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Letras (Lima)

versión impresa ISSN 0378-4878versión On-line ISSN 2071-5072

Letras vol.94 no.139 Lima ene./jun. 2023  Epub 29-Mayo-2023

http://dx.doi.org/10.30920/letras.94.139.7 

Estudios

Entre la memoria y la historia, el testimonio: un calco que deviene mapa. Relectura del género a partir de la propuesta teórica deleuzoguattariana

Between Memory and History, Testimony: A Tracing that Becomes a Map. Rereading of the Genre from the Deleuzoguattarian Theoretical Proposal

Aylen Pérez Hernández1 
http://orcid.org/0000-0001-8468-1760

1 Universidad de Concepción, Concepción, Chile. ayperez@udec.cl

RESUMEN

El artículo examina, centralmente, las posibilidades del relato testimonial, la memoria y la experiencia para la historia y los estudios historiográficos. Frente a dicho objetivo general, el trabajo asume una perspectiva teórico-crítico-filosófica que busca contrastar y profundizar en aquellas propuestas, ideas o conceptualizaciones más relevantes que han guiado el camino de los debates aludidos para, finalmente, proponer una relectura del testimonio y del relato histórico (en tanto calco que deviene mapa) a partir de las propuestas teóricas deleuzoguattarianas aparecidas en Mil mesetas. Los cinco subtemas que conforman el estudio son los siguientes: "La creencia en la representación histórica"; "Configuración poética de lo real pasado"; "La memoria como matriz de la historia"; "El privilegio de la memoria frente al pacto de verdad" y "El testimonio, como mismo el discurso histórico: un calco que deviene mapa". Durante la última sección del artículo, y sobre la base de lo abordado con anterioridad, se sugieren y desarrollan dos hipótesis novedosas que podrían constituir el punto de partida de nuevas propuestas conceptuales en torno al género testimonial, específicamente, y en torno a las formas de escritura de la historia, sus procedimientos y modos de comprensión. Dichas hipótesis forman parte de los resultados investigativos del presente ensayo.

Palabras clave: Relato testimonial; Teoría literaria; Estudios historiográficos; Propuesta deleuzoguattariana; Perspectiva crítica

ABSTRACT

The article examines, centrally, the possibilities of the testimonial account, memory and experience for history and historiographical studies. Faced with this general objective, the work assumes a theoretical-critical-philosophical perspective that seeks to contrast and delve into those most relevant proposals, ideas or conceptualizations that have guided the path of the aforementioned debates to, finally, propose a rereading of the testimony and the historical account (as a trace that becomes a map) based on the deleuzoguattarian theoretical proposals that appeared in A Thousand Plateaus. Capitalism and Schizophrenia. The five sub-themes that make up the study are the following: "The belief in historical representation"; "Poetic configuration of the real past"; "Memory as the matrix of history"; "The privilege of memory against the pact of truth" and "The testimony, like the historical discourse itself: a tracing that becomes a map". During the last section or subtopic of the article, and based on what was discussed previously, two novel hypotheses are suggested and developed that could constitute the starting point for new conceptual proposals around the testimonial genre, specifically, and regarding the forms of writing of history, its procedures and ways of understanding. These hypotheses are part of the research results of this work.

Keywords: Eyewitness Account; Literary Theory; Historiographical Studies; Deleuzoguattarian Proposal; Critical Perspective

"El hecho histórico relevante, más que el propio acontecimiento en sí, es la memoria." Alessandro Portelli

1. Introducción

Con el provocativo título Los abusos de la memoria, el filósofo Tzvetan Todorov (2000) había asegurado que, aunque haya que procurar que el recuerdo se mantenga vivo, la sacralización de la memoria podía ser algo discutible. El sociólogo hace particular énfasis en los abusos que los regímenes totalitarios del siglo XX han hecho de la memoria en aras de destruir las huellas del pasado. Señala así, en la obra aludida, que las huellas de lo que ha existido son suprimidas, maquilladas o transformadas: los cadáveres de los campos son exhumados y las fotografías son manipuladas con el fin de evitar recuerdos molestos. Mientras, "la Historia se reescribe con cada cambio del cuadro dirigente y se pide a los lectores de la enciclopedia que eliminen por sí mismos aquellas páginas convertidas en indeseables" (Todorov, 2000, p. 12). Queda claro, añade el autor referido, por qué la memoria goza de tanto prestigio para los enemigos del totalitarismo.

Los recuerdos, la memoria y las huellas de todo evento traumático nos vinculan entonces -inevitable y controvertidamente- a la historia de los hechos. Y, en tal sentido, los sujetos del trauma y sus narrativas pueden ser vistos como síntomas de la Historia (Kaufman, 1998). Esta conclusión obvia y sencilla en apariencia ha sido resultado, sin embargo, de largas, complejas y conflictivas discusiones sobre la relación pasado-presente y memoria-historia. Los debates, a veces confinados en el seno de la academia y a veces con repercusiones más o menos sonadas, parten esencialmente del protagonismo que se le ha otorgado en las últimas décadas a la categoría de memoria: "En estos momentos se puede decir, sin miedo a exagerar, que se trata de un tema de dimensiones inabarcables" (Zamora, 2011, p. 502).

Con la aparición de los testimonios de la Shoah -palabra hebrea que significa masacre o catástrofe-, el foco del análisis se coloca en la memoria individual y social, así como en las llamadas historias orales en tanto desafío particular para la historia del presente. Ello, a consideración de la investigadora María Inés Mudrovcic (2005), ha puesto en tela de juicio la concepción tradicional de representación. De ahí que se evidenciara, simultáneamente, una transición del estatuto de testimonio que el recuerdo posee: si en un inicio era referente de lo que realmente pasó, luego se convalida la importancia de la falibilidad del recuerdo para una historiografía que comienza a ocuparse, cada vez más, de los diferentes sentidos con los que los actores sociales resignifican el pasado: "Se trata, entonces, de la confrontación entre resemantizaciones dispares de recuerdos más o menos fiables de hechos pasados en desmedro de la problemática de la semejanza entre lo recordado y los eventos acaecidos" (Mudrovcic, 2005, p. 13). A este proceso, que forma parte de la historia oral, se le ha denominado como giro interpretativo, a diferencia de la historia oral reconstructiva.

La relación entre la historia y la memoria, que ahora se coloca sobre la mesa de los historiadores, obliga así a examinar las suposiciones iniciales que consideraban la ruptura con el pasado. El tema no es, sin embargo, tan nuevo en el campo de las reflexiones teóricas. Mudrovcic -quien desarrolla en Historia, narración y memoria: Los debates actuales en filosofía de la historia un importante y extenso recorrido por las principales teorías iniciales sobre los alcances del conocimiento histórico- observa que los primeros estudios se encuentran fechados en el siglo XVIII y estuvieron motivados por "la preocupación de separar a la historia de las belles lettres y por legitimar el uso de la razón por sobre el de la memoria en la selección de los hechos" (2005, p. 6).

Desde el Renacimiento, explica la historiadora argentina María Inés Mudrovcic, la historia fue considerada una cuestión de retórica antes que una empresa científica; incluso, hasta la segunda mitad del siglo XVIII fue considerada como un género literario, una rama de las belles lettres. A partir de ese momento, "el concepto iluminista de historia inicia el paulatino distanciamiento entre literatura e historia, proceso que se completa en el siglo siguiente" (Mudrovcic, 2005, p. 10). Este desplazamiento de la historia hacia la empresa científica trajo consigo que la reflexión sobre dicho campo de estudio se centrara en las problemáticas del conocimiento histórico y que, muy rara vez, se abordaran los temas relacionados con los modos de escritura de la historia. La estructura discursiva era considerada, entonces, subsidiaria del objetivo de conocer lo real pasado que se planteaba la disciplina.

De esta manera, la definición moderna de historia nace, por una parte, en el intento de priorizar la verosimilitud de los hechos por encima de la elegancia de la escritura; y, por otra, en un esfuerzo por debilitar la filiación que la historia tenía con la memoria desde sus orígenes griegos en favor de una mayor incumbencia de la razón en la operación historiográfica: "Dos siglos después, ambas cuestiones, la escritura de la historia y la relación de la memoria con la historia, retornan como ejes de las discusiones llevadas a cabo en los últimos tiempos en torno a la disciplina historiográfica" (Mudrovcic, 2005, p. 6). Y son entonces estas dos aristas las que, centralmente, se abordarán durante el desarrollo de este artículo. Al presente trabajo le interesa, por tanto, examinar de forma particular las posibilidades del relato testimonial, la memoria y la experiencia para la historia y para los estudios historiográficos. Frente a este objetivo general, el artículo asume una perspectiva teórico-crítico-filosófica que busca contrastar y profundizar en aquellas propuestas, ideas o conceptualizaciones más relevantes que han guiado el camino de los debates aludidos para, finalmente, proponer una relectura del testimonio (en tanto calco que deviene mapa) a partir de las propuestas teóricas deleuzoguattarianas aparecidas en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (Deleuze y Guattari, 2004).

El primer apartado, "La creencia en la representación histórica", aborda el problema del conocimiento histórico desde las teorías volterianas -que amparan una ruptura entre la memoria y el discurso histórico- pero se enfoca, esencialmente, en la propuesta del filósofo David Hume que respalda y destaca el rol de la memoria, la observación, e incluso la imaginación, en los procedimientos historiográficos. El siguiente apartado, "Configuración poética de lo real pasado", se dirige al análisis y estudio de la dimensión poético-literaria de la narración histórica a partir de los postulados del historiador norteamericano Hayden White que pusieron de relieve la naturaleza lingüística de las narraciones históricas desde diversos análisis literarios, semánticos y retóricos.

Los siguientes apartados -"La memoria como matriz de la historia" y "El privilegio de la memoria frente al pacto de verdad"- proponen un acercamiento al objetivo central del artículo desde las hipótesis desplegadas por el filósofo francés Paul Ricoeur sobre el rol de los testigos y sus relatos en la reconstrucción narrativa del pasado histórico. Igualmente, se profundiza en el pacto de verdad sobre el cual reposaría la escritura de la historia, así como en el voto de fidelidad que se gana la memoria al ser privilegiada con la pequeña felicidad del reconocimiento. Durante el último apartado -"El testimonio, como mismo el discurso histórico: un calco que deviene mapa"- se formula una relectura del discurso testimonial e histórico a partir del principio rizomático del calco y el mapa desarrollado por los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari en su célebre obra Mil mesetas. En esta sección final del artículo se sugieren dos hipótesis novedosas que podrían constituir el punto de partida de nuevas propuestas conceptuales en torno al género testimonial.

2. La creencia en la representación histórica: teorías volterianas y humeanas

Las concepciones de Voltaire, expuestas en la Enciclopedia, defienden una de las posiciones teórico-filosóficas del problema de la representación y el conocimiento histórico a partir de la creencia. Sin la intención de profundizar en aquellos presupuestos, dichas ideas parten del papel tutelar que el filósofo francés otorgara a la razón en los temas históricos, con lo cual desnaturaliza a la religión sometiéndola a la filosofía. Voltaire establece así los límites entre lo posible y lo imposible a partir de las diferencias que determinara entre lo histórico y lo religioso. Pero, frente a dichas teorías volterianas -que amparan una ruptura entre la memoria y el discurso histórico- aparece la propuesta de David Hume que respalda la creencia como parte del conocimiento histórico y el rol de la memoria en los procedimientos historiográficos. Si bien se consideraba entonces que Hume era, entre los filósofos, "solamente el alumno de Voltaire" y que, por tanto, su proyecto carecía aún de la eficacia del pensamiento de su maestro, no cabían dudas tampoco de que el programa del historiador escocés aparecía más sólidamente formulado que el otro. Estas teorías (las humeanas) nos resultan, por ello, de gran interés para el tema del presente estudio.

Hume se propone sentar las bases de la nueva ciencia del hombre en la experiencia y la observación. En tal sentido, formula los principios de la naturaleza humana y justifica la validez del conocimiento histórico en su uso como base empírica de la nueva disciplina. De ahí que sus teorías sobre la historia se encuentren estrechamente relacionadas con los contenidos de la memoria. Para Hume, todo hecho histórico se basa en el testimonio de quienes fueron "testigos oculares y espectadores del suceso" (2001, p. 76). Las ideas, argumentos o conexiones reestablecidas por la historia se hallan fundadas en un principio que, sin la autoridad de la memoria, el razonamiento del ser humano sería totalmente quimérico: "Cada eslabón de la cadena estaría enlazado en este caso con otro, pero no existiría nada fijo en los dos extremos de ella capaz de sostenerla en su totalidad, y, por consecuencia, no existiría ni creencia ni evidencia" (Hume, 2001, p. 76). La memoria conserva la forma original en la que sus objetos fueron presentados, aseguraría Hume. Por tanto, en algún momento el recuerdo garantizó la verdad del testimonio utilizado por la historia. No se puede entonces razonar sobre el pasado, apuntan las teorías humeanas, sin recurrir a las impresiones y percepciones de las que surgieron tales razonamientos, pues, aun suponiendo que dichas impresiones se hayan borrado de la memoria, la convicción de lo que produjeron sí subsiste:

Así, resulta, en resumen, que todo género de opinión o juicio que no llega a ser conocimiento se deriva enteramente de la fuerza y vivacidad de la percepción, y que estas cualidades constituyen en el espíritu lo que llamamos creencia en la existencia del objeto. Esta fuerza y vivacidad son más notables en la memoria y, por consiguiente, nuestra confianza en la veracidad de esta facultad es la mayor imaginable e iguala en muchos respectos a la seguridad de la demostración. (Hume, 2001, p. 125)

Ahora bien, esta relación entre la memoria y el mundo real, que el discurso histórico debe respetar (Mudrovcic), no puede ser comprendida como una conexión a priori entre testimonio y realidad: "Por el contrario, es el fruto de inferencias, cuyo resultado será más o menos probable según sea la conformidad entre el testimonio y la experiencia" (Mudrovcic, 2005, p. 37). Para Hume, por otra parte, la imaginación desempeña un rol diferente en el discurso histórico y el discurso de ficción en relación con el objeto propio de cada uno. No obstante, en cuanto a la coherencia del relato, la imaginación desarrolla una función similar en ambos discursos. El historiador comprende la imposibilidad de un relato testimonial e histórico totalmente fiel a la realidad de la que parten. La memoria y los sentidos que dan origen al hecho histórico carecen de la posibilidad de repetir o duplicar la serie de acciones en su orden inicial. Como consecuencia, el historiador que persigue tal entelequia se enfrenta, inevitablemente, a aquellos silencios y huecos que debe, quiere o tiene que llenar. Se ve obligado a suplir por conjetura aquello de lo que no tiene conocimiento. Imaginación y memoria se complementan, entonces, otorgando coherencia al relato histórico.

Si la oposición entre verdad y falsedad correspondía anteriormente al binomio hecho recordado/hecho inventado, el calificativo de probable o improbable es aplicado ahora a la composición narrativa cuya unidad se debe a la coherencia que le otorga la imaginación (Mudrovcic, 2005, p. 35). Estos supuestos, concordamos con Mudrovcic, resultan insuficientes en un análisis de las representaciones históricas; sin embargo, constituyeron un importante punto de partida en los estudios que posteriormente se desarrollaron sobre el tema. Por otra parte, las teorías humeanas instituyeron, sobre todo, "la fundación epistémica de la creencia basada en un criterio intersubjetivo que posibilita la diferente actitud asumida ante un texto de ficción y otro de historia" (Mudrovcic, 2005, p. 38), actitud que debe ser entendida como un acuerdo tácito, implícito y sobrentendido. En tal sentido, Hume (2001) plantea que la creencia (asociada al pacto de verdad en el discurso histórico), así como su ausencia del discurso de ficción se debe, esencialmente, a convenciones epistémicas.

Debemos notar, en coherencia con las teorías humeanas, que no existen propiedades distintivas, semánticas o sintácticas que diferencien al texto histórico y al de ficción: si dos personas comienzan a leer un mismo libro, explica el filósofo, y una lo toma por obra de ficción y la otra por historia real, ambas personas van a recibir las mismas ideas, en el mismo orden y con el mismo sentido. "¿Por qué creemos entonces a los historiadores y no a los escritores de ficción?", pregunta Hume constantemente. Su respuesta, extendida a través de la obra citada, pudiera comprenderse en una sola frase: "porque el hecho está establecido basándose en el testimonio unánime de los historiadores, que concuerdan en asignar a este suceso este tiempo y lugar precisos" (Hume, 2001, p. 75). Lo que cuenta, por tanto, son los motivos, las acciones y las intenciones del autor a la hora de estructurar la narración. Es obvio que un historiador, más allá de los errores que puedan filtrarse en la reconstrucción del pasado, no pretende mentir cuando examina un hecho. Un poeta, en cambio, no se siente sujeto a esa obligación moral ni pretende que los lectores le crean del todo. Esta intención del escritor es lo que determina, para Hume, las cualidades del discurso que compone.

En ese pacto, del que participan tanto el autor como el lector, se halla la posibilidad de la convención epistémica del discurso histórico. Esto nos lleva a depender de la veracidad del historiador y a percibirlo desde un punto de vista estable: "El principio general de este acuerdo que rige para el discurso histórico, es que las palabras, que despiertan en nosotros ideas, se correlacionan con el mundo. Y esta es la convención que es rota en las ficciones" (Mudrovcic, 2005, p. 36). El error de Hume se encuentra, no obstante, en la descripción que realiza sobre la experiencia que vive el lector al no distinguir entre un autor de ficción y uno que miente: "Los poetas mismos, aunque mentirosos por profesión, tratan siempre de dar un aire de verdad a sus ficciones, y cuando olvidan esto totalmente, sus obras, aunque ingeniosas, no serán capaces de producir mucho placer" (Hume, 2001, p. 102).

Empero, lo que realmente distingue a las ficciones de las mentiras es que el autor de las primeras no tiene intención de engañar, sino que participa de una convención diferente que le permite escribir algo que él sabe que no es real; por tanto, autor y lector saben, a primera vista, que los hechos narrados tienen que ser admitidos como ficticios y mero producto de la fantasía (Mudrovcic). El mentiroso, por el contrario, intentará que creamos lo que dice o escribe a pesar de que "viola a sabiendas los principios que rigen cualquier discurso con pretensión de realidad, el histórico incluido" (Mudrovcic, 2005, p. 36).

3. Configuración poética de lo real pasado: Hayden White

En la década de 1970 se reinicia una polémica que tendría como eje principal la dimensión literaria de la historiografía; de esta manera, "la estructura narrativa de la historia, sujeta a diversos análisis literarios, semánticos y retóricos, pasa a ocupar el centro de la disputa" (Mudrovcic, 2005, pp. 9-10). Los ataques contra el realismo histórico otorgan protagonismo al rol de la subjetividad en el proceso del conocimiento histórico y ponen de relieve la naturaleza lingüística de las narraciones históricas. Desde la filosofía y la historiografía comienzan entonces a emerger voces que enfatizan en la relevancia de la escritura artística en el discurso histórico como modo de aprehensión de la realidad: "A partir de allí, la filosofía de la historia abandona, explícitamente, la perspectiva epistemológica que la había caracterizado hasta entonces, para transformarse en una filosofía del lenguaje" (Mudrovcic, 2005, p. 10).

Por esa línea, resulta relevante la obra del historiador Hayden White, quien ha sido considerado como el responsable del punto inaugural del giro lingüístico de la filosofía de la historia con su texto Metahistoria (1992a [1973]). White, basándose en el criterio de que tanto el relato histórico como el de ficción exponen acontecimientos reales o imaginarios, se opone a la distinción entre ambos relatos. Esta obra provocó numerosos rechazos al introducir lo ficticio en la configuración de lo real, pero también se ha considerado que pocas expresiones han tenido un efecto tan profundo en las ciencias sociales como las postuladas por White. La teoría que guía su obra plantea que nuestro vínculo con el pasado es emotivo y, por tanto, la dimensión poética-literaria de la narración histórica resulta determinante.

White propone comprender la narración histórica como una configuración poética de carácter cognitivo, con lo cual la función se desplaza del contenido a la forma. Estos planteamientos fueron refutados por los historiadores quienes, al pretender alcanzar el pasado real sin tener en cuenta las mediaciones discursivas, vieron amenazados "los límites estrictos de la ciencia histórica reduciéndola a un nuevo género literario" (Mudrovcic, 2005, p. 75). Con las teorías de White se cuestionaba la legitimidad de lo que era real para los historiadores -quienes no reconocían el desfase entre el pasado real y el reconstruido- y se respaldaba la idea de que entre lo real pasado y los escritos historiográficos está mediando la lingüística; considerando a la obra histórica "como lo que más visiblemente es: una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrativa" (White, 1992b, p. 9).

El autor reconoce que en la historia y en la filosofía de la historia se combinan datos y conceptos; pero sostiene que también existe un contenido estructural profundo que es de naturaleza poética, en general, y de naturaleza lingüística, de manera específica. Es decir, los datos se vuelven significantes cuando se articulan en una narrativa. El historiador realiza entonces un acto "esencialmente poético" (White, 1992b, p. 10) al prefigurar el campo histórico y constituirlo como un dominio sobre el cual aplicar las teorías específicas que explicarían "lo que en realidad estaba sucediendo". Y dicho acto de prefiguración puede adoptar una serie de formas caracterizadas por los modos lingüísticos en que se presentan: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía. Estos cuatro tropos del lenguaje poético distancian a la narración histórica del discurso literal científico y la acercan al lenguaje figurativo.

En El texto histórico como artefacto literario, White utiliza el término de mitos para referirse a aquellos elementos literarios presentes en el relato histórico: "Es obvio que este encuentro de la conciencia mítica y la histórica ofenderá a algunos historiadores y molestará a aquellos teóricos literarios cuya concepción de la literatura presupone una oposición radical entre historia y ficción" (White, 2003, pp. 109-110). Pero, desde los presupuestos del norteamericano, aquellos tropos o mitos resultan inevitables en los modos de escribir la historia. Y, para ratificar su idea, el investigador cita como ejemplo al historiador británico R. G. Collingwood, quien insistía en que el historiador es, sobre todo, un narrador ya que la sensibilidad histórica se manifiesta en la capacidad de elaborar un relato a partir de "hechos" que, si no fueran procesados, carecerían por completo de sentido (White, 2003, p. 112).

Resulta así necesario, para ambos investigadores, conferir sentido al registro histórico (siempre fragmentario e incompleto) haciendo uso de la imaginación constructiva que indica al historiador cuál habrá sido el caso. Lo que Collingwood no advirtió, observa White, es que ningún conjunto de acontecimientos históricos puede por sí mismo construir un relato, "lo máximo que podría ofrecer al historiador son elementos del relato" (2003, p. 113). Luego, esos elementos deben ser incorporados en una narración a través de diversas técnicas escriturales como la supresión, subordinación, énfasis, caracterización, repetición, variaciones de tono y puntos de vista; es decir, mediante técnicas que usualmente se esperan encontrar en una obra de ficción.

Si bien en las obras citadas se insiste en el componente ficcional de la narración histórica, en su texto El contenido de la forma White (1992a) experimenta un giro que lo acerca a una postura más ortodoxa al considerar que el hecho histórico se perfila sobre el discurso constituyéndose en árbitro que permitiría optar por narrativas alternativas. El autor distingue dos referentes: el primario, concerniente a los acontecimientos que componen la crónica; y el secundario, relativo a esos mismos acontecimientos transformados en elementos de historia. En el primer nivel reconoce un elemento que permitiría arbitrar entre narraciones alternativas: "Sin embargo, es el referente secundario, el verdadero contenido de la forma narrativa, en tanto producto de la imposición de significado a los acontecimientos en el proceso de transformación de una crónica en una historia" (Mudrovcic, 2005, p. 79). Los referentes secundarios son los que entonces dotarán de sentidos subjetivos a los referentes primarios en el acto de resemantización:

Si hay alguna lógica que rija el tránsito del nivel del hecho o acontecimiento del discurso al de narrativa, es la lógica de la propia figuración, lo que es decir, una tropología. Este tránsito se realiza mediante un desplazamiento de los hechos al terreno de las ficciones literarias o, lo que es lo mismo, mediante la proyección en los hechos de la estructura de la trama de uno de los géneros de figuración literaria. (White, 1992a, p. 65)

El único acceso a lo real pasado es entonces mediante la realización del historiador que incluye, excluye o subordina elementos en la conformación del relato histórico. Los presupuestos de White no solo acentúan así el distanciamiento y desfase entre lo real pasado y la realización: también enfatizan en que las dimensiones o grados de dicho desfase dependen únicamente de la acción del historiador en el proceso de construcción escritural, es decir, de ficcionalización. Pero, como también ha previsto Mudrovcic, una cosa es lo que el filósofo pueda afirmar acerca de la práctica histórica y otra muy distinta es lo que el historiador considera como condición de posibilidad de su propia disciplina. El principio de lo real pasado es lo que autoriza a la disciplina histórica, es la convención obligada de los historiadores para mantener a la historia dentro de márgenes seguros y precisos. De ahí que gran parte de los historiadores hayan rechazado las teorías de White en las que diagnosticaban un ataque a la noción de historia y una amenaza a los límites entre historia y ficción, historia y literatura. No obstante, si bien la mayoría de los historiadores se suscribían a los principios del pasado real y de la prueba, "muy pocos defenderían la idea de que sus textos reproducen el pasado tal cual fue" (Mudrovcic, 2005, p. 85).

4. La memoria como matriz de la historia: Paul Ricoeur

La ya tensionada representación histórica se complejiza cuando se retoman los debates sobre lo que se entiende por conocimiento histórico. Dentro de estos debates se distinguían dos posiciones que Mudrovcic denomina como tesis ilustrada y tesis clásica. La primera, inclinada hacia la construcción de una historiografía científica, defiende la relación de ruptura entre la historia y la memoria (Halbwachs, Yerushalmi, Le Goff, Nora); y, la segunda, ampara la idea de continuidad de la memoria con la historia (Hutton, Gadamer, Hirsh, Ricoeur). Si algo destacan los trabajos provenientes de las tesis ilustradas es que la memoria individual es una instancia de una forma social de recordar. Y, en tal sentido, es admitido que "el testimonio oral, al igual que cualquier otro tipo de documento, está siempre situado en un campo históricamente limitado de convenciones y prácticas" (Mudrovcic, 2005, p. 115).

Si se asume, por otra parte, la crítica que los representantes de la tesis clásica hicieran a la noción tradicional de documento, entonces "el tratamiento del recuerdo como fuente de la historia permite considerar bajo una nueva luz las condiciones de la producción histórica y su intencionalidad" (Mudrovcic, 2005, p. 118). En ese caso sería inútil negar, en aras de una pretendida objetividad, el peso del pasado reciente como objeto intencional de la memoria generacional que intenta reconstruirlo. Una vez que el pasado y la memoria se convierten en el objeto de una historia del presente debe reconsiderarse el alcance pragmático del conocimiento histórico atendiendo, añade Mudrovcic, no solo a sus implicaciones ético-políticas, sino también a su cualidad de producto de una institución social.

Como parte de estos debates, resulta imposible dejar de aludir a un filósofo cuyas ideas son relevantes en el contexto de la polémica. Se trata del francés Paul Ricoeur, quien dirigió su atención al rol de los testigos y sus relatos en la reconstrucción narrativa del pasado histórico. En una de sus obras más célebres, La memoria, la historia, el olvido, Ricoeur (2003) retoma la noción de narración histórica. Para el filósofo francés, los postulados de Hayden White continúan siendo la principal contribución a la exploración de los recursos retóricos en la representación histórica; por ello, vuelve a sus postulados sobre la imaginación histórica y reitera que es en las estructuras del discurso donde la imaginación es aprehendida. De tal manera, el relato histórico y el de ficción pertenecen a una misma clase: la de las ficciones verbales.

Para Ricoeur, no obstante, las posturas narrativistas presentan una percepción equivocada cuando cierran el texto a toda posibilidad extralingüística referencial; es decir, cuando se desentienden del referente. Ello no significa que la historia no deba someterse a las leyes de todo relato, sino que, además de eso, debe considerarse en ella el referente, cualquiera que sea, como una "dimensión irreductible de un discurso dirigido por alguien a alguien sobre algo" (Ricoeur, 2003, p. 332). Tal precisión, especifica Ricoeur, ayuda a controlar la relación de la historia con la ficción y no disminuye en nada la importancia del proyecto narrativista. Si en la estructura del discurso se hace imposible, sintáctica y semánticamente, la diferenciación entre un texto histórico y uno de ficción, entonces habría que buscar fuera del texto. A partir de aquí, con múltiples problemáticas, se comienza a valorar el contenido del testimonio en tanto materia referencial del conocimiento histórico.

Empero, el problema se complejiza al imbricar la representación histórica con el uso de la memoria en la narración historiográfica. ¿Cómo mantener la diferencia entre la imagen de lo ausente como irreal y la imagen de lo ausente como anterior? Desde el punto de vista escritural y receptivo, la respuesta se halla en el término acuñado por Ricoeur como representancia: fenómeno asociado al pacto establecido entre el lector y el autor. Desde el punto de vista cognitivo, la pregunta se resuelve cuando Ricoeur asume que no existen diferencias entre la memoria y la imaginación, sino que la distinción se encuentra en qué se recuerda: si se logra recuperar el recuerdo, se trata de una memoria; si el recuerdo se aleja de lo real e involucra entidades de ficción, hablamos de imaginación. Pero ambos, memoria e imaginación, "poseen como rasgo común la presencia de lo ausente" (Ricoeur, 2003, p. 67).

Todas las dificultades vinculadas a la dimensión referencial del discurso histórico, asegura el filósofo francés, se pueden abordar y resolver a partir de esta nueva clasificación. El problema es que esta operación de desacoplamiento trae aparejada ciertos conflictos, ya que el retorno del recuerdo "sólo puede hacerse a la manera del devenir-imagen" (Ricoeur, 2003, p. 23), es decir, a través de la imaginación. Y la permanente amenaza de confusión entre rememoración e imaginación que provoca este devenir-imagen afecta la pretensión de fidelidad en la que se resume la función veritativa de la memoria y, por ende, su incursión en la pretendida objetividad histórica. Sin embargo: "No tenemos nada mejor que la memoria para garantizar que algo ocurrió antes de que nos formásemos el recuerdo de ello" (Ricoeur, 2003, p. 23).

En su ensayo "Historia y memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado", Ricoeur (2000) enfatiza en que, si aboga por la cuestión de la representación mnemónica en historia por encima de la representación del pasado, no significa que se coloque con ello del lado de los defensores de la memoria contra los de la historia. Lo que intenta transmitir es que

[...] el problema de la representación, que es la cruz del historiador, se encuentra ya establecido en el plano de la memoria e incluso recibe allí una solución limitada y precaria que no será posible traspasar al plano de la historia. (2000, p. 3)

En tal sentido, la historia se hace heredera de un conflicto que se plantea por debajo de ella, es decir, en el plano de la memoria y el olvido: "Alguien se acuerda de algo, lo dice, lo cuenta y da testimonio de ello. Lo primero que dice el testigo es: Estuve allí" (Ricoeur, 2000, p. 12). El testigo se establece como tercero entre los protagonistas cuando relata un evento al cual debe haber asistido. La declaración se convierte, a la vez, en la realidad de un testigo que, apelando a la autoridad del escucha, insiste: estuve allí, créame o no; y si no me cree, pregúntele a otro.

Esta acreditación, comenta Ricoeur, abre la alternativa de la confianza o la duda, quedando constituida de esta manera la "estructura fiduciaria del testimonio" (2000, p. 12). El testimonio se convierte en institución. Pero no existe un solo testigo, ni un solo testimonio, ni una sola memoria, por lo que "la cosa escrita va a proseguir su curso más allá de los testigos y sus testimonios" (2000, p. 13). Y el relato del testimoniante, a falta de un destinatario designado, va a quedar en situación de texto huérfano. Sin embargo, independientemente del grado de fiabilidad del testimonio, reitera Ricoeur, no tenemos nada mejor que él para decir ocurrió algo a lo cual alguien dice haber asistido. Coincidimos con Ricoeur en que los testigos son los más importantes; pero probablemente también todos nos preguntemos alguna vez: ¿ocurrió tal como dice que ocurrió? Documental, dice el filósofo, es la palabra clave.

El documento se constituye entonces en la unidad de medida del conocimiento histórico bajo la rúbrica de la observación. Este no se da por sí solo, sino que, como explicara el teórico, se busca, se constituye, se instituye por el historiador que interroga todo en busca de la información sobre el pasado a la luz de una hipótesis: "Se designan así acontecimientos que, a fin de cuentas, no han sido recuerdo de nadie pero que pueden contribuir a construir una memoria que podemos llamar con Halbwachs memoria histórica, para distinguirla de la memoria incluso colectiva" (Ricoeur, 2000, p. 14). Se trata de hacer hablar a los documentos, pero, especifica, no para pillarlos en falta sino para comprenderlos.

5. El privilegio de la memoria frente al pacto de verdad

Cerca de finalizar, resultaría útil hacer referencia a un eje de la obra de Paul Ricoeur que atraviesa y guía la evolución de sus pensamientos en torno a la representación histórica de la memoria: el pacto de verdad sobre el cual, supone, reposa la escritura de la historia. ¿Puede ser respetado tal pacto? ¿Hasta qué punto? La pragmática de la memoria, coincidimos con el autor, hereda ciertas dificultades a la epistemología de la historia a través del acto de recordar. La memoria impedida, la memoria manipulada y la memoria forzada (temas que quedamos debiendo) aparecen como obstáculos de una memoria difícil sobre la cual la historia debe construir el conocimiento. Estas dificultades que jalonan el recorrido del recordar se interponen y dificultan la representación de los historiadores. No obstante, la memoria goza también de un privilegio que, advierte el teórico, la historia no posee. Ese privilegio es la pequeña felicidad del reconocimiento: "¡Es ella! ¡Es él! ¡Qué recompensa, a pesar de los sinsabores de una memoria difícil, ardua!" (Ricoeur, 2000, p. 10). El reconocimiento aparece como el pequeño milagro, dice Ricoeur, de la memoria feliz.

Al no conocer ni reconocer la historia tal felicidad, la disciplina intenta convertir en reconstrucciones, sus construcciones sobre el pasado a través de una representación que se afana en hacer cumplir el pacto de verdad. Teniendo en cuenta tanto las dificultades como los privilegios de la memoria, ¿podría entonces cumplirse el pacto de lectura? Sí, sugiere Ricoeur, sí puede cumplirse hasta cierto punto si nos colocamos a favor de la intencionalidad reguladora de la investigación histórica; "la intención de apuntar, y si fuera posible alcanzar, tal como fue el caso, el acontecimiento" (2000, p. 25). Es en estas circunstancias cuando Ricoeur propone el término de representancia para apuntar a la fuerza que debe tener, o que tiene, tal intención/pretensión en la representación histórica del pasado:

La idea contenida en esta palabra es a la vez la de una suplencia y la de una aproximación. Suplencia, como en el término latino representatio aplicado en la época helenística y luego bizantina a la función del personaje habilitado para simular la presencia del soberano ausente; la misma idea de función vicaria, lugartenencia, se encuentra en el alemán Vertretung, en el inglés representative y, después de todo, también en la expresión francesa; représentants du peuple y représentation nationale. Función vicaria, por consiguiente, completada por la de aproximación, de blanco: es el aspecto pretensión de la intención, pero pretensión de adelantarse, avanzar. (Ricoeur, 2000, p. 25)

Ahora bien, ¿hasta qué punto se cumpliría entonces dicho pacto de verdad? Para dar respuesta a esta interrogante es necesario, afirma Ricoeur, un juicio de comparación que se desarrollaría en dos campos o escenarios diferentes. La primera paridad se establece en el campo histórico propiamente tal, y se trata de la comparación entre dos o varios textos referidos al mismo topos. El autor propone que se tome como referencia un hecho que para él resulta sorprendentemente revelador (la reescritura en historia): "es al reescribir cuando se muestra el deseo del historiador de acercarse cada vez más a ese extraño original que constituye el acontecimiento en todas sus facetas" (2000, p. 26). La segunda comparación se plantea fuera del campo de la historia y se ubica en el punto de articulación entre la historia y la memoria; interpretación y verdad ahora se enfrentan para intentar acercarse a la solución del problema de la representación del pasado que, para Ricoeur, comienza con la memoria:

Lo que se dispuso entonces no fue sólo un enigma, el de la representación presente de algo ausente que existió antes, es decir antes de ser contado, fue además un esbozo de una resolución limitada y precaria del enigma, sin paralelo del lado de la historia, a saber, la pequeña felicidad, el pequeño milagro del reconocimiento y su momento de intuición y creencia inmediata. En historia, nuestras construcciones son en el mejor de los casos reconstrucciones. (2000, p. 26)

Por otra parte, la interpretación, a consideración de este filósofo, aprecia y considera el deseo de verdad en historia en todas sus aristas. Y ello a razón del voto de fidelidad que la historiografía le otorga a la memoria, aun cuando haga de ella solo uno de sus objetos. Se hace entonces necesario, explica Ricoeur, marcar el carácter epistémico de la interpretación si lo que se pretende no es solo psicologizar o moralizar la intención en historia subrayando intereses, prejuicios y pasiones del historiador o celebrando sus virtudes de honestidad, modestia y humildad. Hay que clarificar conceptos y argumentos, identificar puntos de controversia, plantear tales preguntas a tales documentos, elegir tal modo de explicación antes que tal otro, privilegiar giros en el lenguaje. Claro que estos cambios, estas acciones, no siempre aparecen de modo desinteresado. A tan alto precio, señala Ricoeur, la historia puede tener la ambición de compensar la ausencia del momento de reconocimiento del que sí goza la memoria. Esa pequeña felicidad es la que hace que la memoria continúe siendo, a pesar de ser reducida por la historia a un simple objeto, la matriz de dicha disciplina: "Entre el voto de fidelidad de la memoria y el pacto de verdad en historia, el orden de prioridad es imposible de decidir" (2000, p. 27). El lector es el único habilitado para ello.

6. El testimonio, como mismo el discurso histórico: un calco que deviene mapa

En este último subtema proponemos, como bien se anunciaba inicialmente, una relectura del discurso histórico y testimonial a partir del principio rizomático del calco y el mapa desarrollado por los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari en su célebre obra Mil mesetas. El principio de cartografía o de calcomanía, propuesto por los teóricos franceses, hace alusión a la lógica de un calco reproducible hasta el infinito frente a la lógica de un mapa rizomático siempre en evolución. Inverso a los calcos, que copian y reproducen lo que ya está hecho, "el rizoma está relacionado con un mapa que debe ser producido, construido, siempre desmontable, conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas, con sus líneas de fuga" (Deleuze y Guattari, 2004, p. 25). Hacer el mapa y no el calco, proponen los teóricos.

En tal sentido se podría entonces suponer, como hipótesis inicial, que lo real pasado representaría el mapa deleuzoguattariano exponente del rizoma de la vida, de la realidad compleja y múltiple; mientras que el relato histórico, y el testimonio, sería el calco de ese real pasado reproducido, copiado y duplicado. Esto, dada la creencia cada vez más arraigada de que el discurso histórico-testimonial debe copiar, imitar, calcar y reproducir hasta el infinito la realidad de la que parten. Lo que sucede es que, como ya vimos, a aquellos discursos les es imposible efectuar ese procedimiento de reproducción idéntica al cual supuestamente están destinados. Ni la historia ni el testimonio pueden plasmar de forma exacta, análoga o paralela la realidad del mapa-mundo que describen. Lo que hacen, en cambio, es crear un nuevo mapa-libro cuando seleccionan, con la ayuda de procedimientos de contraste, lo que pretenden reproducir pero que, en modo alguno, llega a ser simétrico.

"Siempre hay que volver a colocar el calco sobre el mapa" (Deleuze y Guattari, 2004, p. 18) porque nunca resulta rigurosamente exacto que un calco reproduzca el mapa, es decir, que el libro, el testimonio, la historia, reproduzca la realidad que relata. Y el que imita, aseguran Deleuze y Guattari, al final siempre crea su modelo, su mapa. Con esto queremos decir, y sugerir, que aquella creencia con la cual pudimos asociar los discursos aludidos al calco, puede ser desmontada y reestructurada en vista a un calco que deviene mapa al crear su propia estructura, al crear su propio modelo. Pues "cuando cree reproducir otra cosa, ya solo se reproduce a sí mismo" (Deleuze y Guattari, 2004, p. 18). A la vez que organiza y estabiliza las multiplicidades del mapa-mundo para copiarlas, el calco induce nuevas multiplicidades para instituir un nuevo mapa.

La otra hipótesis que proponemos entonces, en relación con la anterior, se dirige a pensar el testimonio, en tanto matriz del discurso histórico, no como una imagen (calco) del mundo, sino como un mapa que debe transitar primero, o simultáneamente, por aquella fase mientras se va constituyendo; un mapa-libro que se erige a la par que calca otro mapa. Estos procesos o devenires se desplegarían de manera sincrónica, complementaria y no en oposición uno del otro. Se desarrollaría, así, una evolución aparalela del libro y del mundo: "el libro asegura la desterritorialización del mundo, pero el mundo efectúa una desterritorialización del libro, que a su vez se desterritorializa en sí mismo en el mundo, (si puede y es capaz)" (Deleuze y Guattari, 2004, p. 16). El mimetismo, dirían Deleuze y Guattari, es un mal concepto producto de una lógica binaria para explicar fenómenos que tienen otra naturaleza; el libro-calco histórico se acopla, por ende, al principio rizomático de un mapa que traza su propia ruptura, sus propias líneas de fuga y que lleva hasta el final su evolución aparalela:

El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre sí mismo, lo construye. Contribuye a la conexión de los campos, al desbloqueo de los cuerpos sin órganos, a su máxima apertura en un plan de consistencia. Forma parte del rizoma. El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto, alterado, adaptarse a distintos montajes, iniciado por un individuo, un grupo, una formación social. (2004, pp. 17-18)

Si sustituimos en la cita deleuzoguattariana el término mapa por la palabra testimonio o bien por relato histórico, advertimos que no solo las combinaciones de género y número del sustantivo se mantienen (detalle menor), sino que, además, y esto es lo esencial, las cualidades y rasgos adjudicados al mapa resultan perfectamente ajustables a la estructura, tanto externa como interna, de un testimonio o de un relato histórico (historiográfico). Una vez va superando la reproducción infinita y el calco, la escritura evoluciona paulatinamente y acaece en un mapa que, más allá de reproducir otro campo, construye y produce el suyo propio, siempre desmontable y sujeto a modificaciones. Como parte de todo este proceso evolutivo, creador y no binario, se vuelve complejo establecer clara y diferencialmente cómo y cuándo acontece uno u otro fenómeno; llegándose a confundir y a conectar, de esta manera, el calco con el mapa. El discurso testimonial e histórico puede entonces proceder por calco, pero, a la vez, puede "ponerse a brotar, a producir tallos de rizoma" (Deleuze y Guattari, 2004, p. 20) y devenir mapa en una mutación perversa. Ambos tipos de relato van haciendo, de esta forma, su propio mapa a la vez que funcionan como calco del mapa-mundo que, supuestamente, intentan copiar.

7. Conclusiones

Resulta notable que, dentro de los debates surgidos en los últimos tiempos entre historiadores e investigadores, la forma de escritura de los relatos historiográficos ha sido uno de los temas más polémicos y vigentes. Y por esa línea hemos coincidido, junto a varios de ellos, en que la historia pertenece al campo de lo narrativo en todas sus formas; desde las historias que menos describen los hechos, hasta las más estructurales (Chartier, 1992, p. 74). Como bien apuntara el historiógrafo francés Roger Chartier, todo escrito histórico se construye, de hecho, a partir de fórmulas que pertenecen al relato o a la intriga (1992, p. 74); a pesar, incluso, de que dicha disciplina pretenda despojarse siempre de lo narrativo y de que sus procedimientos y modos de comprensión continúen siendo tributarios de determinadas prácticas científicas.

Empero, la intriga no debe comprenderse, alerta Chartier (1992), como perteneciente al orden de la retórica, sino más bien como una operación de conocimiento que plantea "la posible inteligibilidad del fenómeno histórico, en su realidad borrada, a partir del cruce de sus huellas accesibles" (p. 75). Explicar, contar, relatar en historia es entonces, dice el historiador francés, develar una intriga, organizar una intriga comprensible, dar a comprender, restituir una realidad situada fuera y delante del texto histórico, reconstruir un pasado que fue: "nunca sin incertidumbre, pero siempre sometido a control" (p. 75). De esta manera, "el objetivo referencial de la historia no se niega ni evacua (si no, ¿cómo constituir la historia como específica?)" (p. 76); no obstante, el acento lo encontramos en otro lugar: "sobre las identidades retóricas fundamentales que entroncan (emparentan) historia y novela, representación y ficción" (Chartier, 1992, p. 76). El concepto de realidad aplicado al pasado complejiza y problematiza, sin embargo, los debates actuales:

Las aporías o ingenuidades de los historiadores en la materia se aferran sin duda a la confusión perpetuada entre una discusión metodológica, tan vieja como la historia, sobre el valor y la significación de los rastros que autorizan un conocimiento mediato, indirecto de los fenómenos que los produjeron, y una interrogación epistemológica, que los historiadores por lo general evitan, quizá porque paralizaría su práctica sobre el status mismo de la correspondencia proclamada, reivindicada, entre los discursos, sus relatos y la realidad que pretenden reconstruir y tomar comprensible. (Chartier, 1992, p. 77)

Como ya hemos visto y repasado, son muchísimos los estudios, investigaciones y teorías desarrolladas en torno a las formas de escritura de la historia, a la relación entre la memoria y la historia, así como al rol del testimonio en tal tarea; estudios que, además, van evolucionando a la par de los cambios de época, procesos socioculturales o paradigmas dominantes en uno u otro momento de las ciencias sociales. Y, si bien ha sobresalido la oposición memoria/historia, subjetivo/objetivo, recuerdo/imagen, representación/ficción, rápidamente nos damos cuenta de que la problemática supera los conflictos que estos binomios pudiesen reflejar. No se trata de dar protagonismo, como lo haría el positivismo extremo, a las pruebas materiales y documentales excluyendo las subjetividades y memorias de los actores sociales de la historia. Pero tampoco se trata de privilegiar en exceso los relatos subjetivos basados en recuerdos hasta llegar al punto de identificar a la memoria con la historia, incluyendo ficcionalizaciones y mitologizaciones que es, precisamente, lo que haría una postura constructivista y subjetivista extrema. Existe algo que ambas posiciones defienden y que debe rescatarse como eje del debate: la pretensión y el anhelo de un discurso lo más cercano posible a la realidad pasada.

Por tanto, es favorable que el debate permanezca y este podría ser efectivo en tanto no se imponga radicalmente una postura por encima de la otra. La retroalimentación entre las disciplinas y criterios, así como una variada y constante actualización de la disputa, resultaría provechoso para la feliz convivencia de esta pareja que, al parecer, permanece ajena a un posible distanciamiento. El tema igualmente está lejos de darse por cerrado cuando los sucesos particularmente imbricados con el inicio de los debates poseen un rasgo que complejiza la situación. Los eventos relacionados con situaciones de extrema violencia han tensionado la relación memoria-historia que ahora toma protagonismo en las reflexiones práctico-teóricas a partir de tales experiencias traumáticas. Y, como parte de las propuestas surgidas en torno al debate, ya "algunas vertientes de la historiografía contemporánea han señalado el valor heurístico de la categoría de trauma para el análisis tanto de las experiencias históricas de catástrofes colectivas como de las representaciones de las mismas" (Mudrovcic, 2005, p. 15). Así, añade la investigadora argentina, la transposición de categorías patológicas al plano de lo histórico podría ser interpretada como una tentativa de dar sentido a la relación de la historia con la violencia.

Frente a esta otra arista sobre la representación histórica de eventos traumáticos, que en esta ocasión solo mencionamos brevemente a modo de exhortación investigativa, estudios como los de Cathy Caruth (1995) y Dominick LaCapra (2005) constituyen importantes fuentes teóricas a consultar. Los historiadores han respondido a la problemática, por ejemplo, con la sugerencia de una historiografía de molde psicoanalítico. Y, tanto para Caruth como para LaCapra, una teoría de ese tipo evitaría recaer en los extremos de las posturas positivistas o constructivistas. Pero lo cierto es que, como hemos visto, una metodología no es mejor que otra, ni una posición resultaría más efectiva que otra: las formas de plantear la relación memoria-historia son tan variadas y complejas como los propios debates. Y, si nos atenemos por unos instantes a la cita de Alessandro Portelli que encabeza este subtema, podríamos reafirmar que ni la historia debe descartar a la memoria por su subjetividad, ni la memoria disolvería a la historia cuando aquella se asume como matriz de la segunda. Coincidimos con Elizabeth Jelin (2002), una de las investigadoras más reconocidas en el tema, en que es en la tensión entre la una (memoria) y la otra (historia) donde se plantean las preguntas más sugerentes, creativas y productivas para la indagación y la reflexión.

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Recibido: 18 de Junio de 2022; Revisado: 08 de Septiembre de 2022; Aprobado: 15 de Febrero de 2023

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