Introducción
Las regiones montañosas de todo el mundo se enfrentan a desafíos relacionados con el cambio ambiental, la globalización social, económica y cultural. Los efectos de estos cambios, que pueden considerarse parte de la era del Antropoceno (véase Branca, 2020), son especial- mente visibles en los Andes centrales (Borsdorf y Stadel, 2015). En una región caracterizada históricamente por la agricultura de subsistencia y el pastoreo de altura, impactos como el de la urbanización física y demográ- fica, la liberalización económica y, no menos importante, el calentamiento del planeta, desafían a gran parte de la población andina a mitigar estas nuevas condiciones y a adaptarse a ellas (Orlove, 2009; Stadel, 2008; pa- ra ejemplos véase Burman, 2017; Cometti, 2020; Díaz Aguilar et al., 2017; Drenkhan, 2017; Estrada Zúñiga et al., 2018; Hoffmann y Requena, 2012; para una mirada general sobre los Andes, véase Borsdorf y Stadel, 2015; Seligmann y Fine-Dare, 2019). La llamada «tercera mi- sión»de la investigación exige contribuciones científicas que aporten a la resolución de problemas del mundo real y a rectificar los objetivos de desarrollo sustentable de las Naciones Unidas. En el caso de las regiones montañosas, como son las de los Andes centrales, la perspectiva transdisciplinaria de la montología, que tiene por objeto el desarrollo sustentable de las regiones de montaña, tiene mucho que ofrecer.
El presente artículo se propone resumir, de manera breve y concisa, el desarrollo de la perspectiva montoló- gica, además de presentar los conceptos fundamentales que hacen de la montología, o de los estudios transdis- ciplinarios sobre las montañas, una perspectiva prome- tedora para las instituciones de investigación ubicadas en los Andes centrales. Por último, a través del ejemplo de la urbanización y sus repercusiones en la agricultura andina, se pretende mostrar cómo la adopción de una perspectiva montológica puede contribuir al análisis de los problemas humano-ambientales en la región andina y al desarrollo sustentable de la misma.
Materiales y métodos
Las revisiones científicas se realizan cada vez más siguiendo enfoques «sistemáticos» como los Preferred Reporting Items for Systematic Reviews and Meta- Analyses (PRISMA). Con ello, tanto los autores como las revistas esperan aumentar la validez, la exhaustividad y la posibilidad de repetición, evitando una selección arbitraria de fuentes. Por lo tanto, siguen un modo de pensamiento positivista. Las bases de datos de citas que cubren artículos «de alta calidad» revisados por pares, como la Web of Science o SCOPUS, representan la fuente de datos preferida. Se consideran dignas de confianza, son fáciles de buscar y proporcionan al erudito estadísticas de fácil lectura sobre las citas, las palabras clave o las instituciones de los autores. Sin embargo, en una serie de campos académicos, este enfoque es contraproducente, ya que la mayoría de las fuentes de las bases de datos de citas están en inglés; se descuidan ampliamente importantes e interesantes investigaciones en otros idiomas del mundo, como el español o el mandarín. Además, la búsqueda de términos específicos en el título, las palabras clave o los resúmenes conduce a una simplificación innecesaria del objeto de estudio y, por lo tanto, a la exclusión de las obras académicas pertinentes, que solo pueden identificarse leyendo el texto completo. Por último, las monografías y los capítulos de los volúmenes editados raras veces se incluyen en las bases de datos de citas.
Los estudios de montaña, con su gran proporción de investigaciones publicadas en idiomas regionales, no pueden revisarse suficientemente utilizando esos enfoques «sistemáticos». Por ejemplo, solo se indiza una pequeña parte de las revistas pertinentes en español, y todavía se publica mucha investigación en monografías o como capítulos de volúmenes editados. Lo mismo ocurre con las investigaciones publicadas en otros idiomas como el francés, el alemán, el ruso o el italiano. Por lo tanto, aplicamos un enfoque de muestreo intencional que combina el uso del Google Scholar y la experiencia personal con una técnica de bola de nieve. La ventaja del Google Scholar es su cobertura, que comprende revistas, libros, e incluso literatura gris como informes de proyectos en todo el espectro de idiomas, además de la posibilidad de realizar búsquedas de textos completos. No limitamos nuestra búsqueda a unos pocos términos específicos, sino que intentamos responder a la pregunta de si una fuente contiene información relevante para el desarrollo de la perspectiva montológica. De esta forma procuramos construir un corpus que tuviese en cuenta la heterogeneidad lingüística de los estudios relativos a las investigaciones de montaña y la montología.
Resultados
La noción de montaña y la visión humboldtiana
Para sus habitantes, las montañas han sido durante mucho tiempo lugares que desencadenaron diferentes tipos de emociones (Bernbaum y Price, 2013). Las montañas han sido temidas, como originadoras de avalanchas, así como adoradas por el agua que baja de los picos nevados para dar vida a la agricultura de los valles durante las estaciones secas. Incluso hoy en día, los habitantes de los Andes tienen una relación estrecha, también de parentesco, con sus montañas o apus (por ejemplo, Bastien, 1985; Fernández Juárez y Albó, 2008; Gil García y Fernández Juárez, 2008; Gil García, 2012; Sánchez Garrafa, 2014; de la Cadena, 2015; Salas Carreño, 2017; figura 2); e incluso en algunas partes de los Alpes europeos, las santas misas y las festividades espirituales de origen precristiano, como la celebración del solsticio de verano, tienen lugar en los picos de las montañas (Haller et al., 2020). Además de las relaciones espirituales con las montañas, estos atributos geomorfológicos también se escalan con alegría, por ejemplo, para disfrutar de la vista, como hizo Petrarca en el Renacimiento, cuando subió al Mont Ventoux. El romanticismo, hasta cierto punto, continuó estas actitudes hacia las montañas desarrolladas desde el Renacimiento, e hizo de las montañas un objeto de investigación que comprendía no sólo una dimensión científica objetiva sino también una dimensión emocional subjetiva (Tuan, 2013). Uno de los mejores ejemplos de esta tradición es la investigación de Alexander von Humboldt sobre los Andes tropicales (figura 1), representada por una pintura de las zonas verticales del Chimborazo en Ecuador. En lugar de entender las montañas desde una perspectiva mecanicista, como si fueran seres parecidos a una máquina, ensamblados por partes individuales, Humboldt conceptualizó las montañas como una red de vida, donde todas las cosas dependían unas de otras, siendo más que la suma de todas las partes individuales.
Hoy en día las montañas incluso se venden, sea como propiedades o como espacios que pueden ser vividos, como es el caso de los destinos turísticos de montaña. Perlik (2019) lo define como mercantilización de los paisajes de montaña, una tendencia que también debe ser vista en el contexto de la historia política de las montañas (Debarbieux y Rudaz, 2015). Incluso la cuestión de qué es exactamente una montaña, y cómo puede diferenciarse de las tierras bajas o de las colinas, es a menudo una cuestión política. Actualmente, la definición de «montaña» generalmente aceptada es la del Programa Ambiental de las Naciones Unidas (Kapos et al., 2000), que establece una altitud mínima de 300 m sobre el nivel del mar. En zonas entre 300 m y 2500 m de altitud se necesita además un rango de elevación local de al menos 300 m o una cierta inclinación de la pendiente (5° hasta una altitud de 1500 m o 2° por encima) dentro de un radio de 7 km.
La reintegración montológica
Fue el geógrafo Carl Troll quien acuñó el término Lands- chaftsökologie, traduciéndolo al inglés como «geoeco- logy», y aplicó el concepto al estudio de las montañas (Troll 1939, 1971; véase también Sarmiento, 2000a y Slaymaker, 2007). La high-altitude geoecology se ins- titucionalizó mediante la creación de una comisión de la Unión Geográfica Internacional en 1968 y sentó las bases para el desarrollo de la «montología». Este término nació en un contexto caracterizado por la cada vez mayor toma de conciencia del impacto que el ser humano tenía - y sigue teniendo - sobre el planeta. Según manifestó Neustadtl (1977, p. 64; todas las traducciones son de los autores, salvo que se indique lo contrario), las montañas «[h]an sido escaladas, cultivadas, adoradas, fotografiadas y minadas. Últimamente hemos descubierto que han sido explotadas y sobreutilizadas. Lejos de ser eternas, las montañas con su aire escaso y suelo delgado son delicadas, y su perturbación puede tener efectos de gran alcance».
En su revisión de la historia del concepto, Robert E. Rhoades (2007) afirma que el término montología ha sido empleado informalmente desde hace varias décadas. Se- gún su reconstrucción, y a través de conversaciones con Jack Ives, el estudioso sostiene que «montología» fue introducido informalmente por Frank Davidson en 1974, en ocasión de la conferencia Development of Mountain Environment celebrada en Múnich (Ives, 1981), de la cual surgieron luego la revista Mountain Research and Deve- lopment y el International Center for Integrated Moun- tain Development (ICIMOD) (Rhoades, 2007). En las décadas siguientes, «montología» (que entonces también se denominaba mountainology, es decir «montañología», y que luego fue modificada después de conversaciones entre Ives y Davidson) aparecerá en diversas publica- ciones (Neustadtl, 1977; Ives et al., 1989; Ives, 1994; Rhoades, 1992) aunque más que como tema central, en tanto propuesta teórico-política orientada hacia la nece- sidad de integrar las dispersas perspectivas disciplinarias alrededor de un eje agregador que pusiese en el centro del debate temas como el de la sustentabilidad de las zonas de montaña (Rhoades, 2007; para un resumen en español véase Sunyer, 2020).
En los decenios de 1970 y 1980 se celebraron varias conferencias sobre la adaptación cultural a las mon- tañas y su desarrollo. En éstas se destacó sobre todo el enfoque comparativo de los estudios sobre las mon- tañas (Lichtenberger, 1984; Troll, 1988), utilizando a menudo perfiles verticales que ilustran las diferentes zonas altitudinales, su ecología y el impacto humano sobre ellas (Uhlig, 1984). Esos perfiles, que reflejan el paradigma humboldtiano de «verticalidad», y la idea de la «complementariedad ecológica» sensuMurra (1975), también deberían tener una importancia fundamental para el enfoque montológico que se hizo más prominente en el decenio de 1990 (véase Forman, 1988). Con el sur- gimiento de la idea de desarrollo sustentable a principios de los años noventa (Mensah, 2019), investigadores de montaña como Jack D. Ives, Bruno Messerli o Robert Rhoades han abogado cada vez más para que se siga desarrollando la montología como forma transdis- ciplinaria de investigación humano-ambiental sobre el desarrollo sustentable de las regiones de montaña (Ives et al., 1997).
De hecho, a finales de los años 90 se dio un impulso todavía mayor a la propuesta de la montología, en parti- cular a través del trabajo conjunto de diversos científicos para su inclusión en el Oxford English Dictionary (OED), inclusión que finalmente tendrá lugar en el 2002. El OED reconoce la montología como el «estudio de las montañas», en tanto que su etimología deriva del subs- tantivo latín «mons, montis» (montaña) y del término griego «λόγoς» (lógos, discurso). Montología, por tanto, se ha construido tomando como ejemplo palabras como antropología, biología o ecología.
Sin embargo, en el Mountain Forum (1997) tuvieron lugar varias discusiones críticas sobre la noción de montología, y por tres razones principales (Rhoades, 2007, pp. 175-180): (1) sería una jerga inútil que, ade- más, mezcla de forma incorrecta y burda latín y griego -interesantemente, la temprana crítica de Carl Rathjens (1981) iba justamente en esta dirección-; (2) existen ya términos apropiados, como «estudios de montaña», así que su introducción y empleo llevaría solamente confusión; (3) es una producción académica sin apego ni uso entre las poblaciones de montaña. Por nuestra parte, coincidimos con las réplicas que Rhoades mueve a estas críticas. En primer lugar, añadir un solo término al pano- rama científico no significa traer más confusión ya que, en palabras del autor, «el nuevo término podría ayudar a reducir la jerga al promover una síntesis de diferencias disciplinarias, incluida la terminología», ya que aplicar la «perspectiva montológica significa que un científico o practicante aplicado, un equipo o un programa, abordan el tema de la montaña en términos transdisciplinarios, no a través de la lente de una sola disciplina o una serie de disciplinas alineadas una al lado de la otra» (Rhoades, 2007, p. 178). En segundo lugar, si bien es cierto que hay términos ya establecidos para definir diferentes campos disciplinarios (por ejemplo orología, ecología, geografía de montaña etc.), estos no consiguen transmitir exacta- mente el sentido de la perspectiva montológica, es decir, la transdisciplinariedad. A este respecto, como mantienen Ives, Messerli y Rhoades, «[l]a montología, por su propia naturaleza, será parte ciencia, parte humanidades, parte ciencia social, parte ciencia natural, parte ciencia política y parte ciencia popular. Será interdisciplinaria, intercontinental, intersectorial» (Ives et al., 1997, p. 464). En tercer lugar, Rhoades concuerda con que la montología no tiene que ser simplemente una etiqueta académica y que su supervivencia dependerá sobre todo de su capacidad de agregar las instancias de los actores sociales, de la investigación de base y de la aplicada dentro de cuadros teóricos y prácticos orientados hacia el desarrollo sustentable de las comunidades de montaña (para un resumen en inglés véase Veteto, 2009).
En los últimos años, el término montología va cono- ciendo un uso cada vez mayor. Por ejemplo, baste con pensar que, como registró Rhoades en 2007, una búsque- da en Google daba como resultado tan solo 386 entradas, en comparación con las 9,500,000 de «oceanografía». En 2020, aunque sin llegar a los números de la ocea- nografía, pueden registrarse alrededor de 8,500 entradas, considerando el inglés, el castellano y el ruso. Es impor- tante subrayar, además, que la perspectiva montológica ha conseguido liberarse de una visión exclusivamente euronorteamericana y lingüísticamente anglocentrada, como demuestran importantes contribuciones en chino mandarín (Ding y Zeng, 1986; Ding y Zeng, 1996; Qing- hai, 2000), japonés (Watanabe y Yoshino, 2004) y ruso (Badenkov, 2002; Seliverstov, 2002a; Seliverstov, 2002b; Sevastyanov, 2006). En Rusia, además, existen cursos universitarios dedicados a la montología (Onishchenko y Dega, 2019). Recientemente, muchos esfuerzos a la difu- sión de esta perspectiva están siendo llevados a cabo por Fausto Sarmiento y sus colegas (por ejemplo, Sarmiento et al. 2017; Sarmiento et al., 2019) a quienes, además, se debe la traducción del término en castellano (Sarmiento, 2000b).
Discusión
La montología como perspectiva científica
Las contribuciones de Sarmiento son decisivas en la difusión de la montología como perspectiva a la vez científica y políticamente comprometida. En relación con esto, es crucial su propuesta de los paradigmas montológicos (Sarmiento, 2000a). El primero, la verticalidad, es quizás la característica más evidente de las montañas y trae consigo una serie de especificidades que tienen que ver con cambios en la presión atmosférica, en el nivel de precipitaciones y el desarrollo de la vegetación. A estas características físicas, la perspectiva montológica añade la necesidad de estudiar la adaptación socio-cultural de los habitantes de las montañas al territorio (figura 3), adaptación que, en los Andes centrales, ha sido estudiada desde diferentes campos disciplinarios por autores como Carl Troll (1968) o John Murra (1975). Este último autor considera que lo que ha definido como el «control vertical de un máximo de pisos ecológicos» es un patrón muy antiguo común a toda la zona andina. Lo que Murra define también como «archipiélagos verticales» era un tipo de forma de manejo de los terrenos compartida, en época prehispánica, por grupos étnica y geográficamente muy distantes entre sí, además de por etnias con organizaciones políticas y económicas muy distintas. Aunque por supuesto con diferencias marcadas debidas a los diferentes contextos socio-económicos e históricos, este tipo de explotación vertical de diferentes pisos ecológicos es una práctica todavía vigente, que ha sido analizada, por ejemplo, en relación con diferentes patrones migratorios (Hirsch, 2017) o con la explotación de diferentes pisos ecológicos en relación con la ganadería de altura (Flores Ochoa, 1977; Quispe y Blanco, 2017) e, incluso, de leña (Ansión, 1986, p. 71). En el caso de los Andes peruanos, Pulgar Vidal desarrolló un conocido modelo altitudinal de regiones naturales (Pulgar Vidal, 1996). Aunque este modelo tiene sus límites -una característica poco sorprendente de cualquier generalización- su valor heurístico ha sido confirmado en un artículo reciente de Zimmerer y Bell (2013).
En línea con la perspectiva montológica, es decir, la de impulsar hacia una comprensión de las montañas como fenómenos que incluyen los mundos físicos y sociales como conectados y no como si fueran bloques separados e incomunicantes, la propuesta de Sarmiento (2000a) aboga hacia un análisis de los factores socio-históricos y político-económicos de las zonas montañosas. En este sentido, con el paradigma de la marginalidad el estudioso define la construcción histórica moderna de un imaginario que ha ido relegando las sociedades de montaña a espacios políticamente periféricos con respecto a las sociedades hegemónicas (Orlove, 1993; Mesclier, 2001; Méndez, 2011; Branca, 2019a). Por otro lado, este paradigma tiene su contraparte en el de la centralidad, a saber, el rol preponderante que las montañas ocupan en las vivencias de las sociedades que en ellas habitan. Considerar las montañas desde un punto de vista meramente económico responde a una perspectiva naturalista (Descola, 2012) que considera naturaleza y cultura como universos separados e incomunicantes (Gade, 1999). Pero, como demuestran un número cada vez más importante de etnografías, para muchas sociedades de montaña, los productos materiales de su propia subsistencia se deben a la compleja interrelación con los no-humanos y los «espíritus» que forman parte de esas mismas montañas (por ejemplo, de la Cadena, 2015; Rivera Andía, 2015). La montología, por tanto, incluye las perspectivas ontológicas de los pueblos de montaña en un análisis que contemple tanto los aspectos materiales como los espirituales. Además, es central comprender las instancias étnico-identitarias de pueblos que no se conforman con ser asimilados a las sociedades nacionales hegemónicas y que luchan por su propia autodeterminación y para que sean reconocidas sus formas de habitar el mundo.
Las montañas, en la perspectiva de Sarmiento, son también lugares donde las fuerzas telúricas y «naturales» - que, en realidad, son a menudo causadas por la presión humana, como en el caso de la deforestación- se revelan en toda su potencia. El autor hace hincapié, además, en la necesidad de seguir yendo más allá del antiguo paradigma según el cual las montañas son confines naturales y objetivos ya que, más bien, siempre han representado para sus poblaciones lugares de contacto e intercambio. Recientemente, este rol de las montañas está siendo reconocido por parques y reservas de biósfera binacionales, en distintos contextos del planeta. Una de las últimas dicotomías que quedan por disolver es, quizás, el imaginario de las montañas rurales como antítesis de las ciudades. Tal dicotomía tiene mucho que ver con la noción de los espacios como «contenedores», mutuamente exclusivos y exhaustivos. La idea de las montañas rurales como antítesis de las ciudades urbanas no solo existe hoy en día, sino que parece incluso impedir a un número importante de estudiosos investigar los procesos de urbanización desde una perspectiva montológica. Especialmente en los Andes tropicales, donde se encuentran muchas ciudades intermedias y algunas grandes, esta sería una tarea útil que ayudaría a fortalecer las muy necesarias relaciones entre el campo y la ciudad, incluyendo a la población «rural» en los procesos de gobernanza «urbana» y regional, y fomentando así el desarrollo sustentable.
El desafío de la urbanización andina
Si bien con notables excepciones (por ejemplo, Kingman, 1992; Stadel, 2000; Klaufus, 2009; Haller, 2014, Branca, 2019b), por lo general la urbanización andina -como ejemplo de la urbanización de montaña (Borsdorf y Haller, 2020; Gardner et al., 2013)- se concibe en su mayor parte como una urbanización «latinoameri- cana», prestando apenas atención a las especificidades humano-ambientales de la ubicación de los procesos de urbanización en la cordillera de los Andes. Esto sería especialmente importante, ya que en el curso de la «urbanización planetaria» (Brenner y Schmidt, 2012) los antiguos hinterland de las ciudades se convierten en partes integrantes de «lo urbano», funcionando co- mo paisajes operativos de las ciudades. Los centros de minería y turismo son los principales ejemplos de este desarrollo reciente, lo que demuestra que la urbanización andina llega desde los pisos ecológicos de los valles y las cuencas hasta los picos más altos, requiriendo una mirada montológica a este desafío humano-ambiental.
En muchas regiones montañosas del Norte Global, varias ciudades ya están creando una imagen de «ciudad de montaña» utilizando (1) el paisaje cultural propio de la región, que a menudo está protegido por los gobiernos nacionales o regionales; (2) los edificios históricos y la arquitectura moderna de puntos de referencia; (3) los teleféricos y funiculares, incluidos los modernos edificios de las estaciones; y (4) la organización de eventos. La recepción de esos modelos en el Sur Global, por ejemplo, en La Paz, Medellín, Quito o Cusco, parece ser sólo una cuestión de tiempo. Tal integración de ciudades y montañas tiene, sin duda, impactos en los alrededores de todas las zonas de altitud.
Un ejemplo de ello son los conflictos entre habitan- tes urbanos y agricultores periurbanos sobre el uso y la protección del medioambiente. Los diferentes pisos ecológicos de los Andes proporcionan recursos indispen- sables para la vida humana, como el agua (Borsdorf y Stadel 2015; véase también Córdova-Aguilar, 2009), y las zonas protegidas son un instrumento para que las ciudades andinas salvaguarden esos recursos en épo- cas de calentamiento global, a menudo a expensas de los pequeños agricultores y ganaderos locales. En los Andes del Perú, por ejemplo, la urbanización física, demográfica y cultural en la región natural quechua está aumentando la presión sobre el uso de las tierras agrarias periurbanas e impulsando la degradación ambiental en las zonas de mayor altitud del hinterland, como por ejemplo en las regiones naturales de la suni, la puna y la janca (Haller, 2017) lo que a su vez requiere políticas de protección para salvaguardar las estructuras y funciones del ecosistema que presta servicio. Sin embargo, los beneficios de la conservación deben llegar tanto a las poblaciones urbanas como a los campesinos periurba- nos y rurales. Si los habitantes de las ciudades exigen servicios ecosistémicos como la regulación del agua, entonces deben apoyar a los campesinos a cambio de las numerosas restricciones vinculadas a la conservación. Desde un punto de vista económico liberal, el pago de los servicios ecosistémicos podría ser una consecuencia lógica. Sin embargo, un sistema de este tipo requeriría una clara condición jurídica, que actualmente apenas existe, para la tenencia de la tierra de los pequeños propietarios (como individuos y/o comunidades) y los derechos de uso de la tierra, del agua y de las semillas. Además, todo acuerdo formal debería tener en cuenta también los saberes y las reglamentaciones tradicionales del uso de los recursos (Alanoca y Apaza, 2018; Haller y Córdova-Aguilar, 2018) considerados como servicios ecosistémicos culturales inconmensurables (Sarmiento, 2016; González y Sarmiento, 2018).
En nuestra imaginación, las ciudades siguen separa- das de las montañas, como si una muralla delimitara lo urbano y lo rural. Muchos siguen pensando que los estu- dios sobre la agricultura de montaña o el medioambiente son cuestiones no urbanas, descuidando las interacciones entre el campo y la ciudad y los procesos de urbaniza- ción que van mucho más allá de lo que comúnmente llamamos una ciudad. Los investigadores que buscan una interpretación y aplicación estrictas de la perspectiva montológica no deberían cometer el mismo error.
Conclusiones
Impulsar hacia una perspectiva montológica puede abrir el camino para una comprensión científica y un manejo sustentable de las montañas andinas que:
Los tiempos están maduros para lograr ir más allá de la fractura estática entre naturaleza y cultura, que es uno de los objetivos primarios de la perspectiva montológica.