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Desde el Sur

versão impressa ISSN 2076-2674versão On-line ISSN 2415-0959

Desde el Sur vol.11 no.1 Lima jan./jun. 2019

http://dx.doi.org/10.21142/DES-1101-2019-133-146 

ESTUDIOS DE INVESTIGACIÓN

 

Muerte del indigenismo y resurrección del intelectual triste en La tumba del relámpago

The death of the pro-indigenous movement and the resurrection of the melancholy intellectual in La tumba del relámpago

 

Friedhelm Schmidt-Welle1  ORCID 0000-0002-0935-2534

Ibero Amerikanisches Institut, Berlín, Alemania schmidt

welle@iai.spk-berlin.de

 


Resumen

En el presente artículo, analizaré la última novela del ciclo La guerra silenciosa, de Manuel Scorza, La tumba del relámpago. Sostengo la hipótesis de que esa novela no es una mera continuación de las primeras cuatro del ciclo, sino una reescritura y reinterpretación radical de ellas, que cuestiona las bases ideológicas de la representación de los conflictos entre campesinos, hacendados y una empresa multinacional en Cerro de Pasco a partir de fines de la década de 1950, tal como se habían representados en las otras novelas del ciclo. Analizaré, sobre todo, el proceso de la toma de conciencia política por parte de los indígenas/mestizos, la conexión entre el uso de elementos de la mitología indígena y la historia/historiografía, y la relación entre movimiento campesino e intelectuales. Según mi hipótesis, en última instancia la novela trata de reafirmar la función de los letrados/intelectuales en la lucha campesina y su importancia para la sociedad peruana.

Palabras Clave

Scorza, indigenismo, literatura peruana, intelectual, La guerra silenciosa


Abstract

In this article, I will analyze La tumba del relámpago, the last novel in the five-novel series La guerra silenciosa, by Manuel Scorza. I argue that this novel is not merely a continuation of the four other novels of the series, but rather a radical rewriting and reinterpretation of them, calling into question the ideological basis of the depiction in the other novels of the series of the conflict between peasants, landowners, and multinational corporations in Cerro de Pasco from the late 1950s onwards. I will focus on the gradual awakening of a political consciousness among the indigenous and mixed race population, the connections between the use of elements of indigenous myth and history/ historiography, and the relationship between the peasant movement and intellectuals. I maintain that, ultimately, the novel aims to reaffirm the political role of intellectuals in the peasant struggle and their importance within Peruvian society as a whole.

Keywords

Scorza, indigenism, Peruvian literature, intellectual, La guerra silenciosa


La recepción de la guerra silenciosa

Quizá por cuestiones de coyuntura política e ideológica (la globalización, el auge del neoliberalismo, la «caída» del muro de Berlín y con ella la del «socialismo real existente», la migración a las grandes ciudades en el Perú, el desencanto por el fin de las esperanzas revolucionarias en América Latina, las luchas internas de la izquierda peruana), quizá por la temática indigenista poco à la mode, pero además por la creciente participación política de los actores indígenas mismos que ya no necesitan a escritores y otros intelectuales para darles voz y representación en los espacios públicos, y quizá también por una combinación de todos esos aspectos, en las últimas décadas, la literatura indigenista y neoindigenista no ha tenido la atención y la recepción que merece.

Ese juicio se puede aplicar al caso de Manuel Scorza, cuya producción literaria paulatinamente va del éxito sobre todo internacional de sus primeras novelas traducidas a más de 30 lenguas hacia el olvido de los textos posteriores. Mientras que pude identificar 23 traducciones de Redoble por Rancas hasta 1980, gran parte de ellas a poco tiempo de la aparición del original, en el caso de La tumba del relámpago, hasta 1981, es decir, en dos años, no son nada más dos, y el número de las traducciones de esa novela no ha aumentado mucho desde ese entonces. Eso es más lamentable si consideramos que esta última novela del ciclo La guerra silenciosa no es una mera continuación de las otras novelas integrantes, sino «aglutina, reasume, interpreta y corrige la semanticidad de las cuatro novelas anteriores» (Pranzetti, 1987, p. 112).

El destino de la producción novelística de Scorza en el mercado nacional de libros en el Perú ha sido peor, y aquí ni le tocó el corto pero al menos sustancioso éxito que tenía a nivel internacional en las primeras décadas después de la aparición del ciclo narrativo. Son varias las razones de la «guerra silenciosa» en contra del autor: los problemas con el pago de derechos de los festivales de libro organizados por él que le depararon muchos enemigos entre los escritores contemporáneos; la fragmentación del ámbito político local que resultó en que las primeras dos reseñas de Redoble por Rancas, firmadas por representantes de la derecha (Oquendo, 1971) y de la ultraizquierda (Ráez, 1971), respectivamente, fueron desastrosas y, lo que es casi peor, libres de cualquier valoración literaria y estética seria. Otra razón del silencio con respecto a Scorza es seguramente la personalidad polémica del escritor y su compromiso político. Todo eso ha sido analizado muy bien y con detalle por Tomás Escajadillo (1978, 1984, 2008) y en parte también por Dunia Gras Miravet (2003, pp. 107-125) y por Mauro Mamani Macedo (2011), así que no tengo que detenerme en esos asuntos. El problema es que esa recepción influye incluso en la crítica académica de la narrativa de Scorza: gran parte de ella se concentra en la tan debatida primera novela, y casi se silenciaron los demás volúmenes del ciclo a pesar de que sobre todo La tumba del relámpago es una reinterpretación y redefinición de los primeros cuatro tomos de La guerra silenciosa. Es decir, las primeras cuatro novelas se deberían interpretar a la luz de esa última del ciclo, como también lo pide el mismo Scorza en algunas entrevistas.

Del mito a la conciencia histórica

A primera vista, La tumba del relámpago no se distingue mucho de las otras novelas del ciclo, sobre todo con respecto a su argumento o, mejor dicho, a una de sus dos líneas, lo que en alemán llamamos Handlungsstrang2, un término técnico que define los hilos argumentales de la narración. Hay un segundo Handlungsstrang que trata la vida de Maca o Maco Albornoz, figura que ya se había representado en dos de las novelas anteriores, pero este se desarrolla más o menos independientemente del otro y tiene una perspectiva crítica sobre el machismo y las cuestiones de la construcción de los géneros en el mundo andino. En el primer Handlungsstrang, Scorza sigue describiendo los acontecimientos, las manifestaciones y la resistencia de los campesinos y trabajadores contra los hacendados y la empresa multinacional de la minería en Cerro del Pasco, que —como en las demás novelas del ciclo narrativo— termina una vez más en una masacre. Son bien visibles los paralelos temáticos entre las cinco novelas del ciclo narrativo (Alemany Bay, 2009, pp. 61-62). A diferencia de varias novelas indigenistas más tradicionales, Scorza no construye un mundo indígena idílico, sino considera también los conflictos internos del llamado «mundo andino» como las delimitaciones de las tierras de varias comunidades de la región.

Pero aunque la temática básica sigue siendo la misma, su desarrollo se distingue de los cuatro textos anteriores sobre las rebeliones campesinas en Cerro del Pasco. El enfoque cambia en el sentido de que la acción política ya no se pone en el centro de la representación literaria, sino es la reflexión sobre esta que se vuelve primordial. La reflexión se percibe sobre todo en los diálogos entre Remigio Villena y Genaro Ledesma, los dos protagonistas de ese primer Handlungsstrang, que al comienzo tienen visiones diametralmente opuestas con respecto a la lucha campesina y sus bases ideológicas. Villena orienta su actuación e interpretación de las luchas campesinas en las imágenes que doña Añada teje en unos ponchos, imágenes que hacen referencia a mitos indígenas. En lo que teje, ella cree «ver» mitos del pasado de las comunidades de la región, pero, para Villena, esos se convierten en profecías: «¡La ciega de Yanacocha no había tejido el pasado, sino el futuro!» (Scorza, 1988, p. 6). Villena hace, sobre todo, referencia al mito de Inkarri, el Inca Rey matado por los conquistadores españoles, cortado en cinco partes y sepultado ellos en distintos lugares. Según el mito, las partes del cuerpo de Inkarri se juntan poco a poco bajo la tierra, y en el momento en que conforman un cuerpo entero, habrá una rebelión generalizada que termina en la resurrección del Tahuantinsuyo. Pero la visión que tiene Villena al ver la representación del mito en los ponchos es insegura, dependiendo de la luz y de la hora y, me atrevería a decir, incluso de la esperanza o la desesperanza del protagonista mismo (Scorza, 1988, pp. 6-7).

El intelectual Genaro Ledesma, abogado que se solidariza con los campesinos y trabajadores, en cambio, percibe el mito como mera historia simbólica: «¡Eran espíritus que se juntaban con sus cuerpos! El cuerpo de Inkarri se junta con su cabeza. Los cinco cuerpos de Pariacaca se reúnen en un solo cuerpo invencible» (Scorza, 1988, p. 132). La diferencia de la percepción del mito en los dos protagonistas es la siguiente: mientras que Villena ve en el mito de Inkarri una profecía que algún día tiene que cumplirse a fuerzas (por su condición de mito en sí), para Ledesma el mito solamente puede realizarse en y por la acción política concreta de los indígenas o mestizos de Cerro de Pasco. El mito sería, entonces, una fórmula simbólica que refuerza la resistencia política. Mientras que en la visión de Villena la lucha política depende del mito porque es su manifestación y realización, para Ledesma esa relación es inversa, es decir, la lucha política termina en la manifestación simbólica del mito, el mito se convierte en historia, y en ese proceso pierde su fatalidad. En ese contexto, no parece extraño que, al comienzo de la novela, Villena proyecta el mito de Inkarri al futuro, mientras que Ledesma solamente lo usa en el momento en que la comunidad de Yarusyacán ocupa las tierras de la hacienda Paria y el mito parece estar a punto de convertirse en realidad histórica.

Según Scorza, al comienzo de la novela Villena es prisionero de su propia fe en la fuerza del mito. Pero esa visión del protagonista cambia a lo largo de la novela, con la adquisición de una conciencia política más radical. Poco antes de las ocupaciones de tierras por parte de los campesinos, se opone a la interpretación del final de la lucha en uno de los ponchos de doña Añada en el cual aparece Villena mismo: «"¡Yo no soy un dibujo, doña Añada!", gritó Remigio Villena» (Scorza, 1988, p. 108). Pero el punto culminante de su toma de conciencia política es la destrucción de la Torre del Futuro. Durante la ocupación de la hacienda Jarria, Villena está confrontado con una torre que había aparecido en los ponchos de doña Añada como un edificio gigantesco. Ahora el protagonista lo encuentra mucho menos grande que la realidad y decide entrar, a pesar del miedo de los habitantes de Tusi, que lo consideran un tabú. Una vez adentro, encuentra más ponchos:

intuyó que en esos ponchos constaba todo el porvenir. En un relámpago, intuyó también que había llegado al futuro.

¡Intuyó que había llegado al futuro y lo rechazó! Porque no quería ya acatar ninguna ley emitida en las sombras por la mano de una delirante sombra ciega, sino ordenarse él mismo y obedecerse él mismo, asumir su propio futuro. Al alcance de su mano, cerca de su quemante deseo, miró la pila de tejidos. Por segundos que para él fueron años vividos en la miseria de existir aquí, en esta tierra de paso, con esta carne de paso, con esta sombra de paso, lo subyugó la tentación de conocerlo todo. Y la rechazó. Añada podía haber tejido todo lo que su demencia le dictara, pero ni él ni los tusinos ni los demás hombres estaban obligados a seguirla eternamente (Scorza, 1988, p. 184).

Villena prende fuego a la torre y lo justifica con esas palabras: «Porque no quiero el porvenir del pasado sino el porvenir del porvenir. El que yo escoja con mi dolor y mi error» (Scorza, 1988, p. 186). En esas frases se manifiesta la negación definitiva de la concepción del tiempo mítico circular y la imposición de un tiempo lineal cronológico y de una conciencia histórica revolucionaria en la novela (Nouhaud, 1985, p. 25). En la figura de Villena se realiza, en nombre de la comunidad, el cuestionamiento del tiempo mítico, o como lo afirma el mismo autor en una entrevista: «El mito reflexiona a sí mismo y resuelve ser lucidez» (Vega, 1979, p. 15). (Se nota, dicho sea aparte, la influencia de la idea de la fe revolucionaria de José Carlos Mariátegui, aunque en Scorza esa fe es de corto plazo para lograr los fines inmediatos del movimiento campesino y sobre todo los de Ledesma, mientras que en Mariátegui se trata de una calidad básica sin la cual no se pueden cambiar las condiciones históricas3).

El mismo escritor consideró el desarrollo del tiempo mítico al histórico como el rasgo más importante de La tumba del relámpago y el aspecto que distingue esa novela de las otras cuatro del ciclo La guerra silenciosa. Mientras que en las novelas anteriores había descrito, según él, una especie de locura colectiva, ahora se trata de aclarar las causas de la misma y de esa manera superarla mediante la lucha revolucionaria (Osorio, 1984,p. 59). El aspecto crucial en ese proceso es un cambio de perspectiva entre los primeros cuatro y ese último volumen del ciclo narrativo. Mientras que los campesinos —con la excepción de los comuneros de Rancas en la primera novela de La guerra silenciosa— se representaron como sujetos con una conciencia política propia y sobre todo con una conciencia de clase, ahora ellos actúan bajo la iniciativa y con el apoyo o hasta la directiva de Genaro Ledesma.

Con ese cambio de perspectiva ideológica Scorza, cuyas novelas Tomás Escajadillo y Antonio Cornejo Polar con razón habían calificadas como neoindigenistas (Escajadillo, 1994; Cornejo Polar, 1984), recae en la visión del mundo andino tan frecuente en algunos textos clásicos del indigenismo más tradicional que proponen, para los grupos indígenas, la necesidad de abandonar su propia cultura y adquirir la occidental, moderna, para sobrevivir. Es decir, el abandono de la mitología va de la mano con la adquisición de la modernidad y con la de una conciencia histórica lineal. En ese proceso se incluyen también cambios de la relación entre intelectuales y campesinos.

Intelectuales y campesinos

El liderazgo de Genaro Ledesma de los movimientos campesinos en La tumba del relámpago se manifiesta menos en la lucha concreta, es decir, la coordinación de las acciones y la ayuda jurídica, y más en su conciencia política, sus conocimientos de los debates históricos sobre el «problema del indio», los conceptos marxistas e indigenistas (Albertocchi, 1981, p. 451), su dominio de la lengua dominante y del discurso elaborado. A pesar de la opinión tantas veces expresada por Scorza de que los campesinos indígenas son la verdadera clase revolucionaria del Perú, el abogado e intelectual Ledesma, descrito como un personaje sin raíces indígenas, aparece como la cabeza y el ideólogo de la resistencia campesina (Díaz Caballero, 1983, p. 255). Esa perspectiva significa el cambio más radical de la ideología del escritor con respecto a su interpretación de las luchas campesinas. Se manifiesta no solamente en la novela, sino además en los paratextos del ciclo narrativo, sobre todo en un sinnúmero de entrevistas (Schmidt, 1991b, pp. 276-278), que funcionan en su mayor parte como legitimación del discurso histórico y literario, y que en realidad son un poco redundantes y a veces simplistas en su argumentación (Gras Miravet, 2003, pp. 183-185). Es significativo el título de una de las entrevistas en la cual el autor afirma que «la literatura es el primer territorio libre de América Latina (Vega, 1979, p. 14). Esa opinión refuerza la perspectiva sobre La tumba del relámpago como reinterpretación de las otras cuatro novelas. Son la literatura y con ella las letras las que inician el proceso de liberación política. La creencia de Scorza en la función social y liberadora de la literatura, su afán de escribir una littérature engagée es incluso más visible que en las primeras novelas del ciclo.

Ledesma ya no es, como los protagonistas de las primeras cuatro novelas del ciclo y sobre todo el jinete insomne Raymundo Herrera, el Nictálope Héctor Chacón y Agapito Robles, una figura casi mítica, épica, un carácter arquetípico. En su descripción, se notan el afán de relacionar la experiencia concreta con la teoría política, y se percibe el desarrollo psicológico característico del héroe moderno y de su representación en el género literario moderno por excelencia, la novela. En ese contexto, parece significativo el hecho de que las reflexiones (y en parte también la crítica) de Ledesma con respecto al pensamiento teórico del marxismo y el indigenismo no se representan como diálogos con los campesinos rebeldes sino como monólogos interiores (Scorza, 1988, pp. 8-10, 3233, 115-117, 225-227). Las únicas conversaciones en las cuales Ledesma busca encontrar una interpretación y teorización adecuada de las rebeliones son las con el secretario del Movimiento Comunal, un tal Manuel Scorza (Scorza, 1988, pp. 221-222, 238) que ahora se convierte a sí mismo en figura de novela.

De manera indirecta e implícita, Scorza detecta en esa falta de diálogo uno de los problemas entre los intelectuales y las masas campesinas, es decir, la incomunicación entre los dos grupos sociales. Esa incomunicación se interpreta en las novelas de La guerra silenciosa como brecha entre un pensamiento mítico y uno histórico, brecha que se podría cerrar de una sola manera: la abolición del pensamiento mítico que en Scorza aparece como mayor obstáculo para las luchas de los campesinos por sus tierras. Como esas luchas no se relacionan de manera directa con el pensamiento revolucionario y la visión del futuro de Ledesma, las acciones de los campesinos aparecen, por falta de teorización y organización, como espontáneas, y por eso tienen que fracasar y, por consiguiente, las novelas tienen que terminar en masacres. Pero varios análisis sociológicos de los movimientos campesinos de Cerro de Pasco han mostrado que el afán político de ellos y de sus dirigentes no ha sido la revolución, sino reformas que garantizarían que no se les quitarían las tierras a las comunidades y permitirían mejores condiciones de trabajo a los trabajadores en la minería. Handelman (1975), Kapsoli (1975; 1982), Wachendorfer (1984) y otros investigadores más han demostrado el carácter reformista de esos movimientos y su alto grado de organización y estrategia4. Es por las posiciones ideológicas del escritor que los movimientos indígenas o más bien mestizos de la región tienen que aparecer como fracasos debido a que no cumplen con el pensamiento utópico de Ledesma y Scorza, cuyo Movimiento Comunal era un grupo reducido y con poca influencia en las luchas campesinas de Cerro de Pasco.

El mismo autor, o, mejor dicho, el personaje que figura como Manuel Scorza en la novela, afirma al respecto: «¡No solo pienso en una revolución! ¡Pienso en el renacimiento de un pueblo paralizado desde hace más de 400 años!» (Scorza, 1988, p. 238) Es la utopía del intelectual de izquierda que sueña con una revolución nacional según el modelo cubano la que guía su interpretación de las rebeliones campesinas en los Andes centrales. La imagen de campesinos en la novela que escuchan Radio Habana es significativa al respecto (Scorza, 1988, p. 152). Solamente considerando que el proyecto ideológico de Scorza (autor) es la revolución nacional, se entiende que los éxitos políticos de los campesinos y mineros en Cerro de Pasco no se representan en las cinco novelas de La guerra silenciosa. En vez de contar la historia de las rebeliones hasta el momento en que el mismo Scorza las «escribe», las presenta hasta el momento histórico que aparece como fracaso total, es decir, más o menos hasta 1963. No describe los éxitos posteriores, la recuperación de las tierras ocupadas y la nacionalización de la Cerro de Pasco Corporation bajo el primer Gobierno de Velasco Alvarado, sino deja terminar todas las novelas del ciclo con una masacre porque ese escenario coincide con la utopía política del escritor, según la cual los campesinos primero tienen que abandonar el pensamiento mítico y después realizar la revolución.

En defensa del autor podríamos afirmar que se trata de novelas, de obras de ficción, en fin, y que, además se caracterizan, a diferencia de muchos textos indianistas, indigenistas y neoindigenistas, por el uso de elementos fantásticos y un humor inusual en la historia de esa corriente literaria. Pero ha sido el mismo Scorza quien insistió en su función de cronista de las rebeliones en Cerro de Pasco y en la veracidad de las historias contadas. Como ya he dicho, en un sinnúmero de entrevistas Scorza defiende su narrativa por su afán investigativo, por su intento de hacer visible esa guerra silenciosa, por darles voz a los que no tienen presencia en el espacio público. Incluso anunció la publicación de grabaciones de los hechos que le sirvieron para la escritura de las cinco novelas, grabaciones que, al menos que yo sepa, en su gran mayoría, nunca salieron.

Con su interpretación de los movimientos campesinos en el contexto de los debates intelectuales de la izquierda peruana, Scorza destaca la supuesta superioridad de los intelectuales en comparación con las masas andinas. Eso no significa que se pierde por completo la identificación del escritor con las rebeliones campesinas. Como en las novelas anteriores de La guerra silenciosa, Scorza se identifica con la lucha de las masas, aunque quizá en La tumba del relámpago esa identificación es menos fuerte que en las otras novelas porque la cubren los debates sobre las estrategias revolucionarias. Pero al mismo tiempo construye al intelectual (en el caso de Ledesma) o al escritor (en el caso de la introducción de él mismo como figura literaria) como intérpretes privilegiados de la historia y de la lucha de clases.

La mezcla entre identificación con las masas indígenas o mestizas y la negación de su pensamiento mítico es una de las características del neoindigenismo, como bien sabemos. Tanto Scorza como Ledesma vienen de la clase media radicalizada de la metrópolis, y su identificación con las masas en parte es una respuesta a su propia marginación. Al mismo tiempo, el referente (el mundo indígena o mestiza) se excluye de los debates políticos más allá de la acción política inmediata. En esos procesos ideológicos se reconoce, por supuesto, la heterogeneidad social y cultural del proceso literario en el neoindigenismo en cuanto a la producción y al referente. La postura política radical de Scorza, su militante solidaridad con los indígenas rebeldes, la perspectiva moralizante de la representación de los conflictos son característicos de una clase media o media baja siempre víctima de las crisis económicas. Al mismo tiempo, con respecto al referente del relato, se percibe una identificación rotunda con «el mundo andino», y el escritor postula que a falta de una clase trabajadora en los Andes (lo que incluso se podría cuestionar viendo que parte de los conflictos en Cerro de Pasco a fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960 son los entre trabajadores en la minería y una empresa multinacional), según Scorza, los campesinos se convierten en la verdadera clase revolucionaria. Pero a este argumento se opone otro que tiende a sobrevalorar el rol de los intelectuales en esos conflictos. En última instancia, en la novela no son los campesinos los que forman la vanguardia revolucionaria en los Andes, sino los mismos intelectuales.

Mabel Moraña ha resumido de manera contundente las posiciones de los intelectuales de izquierda (peruana, en ese caso) y sus dilemas en un artículo sobre la función ideológica de la fantasía en las novelas de Scorza. Afirma:

El discurso político que interpreta el problema de la rebelión indígena en uno de sus momentos más arduos expone [...] una visión burguesa radicalizada y anarquizante del problema en cuestión. Los argumentos éticos y espontaneístas que se exponen pueden reconocerse como originados en una posición intelectual, a partir de la cual el desborde indígena es valorado y contrapuesto a la visión política. El modo en que está concebido el problema del liderazgo político, las estrategias verticalistas que aparecen insinuadas, así como el tono profético, melancólico o moralizante de muchos parlamentos, evidencia una concepción del intelectual como intérprete privilegiado de la historia, que se autoconcibe como parte natural de la vanguardia política, posición legitimada por su identificación moral con el conflicto y por su superioridad cultural (Moraña, 1983, p. 188).

En ese contexto de la reivindicación del intelectual, se tiene que ver también la función del mito del Inkarri para La tumba del relámpago. Más allá del paralelo formal obvio, es decir, las cinco partes del Inkarri coinciden con las cinco novelas del ciclo narrativo (Lassus, 2008, pp. 68-69), los intelectuales representan, como intérpretes privilegiados que son según el novelista, a la cabeza del Inkarri que se junta con el cuerpo de los indígenas o más bien mestizos, con los héroes rebeldes de las cuatro novelas anteriores, lo que indica la superioridad del intelectual. Pero, a mi modo de ver, esa reunificación, aunque sea jerárquica, también representa una esperanza eterna del mundo intelectual: la de cerrar la brecha entre intelectuales y pueblo, entre individuo y masa. En ese contexto, me parece significativo que la figura indígena doña Añada teje la historia de su pueblo sin tomar conciencia debido a su ceguera, y Villena se confronta con imágenes de esta historia, mientras que Ledesma toma conciencia del curso de la historia mediante la lectura y, con ella, la escritura. ¿Podríamos ver en eso unos restos de la ciudad letrada y de su superioridad con respecto a otras artes en la constitución de una conciencia revolucionaria o histórica? O, para decirlo con una de las figuras de la novela, Crisanto Gutiérrez, «algún día encontraremos la claridad en los libros» (Scorza, 1988, p. 100).

Intertextualidad, autorreferencialidad, heterogeneidad

A propósito de los libros, con razón varios críticos —desde Tomás Escajadillo y Antonio Cornejo Polar hasta el autor de estas líneas (Escajadillo, 1994; Cornejo Polar, 1984; Schmidt, 1991a; 1996, pp. 393-410)— han destacado el carácter neoindigenista del ciclo narrativo de Scorza. Entre otros elementos, como la ampliación de los espacios representados o la creciente importancia de la migración, esa clasificación se justifica por la modernización del lenguaje literario. En Scorza, esa modernización se percibe en la existencia de varios Handlungsstränge, en el empleo del humor (aspecto muy poco presente en la tradición de la novela indigenista) y de elementos fantásticos, pero también en las referencias intertextuales y la autorreferencialidad características de la llamada escritura posmoderna.

En primera instancia, existe una intertextualidad entre La tumba del relámpago y las otras cuatro novelas del ciclo narrativo. La construcción del cerco alrededor de las tierras de las comunidades por la «Cerro de Pasco Corporation» (Scorza, 1988, p. 42), la lucha de Garabombo contra la hacienda Chinche (Scorza, 1988, pp. 65, 67) y los ponchos de doña Añada que ya se habían descrito en el Cantar de Agapito Robles (Scorza, 1988, cap. 1 y 38) son solo algunos ejemplos de las conexiones explícitas que forman el ciclo narrativo y le dan una cierta unidad en el espacio y el tiempo, pero también en cuanto a las interferencias entre algunas figuras de las novelas. Además, el Cantar de Agapito Robles aparece como libro ya publicado en el último volumen del ciclo (Scorza, 1988, pp. 99-100), tipo de referencia intertextual que ya se conoce por el ejemplo famoso del Quijote y que en Scorza reafirma el carácter testimonial de su narrativa.

Pero a esa intertextualidad interna de las obras de Scorza se añaden otras referencias externas. La tumba del relámpago es también una novela de lecturas sobre lecturas. Se construye una serie de obras tanto ficcionales como no ficcionales (políticas y filosóficas, sobre todo) comenzando con Cervantes, Balzac, Dostoievski, Dickens y Vallejo, pasando por Kropotkin, Luxemburg y Mariátegui, y terminando con algunos de los autores indigenistas del Perú, sobre todo Ciro Alegría y José María Arguedas. Lo interesante de la construcción de esa tradición personal de lecturas es que Scorza se inscribe a sí mismo en una tradición literaria a la cual ni querría pertenecer según sus afirmaciones extraliterarias (Moraña, 1983, p. 172; Suárez, 1984, p. 92), es decir, el indigenismo. Esa negación de pertenecer al indigenismo es, lo sabemos, una característica de los escritores de esa corriente literaria y uno de los aspectos de la heterogeneidad de sus discursos. Además, las lecturas tienen la función de reafirmar la importancia de los letrados/intelectuales que se percibe en toda la novela y que es la característica sobresaliente de la reescritura de la visión mitológica del mundo y su fin anunciado por la toma de conciencia histórica.

¿Y qué significa eso para el indigenismo? En el título de mi ponencia menciono su muerte, pero me parece importante destacar que se trata de la muerte en el discurso de La tumba del relámpago. No creo que esa corriente literaria ya sea obsoleta, e incluso me temo que no es así (digo «me lo temo» ya que significa que todavía se necesita al indigenismo porque muchos indígenas no tienen voz en los espacios públicos). Pero de hecho el indigenismo muere como modelo literario para Scorza. Si los intelectuales, y sobre todo los escritores, se apropian del discurso revolucionario y reemplazan de esa manera a los grupos indígenas andinos como intérprete privilegiado de sus rebeliones, presenciamos la reivindicación de los restos de la ciudad letrada, la resurrección del intelectual comprometido, pero un intelectual triste, melancólico, consciente de la creciente pérdida de su función social. Considerando esa visión de los hechos, no me parece extraño que Scorza abandona la temática indigenista después de haber terminado la última novela de La guerra silenciosa. Se ocupa, en el poco tiempo que le queda hasta su muerte prematura, de otros espacios fuera del mundo andino: la selva amazónica, por una parte, y la metrópolis moderna, europea, por otra. Y se dedica a un conflicto más bien universal: el camino difícil de dos protagonistas, intelectuales los dos, que tienen que decidirse entre la guerrilla y la escritura, entre la revolución y el amor, entre la vida y la muerte.

 

Citar como: Schmidt-Welle, F. (2019). Muerte del indigenismo y resurrección del intelectual triste en La tumba del relámpago. Desde el Sur, 11 (1), pp. 133-146.

 

Referencias bibliográficas

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Recibido: 20/11/2018

Aprobado: 15/4/2019

 


1 Friedhelm Schmidt-Welle estudió Literatura Latinoamericana, Literatura Comparada e Historia en la Universidad Libre de Berlín y la Universidad de Pittsburgh. Se doctoró con una tesis sobre Juan Rulfo y Manuel Scorza. Actualmente, se desempeña como investigador en Literatura y Estudios Culturales en el Instituto Ibero-Americano de Berlín. Ha enseñado Literatura Latinoamericana, Literatura Comparada y Literatura Alemana en universidades de Alemania, Chile y México. Entre 2008 y 2010 ocupó la Cátedra Extraordinaria Guillermo y Alejandro de Humboldt en El Colegio de México y la Universidad Nacional Autónoma de México, y en verano de 2010 fue Harris Dinstinguished Visiting Professor en el Dartmouth College, Estados Unidos. Sus campos de interés son las teorías culturales latinoamericanas y poscoloniales; modernidad y diferencia; y la representación literaria de la memoria. Es autor o editor de más de 20 libros sobre culturas y literaturas latinoamericanas y europeas.

2 La palabra alemán Handlungsstrang significa algo como un hilo argumental que estructura la narración. Se distinguen obras con uno o más de un Handlungsstrang. Si se trata de varios hilos argumentales, como en el caso de La guerra silenciosa, se distinguen, entre otras características, hilos dependientes o independientes y distintas formas de ordenarlos (alternación, historia en la historia, equilibrados o no, etc.) (Nischik, 1981).

3 En cuanto a la concepción de la fe revolucionaria en Mariátegui, ver Schmidt, 1996, pp. 41-43. Mariátegui habla de la fe o del mito, y emplea ambas nociones como sinónimos.

4 Para un resumen de los debates sobre los movimientos campesinos de Cerro de Pasco, ver Schmidt, 1996, pp. 329-333.

 

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