Señor editor:
No es de nuevo conocimiento la situación sanitaria global actual por la pandemia de COVID-19 y el cómo esta, vino a cambiar el modo de vida de toda la población, aún a estas fechas. Como Ballena bien lo resalta en el artículo "Impacto del confinamiento por COVID-19 en la calidad de vida y salud mental", publicado en su revista, el confinamiento fue y es en algunas regiones obligatorio en los adultos mayores por ser el grupo más vulnerable ante esta enfermedad1. En el contexto de la pandemia, el que los familiares o cuidadores tuvieran que alejarse de los adultos mayores aumenta el riesgo de accidentes dentro de casa como caídas, así mismo predispone a un sentimiento de soledad que puede conllevar a la aparición de síndromes geriátricos, entre ellos síndrome de fragilidad.
El aislamiento social es un estado objetivo de tener poco contacto social, mientras que la soledad es un sentimiento subjetivo2, que aunque no siempre van juntos, uno puede ser reflejo del otro. Se estima que el aislamiento aumenta en la población de adultos mayores en un 50% la aparición de demencia, en un 29% la incidencia de enfermedades coronarias y en 32% la de eventos cerebrovasculares2.
La fragilidad es resultado de múltiples factores de entre ellos destacan la pobreza, vivir solo, bajo nivel educativo, la polifarmacia, enfermedades concomitantes, depresión, mal nutrición y baja actividad física3, este último es magnificado por el confinamiento puesto que al no tener compañía y el tener que estar aislado se ve reflejado en sedentarismo1, no solo en jóvenes y niños.
Existen estudios que muestran una coexistencia entre depresión y síndrome de fragilidad en hasta el 53,8% de los pacientes geriátricos4. Entender la fragilidad como un estado de decremento en la reserva fisiológica que conlleva a una vulnerabilidad4, permite entender la relevancia de tomar medidas contra el sentimiento de soledad para evitar desenlaces adversos en la salud de los adultos mayores. El estudio realizado en México por Herrera-Badilla revelan una asociación entre soledad y fragilidad con un OR de 2,7 con un IC95% de 1,08-6,98 y un valor de p de 0,035.
Ballena y sus colaboradores afirman que la salud mental de la población general efectivamente se vio comprometida por el confinamiento debido a la pandemia1, pero es necesario hacer un énfasis importante en los adultos mayores, puesto que son población vulnerable no solo a graves desenlaces por COVID-19, si no a los que indirectamente genera el aislamiento social sobre ellos, los cuales los ponen en riesgo de hospitalización e incluso en complicaciones serias como la muerte3.
Por lo anterior expuesto, la población de adultos mayores debe ser vigilada y atendida en sus necesidades, evitando en lo posible el sentimiento de soledad que puede encaminar a la aparición de fragilidad y con ello llegar a desenlaces desfavorables.
Sería interesante y relevante valorar la asociación entre síndromes geriátricos y el confinamiento por la pandemia de COVID-19. Agradezco su lectura.