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Revista Peruana de Ginecología y Obstetricia

versión On-line ISSN 2304-5132

Rev. peru. ginecol. obstet. vol.63 no.3 Lima jul./set. 2017

 

CARTA AL EDITOR

El ginecólogo, un pastor de cigüeñas

The gynecologist, the shepherd of the storks

 

Miguel Palacios Celi1

1. Médico Ginecólogo-Obstetra, Decano Nacional del Colegio Médico, Perú


Señor Editor.

En 1504, cuando apenas frisaba los 30 años de edad, Miguel Ángel Michelangelo Buonarotti presentaba en sociedad la obra de arte cumbre de todos los tiempos y hoy patrimonio de la humanidad, El David, esculpida en mármol, de 4,1 metros de altura, bellísima por todos los lados, actualmente expuesta en la Galleria dell' Accademia de Florencia.

El artista recibía elogios de reyes, príncipes y entendidos, ¡solo le falta hablar! le decían. Pero, con mucha humildad respondió diciendo que la mejor de sus obras no se compara en nada a una mujer dando a luz, que es una verdadera obra de arte viviente, única y extraordinaria en todos los tiempos. Y así este polifacético artista mostró su respeto y admiración por ese momento cumbre de la vida, lleno de misterios y esoterismo, lleno de miedos y supersticiones, lleno de leyendas y metáforas.

Y efectivamente, el parto es un escultura viviente, esculpida en carne y hueso, aromatizada con adrenalina y oxitócicos, con personajes pletóricos de temple, que se juegan la vida en ese momento tan tenso, tan dramático, tan espectacular: la madre que lucha por su hijo, en medio de la elastina, de contracciones, del sudor, de las lágrimas, del dolor, del líquido amniótico y la sangre.

El hijo que lucha por sobrevivir en medio del estrés, del encajamiento, del descenso milimétrico y la rotación pertinente en el estrecho canal pélvico, y el partero, que ayuda a ambos con su paciencia, con sus hábiles manos, con su mirada puesta en el horizonte del misterio. Y alrededor la familia que le confía todo al que nunca está cansado, el que no tiene sueño, para quien no existen madrugadas, ni lluvias, domingos, ni feriados; siempre está ahí el buen partero, es uno más de la familia y está ahí, en el momento donde la vida se entrecruza con la muerte, el que se alegra tanto como la familia con el nacimiento de un bebé sano, momento que a través de la historia nos ha dejado fábulas, leyendas, mitos y metáforas.

Justamente hay una que data desde hace muchos siglos, hermosa, que se filtró un día cualquiera hace mucho tiempo y que le hurtó a la zoología aquellas aves vigorosas, que volaban alto bordeando las nubes y a grandes distancias, que se escondían en París durante el invierno, pero que surcaban con alegría, llenas de vida, en plena primavera: Ellas eran las cigüeñas y la historia nos puso a los parteros como pastores de estas fabulosas aves de 2 metros de altura, con vigorosas alas, capaces de volar durante 10 mil kilómetros con leves escalas, a 5 mil metros de altitud; vuelos intercontinentales de África a Europa y viceversa, escogidas desde siglos atrás cuando no se sabía que existían óvulos y espermatozoides, cuando no se sabía que las relaciones sexuales podían gestar un hijo y en medio de tantos mitos, magia y ritos, aprovechando que surcaban los aires en primavera, provenientes de París, cuando brotaban las flores, las rosas y la vida, la historia les colgó un hijo en su pico y las echó a volar por Europa, naciendo de ahí la vieja metáfora ¡que un hijo lo traía la cigüeña desde París!

La historia nos fue regalando a los parteros ojos de águila para poder cazar las pequeñeces de esta escultura, para que todo sea perfecto como el David; nos fue regalando a través de los años nuestro corazón de león para ser fuertes en medio de los miedos, de la adrenalina, de los profusos sangrados, desgarros y roturas; finalmente nos regaló nuestras manos de mujer para poder pulir con delicadeza la obra cumbre del arte viviente, recibiendo con ellas un recién nacido cubierto de sangre, amnios y grasa, con sus ojitos fuertemente cerrados, sus manitos haciendo puño, su boca abierta exhalando gritos de miedo, con su cuerpito calientito, tembloroso, a la espera del abrigo y la ternura de la humanidad.

Y así nos conocen, desde la prehistoria como pastores de cigüeñas hasta el Renacimiento, donde el gran Miguel Ángel además nos enaltece como actores del parto. No es exagerado, por lo tanto, decir que los parteros, tenernos el enorme privilegio de estar bendecidos por Dios, que compensa la ingratitud que muchas veces acompaña a nuestra noble y sacrificada especialidad. Saludo desde estas líneas a los parteros jubilados y activos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, a los que ya han guardado la adrenalina en el diván y a quienes aun la usan como loción, en su cotidiano idilio de lucha por salvaguardar y cuidar la salud y la vida de las mujeres, con profesionalismo, con sacrificados estudios y con denodados esfuerzos.

Conflictos de interés: Ninguno con la presente carta

Citar como: Miguel Palacios Celi.El ginecólogo, un pastor de cigüeñas. Carta al Editor. Rev Peru Ginecol Obstet. 2017;63(3):473-474

 

Recibido: 10 julio 2017.

Aceptado: 17 julio 2017.

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