente, a pesar de no haberse considerado en los objetivos de estudio en un inicio, para estimar la dinámica de las asociaciones entre variables, se llevó a cabo un análisis post hoc de regresión jerárquica para identificar los predictores de las tres dimensiones de competencia social: ansiedad/retraimiento, agresividad y competencia. Los indicadores de magnitud del efecto (R2) y el delta de variación (ΔR2) se encuentran consignados al pie de las tablas de resultados correspondientes.

Resultados

En primer lugar, se indican las medidas de tendencia central y dispersión de las variables de estudio. Luego, se presentan las diferencias encontradas entre los puntajes reportados para niños y niñas. Finalmente, se muestran los resultados de los análisis de correlación entre las dimensiones de temperamento y competencia.

En la Tabla 1 se presentan los estadísticos descriptivos de los constructos. El intervalo de confianza (IC) al 95% del promedio de la dimensión de extraversión fue [4.33, 4.63]; del afecto negativo, [4.08, 4.44]; del control intencional, [5.40, 5.72]; de la ansiedad [1.82, 2.08]; de agresividad, [2.38, 2.74] y de competencia social, [4.34, 4.71].

A continuación, en la Tabla 2 se presentan los resultados del análisis de comparación de medias o medianas, según corresponda, de las dimensiones de temperamento y competencia social entre niños y niñas. Como se puede apreciar, no se encontraron diferencias significativas por sexo en extraversión ni en ninguna de las áreas de competencia social.


Los resultados de los análisis de correlación entre temperamento y competencia social se presentan en la Tabla 3. Se observan correlaciones medianas y directas entre agresividad con extraversión y afecto negativo, e inversa con control intencional. Asimismo, se encontró una asociación moderada e inversa entre extraversión y ansiedad. Finalmente, se observa una correlación moderada y directa entre control intencional y competencia social.

Al observar las asociaciones por sexo, se identificaron diferencias en los índices de correlación tanto en la magnitud como en la significancia. En la asociación entre extraversión y agresividad, los niños obtuvieron una relación significativa (r(38) = .31, p = .05) en comparación a las niñas (r(24) = .15, p = .46). Así también, se identificó una diferencia en la asociación entre afecto negativo y ansiedad con los niños, la cual presenta una relación significativa (r(38)) = .34, p = .03) en comparación a las niñas (r(24) = -.03, p = .87). Finalmente, en la asociación entre control intencional y agresividad, las niñas obtuvieron una relación significativa (r(24) = -.41, p < .04) en comparación a los niños (r(38) = -.15, p = .37).

Debido a estas diferencias en las correlaciones por sexo, y a pesar de lo reducido de la muestra, se decidió hacer un análisis post hoc de regresión jerárquica para identificar la contribución de los predictores a las conductas de ansiedad y agresividad. En la Tabla 4 se presentan los resultados para ansiedad teniendo como variables predictoras el sexo del participante y las dimensiones de temperamento: extraversión, afecto negativo y control intencional.

El factor de extraversión explica por sí solo el 14% de la varianza de ansiedad/retraimiento y es significativamente diferente a cero, lo cual indica que constituye un predictor de los problemas emocionales reportados. Además, mantiene su carácter predictivo controlando, por el sexo del niño o niña, el afecto negativo y control intencional.

A continuación, en la Tabla 5 se presentan los resultados del análisis de regresión jerárquica para agresividad, considerando el sexo y las dimensiones del temperamento del participante como predictores. El factor de extraversión, por sí solo, explica el 7% de la varianza y, al ser diferente a cero, es un predictor significativo de la agresividad. Por su parte, el afecto negativo explica el 21% de la varianza de agresividad, por lo que contribuye a predecir los problemas de conducta de los niños y niñas. Además, controlando la influencia de las otras dos dimensiones de temperamento, el afecto negativo se mantiene como el más fuerte predictor de los problemas de conducta agresiva. Finalmente, se puede apreciar que el control intencional explica el 6% de la varianza y contribuye significativa y negativamente a la agresividad, controlando por el sexo del niño, extraversión y afecto negativo.

A pesar de que no se identificaron diferencias en la significancia de las asociaciones de control intencional y competencia entre niños (r(38) = .62, p < .001) y niñas (r(24) = .53, p < .01), se llevó a cabo un análisis de regresión con las mismas variables predictoras y competencia. Solo al ingresar control intencional, el modelo resultó significativo (R2 = .37, ΔR2 = .35) y único predictor (B = .73, SE B = .13, β = .61), lo cual explica un 33% de la varianza de la competencia del niño o niña.

Discusión

El objetivo general del estudio fue conocer la relación entre las características de temperamento, competencia social y problemas del comportamiento reportado por madres de niños y niñas preescolares.

En primer lugar, a nivel descriptivo, la dimensión que presentó el promedio más alto en temperamento fue el de control intencional, es decir, las madres reportaron que sus hijos e hijas muestran la habilidad para mantener su atención en lo que están haciendo y en lo que sucede en su entorno. Además, pueden adaptarse a nuevas situaciones. Los resultados son consistentes con las evidencias que indican que la capacidad de atender e inhibir conductas para responder de acuerdo a las situaciones se aprecia con mayor precisión alrededor de los 3 años de edad (Eisenberg, Spinrad et al., 2010; Posner & Rothbart, 2007). En cuanto a diferencias en el temperamento por sexo, las madres de niñas reportaron, en promedio, niveles de afecto negativo y control intencional más altos que aquellos reportados por madres de niños varones. Así, las niñas son percibidas con mayor capacidad de control intencional que los niños, lo que concuerda con lo reportado por Olson, Sameroff, Kerr, Lopez y Wellman (2005), quienes sostienen que las niñas muestran una maduración más desarrollada de las funciones cognitivas en comparación con los niños.

Por otro lado, la dimensión que fue reportada con el promedio más alto de competencia social fue la de competencia, es decir, en general, las madres de los preescolares indican que sus hijos e hijas tienen la habilidad para relacionarse y compartir con otros. Este resultado es interesante, ya que, en promedio, padres y profesores tienden a reportar conductas de agresividad (Bigras & Dessen, 2002; Loza, 2010; Topham, 2016). Contrario a lo esperado, no se encontraron diferencias significativas en agresividad, ansiedad/retraimiento y competencia entre niños y niñas. Es decir, las niñas no muestran mayores niveles de competencia social ni ansiedad/retraimiento o menores niveles de ira/agresividad en comparación al grupo de niños (Bigras & Dessen, 2002).

Se encontraron relaciones significativas entre las dimensiones de extraversión y afecto negativo con problemas de conducta o agresividad. Estas asociaciones fueron positivas, es decir, a mayor extraversión o afecto negativo, mayor agresividad. Por su parte, también se encontró que a mayor control intencional, menor agresividad. Además, control intencional se relaciona positiva y significativamente con competencia. En conjunto, estos resultados son consistentes con lo revisado en la literatura que indica que esta característica de temperamento facilita el desarrollo de la capacidad de autorregulación, lo que, a su vez, constituye un factor importante en el establecimiento de relaciones interpersonales y habilidades sociales (Eisenberg, 2012; Rothbart & Bates, 2006).

Los resultados de los análisis de regresión jerárquica indican que la extraversión es un predictor significativo de menos problemas emocionales de ansiedad/retraimiento. Así, el ser sociable, extrovertido y mostrar afecto positivo prevendría al niño de retraerse o mostrarse ansioso ante situaciones nuevas (Wachs, 2006). Por su parte, el afecto negativo resultó ser el predictor más sólido de los problemas de conducta, aún controlado por las otras dos dimensiones de temperamento, extraversión y control intencional, que también mostraron contribuir de manera positiva y negativa, respectivamente, a la varianza de agresividad. De esta manera, se aprecia que la tendencia a mostrar irritabilidad o incomodidad ante situaciones en el día a día se asocia a una mayor externalización de las emociones (Schermerhorn et al., 2013). A su vez, la capacidad de regulación se asocia con una menor frecuencia de conductas agresivas (Berdan et al., 2008; Rothbart et al., 2003). Finalmente, cabe señalar que el control intencional fue el único predictor significativo de competencia social, lo que concuerda con resultados en investigaciones en las que una mayor regulación y flexibilidad ante las demandas del ambiente se refleja en el establecimiento de relaciones más armoniosas con los demás (Bridgett et al., 2015; Eisenberg, Spinrad et al., 2010).

El estudio tiene limitaciones en cuanto al número reducido de participantes, haber contado con una muestra de niños y niñas de un solo centro de educación inicial, tener información sociodemográfica limitada y haber utilizado instrumentos que, si bien muestran adecuada consistencia interna con diversas muestras de preescolares en nuestro medio, no cuentan con estudios de validación. Además, algunas dimensiones obtuvieron índices de confiabilidad medianos, por lo que los resultados deben ser tomados con precaución. Finalmente, solo se contó con el reporte de las madres, quienes respondieron a las escalas por su cuenta siguiendo las indicaciones impresas en los instrumentos, pero sin posibilidad de consultar sus dudas a las investigadoras, de ser el caso. Tampoco se contó con la percepción de otros miembros de la familia, profesores del centro educativo inicial o de observadores entrenados en el estudio del desarrollo socioemocional en la niñez.

A pesar de ello, el estudio brinda información de dos de las áreas temáticas más relevantes del desarrollo socioemocional de niños y niñas en edad preescolar y reporta resultados coherentes con las evidencias teóricas y empíricas actuales (Rothbart & Bates, 2006). Para futuras investigaciones, se recomienda incorporar variables del entorno como las prácticas de crianza familiar (Mascaro, Rentscher, Hackett, Mehl, & Rilling, 2017; Olson, Lopez-Duran, Lunkenheimer, Chang, & Sameroff, 2011; Raya, Pino, & Herruzo, 2009), el vínculo con las figuras de apego (Hong & Park, 2012) o la socialización de los roles de género (Olino et al., 2013).

Referencias

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aPatricia Bárrig Jó

Psicóloga social por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Maestra en Ciencias (MS) en Desarrollo del Niño y Estudios de Familia por Purdue University (EE.UU.) y Doctora en Filosofía (PhD) en Psicología del Desarrollo por la Universidad de Vermont (EE.UU.). Docente e investigadora en la Universidad de San Martín de Porres y la Pontificia Universidad Católica del Perú.

* pbarrigj@usmp.pe

aDanitsa Alarcón Parco

Magíster en Psicología Clínica y de la Salud, estudios culminados de Doctorado en Psicología. Investigadora en el área de psicología del niño y adolescente. Encargada del programa ACT "Padres educando a niños en ambientes seguros" en convenio con la Asociación Psicológica Americana (APA), que busca prevenir la violencia en edades tempranas, enseñando a las familias y cuidadores a crear ambientes seguros.

dalarconp@usmp.pe

 

Para citar este artículo:

Bárrig, P., & Alarcón, D. (2017). Temperamento y competencia social en niños y niñas preescolares de San Juan de Lurigancho: un estudio preliminar. Liberabit, 23(1), 75-88. doi: 10.24265/ liberabit.2017.v23n1.05

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Recibido: 23 de marzo de 2017

Aceptado: 25 de mayo de 2017