Sr. Editor
Las enfermedades crónicas han ocupado un lugar protagónico en las estadísticas de morbimortalidad mundial, dado el incremento de la esperanza de vida a consecuencia del acceso a nuevas tecnologías terapéuticas y fármacos de avanzada. De hecho, enfermedades cardio metabólicas como la diabetes, la hipertensión arterial, la dislipidemia, la obesidad, entre otras; constituyen claros ejemplos tanto de esta realidad.
En este sentido, he leído con atención el estudio publicado por Torres-Rodriguez et al.1en el cual se evalúa el impacto de un programa de estilo de vida sobre el riesgo cardiovascular de los pacientes enrolados; sin embargo, es importante señalar que, el tamaño muestral incluido (n=9) resulta pequeño para poder llegar a generalizaciones en tan poco tiempo, sobre todo en una variable de impacto que se calcula a largo plazo (10 años) en el desenlace de eventos “duros” como los son los eventos cardiovasculares (infarto de miocardio o accidente cerebro vascular fatal y no fatal), y especialmente teniendo un punto de partida “complaciente” en el cual el 77,8% de los pacientes ya venía con un riesgo cardiovascular bajo.
El no tener un grupo control, siendo ellos mismos su propio control, y no contar con una evaluación estadística de los cambios observados en las variables estudiadas, es una limitante importante para poder realmente atribuir al programa en mención los resultados obtenidos. En dicho estudio, llama la atención que pacientes con hipertensión arterial estadio en 3 y 2, por ejemplo, al parecer pasaron a estadios inferiores sin mencionar si recibieron tratamiento farmacológico, que era lo obligado en este grado de hipertensión arterial dada la magnitud de la misma. Así pues, si no lo recibieron, fue una omisión lamentable; y si lo recibieron, entonces el control farmacológico no fue el adecuado y no podríamos atribuir el descenso de la presión arterial solamente al programa de estilo de vida.
Otro aspecto que llama mucho la atención, es la disminución de la masa muscular, la cual constituye un desenlace “indeseado” que podría llevar a lo que llamamos obesidad sarcopénica, con las funestas consecuencias en el riesgo cardiovascular que tienen la pérdida de masa muscular. Por otro lado, constituye una limitación importante el hecho que no se realizará una medición de la glucosa basal, una variable de alto impacto en el riesgo cardiovascular ya que, siendo obesos, era menester descartar diabetes en este grupo a fin de estratificarlo mejor.
El presente autor se ha permitido hacer un ejercicio para evaluar el riesgo cardiovascular en el largo plazo con los cambios logrados por el programa del estudio citado para ver el impacto en más de 10 años de dicha intervención sobre la mortalidad cardiovascular, utilizando el QRISK Lifetime Cardiovascular Risk Calculator2y empleando los valores promedio de todo el grupo (n=9) conseguidos luego de 6 meses de intervención reportados en las tablas presentadas. Entonces, un paciente de 51 años de edad promedio (reportado en el estudio), no fumador (ya que ninguno del grupo era fumador), con una relación colesterol total/HDL de 5,27 y 4,98, antes y después de la intervención (se ha considerado el promedio de colesterol total reportado por el estudio y un valor promedio de 40 mg/dL de HDL antes y después de la intervención, ya que éste último parámetro no fue evaluado), con una presión sistólica de 132 y 124 mmHg (valores medios reportados por el estudio antes y después de la intervención, respectivamente) y un peso de 109 y 106 kg (valores medios reportados por el estudio antes y después de la intervención, respectivamente) tendría las siguientes curvas de proyección del riesgo cardiovascular:
Nótese que las curvas del riesgo cardiovascular recién se empiezan a separar por encima de los 60 años lo que nos habla de la necesidad de sostenibilidad de las intervenciones en el largo plazo para realmente tener un impacto importante. Finalmente, que duda cabe que los cambios en el estilo de vida son un pilar fundamental para la prevención de muchas enfermedades crónicas y que la estratificación de riesgo cardiovascular permite la perfilación de cada paciente hacia la práctica de una medicina individualizada con enfoque preventivo.