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Desde el Sur

versão impressa ISSN 2076-2674versão On-line ISSN 2415-0959

Desde el Sur vol.14 no.3 Lima set./dez. 2022  Epub 30-Set-2022

http://dx.doi.org/10.21142/des-1403-2022-0031 

Encuentros y discursos literarios

Política de memoria y disenso en la literatura posautónoma: el problema de la herencia y el nombre propio en Formas de volver a casa (2010) de Alejandro Zambra1

Politics of memory and dissent in post-autonomous literature: the problem of inheritance and the proper name in Formas de volver a casa (2010) by Alejandro Zambra

Raúl Estrada Sánchez*  2
http://orcid.org/0000-0002-6445-7099

* Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima, Perú. raul.estrada@unmsm.edu.pe.

RESUMEN

El propósito de este trabajo es realizar una aproximación a la novela Formas de volver a casa (2010) del escritor chileno Alejandro Zambra, por medio de una lectura crítica y relacional de un conjunto de categorías vinculadas al proceso de discusión de la memoria en el mundo contemporáneo. El artículo estudia, por ello, el proceso de crisis de la autonomía literaria en el mundo globalizado, así como los problemas de la herencia y el nombre propio que constituyen las condiciones de enunciación de las historias que componen la novela. Desde nuestra perspectiva, en Formas de volver se formulan códigos de resistencia que conducen a la articulación de una política de memoria basada en la noción de contra-deber.

Palabras clave: Narrativa contemporánea chilena; memoria; posdictadura; Zambra

ABSTRACT

The purpose of this work is to make an approach to the novel Ways of going home (2010) by the Chilean writer Alejandro Zambra through a critical and relational reading of a set of categories linked to the process of discussion of memory in the contemporary world. Therefore, the article studies the process of crisis of literary autonomy in the globalized world, as well as the problems of inheritance and the proper name that constitute the enunciation conditions of the stories that make up the novel. From our perspective, in Ways of going home codes of resistance are formulated that lead to the articulation of a politics of memory based on the notion of counter-duty.

Keywords: Chilean contemporary fiction; memory; post-dictatosrhip; Zambra.

Introducción

La literatura posdictatorial que se produce desde inicios del nuevo siglo ha sido objeto de una cuantiosa discusión que se evidencia en la innumerable cantidad de artículos, cada uno con enfoques diversos, que abordan su problemática. Si bien la preocupación por comprender la vigencia del trauma producido por la forzosa instalación de las dictaduras militares en los países latinoamericanos y los mecanismos de su supervivencia discursiva en el presente han dado lugar a un campo bastante fecundo, el enfoque memorial con el que las narrativas de la posdictadura son, en reiteradas ocasiones, analizadas resulta simplificador y reduccionista, sobre todo si este solo lee la ficción contemporánea como un dispositivo contenedor de un residuo memorial que, casi instantáneamente, ofrece una solución optimista sumamente peligrosa al problema del olvido. En ese sentido, las narrativas de la posdictadura deben ser abordadas desde una lectura del armazón categorial que las componen y a partir del que articulan una política de la memoria que busca intervenir el presente.

Así, las narrativas recientes, como Formas de volver a casa (2010) de Alejandro Zambra, evidencian operaciones deliberadamente irresolubles en su propuesta de recuperación memorial. En ellas, la estructura y composición impiden reducir las estrategias narrativas a un ejercicio ritualizador que, por medio de la concentración del trauma en la figura del personaje principal o el narrador, resulten en un duelo superado que elimine la posibilidad de explicar el desajuste del presente. Dado que la lógica del mercado ha ocasionado una sobreproducción de discursos que trabajan la problemática de la memoria sin que, por ello, este ejercicio sea productivo, la condición de sustituibilidad de esta se ha impuesto como marca necesaria para su legitimación. Contra esta lógica instrumentaliza-dora de la memoria, algunas narrativas reclaman para sí mismas la inefectividad de su discurso con el objetivo de plantear no un discurso memorial perdurable solamente, sino una política de la memoria que escape de la caducidad que impone la lógica del mercado. Entre las narrativas que componen un corpus de este tipo se encuentran, por ejemplo, propuestas como Mapocho (2002) de Nona Fernández, La casa de los conejos (2007) de Laura Alcoba, Los topos (2008) de Félix Bruzzone, Camanchaca (2009) de Diego Zúñiga, Estrellas muertas (2010) de Álvaro Bisama, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011) de Patricio Pron, Azul corvo (2010) de Adriana Lisboa o Los afectos (2015) de Rodrigo Hasbún.

La inefectividad que, entonces, declaran estas narrativas señalan, a su vez, el reconocimiento de su condición posautónoma. Esto es, la pérdida de efectividad crítica que define a la literatura producida en la actualidad, debido a la crisis de la autonomía del campo literario latinoamericano que se habría iniciado desde la década de 1960 y que, con la globalización, habría consolidado un desajuste en los conceptos y regímenes de sentido con que esta era interpretada el siglo anterior. De este modo, el análisis de las narrativas contemporáneas, sobre todo aquellas signadas temáticamente por la problemática posdictatorial, supone partir de la interacción y respuesta que tienen en relación con lo que Ludmer (2010) ha definido como el efecto más evidente del tiempo neoliberal: la abolición de la política. De este modo, las narrativas que aquí analizamos evidencian la tensión que se genera de la interacción con espacios en pugna, tanto del campo literario como del discurso de la memoria, por lo que abordarlas requiere de una lectura de los fenómenos que actúan en su interior, puntualmente de la forma en la que estos fenómenos activan operaciones necesarias para trazar un vínculo potencialmente productivo entre las memorias íntimas y la experiencia histórica.

En ese sentido, comprender el entramado operativo que se configura al interior de algunas narrativas contemporáneas implica leer estas manifestaciones como posibilidades de enunciación correspondientes a su propia condición posautónoma. Es decir, operaciones narrativas que se suceden lógicamente determinadas por su condición, a partir de esta y, acaso, solo posibles a través de ella. Así, estas operaciones se vinculan estrechamente con el problema de la herencia y el nombre propio, desarrollados por Derrida (1998, 2011a, 2011b, 2011c) en múltiples textos, y que aparecen como marcas constitutivas e insoslayables para la formulación de una intervención del presente por medio de la recuperación crítica del recuerdo del pasado. A continuación, se evidencia cómo estas narrativas parten de la noción de que, según Huyssen (2007), la memoria es transitoria y es siempre asediada por un olvido que ha aumentado de manera simultánea y proporcional al interés por ella (Pereira, 2019), además de estar sometida a los cambios políticos y generacionales y, por ello, no puede postulársela como un sustituto de la justicia para, a través de la declarada insuficiencia de la literatura misma por hacer memoria, plantear una política de la memoria que se resista a la sustituibilidad. Para ello, se plantea una lectura crítica y relacional de los conceptos de posautonomía, herencia y nombre propio, a fin de trazar su vínculo con el ejercicio memorial y la articulación de una política de memoria marcada por el disenso.

¿Y la autonomía?: crisis del campo literario en el nuevo siglo

Según Ludmer (2006), la aparición de la literatura posautónoma resulta de la crisis de un periodo en el que el campo literario presentaba una lógica interna y era capaz de ejercer un poder importante en la sociedad. Para comprender esta crisis, es importante tener en cuenta que la autonomía literaria latinoamericana, como apunta Franco (2003), fue el resultado de una serie de pugnas al interior del campo en momentos en los que la literatura ofrecía a los escritores una posición social e independencia. Así, el momento de consolidación de la autonomía literaria se da con la profesionalización de los escritores que se logra con el boom. Ahora, si el inicio de este proceso de autonomización fue, a su vez, producto de la ampliación de la base de la economía liberal en las entonces recientemente emancipadas naciones latinoamericanas (Rama, 1998), la crisis de la autonomía guarda, lógicamente, una relación de correspondencia estrecha con la instalación forzosa de la economía neoliberal por medio de las dictaduras militares que se imponen en el Cono Sur desde los años 60. Por lo tanto, en el rastreo de la posautonomía literaria es necesario tomar en cuenta que la crisis y la agudización de las políticas económicas que hicieron posible la consolidación de la autonomía del campo literario la tornarían, de ese modo, insostenible, aunque no por ello terminada.

Según Ludmer (2012), la posautonomía no refiere la sucesión de un estadio distinto del anterior; más bien, señala una serie de alteraciones y rupturas que se producen durante la autonomía y resultan en el cambio de estatuto. En ese sentido, el proceso de autonomización que se inicia en el siglo XVIII no finaliza con la instalación de la posautonomía, esta última da cuenta de su crisis y tensiones. Así, no es que el campo literario se haya desautonomizado, sino que se ha producido desde su interior una serie de desbordes, producido por la aparición de un régimen de sentido que desdiferencia los límites entre la realidad y la ficción.

De este modo, las literaturas posautónomas se caracterizan por su condición diaspórica, es decir, su lectura e interpretación no transita solo por el terreno conceptual de lo literario; por el contrario, se ubica afuera y adentro de estos en simultáneo, justamente porque están condicionadas por un régimen de sentido distinto (Ludmer, 2006; García Canclini, 2010). Esto se debe a que sobre estas literaturas opera un proceso de vaciamiento deliberado de densidad de sentido, lo que las deja sin indecibilidad. Por ello, el binarismo realidad ficción se torna difuso e insostenible para distinguirlas.

A propósito, García Canclini (2010) anota que las categorías de realidad y ficción se habrían desdiferenciado, debido a la ausencia de visiones totalizadoras que legitimen los códigos con que se configuran el mundo y su representación. Con la globalización, estos códigos han ingresado a un periodo crítico y la estabilidad que tenían dichas categorías se ha disuelto. De ahí que estas literaturas cuestionen la categoría de realidad, puesto que no permiten que su lectura se reduzca a una asociación simplista al realismo. Si bien ellas evidencian operaciones verosimilizantes, estas resultan problemáticas en tanto son herederas de expresiones de ruptura al interior del campo literario, como el testimonio, la autobiografía, la crónica, el diario, entre otros. De este modo, las literaturas posautónomas fabrican el presente con la realidad cotidiana. Esto es, no aspiran a una verosimilitud que asemeja a la ficción con la realidad; por el contrario, fabrican, siguiendo y recuperando procedimientos de los mass media, una realidad que no se corresponde siempre con la realidad histórica. La política de la escritura posautónoma consiste, entonces, en representar una realidad que, al ser pura representación en tanto es fabricada, se resiste a ser representada.

Franco (2003) señala, por ello, que el análisis y reconocimiento de lo que se entendía como literatura ha cambiado, porque "ya no está confinado a categorías que separan la ficción de la realidad. Los "híbridos" de ficción y "vida real", de historia real e historia inventada, de literatura de viajero y novela, desdibujan tales fronteras" (p. 339).

En ese sentido, la literatura posautónoma se distingue de la literatura del siglo XIX y XX, pues modifica la noción de ficción, ya que la realidad que ella presenta no es "la realidad histórica" ni establece una relación específica entre "la historia" y la "literatura". Esto las distingue, por ejemplo, de propuestas como las del boom, en la que las fronteras entre lo histórico y lo literario eran aún reconocibles. Era la tensión entre estos elementos lo que legitimaba la efectividad del poder crítico de las obras, debido a que se proponía una transformación de la realidad histórica por medio de símbolos que se caracterizaban por su alta densidad verbal (Ludmer, 2009).

Al perder progresivamente su autorreferencialidad y especificidad, debido a que las instituciones que determinan el valor y el sentido de la literatura y la legitiman ya no establecen los límites que determinan esta esfera del pensamiento, sino que ahora el rol del mercado y los avatares de la globalización condicionan su producción y circulación, la autonomía del campo literario es sometida a una crisis determinada por su relación con el exterior y por el desborde de sus propios límites. Para Ludmer (2006):

Al perder voluntariamente especificidad y atributos literarios, al perder "el valor literario" [y al perder "la ficción"] la literatura posautónoma perdería el poder crítico, emancipador y hasta subversivo que le asignó la autonomía a la literatura como política propia, específica. La literatura pierde poder o ya no puede ejercer ese poder (Ludmer, 2006, párr. 20).

Esto no quiere decir que las literaturas posautónomas son escrituras sin poder crítico. Por el contrario, según Estrada (2021), sí pueden formular un discurso crítico; sin embargo, es su efectividad la que se torna problemática en el presente. Esto se debe a que la diversificación de repertorios comunicacionales y económicos, impuestos por la globalización, ha generado la aparición múltiple de nuevos repertorios de sensibilidad y las narrativas posautónomas no son capaces de representar esta diversidad en su totalidad (García Canclini, 2010). Por ello, a lo expuesto se suma el hecho de que, como apunta García Canclini (2010), la posautonomía se explica en los desplazamientos que han determinado la transformación de las prácticas artísticas. De este modo, la asimilación de los discursos de los medios de comunicación, las transformaciones del lenguaje que generan el espacio urbano, las redes sociales y formas de participación social recientes han inducido a la desdiferenciación de una experiencia estética que parecía, hasta entonces, exclusiva del campo artístico y literario (García Canclini, 2010). Algunas literaturas posautónomas revelan, incluso, que la escritura ya no se disputa en los soportes, dispositivos o espacios propios del campo; la aparición y utilización de plataformas tecnosociales, como los blogs o las redes sociales, en la producción literaria agudizan la tensión entre lo autónomo y lo posautónomo.

Con respecto a esto último, cabe mencionar que "la historia contemporánea del arte es una combinación paradójica de conductas dedicadas a afianzar la independencia de un campo propio y otras empecinadas en abrir los límites que lo separan" (García Canclini, 2010, p. 15); por ello, profundizar en la condición posautónoma de la literatura no supone referirse a ella como el estado exclusivo del campo literario en la actualidad, como si se tratase de una condición ajena a la anterior o superada; la condición autónoma no ha sido sustituida por la posautonomía, ambas coexisten en permanente tensión, ya que no son opuestas ni distintas. Por lo tanto, García Canclini (2010) advierte que la lectura de la literatura posautónoma no debe renunciar a ubicar en ella un sentido, solo que este sentido ahora mismo debe ser interpretado en su interacción con las nuevas condiciones que propician su emergencia, por ejemplo, la industria.

En consonancia con lo planteado por Ludmer (2010), no se trata entonces de desentenderse u obviar el valor estético que puede tener una obra contemporánea; es necesario entender, primero, que el valor estético que regía en la autonomía se ha transformado y que los conceptos que lo determinaban son, hoy, insuficientes. Así,

La posautonomía sería la condición de la literatura en la actualidad: el modo en que se podía imaginar el objeto literario [y la institución literaria]. Uso entonces la idea [la palabra si se quiere] de posautonomía como instrumento conceptual para entender alguno de los regímenes de significación de la imaginación pública de hoy [sobre todo los regímenes de realidad y de sentido]. En la era de la posautonomía, lo central es la relación con la autonomía, con el pasado en el presente. La tensión y oscilación entre posautonomía y autonomía definiría este presente (Ludmer, 2012, párr. 5).

Dado que la lectura de las literaturas posautónomas supone admitir que el modo de abordar el objeto literario se ha modificado, debido a la globalización y al rol de mercado, la propuesta aquí recuperada no debe ser reducida a una lectura relativista de la literatura contemporánea; por el contrario, esta evidencia la transformación del régimen de sentido y el aparato conceptual que hizo posible, durante el estadio autónomo, la lectura de la 'literatura'. Sin embargo, a pesar de los desbordes producidos en el campo literario, la coexistencia tensa de las condiciones autónoma y posautónoma no ha borrado definitivamente las marcas que hicieron posible su emergencia y posterior crisis. De esta manera, a pesar de la pérdida de efectividad, el campo literario latinoamericano, incluso tras su posautonomización, mantiene un estrecho vínculo con la política -que es además la característica que distinguía la consolidación de su autonomía con el campo literario europeo-, debido a que la abolición de la dinámica de esta es lo que motivó su instalación.

En este punto, es importante aclarar, entonces, que la crisis es la condición de emergencia y transformación del campo literario latinoamericano, ya que tanto la autonomía como la posautonomía provienen de esta (Ramos, 2009). La diferencia radica en que, si durante la autonomía los escritores reclamaron el derecho a legitimarse como voces no supeditadas a los intereses del mercado, a pesar de insertarse en él a través de la industria cultural, durante la posautonomía, las literaturas, aun en sus intentos de articular discursos fuera del mercado, son parte de este y esto explica la neutralización de su efectividad política, pues la política misma aparece hoy en día subordinada a los intereses del mercado que apuesta por el consenso por medio del control de las disidencias o su neutralización. Si bien las literaturas posautónomas evidencian estas características, algunas proponen, en vista de su propia inefectividad, no hacer política en cuanto tal, sino articular a través de ellas políticas de enunciación que permitan reflexionar sobre el presente e insertarse en él de manera crítica.

Una de estas estrategias es la de plantear políticas de memoria, es decir, formas de pensar la memoria de manera que estas se comporten, a su vez, como "políticas de la justicia, de la identidad y la filiación, y políticas de los afectos" (Ludmer, 2010, p. 68). En ese sentido, la literatura posautónoma también puede comprender y formular, por medio de la desdiferenciación de la realidad y la ficción, una temporalidad en la que pueda analizarse el presente fracturado. Así, el trabajo que plantean sobre la memoria no cumple una función instrumental, esto es, no se reducen a ser solo una reflexión sobre el pasado y el presente, sino que configuran un acto político y, con ello, declaran, no la superación de su inefectividad, sino la posibilidad de articular formas del disenso en el presente.

La estrategia de lectura que se plantea, por ello, en este análisis se corresponde con lo que Ludmer (2010) entiende como "especular", es decir, pensar, y a través de, las imágenes que ofrecen las escrituras del nuevo siglo para extraer de su relación con la realidad y del momento en que se usan formas de interpretarla.

Hamlet posmoderno: herencia y responsabilidad en la ficción

La cultura de la memoria que impera el discurso posmoderno está determinada por la lógica de la musealización. Esta aspira a construir un recuerdo total que da cuenta de la necesidad de instalar un proceso totalizante que conduce, equívocamente, a una suerte de compensación de lo perdido a través de la mención en la historia y nada más, una mención que se reduce a lo cuantificable, a lo económico y calculable. El recuerdo totalizante, en ese sentido, procura enmendar lo malo sobre las víctimas por el solo recuerdo, el mismo que se caracteriza por su pretensión de homogeneidad e indiferenciabilidad, un recuerdo que, como apunta Huyssen (2007), recorre el tiempo como pasado, despluralizando su acción. La creciente cultura de la memoria, entonces, anuncia la peligrosa instalación de una posibilidad de pensar la justicia por medio de la negociación.

Formas de volver a casa se formula, en ese sentido, contra esta lógica, pues no se evidencia en ella un recurso de apropiación que deje entrever que la experiencia ajena es asimilada como propia e instrumentalizada para instalar en el discurso una estrategia compensatoria. Así, la ficción de Zambra está caracterizada por la profundización del problema de la herencia, la cual, según Derrida (1998), se consolida en la reafirmación de la elección, puesto que solo es posible heredar lo que se elige y, en ese sentido, es de esta elección de la que proviene el llamado a la responsabilidad sobre esta herencia, es decir, su inyunción. Por ello, el heredero se encuentra siempre en una condición similar a la de Hamlet, es decir, reniega de la suerte que lo obliga a reparar el tiempo desajustado, pero, paradójicamente, es este el tiempo que ha hecho posible su existencia (Derrida, 1998). Esto se debe a que

Hamlet maldice el destino que le habría destinado a ser el hombre del derecho, justamente, como si maldijera el derecho mismo que habría hecho de él un enderezador de entuertos, aquel que, al igual que el derecho, no puede venir sino después del crimen, o, simplemente, después: es decir, en una generación necesariamente segunda, originariamente tardía y, desde entonces destinada a heredar. No se hereda nunca sin explicarse con algo del espectro (y con algo espectral), y desde ese momento, con más de un espectro. Con la falta, pero también con la inyunción de más de uno (Derrida, 1998, p. 35).

De este modo, la maldición está instalada a priori en el problema de la herencia, ya que es su condición constitutiva. Es ella la que impele al heredero a reparar el tiempo desajustado. Ahora bien, la herencia, según Derrida (1998), es una tarea en su radical inmanencia. Esta existe antes de ser aceptada o rechazada por el heredero y permanece, porque, incluso a pesar de una negativa, se prolonga en él, puesto que el heredero es siempre un heredero doliente y no puede desmarcarse de esta condición. Por otro lado, contra una interpretación reduccionista del problema, la herencia no enriquece al heredero; más bien, es lo que lo constituye. En ese sentido, la herencia es el ser de lo que somos.

Cabe mencionar que, en la novela que analizamos, se remarca esta lectura de la herencia, pues se insiste en que la herencia no se advierte como algo enriquecedor sino constitutivo (Derrida, 1998). A partir de ahí es que los personajes, principalmente aquel sobre el que recae la acción

o el narrador, dan cuenta de una asimilación de la herencia que comporta también un llamado a la responsabilidad, ya que reafirma una deuda con los otros. Este llamado a la justicia cobra sentido en los herederos, sin que ello implique la apropiación irreflexiva y absoluta de lo heredado. Por ello, la herencia conduce, además, al cuestionamiento de las posibilidades que el nombre propio ofrece para la articulación del disenso en el relato.

Emergencia y excedencia: el nombre y la posibilidad de un contra-deber

Para Barthes (2011), el nombre es catalizable, puesto que su espectro sémico permite que a él se le sustraiga o añada contenido de manera infinita. En consecuencia, sobre el nombre no hay nada realmente afirmado, sino su nombre. Sin embargo, lo que el nombre nombra, según Derrida (2011a), no culmina con el acto de nombrar, mucho menos en el nombre. Lo que se nombra siempre se ubica más allá de lo que el nombre puede instalar en sí mismo, ya que su lógica de aparición está determinada por la excedencia. Así, las circunstancias en las que hace su aparición el nombre siempre son desbordadas con su enunciación, debido a su multivalente funcionalidad. Esto es, el nombre no solo configura su propia excedencia, él la porta y, al mismo tiempo, exporta y deporta lo que refiere con su aparición. Sobre esto, Derrida (2011a) apunta que

el nombre supone más allá de sí mismo, lo nombrable más allá del nombre, lo nombrable innombrable. Como si, a la vez, hubiera que salvar el nombre y salvarlo todo mas no el nombre, salvo el nombre, como si hubiera que perder el nombre para salvar lo que porta el nombre, o aquello hacia lo cual uno se porta a través del nombre. Pero perder el nombre no es emprenderla con él, destruirlo o herirlo. Al contrario, es simplemente respetarlo: como nombre. Es decir, pronunciarlo, lo cual equivale a atravesarlo en pos del otro, el otro que lo porta nombrado por él. Pronunciarlo sin pronunciarlo. Olvidarlo llamándolo, recordando(se)lo, lo cual equivale a llamar o recordar al otro... (pp. 50-51).

A propósito de lo citado, el nombre debe siempre faltar; debe, por lo tanto, ser no pronunciado. Esto es, no es que no deba pronunciarse; en cambio, su condición debe reclamar su falta, es decir, ser lo que no se ha pronunciado. En ese sentido, el nombre es pospuesto para salvar el nombre en sí mismo, es decir, lo que él porta y, a través de ello, mantiene vigencia el contenido de verdad que en él permanece activo. Derrida (2011a) sentencia, por ello, que el nombre supone siempre una promesa de verdad que explique su propio ocultamiento, por qué se ha tornado indecible, y anuncie su aparición futura.

Habría, entonces, que cuestionarse qué es lo que se ofrece con el nombre, con su nombramiento. La cuestión del nombre conduce siempre a interrogarse sobre el problema de la herencia y el deber. A propósito,

Podemos sospecharlo, habida cuenta de que no solo el nombre no es nada o, en todo caso, no es la "cosa" que nombra, no es lo "nombrable" o lo renombrado, sino que también corre el riesgo de encadenar, sojuzgar u obliterar al otro, atar al llamado, llamarlo a responder aun antes de cualquier decisión o cualquier deliberación, aun antes de cualquier libertad. Pasión asignada, alianza tan prescripta como prometida. Y, sin embargo, si el nombre no pertenece jamás, originaria y rigurosamente, a quien lo recibe, ya no pertenece, desde el primer momento, a quien lo da (Derrida, 2011a, pp. 90-91).

En ese sentido, la relación del nombre con sus receptores inserta a la lógica de su nombramiento la cuestión del deber. Para Derrida (2011b), el sentido del deber fracasa cuando este se inscribe en el mismo campo del deber. En otras palabras, cuando este se supedita a la noción de actuar conforme al deber o por el deber mismo de hacerlo. El deber en cuanto tal solo es posible si es que se construye desde la idea del contra-deber,

o sea, desde lejos del deber que impera sobre el orden del deber. La responsabilidad y el deber resultan, por lo tanto, problemáticos y sospechosos cuando son asumidos en nombre del otro y por el otro. Esto ocasiona que, en ocasiones, el heredero ocupe el lugar del otro, sustituyéndolo, lo que conduce a una suerte de apropiación de la experiencia, pues se torna automáticamente el otro de este otro, un impostor que adopta la voz del otro, una voz que siempre es imposible. Como apunta Derrida (2011b), "esa responsabilidad se ejerce siempre en mi nombre como en nombre el otro, y esto no afecta en absoluto su singularidad. Esta se plantea y debe temblar en el equívoco y la incertidumbre ejemplar de ese "como"" (p. 29).

De este modo, la responsabilidad solo puede configurarse de manera efectiva, sugiere Derrida (2011b), si se la asume desde su siempre sospechosa naturaleza. Esta lógica de asimilación desplazaría la frontalidad con que se plantea su cumplimiento y sería, así, posible proceder desde el "no-deber". Con ello, se articularía una política de la responsabilidad distanciada del orden del deber, incumpliéndolo de un modo que rechace la culpabilidad de su propio incumplimiento. Esta es la dinámica en la que se inserta la cuestión del nombre en la novela, como se detalla a continuación.

Desbordes, códigos de resistencia y política de memoria en Formas de volver a casa

En Formas de volver a casa, convergen una serie de códigos que formulan un relato caracterizado por la desterritorialización y la fragmentación (Areco, 2015), características que revelan su condición posautónoma. Así, la novela se configura como un relato híbrido, pues en ella coexisten formas discursivas que se ubican en las fronteras de lo literario y que problematizan justamente su condición.

La novela está formulada a partir del uso de dos modalidades discursivas, el realismo y el experimentalismo, que apunta a descubrir el texto no como un sistema cerrado, sino condicionado por una lógica de conectividad total, esto es, la realidadficción. Esta realidadficción, según Ludmer (2010), expresaría la fusión que reúne los naturalismos, hiperrealismos y surrealismos en la realidad cotidiana, de modo que los límites entre la realidad y la ficción se desdiferencien o sean indistinguibles una de otra. Así, por ejemplo, la conectividad entre las modalidades discursivas en el relato se evidencia en las preocupaciones que, en ambos niveles, los narradores expresan sobre la forma que empieza a adquirir la novela y lo que esta representa en la recuperación de las imágenes del pasado "real" y ficticio que esta construye. Esta característica posautónoma permite, así, conectar las interpelaciones que, sobre el ejercicio de su escritura, se plantean el narrador de la novela y el narrador de la novela dentro de la novela, de manera que se desdiferencian los límites entre los niveles narrativos que articulan la historia. Esto se lee en los siguientes fragmentos:

O es que me gusta estar en el libro. Es que prefiero escribir a haber escrito. Prefiero permanecer, habitar ese tiempo, convivir con esos años, perseguir largamente imágenes esquivas y repasarlas con cuidado. Verlas mal, pero verlas. Quedarme ahí, mirando (Zambra, 2014, p. 55).

Me gustaría recordar ahora, con absoluta precisión, cada una de sus palabras y anotarlas en este cuaderno sin mayores comentarios. Me gustaría imitar su voz, acercar una cámara a los gestos que hacía cuando se adentraba, sin miedo, en el pasado. Me gustaría que alguien más escribiera este libro. Que lo escribiera ella, por ejemplo. Que estuviera ahora mismo en mi casa, escribiendo. Pero me toca escribirlo a mí y aquí estoy. Y aquí me voy a quedar (Zambra, 2014, p. 94).

En ese sentido, Formas de volver a casa oscila entre los realismos y experimentalismos que definen los giros que ha adoptado la novela chilena contemporánea. A propósito, Areco (2015) anota que

el desarraigo y el exilio, la proliferación de las historias, las metamorfosis de las personas, la indeterminación identitaria, la falta de nitidez y la fantasmagoría, el borramiento del límite entre literatura y vida y la autoficción, representan puntos de fuga que desterritorializan las narraciones estudiadas desde perspectivas contextuales, estructurales, temáticas, identitarias y epistemológicas. Ellos muestran que la novela híbrida pone en juego un paradigma diferente al del racionalismo causal, según el cual la realidad es contradictoria y mutable, los seres están sometidos a permanentes transformaciones, y donde la ley es la falta de ley, es decir, la indeterminación y la aporía (p. 93).

A partir de lo enunciado, se puede aseverar que la novela de Zambra se formula desde la macrohibridez, pues en ella convergen el minimalismo, el experimentalismo y la hibridez (Areco, 2015), lo que, a su vez, determinan en su interior una lógica de conectividad total, propia del carácter posautónomo de la literatura contemporánea.

Para ello, Formas de volver a casa cuenta dos historias, una que se sitúa dentro de otra y que configura un relato metaficcional, en el que se narran, por medio de una estructura paralela, las historias de narradores, que se comportan como equivalentes en ambos relatos, durante su infancia y adultez y en la que se reflexiona sobre el proceso de la dictadura militar chilena. La novela se ubica en tiempos que reconoce atravesados por el preocupante avance e imposición del discurso conservador. El primero de ellos, durante el terremoto de 1985, cuando la dictadura militar aún regía el Estado chileno y, el segundo, durante el terremoto de 2010 tras el triunfo del candidato de derecha Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales, con que se legitima la vigencia de la retórica consensual que operó la dictadura para permitir la transición democrática. La disposición temática y estructural del relato posibilita la articulación de una política de memoria que rechaza la ritualización de la experiencia individual, que conduce peligrosamente a la victimización, y una lógica sustitutiva que reduzca el interés por la memoria en acciones asediadas por la concertación y neutralización de la disidencia, por medio de lo cuantificable.

Por ello, y a fin de tomar la distancia necesaria para no incurrir en un proceso de apropiación experiencial, la novela plantea el resquebrajamiento del espacio de intimidad, representado por la casa, y recurre a la presencia de una multiplicidad de espacios con el objetivo de desestabilizar el relato del pasado, configurado por la casa y el discurso de los padres. De este modo, el narrador de la novela, uno de ellos, reclama la necesidad de pensar en el pasado y, con ello, en la memoria desde una experiencia que apueste por la conexión, rebelándose contra la imposición de la memoria de los padres que se pretende incuestionable.

La novela es la novela de los padres, pensé entonces, pienso ahora. Crecimos creyendo eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados, en esa penumbra. Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar las servilletas en forma de barcos, de aviones. Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer (Zambra, 2014, pp. 56-57).

La conexión se sostiene, además, en la estructura que presenta la novela, en la que dos historias son narradas en paralelo. La primera de ellas se formula, desde la segunda, como una historia ficticia que el narrador escritor, personaje principal de la segunda, está escribiendo. Las preocupaciones e interrogantes que sobre esta formulación tiene el narrador escritor de la segunda conducen a una intervención crítica de lo que el pasado ofrece como posibilidad para repensar la experiencia histórica desde la ficción. Asimismo, la segunda, que se representa aparentemente como real, se trata de una ficción que reclama estar interviniendo críticamente el pasado desde la ficción que ella misma crea. En ese sentido, el pasado y el presente de la velada ficción y una aparente realidad configuran una suerte de simultaneidad manifiesta en la estructura del texto.

Tras el primer terremoto al que la novela hace referencia, el relato sitúa a un grupo de niños llevados por sus padres a una zona aparentemente segura en la que pueden pasar la noche. Los adultos, en su mayoría personas de clase media, son representados, a partir de las imágenes que sobre ellos recupera el narrador, como sujetos resignados o pasivos frente al tiempo y a sus condiciones. Más bien, parecen imbuidos en él y sitiados por su irreversibilidad, que se descubre poco a poco como síntoma del miedo impuesto por la dictadura militar encabezada por Pinochet.

Es este miedo el que conduce al narrador a interrogarse sobre la posibilidad de la herencia en la novela. ¿Qué se ha heredado de los padres si no hay nada visible que heredar? ¿A quién se puede heredar después del terremoto, que es también la dictadura, si no hay certeza de que esa herencia pueda ser realmente heredada? Como la novela plantea, la herencia permanece indecible mientras esta no se reafirma como tal. Para ello, para que el narrador de la primera ficción que compone la novela reafirme esa herencia sin asumir aún responsabilidad sobre ella, debe al menos nombrarla, pues esta solo cobra sentido, como señala Derrida (1998), en su reafirmación.

A alguien se le ocurrió hacer testamentos y en principio nos pareció una buena idea, pero al rato descubrimos que no tenía sentido, pues si venía un terremoto más fuerte el mundo se acabaría y no habría nadie a quien dejar nuestras cosas (Zambra, 2014, p. 15).

A esta idea se opone, posteriormente, la sentencia que reafirma la herencia y advierte que el llamado a la responsabilidad que esta implica ha sido asumido. La declaración, ya citada, del narrador en la que señala que "me gustaría que alguien más escribiera este libro. Que lo escribiera ella, por ejemplo. Que estuviera ahora mismo en mi casa, escribiendo. Pero me toca escribirlo a mí y aquí estoy. Y aquí me voy a quedar" (Zambra, 2014, p. 94) da cuenta de esta afirmación. También puede recuperarse, en el mismo sentido, la siguiente sentencia: "De tanto querer leerlo creímos que nos correspondía escribirlo. Estábamos cansados de esperar que alguien escribiera el libro que queríamos leer" (Zambra, 2014, p. 155).

El problema de la herencia despliega en la novela una larga interpelación al recuerdo que sobre el pasado se ha fabricado y admitido en el discurso oficial desde la memoria de los padres de la clase media chilena, que, según los narradores de la novela, revelan una suerte de complicidad con el régimen dictatorial expresada en el silencio que sobre él guardan. La novela plantea, por ello, que la neutralidad se comporta como una estrategia de reafirmación del desajuste del tiempo impuesto por la dictadura militar. La responsabilidad que se advierte con el reconocimiento de la herencia obliga, por ello, a reescribir estos recuerdos para introducir en la memoria una serie de imágenes que reclaman, con urgencia, su inclusión y reconexión con la experiencia histórica.

Cabe advertir que tanto la herencia como la cuestión del nombre propio que deriva de esta son resultado del encuentro de los narradores con Claudia y Eme, que, a pesar de la diferencia con la que se las designa, parecen equivalerse en la ficción como en la aparente realidad de la novela. A través de las imágenes que Claudia/Eme comparten con los narradores se formula el necesario distanciamiento para que las experiencias ajenas no sean sometidas a una apropiación instrumental. La operatividad de este distanciamiento se encuentra, así, determinada por la cuestión del nombre propio, a partir de la cual es posible no solo admitir la herencia sino completar lo heredado.

Esto se debe a que, en la novela, el nombre se mantiene fuera de la lógica instrumentalizada, puesto que en el contexto que se recupera este ha sido desplazado y permanece acaso sin tiempo en el presente. En ese sentido, en Formas de volver a casa, el nombre reclama su reaparición, puesto que estaría cargado de lo que Benjamin (2008) denomina tiempo-ahora. Es decir, un presente en el que las astillas de lo mesiánico se han alojado manifestando su urgente visibilidad.

El desmontaje del desplazamiento que ha sufrido el nombre propio para la formulación de una historia que borre de sí la experiencia disidente al régimen militar se inicia, por ejemplo, con la recuperación de las menciones a los escenarios en los que se desplazan los personajes, uno inofensivo, que caracteriza el entorno de los narradores, y otro, acaso amenazante y peligroso por lo que su propia mención refiere, vinculados a Claudia/Eme.

Vivo en la villa de los nombres reales, dijo Claudia esa tarde del reencuentro, mirándome a los ojos seriamente. Vivo en la villa de los nombres reales, dijo de nuevo, como si necesitara recomenzar la frase para continuarla: Lucila Godoy Alcayaga es el nombre de Gabriela Mistral, explicó, y Neftalí Reyes Basoalto el nombre real de Pablo Neruda. Sobrevino un silencio largo que rompí diciéndole lo primero que se me ocurrió: vivir aquí debe ser mucho mejor que vivir en el pasaje Aladino (Zambra, 2014, p. 24).

Como De los Ríos (2014) apunta, esta cita otorga a la novela una ubicuidad crítica con respecto a la privatización del otrora espacio público representado por el campo de Maipú, en el que, tras la instalación del régimen pinochetista, se alzan villas cuyas calles tienen nombres ficticios. Otro aspecto importante en la consolidación de la operatividad del nombramiento del nombre para la reafirmación y productivización de la herencia es el que refiere la reconstrucción de la historia familiar de Claudia. La difusa identidad de Raúl en el relato opera como leitmotiv para la recuperación del nombre propio y, a partir de allí, en la instalación de una política de memoria motivada por el contra-deber. Así, la reconstrucción de la historia de Claudia se vincula con la imperiosa necesidad del heredero de completar la historia de Raúl que, como se descubre en la novela, se llama realmente Roberto.

Esta recuperación parte de una declaración intempestiva que surge cuando, años después, el narrador pretende, a partir de sus recuerdos, enterarse del destino de Claudia, su hermana y el que, hasta entonces, creía era su tío. Así, la escena se plantea por medio del siguiente diálogo: "¿Cómo está don Raúl?, le pregunté. No sé cómo está don Raúl. Debe estar bien. Pero mi padre está muriendo. Chao, Aladino, dijo ella. No entiendes, nunca vas a entender nada, huevón" (Zambra, 2014, p. 92).

La fractura de la ficción que impone la sorpresa permite el despliegue del procedimiento por el que el nombre, oculto hasta ese momento o puesto a salvo, recupera su vigencia en el presente. Lo que él porta aparece en el presente para resignificar la experiencia individual de Roberto que conduce, a la vez, a la experiencia histórica.

La trama de pronto se esclarece: Raúl era mi padre, dice, sin más preámbulos. Pero se llama Roberto. El hombre que murió hace tres semanas, mi padre, se llamaba Roberto.

La miro asombrado, pero no es un asombro en estado puro. Recibo la historia como si la esperara. Porque la espero, en cierto modo. Es la historia de mi generación (Zambra, 2014, p. 96).

El nombre, entonces, no se inserta en el relato bajo la lógica de lo acumulativo o cuantificable, reduciendo su aparición a lo económico; por el contrario, este se recupera para advertir su singularidad y desmarcarlo de su utilitario borramiento del discurso oficial. De ahí que se produzca un proceso de descodificación de su ocultamiento que se lee, por ejemplo, cuando el narrador señala que "a comienzos de 1998, el padre de Claudia recuperó su identidad. Fue una decisión del partido. Con el plebiscito en la retina, necesitaban militantes comprometidos públicamente en tareas prácticas" (Zambra, 2014, p. 188). Este se va, además, desarrollando de manera detallada para lograr su consolidación en el relato:

Por un momento pensó, pero se arrepintió en seguida de ese pensamiento, que los demás también fingían. Que lo que recuperaban no era a las personas sino los nombres. Deshacía, por fin, esa distancia entre los cuerpos y los nombres (Zambra, 2014, p. 119).

La necesidad de reconstruir el proceso de desocultamiento del nombre, a pesar de que data de un pasado aparentemente superado, advierte que las estrategias neutralizadoras del discurso conservador que construye la realidad del Chile de la primera década del siglo XXI, como lo retrata la novela, permanecen activas. Esto se explica en el hecho de que Roberto seguía siendo Raúl para la memoria de los hijos, representada por los narradores, y que solo puede alterar su naturaleza con su reconocimiento en el tiempo.

De esta manera, al evadir la ritualización de la experiencia individual como experiencia absoluta en la recomposición de la memoria, Formas de volver a casa articula una política de la memoria que no se sostiene en el deber de hacer memoria, sino en la confrontación a un deber que parece sentirse realizado con la sola enunciación de los hechos, un deber que se concreta sin sospecha alguna y que, por lo tanto, se torna insuficiente para la recomposición de la memoria, pues asume el proceso finalizado con su sola enunciación. Así, la novela no incurre ingenua y apriorísticamente en la noción de que la ficción, al proponer su preocupación por la memoria, basta para reparar la deuda con las víctimas y desvanecer el trauma de la violencia dictatorial. Esto se lee, por ejemplo, en el siguiente fragmento:

No quiero hablar de inocencia ni de culpa; quiero nada más que iluminar algunos rincones, los rincones donde estábamos. Pero no estoy seguro de poder hacerlo bien. Me siento demasiado cerca de lo que cuento. He abusado de algunos recuerdos, he saqueado la memoria, y también, en cierto modo, he inventado demasiado (Zambra, 2014, p. 64).

La novela plantea, de este modo, la reformulación in aeternum de la memoria, dado que ella está condicionada, en esencia, por su incompletitud. Si la novela no declara la suficiencia de su operatividad categórica para hacer memoria se debe a que el relato, por su condición posautónoma, está marcado por la inefectividad de su discurso. Asimismo, con esto se busca que el relato no incurra en un afán triunfalista que declare el rol de la memoria como sustituto inmediato de la justicia.

Conclusiones

En conclusión, en Formas de volver a casa, Alejandro Zambra no emplea una lógica sustitutiva para reflexionar sobre la memoria y el trauma posdictatorial. Se puede aseverar, entonces, que el texto no busca la instalación de una justicia reducida a lo económico, es decir, a la cuantificación de las menciones que sobre ella se formulen en el relato. Por el contrario, la novela plantea una política de la memoria basada en la resistencia al discurso oficial sobre la historia que pretende desplazar la singularidad de la experiencia individual de la experiencia histórica para instrumentalizar la memoria.

De este modo, la operatividad del discurso en la novela articula una política de memoria que reclama la necesidad de un contra-deber, esto es, una acción que transite fuera de lo consensual, marca del tiempo pos-dictatorial. Por ello, la política de memoria que propone la novela, que es también una política de resistencia, inscribe una expresión de disenso necesaria para sospechar del discurso de memoria que el mercado distribuye y que, a su vez, neutraliza por la excesiva confianza y suficiencia que se le asigna.

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Fuente de financiamiento: Autofinanciado.

Citar como: Estrada, R. (2022). Política de memoria y disenso en la literatura posautónoma: el problema de la herencia y el nombre propio en Formas de volver a casa (2010) de Alejandro Zambra. Desde el Sur, 14(3), e0031.

1Este artículo deriva del proyecto de investigación de maestría La escritura en fuga: la forma crítica del pasado y el disenso en las narrativas posautónomas de Latinoamérica. En él, se analizan las posibilidades de las escrituras posautónomas de formular políticas de memoria desde una serie de estrategias narrativas asociadas al pensamiento nostálgico, el problema del contemporáneo, la herencia y el nombre propio.

2Bachiller en Comunicación Social. Candidato al magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Su línea de investigación comprende la posmodernidad, la posdictadura y las literaturas posautónomas.

Recibido: 31 de Mayo de 2022; Aprobado: 18 de Agosto de 2022

Contribución de autoría:

Raúl Estrada Sánchez fue el único autor.

Potenciales conflictos de interés:

Ninguno.

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