Las conductas prosociales son aquellas que buscan ayudar a otra persona o al resto de la sociedad, son beneficiosas para estas y evitan conductas antisociales y actitudes agresivas (Martí-Vilar, Corell-García & Merino-Soto, 2019; Rodriguez, Martí-Vilar, Esparza Reig & Mesurado, 2019). Estas conductas se consideran un aspecto básico en cualquier sociedad (Moñivas, 1996).
Los valores sociales están directamente relacionados con sus manifestaciones en forma de conductas (Cornelissen, Dewitte & Warlop, 2011). Los valores y habilidades sociales de cooperación se manifiestan con conductas prosociales hacia los demás (Rodriguez et al., 2019), mientras que los valores más individualistas se relacionan con comportamientos menos prosociales (Innamorati et al., 2018).
Es importante fomentar los valores sociales cooperativos y las conductas prosociales en todas las personas; pero especialmente relevante es hacerlo en estudiantes universitarios (Palomino & Almenara, 2019), aspecto estrechamente relacionado con la responsabilidad social universitaria (Vallaeys, 2018).
Actualmente la función de las universidades no se limita únicamente a formar profesionales en determinadas áreas, sino que cumplen también la función de contribuir a la educación de las personas fomentando que estas adquieran valores sociales (Gaete, 2015a). Las conductas prosociales suponen una pieza fundamental para conseguir inculcar estos valores (Arango, Clavijo, Puerta & Sánchez, 2014; Martí-Vilar, Calderón-Mirallés & Escrig-Espuig, 2018), y se ha demostrado que la educación universitaria influye en el desarrollo tanto de conductas prosociales como de valores sociales (Martí-Noguera, Martí-Vilar & Almerich, 2014).
Así, tras finalizar su formación se incorporarán al mundo laboral en ámbitos como el de la salud y deberán ser capaces de incorporar estos valores y conductas en el desarrollo de su profesión (Seoane, Tompkins, De Conciliis & Boysen, 2016). No solamente en el ámbito clínico, en el que se tiene un trato directo con los pacientes, es necesario implementar estos elementos; en un ámbito tan dispar al de la salud como es el empresarial, se ha demostrado la importancia de fomentar en los trabajadores valores de cooperación y conductas prosociales (Adamska-Chudzinska, 2015).
En el polo opuesto a las conductas prosociales, se encuentran las antisociales. Este tipo de conductas antisociales correlacionan inversamente con el apoyo social recibido por las personas (Innamorati et al., 2018). El apoyo social recibido actúa como predictor de las conductas prosociales de forma positiva (Simpson, Harrell, Me-lamed, Heiserman & Negraia, 2018) y de las conductas antisociales de forma negativa (Stanger, Backhouse, Jennings & McKenna, 2018). Lever y Estrada (2018) encontraron que el apoyo social, junto al apoyo de los amigos, las competencias sociales y las relaciones positivas con los compañeros, predijeron el 61% de la varianza en las conductas prosociales.
Esta relación entre el apoyo social y las conductas prosociales se mantiene en condiciones tan dispares como puede ser un partido de fútbol (Mallia, Lucidi, Zelli, Chirico & Hagger, 2019) o entre los habitantes de una población tras haber superado situaciones bélicas (Ramos-Vidal, Villa-mil & Uribe, 2019).
En menor medida, también se ha estudiado la relación existente entre la resiliencia y la conducta prosocial (Vargas, Villoría & López, 2018). La resiliencia es la capacidad de las personas de adaptarse y afrontar las distintas situaciones adversas que se les puedan plantear (Artuch-Garde et al., 2017), y se relaciona directamente con las conductas prosociales de las personas, siendo ambas variables necesarias para el buen funcionamiento social (Arias, 2015). Distintas investigaciones encontraron que la resiliencia es predictora de las conductas prosociales desde la niñez (Ross, 2017) y manteniéndose en la adolescencia (Vargas et al., 2018). Brown y Lichter (2006) en su estudio en población en edad universitaria, encontraron que la resiliencia de las personas actuaba como un factor protector que favorecía las conductas prosociales.
Martínez-Martí y Ruch (2017) encontraron que aspectos como la autoeficacia o la fortaleza emocional de las personas eran los que en mayor medida se relacionaban con la resiliencia, pero también parece existir una relación positiva entre el apoyo social percibido y la resiliencia (Li, Yang, Liu & Wang, 2016; Young, Craig, Clapham, Banks & Williamson, 2019).
Rodríguez-Fernández, Ramos-Díaz, Ros y Fer-nández-Zabala (2015) también encontraron esta relación entre apoyo social y resiliencia y plantean que el entorno de las personas es un factor protector que potencia la resiliencia. Por otro lado, otras investigaciones teorizan que no hay relación entre ambas variables y que existen determinadas características interpersonales implicadas en la resiliencia (Coppari et al., 2018).
La repercusión de las conductas prosociales llega a manifestaciones incluso en el ámbito clínico. Existe una corriente de investigación que sigue la línea de que tanto los consumidores de drogas como los adictos llevan a cabo menos conductas prosociales (Carter, Johnson, Exline, Post & Pagano, 2012; Quednow, 2017; Quednow et al., 2018), y que el consumo de heroína está asociado con menos conductas prosociales (Miller, 2014).
Algunos autores (Hernández-Serrano, Espada & Guillén-Riquelme, 2016) han encontrado que estas conductas actúan como predictoras del consumo de drogas como el cannabis. Xue, Zimmerman y Caldwell (2007) concluyen que el hecho de estar involucrado en actividades prosociales como por ejemplo voluntariados, actúa como factor protector frente al desarrollo de problemas de adicción y proporciona a las personas unas herramientas para poder afrontar la exposición a situaciones de riesgo y evitar el desarrollo de estos problemas. Según este modelo, sería de vital importancia promover las conductas prosociales como factor protector del consumo de drogas.
En el caso de la adicción al juego, se ha estudiado escasamente su vinculación con las conductas prosociales; pero la investigación existente plantea que los jugadores patológicos muestran menos conductas prosociales, actuando las segundas como predictoras de los problemas de juego (Paleologou et al., 2019).
Dada la relevancia que las conductas prosociales tienen en el buen funcionamiento de las personas y de la sociedad, la presente investigación trata de profundizar en el estudio de la conducta prosocial en jóvenes universitarios para comprender mejor su funcionamiento y sus efectos en el desarrollo de problemas de adicción al juego para contribuir a la mejora de los programas que persiguen potenciar estas conductas o prevenir problemas de juego. Concretamente se analiza el papel predictor del apoyo social y de la resiliencia en las conductas prosociales y las implicaciones que esta tiene en el caso concreto del desarrollo de problemas de adicción al juego. Adicionalmente, se analiza la relación entre el apoyo social y la resiliencia.
En base a estos objetivos, la Hipótesis 1 que se plantea es que el apoyo social percibido y la resiliencia de los universitarios serán predictores positivos de las conductas prosociales. La Hipótesis 2 es que las conductas prosociales serán un factor protector de la adicción al juego, de forma que a mayo conducta prosocial, menor adicción al juego. Por último, la Hipótesis 3 es que el apoyo social y la resiliencia estarán relacionadas de forma positiva. En la Figura 1 se recoge el modelo teórico planteado que representa las relaciones hipotetizadas.

Figura 1 Modelo teórico planteado. AS: indicadores de apoyo social; R: indicadores de resiliencia; CP: indicadores de conducta prosocial.
Método
Diseño
Diseño El presente estudio es de tipo cuantitativo y con un enfoque descriptivo. Además es de diseño transversal y correlacional (Vallejo, 2002).
Participantes
Un total de 258 jóvenes universitarios con edades comprendidas entre los 18 y los 26 años y residentes en la provincia de Valencia (España) completaron los cuestionarios. El muestreo fue no probabilístico y de conveniencia. El tamaño de la muestra necesario para realizar los análisis se estimó siguiendo las recomendaciones de Kline (2011), que sugiere que para analizar modelos de ecuaciones estructurales, se requieren 20 casos por cada variable observada; en este caso debían ser más de 220, ya que el modelo planteado contiene 11 variables observadas. Los investigadores contactaron con los participantes en sus aulas. Los requisitos que tenían que cumplir eran ser mayores de edad y residentes en España; no participaron estudiantes del programa European Region Action Scheme for the Mobility of University Studets (Erasmus) para garantizar una buena comprensión del cuestionario. El 59.5% de los participantes fueron mujeres (n=153), siendo la edad media de la muestra total 20.95 años (DE= 2.19). El 96,5% de los participantes fueron españoles y el 58.2% fueron solteros, frente al 39.5% con pareja y el 2.3% casados.
Instrumentos
Para medir la resiliencia se utilizó la Brief Resilient Coping Scale (BRCS; Sinclair y Wallston, 2004) en su versión validada en población española (Moret-Tatay, Fernández-Muñoz, Civera-Mollá, Navarro-Pardo y Acover-de-la-Hera, 2015). Este cuestionario está compuesto por 4 ítems de tipo Likert de 5 alternativas; puntuaciones más altas se asocian a mayores niveles de resiliencia. Moret-Tatay et al. (2015) encontraron una buena validez de criterio con la escala multidimensional de estilos de afrontamiento (Brief COPE; Carver, 1997). Todos los factores de esta escala correlacionaron significativamente (p<.05) con las puntuaciones en el BRCS; las correlaciones más fuertes fueron con planificación (r= .62), reformulación (r= .60) y afrontamiento activo (r= .57). El valor del alfa para esta escala en la presente investigación fue .61, por lo que su fiabilidad es aceptable.
Se aplicó el cuestionario de apoyo social (MOS; Sherbourne y Stewart, 1991) en su versión validada en población española (Revilla, del Castillo, Bailon y Medina, 2005). Esta escala evalúa el apoyo social percibido y se compone por 19 ítems tipo Likert de 5 alternativas y un ítem adicional que evalúa el tamaño de la red social de la persona. Este instrumento mostró una buena validez convergente con la escala de apoyo social del Inventario de Estrategias de Afrontamiento (CSI; Tobin, Holroyd, Reynols & Wigal, 1989) (r= .21, p<.001) (Priede et al., 2016). Para la presente investigación solamente se utilizó la puntuación total y el valor del alfa para esta escala fue .94, por lo que mostró una muy buena fiabilidad.
Para medir la conducta prosocial se utilizó la Escala de Prosocialidad de Caprara, Steca, Zelli y Capanna (2005). Esta escala sirve para medir la conducta prosocial en jóvenes y adultos, diferenciando a aquellos más prosociales de los que lo son menos, basándose en la escala de conducta prosocial para niños de Caprara y Pastorelli (1993). En este estudio se ha utilizado una versión adaptada utilizada en Martí-Vilar, Merino-Soto y Rodriguez (2020). Esta escala se compone por 16 ítems de tipo Likert con 5 alternativas de respuesta que van de 1 a 5. Rodriguez, Mesurado, Oñate, Guerra y Menghi (2017) encontraron una buena validez convergente de este instrumento con la Escala de Tendencias Prosociales (Carlo & Randall, 2002); la correlación más fuerte fue con la tendencia sensible (r= .61, p<001), seguido de la tendencia anónima (r= .31, p<001) y la tendencia pública (r= .11, p<001). El valor del alfa para esta escala en la presente investigación fue de .89 por lo que mostró una buena fiabilidad.
Por último, para medir la adicción al juego, se aplicó el South Oaks Gambling Screen (SOGS; Lesieur y Blume, 1987) en su versión validada a la sociedad española (Echeburúa, Báez, Fernández-Montalvo y Páez, 1994). Este instrumento consta de 20 ítems (en su mayoría dicotómicos) e incluye 3 ítems previos que no entran en la puntuación total y se utilizan para evaluar el tipo de juego o apuesta, la cantidad máxima apostada y las personas cercanas con problemas con el juego. La puntuación de la validación española oscila de 0 a 19, considerando los autores una puntuación superior a 4 como un indicativo de un problema con el juego. En esta versión original todos los ítems evalúan la adicción al juego a lo largo de la vida del sujeto. Este instrumento mostró una buena validez convergente con los criterios diagnósticos del DSM-III-R con una correlación de .92 (p<.001) (Echeburúa et al., 1994). El valor de alfa para este cuestionario en la presente investigación fue de .80, por lo que mostró una buena fiabilidad.
Procedimientos
Este estudio transversal forma parte de un estudio más amplio que busca explicar el funcionamiento de la adicción al juego y sus consecuencias. La Comisión de Ética en Investigación Experimental de la Universitat de València aprobó esta investigación (número de procedimiento 1040164). La muestra se recogió entre los meses de mayo y diciembre de 2019 en distintas facultades de la Universitat de València. Los participantes completaron el cuestionario en papel y siempre en presencia de uno de los investigadores para garantizar un entorno propicio para la realización de este y para resolver posibles dudas. El cuestionario tenía una duración de unos 50-60 minutos. Previa participación en la investigación, todos los participantes firmaron un consentimiento informado en el que se les indicaba las condiciones de esta y que los datos recogidos serían totalmente anonimizados. No se ofrecieron incentivos a los participantes.
Análisis de datos
Previamente al contraste de hipótesis, se analizó la distribución de la muestra y las frecuencias de respuesta y se realizaron análisis factoriales confirmatorios para adecuar la estructura de los instrumentos. A continuación, para el contraste de hipótesis, se puso a prueba un modelo de ecuaciones estructurales (SEM) siguiendo la propuesta teórica planteada en la Figura 1. Este tipo de análisis presenta la ventaja de poder analizar todas las hipótesis planteadas de forma simultánea, la posibilidad de incluir varias variables dependientes con sus respectivos errores de medida y la correlación entre variables o errores (Manzano, 2018). Se siguieron las recomendaciones propuestas por Medrano y Muñoz-Navarro (2017) para la realización de este tipo de análisis y se utilizó el método de máxima verosimilitud, eliminando los valores atípicos y perdidos y examinando la normalidad multivariada previamente según las recomendaciones de Manzano (2018) y calculando el coeficiente de Mardia.
Para seleccionar los indicadores de apoyo social, resiliencia y conducta prosocial, se siguieron las recomendaciones de Hall, Snell y Foust (1999) sobre la parcialización de ítems. La adicción al juego, por otro lado, se consideró una variable observada mientras el resto fueron latentes; por lo tanto, la puntuación directa obtenida en el SOGS es la que se utilizó.
Para evaluar el ajuste del modelo se examinaron todos los índices de ajuste, pero solamente se presentan los valores de X2/gl, el índice de ajuste comparativo (CFI), el índice de bondad de ajuste (GFI) y el error cuadrático medio de aproximación (RMSEA).
El X2/gl se plantea como alternativa al uso de X2 para evitar las alteraciones por el tamaño de la muestra; se considera un buen ajuste valores inferiores a 3 (Iacobucci, 2010). El resto de los índices de ajuste se analizaron en función de los puntos de corte establecidos en una de las propuestas más extendidas (Hu y Bentler, 1999; Marsh, Hau, y Wen, 2004). Tanto para el CFI como para el GFI, se consideraron valores superiores a .95 como un ajuste óptimo y superiores a .90 como un buen ajuste. En el caso del RMSEA, se consideraron valores inferiores a .06 como un ajuste óptimo e inferiores a .08 como un ajuste aceptable.
Todos los análisis realizados en esta investigación fueron mediante el uso del programa estadístico SPSS 20.0 y el AMOS 24.
Resultados
En la Tabla 1 se recogen los resultados obtenidos por los participantes en las distintas variables diseñadas para contrastar el modelo planteado. El coeficiente de Mardia fue de 19.88, por lo que a pesar de no ser significativo, al ser menor que 70, no fue un alejamiento de la normalidad que supusiera un inconveniente crítico para el uso del método de estimación más común en este tipo de análisis, el de máxima verosimilitud (Pérez, Medrano & Sánchez Rosas, 2013).
Todos los índices de bondad de ajuste evaluados (tanto los que se presentan como la totalidad de los revisados) mostraron que los datos empíricos ajustaban bien con el modelo teórico planteado. El Chi-cuadrado (X2(41)= 59.31, p= .06), al no ser significativo, reflejó un buen ajuste del modelo. No obstante, este estadístico puede estar alterado por el tamaño muestral, por lo que se recurrió a la corrección teniendo en cuenta los grados de libertad; esta corrección también mostró que el modelo tenía un buen ajuste al ser inferior a 3 (X2/gl= 1.37). El resto de los índices de bondad de ajuste analizados son más robustos ante la influencia del tamaño muestral. Tanto el CFI con un valor de .97 como el GFI con .96 mostraron un ajuste óptimo del modelo, al igual que el RMSEA con un valor de .04.
En la Figura 2 se muestra el modelo tras la re-especificación con los parámetros estandarizados obtenidos. Concretamente, los valores representados, son los de las correlaciones, los pesos de regresión estandarizados y el porcentaje de la varianza explicada de las variables dependientes del modelo.
Tabla 2 Pesos de regresión de las relaciones hipotetizadas

***p<0,001. EE: error estándar; RC: ratio crítica
Todas las regresiones hipotetizadas resultaron estadísticamente significativas. Tanto el apoyo social como la resiliencia fueron predictores de la varianza en la conducta prosocial; y esta, a su vez, predictora de la varianza en la adicción al juego. En cuanto a la última relación hipotetizada, el apoyo social y la resiliencia no mostraron una correlación estadísticamente significativa tal y como se recoge en la Tabla 3.
Como se recoge en la Figura 2, el modelo planteado explicó el 30% de la varianza en las conductas prosociales y el 8% de la varianza en los problemas de adicción al juego. No fue necesario imponer restricciones en la reespecificación del modelo dado que este ya está correctamente identificado.
Discusión
Con esta investigación se pretendía ahondar en el funcionamiento e implicaciones prácticas de las conductas prosociales en jóvenes universitarios. Concretamente se buscaba analizar las implicaciones del apoyo social y de la resiliencia sobre las conductas prosociales y el efecto que estas últimas podían tener en el desarrollo de problemas de adicción al juego. Por último, como objetivo adicional, se analizaba la relación entre el apoyo social y la resiliencia.
La Hipótesis 1 planteaba que tanto el apoyo social percibido por los universitarios como la resiliencia que estas tuvieran frente a los problemas ejercerían como predictores positivos de las conductas prosociales, de forma que los universitarios con un mayor apoyo social y mayor capacidad de resiliencia llevarían a cabo conductas prosociales en mayor medida. Los resultados obtenidos corroboran totalmente esta hipótesis, ya que tanto el apoyo social (Lever y Estrada, 2018; Mallia et al., 2019; Ramos-Vidal et al., 2019; Simpson et al., 2018) como la resiliencia (Ross, 2017; Vargas et al., 2018) se mostraron como buenos predictores, explicando el 30% de la varianza de las conductas prosociales. El efecto que la resiliencia tiene sobre las conductas prosociales es especialmente interesante, ya que es una relación que carece de una extensa investigación al respecto (Vargas et al., 2018), especialmente en muestra de jóvenes en edad universitaria (Brown & Lichter, 2006).
La Hipótesis 2 de esta investigación era que las conductas prosociales de los universitarios ejercerían como factor protector frente al desarrollo de problemas de adicción al juego. En este caso la relación hipotetizada era negativa, ya que cuantas más conductas prosociales se dieran, menor sería el problema de adicción al juego. Los resultados obtenidos en la investigación son congruentes con esta hipótesis, ya que la relación fue negativa y significativa (Paleologou et al., 2019). Esta relación apenas ha sido investigada hasta ahora, pero sigue la línea de otras que encontraron menores niveles de conductas prosociales en personas con trastornos de dependencia a sustancias (Carter et al., 2012) y que situaron las conductas prosociales como predictoras de otros problemas de adicción como, por ejemplo, el consumo de cannabis (Hernández-Serrano et al., 2016) o el de heroína (Miller, 2014). Las conductas prosociales de las personas actuarían como un factor protector frente a los problemas de adicción al aportarles una serie de herramientas que les ayudarían a hacer frente a las situaciones que suponen un riesgo de desarrollar estos problemas de adicción al juego (Xue et al., 2007).
Por último, la Hipótesis 3 era que el apoyo social percibido por los universitarios y su capacidad de resiliencia estarían relacionadas positivamente, de forma que a mayor apoyo social, mayor capacidad de resiliencia y viceversa (Li et al., 2016; Rodríguez-Fernández et al., 2015; Young et al., 2019). En este caso, los resultados obtenidos hacen que se rechace la Hipótesis 3, ya que no se ha encontrado ninguna relación significativa entre ambas variables (Coppari et al., 2018). Estos resultados podrían deberse a las características de la muestra en concreto o, tal y como sugerían Coppari et al. (2018), a la existencia de determinadas características interpersonales que estén implicadas en esta capacidad resiliente. Esta última teoría propuesta se ve apoyada por otras investigaciones que encontraron que el apoyo social no era una de las características que más se relacionaban con la resiliencia, situando en su lugar otras como la autoeficacia o la fortaleza emocional (Martínez-Martí & Ruch, 2017).
El modelo teórico planteado en la Figura 1 reflejaba todas estas relaciones hipotetizadas, y los resultados empíricos muestran un ajuste óptimo. El modelo parece ser válido y es susceptible de ser replicado en futuras investigaciones, tanto la conducta prosocial como la adicción al juego explicadas de una forma estadísticamente significativa por este.
Fomentar valores sociales como las conductas prosociales es importante en todas las etapas de la vida para contribuir al bien de la sociedad y de las personas que la componen. Tal y como plantean otras investigaciones es importante que las personas jóvenes (tanto universitarios como no) desarrollen sus conductas prosociales para ejercer mejor su profesión y resultar beneficiosos para la sociedad (Adamska-Chudzinska, 2015; Seoane et al., 2016). Para poder potenciar este desarrollo, es imprescindible conocer los factores que influyen en estas conductas y abordarlos de igual manera, no centrándose solamente en la conducta prosocial.
Concretamente en el caso de los universitarios, para que las universidades puedan cumplir su misión de contribuir a la educación de las personas para que desarrollen una serie de valores sociales (Gaete, 2015a), es necesario que los programas que implementen fomenten las conductas prosociales de los participantes (Arango et al., 2014; Martí-Noguera et al., 2014). Actualmente los principales programas de las universidades para fomentar los valores sociales son las actividades de voluntariado y ayudas sociales, ambas conductas prosociales (Gaete, 2015b; Martí-Vilar et al., 2018), pero a pesar de esto no se promueven demasiado (Martí-Vilar et al., 2018).
Los resultados obtenidos en esta investigación sugieren que cualquier programa que trate de potenciar las conductas prosociales en universitarios deberían incluir también un trabajo sobre el apoyo social percibido por los universitarios y sobre su capacidad de resiliencia, siendo este último punto muy novedoso en la investigación de la conducta prosocial.
Por otro lado, se plantea la influencia que las conductas prosociales ejercen sobre el desarrollo de problemas de adicción al juego en población universitaria. Esta relación refleja la importancia que tiene potenciar las conductas prosociales no solamente para los objetivos mencionados anteriormente, sino también como factor protector frente al desarrollo de problemas de adicción al juego en jóvenes adultos.
Por último, la contribución más novedosa de la presente investigación es el modelo que se ha contrastado. El hecho de utilizar métodos de análisis tan potentes como son los SEM es de vital importancia para llegar a resultados y conclusiones lo más fiables y robustas posible. Este modelo, en caso de ser replicado en posteriores investigaciones para contrastar su efectividad, sería de utilidad tanto en el ámbito clínico como de la educación superior. Específicamente en el desarrollo de programas que las universidades implementen para tratar de fomentar los valores sociales en sus participantes, centrándose en el desarrollo de las conductas prosociales para adquirir estos valores o programas de prevención e intervención en problemas de adicción al juego, ya que se brinda una base teórica y empírica sobre algunos aspectos que habría que abordar en dichos programas.
La principal limitación con la que cuenta esta investigación es que trabaja con una muestra universitaria sin problemas específicos. El caso particular de personas con problemas de comportamiento en forma de conductas antisociales o personas con problemas de adicción al juego debería ser abordado en futuras investigaciones replicando este modelo en muestras de dichas características. Además, a raíz de los resultados de esta investigación, futuros estudios que analicen los factores protectores frente al desarrollo de problemas de adicción al juego deberían considerar la conducta prosocial como uno de ellos.
En definitiva, además de analizar algunas relaciones de la conducta prosocial poco estudiadas, esta investigación aporta un modelo que, en caso de ser contrastado en futuros estudios, puede llegar a ser de gran utilidad tanto en el ámbito universitario como en el de la salud.