Introducción
En la serie Curatos del Archivo Arzobispal de Trujillo existen varios cuadernillos de cartas remitidas por sacerdotes de diferentes doctrinas del entonces obispado de Trujillo, dirigidas al notario eclesiástico Fernando Pesantes. Nos llamó la atención un cuadernillo de 11 cartas que escribió el presbítero José Perea, doctrinero de San Nicolás de Cajabamba, en las que expresa sus temores y miedos respecto a la independencia, asunto que tratamos en otro artículo (Castañeda y Trujillo, en prensa). Aquí abordamos sus impresiones sobre las lluvias de 1818, que le imposibilitaron la refacción de la iglesia matriz de San Nicolás de Cajabamba. Esa información será contrastada con otras referencias documentales o estudios para otros lugares sobre la ocurrencia de un fenómeno de El Niño (ENOS) ese año.
La reducción de San Nicolás de Cajabamba
Ubicado en el valle de Condebamba (región Cajamarca), San Nicolás Tolentino de Cajabamba fue creada como una reducción indígena en 1572 durante la visita de Francisco Álvarez Cueto. Pertenecía políticamente al corregimiento de Huamachuco. Con el tiempo, hacia la década de 1780, se había transformado en un pueblo multiétnico (Espinoza, 1974, p. 89). El censo realizado durante la visita del obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón registra que la mayor cantidad de españoles de la provincia, en un número de 834, vivía allí y que junto a 1754 mestizos hacían una mayoría frente a 1787 indígenas, 75 pardos y 15 negros (Oberem, 1969, p. 205). En lo eclesiástico era cabecera de doctrina con jurisdicción sobre las haciendas de Huarasullo, Huañimba, Nuñobamba; las estancias de El Molino de San Pablo, Lurichuco, Cachur, Colcabamba, Marcamachay, Añasorco, Huanza, Ogosgón, Chonta, El Ponte, Muguirbamba, El Guayo y el ingenio de El Lloque (Espinoza 1971, p. 51). Había entonces una pequeña élite terrateniente compuesta por familias como los Iparraguirre, Escalante, Llave, Osorio, Meléndez y la Raygada, Alegría, Barreto (Castañeda y Trujillo, ms.).
El personaje
Don José Perea había nacido en Arbigano, provincia de Álava (España) y llegó al Perú en 1799 en calidad de familiar del obispo José Carrión y Marfil, quien venía a la diócesis de Trujillo en reemplazo del fenecido mitrado Blas Manuel Sobrino y Minayo, fallecido en 16 de abril de 1796 (CEHE, 1931, p. 292). Aparentemente, Perea llegó a la doctrina de Caja-bamba en 1806; ese año aparece su firma en un informe a la junta de consolidación, sobre las rentas de censos y obras pías de esa doctrina. El clérigo español se desempeñaba como párroco de Cajabamba y su estadía coincidió con los primeros años de la guerra de la independencia; por tal motivo, cuando el escenario del conflicto se trasladó de Argentina a Chile, no dudó en manifestar su lealtad al rey y su rechazo a la causa patriota. Sin embargo, tras proclamarse la independencia de Trujillo, hubo una resistencia realista en la sierra norte con una serie de levantamientos; entre ellos, la revuelta de Cajabamba, ocurrida el 20 de mayo de 1821 (Dieguez, 2015, p. 405). Perea, siendo español, se abstuvo de participar en ella y, con ese gesto, el 25 de octubre de 1822 el Congreso, en atención a su "patriotismo", le extendió carta de naturaleza como peruano y el 26 se le concedió la ciudadanía (Tamayo Vargas y Pacheco Vélez, 1974, pp. 148-150). Perea siguió su carrera eclesiástica en el naciente Estado peruano y el 26 de mayo de 1826 pasó a ocupar un lugar en el coro de la catedral de Trujillo (Rebaza, 1898, p. 128). El 11 de julio de 1829 otorgó un poder para testar al doctor Gaspar Nieto Polo, chantre de la catedral3. Es probable que falleciera en 18434.
La iglesia matriz de San Nicolás de Cajabamba
Durante el episcopado de Martínez Compañón el templo era muy suntuoso y cada cofradía tenía rentas para solventar sus altares. Así, la Cofradía del Santísimo Sacramento mantenía el altar mayor; luego estaban las cofradías del Señor de Burgos, la de Nuestra Señora del Rosario, la de Nuestra Señora de Copacabana y la del Patrón San Nicolás, que estaba unida con la de las Benditas Ánimas del Purgatorio. Había aparte otros retablos como los de Nuestra Señora de las Mercedes, San Antonio, La Concepción Peregrina, los de San Joaquín y Santa Ana, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora del Tránsito, el de Nuestra Señora de Los Dolores y el de San Isidro. Cada uno de ellos tenía rentas para su mantenimiento, como limosnas de los fieles, o eran propietarias de tierras o ganado, o tenían censos a su favor5.
Tras ese periodo de esplendor, el templo fue decayendo y ya desde 1808 los vecinos se quejaban de que se hallaba en mal estado. Ese año un vecino de Cajabamba, Juan José Urtecho, informaba del desaseo del templo y del mal estado de los ornamentos religiosos, como misales, albas y roquetes. Pedía al obispo José Carrión y Marfil que el cura interino fray José de Larrea rindiese cuentas de más de 24 años y que se mandase un vicario para comprobar lo desmantelado que se hallaba6. De ahí que Perea había decidido refaccionar la iglesia en 1818.
Las lluvias extraordinarias de 1818
El Niño Oscilación del Sur (ENOS) es definido como "el conjunto más poderoso de variaciones atmosféricas y oceánicas en la región del océano Pacífico ecuatorial. Se manifiesta con variaciones anómalas de la presión atmosférica (Oscilación del Sur) y de la temperatura en la superficie del mar (El Niño, fase cálida o La Niña, fase fría) en el océano Pacífico. En sus fases extremas provoca alteraciones en la circulación oceánica y atmosférica a escala global, en los cinturones tropicales y subtropicales de la tierra que favorecen e intensifican el desarrollo de precipitaciones torrenciales, lo cual produce crecidas, inundaciones, avalanchas, tormentas y ciclones tropicales, así como sequías, con efectos catastróficos en más de la mitad de la circunferencia terrestre" (Puertas y Carbajal, 2008, p. 105).
Por consiguiente, se configura un escenario caracterizado por la anormal aparición en el verano de agua caliente a lo largo de la costa norperuana, así como por intensas precipitaciones pluviales al interior (Ortlieb y Macharé, 1989), que ocasionaron daños en los espacios construidos y ocupados por el hombre.
La cronología ENOS realizada por Hocquenghem y Ortlieb (1992, p. 259) ignora para 1818 la ocurrencia de este evento. Sin embargo, para 1817 y 1819 se registra la presencia de fuertes aguaceros, lo que se considera un evento de El Niño moderado. Del mismo modo, Marcharé y Ortlieb (1993, p. 40) tiene un vacío de 1814 a 1818. En una cronología más afinada, Ortlieb y Hocquenghem (2001, p. 364) consideraron el lapso entre 1817 y 1819 como un periodo de ENOS moderado. Finalmente, en la cronología elaborada por García Herrera et al. (2008), a partir del registro de inundaciones sucedidas en la ciudad de Trujillo en noviembre y diciembre de 1818, se establece que sucedió un ENOS. En el caso de Lima, Sánchez (2001, p. 241), basado en la información del Almanaque peruano de Paredes (1819), nos señala que el verano de 1818 fue particularmente muy caluroso y creó las condiciones para desatar una epidemia. Aunque no menciona lluvias, el aumento de la temperatura es un indicador de una anomalía climática. La información proveniente del sudeste asiático y Australia, gracias a los estudios de historia ambiental ahí realizados, basados en el registro de sequías y huracanes, permite reforzar que en 18181819, sin ninguna duda, ocurrió un ENOS moderado (Caviedes, 2001, p. 131, Grove y Adamson, 2018, p. 147).
Las cartas remitidas por José Perea son de suma importancia para calibrar la existencia de un ENOS, en tanto que se trata de un testimonio directo, contemporáneo a los acontecimientos, y se evita de esta manera caer en una falta de objetividad. Carcelén (2009) reitera que metodológicamente se deben consultar fuentes documentales originales a fin de evitar yerros de interpretación. Se tiene entonces una información en serie correspondiente a 1818 que nos permite seguir la continuidad de las lluvias.
El periodo invernal inició con las lluvias de diciembre de 1817 y debían culminar con el estiaje máximo a fines de abril del año siguiente; sin embargo, en su carta del 8 de mayo se queja que lo aguaceros continuaban "cómo en febrero, aburriéndose todos sin poder hacer nada"7. Luego, en su carta del 23 de mayo le dice: "las aguas siguen hasta ahora y el día del Corpus, apenas pudimos hacer la procesión por la mucha lluvia"8. La razón de la molestia era que Perea se hallaba empeñado en refaccionar la iglesia y no podía ni acopiar los materiales, ni empezar. El 7 de junio, que corresponde al verano altoandino o estación seca, continúa: "las aguas nos incomodan hasta esta fecha pues ayer hubo aguazero [sic], y siendo el único mes de poder trabajar en la iglesia considera, q. podré adelantar en el presente año, pues los adobes tirados en el campo en vez de secarse se humedecen todos los días q. ya me tienen aburrido"9.
Al parecer, recién en setiembre amainaron las aguas, ya que refirió que estaba "ocupadísimo" en las labores de la iglesia10. Apenas le dio tiempo, porque el 22 de octubre la temporada de lluvias comenzó nuevamente, y a una pregunta de Pesantes sobre cuándo concluirá la iglesia, le responde que es imposible porque en la sierra hay "demasiadas contingencias". Agrega que "ha llovido once meses enteritos, porque lo q. he perdido infinidad de adoves [sic], y en la actualidad estoy sufriendo quebrantos por haberme pillado sin haber acabado de curahuar parte de la iglesia, y llevamos ocho días consecutivos de aguarde día y noche"11. La curahua es el techo de tejas, pencas o paja que se coloca sobre los muros en construcción para protegerlos de la lluvia (Touzett, 1989, p. 313). Por eso, la lluvia estaba desmoronando los muros sin cubrir.
El 23 de diciembre le escribe que la noche anterior había llovido con fuerza y aconsejaba a su interlocutor que los arrieros que acompañaban a un lojano debían "hacer pascana" donde sea, con la finalidad de evitar mojarse. Se refería Perea a descansar levantando probablemente una tienda para protegerse de la lluvia.
Las lluvias continuaron en 1819, pues hay registros de lluvias para Lima (Sánchez, 2001) y Arequipa (Condori, 2013). Las obras de reconstrucción del templo de Cajabamba culminaron recién en 1825, cuando era párroco don Vicente Martínez Otiniano, quien registró en el recamarín el año de término de los trabajos (CEHE, 1931, p. 403).
Conclusión
La correspondencia personal puede ser una fuente para la historia del clima porque permite reconocer los fenómenos ambientales. Las cartas remitidas por el presbítero José Perea dan cuenta de las consecuencias de los aguaceros en la vida cotidiana: un obstáculo para la realización de la solemnidad del Corpus Christi o la continuación de la refacción del templo. También nos permite entrar a las sensaciones del personaje, como el tedio y el fastidio de estar aburrido. Los 11 meses continuos de lluvia en ese lugar, las noticias de inundaciones ocurridas por desbordes de acequias en Trujillo en 1818 y la presencia de sequías y huracanes en el sudeste asiático y Australia nos permiten aseverar la ocurrencia de un ENOS ese año.