INTRODUCCIÓN
Una de las tareas centrales en el quehacer del psicólogo clínico radica en la capacidad y precisión diagnóstica. La relevancia de dicha tarea es equiparable a la que se tiene en cualquier otra ciencia: no es posible modificar o manipular algo que previamente no haya sido conocido con la mayor exactitud posible. Sin embargo, en la psicología, esta tarea es especialmente compleja debido a la falta de marcadores exactos y pruebas concretas que puedan dar información acerca del comportamiento de las personas, lo cual nos diferencia de otras ciencias de la salud. Mientras una radiografía puede dar una imagen con información directa acerca del estado de nuestros huesos y alguna posible lesión para que un traumatólogo pueda intervenir, no es conocida una prueba objetiva que pueda dar fe respecto al estado de nuestra arquitectura psíquica para poder intervenir.
Pese a ello, los métodos clínicos desarrollados en salud mental buscan la integración de aspectos sintomatológicos e históricos en la narrativa de los pacientes para la comprensión de las disfunciones en el comportamiento, y son mayormente aceptados por la comunidad clínica (Duero, 2013). Al mismo tiempo, existen algunos sistemas de clasificación de los problemas de salud mental que, se supone, vienen a poder dar mayor claridad y brindar una forma de testeo de la existencia de un trastorno mental. Los más conocidos y usados en la actualidad son la Clasificación Internacional de las Enfermedades y Trastornos relacionados con la Salud Mental (CIE-10) (WHO, 1992) y Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5)( (APA, 2014).
Estos sistemas clasificatorios han ido recibiendo y acumulando una variedad de críticas (Artigas-Pallarés & Paula-Pérez, 2015; García, 2018) las cuales, a fin de cuentas, ponen en tela de juicio su utilidad clínica. Las categorías diagnósticas no ofrecen una definición funcional acerca del comportamiento de las personas, es decir no da lugar a la comprensión dinámica de la etiología de un problema de salud mental, lo cual en el peor de los casos podría incrementar la estigmatización pues se equipara el cumplimiento de los criterios con la identificación del consultante con el nombre del diagnóstico, perdiendo así la individualidad y convirtiéndose en un enfermo y no un persona con un trastorno (Muñoz & Uriarte, 2006).
En vista de esta necesidad de tener una mejor vía para explicar los procesos subyacentes que desembocan en una variedad de problemas clínicos, ha surgido la idea del modelo transdiagnóstico como una alternativa en el campo de la psicología clínica (Sandín, 2012). Y aunque aún hay una amplitud de términos usados como categorías transdiagnósticas, hemos abogado por desarrollar la de regulación emocional, en vista de ser una de aquellas que se ha desarrollado de forma fructífera (Fernández-Alvarez et al., 2017) y al mismo tiempo conecta el estudio de la psicopatología con la intervención clínica.
De esta forma el artículo hará una revisión narrativa a través del modelo transdiagnóstico como una alternativa en la evaluación y diagnóstico en psicología clínica, poniendo especial interés en la regulación emocional, su definición y sus alcances explicativos de algunos problemas de salud mental relevantes en la clínica.
Diagnóstico y transdiagnóstico en psicopatología
Como lo mencionamos, la propuesta transdiagnóstica funciona como una respuesta en la clínica a las dificultades encontradas en su teorización y praxis. A saber, podríamos considerar tres aspectos que justificarían su aparición. El primero es la insatisfacción relacionada a la clasificación de los modelos tradicionales (CIE-10 y DSM-5) para el diagnóstico psiquiátrico porque si bien está basado en síntomas, no hay instrumentos que permitan un diagnóstico exacto. La taxonomía de esta categorización tiene un lenguaje descriptivo, lo que hace fallar en validez porque no hay una identificación clara del diagnóstico, no hay validez del constructo, porque no explica qué son estos fenómenos y no se puede predecir el desarrollo clínico o pronóstico exacto del tratamiento, el cual está relacionado a la validez predictiva. Cabe recalcar que el uso del diagnóstico psiquiátrico incrementa el estigma y las consecuencias sociales (Huggett et al., 2018; Casados, 2017). El segundo elemento es la comorbilidad, presencia de uno o más trastornos a parte del trastorno primario, la cual se encuentra con regularidad en las clasificaciones diagnósticas y pone en duda su aparición por azar o si existe algún patrón que explica la relación entre estos trastornos. La presencia de procesos comunes en diversos problemas de salud mental permite explicar la comorbilidad y el solapamiento de síntomas. El tercer elemento es el riesgo de “medicalizar”, pues al ser los conceptos difusos, hay una mayor probabilidad de que la persona coincida con alguno(s). La proliferación de los diagnósticos en las últimas décadas, la falta de validez generan un ingreso de la psicopatología a la normalidad, en general a problemas de la vida (González et.al, 2018.
Otro de los puntos relacionados para seguir con una delimitación acerca de la conceptualización del término transdiagnóstico conduce hacia la ya clásica polémica acerca de las clasificaciones categorial y dimensional en psicología. La primera se orienta a la descripción y diferenciación de enfermedades mentales, mientras que la segunda, trata de un sistema dimensional que toma en cuenta jerarquías con dimensiones generales a factores específicos. El enfoque transdiagnóstico propone entender a los trastornos desde procesos causales básicos comunes, pues comparten una participación etiológica; es decir, que toma importancia lo común y genérico entre diversos trastornos o grupos de estos. Entonces, aunque se origina desde la perspectiva dimensional, consiste en integrar los dos enfoques en lugar de eliminar a la clasificación categorial, pues se describe y explica a los trastornos desde dimensiones técnicamente genéricas (Sandín, Chorot & Valiente, 2012; (Rodríguez, 2018).
Al seguir esta perspectiva de base dimensional y funcional, debemos igualmente considerar dos criterios para el uso del transdiagnóstico: considerar primero los constructos que son descriptivamente transdiagnósticos, referidos a aquellos que están presentes en múltiples desórdenes sin importar cómo o porqué. Un ejemplo es la baja autoestima, que puede encontrarse en una variedad de desórdenes como los trastornos depresivos o el trastorno de ansiedad generalizada por referir algunos, y al mismo tiempo no hay una teoría unificada que explique cómo la baja autoestima contribuye al desarrollo y mantenimiento de estos trastornos. Del otro lado están los constructos mecánicamente transdiagnósticos, que dan información sin importar la clase de desórdenes, es decir, tienen representación común o vulnerabilidades nucleares que ponen al individuo en riesgo de desarrollar más de un diagnóstico en salud mental. Se toma este criterio porque hay similares procesos subyacentes que impulsan a los síntomas de diferentes trastornos. Por ejemplo, la rumiación contribuye al desarrollo y mantenimiento en el rango de desórdenes emocionales. (Sauer-Zavala, Gutner, Farchione, Boettcher, Bullis & Barlow, 2017). Evidentemente, la regulación emocional es también una categoría mecánicamente transdiagnóstica.
Por otro lado, el modelo de transdiagnóstico ha consolidado programas y protocolos de tratamiento. Uno de ellos es el Protocolo unificado para el abordaje transdiagnóstico de trastornos emocionales centrados en dicha explicación psicopatológica y clínica que está bajo la perspectiva cognitivo conductual (Barlow et.al. 2015). Asimismo, la aplicación de dicho protocolo en pacientes con trastornos emocionales resultó ser favorable al disminuir la sintomatología y el déficit de regulación emocional, aumento de efectividad positiva y de fortaleza personal (Grill et.al. 2017). Además, ese enfoque es aplicable a diversas personas, presenta eficacia, un bajo costo y tiene una buena efectividad al optimizar los recursos médicos en centros de atención primaria (González-Blanch et.al, 2018; Gratz y Roemer, 2004 Grill et.al. 2017).
Desde la perspectiva transdiagnóstica, entonces, es fundamental la evaluación de las variables psicológicas de los trastornos y cómo funcionan sus relaciones, en lugar de determinar cuál es el trastorno principal como se haría desde la perspectiva de diagnóstico nosológico. Entonces, el análisis funcional de la conducta del consultante cobra una importancia capital pues la etiqueta diagnóstica no alcanza a explicar el problema de cada persona, pudiendo diferir en variables explicativas que se evidencian en topografías diferentes. Por ejemplo, si dos personas tienen fobia social, lo que lo ocasionó y su expresión puede ser diferente, además que su percepción de individual ante el trastorno (Estévez, Ramos & Salguero, 2015). Por tanto, esta propuesta incide inevitablemente en comprender cómo toda conducta de la persona adquiere una función y cómo la respuesta a cada estímulo dado adquiere sentido en función a la acción reguladora que tenga para el comportamiento. De esta forma, si hablásemos de regulación emocional, tendríamos que pasar a estudiar en primer lugar la naturaleza de la emoción y luego cómo nuestras formas de responder a la misma pueden conducir hacia el éxito adaptativo o hacia versiones problemáticas del comportamiento, conocidas como psicopatologías.
Emociones y regulación emocional
Las emociones presentan un rol importante en la experiencia de las personas (Olivera-La Rosa, Arango y Martí, 2016), al tener una parte biológica compartida y otra subjetiva influenciada por las particularidades de la historia de vida del individuo y las normas sociales (Nussbaum como se citó en Gil, 2016: Rodríguez y Zaragoza, 2010).
La emoción presenta una respuesta psicofisiológica corta al tener una duración de aproximadamente 10 segundos y menos de 10 minutos, y flexible ante una circunstancia importante para el individuo (Reyes y Tena, 2016). Del mismo modo, incorpora componentes conductuales, experienciales y fisiológicos. Estas ayudan a la persona a poder lidiar con un suceso propio significativo (APA, 2010). Además, presentan un sistema de alarma ante eventos peligrosos que debemos evitar y cosas agradables o apetitivas que nos hacen acercarnos a ellas (Fernández y et al., 2011), es decir, todas las emociones presentan alguna función que permiten al organismo estar preparado para identificar que es valioso, así poder comunicarlo (Reyes y Tena, 2016) y que la persona haga algún tipo de acción (Reyes y Tena, 2016; Chóliz, 2005 Correa & Perez, 2013 ).
Por ello, es relevante conocer las funciones de las emociones, siendo estas adaptativas, sociales y motivacionales. La primera “adaptativa” hace referencia a la preparación eficaz del ser humano a su entorno para poder sobrevivir a él (Reeve como se citó en Aramendi, 2016). La segunda “social”, la emoción contribuye a la creación de una relación recíproca social, al promover un sistema de apoyo a través de conductas apropiadas y un buen reconocimiento de expresiones que predicen el comportamiento de terceros, así como inhibir algunas reacciones emocionales que pueden dañar las relaciones sociales. Algunas de estas pueden inducir al altruismo y la conducta prosocial (Chóliz, 2005) destacando así su función evolutiva. Finalmente “motivacional” abarca la experiencia del momento ante distintas actividades al presentar dos características importantes de la conducta motivada: intensidad de la reacción afectiva y dirección de agrado o desagrado; de ese modo, la emoción puede generar la aparición del comportamiento motivado propio para ser enfocado a una meta (Chóliz, 2005).
Aun cuando el sustrato básico del estudio de las emociones nos inclina a reconocerlas desde su utilidad o funcionalidad, no es un misterio saber que al mismo tiempo puedan transformarse en problemáticas cuando empiezan a generar experiencias de dolor y angustia en las personas (Luciano y Valdivia Salas, 2012). Dicho de forma más precisa, cuando la conducta del individuo, en respuesta a una emoción, interfiere con las metas o con el bienestar general, podemos hablar de un problema en la regulación de la emoción.
La regulación emocional, de forma general, refiere a los procesos que sirven para disminuir, mantener o incrementar uno o más aspectos de la emoción (Werner y Gross, 2010), sean estos: el estímulo desencadenante, la valoración cognitiva sobre la relevancia y congruencia con metas, la respuesta fisiológica y la tendencia de acción (Powee y Dalgleish, 2008). Es decir, podemos decidir cómo e, incluso, si interactuamos con aquello que desata una emoción y cómo respondemos a la aparición de un estado emocional (Papa y Epstain, 2015).
Para Werner & Gross (2010), la regulación de la emoción se vuelve efectiva cuando se adapta al contexto, existe congruencia entre el control de los eventos internos, externos y con las metas a largo plazo. Para estos autores, regular implica:
Permitir la experiencia de los eventos privados sin evitarlos o lamentarse por tenerlos.
Reconocer la emoción.
Discriminar qué tan controlable es la situación y la emoción misma para determinar qué estrategias se usarán.
Consciencia y jerarquización de valores y metas a largo plazo, ello permite la reorientación de la conducta para construir la vida que deseamos.
Por su parte, Grantz (2004) define la regulación de las emociones como un proceso que implica:
La conciencia y la comprensión de las emociones.
La aceptación de las emociones.
La capacidad de controlar los comportamientos impulsivos cuando se experimentan emociones negativas y comportarse de acuerdo con los objetivos deseados.
La capacidad de usar estrategias de regulación apropiadas para la situación de manera flexible para modular las respuestas emocionales según lo deseado, con el fin de cumplir con los objetivos individuales y las demandas del entorno.
Al respecto, desde una perspectiva más clínica, Linehan (1993) propone el modelo de Gottman y Katz, el cual es congruente con los aspectos emocionales arriba referidos, para hablar de cuatro formas en que la emoción se puede modular a través de actividades o competencias:
Inhibir la conducta inapropiada relacionada a la intensidad del afecto positivo o negativo.
Autorregular la activación fisiológica asociada al afecto.
Reenfocar la atención en presencia de un afecto intenso.
Autogestionar la conducta coordinada hacia una meta externa no dependiente del estado de ánimo.
Los procesos reguladores se presentan en todos los individuos pues la forma de reaccionar ante pensamientos, sensaciones y emociones es un producto personal aprendido que depende de las contingencias y reglas que la comunidad verbal de referencia haya organizado a lo largo de la historia personal. Esa forma de funcionar puede llegar a ser efectiva o destructiva según el contexto y qué tanto las consecuencias a largo plazo permitan o impidan a la persona construir una vida con sentido (Luciano y Valdivia Salas, 2012). Así, manipular la atención con el fin de distraerse, monitorear los estímulos o evitar situaciones que evoquen emociones desagradables serán efectivas dependiendo de la situación específica (Reyes y Tena, 2016). Podríamos decir que es importante contar con una variedad de estrategias aprendidas, basadas en los procesos antes descritos, para poder responder flexiblemente a diferentes momentos.
Del otro lado, utilizar crónicamente, es decir de forma repetida e inflexible, estrategias de regulación con el propósito de no sentir el malestar es característico de cualquier variedad de sufrimiento emocional, encontrado tanto en los trastornos de personalidad como en los trastornos del eje I; ello se convierte en un patrón porque a corto plazo proporcionan alivio y coherencia a la persona (Luciano y Valdivia Salas, 2012) y porque no conocen otra forma de proceder.
De esta forma, podríamos también llegar a conceptualizar los problemas clínicos visualizados en salud mental en términos de respuestas emocionales descontextualizadas y enfocarnos en los elementos de la emoción y procesos de control que están contribuyendo a la disfuncionalidad. Tomar esta perspectiva tiene el potencial de incrementar nuestra comprensión de la psicopatología y su tratamiento (Papa & Epstein, 2015), por lo que revisaremos algunos fenómenos más observados en la clínica.
Problemas clínicos y desregulación emocional
Ansiedad y depresión
Por una parte, el modelo de desregulación emocional, según Mennin (2006), explica que una persona con ansiedad presenta desregulación en 4 aspectos: una reacción emocional fuerte, dificultad para comprender emociones, reacción negativa hacia el estado emocional propio y un manejo emocional poco adecuado. Entonces, si hay una amenaza que es percibida por la persona (por su historia personal y aprendizaje), se genera una hiperexcitación emocional, que junto a una incapacidad para comprender las emociones y una gestión inadecuada hacia estas al no tener estrategias para regularse (como estrategias de control o supresión) produce una respuesta cognitiva negativa hacia las emociones como sentir miedo, incomodidad, ansiedad hacia estas. También se ha visto que la supresión de emociones eleva los niveles de activación fisiológica de la persona, por lo que una supresión continua junto a otros factores contextuales pueden ser la base para una reacción de intensa ansiedad (Hervás, 2011).
Por otra parte, una persona con trastorno depresivo puede tener dificultades para analizar y procesar emocionalmente los acontecimientos negativos, generando que los estados de ánimos sean más duraderos y su tendencia a realizar actividades que conecten con consecuencias positivas disminuya. Por lo que se destaca la deficiencia de estrategias de regulación emocional, entre estos mecanismos se encuentra la falta de claridad; excesiva atención o focalización desadaptativa de la atención al pensar de manera repetitiva sobre los síntomas de malestar y posibles causas; falta de aceptación emocional como la poca habilidad de estar en contacto con los sentimientos, pensamientos y sensaciones físicas sin tratar de modificarlas, lo cual favorece el desarrollo de síntomas depresivo. En la literatura se menciona a la rumiación al incrementar una interpretación negativa de los eventos pasados que puede vulnerar a la persona y al cambio cognitivo desadaptativo, más conocido como la flexibilidad psicológica, la cual permite reevaluar o reencuadrar cognitivamente una situación. Es decir, que una persona que no utilice de manera eficiente estrategias emocionales se presentará vulnerable para desarrollar la sintomatología de un trastorno depresivo. (Hervás, 2011; Fernández., Díaz, González, Botella & García, 2017 Fernández. et al., 2017)
Trastorno límite de la personalidad
El trastorno límite de la personalidad está caracterizado por la desregulación emocional pues estos pacientes presentan hipersensibilidad biológica (menor ASR, Arritmia sinusal respiratoria) (Bortolla et.al, 2019) e impulsividad emocional y un lento retorno a la línea base afectiva una vez esta ha sido activada. Además la capacidad para interpretar información emocional parece estar deteriorada, sobre todo, cuando se trata de estímulos neutrales y ambiguos (Bortolla et.al, 2019); lo cual se traduce en la dificultad para comunicar sus sentimientos y necesidades a otros (Warmar, et.al., 2008). Como consecuencia, tienen problemas en las relaciones interpersonales y con uno mismo, así como conductas desadaptativas para amenguar dicha inestabilidad (Navarro-Leis y López, 2013).
Las personas que presentan este diagnóstico tienen una historia de aprendizaje muy marcada por la invalidación emocional, situaciones traumáticas (Reyes et.al, 2015). Un alto patrón de evitación y supresión de emociones como estrategias de afrontamiento inadecuadas (Dixon-Gordon et. al., 2017).
En el estudio de Southward (2020 ), se halló que los pacientes con TLP reportaron un estado de ánimo promedio neutral-negativo con una variabilidad significativa. La ansiedad y la alegría fueron las experiencias más frecuentes, siendo la primera la más común. Con respecto a las estrategias de regulación, frente a la alegría, los participantes tienden a “saborear la emoción”, es decir, concentrarse en lo placentero de la experiencia; mientras que para lidiar con emociones intensamente “negativas”, optan por la evitación. Si bien, en general, la estrategia más usada fue la resolución de problemas, los autores consideran que los pacientes pueden haberla usado más porque suelen enfrentarse a constantes situaciones estresantes o como forma de distracción. Por último, la estrategia de aceptación predecía un incremento de la intensidad negativa probablemente porque los pacientes la interpretaron como resignación o rumiación en lugar de la práctica no juiciosa de experimentación del presente.
Asimismo, en una investigación realizada por Meaney et.al. (2016) encontraron que la desregulación emocional en el TLP está asociada con la rumia, la dificultad para identificar los sentimientos y describirlos, y la supresión de las emociones. Las dos primeras están relacionadas a los síntomas y acciones; mientras, las dos últimas en las relaciones. Así, los altos niveles de rumiación y alexitimia hacen que se incremente los síntomas de esta psicopatología. Del mismo modo, la inhibición de emociones requiere un esfuerzo cognitivo, pero es ineficaz en el manejo de la angustia. Emplear habilidades de regulación desadaptativas hace que la persona tenga un bajo manejo de autoeficacia y tolerancia al malestar emocional.
Trastornos por uso de sustancias
El trastorno por abuso de sustancias se debe a los cambios en el sistema cerebral causados por la ingesta de estas, ya que las drogas o el alcohol se van a desarrollar de forma similar a los reforzadores naturales sobre las estructuras cerebrales incrementando la trasmisión dopaminérgica. Esto de forma constante produce el efecto priming, así el mantenimiento de la acción de consumir se puede explicar por la implicancia de motivación-recompensa, regulación emocional e inhibición de la conducta (Sanz, 2019). Así como, su experiencia personal y ambiente siendo estos antecedentes sociales, trauma, alteración de apego, invalidación emocional por parte de los cuidadores, conflicto y violencia. Todo ello genera que la persona no cuente con las habilidades necesarias para tolerar y modificar sus emociones, al experimentar un incremento emocional, presenta dificultad para soportar el malestar emocional (Sloan et al, 2019).
Por ello, la importancia de la regulación emocional como explicación del abuso de sustancias (Sloan et al, 2019 ), mantenimiento y tratamiento de la ingesta de alcohol y drogas (Weiss et al, 2018), porque la persona al tener pocas habilidades y vivenciar circunstancias que le generan angustia o sentir emociones desbordantes pueden llevarle a usar estrategias desadaptativas como la rumiación, evitación y supresión (Aldao et al, como se citó en Sloan et al, 2019), que están asociadas al comienzo de la adicción (Massah et al, 2016).
El consumo de sustancias actúa como regulador emocional ante eventos que le generan angustia a la persona, siendo una acción no funcional por atentar contra la persona y su entorno. Como lo mencionan Massah et. al. (2016) y Dvorak et. al. (2014), puesto que las personas que ingieren estás sustancias presentan dificultades para regular sus emociones, y su estado emocional negativo, estos dan pie al consumo. Además, estos individuos son menos capaces de tolerar el fracaso por sus patrones emocionales. Asimismo, el tomar estas sustancias lo usan como estrategia de evitación (estrategia desadaptativa más común) para reducir el malestar emocional. Inclusive, las dificultades de la regulación emocional están más asociadas con las consecuencias de la ingesta de alcohol, sin embargo, la estrategia de control de impulsos es la más relacionada con esta psicopatología, la claridad de las emociones y la conciencia de estas.
Por otro lado, Sloan et al (2019) hicieron una investigación para saber qué estrategias usan las personas que consumen sustancias y otros trastornos mentales en jóvenes y adultos. Se halló tres tipos de estrategias ante un malestar emocional que sentían al recordar un evento estresante, estos son: rumiantes/evitadores, reguladores activos y reguladores bajos. Los primeros están fuertemente relacionados con gravedad en la psicopatología, ya que hay altos niveles de rumia, evitación emocional y supresión cuando responden a un evento, los segundos, asociados con la gravedad más baja, y los últimos presentan formas adaptativas de sobrellevar dicho malestar. Además, las estrategias de rumia, supresión y evitación tienen implicaciones en dicho trastorno.
Trastornos de la conducta alimentaria
En esta patología, las fallas en la regulación de emociones ocurren principalmente en los procesos de regulación intrínseca, es decir, enfocándose en las estrategias ejercidas por la misma persona, las cuales se aprenden en el contexto que esta se desenvuelva. (Magallares, 2013; Rodríguez, Gempeler, Mayor, Patiño, Lozano & Pérez, 2017).
Por lo cual la desregulación emocional es un factor muy importante para la predisposición y recuperación de los trastornos alimenticios (Calvo Sagardoy et.al., 2014). Los pacientes con TCA reportan niveles significativamente mayores de dificultades para la regulación de emociones en comparación con población saludable (Monell et.al, 2018; Mallorquí-Bagué et. al., 2017), además, cuando la comparación se realiza entre pacientes no existen diferencias radicales en el puntaje global. Así, por ejemplo, la pobre conciencia de emociones, claridad y aceptación emocional no difiere sustancialmente entre los tipos de TCA (Monell et.al, 2018; Calvo Sagardoy et.al. (2014 );. No obstante, Mallorquí-Bagué et. al. (2017)aseguran que si bien todos estos trastornos tienen dificultades en la regulación emocional, sus resultados indican una tendencia a mayores niveles de desregulación en el TCA con conductas relacionadas a atracones que aquellos con conductas restrictivas.
Por otro lado, se puede observar un aumento en los problemas emocionales conforme el trastorno se cronifica: Calvo Sagardoy et.al. (2014), comparó población clínica adolescente y adulta, se halló que; si bien la aceptación y estrategias de regulación emocional funcionales fueron las áreas más afectas en ambos grupos, el déficit en las adultas era muy superior. La misma diferencia, menos acusada, sucede con la dificultad para prestar atención a las emociones y la sensación de que estas interfieren en sus actividades. Con respecto a la alexitimia, el grupo clínico de adolescentes no presentaba una diferencia significativa cuando se comparó con un grupo no clínico; pero cuando se realizó lo mismo en la muestra de adultos, la diferencia sí lo era. Por lo que se concluyó que el reconocimiento de emociones es notablemente más intenso con la edad y duración del trastorno. Asimismo, Racine y Wildes (2015) hallaron que la desregulación emocional predecía el cambio en la severidad de los síntomas de la anorexia: quienes reportaron niveles más altos de DRE experimentaron un incremento de los síntomas y por ende, un mantenimiento de la psicopatología.
Las conductas problema características de estos trastornos como el atracón y la restricción alimentaria también cumplen la función de regular emociones displacenteras o evitar sentirlas (Calvo Sagardoy et.al. (2014). Por ello, Pearson et.al. (2015 ), considera que los procesos emocionales están intrínsecamente involucrados en el inicio y mantenimiento de la bulimia nerviosa. Las mujeres que poseen una tendencia a actuar de forma impulsiva cuando están bajo estrés, (un sistema neuropsicológico que involucra la emoción) y al mismo tiempo, se ven expuestas a influencias psicosociales relacionadas con los cánones de belleza, pueden formar fuertes expectativas de reforzamiento tanto por comer como por la delgadez; lo cual aumenta la probabilidad de la conducta bulímica pues estos procesos disminuyen los esfuerzos para manejar el afecto considerado negativo y suprimir el impulso biológico de comer. Así, esta especia de “descontrol” resulta en una conducta impulsiva, basada en la intención de disminuir el malestar y obtener refuerzo positivo, en forma de atracones y purgas. Cuando el problema se vuelvo crónico, los ciclos de atracón-purga pasan a tener una función de evitación anticipatoria. Los pacientes con BN, logran asociar la urgencia de realizar una conducta bulímica con las señales de angustia de forma cada vez más automática. Enfocarse en la urgencia en lugar del evento displacentero, otorga control y estabilidad sobre una necesidad que sí puede satisfacer, es decir, a pesar de que el afecto negativo sigue presente, concentrarse en la urgencia evita la experiencia subjetiva del malestar.
En esta oportunidad, se ha realizado una revisión parcial, debido a que fue realizada durante el 2020, lo cual genera un sesgo en el conocimiento, sin embargo, se muestra la información de forma estructurada sobre los diferentes trastornos relacionados a la desregulación y desde una explicación transdiagnóstica. Cabe recalcar que si bien es un enfoque que está tomando más relevancia, el diseño de estudio de esta revisión puede sesgar debido a que no focalizamos en la parte teórica más que en la empírica, por otro lado, el estudio ayuda a la organización de información y brinda más posibilidades para seguir investigando, siendo esta una base para el futuro.
CONCLUSIONES
Los trastornos psicológicos, o psicopatología, vistas desde la perspectiva de un déficit de regulación emocional no solamente es posible, sino que presta un escenario para la conceptualización y explicación teórica amable tanto con las perspectivas biológicas como sociales en torno a la etiología y mantenimiento del problema clínico. Como se ha podido observar, existen estos dos tipos de componentes (biológicos y de aprendizaje) que interaccionan y logran dar pase a complejos patrones conductuales que muchos de ellos se consolidan como estos trastornos antes descritos.
Una mirada de la psicopatología desde teorías explicativas que busquen integrar los avances de las ciencia logra acercarse más a estos procesos transdiagnósticos que a su vez conllevan a plantear tratamientos focalizados en un déficit de habilidades para la regulación de emociones, al mismo tiempo que mantiene la posibilidades de intervenciones psicofarmacológicas que ayuden con el mismo interés que ha sido siempre el de la clínica: lograr que los consultantes puedan tener mejores vidas, dirigiendo sus conductas hacia los objetivos que se tracen.
ORCID
Alvaro Paredes-Rivera https://orcid.org/0000-0002-6055-1723
Geraldine F. Coria-Palomino https://orcid.org/0000-0003-2359-4369
Alexandra Y. Marcos-Lescano https://orcid.org/0000-0002-0793-0345
Sthefany Sedano-Alejandro https://orcid.org/0000-0002-9835-8902
CONTRIBUCIÓN DE LOS AUTORES
Alvaro Paredes-Rivera: Conceptualización, recursos, escritura - revisión y edición, supervisión y administración del proyecto
Geraldine F. Coria-Palomino: Conceptualización, Investigación y escritura - borrador original
Alexandra Y. Marcos-Lescano: Conceptualización, Investigación y escritura - borrador original
Sthefany Sedano-Alejandro: Conceptualización, Investigación y escritura - borrador original
FUENTE DE FINANCIAMIENTO
El presente estudio fue realizado con fondos propios del investigador y las investigadoras.
CONFLICTO DE INTERESES
Los autores expresan que no hubo conflictos de intereses al recoger los datos, analizar la información ni redactar el manuscrito.
AGRADECIMIENTOS
A la Facultad de Psicología de la Universidad de Lima, por proponer espacios para incentivar a la investigación; y al Círculo de Estudios de Psicopatología y Psicoterapia, de la misma Universidad, por el apoyo y motivación al equipo investigador.
PROCESO DE REVISIÓN
Este estudio ha sido revisado por pares externos en modalidad de doble ciego. El editor encargado fue Anthony Copez-Lonzoy. La revisión fue realizada por Andrés Gómez Del Barrio y Roberto Torres Puente.
DECLARACIÓN DE DISPONIBILIDAD DE DATOS
No aplica.
DESCARGO DE RESPONSABILIDAD
Los autores son responsables de todas las afirmaciones realizadas en este artículo.