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Letras (Lima)

versión impresa ISSN 0378-4878versión On-line ISSN 2071-5072

Letras vol.93 no.137 Lima ene./jun. 2022  Epub 30-Jun-2022

http://dx.doi.org/10.30920/letras.93.137.3 

Estudios

Una aproximación a Pueblo-Continente (1939): la construcción de América Latina como personaje conceptual

An approach to Pueblo-Continente (1939): the construction of Latin America as a conceptual persona

Sergio Luján Sandoval1 
http://orcid.org/0000-0002-4612-4899

1 Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú. sergio.lujan@unmsm.edu.pe

RESUMEN

El presente trabajo propone un análisis del libro Pueblo-Continente (1939) de Antenor Orrego con la finalidad de demostrar que América Latina se encuentra construida en calidad de personaje conceptual. Para ello, dialogaremos tanto con los postulados teóricos de Stefano Arduini como con los de Gilles Deleuze y Félix Guattari; asimismo, luego de revisar el contexto y la recepción crítica del texto de Orrego, nos centraremos en tres aspectos cardinales en función de América Latina: uno, la presencia de rasgos biológicos y cognitivos; dos, la búsqueda de una voz y un pensamiento propios respecto del europeo; y, tres, su acepción en tanto territorio que alberga al nuevo hombre americano. Finalmente, sostenemos que América Latina se personifica en Pueblo-Continente para mostrar sus problemáticas y procesos tensionales, pero también sus potencialidades como un escenario orgánico y en construcción.

Palabras clave: Pueblo-Continente; Antenor Orrego; América Latina; Personaje conceptual

ABSTRACT

The present study proposes an analysis of Antenor Orrego’s book Pueblo-Continente (1939) in order to prove that Latin America is built as a conceptual persona. For that purpose, we will explore the theoretical principles of Stefano Arduini, Gilles Deleuze and Felix Guattari; likewise, after reviewing the context and the critical reception of Orrego’s text, we will focus on three cardinal aspects based on Latin America: one, the presence of biological and cognitive features; two, the search for their own voice and thinking regarding Europe; and three, their sense in terms of the territory that host the new american man. Finally, we maintain that Latin America is personified in Pueblo-Continente to expose their issues and tensional processes, but also their potential as an organic and under construction scenography.

Keywords: Pueblo-Continente; Antenor Orrego; Latin America; conceptual persona

1. Introducción

Antenor Orrego Espinoza (Cajamarca, 1892-Lima, 1960) fue un filósofo, político, ensayista, periodista y crítico literario que formó parte de la Bohemia de Trujillo, conocida luego como el Grupo Norte, en las primeras décadas del siglo XX. Estudió en el Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo (Trujillo) y en la Universidad de La Libertad (hoy Universidad Nacional de Trujillo), donde también fue rector (1946-1948). Entre sus publicaciones destacan Notas marginales (1922), El monólogo eterno (1929), Pueblo-Continente (1939, 1957) -publicado en Chile y Argentina, respectivamente-, y, aparecidos póstumamente, Discriminaciones (1965), Hacia un humanismo americano (1966) y Mi encuentro con César Vallejo (1989). A esta lista habría que agregar dos manuscritos1: Helios y Panoramas, que no llegaron a ver la luz y que posiblemente se incautaron y se destruyeron en el gobierno de Augusto B. Leguía. Asimismo, Antenor Orrego dirigió el diario trujillano El Norte y colaboró con otros como La Libertad, La Reforma y La Tribuna (en su columna “Efigie del tiempo”); y en revistas como Poliedro, Claridad, La Sierra y, principalmente, Amauta.

No hay duda de que Pueblo-Continente es el protagonista de la producción orreguiana. Si bien en él se concibe a América Latina en tanto organismo capaz de producir un contenido original -como veremos adelante-, Orrego no olvida la carga política del aprismo que estructura la tercera sección de su texto. Por ello, señalamos que existen conexiones entre algunos lineamientos de dicho partido político, fundado por Haya de la Torre el año 1924 en México, y los argumentos de Orrego en Pueblo-Continente. Advertimos, principalmente, tres: i) la necesidad de desarrollar una conciencia que permita reconocer la posición de sujetos dependientes del imperialismo (Haya de la Torre) y afectados por el colonialismo cultural (Orrego); ii) el llamado hacia un ejercicio de búsqueda para evaluar nuestras realidades y evitar la emulación de patrones extranjeros; y iii) la propuesta de unificación de los pueblos latinoamericanos en pos de objetivos comunes (económicos, sociales, políticos y culturales), lo que implica una toma de posición y una intervención en la realidad.

En este orden, resulta importante el vínculo entre una obra artística y el contexto en el que surge, debido a que este le imprime ciertas particularidades que no pueden ser ignoradas en el análisis. Por ende, es necesario poner de manifiesto el escenario previo que propició la escritura de Pueblo-Continente (1939), es decir, aquellas circunstancias, eventos o dinámicas sociales que fueron moldeando no solamente al libro, sino también a aquel grupo de jóvenes afincados en Trujillo. A pesar de que esta ciudad se encontraba alejada de la capital limeña, al igual que otras provincias -pienso en Chiclayo, Cajamarca, Cusco, Puno, Arequipa-, ocupó un lugar importante en la composición del complejo rostro de lo que años más tarde serían las vanguardias en el Perú: grupos de voces heterogéneas y con un espíritu común por el cambio. Cabría preguntarnos, entonces, ¿cuál fue la importancia de Trujillo y del colectivo formado a mediados de la segunda década del siglo XX para Pueblo-Continente?, ¿qué motivaciones abrazaban y cuál era el papel de Antenor Orrego?

Con miras a despejar estas inquietudes, realizaremos una segmentación en dos etapas que nos ayudarán a exponer, primero, la formación y, después, la rearticulación de este conjunto de intelectuales que se convirtió en un punto de referencia para el derrotero cultural del país: i) la Bohemia de Trujillo y ii) el Grupo Norte. A diferencia de la interesante clasificación tripartita de Germán Peralta (2011), identificamos solo dos períodos y asumimos al diario El Norte como uno de los puntos claves. Ahora bien, creemos que también urge subrayar la escasa atención que ha recibido esta agrupación norteña de parte de la crítica literaria, a diferencia, por ejemplo, de los abundantes estudios que circulan sobre Gamaliel Churata, el grupo Orkopata o el Boletín Titikaka, publicación que hacía las veces de vocero del colectivo puneño. Por ello, es pertinente un estudio dialógico y que atienda al complejo escenario cultural que se traduce no solo en los diarios, periódicos y revistas publicados en los albores del siglo XX, sino también en la conformación de diferentes congregaciones de artistas que pretendían remozar los cauces nacionales desde dimensiones sociales, políticas y estéticas.

2. La Bohemia de Trujillo y el Grupo Norte

En primer lugar, entre los años 1914 y 1915, un puñado de jóvenes de la Universidad de La Libertad2 despertó y azuzó, por medio de agitaciones intelectuales y políticas, a un ambiente que se encontraba sumido en la modorra académica producto de una formación netamente libresca y desligada de la problemática socioeconómica que azotaba a Trujillo, a saber: la situación de los braceros del valle de Chicama. A razón de esta última, y sobre todo por el aprovechamiento tendencioso de los grandes campos de cultivo de algodón y caña de azúcar, se promovió la dinámica de los latifundios, las explotaciones y las haciendas; aunado a ello, y a causa de la eclosión de la Primera Guerra Mundial, el contexto económico exigía una mayor mano de obra y el Perú se convirtió, al igual que muchos países latinoamericanos, en exportador de materia prima, lo cual arreció y fortaleció esta lógica amparada en el yanaconaje. Es en este escenario donde descuella un personaje importante en la intelectualidad trujillana de la época: José Eulogio Garrido, nacido en Huancabamba (Piura) en 1888.

Fue alrededor de Garrido que un grupo de jóvenes universitarios mostró su desacuerdo frente a una vida signada por un academicismo rancio, aristócrata y quietista; ante ello, su objetivo era dinamizar ideas y pensamientos para darles una forma concreta y encarnada en su realidad. Paralelamente, no hay que perder de vista que el fenómeno de las publicaciones periódicas (léase la prensa) había convertido a estos soportes materiales en los principales vehículos para la transmisión de ideologías, de críticas y, sobre todo, para ejercer un posicionamiento frontal contra los gobiernos de turno que solo ascendían al poder para remarcar sus privilegios oligárquicos y perseguir a sus opositores políticos a fin de silenciarlos. Una de las primeras publicaciones fue La Industria, fundada en 1895 y cuyo jefe de redacción llegaría a ser José Eulogio Garrido; asimismo, hubo otros diarios que circularon en Trujillo como El Jornalero, La Reforma o La Libertad y que se adhirieron a las protestas y manifestaciones de los trabajadores del valle de Chicama3. Jorge Puccinelli (2014), por su parte, agrega a este corpus la revista Iris, que salió a luz el 15 de mayo de 1914 con el impulso intelectual de José Eulogio Garrido y Antenor Orrego, y el económico de Juan Luis Armas. Además, Orrego asumiría la jefatura de redacción en La Reforma -nombre que indicaría cierto clima de época-, y también participaría en La Libertad junto al poeta Alcides Spelucín.

Así se va nucleando la “Bohemia de Trujillo”4, aunque su partida de nacimiento onomástica corresponde a Juan Parra del Riego a propósito de su artículo “La ‘Bohemia’ de Trujillo”5 (1916) tras su viaje a dicha ciudad. En esta breve semblanza, redactada en clave de crónica, el autor se dirige al lector limeño con la siguiente interpelación: “En Trujillo también ha roto molinos de viento el claro lanzón quijotesco. Y tú no sabías nada, nada” (2015 [1916], s. p.; énfasis nuestro). De este breve pasaje, se desprende un claro reproche al significante “limeño”, pues para la época no era más que un sinónimo del ostracismo intelectual y del desdén elitista hacia las provincias que ponían en evidencia el marcado centralismo que se vivía y que ejercía -que se vive y que ejerce- la capital del país. Un aspecto clave también es el deslinde que realiza Antenor Orrego sobre el vocablo “bohemia”, quizá en su acepción occidental, porque dicho término no tenía “ninguna relación con la vida que hacía nuestra hermandad literaria, absolutamente ninguna” (citado en Rivero-Ayllón, 1996, p. 109).

Siguiendo esta línea, es pertinente destacar cómo Parra del Riego se refiere a este grupo norteño a partir de la experiencia con sus integrantes en la casa de José Eulogio Garrido -uno de los lugares donde se reunían-, para lo que emplea los calificativos de “bohemia mental” u “otra bohemia”. ¿A qué podrían apuntar estos rótulos? Sostenemos que, de un lado, estarían denotando el vínculo espiritual de camaradería (la hermandad que refiere Orrego) que guiaba a estos jóvenes bajo la consigna de no encerrarse en una entelequia muerta o abstracta; y, por otra parte, que el adjetivo “otra” aludiría a un concepto de bohemia que se disloca o se desgaja de aquel que se entiende a la luz de los presupuestos europeos, tal como también lo sugieren Javier Suárez (2018) y Germán Peralta (2011). Por tal motivo, no es extraño que Orrego opte por el título de “Grupo de Trujillo”; incluso cabe traer a colación lo que había manifestado, irónicamente, el propio José Eulogio Garrido y que el poeta huancaíno reproduce en su texto:

Naturalmente, vinculados por este eslabón intelectual nos paseamos juntos, de cuando en cuando almorzamos en grupo o hacemos, también en grupo, excursiones a las ruinas de Chan-Chan por las tardes o en las noches de luna. Esta es nuestra terrible bohemia, señor Parra. (citado en Parra del Riego, 2015 [1916], s. p.)

Hasta aquí se observa cómo esta primera etapa de la intelectualidad trujillana se va desarrollando e integrando en torno a una identidad: la Bohemia de Trujillo, nombre que posee una carga semántica distinta a la europea, pues en este caso se trataba de un grupo de sujetos que luchaba contra un intelectualismo carente de correlato social y casi siempre amparado en su torre de marfil. Estos ánimos en clave de protesta -o, como diría César Vallejo (2017), de esta “falange bohemia y rebelde” (p. 21)-, el desarrollo de la Primera Guerra Mundial y el estallido de la Reforma Universitaria de Córdoba fueron los detonantes que fortalecieron el espíritu político que tomarían en favor de los grupos sociales más perjudicados. Entre algunos de los bohemios destacan José Eulogio Garrido, Antenor Orrego, César Vallejo, Alcides Spelucín, Óscar Imaña, Federico Esquerre, Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros. Cabe resaltar que gran parte de ellos no eran naturales de Trujillo -salvo Haya de la Torre-, y que, ante todo, esta ciudad fue el escenario sinérgico de sus peripecias y de sus conquistas intelectuales.

En segundo lugar, y a manera de tránsito, tenemos lo que sería la continuación no tanto lineal sino en espiral de este cenáculo trujillano. Para ello, hay que tener en cuenta que algunos de sus miembros iniciales tomaron otros rumbos, como Víctor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo o Alcides Spelucín, solo por nombrar a tres. Por estos años, además, entre 1918 y 1919, se publica Los heraldos negros; y luego, en 1922, Trilce, poemario que pasó casi desapercibido por la fuerte presencia que aún ejercía el modernismo en nuestro horizonte literario con José Santos Chocano a la cabeza. A la par, en Trujillo, la situación de Orrego se complicaba a causa del régimen autoritario de Augusto B. Leguía y por las persecuciones que se venían suscitando en contra de los opositores políticos a su gobierno; pese a ello, Alcides Spelucín regresaba al país luego de una estancia en La Habana y Nueva York, y sería uno de los principales actores en esta nueva empresa intelectual. Así, entre 1922 y 1923, se irá formando el germen de lo que podría denominarse el segundo momento de la otrora Bohemia de Trujillo.

El episodio central que indica no el quiebre sino la reformulación y rearticulación del grupo trujillano fue la publicación del diario El Norte, cuyo primer número salió el 1 de febrero de 1923 bajo la dirección de Antenor Orrego y con el apoyo económico y administrativo de Alcides Spelucín (Puccinelli, 2011). Gracias a este acontecimiento cultural, el cenáculo pasó a conocerse como el Grupo Norte, colectivo cuyos lineamientos cobraron vigor mientras que sus nuevos miembros siguieron en pie de lucha ya no solo en favor de los trabajadores, sino también de los estudiantes universitarios a quienes apoyaron a través de diferentes movilizaciones sociales y desde las tribunas del propio diario (Klarén, 1976). En tal sentido, subrayamos el papel fundamental de estas publicaciones periódicas asociadas, casi siempre, a un grupo de intelectuales y que sirven de plataformas reivindicativas y de denuncia, pero también como locus enunciativos que avizoran y trazan nuevos caminos6; e, inclusive, cumpliendo “una labor constructiva, educativa” (Peralta, 2011, p. 45). Antenor Orrego mencionaría que:

Desgraciadamente el Perú es un país con la visión sumergida en una realidad de hace cien años, que se niega a percibir la oleada lumínica de la época. Vibran las voces nuevas y sus oídos son inaptos para percibirlas y hacerlas carne de su vida espiritual. (citado en Puccinelli, 2014, p. 70; énfasis nuestro)

Tal como se corrobora, los presupuestos iniciales de los bohemios no perdieron su dirección y se cristalizaron en una propuesta más sólida y mucho más política que en su primera etapa. Desde esta nueva tribuna, el pensamiento orreguiano se inmiscuirá aún más en los linderos filosóficos (repárese el eco bergsoniano de hacer carne la idea, el pensamiento), situación que se solidifica en una postura vitalista reluctante al positivismo. Otro dato importante estriba en los vínculos fuera de Trujillo; tal es el caso de César Vallejo, quien enviaba crónicas desde Francia para que se publicaran en El Norte, o el de Mariátegui, ya casi en la fase final del diario trujillano. Es interesante, entonces, reparar en el flujo que se produce y que convierte a Trujillo en una ciudad-referente en el panorama cultural de la época7. Habida cuenta de las nuevas dinámicas, Antenor Orrego asume definitivamente la dirección de este remozado colectivo trujillano; a su vez, hay que poner de relieve que esta bohemia -y que luego fue el Grupo Norte, aunque con bajas considerables en sus filas- destacó en la reflexión ensayístico-literaria (Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre), en la creación poética (César Vallejo, Alcides Spelucín, Francisco Xandóval, Juan Espejo Asturrizaga y Óscar Imaña), así como en su interés por la música (Carlos Valderrama), por la pintura (Macedonio de la Torre) y por la caricatura (Julio Esquerre Montoya, quien firmaba como Esquerriloff).

Para encauzar la idea, hemos observado cómo este grupo trujillano atraviesa por dos momentos que podrían ser leídos como relevos y en los que no se pierden ni desvirtúan los objetivos matriciales de renovación. Advertimos que: i) el intervalo comprendido entre los años 1914-1922 se erige como el período que explicaría el nacimiento, la articulación y el posicionamiento de la Bohemia de Trujillo con la figura central de José Eulogio Garrido junto a la de Antenor Orrego; y ii) que el lapso de 1923-1927 correspondería al despliegue artístico e ideológico - aunque friccionando con el régimen leguiísta- que se llevó a cabo alrededor de El Norte hasta 1927 y de la gravitación política e intelectual de Antenor Orrego. En este orden, es necesario prestar atención a lo expuesto, porque estas inquietudes que el ensayista cajamarquino defendió en la segunda y en la tercera décadas del siglo XX serán los gérmenes ideológicos de sus propuestas y de sus líneas de pensamiento que modelarán a Pueblo-Continente. La diferencia radicaría en las dimensiones en que Antenor Orrego proyecta sus postulados iniciales, puesto que su mirada romperá el lente nacionalista para optar por un engranaje latinoamericano-continental. A ello, por supuesto, debe sumársele el impulso vital de su tesis y el aliento político en favor de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) detectado en las tres conexiones ya expuestas.

3. Pueblo-Continente (1939) y la recepción crítica

La primera edición de Pueblo-Continente se publicó en la casa editorial chilena Ercilla en 1939; asimismo, resulta necesario acotar que muchos de los planteamientos que allí figuran ya habían sido esbozados inicialmente no solo en Notas marginales (1922) y El monólogo eterno (1929), libros que se imprimieron en la ciudad de Trujillo, sino también en diversos artículos que aparecieron en algunos números de la revista Amauta. Teniendo en cuenta ello, y sin olvidar que nos encontramos frente a un texto que se va gestando casi una década antes de su publicación, en el presente apartado exploraremos cómo la crítica ha leído Pueblo-Continente y cuáles fueron las ideas-fuerza o los tópicos que se lograron extraer.

Uno de los primeros acercamientos corresponde a Luis Alberto Sánchez (2011 [1939]). Aunque el investigador peruano destaca la tesis orreguiana sobre la congregación de las diversas razas y culturas que se han dado lugar en América Latina, son dos los puntos claves en el juicio de Sánchez. El primero tiene que ver con la noción de vitalidad y el carácter orgánico que le imprime Orrego a su pensamiento: “se deleita con las formas estéticas y presenta sus ideas con carnadura repujada [...] la palpitación humana que lo inspira [al libro] y la pulpa vital que sostiene el pensamiento del autor” (p. 262; énfasis nuestro). El segundo aspecto, por su parte, refiere a la influencia del filósofo francés Henri Bergson, especialmente en el gesto de inocular de vitalidad al pensamiento. Por ello, consideramos crucial el rescate de estos comentarios de Sánchez que discurren por caminos que, por momentos, dialogan, se imbrican y se intersecan.

Siguiendo la cronología, se encuentra el trabajo del poeta Serafín del Mar (2011 [1940]). El formato se asemeja más al de una reseña en la que se mencionan ciertos aspectos que iluminan la ruta interpretativa. Al igual que Sánchez, relieva la tesis del autor en torno al porvenir de América Latina y a lo acertado de su propuesta; no obstante, el poeta huancaíno advierte, de un lado, la naturaleza ensayística de las cuatro secciones que componen Pueblo-Continente: “Ensayos de conocimiento, donde la inteligencia funciona en sentido de superar y mejorar la vida” (p. 276; énfasis nuestro); y, por otro lado, la imagen de un sujeto que se encuentra gestándose en América Latina: “[...] el hombre propugnado por Orrego, su personaje está en camino. Todavía no lo vemos, pero viene” (p. 277). De lo citado, se desprende una caracterización que opera en el grueso de la ensayística orreguiana (el “conocimiento”), así como la idea de un personaje que posee cuerpo, voz y cuyo escenario vital es América Latina en tanto entidad-contenedora. Estos puntos los ampliaremos más adelante.

La tercera y cuarta aproximaciones, respectivamente, corresponden a Carlos Manuel Cox (2011 [1948]) y Luis Monguió (1954), quienes reparan en el vínculo que guarda el aprismo con lo expuesto por Antenor Orrego a propósito de la unión de los pueblos latinoamericanos junto a la lucidez de su pensamiento filosófico en aras de la construcción de la cultura y del nuevo hombre americanos. Asimismo, coinciden en destacar la característica corpórea y de elemento-contenedor que presupone América Latina. Mientras Cox asevera que su compañero Antenor Orrego “en uno de los libros de más atuendo intelectual, Pueblo-Continente, fisonomiza el presente y futuro de nuestra América” (2011, p. 274; énfasis nuestro); Monguió lo complementa al anotar que la “América de hoy es para él [es decir, para Orrego] el vaso que da forma a la realidad, el continente que se impone al contenido” (1954, p. 123; énfasis nuestro). Según estos comentarios, América Latina sería una especie de recipiente de culturas y de aquel personaje prospectivo que mencionaba Serafín del Mar.

Andrés Townsend Escurra (2011 [1957]), en una breve reseña a la segunda edición de Pueblo-Continente, publicada en Buenos Aires en 1957, acierta al mencionar que: “Orrego revela en este libro, dentro de cierto hermetismo técnico de su estilo, un don particular para la imagen. Prefiere las de tipo biológico” (p. 280; énfasis nuestro). Nos interesa rescatar la modelización de la imagen en su especificidad “biológica”, dado que son estrategias empleadas para construir a América Latina por medio de metáforas que permiten personificarla con la finalidad de poner de relieve sus mecanismos, alcances y limitaciones. En tal sentido, el juicio de Townsend refuerza la perspectiva vital de dicho espacio geográfico, toda vez que si bien en un primer momento América Latina poseía una palpitación vital, ahora, en un segundo momento, se estructura como territorio que muestra una corporeización distinta, que alberga personajes y que, para comprender su compleja dimensión, se estructura a través de una retórica adscrita al plano de lo biológico.

Si prestamos atención, solo hemos comentado algunos puntos importantes señalados por la crítica a lo largo del siglo XX que no han sido desarrollados detenidamente y que, por ello, han quedado a manera de ideas que merecen un análisis más amplio. Tras un gran silencio a partir de los años sesenta, hubo un valioso esfuerzo, en 1995, por editar las obras completas de Antenor Orrego en cinco volúmenes, colección que recogió su producción literaria, pedagógica, filosófica y política. No obstante, cabría preguntarnos, ¿cómo se ha leído la obra ya fijada de Antenor Orrego durante el siglo XXI?, ¿desde qué perspectivas? Para atender a ello debemos traer a colación los trabajos de Víctor Samuel Rivera (2005), Tito Livio Agüero (2011), Elmer Robles Ortiz (2010; 2011) y Gonzalo Jara (2013; 2015), debido a que explican la faceta de los postulados políticos, el aliento de unificar los pueblos latinoamericanos y la arista de su pensamiento filosófico, respectivamente. Estas investigaciones devienen importantes al delinear nuevos rumbos por los que transita el flujo reflexivo del pensador cajamarquino, en el entendido de evaluar sus alcances en la actualidad.

Tal es el caso de Rivera (2005) y Agüero (2011), quienes analizan detenidamente, a propósito de Pueblo-Continente y también de otras obras, la propuesta de Orrego que sintoniza con la filosofía política a partir de los vectores ideológicos referentes a la agenda de la construcción de una filosofía latinoamericana con apertura dialógica. En efecto, ambos investigadores conducen sus interpretaciones por los terrenos filosóficos, sin olvidarse de tender los puentes que ayuden a conectarlos con la crítica cultural que ha debatido sobre la posmodernidad, la subalternidad, la fragmentación, la diferencia o la heterogeneidad; así como también la figura de un sujeto político que Antenor Orrego va perfilando en Pueblo-Continente en la imagen del líder o, como diría Rivera (2005), del “caudillo político” que se inserta en esta noción de un destino en consonancia (léase sintonía) con la contingencia histórica de los pueblos.

Otra aproximación crítica la encontramos en los trabajos de Robles Ortiz, quien vislumbra dos caminos por los que se enmarca la obra de Orrego y, por extensión, Pueblo-Continente. Por ejemplo, el autor afirma, por una parte, que se trata de “una fundamentación filosófica del integracionismo latinoamericano; un canto optimista a la patria grande” (2010, p. 164); y, por otra, aterrizando en el libro que nos compete, arguye que Orrego “[...] le asigna a Indoamérica responsabilidad mundial de pensar, obrar y sentir” (2011, p. 228; énfasis nuestro). En tal sentido, recuperamos el carácter de unión e integración advertidos y la figura de una América Latina que hace las veces de entidad viva capaz de “pensar”, “obrar” y “sentir”. El afán de proporcionar ribetes vitales a una porción del continente (el sudamericano) es un tópico que se menciona de forma recurrente, pero que aún no se ha profundizado ni ampliado.

Por último, uno de los trabajos más sólidos corresponde al investigador Gonzalo Jara, quien en dos de sus estudios repara en las fuentes filosóficas de las que se habría nutrido Antenor Orrego brindándonos un aspecto interesante sobre Pueblo-Continente. Así las cosas, respecto de los autores que fungieron de luces teóricas y estéticas para el pensador cajamarquino, Jara indica lo siguiente: “[...] Orrego fue influenciado por las ideas vitalistas de Bergson, Nietzsche y la filosofía oriental”8 (2013, p. 62). Como se observa, el crítico chileno agrega dos nuevas líneas filosóficas que nutren el caudal reflexivo orreguiano aparte del vitalismo bergsoniano. Asimismo, no deja de reactualizar el hecho de que Orrego “expone en su libro Pueblo-Continente (1939) una filosofía para la creación dinámica y viva de América” (Jara, 2015, p. 196; énfasis nuestro). De esta manera, y desde una perspectiva que dialoga con la filosofía, el autor apunta las posibles lecturas de Orrego y la idea de que América es un personaje vivo, dinámico y fluyente9.

Sintéticamente, podemos articular los comentarios sobre Pueblo-Continente en dos grandes bloques. En el primero, se encuentran aquellos publicados en el siglo XX y que se caracterizan, sobre todo, por reconocer el alcance artístico, político y social de la tesis orreguiana, por ser juicios de breve extensión (generalmente reseñas aparecidas en revistas de la época) y, finalmente, por haber señalado el carácter vital de la propuesta de Antenor Orrego sobre América Latina. En el segundo bloque, en cambio, nos encontramos con posturas interpretativas de mayor aliento (artículos académicos) que desarrollan los siguientes puntos: la ruta de la filosofía política y de las problemáticas contemporáneas (Rivera y Agüero); la impronta unificadora de la visión orreguiana (Robles); y el carácter filosófico-vital de la ideología en Pueblo-Continente (Jara). Aun cuando se menciona el carácter vitalista de América Latina, los estudios no han ahondado en él, situación que se convierte y nos sirve de propósito.

4. Personajes conceptuales y “metáfora vital” en Pueblo-Continente

Hasta ahora se ha especificado el contexto en que surgió la Bohemia de Trujillo y el Grupo Norte. Luego se reparó en cómo la crítica -tanto la del siglo XX como la del XXI- leyó Pueblo-Continente y cuáles fueron las ideas principales trazadas. En este apartado desarrollaremos, en función de América Latina, la categoría de personajes conceptuales propuesta por Gilles Deleuze y Félix Guattari (1997) en diálogo con lo que sostiene Stefano Arduini (2000) sobre el campo figurativo de la metáfora (específicamente en la figura de la personificación). Ello nos permitirá evidenciar cómo la dinámica de la metáfora vital se despliega en Pueblo-Continente. En tal sentido, responderemos las siguientes inquietudes: ¿por qué América Latina es concebida en tanto personaje conceptual?, ¿cuál es el motivo de su personificación?

Como aspecto inicial definamos qué es un personaje conceptual, según Deleuze y Guattari. Para esto traemos a colación lo que ambos autores sostienen a manera de tensión entre i) un esquema atenazado por coordenadas cartesianas, ello es, aquel que presenta un aliento positivista y racionalista frente a ii) un sistema-otro de pensamiento que se encarga de la creación de conceptos en un plano de la inmanencia. Sin embargo, Deleuze y Guattari van más allá, pues al no dejar que esta creación conceptual se torne en una mera abstracción vaciada de correlato proponen la noción de personajes conceptuales, quienes serán los responsables de dar vida y dinamismo a aquellas simples entelequias que los precedían. Así, es sintomático e interesante cuando se habla sobre el plano “prefilosófico”10 como uno de los escenarios que permite el esbozo de la potencia del concepto. En suma, Deleuze y Guattari argumentan que:

En los enunciados filosóficos no se hace algo diciéndolo, pero se hace el movimiento pensándolo, por mediación de un personaje conceptual. De este modo los personajes conceptuales son los verdaderos agentes de la enunciación [...] El personaje conceptual no tiene nada que ver con una personificación abstracta, con un símbolo o una alegoría, pues vive, insiste. (1997, p. 66; énfasis nuestro)

De lo anterior, se extrae una definición más clara sobre el personaje conceptual y de las características que poseería en el discurso filosófico que, dicho sea de paso, no es ajeno a Antenor Orrego. Como complemento a ello, Michel Onfray sostiene que: “Le personnage conceptuel c’est la fabrication d’un individu qui permet de tenir un discours: le Zarathoustra de Nietzche, par exemple, est un personnage conceptuel”11 (2019a, 0m14s). De igual modo, Jesucristo sería un personaje conceptual del cristianismo al encarnar y vehiculizar el grueso de sus ideas y propuestas; o yendo al campo de la literatura indigenista peruana, por ejemplo, esta no solo se compondría de personajes humanos que representan colectividades, sino también de la naturaleza en sus agentes vegetales, minerales o animales que cuestionan el discurso antropocéntrico. Para sintetizar, esta nueva categoría deleuze-guattariana se caracterizaría por presentar un carácter vivo y de constante movilidad; ello por hacer las veces de entidades-puente de la enunciación e, inclusive, por ser capaces de modelizar un dispositivo que articule y porte un discurso. Estos presupuestos serán tomados en cuenta cuando ingresemos en la lógica textual de Pueblo-Continente para observar cómo estarían operando en función de América Latina.

Desde otro ángulo conviene reparar en el campo figurativo de la metáfora, específicamente en la figura de la personificación o, para este trabajo, en la de la metáfora vital. Siguiendo con los postulados de Arduini (2000), debemos asumir que se podría hablar de una metáfora en los siguientes términos: una de corte tradicional que opera sobre un proceso analógico y sobre la base de una característica compartida; y otra de naturaleza no-tradicional que disloca y dinamita la idea clásica de elementos comparados para apostar por otros mecanismos que remozan el tropo y crean nuevas realidades en la lógica ficcional del texto (lo ejecutado por las vanguardias poéticas, por ejemplo). Para efectos de la investigación pondremos énfasis en la primera acepción, enfocándonos en la personificación debido a la fisonomía del personaje que cobra vida en el libro de Orrego y por su funcionalidad en el análisis.

Cuando hablamos de metáfora vital nos referimos a todos aquellos procesos cognitivos mediante los cuales se representa -gracias a un pensar analógico- a cierta entidad partiendo de aspectos relacionados con los recursos vegetales o con las particularidades de los sistemas o cuerpos humanos y animales. Dicho de otro modo, con todos los organismos que se encuentren atravesados por los significantes de “vitalidad” y “movimiento”. A su vez, el objetivo de esta metáfora, aparte de estructurar a un cuerpo en términos de otro, es endilgarle nuevas características provenientes del elemento con el que se intenta establecer la analogía con una finalidad estética y muchas veces política, verbigracia Manuel González Prada12. En Pueblo-Continente sostenemos que este tipo de metáfora aparece en dos variantes: la vegetal (en la figura de la planta ligada a la atmósfera en que vive) y la humana (que apela a la imagen del niño y de la mujer); estas se emplean para ensamblar y recrear a un personaje: América Latina. La última variante metafórica reforzará nuestra hipótesis.

Ahora bien, tanto los personajes conceptuales como la metáfora vital operan con principios similares y de forma paralela en Pueblo-Continente, lo que implica plantearnos ciertas interrogantes que complementan a las anteriores: ¿qué rasgos se le destacan a América Latina?, ¿cuál es el porvenir que Orrego le diagnostica según los marcos reflexivos por los que discurre el texto? Proponemos que el Nuevo Continente se encontraría representado en el esbozo de un personaje conceptual que funciona gracias a una articulación metafórica cuya finalidad se condice con estas tres grandes directrices que ampliaremos en lo sucesivo: i) para imprimirle rasgos biológicos y psicológicos; ii) para visibilizarlo y confrontarlo con Europa; y iii) para concebirlo bajo la premisa de un escenario, espacio o recipiente que cobija al nuevo hombre americano.

Con respecto a la primera idea, destacan las características biológicas13 y psicológicas que se le adjudican a América Latina. Por ejemplo, si nos adentramos en el plano vitalista referido al cuerpo, Orrego (1957 [1939]) dice lo siguiente: “Son ellos [refiriéndose a los tipos étnicos y culturales] el testimonio vivo y potente de un proceso que radica en las profundidades de las entrañas americanas” (p. 39; énfasis nuestro), donde América Latina es concebida como un personaje compuesto de varias de razas (revisar la nota 21) y en cuyas entrañas -nótese la particularidad de que son americanas- se encuentran bregando los distintos frentes culturales que la pueblan. Además, lo biológico no solo se alude a la interioridad corporal, sino a un estado que guarda relación con la lozanía y la edad: “Para que América arribara a su virginidad y a su juventud, era preciso que los dos elementos principales de la colisión...” (p. 41; énfasis nuestro). De este breve fragmento colegimos que se va construyendo un personaje cuya peculiaridad estriba en su maleabilidad, toda vez que se repara -implícitamente- en los períodos de vida previos a su juventud. En otras palabras, América Latina es vista y ensamblada en tanto sujeto pasible de evolucionar como si se tratase de un organismo vivo u orgánico.

Por otro lado, y de forma complementaria, Orrego le agrega ribetes psicológicos al continente, pues no solo basta con la concepción de un cuerpo que se moviliza en coordenadas espaciales, sino también que este pueda adquirir o articular un discurso propio: “América fué [sic] un continente híbrido y sin valores propios, característicos y esenciales. Ningún mensaje original fué [sic] posible que articuláramos para el mundo” (1957 [1939], p. 44; énfasis nuestro). En este pasaje se aprecia que, a pesar de que América Latina aún se encuentra buscando un lenguaje y un estilo con los cuales expresar su voz, se asume aquella capacidad cognitiva que supone su articulación; asimismo, este personaje conceptual presenta una destreza creativa relacionada con el plano cognitivo: “La América necesita crear sus propias razones; necesita dar un vehículo racional a sus intuiciones” (1957 [1939], p. 50; énfasis nuestro). En este orden, aparte de construir a América Latina como un organismo que se comunica y que crea, se la asume como uno que debiera desarrollar una conciencia despierta y vigilante, sin dejar de lado los componentes de la razón (lo objetivo) y la intuición (lo subjetivo).

En ambos casos se ha visto, de manera separada, los horizontes biológico y cognitivo, respectivamente; sin embargo, hemos seleccionado un breve fragmento en que estos se conectan: “América, especialmente América Latina, toma conciencia de sí misma y se inserta en el acontecer histórico. [...] no estaba aún madura para que pudiera expresarse a sí misma” (1957 [1939], p. 67; énfasis nuestro). Por un lado, el autor presentifica nuevamente el acontecimiento de tomar conciencia, de conocerse a sí misma y de expresarse merced a un lenguaje y a una voz particulares; por otro, se la vuelve a concebir a la luz de un organismo atravesado por un desarrollo evolutivo (repárese en la madurez). Llegados a este punto, es evidente que esta personificación no resulta gratuita en la escritura orreguiana, y ello nos conduce a proponer que la metaforización vital de América Latina, vinculada con lo humano, se realizaría para calibrar sus potencialidades, sus alcances y también para señalar las limitaciones y contradicciones que presentaría.

No hay que olvidar que estamos ante el funcionamiento de un organismo cuyo cuerpo goza de buena salud, no presenta dolores y que, sumado a ello, el diagnóstico brindado en clave ulterior o prospectiva deviene alentador. Además, Orrego es consciente de que América Latina se halla en un período de cambios y de tensiones constantes ante esta falta de madurez; empero, dicha conflictividad no es vista de forma peyorativa, sino como una etapa en la que se estaría gestando un elemento de carácter renovador14. Siguiendo esta línea, la arista biológica del continente permite identificar un cuerpo, una voz (discurso) y procesos internos propios, ya que es América Latina la que debe posicionarse frente a los demás espacios geográficos (sobre todo Europa) que completan el rompecabezas mundial. Dicho de otra manera, la personificación orreguiana -bajo una terminología biológica (cuerpo) y psicológica (mente)- tendría, adicionalmente, la finalidad de situar, visibilizar y agenciar a un continente que solo había sido el eco de las dinámicas artísticas y revolucionarias de Occidente.

Sobre estas caracterizaciones biológicas y psicológicas, cabe traer a colación la opinión de dos investigadores. Según Jara, siempre desde el plano fisiológico, las metáforas de Orrego “son todas con relación al dolor y con el sufrimiento del cuerpo” (2016, 27m53s). Sin embargo, no todas guardan relación con el dolor o con algún padecimiento concerniente a la exterioridad corporal, sino con los males internos; esta idea, en todo caso, se podría encontrar cuando el filósofo cajamarquino refiere a la hemofilia en los procesos culturales como una situación negativa para calificar a Europa. A su vez, el propio Jara dirá que “aquí [refiriéndose a las propuestas de Orrego] estamos con un antirracionalismo y no con un irracionalismo” (2016, 50m57s), lo cual apunta hacia el polo cognitivo. En este caso, a través de una sinécdoque interesante que estructura al libro -el todo (el continente) por la parte (los habitantes)-, es América Latina la que se inclina hacia un antirracionalismo15 a partir del pensamiento orreguiano16. Retomando la línea biológica, Tara Daly suscribe lo siguiente:

[...] Likewise, almost every word of Pueblo-Continente (1939), a later collection that systematically tried to construct a new Peru through biological metaphor and analogy contributed to a culturally vitalist project [...] Orrego describes Peru as if it were a biological organism in need of organ transplants17. (2014, p. 30; énfasis nuestro)

Al respecto, la autora rescata lo biológico en la constitución de América Latina de forma general y del Perú de forma particular. Los términos “metáfora biológica” y “organismo biológico” son de sumo sintomáticos, ya que los vincula con un proyecto vitalista del que se percibe la influencia bergsoniana. Una vez más, tanto el juicio de Jara como el de Daly refuerzan nuestra propuesta: gracias al empleo de esta metáfora vital -o, si se quiere, mediante la personificación de América Latina-, se le reconoce al Nuevo Continente una agencia que estaría complementando a la verbal: la del cuerpo. De haber sido inicialmente un eco, una emulación o una imagen deformada de Occidente, ahora América Latina se encuentra explorando sus profundidades y calibrando su pasado con miras a un porvenir que le pertenece. Esta, pues, sería la función que estaría desempeñando la metáfora vital en Pueblo-Continente.

Ahora bien, en torno a la segunda idea que estructura este apartado -la América Latina que deviene en personaje conceptual para su confrontación contra Europa-, podríamos indicar que se relaciona fuertemente con la anterior. En esta nueva sección aseveramos que lo principal radica en cómo se posiciona América Latina frente a su par europeo; por ello, lo primero que llama la atención es un juicio lúcido de Antenor Orrego, sobre todo si prestamos atención a la época en que Pueblo-Continente fue escrito y posteriormente publicado. Leamos:

El europeo no percibe sino el aspecto superficial y pintoresco de América Latina. Se comporta frente a ella como un auténtico snob, ganoso de exotismo y emociones epidérmicas. América existe para el europeo como un inmenso museo o pinacoteca arqueológica, pero no como una cultura en marcha, como una vida colectiva en devenir, como una existencia fluyente, móvil y creadora. (1957 [1939], p. 43)18

El tenor de este comentario es frontal, combativo y se dirige hacia aquellos que ven a América Latina como si fuese un locus quietista, estático y rígido, casi en un estado inerte, sin vida. De allí que las imágenes a las que apela el ensayista (el museo y la pinacoteca) no sean sino símbolos que encarnan una concepción contrapuesta a la ideología vitalista que Orrego profesaba y defendía encarecidamente. Asimismo, en esta cita aparece un punto que luego desarrollaremos: América Latina como recipiente. Pero regresemos a la confrontación aludida, puesto que Orrego hará hincapié en que “su acento vital íntimo [de América y sus hombres] se disclocaba [sic] ante los órganos de expresión que eran extraños, que habían sido impuestos desde fuera” (1957 [1939], p. 106; énfasis nuestro). ¿A qué estaría refiriendo esta dislocación de los órganos de expresión? Argüimos que no sería sino un intento por quebrar o fracturar el pensamiento occidental en beneficio de una auscultación que permita conseguir nuestras propias herramientas e instrumentos de expresión. En otras palabras, gracias a una retórica biológica (los órganos), se origina un desencuentro entre América Latina y Europa y se intenta situar a aquella de forma autónoma respecto de esta.

En dicha línea, que se condice con una suerte de moción en pos de una independencia cultural (y que no debe entenderse como un hermetismo cultural), merece destacarse el imperativo que Oriente19 -y también Orrego- le señalan a América Latina:

[...] apodérate de la realidad íntima de tu ser, coordina tu alma y tu vida con el alma y la vida universales y sólo por ese camino llegarás a tu Verdad, que nadie te la puede dar, que Europa no te la puede transmitir como regalo de maestro, sino que tú debes hallar en tu esencia más acendrada, en tu fibra más recóndita, en tu seno más íntimo. (1957 [1939], p. 168)

Este pasaje nos comunica la nueva faceta del personaje conceptual que recorre los cauces trazados por la metáfora vital que lo atraviesa. Una vez que América Latina fue definida como un organismo con cuerpo y conciencia, ahora, en un segundo momento, se la inserta en la contingencia sociohistórica del sistema-mundo. Así, es claro el imperativo por buscar aquella voz que le faculta no solo ser cuerpo dinámico y vivo, sino también acceder a un discurso articulado y potente que escuche sus exigencias y particularidades, que preste atención a su contexto. Gracias a esta operación, Orrego delinea un rumbo para América Latina en función de sus propias necesidades, las cuales difieren de las europeas y que deben entenderse en un marco concreto donde América Latina toma cuerpo en los sujetos (políticos) que la habitan. Por ello, cuando se la insta a bucear en sus profundidades para que encuentre aquellos elementos que friccionen y negocien con lo nuevo y que propicien la creación de nuevos productos simbólicos, también incita a que lo hagan los sujetos que brotarán de la entraña del pueblo. Tal es el caso de César Vallejo y Trilce, pues Orrego, en Hacia un humanismo americano (1966), reconoce en ambos (poeta y obra) la encarnación del mensaje universal que transmite América Latina.

En efecto, dicha exploración -que tiene por finalidad estructurar un discurso propio- se convierte en un elemento clave que daría pie a la sospecha al poner en entredicho a aquellos procesos que trasladan de forma mecánica y sin un análisis crítico categorías, nociones, pensamientos o sistemas de valores que han surgido en otros territorios y que, las más de las veces, resultan ajenos a nuestras realidades y urgencias; en suma, a nuestros mundos. Por ende, si bien es cierto que Orrego propone la idea de que América Latina indague y se indague, esto se llevará a cabo sin encerrarse en los límites de un nacionalismo reduccionista y sin caer en un hermetismo que solo conduce a callejones sin salida; antes bien, se estaría apostando por una multidireccionalidad epistemológica y cultural. En otras palabras, esto implica una visión radial y múltiple que fractura las fronteras y los perímetros, y que dialoga, sobre todo, desde su lugar de enunciación, con los distintos sistemas culturales para repotenciarse; ello, pues, revela una de las propuestas más originales del autor. No obstante, ¿cuál el porvenir que se le pronostica a este colectivo geográfico a partir del estado en que se encuentra?

Finalmente, intentaremos responder a la inquietud planteada en diálogo con la última idea: reconocer a América Latina en términos de escenario o recipiente. Dado que los personajes conceptuales vendrían a ser entidades en las que subyace una ideología o una visión de mundo que toma cuerpo en la realidad, también se podría decir lo mismo cuando estos se convierten en espacios o lugares. Por ello, es pertinente recordar lo que menciona Michel Onfray al asumir al personaje conceptual como “[...] un individu à qui on demande de bien vouloir prendre en charge une idée ou une pensée ou une démonstration. Et j’aimerais qu’on puisse passer de personnage conceptuel au lieu conceptuel, car il y a des lieux qui font sens”20 (2019b, 3m10s). Es interesante el viraje que el autor pretende realizar, porque si por un lado existen los personajes conceptuales en tanto materializaciones de las ideas; por otro, en cambio, habría lugares conceptuales que también portan y encierran un saldo de sentido. Sobre la base de ello exploraremos el vínculo entre personaje-lugar conceptual y América Latina.

Al respecto, Pueblo-Continente nos ofrece muchas dinámicas que regulan este presupuesto. Por ejemplo, ya se ha referido a la primera etapa que comprende la composición biológica y psicológica de América Latina, lo que le permite pasar a una segunda, alineada con su visibilización, confrontación y, sobre todo, la interacción en el sistema-mundo con los demás personajes conceptuales (Oriente y Europa). Estos dos momentos van corporeizando lo que América Latina alberga en su interioridad, pues lo que trasciende, en esta tercera etapa, es que dicha amalgama orgánica que está friccionando y tensionando en sus entrañas -como lo plantearía Orrego- debe ser expulsada (nótese que la imagen apela y sugiere una suerte de alumbramiento). Luego de este acontecimiento biológico surgirá el “nuevo sujeto” que abrazaría concretamente el futuro de América Latina; sin embargo, no se refiere a un porvenir fijo o acabado, sino a uno que presenta fluctuaciones y cambios continuos ligados a la contingencia y al devenir.

Prestando atención a lo señalado, no es extraño que Orrego (1957 [1939]) conciba y estructure a América Latina bajo los significantes de “contenedor” o “recipiente”: “[...] el dinamismo galopante de que es ahora vasto escenario el Nuevo Continente” (p. 43; énfasis nuestro); o cuando la considera, en este otro caso, como el “vasto reservorio de fuerzas primitivas” (p. 45; énfasis nuestro). Se puede afirmar que América Latina es aquel espacio no exento de conflictos donde las diferentes razas del mundo -desde la perspectiva orreguiana21- han arribado al encuentro de una multiplicidad de matrices culturales bullentes; pero también como el depositario (reservorio) de un nuevo sujeto que aún no se ha presentificado y que está por venir. En suma, este lugar conceptual se halla preñado de significados e ideologías a partir de las tres fases propuestas en su libro: desintegración, descomposición e integración y en donde predominaría la dialéctica de lo vivo vs. lo muerto22. Así, esta integración de la que habla en tanto última etapa del proceso y que no implica un cierre definitivo, sino un continuo movimiento, se impregna de un aliento atenazado por la lógica del acontecimiento prospectivo:

[...] aquí han venido todas las sangres a hundirse y abrirse en el limo fecundante de la tierra, a entremezclarse para curar la hemofilia del mundo [...] aquí será, también, donde la multitud [...] revierta la jerarquía hacia sus funciones conductoras y directoras. (1957 [1939], p. 143)

Vale subrayar la condición de enfermedad que diagnostica Orrego al referirse al sistema-mundo, a diferencia de la buena salud que goza América Latina, lo cual es lógico porque se la entroniza como el espacio en que se demarcarán los nuevos derroteros y donde se superará esta hemofilia, sinónimo de afección que aqueja a los territorios-cuerpos y a sus sujetos. Aunado a ello, el filósofo cajamarquino vislumbra un evento interesante encarnado por el “nuevo hombre americano”. Este nuevo personaje conceptual es el que brotará de las entrañas de América Latina y se encargará de continuar con la responsabilidad y el rumbo históricos. Según Deleuze y Guattari (1997), existe una multiplicidad o proliferación de personajes conceptuales; inclusive, estos últimos pueden seguir creándolos. Dicha situación, por ejemplo, se deja ver en que América Latina ha fabricado un nuevo personaje que se articula en una nueva dimensión cognitiva y corporal: el nuevo hombre (político) americano. En resumen, un ser que nace de este territorio y que sugiere pragmáticamente la esperanza de la unión continental.

De manera sintética, hemos demostrado cómo América Latina se concibe como un personaje conceptual en Pueblo-Continente. Para ello nos valimos de tres grandes líneas que apoyaron nuestra interpretación: i) inicialmente, es personificada gracias al delineamiento de sus contornos tanto materiales (cuerpo, fisonomía) como psicológicos (conciencia y articulación lingüística), lo que dibuja la metáfora vital en su acepción humana; ii) partiendo de la idea anterior, América Latina se posiciona ya no solo con un cuerpo, sino también con una voz dentro del sistema-mundo frente a los demás personajes conceptuales (nuevamente la metáfora vital); y, finalmente, iii) se advirtió cómo este Nuevo Continente era construido en los términos de un recipiente que sintoniza con la noción de lugar conceptual y en cuyo seno se estaría gestando el nuevo hombre americano de factura política, lo cual dialoga con el APRA como aquel partido donde convergían el aliento emancipatorio, la lucha que involucra intervenir la realidad y la tesis de la unión.

5. A modo de conclusión

En el presente trabajo se han abordado tres aspectos: i) el contexto y el espacio en que surge la Bohemia de Trujillo y el Grupo Norte como laboratorios intelectuales para el pensamiento de Antenor Orrego; ii) la evaluación de las aproximaciones sobre Pueblo-Continente a fin de calibrar su recepción e identificar su vacío crítico respecto de los estudios literarios; y iii) explicar cómo se desarrolla la categoría de personajes conceptuales en Pueblo-Continente con relación a la metáfora vital. Todo lo anterior nos conduce a afirmar que el pensamiento orreguiano apela a una retórica fisiológica y orgánica para diagnosticar el porvenir de América Latina y de sus nuevos sujetos. Así, es en los moldes de este nuevo hombre americano -con cuerpo, lenguaje y conciencia política- donde se cimienta un ambicioso proyecto demarcado por el autor hace ya casi un siglo. Frente a ello, si bien se construye a América Latina en términos de lozanía y buena salud durante la primera mitad del siglo XX, cabría preguntarnos si es que realmente dicho proyecto ha quedado trunco o si aún se encuentra en proceso.

Pese a lo expuesto, no podemos dejar de cuestionarnos por qué la producción de Antenor Orrego ha sido tan injustamente relegada por la crítica literaria, que solamente recuerda el tópico común de su prólogo a Trilce. Tal vez se deba a la presencia de un José Carlos Mariátegui que lo eclipsó o tal vez porque el autor de El monólogo eterno no comulgaba con ese gran metarrelato indigenista delineado por el Amauta bajo parámetros nacionalistas, situación de la que Orrego tomó distancia. Sostenemos, en todo caso, que existen aspectos reveladores que laten en este conjunto de ensayos y que merecerían un estudio pormenorizado. Solo mencionaremos cuatro temas a manera de rutas iniciales: i) el signo cultural y antropológico, ii) el sincronismo geográfico del mundo contemporáneo que diluye las barreras y cuestiona los nacionalismos, iii) una postura consciente y crítica contra la colonización cultural y iv) el imperativo de “creación” -en la esfera de la crítica- que nos exigen los complejos y heterogéneos escenarios de las sociedades actuales.

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Notas

1Sobre estos manuscritos, se pueden consultar las dos cartas (de 1925 y 1929) que Antenor Orrego le escribe a José Carlos Mariátegui y en las que se refiere a Panoramas y Helios. Los originales de las misivas se encuentran disponibles en http:// archivo.mariategui.org/index.php/carta-de-antenor-orrego-29-12-1925 (la primera) y en http://archivo.mariategui.org/index.php/carta-de-anterno-orrego-19-12-1929 (la segunda).

2Actualmente es la Universidad Nacional de Trujillo (UNT). Esta casa de estudios fue fundada en 1824 por Simón Bolívar y fue una de las pocas universidades ubicadas en provincia junto a las de Cusco y Arequipa. Jorge Puccinelli (2014) indica que, entrado el siglo XX, las únicas facultades existentes eran las de Letras, Derecho y Ciencias Políticas.

3Con respecto a la relación entre la prensa trujillana de la época y su adhesión por los trabajadores del valle de Chicama, Peter F. Klarén (1976) sostiene que: “Valiéndose primero de las columnas de La Reforma y después de las de La Libertad, Orrego se ocupó incesantemente de los problemas políticos [...] la huelga de 1918 del valle de Chicama y, posteriormente, en la de 1921” (p. 172). Finalmente, esta etapa de carga política y compromiso social tendría su punto más álgido con El Norte.

4Cabe resaltar el ambiente aún tradicional de la sociedad trujillana y la apacibilidad de su vida nocturna. Ante este conservadurismo atenazado por las buenas costumbres, el pequeño colectivo se tornó en un cuerpo saboteador que no era bien visto por el grueso de la población.

5El artículo de Juan Parra del Riego apareció en la revista limeña Balnearios, en octubre de 1916.

6Es interesante la idea que Orrego desarrolla respecto a la prensa en el segundo apartado del prólogo al poemario La nave dorada (1986 [1926]) de Alcides Spelucín: “[...] llegó un momento en que tuvimos la prensa en manos. ¡Poderosísimo instrumento de lucha! [...] La lucha comienza en La Reforma, continúa en La Libertad, culmina en El Norte” (p. X; énfasis nuestro). De esta breve cita, se advierte no solo el carácter transicional de los diarios, sino también -y de forma metonímica- del mismo grupo y cómo se irá reorganizando.

7No hay que perder de vista lo que venía desarrollándose en la zona Sur del Perú, sobre todo en los departamentos de Arequipa y Puno. En el primero, por ejemplo, se forma el grupo “Aquelarre” y luego “Los Zurdos”; en la segunda región, previamente a la eclosión del conocido grupo Orkopata, se articula un cenáculo de intelectuales alrededor de una publicación periódica llamada La Tea, órgano y portavoz del grupo Bohemia Andina. Tal como se puede observar, ambas dinámicas -tanto la norteña como la sureña- poseen mecanismos y características similares: son pequeños grupos de artistas y bohemios que surgen en los marcos de sociedades tradicionales, acunan el germen de las vanguardias en sus filas, se articulan a través de alguna publicación (diario, periódico o revista) y, por último, tienen a un líder que hace las veces de guía espiritual e intelectual.

8Sería interesante bucear en el discurso orreguiano y ubicar las tres hebras que identifica Gonzalo Jara (2013). Por ejemplo, el impulso de vitalizar las ideas en lo que se conocería como una “metafísica espiritualista”, bajo los presupuestos de la intuición dentro del cauce racional, se puede atribuir a una postura bergsoniana; el estilo aforístico -mucho más patente en Notas marginales y en El monólogo eterno-, se vincula a una dinámica escritural nietzscheana, tal como también lo advierte Robles (2010); y, finalmente, esta reflexión emparentada con el pensamiento oriental no he podido rastrearla de manera clara en Orrego. Sin embargo, en la cuarta sección de Pueblo-Continente, el autor analiza, en clave dialéctica, a las culturas europea y asiática.

9Como una línea adicional de la lectura en clave biológico-antropológica de América Latina, encontramos la interesante acotación que realiza Javier Suárez, pues, si bien repara en la influencia de Henri Bergson mediada por el filósofo peruano Pedro Zulen, hace hincapié respecto a “[...] la hasta ahora no comentada lectura del biólogo Von Uexküll” (2018, p. 142). En todo caso, más que agregar y yuxtaponer líneas de sentido, habría que interrogarnos cómo estas se encuentran dinamizando la textura escritural de Pueblo-Continente; es decir, ¿por qué y para qué el autor apela a estos mecanismos? ¿Qué significado posee junto a los demás elementos textuales?

10Según Deleuze y Guattari (1997), lo prefilosófico “no significa nada que preexista, sino algo que no existe allende la filosofía aunque esta lo suponga” (p. 45; énfasis de los autores). ¿Qué sería, en todo caso, aquello que se encuentra “más allá” de la filosofía? Podríamos sostener que es en ese “más allá” donde ingresa un significante que se resiste a ser tomado y encriptado bajo los principios cartesianos y estrictamente racionalistas, toda vez que gracias a dicho escenario (no el racional) se explora “subjetivamente” en la creación de estos nuevos conceptos que luego serán encarnados por personajes conceptuales. En tal sentido, “el plano de la inmanencia es prefilosófico [...] implica una suerte de experimentación titubeante, y su trazado recurre a medios [...] escasamente racionales y razonables” (p. 46; énfasis nuestro).

11“El personaje conceptual es la fabricación de un individuo que permite sostener un discurso: el Zaratustra de Nietzsche, por ejemplo, es un personaje conceptual” (Onfray, 2019a, 0m14s; traducción nuestra).

12Un trabajo clave sobre este tipo de metáforas que refieren al cuerpo, a lo animal, a lo vegetal o, en suma, a las dinámicas vitales u orgánicas, es el artículo “La metáfora biológica en la obra de Manuel González Prada” (2020) de Camilo Fernández Cozman. Allí, el crítico repara cómo González Prada apela a este tipo particular de metáforas para evidenciar la situación desalentadora en la que se encuentra la nación peruana a fines del siglo XIX tras la derrota en la guerra contra Chile.

13Esta característica de índole biológica que se propone para América Latina se corresponde con el título de la primera sección: “El bio-metabolismo síquico del continente”; de igual modo con otros pequeños apartados cuyos encabezados son, a todas luces, reveladores: “Digestión vital”, “Hacia una nueva pulsación cultural”, “La absorción del mundo”, “La encarnación vital”, “Territorialidad, hemofilia y muchedumbre” y “La inversión hemofílica”. Todas estas entradas refieren y guardan estrechos vínculos con la naturaleza biológica que adquiere América Latina: procesos gastrointestinales (absorción, digestión), vitalidad (encarnación, pulsación) o patologías (hemofilia).

14Alrededor de la idea de contradicción, en su libro Notas marginales (2011 [1922]), Antenor Orrego tiene un breve apartado que titula “Academia” en el que sostiene que el espíritu académico “No tolera la contradicción, porque la contradicción es vital y, por tanto, revolucionaria y creadora” (p. 40; énfasis nuestro). Asimismo, en El monólogo eterno (1929) aparece un pequeño texto bajo el título de “Contradicción y Armonía”; en él enfatiza lo siguiente: “Sé con certidumbre que mi espíritu es una unidad y prefiero esperar a que él mismo, sin violencia, algún día encuentre su armonía vital dentro de sus contradicciones aparentes” (pp. 76-77). En ambos casos se destaca a la contradicción como aquel estado de cosas en que predomina lo dinámico, la vida y, sobre todo, la potencia creadora.

15Sobre esta postura antirracionalista, véase Víctor Samuel Rivera (2005), quien sostiene que Orrego es un “recusador del racionalismo moderno y el positivismo” (p. 93), aunque sí abraza la causa emancipatoria; asimismo, Tito Livio Agüero Vidal (2011) también subraya esta crítica hacia el racionalismo en textos como Pueblo-Continente o Hacia un humanismo americano.

16Los personajes conceptuales, según Deleuze y Guattari (1997), fungen de vehículos y entidades-puente de una idea o pensamiento. Esta situación se aprecia con claridad en este antirracionalismo orreguiano que salpica y se inmiscuye en la interioridad de América Latina, pues se trata de un personaje conceptual que debe encarrillar su intuición, en tanto método de conocimiento, en el cauce racional, pero solo sirviéndose de la razón como medio y no para exaltarla como fin último.

17“De igual modo con casi cada palabra de Pueblo-Continente (1939), colección posterior que intentó construir sistemáticamente un Perú nuevo a través de una metáfora biológica, analogía que contribuyó con un proyecto culturalmente vitalista [...] Orrego describe al Perú como si fuese un organismo biológico que necesita un trasplante de órganos” (Daly, 2014, p. 30; traducción y énfasis nuestros).

18Esta situación reseñada por Orrego, a todas luces interpelante para el lector del siglo XX (y por qué no del XXI), guarda estrechos vínculos con un comentario de Vargas Llosa. Partiendo de la potencia discursiva de los mitos que movilizaron y catalizaron las empresas colonizadoras, el Nobel afirma que América Latina ha adquirido el destino de “ser entendida por los europeos a menudo con los mismos ojos fantasiosos con que la vieron los primeros españoles que pisaron su suelo” (2009, p. 29; énfasis nuestro). Repárese en esta idea homóloga que Vargas Llosa advierte luego de setenta años. Sugerimos consultar el libro de Javier Morales Mena (2019), La representación de la literatura en la ensayística de Mario Vargas Llosa (pp. 125-132), donde enfoca los puntos de contacto entre el “personaje conceptual” y América Latina.

19Adviértase que Oriente no solo se concibe como un espacio geográfico, sino también como un personaje conceptual que se vale de un discurso para interpelar y llamar la atención a América Latina. Este discurso, a su vez, se superpone e imbrica con los lineamientos que Orrego plantea.

20“[...] un individuo a quien se le pide hacerse cargo de una idea, un pensamiento o una demostración. Y me gustaría que pudiéramos pasar del personaje conceptual al lugar conceptual, porque hay lugares que poseen sentido” (Onfray, 2019b, 3m10s; traducción nuestra).

21Para Antenor Orrego, la noción de raza ya no consistiría radicalmente “ni en la sangre, ni en el pigmento de la piel, ni en los ángulos faciales, ni en la conformación craneana...” (2011, p. 410); por el contrario, la entiende como un conglomerado dinámico de rasgos materiales y espirituales que se desarrollan en las distintas culturas y que se traducen en los productos simbólicos. En tal sentido, sostiene que la raza “es un hecho vivo, un fenómeno espiritual, si vale la expresión, un proceso colectivo de sensibilidad anímica, un modo unitario y congruente de reaccionar frente a la vida total, no puede ser nunca integralmente en un espacio físico de tres dimensiones” (2011, p. 403). Por ello, tampoco duda en hablar de los gérmenes históricos que friccionan en el territorio de América Latina para formar al “nuevo” sujeto y a la “nueva” cultura americanos. Entonces, esta idea de razas es clave para entender su propuesta, ya que son ellas (sobre todo en su dimensión espiritual y colectiva) las agentes de este cambio que Orrego advierte. No obstante, no perdamos de vista que, a veces, su visión deviene problemática al hablar de una síntesis en términos armónicos.

22Esta dialéctica atraviesa a Pueblo-Continente, ya que América Latina (cuerpo y conciencia, pero también depósito y recinto) “está cumpliendo o ha cumplido ya su función de osario o pudridero para ser la macrocósmica entraña del porvenir” (1957, p. 54; énfasis nuestro). Se percibe claramente una oposición entre lo muerto (osario, pudridero) y lo vivo (macrocósmica entraña). Asimismo, es interesante reparar cómo el ensayista duda y sospecha si es que realmente América Latina ya ha superado los dos procesos iniciales que le permitirán la integración o si, por el contrario, aún se debate por salir de ellos. Cabe resaltar, adicionalmente, la naturaleza prospectiva.

Recibido: 06 de Marzo de 2021; Revisado: 20 de Abril de 2021; Aprobado: 22 de Junio de 2021

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