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Desde el Sur

versión impresa ISSN 2076-2674versión On-line ISSN 2415-0959

Desde el Sur vol.12 no.1 Lima ene./jun 2020

http://dx.doi.org/10.21142/des-1201-2020-0010 

Estudios de investigación

La identidad social en la educación: hacia una participación ciudadana

Social identity in education: towards citizen engagement

Luis F. Guanipa Ramírez1
http://orcid.org/0000-0002-8934-885X

Miguel Ángel Angulo Giraldo2
http://orcid.org/0000-0002-5350-9228

1Universidad Científica del Sur. Lima, Perú lguanipa@cientifica.edu.pe

RESUMEN

La sociedad, como proceso de interacción humana, ha enfrentado diferentes perspectivas en su abordaje multidimensional. Esto tal vez ha influenciado a la educación como hecho social e histórico-ciudadano, y la ha sometido a los modelos económicos, políticos y sociales, que se han desarrollado en el mundo entero, lo que ha dado nacimiento, en cada momento de la historia de la humanidad, a nuevos modelos educativos en respuesta a necesidades y avances. Al mismo tiempo, la educación se presenta como un elemento modelador de personas y desarrolla la identidad de los seres humanos. La identidad social se muestra como el sentido de pertenencia de un individuo a la sociedad. Adopta comportamientos y formas de pensar, e influye significativamente en la formación de valores cívicos, especialmente la participación en la toma de decisiones ciudadanas.

PALABRAS CLAVE: Identidad social; partición ciudadana; educación; valores

ABSTRACT

As a process of human interaction, society has explored different perspectives in its multidimensional approach, and it might be argued that this has influenced education as a social, historical and citizenship issue, subject to economic, political and social models that have been developed across the world, giving rise at every stage in the history of humankind to a new educational molding force for individuals, and the development of human identity. Social identity is seen as the sense of belonging to society experienced by the individual, through the adopting of behaviors and ways of thinking which significantly influence the formation of civic values, particularly with regard to participation in civic decision making.

KEYWORDS: Social identity; citizen participation; education; values

Introducción

América Latina atraviesa por un proceso de cambios significativos en las áreas social, política, económica, cultural, entre otras, y se realza el concepto de poder popular, presente, en germen, desde la sociedad griega, cuando todos, en teoría, participaban de las decisiones del Estado. Entonces, cada individuo se vincula de una manera estrecha con la sociedad y esta, una vez organizada, crea mecanismos de respuesta a los problemas que van apareciendo. Desde esa perspectiva, Guanipa, Albites, Aldana y Colina (2019, p. 73) consideran que se origina «el sentido de pertenencia a una determinada sociedad, en donde la familia y la escuela se convierten en ese eje medular de formación ciudadana, [y permiten] la coexistencia humana, el respeto a cada uno de sus miembros y la dignidad a la persona».

Bajo este contexto entran a formar parte del vocabulario del común de los ciudadanos expresiones como «poder popular», «democracia participativa», «fortalecimiento de las comunidades», «consejos comunales», entre otras. Los individuos asumen de una forma más clara el papel importante que pueden jugar en la sociedad, sobre todo la capacidad (y el derecho) que tienen para tomar decisiones. Estas ya no se encuentran circunscritas exclusivamente al acto de votar, sino que pueden tener efecto en medio de las actividades de la vida diaria.

Este nuevo modelo de organización de la sociedad se desarrolla en Latinoamérica y permite la entrada en escena del concepto de identidad social. Esta es definida por Tajfel (1981), citado por Íñiguez (2001), como el conocimiento que tienen las personas de su pertenencia a grupos específicos, del cual se deriva una satisfacción emocional del individuo. El hecho de sentirse parte de algo mucho más grande hace que la persona se sienta útil, integrada y motivada. Todo ser humano lleva dentro de sí un sentido gregario, una necesidad de estar unido a otras personas. La identidad social es una dimensión natural en el ser humano, pero que con el paso de los siglos se ha ido descuidando o atenuando por el individualismo que quiere fomentar la sociedad liberal.

Fortalecimiento de la comunidad: valores comunitarios

Generalmente, los valores han sido relacionados con las personas de forma individual. Sin embargo, autores como Sánchez Vidal (2015) hablan de valores comunitarios. Sánchez Vidal afirma que desde la década de 1990 se considera a la ética y los valores de forma comunitaria. Estos valores comunitarios son los encargados de iluminar la conducta de cada individuo en la sociedad.

En este sentido, Montero (2003) ha identificado una serie de valores presentes en el proceso de fortalecimiento comunitario, que pueden ser aplicados a lo que en este ensayo se ha llamado identidad social. El primero de ellos es la autodeterminación, que es definida por la Real Academia de la Lengua Española como la «decisión de los pobladores de una unidad territorial acerca de su futuro estatuto político». Pero en este caso va mucho más allá, puesto que se relaciona también con las decisiones de las políticas públicas y la misma estructura de la sociedad. La autodeterminación de las comunidades es el motor para poner en movimiento sus propios proyectos y los lleva a feliz término. La comunidad se convierte en la encargada de ser su propio gerente, además de establecer sus propias normas.

Por otro lado, la justicia distributiva se presenta como el segundo de los valores de la identidad social. Las comunidades se dan a sí mismas las normas de convivencia y la distribución de roles, y potencian la igualdad entre sus miembros. Todos los ciudadanos cumplen una función dentro de la comunidad, por lo que tienen la misma importancia. En la teoría, debe existir una rotación de estos roles para que quienes tengan las competencias en un área determinada puedan ponerlas al servicio de la comunidad. Para Aristóteles (2005), la justicia es la madre de todas las virtudes y quien ordena a las demás; se presenta como el punto de equilibrio de la sociedad. En este caso, la justicia es la encargada de dar a cada quien lo que le hace falta, hacer que todos gocen de un mínimo de beneficios, que son básicos para los ciudadanos, lo que redunda en bienestar para los individuos dentro de la comunidad.

Del mismo modo, la participación democrática, ligada estrechamente a la autodeterminación, se convierte en el tercer valor resaltado por Montero (2003). Las comunidades se organizan en asambleas de ciudadanos para tratar los temas importantes, plantear problemas y entre todos buscar la mejor solución, que no afecte de forma negativa a los demás, en consonancia con la justicia distributiva. La participación democrática, como se dijo antes, es uno de los derechos que se desarrolla desde la época de la república griega. Desde finales del siglo pasado se ha querido dar fuerza a la llamada democracia participativa y protagónica, que se traduce en el otorgamiento de verdadero poder al pueblo o el desarrollo del llamado poder popular. Esto implica que el individuo se sienta parte de la solución de los problemas planteados, sea consciente de sus propias capacidades y genere las acciones necesarias para solventar las dificultades que se presentan en la comunidad.

Por último, Montero (2003) propone un cuarto valor necesario para generar un proceso de fortalecimiento de la comunidad y que, por consiguiente, influye positivamente en la identidad social: la colaboración. Esta viene dada como el resultado de los valores anteriores y se hace necesaria para su desarrollo. Los individuos no deben sentirse islas, sino todo lo contrario, son parte activa de la sociedad. En sus manos está crear soluciones y ser protagonistas del cambio en positivo. Este es un principio básico para ejercer el poder popular: todos deben trabajar el bien común, como si fuesen una sola persona. Ayudarse unos a otros hasta conseguir las metas planteadas, ese es el norte de la identidad social.

Estos valores influyen directamente en las concepciones de poder que tenga la sociedad civil organizada. Ya no se podrá hablar de poder como una fuerza ejercida unilateralmente, sino como el ejercicio de una facultad dada por un grupo de personas a un individuo o grupo particular. Pero esta no es consecuencia de la renuncia absoluta al poder de decisión, sino que los ciudadanos organizados piden cuentas a la persona o al grupo delegado de la labor realizada.

El semillero de valores por excelencia, según Guanipa et al. (2019), es la escuela. La educación se convierte en un pilar fundamental para promover los valores dentro de la sociedad. Esta afirmación aplica tanto para los valores considerados de forma individual como comunitaria. Incluso en esta concepción de los valores comunitarios y la comunidad se puede realizar una conexión con la visión indígena originaria latinoamericana. En efecto, conceptos quechuas o aymaras permiten descentrar al individuo y poner en primer término a la comunidad y la vida comunitaria: «el concepto de Nayajá, de origen aymara, hace referencia a la comunidad, en la cual el individuo es concebido solo a partir de esta y no de manera inversa» (Ayala, 2017, p. 61). En este trabajo se hará énfasis, sin embargo, únicamente en la importancia de la educación en el desarrollo de toda conducta en la sociedad, y se dejarán abiertos otros campos de investigación.

La participación ciudadana y los valores comunitarios

Una vez asumidos los valores comunitarios, se colocan las bases para fomentar la participación ciudadana y se crea una identidad social que permita actuar sintiéndose parte importante de la comunidad. Los individuos, formando un todo bien cohesionado, son parte activa en la formulación de posibles acciones dirigidas a solucionar problemas. En este orden de ideas, Colina y Martínez (2019, p. 26) sostienen que el abordaje de los valores comunitarios «constituyen ejes multidimensionales dentro de las organizaciones». De acuerdo con los autores, los valores representan ejes dinamizadores que confluyen dentro de las organizaciones comunitarias y que son propios de esa realidad.

Desde esta visión, la comunidad organizada ya no se queda como un ente pasivo, esperando a que el gobernante de turno les resuelva sus problemas, sino que ellos mismos propician iniciativas que den soluciones. En este orden de ideas, sentirse parte de una sociedad bien constituida, con roles específicos, ayuda a tomar conciencia del papel protagónico que juega cada individuo. Así, la participación ciudadana, según Guillén et al. (2009), en esencia, se entiende como las opiniones o acciones de los individuos en los asuntos de naturaleza pública.

Por otra parte, las leyes que rigen el poder son una interpretación de la evolución experimentada por los mismos individuos, con la finalidad de permitir a las personas desarrollarse con el más alto nivel de confort que pueda alcanzar en su marco social. Precisamente las leyes regulan el poder, pero también permiten una mejor organización social. Las leyes junto con la convicción de pertenencia que genera la identidad social permitirán hacer una nueva interpretación del poder, no solo de parte de los ciudadanos, sino también de los gobernantes o dirigentes comunitarios.

La firme determinación de participar de forma activa en las decisiones que afectan a la comunidad, afirma Acevedo (2005), es la base de una auténtica democracia. En este nuevo nivel no solo es importante conocer las opciones y adoptar una postura crítica, sino ejecutar una acción específica, con resultados concretos. Se da el paso de lo reflexivo a lo activo dentro de la comunidad.

La identidad social desde la educación

La educación juega un papel fundamental, como se dijo antes, en la formación de la identidad social. Desde esta premisa se entiende el esfuerzo por tratar de educar al ser humano para que se sienta parte de un todo: la sociedad. Pero esta no es una postura exclusivamente de las izquierdas, tan nombradas en estos últimos años en el contexto latinoamericano. Dewey ya veía al hombre y a la mujer insertos dentro de la sociedad, respetando las reglas del juego que dictaba la democracia. Este autor tenía como una de sus banderas la educación para la democracia y ubicaba a los estudiantes en el país a pequeña escala, que era el aula de clase. Los estudiantes eran presentados como sujetos con deberes y derechos dentro del sistema educativo, con la capacidad de elegir, pero también con responsabilidades que cumplir.

En este contexto se comienza a hablar de la autoformación, pero en relación con las opiniones de los integrantes de un grupo educativo: los estudiantes iban opinando acerca de un tema específico y construían su propio conocimiento. Esta formación estaba dirigida a fomentar una actitud de respeto hacia el otro, de tolerancia hacia las opiniones opuestas. En este modelo de educación las personas hacen sus aportes durante el desarrollo de la sesión de clase, para, al final, generar una serie de conclusiones, siempre abiertas a nuevos aportes. Este es el método empleado en los cursos de filosofía para niños de Lipman, quien presenta a los niños como personas capaces de dar valiosos aportes a su propia educación.

Como afirma Caballero (2007), el lugar donde se refleja con mayor claridad las características de una sociedad es en la escuela. Las aulas de clase no son elementos aislados de la sociedad; todo lo contrario, están insertas en una cultura, reflejan una serie de valores y también imitan sus vicios. Ahí radica el esfuerzo de los autores antes citados por cambiar la manera de pensar de los niños.

En este sentido, Lipman se da cuenta de que los estudiantes norteamericanos están perdiendo el camino de los valores y caen frecuentemente en actos de vandalismo. Piensa que es necesario hacer que descubran dentro de sí, en sus mentes, principios de convivencia, que les permitan integrarse en la sociedad y así vivir junto a otros sin crear conflictos graves, además, como afirma Carmona (2005), con un sentido crítico bien formado. Este es el primer paso para crear una identidad social, sentirse parte de un grupo. El segundo paso es comenzar a intervenir dentro de ese grupo, dando opiniones acerca de temas específicos o aportando soluciones a los problemas que se presenten.

La formación de la identidad social exige un conocimiento integral y holístico de la realidad. Es necesario que el individuo se haga consciente de la convivencia con otras personas con los mismos deberes y derechos que él. Con el agravante de que estas tienen ideas distintas a las propias, porque en ocasiones los otros individuos provienen de culturas distintas, lo que puede hacer difícil la coincidencia en el momento de plantear soluciones. Para Colina (2019, p. 94), «la dinámica de la sociedad ha implicado que el hombre en todos sus escenarios evolucione, tenga cambios conductuales, cognitivos, afectivos en sus diferentes roles, lo que se refleja en cada accionar de vida». Desde esta realidad, aunque cada persona de manera individual tiene su importancia, se hace necesario ponerse de acuerdo, porque siempre se debe pensar en el bien común, sin olvidar el bien individual. No se trata de ahogar a la persona en el colectivismo ni pasar por encima de los demás en un individualismo radical. La formación en una identidad social implica una educación en equilibrio y respeto, lo que hace referencia a la justicia distributiva que se trató anteriormente.

Uno de los aspectos que no pueden ser olvidados al hablar de la identidad social es la educación en valores, tan importante cuando se pretende establecer relaciones humanas. Ya se hablaba del esfuerzo enorme que comenzó a hacer Lipman, y después de él muchos otros en el ámbito de la filosofía para niños. La formación en valores garantiza que los ciudadanos orienten sus acciones hacia el bien, tanto individual como colectivo.

La identidad social solo puede ser efectiva si todos los integrantes de la sociedad tienen en claro la meta hacia donde quieren llegar y un sentido ético bien definido y desarrollado. Ambos elementos solo pueden ser concebidos si cada individuo está integrado en su comunidad, si se siente parte importante y activo en ella. En este sentido, como se ha dicho antes, es indispensable una educación que no solo se preocupe por lo intelectual, sino también por lo ético, por los valores. A esto se refería Simón Bolívar cuando hablaba de cuáles deberían ser los polos de una república: la moral y las luces.

Por otro lado, la identidad social trae consigo la ventaja de formar diversas capacidades en el ciudadano, que enriquecen su propia persona. En tal sentido, Guanipa (2019, p. 32) afirma que «es necesario descubrir cuáles son las competencias que ha ido desarrollando a lo largo de su vida», es decir, cómo ha sido y cómo es el desenvolvimiento de la persona en su contexto social. Del mismo modo, al integrarse en la comunidad, la persona adquiere nuevas competencias que ya otros han desarrollado con anterioridad y que están dispuestos a compartir. Además, se fortalece la conciencia ciudadana a través de lo que Montero (2003) llama la organización participativa y construye una sociedad civil más fuerte.

Conclusiones

La construcción de una identidad social trae como consecuencia la transformación de las relaciones de poder existentes, para tender a una visión de poder más al servicio de los demás y eliminar toda jerarquización piramidal. En este modelo, la sociedad es vista como un conjunto de personas en igualdad de condiciones, que en alguna ocasión pueden cumplir un rol específico que conlleve al ejercicio de la autoridad. Todo esto viene dado por una nueva visión de sociedad proporcionada por una educación para la ciudadanía, lo que genera nuevas condiciones de vida, enmarcadas en un paradigma social distinto.

Desde este punto de vista, las comunidades se transforman en agentes de su propia liberación. Con una educación centrada en la formación de una identidad social no habría ni desigualdad (en ninguna de sus vertientes: política, social, económica, educativa) ni exclusión. Todos los ciudadanos trabajarían por el bien común, por el progreso del país, tomando en cuenta los aportes que pueda hacer cada individuo, desde su área específica. Cada ciudadano se hace corresponsable, como se dijo antes, en las acciones que se toman para la solución de problemas.

Lo que se afirma de los individuos dentro de una comunidad se puede afirmar de las comunidades dentro del país. Es indispensable la colaboración entre las comunidades, creando redes de apoyo no solo en lo material, sino también en cuanto a la formación y capacitación de sus miembros. Se trata de hacer que el ciudadano se sienta parte de la comunidad, pero también que esta sea consciente de que está dentro de una comunidad más grande: la región y el país.

Con la educación para la identidad social se construye una comunidad con personas más solidarias y más identificadas con el grupo, conscientes de los elementos compartidos que poseen. Del mismo modo las personas serán capaces de reconocerse a sí mismos y de notar las diferencias de los demás individuos, pero no como algo que los separa, sino como una característica que los enriquece. La identidad social ayuda a tener una visión mucho más compleja de la sociedad y del mundo entero. El ciudadano que logre identificarse con la sociedad en la que está inserto tiene la capacidad de crecer como persona y también hacer crecer a su comunidad.

La identidad social se presenta como una realidad cambiante, dinámica, en movimiento constante. Esto no solo en lo referente a los individuos que pueden entrar o salir del grupo, sino también en cuanto a los roles desempeñados y las visiones de conjunto que puedan tener. Estas percepciones pueden cambiar, porque los ciudadanos establecen entre ellos una relación dialógica y que además siempre está inmersa en un contexto histórico determinado. La respuesta a un mismo problema puede variar, dependiendo de la situación que atraviese la comunidad y del enfoque que le den los ciudadanos. En este sentido, no se puede hablar de soluciones buenas o malas, sino distintas, influenciadas por las condiciones del momento y el lugar.

Por ello, es importante tener en cuenta tanto los factores individuales como los colectivos. En cuanto a los primeros, entra en juego la subjetividad de cada ciudadano, formado con una serie de valores y creencias específicas y con una visión del mundo muy particular. Y en lo colectivo debe tomarse en cuenta la cultura de la comunidad en su conjunto y la de cada individuo en particular. El grupo de personas pertenece a una cultura y a una sociedad que hace vida en un contexto determinado. Es necesario aprender a diferenciar, en palabras de Morín (1999), lo que hace iguales a los seres humanos, pero también lo que los diferencia.

Ya se ha hablado de los valores y de saber respetar las diferencias en lo individual, pero también es necesario reconocerse diferentes en referencia a la comunidad. Existen ciertas particularidades que hacen distintas a las sociedades, todas marcadas por la cultura que las rige. Es importante que cada comunidad reconozca sus rasgos distintivos y aprenda a valorarlos. Las diferencias culturales no significan que unas comunidades sean mejores o peores que otras. Cada una debe valorarse a sí misma de forma justa para evitar conflictos con las demás comunidades. De la valoración efectiva que se dé pueden surgir discriminaciones, racismo, exclusiones. Saberse distintos en lo cultural, pero iguales en cuanto el valor que se tiene, permite una buena integración dentro de un contexto social mucho más amplio.

Cuando se ha formado bien la identidad social, cada ciudadano se siente parte activa de la sociedad en la que está inserto, con la responsabilidad de ayudar a los otros, porque son como una parte de ellos mismos (Giraldo, 2017). Así se refuerzan de forma importante los nexos de solidaridad en cada ser humano. Ya no solo se habla de los beneficios e intereses particulares, sino que se piensa también en el bien común, en la comunidad en la que se vive. La identidad social refuerza la idea de ciudadanía y de responsabilidad social.

Cuando se emprenden proyectos, enfocados desde diferentes puntos de vista y dirigidos a alcanzar una meta común, aumenta su nivel de eficacia. Se produce una unión de voluntades para catalizar mejor las energías y se elimina la realización de trabajos que no aporten al bien común o con afectación de la eficiencia comunitaria.

La identidad social surge, según Montero (2003), por el efecto de autoidentificación, producido en los grupos al verse distintos a los demás. Todo esto deriva en una cohesión y solidaridad grupal, lo que crea una autodefinición positiva y a hacerse consciente (a veces de forma negativa) de las diferencias de los otros grupos. Todos los integrantes de la comunidad se reconocen iguales entre ellos y diferentes a los individuos de los otros grupos.

Esta identificación con los demás genera una tendencia, afirma Montero (2005), de las personas a mantener o mejorar su autoestima, lo que generalmente redunda en la visión positiva de sí mismo. Por otro lado, ayuda a sentirse bien dentro del grupo, considerando a las demás personas como iguales, y desarrolla en cada uno un fuerte sentido de pertenencia al grupo.

Educación, democracia y poder, afirman Guanipa et al. (2019), son realidades que van íntimamente unidas, puesto que en la sociedad una depende de la otra. Para el buen ejercicio del poder es necesaria una sociedad con una educación de calidad, porque ciudadanos bien formados exigen respuestas efectivas de parte de los gobernantes. Y la democracia está construida de la opinión de todas las personas que habitan en un lugar determinado. Para el desarrollo de la democracia debe haber un buen ejercicio del poder y este solo es posible si se ha educado a la sociedad.

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1Magíster en Docencia para Educación Superior. Licenciado en Filosofía. Profesor universitario desde 2011 en varias instituciones de Venezuela (Instituto Fray Agustín de Quevedo, Universidad Pedagógica Experimental Libertador y Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada). Formador de profesionales integrales, con alto compromiso social. Asesor de investigaciones en distintas áreas de conocimiento.

2Magíster en Estudios Latinoamericanos de la UNILA (Brasil) y licenciado en Comunicación Social de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Docente universitario de la Universidad SISE y la UNMSM. Investigador especializado en los procesos comunicativos contemporáneos, los estudios culturales y la historia del proceso de independencia del Perú. Ha publicado artículos en Colombia, Brasil, Corea del Sur y el Perú, así como participado en congresos científicos nacionales e internacionales. Ha sido becario de la OEA en Brasil.

Fuente de financiamiento: Autofinanciado.

Citar como: Guanipa, L. y Angulo, M. (2020). La identidad social en la educación: hacia una participación ciudadana. Desde el Sur, 12(1), pp. 155-166.

Recibido: 05 de Marzo de 2019; Aprobado: 20 de Julio de 2019

Contribución del autor: Los autores han participado en la concepción, la recolección de datos, la redacción y la aprobación de la versión final del artículo.

Conflictos de interés: Los autores declaran no tener conflictos de interés.

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